San Juan 16, 20-23:
Jesús nos anima a no tener miedo, pues todo tiene un sentido en los planes de Dios, y todo será para bien de todosAutor: Padre Llucià Pou Sabaté
Hechos 18, 9-18:
9El
Señor dijo por la noche a Pablo en una visión: No temas, sigue hablando y no
calles, 10que yo estoy contigo y nadie se te acercará para dañarte; porque tengo
en esta ciudad un pueblo numeroso. 11Permaneció allí un año y seis meses
enseñando entre ellos la palabra de Dios.
12Era Galión procónsul de Acaya cuando los judíos
se amotinaron de común acuerdo contra Pablo y lo condujeron al tribunal,
13diciendo: Este induce a los hombres a dar culto a Dios al margen de la Ley.
14Cuando Pablo se disponía a hablar, dijo Galión a los judíos: Si se tratara de
un delito o de un grave crimen, ¡oh judíos!, sería razonable que os atendiera,
15pero si son cuestiones de palabras y de nombres y de vuestra Ley, resolvedlo
vosotros; yo no quiero ser juez de tales asuntos. 16Y los expulsó del tribunal.
17Entonces todos ellos agarraron a Sóstenes, el jefe de la sinagoga, y
comenzaron a golpearle delante del tribunal, pero nada de esto le importaba a
Galión.
18Después de permanecer allí bastante tiempo, Pablo
se despidió de los hermanos y embarcó hacia Siria. Iban con él Priscila y
Aquila, que se había rapado la cabeza en Cencreas porque había hecho un voto.
Salmo responsorial: 47/46, 2-3.4-5.6-7:
El Señor es rey de
todas las cosas. / 2Pueblos todos, batid palmas, / aclamad a Dios con gritos de
júbilo; / 3porque el Señor es sublime y terrible, / emperador de toda la tierra.
4Él nos somete los
pueblos / y nos sojuzga las naciones; / 5él nos escogió por heredad suya: /
gloria de Jacob, su amado.
6Dios asciende
entre aclamaciones; / el Señor, al son de trompetas: / 7tocad para Dios, tocad,
/ tocad para nuestro rey, tocad.
Evangelio según san Juan 16, 20-23:
“Jesús siguió diciendo a sus discípulos: vosotros estaréis
tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Recordad: La mujer
cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero en
cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro que pasó, por la inunda la
alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís
tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará
vuestra alegría. Y aquel día no me preguntaréis nada.”
Comentario:
1. Después de Filipos y de Atenas fue Corinto la tercera
ciudad de Europa que recibió el Evangelio. Una vez más Pablo será citado ante
-Siendo Galión procónsul, los Judíos se sublevaron contra
Pablo, decían: «Persuade a la gente para que adore a Dios de un modo extraño a
-Pablo permanece en Corinto un año y seis meses, enseñando
entre los corintios la palabra de Dios. Es preciso tratar de imaginar esa
pequeña comunidad naciente, en sus comienzos, durante ese primer año de
existencia. Pablo está allí, él, el apóstol. Y Pablo proclama
San Juan
Crisóstomo nos dice: «Mas en la cura de alma no hay que pensar en nada de eso
–medios violentos–; aparte del ejemplo, no se da otro medio ni camino de
salvación sino la enseñanza por la palabra. Este es el instrumento, éste es el
alimento, éste el mejor temple del aire. La palabra hace veces de medicina, ella
es nuestro fuego. Lo mismo si hay que quemar que si hay que cortar, de la
palabra tenemos que echar mano. Si este remedio nos falla, todos los demás son
inútiles. Con la palabra levantamos al alma caída y desinflamos a la hinchada, y
cortamos lo superfluo, y suplimos lo defectuoso, y realizamos, en fin, toda otra
operación conveniente para la salud de las almas».
-Algún tiempo
después, Pablo se embarcó, rumbo a Siria acompañado de Priscila y Aquila. Ha
nacido una nueva comunidad. Pablo marcha a otra parte. En cuanto juzga que
pueden prescindir de él se va en vistas a otra fundación, dejando la
responsabilidad a unos «ancianos» -presbíteros- a quienes ha nombrado cabeza de
grupo. Señor, haz que los cristianos sean activos y responsables (Noel Quesson).
También hoy puede
Dios decirnos: «muchos de esta ciudad son pueblo mío». A pesar de la mala fama
de Corinto, Dios espera que muchos se conviertan, porque están destinados a la
vida. ¿Tenemos derecho a desconfiar nosotros, o desanimarnos, porque nos parece
que nuestra sociedad está paganizada sin remedio? ¿no estarán destinados a ser
pueblo de Dios tantos jóvenes a quienes vemos desconcertados en la vida, o
tantas personas que parecen sumergidas irremediablemente en los intereses
materialistas del mundo de hoy? Cada uno de nosotros, tanto si somos pastores
como simples cristianos, pero interesados en que la fe en Cristo vaya calando
más en la sociedad y que su Pascua renueve este mundo, deberíamos sentirnos
estimulados a no tener miedo, a confiar en las personas, a trabajar con ilusión
renovada, porque seguro que Dios quiere la salvación de «esta ciudad» donde
vivimos, por muchos que sean los fracasos que podamos estar experimentando.
«Muchos de esta ciudad son pueblo mío», aunque no lo parezca a primera vista, o
aunque nos hayan dado ya más de un disgusto por su apatía y su poca respuesta.
Peor que las persecuciones exteriores -como la que le vino a Pablo en el curioso
episodio de hoy ante el procónsul Galión- son las interiores: los temores y
cansancios que podemos sentir cuando no vemos resultados en nuestro trabajo.
¿Quién somos nosotros para «dimitir» de nuestro empeño, cuando vemos que Dios
tiene paciencia y sigue depositando su esperanza en personas a las que nosotros
ya les hemos retirado todo voto de confianza? (J. Aldazábal).
Un santo apóstol en el siglo V solía repetir: Yo me
encuentro bien cuando disfruto de la armonía de cuerpo y espíritu, cuando
despierto en la mañana y conecto con la energía de
los cielos, cuando a la luminosidad del sol sumo la de mi alma abierta a los
demás, cuando al brillo del fuego añado el calor de mi amor a la verdad, cuando
a la rapidez del viento asocio el dinamismo de mi espíritu hacia Dios, cuando
asemejo a la estabilidad de la tierra la serenidad de mi espíritu ecuánime,
cuando accedo a la profundidad del mar y a la profundidad de mi propia alma,
cuando me muestro abierto a la comunicación sincera con los hombres y con Dios.
Hoy en la liturgia tenemos oportunidad de acercarnos a esa experiencia de
equilibrio humano-divino, y a la de su desequilibrio en el vivir y pensar
humano. Es la experiencia que vive san Pablo cuando, una noche cargada de duros
presagios, añorando la paz, se siente turbado y escucha la voz animadora del
Señor: no temas, Pablo, sigue adelante, no te calles, predica, que estoy
contigo. Pablo es ahí el hombre de bien, servidor de Dios, de los hombres, de la
palabra de verdad, que, hallándose dispuesto a servir y amar, siente en sus
espaldas el látigo de la persecución. Y es también la experiencia de los
discípulos de Jesús. Éstos, atemorizados y tristes porque el Señor se va a lo
alto del cielo y los deja en la tierra sin su protección, tiemblan; pero son
consolados con esta promesa de Jesús: volveré a vosotros y se alegrará de nuevo
vuestro corazón. ¡Cuánto les faltaba todavía para alcanzar el equilibrio que
adquirirán en su vida y acción postpentecostal! ¿No estamos también nosotros
necesitados de escuchar palabras de animación y consuelo en medio de las
dificultades con que tropieza nuestro deseo de santidad y de ser auténticos
evangelizadores? Danos, Señor, espíritu de discípulos en la escuela de la
verdad, del amor, del servicio, de la predicación del Reino, de la defensa de la
justicia y de la igualdad entre los hombres. Danos entrañas de misericordia, de
comprensión, de gratitud. Danos luz para no cerrarnos cada mañana a la luz que
es Cristo. Amén.
2. "El Señor, el Altísimo, es rey grande sobre toda la
tierra" (ver también el comentario al día de la Ascensión). Dios, Rey y soberano
de todo lo creado, nos ha manifestado su amor levantándose victorioso sobre los
pueblos que habitaban la tierra, y la entregó a la descendencia de Abraham y los
Patriarcas, como herencia suya. A nosotros nos manifestó su poder y su soberanía
cuando, por medio de su Hijo se levantó victorioso sobre aquel que nos retenía
bajo su dominio, el Maligno, y nos rescató para que, hechos hijos de Dios,
entremos a poseer los bienes definitivos en
3. Al evocar la
imagen de la mujer parturienta para describir el sufrimiento que espera a los
discípulos, el Evangelio les enseña a reconocer en ellos el signo de la venida
de los últimos tiempos. En la escritura, en efecto, los dolores del parto
caracterizan un castigo terrible (Gen 3,16; Jer 4,31; 6,24;13,21). Sin embargo,
son los únicos dolores que tienen un sentido porque traen una nueva vida al
mundo. La revolución que se va a producir será el paso del dolor del
alumbramiento escatológico (Is 66,7-15; Miq 4,9-10). Inherentes a su condición
humana y terrestre los sufrimientos de la tierra le aseguran una suerte idéntica
(Rom 8,14-22; Ap 12,1-6), al menos si permanece fiel a la vez a su vocación
escatológica y a su condición humana. La mujer del v. 16 es mencionada al mismo
tiempo que la hora. Ahora bien, dato curioso, cada vez que una mujer madre es
mencionada en San Juan es asociada a este tema de la hora (Jn 2, 4; 16, 21; 19,
25-27), a excepción del episodio de la mujer adúltera (Jn 8, 1-11). Es posible
pensar que Juan elabora con este procedimiento una misteriosa alegoría. Juan
afirma, pues, que la hora de la mujer madre es la misma que la hora de Jesús, la
de su muerte y la de su resurrección. Así, pues, el nacimiento de Jesús a una
vida nueva es obra de una mujer, su madre, cuya alegría es grande por haber dado
este hombre al mundo. Juan piensa, ante todo, en Eva, que "consiguió un hombre"
(Gén 4, 1) cuando el nacimiento de su hijo. Piensa también en la propia Madre de
Jesús (Jn 19, 25-27) que alumbra simbólicamente a la nueva humanidad en el
momento en que Jesús nace a la nueva vida. Imagen de la Iglesia que da a luz a
la nueva humanidad a través de los dolores escatológicos (cf. Is 66, 7-8, de
donde Jesús toma el v. 22b: "vuestro corazón se alegrará", e Is 26, 17-21, de
donde Jesús toma la expresión "poco tiempo"). Lo mismo que Eva trajo al mundo a
la nueva humanidad, la mujer-Iglesia va a traer al mundo a la nueva humanidad,
comenzando por Jesús resucitado en los dolores de María.
¿Cómo el
sufrimiento, tan aniquilador, puede ser alumbramiento del Reino? Sería falso
creer que Dios se sirve deliberadamente del sufrimiento como de una etapa a
través de la cual preparase la instauración de su Reino. Dios permite el
sufrimiento -simplemente porque quiere criaturas libres y comprometidas en el
cosmos-, pero no lo quiere. No es El quien ha inventado el sufrimiento porque
sea la etapa necesaria que inaugura su Reino. ¿Cómo puede entonces un
sufrimiento engendrar este Reino? Parece ciertamente que se deba a la llamada de
la profundidad del ser que el dolor provoca. En efecto, el sufrimiento suscita
un por qué que puede llevar a la negación y a la rebeldía, pero que descubre a
aquel que sufre un poder de abstraerse de su sufrimiento para aceptarlo y
apreciarlo. En esta profundidad de la persona, el yo descubre que su libertad es
salvable, que puede vivir su sufrimiento aceptando tomar la mano que se le
tiende, la del único mediador que da un sentido a todo, incluso a aquello que El
no ha querido (Maertens-Frisque).
Jesús dijo esto la
víspera de morir. Nos imaginamos muy bien la tristeza de los discípulos en la
ausencia de Jesús, por su muerte. La comunidad se encuentra en el mundo sin el
apoyo externo de Jesús, expuesta a los ataques, la tristeza, las acusaciones y
el desconcierto. El evangelista contempla con una sola mirada, la situación de
los discípulos en la muerte de Jesús y la situación de los cristianos de todos
los tiempos. Nos encontramos con ese fenómeno singular de la alegría del mundo
incrédulo. Frente a la fe, el mundo muestra ese sentimiento de superioridad, que
le hace mirarla con desprecio, por encima del hombro y equipararla poco más o
menos, con la estupidez o la falta de luces. "Pero vuestra tristeza se
convertirá en alegría" "Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor"
(20,20). También es verdad hoy. ¿Tengo yo la experiencia del paso de la tristeza
a la alegría, a partir de Jesús? Estar bajo de moral, desanimado, incapaz de
encontrar humanamente una solución, aplastado por una situación? Ponerse a
rezar... Ir a un lugar silencioso y hablar a Jesús. Tomar el evangelio y leer
con calma la primera página que se nos presenta... hablar con un sacerdote o con
un hombre o mujer de fe... y sucede lo que dice Jesús: la tristeza se cambia en
gozo. Nada cambia en las circunstancias externas -el mal o la desgracia siguen
existiendo, desgraciadamente- y sin embargo la tristeza se ha cambiado en gozo.
Una alegría brota misteriosamente como una fuente en el desierto.
Una de las
parábolas más cortas... Una de las más emotivas observaciones de Jesús. Una
pista para resolver el problema del mal; ¿por qué hay sufrimiento? Paul Claudel
escribió iluminadamente "Dios no vino a suprimir el sufrimiento, ni siquiera a
explicarlo, vino a llenarlo de su presencia". Para Jesús, los sufrimientos de
esta vida no son sufrimientos de agonía, que conducen a la muerte. Son
sufrimientos de parto, de alumbramiento, que conducen a la vida. Es una visión
nueva de las cosas. Todo sufrimiento, dice Jesús es fecundo. Jesús no dejará a
los suyos en la estacada. Volverá a verlos. Con ese encuentro va también unida
la experiencia de la alegría colmada y que ningún poder del mundo hará
desaparecer. "Y se alegrará vuestro corazón". Si el corazón se alegra, se alegra
todo el hombre desde su raíz más profunda. Y si la alegría no le puede ser
arrebatada es que se trata de la alegría que nunca se acaba, de la alegría
eterna. Por la comunión, Cristo muerto y resucitado, se hace nuestra fuerza
gozosa para pasar triunfalmente por el sufrimiento que encontramos en la vida.
-Sí, en verdad os
digo: vosotros lloraréis y gemiréis... y el mundo se alegrará... No olvidemos
que Jesús dijo esto la víspera de morir. De hecho nos imaginamos muy bien la
aflicción de los discípulos, mientras que los enemigos que decidieron y lograron
su muerte... se gozarán en el triunfo aparente.
-Pero vuestra
tristeza se convertirá en gozo. Fue verdad entonces. Imaginemos la alegría de
Pascua que se difundió de discípulo a discípulo: "Ha resucitado... ha
resucitado... le han visto... vive..." Es verdad hoy... ¿Tengo yo la experiencia
del paso de la aflicción a la alegría, a partir de Jesús? Estar "bajo de moral",
desanimado, rebasado por los acontecimientos, incapaz de encontrar humanamente
una solución, bloqueado por el propio pecado o el de los demás, aplastado por
una enfermedad... Ponerse, sin saber por qué, a rezar... Ir a un lugar
silencioso y hablar a Jesús... Tomar el evangelio y leer con calma, la primera
página que se nos presenta... Ir a ver a un amigo y hablar... Ir a encontrar a
un sacerdote y confesarse... Y he aquí que a veces la ¡"tristeza se cambia en
gozo"! Sucede también que nada ha cambiado en las circunstancias externas -el
mal o la desgracia, subsisten desgraciadamente- y sin embargo, la tristeza se ha
cambiado en gozo. Gracias, Señor. Concede esta alegría a todos los que están en
la tristeza: una alegría conquistada, una alegría que sigue a la pena, una
alegría que, misteriosamente, como una fuente, rezuma en tierra árida.
-La mujer, cuando
va a dar a luz, siente tristeza porque llega su hora. Pero cuando su hijo ha
nacido, ya no se acuerda de la tribulación por el gozo que tiene de haber dado
un hombre al mundo. Una de las parábolas más cortas... Una de las más emotivas
observaciones de Jesús. Un "hecho de vida" real tan a menudo observable... y que
Jesús interpreta como un símbolo profundamente evocador. Una actitud vital. Una
certeza divina. Un acceso al problema del mal: por qué hay sufrimiento? Para ti,
Señor, los sufrimientos de aquí abajo no son sufrimientos de agonía -que
conducen a la muerte-... son sufrimientos de alumbramiento -que conducen a la
vida-... Una visión nueva de las cosas. Un optimismo invencible; el dolor mismo
no se pone entre paréntesis, se sublima. Todo sufrimiento, dice Jesús, es
fecundo. Sí, ¡esto es lo que has prometido a tus discípulos, Señor! Un
"alumbramiento" se está produciendo en el corazón de la historia: un "hombre
nuevo" está naciendo. ¿Participo yo en esto? ¿He asumido en mi vida el símbolo
de la cruz? ¿Qué calidad tiene mi alegría? ¿Qué es lo que hago con mis
sufrimientos? ¿Qué es lo que hago "venir al mundo"?
-Vosotros también
ahora estáis tristes. Pero de nuevo os veré y se alegrará vuestro corazón, y
nadie será capaz de quitaros vuestra alegría. En aquel día no me preguntaréis
nada... Son éstas unas de las últimas palabras humanas que Jesús dijo a sus
amigos. Dentro de algunos segundos (Jn 17, 11) Jesús se pondrá a hablar a su
Padre. Lo hombres seguirán orando... pero es a Dios a quien Jesús dirigirá las
últimas palabras que ha de decir antes de que llegue Judas y su banda, armada
con espadas y palos. Al final de su vida, lo que comunica Jesús a sus amigos ¡es
la alegría! Jesús; repíteme esto. Y que nadie me arrebate esta alegría que Tú me
has dado. Gracias, Señor (Noel Quesson).
La tristeza de los
discípulos ante la marcha de Jesús está destinada a convertirse en alegría,
aunque ellos todavía no entiendan cómo. Nosotros, leyéndolo desde la perspectiva
de la Pascua, sí que conocemos que la resurrección de Jesús llenará de alegría a
la primera comunidad. Precisamente hemos estado leyendo la historia de esta
comunidad en el libro de los Hechos: una historia invadida de dinámica energía.
Hoy Jesús describe muy expresivamente en qué consiste la alegría para sus
seguidores: «cuando da a luz… ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al
mundo le ha nacido un hombre». Es una alegría profunda, no superficial, que pasa
a veces por el dolor y la renuncia, pero que es fecunda en vida. Como la alegría
de la Pascua de Cristo, que a través de la muerte alumbra un nuevo mundo y salva
a la humanidad.
Si la alegría es
un fruto característico de la Pascua que estamos celebrando, podemos
preguntarnos cómo estamos de alegría interior en nuestra vida. ¿Es una
asignatura aprobada o suspendida en nuestra comunidad?, ¿de veras creemos
nosotros mismos la Buena Noticia de la Pascua del Señor?, ¿es ése el motor que
nos mueve en nuestra vida cristiana?, ¿o vivimos resignados, indolentes,
desalentados, apáticos?, ¿se nota que hace seis semanas que estamos celebrando y
viviendo la Pascua? También tendríamos que recordar qué clase de alegría nos
propone Jesús: la misma que la de él, que supuso fidelidad y solidaridad hasta
la muerte, pero que luego engendró nueva vida. Como el grano de trigo que muere
para dar vida. Como la mujer que sufre pero luego se llena de alegría ante la
nueva vida que ha brotado de ella. Así la Iglesia ha ido dando a luz nuevos
hijos a lo largo de la historia, y muchas veces lo ha hecho con sacrificio.
Nosotros queremos alegría a corto plazo. O alegría sin esfuerzo. Y nada válido
se consigue, ni en el orden humano ni en el cristiano, sin esfuerzo, y muchas
veces sin dolor y cruz. Ojalá se pueda decir de nosotros, ahora que estamos
terminando la vivencia de la Pascua, que «se alegrará vuestro corazón y nadie os
quitará vuestra alegría» (J. Aldazábal). «Levanta nuestros corazones hacia el
Salvador que está sentado a tu derecha» (oración).
Ya lo dice la sevillana: "algo se muere en el alma, cuando
un amigo se va". No le resulta sencillo a Jesús conseguir que los discípulos
superen la tristeza después de haberles anunciado su marcha. No se diferenciaba
mucho de nosotros, a quienes tanto nos cuesta superar los momentos difíciles.
Pareciera que los esculpimos en granito, cuando lo que debiéramos sellar sobre
piedra son los momentos de alegría y plenitud, reservando para la orilla de la
playa aquellos momentos peores. Con la segunda ola todo quedará borrado. Cada
vez que observo por la televisión el rostro de un palestino o un israelí tocado
por la muerte o la destrucción adivino en sus ojos que acaban de esculpir en la
roca de su corazón un odio eterno al enemigo. Nada más elocuente que ver a un
niño sin alegría, sin sonrisa, sin vida en los ojos, lanzando una piedra contra
un tanque. Una característica de la vida del creyente debería ser la alegría.
Incluso cuando muerte y vida, tristeza y gozo, salud y dolor formen todavía
parte de la humanidad. Es una alegría profunda, no superficial, que pasa a veces
por el crisol del dolor y la renuncia, pero que es fecunda en vida. Es la
alegría del grano de trigo que muere para dar fruto. Es la alegría de la madre
ante la nueva vida que ha brotado de ella. No encontraremos persona más alegre
que un cristiano que vive a tope su vocación de entrega a los demás. Así la
debió vivir san Juan de Ávila. Un estupendo ejemplo para todos los ministros
ordenados. Aprendamos de la mujer-madre: en ella concurren sucesivamente
tristeza-dolor y triunfante alegría, porque el don de la maternidad es muy
grande; pues así también nosotros, hijos de Dios, discípulos de Cristo,
caminaremos de la prueba-sufrimiento-tristeza
hacia la alegría-consuelo-fecundad del gozo en el
Espíritu.
«Con tu Sangre,
Señor, has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación;
has hecho de ellos una dinastía sacerdotal que sirva a Dios. Aleluya» (Ap
5,9-10; ant. entrada). Y pedimos en la Colecta: «Escucha Señor nuestras
súplicas, para que la predicación del Evangelio extienda por todo el mundo la
prometida salvación de tu Hijo y todos los hombres alcancen la adopción filial
que Él anunció dando testimonio de la verdad». En Él todo lo tenemos. Por lo
tanto no tenemos razón para la tristeza, sino para una gran alegría en el Señor.
Así dice San Gregorio Nacianceno: «Vengamos a ser como Cristo, ya que Cristo es
como nosotros. Lleguemos a ser dioses por Él, ya que Él es hombre por nosotros.
Él ha tomado lo que es inferior para darnos lo que es superior. Se ha hecho
pobre, para que su pobreza nos enriquezca (2 Cor 8,9); ha tomado forma de
esclavo (Flp 2,7) para que nosotros recobremos la libertad (Rom 8,21); se ha
bajado para alzarnos a nosotros; aceptó la tentación para hacernos vencedores;
ha sido deshonrado para glorificarnos; murió para salvarnos y subió al cielo
para unirnos a su séquito, a nosotros, que estábamos derribados a causa del
pecado».
“Comenzamos el Decenario del Espíritu Santo. Reviviendo el
Cenáculo, vemos a
“Ha llegado la hora de Jesús. De su costado herido nacerá