San Juan 15, 9-11:
“Cantemos al Señor”, que se manifiesta por su misericordia sobre toda la tierra, y nos invita a unirnos a Él por el amor, y vivir en la libertad de los hijos de DiosAutor: Padre Llucià Pou Sabaté
Hechos de los apóstoles 15, 7-21:
“En la asamblea de Jerusalén, después de una larga
discusión, se levantó Pedro y dijo a los apóstoles y a los ancianos: Hermanos,
desde los primeros días, como sabéis, Dios me escogió para que los gentiles
oyeran de mi boca el mensaje del Evangelio, y creyeran... Pero Dios no hizo
distinción entre ellos (gentiles) y nosotros... Creemos que tanto ellos como
nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús.
Luego, toda la asamblea hizo silencio para escuchar a
Bernabé y a Pablo, que les contaron los signos y prodigios que habían hecho
entre los gentiles con la ayuda de Dios. Cuando terminaron, Santiago resumió la
discusión... y añadió: a mi parecer no hay que molestar a los gentiles que se
convierten; basta escribirles que no se contaminen con la idolatría...”
Salmo responsorial: 95, 1-2a.2b-3.10 Contad a los pueblos la gloria del Señor.
«Cantad al Señor
un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su
nombre. Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos: “El Señor es
Rey. Él afianzó el orbe y no se moverá. Él gobierna a los pueblos rectamente”».
Evangelio según san Juan 15, 9-11
15, 9-17 se lee en el domingo 6º de Pascua B):
“Jesús continuó hablando a sus discípulos: Como
el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que
mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.
Comentario:
1.
Se reune la
Iglesia jeràrquica (pues todos somos Iglesia, pero aquí vemos los pastores
reunidos) para estudiar si están obligados los nuevos cristianos a los ritos de
la Antigua Ley. Vemos aquí las características de lo que llamaremos Concilios:
a) reunión universal, no sólo local; b) promulga normas de caràcter preceptivo y
vinculante; c) abarca temas tanto de fe como costumbres; d) se promulga por
escrito; e) Pedro preside la asamblea. Pedro dirá que la Ley antigua es
irrelevante y superflua para la salvación (Biblia de Navarra. Como comentará S.
Efrén: “todo lo que Dios nos ha dado mediante la fe y la Ley lo ha concedido
Cristo a los gentiles mediante la fe y sin la observancia de la Ley”). Todo
esto, después de una larga discusión. Pedro aparece claramente como el jefe del
Colegio Apostólico. Jesús confió a Pedro ese papel: ser el garante de la fe de
sus hermanos (Lc 22, 32). -«Dios me ha escogido entre vosotros para que de mi
boca oigan los gentiles
-Cuando Pablo y Bernabé terminaron de hablar tomó
El motivo de la convocatoria, recordamos, fue: en
Antioquía y en Jerusalén «algunos de la facción farisea que se habían hecho
creyentes» se oponen violentamente a la opción de liberar el evangelio de la
sinagoga. La decisión favorable del Concilio tiene tres fases culminantes. El
discurso de Pedro (6-12) invoca tres hechos: la conversión de Cornelio, el yugo
insoportable de la ley y la salvación de todos por la gracia de Jesús. El
discurso de Santiago (13-21), jefe respetado e indiscutible de la comunidad
judía de Jerusalén, invoca un texto universalista de
La experiencia del Espíritu llevó a las primeras
comunidades a liberarse de los yugos insoportables e inútiles que imponía el
legalismo judío. La tensión creciente entre la tendencia "helenista" y la
judaizante se resolvió a favor de la libertad. Toda la predicación de Jesús se
encaminó a liberar a las personas de las trabas inútiles. La ley, el sistema de
pureza, los signos exteriores (circuncisión, uniformes, etiquetas) fueron
puestos a la luz de
2. –El anuncio de
las maravillas que ha hecho Dios tiene una proyección universal. Está destinado
a todos los pueblos. A todos tiene que llegar ese anuncio. De ahí la vocación
misionera del cristiano: contar a todas las naciones las maravillas del Señor.
El Salmo 96/95 clama que todos somos llamados e invitados a celebrar la
soberanía y la grandeza de Dios. Él nos ama a todos, sin distinción de razas ni
culturas. Él nos ha creado porque nos quiere con Él, junto con su Hijo,
participando de su Vida y de su Gloria eternas. Por eso alabemos y bendigamos al
Señor y proclamemos sus maravillas a todos los pueblos, para que todos conozcan
el amor que Él nos ofrece y para que, reconociéndolo ellos también como su Dios
y Padre, junto con nosotros alcancen los bienes eternos, de los que el Señor
quiere hacernos partícipes. La invitación de toda la tierra a alabar a Dios es
el “cántico nuevo” de alegría de toda la creación, en relación con una salvación
ofrecida a todos, como señalaba Juan Pablo II: “«Decid a los pueblos: "el Señor
es rey"». Esta exhortación del Salmo 95 (versículo 10), que acabamos de
proclamar, presenta por así decir el tono con el que se modula todo el himno. Se
trata de uno de los así llamados «Salmos del Señor rey», que comprenden los
Salmos 95 a 98, además del 46 y el 92… estos cánticos se centran en la grandiosa
figura de Dios, que rige todo el universo y gobierna la historia de la
humanidad.
También el Salmo
96 exalta tanto al Creador de los seres, como al Salvador de los pueblos: Dios
«afianzó el orbe, y no se moverá; juzga a los pueblos rectamente» (versículo
10). Es más, en el original hebreo el verbo traducido por «juzgar» significa, en
realidad, «gobernar»: de este modo se tiene la certeza de que no quedamos
abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la casualidad, sino que estamos
siempre en manos de un Soberano justo y misericordioso.
El Salmo comienza
con una invitación festiva a alabar a Dios, invitación que se abre
inmediatamente a una perspectiva universal: «Cantad al Señor, toda la tierra »
(versículo 1). Los fieles son invitados a contar la gloria de Dios «a los
pueblos» y después a dirigirse a «todas las naciones» para proclamar «sus
maravillas» (versículo 3)… pide a los fieles que digan «a los pueblos: el Señor
es rey» (versículo 10), y precisa que el Señor «juzga a los pueblos» (versículo
10). Es muy significativa esta apertura universal por parte de un pueblo pequeño
aplastado entre grandes imperios... El gesto fundamental frente al Señor rey,
que manifiesta su gloria en la historia de la salvación es, por tanto, el canto
de adoración, de alabanza y de bendición. Estas actitudes deberían estar
presentes también en nuestra liturgia cotidiana y en nuestra oración personal”.
Hoy se acaba el fragmento del salmo “con la proclamación de la realeza del Señor
(cf. vv. 10-13). Ahora se dirige al universo… Como dirá san Pablo, incluso la
naturaleza, junto con el hombre «espera impacientemente... ser liberada de la
servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los
hijos de Dios» (Romanos 8,19.21). Al llegar a este momento, quisiéramos dejar
espacio a la relectura cristiana de este Salmo, realizada por los Padres de la
Iglesia, que en él han visto una prefiguración de la Encarnación y de la
Crucifixión, signo de la paradójica realeza de Cristo.
De este modo, al
inicio del discurso pronunciado en Constantinopla en la Navidad del año 379 o
del año 380, san Gregorio Nacianceno retoma algunas expresiones del Salmo 95:
«Cristo nace, ¡glorificadle! Cristo baja del cielo, ¡salid a recibirle! Cristo
está sobre la tierra, ¡lavaos! "Cantad al Señor, toda la tierra" (v. 1), y para
unir los dos conceptos, "que se alegre el cielo y exulte la tierra" (v. 11) con
aquél que es celestial, pero que se ha hecho terrestre».
De este modo, el
misterio de la realeza divina se manifiesta en la Encarnación. Es más, aquel que
reina, «haciéndose terrestre», reina precisamente en la humillación de la Cruz.
Es significativo el que muchos en tiempos antiguos leyeran el versículo 10 de
este Salmo con una sugerente asociación cristológica: «El Señor reinó desde el
madero».
Por este motivo,
ya la Carta de Bernabé enseñaba que «el reino de Jesús está sobre el madero» y
el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera
Apología, concluía invitando a todos los pueblos a exultar porque «el Señor
reinó desde el madero» de la Cruz.
En este ambiente
floreció el himno del poeta cristiano Venancio Fortunato, «Vexilla regis», en el
que exalta a Cristo que reina desde lo alto de la Cruz, trono de amor, no de
dominio: «Regnavit a ligno Deus». Jesús, de hecho, en su existencia terrena ya
había advertido: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro
servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos,
que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su
vida como rescate por muchos» (Mc 10,43-45)”. La reflexión sobre la cruz es
oportuna en consonancia con algunos manuscritos de la versión de los Setenta y
de la Vulgata latina que añaden a “el Señor reina” la expresión “desde el
árbol”, aplicando el salmo a Jesús.
3. La seguridad de
que Dios nos ama en Jesús es la base de toda alegría cristiana, y lleva a una
correspondencia. Con la metáfora de la vid y los sarmientos Jesús invitaba a
«permanecer en él», para poder dar fruto. Hoy continúa el mismo tema, pero
avanzando cíclicamente y concretando en qué consiste este «permanecer» en
Cristo: se trata de «permanecer en su amor, guardando sus mandamientos». Se
establece una misteriosa y admirable relación triple. La fuente de todo es el
Padre. El Padre ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a los
discípulos, y éstos deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus
mandamientos, lo mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su
voluntad. Y esto lleva a la alegría plena: «que mi alegría esté en vosotros y
vuestra alegría llegue a plenitud». La alegría brota del amor y de la fidelidad
con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.
-“Como mi Padre me
amó, Yo también os he amado”. ¡Es inversosímil! ¡Es maravilloso! El amor con que
Jesús nos ama es el mismo con el que El es amado por el Padre. Nuestra unión con
Jesús es comparable a la de Jesús con el Padre. La frase siguiente nos lo dirá
de manera inaudita.
-“Permaneced en mi
amor... Y Yo permanezco en su amor. Si guardáis mis mandamientos, como Yo he
guardado los mandamientos del Padre. Permaneceréis en mi amor”. Fijémonos en la
estructura de la frase. A un lado están las relaciones de los discípulos con
Jesús... y al otro, las relaciones del Hijo con el Padre... y ¡son las mismas!
Los discípulos permanecen en el amor de Jesús =Jesús permanece en el amor del
Padre. Hay que guardar los mandamientos de Jesús. =Jesús guarda los mandamientos
del Padre.
-“Como Yo guardé fielmente los preceptos de mi Padre... Y
como Yo permanezco en su amor”. Este es el modelo. ¡La fidelidad de Jesús a su
Padre! ¡Como quien no dice nada! A través del evangelio, evoco esta fidelidad...
que le ha conducido hasta
-“Si guardáis mis
mandamientos”... Este "si" ¡es inquietante para nosotros! Es la responsabilidad
de nuestra libertad. La relación con Dios no es algo automático.
-“Permaneceréis en
mi amor”... Hay que dejarse introducir en todas las delicadezas de este
pensamiento. Dios está presente en todas partes. Dios ama a todos los seres,
incluso a los peores malvados. Sí; Dios ama a los pecadores, y no les está
ausente! Pero hay diferentes modos de presencia de Dios y diversos modos de
relación. Hay una presencia particular, una relación privilegiada, de Dios con
"aquel que le ama y guarda sus mandamientos"... más que con "aquel que no le
ama". Es una cuestión de amor. ¡El que ama lo comprende! ¡Señor! Ayúdame a
guardar fielmente tus mandamientos. Ayúdame a permanecer en tu amor. Como Tú has
guardado fielmente los mandamientos de tu Padre. Y como Tú permaneces en su
amor.
“-Os
he dicho estas cosas a fin de que os gocéis con el gozo mío, y vuestro gozo sea
completo”. Tú ya nos has dado tu paz. Tú nos das también el gozo tuyo. Tu gozo =
permanecer en el amor del Padre. El gozo de Jesús es ser amado y amar. Dios es
la fuente de su gozo. ¿Y yo? El gozo cruza el evangelio desde el comienzo hasta
el fin, desde Navidad a
"Donde hay caridad
y amor, allí está Dios", lo cual también es exacto porque ambos amores –a Dios y
al prójimo- son inseparables (v. 23), y Jesús dijo también que El está en medio
de los que se reúnen en su Nombre (Mat. 18, 20). Fácil es por lo demás
explicarse la indivisibilidad de ambos amores si se piensa que yo no puedo dejar
de tener sentimientos de caridad y misericordia en mi corazón mientras estoy
creyendo que Dios me ama hasta perdonarme toda mi vida y dar por mí su Hijo para
que yo pueda ser tan glorioso como Él. No puede existir para el hombre mayor
gozo que el de saberse amado así (en 16,24; 17,13; 1 Juan 1,4, etc., vemos que
todo el Evangelio es un mensaje de gozo fundado en el amor). «Cantemos al Señor,
sublime es su victoria. Mi fuerza y mi poder es el Señor; Él fue mi salvación.
Aleluya» (Ex 15,1-2; ant. de entrada). «Señor Dios Todopoderoso, que, sin mérito
alguno de nuestra parte, nos has hecho pasar de la muerte a la vida y de la
tristeza al gozo; no pongas fin a tus dones, ni ceses de realizar tus maravillas
en nosotros, y concede a quienes ya hemos sido justificados por la fe la fuerza
necesaria para perseverar siempre en ella» (colecta). Y seguimos en el
Ofertorio: «¡Oh Dios!, que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces
partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra vida sea manifestación y
testimonio de esta verdad que conocemos».
Comenta San
Agustín: «Ahí tenéis la razón de la bondad de nuestras obras. ¿De dónde había de
venir esa bondad a nuestras obras sino de la fe que obra por el amor? ¿Cómo
podríamos nosotros amar si antes no fuéramos amados? Ciertamente lo dice este
mismo evangelista en su carta: “Amemos a Dios porque Él nos amó primero...
Permaneced en mi amor”. ¿De qué modo? Escuchad lo que sigue: “Si observareis mis
preceptos, permaneceréis en mi amor”. «¿Es el amor el que hace observar los
preceptos o es la observancia de los preceptos la que hace el amor? Pero, ¿quién
duda de que precede el amor? El que no ama no tiene motivos para observar los
preceptos. Luego, al decir: “Si guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi
amor”, quiere indicar no la causa del amor, sino cómo el amor se manifiesta.
Como si dijere: “No os imaginéis que permanecéis en mis amor si no guardáis mis
preceptos; pero, si los observareis, permaneceréis” en es decir, “se conocerá
que permanecéis en mi amor si guardáis mis mandatos” a fin de que nadie se
engañe diciendo que le ama si no guarda sus preceptos, porque en tanto le amamos
en cuanto guardamos sus mandamientos».
Entramos en esa corriente de amor trinitario: “El Padre
ama al Hijo, y Jesús no deja de decírnoslo: «El que me ha enviado está conmigo:
no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29).
El Padre lo ha proclamado bien alto en el Jordán, cuando escuchamos: «Tú eres mi
Hijo amado, en ti me he complacido» (Mc 1,11) y, más tarde, en el Tabor: «Éste
es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7). Jesús ha respondido, «Abbá», ¡papá!
Ahora nos revela, «como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros». Y,
¿qué haremos nosotros? Pues mantenernos en su amor, observar sus mandamientos,
amar
“Quien se deje amar por Cristo no sólo tendrá consigo la
salvación y la manifestación más grande del amor que el Padre Dios nos tiene,
sino que estará llamado a vivir en fidelidad a