San Juan 16, 23-28:
Vemos hoy la recomendación de pedir en nombre de Jesús, rezar es el fundamento de toda actividad: así se hace el Reinado de Jesús en paz y amorAutor: Padre Llucià Pou Sabaté
Hechos de los
apóstoles 18, 23-28:
23Pasó allí algún tiempo y marchó recorriendo una
tras otra las regiones de Galacia y Frigia, y confortaba a todos los discípulos.
24Un judío llamado Apolo, de origen alejandrino,
hombre elocuente y muy versado en ls Escrituras, llegó a Efeso. 25Había sido
instruido en el camino del Señor. Hablaba con fervor de espíritu y enseñaba con
esmero lo referente a Jesús, aunque sólo conocía el bautismo de Juan. 26Comenzó
a hablar con libertad en la sinagoga. Al oírle Priscila y Aquila le tomaron
consigo y le expusieron con más exactitud el camino de Dios. 27Como deseaba
pasar a Acaya, los hermanos le animaron y escribieron a los discípulos para que
le recibieran. Cuando llegó fue de gran provecho, con la gracia divina, para los
que habían creído, 28pues refutaba vigorosamente en público a los judíos
demostrando por las Escrituras que Jesús es el Cristo.
Salmo responsorial: 46, 2-3.8-9.10 Dios es el Rey del mundo.
2Pueblos todos, batid palmas,
/ aclamad a Dios con gritos de júbilo;
/ 3porque el Señor es sublime y terrible,
/ emperador de toda la tierra.
8Porque Dios es el rey del mundo:
/
tocad con maestría.
/ 9Dios reina sobre las naciones,
/ Dios se sienta en su trono sagrado.
10Los príncipes de los gentiles se reúnen
/ con el pueblo del Dios de Abrahán;
/ porque de Dios son los grandes de la tierra,
/ y él es excelso.
Evangelio según san Juan 16, 23-28:
En verdad, en
verdad os digo: si algo pedís al Padre en mi nombre, os lo concederá. Hasta
ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro
gozo sea completo.
Os he dicho estas cosas por medio de comparaciones.
Llega la hora en que ya no os hablaré por comparaciones, sino que abiertamente
os anunciaré las cosas acerca del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre, y no
os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque
vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre y
vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre.
Comentario:
1.
Comienza el
tercer viaje apostólico de Pablo. Procedente de Éfeso, desembarcó en Cesarea,
subió a saludar
-Habiéndolo oído,
Priscila y Aquila lo tomaron consigo y le expusieron más exactamente el «camino»
que lleva a Dios. Un hogar cristiano, unos laicos cristianos se encargan de
Apolo para ayudarle a avanzar en su fe. ¡Descubrir el "camino que conduce a
Dios"! Señor, pon cerca de los que andan buscando, a laicos cristianos capaces
de prestar ese servicio: ser un punto de referencia en el camino que conduce
hasta Ti. ¿Hay a mi alrededor quienes andan buscando? ¿Les presto atención?
¿Cómo es mi plegaria?
-Queriendo Apolo
ir a Grecia, los hermanos le animaron a ello y escribieron a los discípulos para
que le hicieran una buena acogida. Decididamente, ¡la labor apostólica marcha! Y
se pone de relieve la importancia de la «acogida». Un grupo no es verdaderamente
cristiano si no permanece «abierto». Una comunidad cristiana no es un Club,
reservado al que «presenta el carnet de socio». Corinto dará acogida a un
cristiano procedente de Alejandría y de Éfeso. ¿Cómo son acogidos los extraños
en nuestras comunidades?
-Una vez allí, fue
de gran provecho a los creyentes, con el auxilio de la gracia, porque demostraba
por las Escrituras que Jesús era el Mesías, el Cristo. Llegará a tener tanto
éxito en Corinto, que provocará incluso clanes en torno a su nombre: «yo, soy de
Apolo... yo, soy de Pablo...». Por el momento, san Lucas se regocija de la
elocuencia de Apolo. Y da gracias a Dios por la calidad de sus sermones. Señor,
ayúdanos a poner nuestras dotes personales al servicio del evangelio y de
nuestros hermanos (Noel Quesson).
El tercero de los viajes de Pablo comienza también en
Antioquía, su lugar de referencia, y pasa por las comunidades «animando a los
discípulos». El centro de este viaje se situará en Éfeso. Pero la lectura de hoy
es como un paréntesis en la historia de Pablo, porque se refiere a Apolo. Apolo
era un judío que se había formado en Alejandría de Egipto, y hablaba muy bien,
porque era experto en
Nada de celos apostólicos. Todos debemos involucrarnos en
el anuncio del Evangelio. Más aún, quienes tienen más clara la doctrina del
Señor tienen obligación de enseñarla a sus hermanos, no para atiborrarlos de
conceptos en su cabeza, sino para ayudarles a dar un testimonio cada vez más
creíble y eficaz del Nombre del Señor; testimonio nacido no sólo del estudio,
sino de la experiencia personal del Señor que dará una nueva orientación a la
vida de su enviado. Esto nos debe llevar a preocuparnos con toda lealtad de la
mutua evangelización, así como nos dedicamos a la evangelización de los no
creyentes. Tal vez haya muchos sectores de nuestra Iglesia que vivan casi como
paganos; círculos en los que ya no se conozca a Dios. El Señor nos envía a
evangelizar a quienes jamás han oído hablar de Él porque, aun cuando se les
bautizó, jamás se les habló del Señor y se dejó que la vida de fe se marchitara
demasiado pronto. Abramos nuestros ojos hacia el interior de
¿Qué hubiéramos hecho nosotros si se presenta en nuestra
comunidad un laico que predica sobre Jesús por libre, tal vez con un lenguaje no
del todo ajustado? En Éfeso el laico Apolo tuvo la suerte de encontrarse con
unas personas, colaboradoras de Pablo, que le acogieron y le ayudaron a formarse
mejor. Y así lograron un buen catequista y predicador de Cristo, al que la
comunidad de Antioquia concedió un voto de confianza, encomendándole una misión
nada fácil en Grecia. Una vez más somos invitados a ser abiertos de corazón, a
saber reconocer el bien donde está. Nadie tiene el monopolio de la verdad. El
criterio no tiene que ser ni la edad ni el sexo ni la raza ni si se pertenece o
no al clero. Es verdad que Cristo encomendó la última responsabilidad y el
magisterio decisivo a los apóstoles y sus sucesores. Pero la historia de la
primera comunidad nos enseña que también este ministerio se tiene que
desarrollar con una mentalidad abierta, sabiendo reconocer signos de la voz del
Espíritu también en los laicos y en toda la comunidad. Los laicos,
afortunadamente cada vez más, tienen un papel importante en la tarea de la
evangelización encomendada a toda
2. Se repite el
salmo en la primera estrofa, y añadimos la parte final. Como decía Juan Pablo
II, “se trata de un himno a Dios, Señor del universo y de la historia: "Dios es
el rey del mundo (...). Dios reina sobre las naciones" (vv. 8-9)”, en la primera
parte se habla más de dominación y “en la segunda parte la relación es de
asociación: "los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de
Abraham" (v. 10). Así pues, se nota un gran progreso…
El segundo momento
del salmo (cf. vv. 7-10) está abierto a otra ola de alabanza y de canto
jubiloso: "Tocad para Dios, tocad; tocad para nuestro rey, tocad; (...) tocad
con maestría" (vv. 7-8). También aquí se alaba al Señor sentado en el trono en
la plenitud de su realeza (cf. v. 9). Este trono se define "sagrado", porque es
inaccesible para el hombre limitado y pecador. Pero también es trono celestial
el Arca de la alianza presente en la zona más sagrada del templo de Sión. De ese
modo el Dios lejano y trascendente, santo e infinito, se hace cercano a sus
criaturas, adaptándose al espacio y al tiempo (cf. 1 Re 8,27.30).
El salmo concluye
con una nota sorprendente por su apertura universalista: "Los príncipes de los
gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham" (v. 10). Se remonta a
Abraham, el patriarca que no sólo está en el origen de Israel, sino también de
otras naciones. Al pueblo elegido que desciende de él se le ha encomendado la
misión de hacer que todas las naciones y todas las culturas converjan en el
Señor, porque él es Dios de la humanidad entera. Proviniendo de oriente y
occidente se reunirán entonces en Sión para encontrarse con este rey de paz y
amor, de unidad y fraternidad (cf. Mt 8,11). Como esperaba el profeta Isaías,
los pueblos hostiles entre sí serán invitados a arrojar a tierra las armas y a
convivir bajo el único señorío divino, bajo un gobierno regido por la justicia y
la paz (cf. Is 2,2-5). Los ojos de todos contemplarán la nueva Jerusalén, a la
que el Señor "asciende" para revelarse en la gloria de su divinidad. Será "una
muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y
lengua (...). Todos gritaban a gran voz: "La salvación es de nuestro Dios, que
está sentado en el trono, y del Cordero"" (Ap 7,9-10)”. Pedimos en la Colecta:
«Mueve, Señor nuestros corazones para que fructifiquen en buenas obras y, al
tender siempre hacia lo mejor, concédenos vivir plenamente el misterio pascual».
3. –“Cuanto pidiereis al Padre, os lo dará en mi nombre.
Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre”. Ver su plegaria acogida...
Rogar "en nombre de Jesús"... ¿Qué quiere decir esto? “Una
oración al Dios de mi vida (Sl 41,9). Si Dios
es para nosotros vida, no debe extrañarnos que nuestra existencia de cristianos
haya de estar entretejida en oración. Pero no penséis que la oración es un acto
que se cumple y luego se abandona. El justo
encuentra en la ley
de Yavé su complacencia y a aco
Recordad lo que, de Jesús, nos narran los
Evangelios. A veces, pasaba la noche entera ocupado en coloquio íntimo con su
Padre. ¡Cómo enamoró a los primeros discípulos la figura de Cristo orante!
Después de contemplar esa constante actitud del Maestro, le preguntaron:
Domine, doce nos
orare (Lc 11,1), Señor, enséñanos a orar así.
San Pablo -orationi
instantes (Rm 12,12), en la oración continuos,
escribe- difunde por
El temple del buen cristiano se adquiere, con la
gracia, en la
En otras ocasiones nos bastarán dos o tres
expresiones, lanzadas al Señor como saeta,
iaculata:
jaculatorias, que aprendemos en la lectura atenta de la historia de Cristo:
Domine, si
vis, potes me mundare (Mt 8,2), Señor, si
quieres, puedes curarme;
Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te (Jn 21,17),
Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo;
Credo, Domine, sed
adiuva incredulitatem team (Mt 9,23), creo,
Señor, pero ayuda mi incredulidad, fortalece mi fe;
Domine, non sum
dignus (Mt 8,8), ¡Señor, no soy digno!;
Dominus meus et
Deus meus (Jn 20,18), ¡Señor mío y Dios mío!… U
otras frases, breves y afectuosas, que brotan del fervor íntimo del alma, y
responden a una circunstancia concreta.
La vida de oración ha de fundamentarse además en
algunos ratos
Gracias a esos ratos de meditación, a las oraciones
vocales, a las jaculatorias, sabremos convertir nuestra jornada, con naturalidad
y sin
Por eso, cuando un cristiano se mete por este
camino del trato ininterrumpido con el Señor -y es un camino para todos, no una
senda para privilegiados-, la vida interior crece, segura y firme; y se afianza
en el hombre esa lucha, amable y exigente a la vez, por realizar hasta el fondo
la voluntad de Dios.
Desde la vida de oración podemos entender ese otro
tema que nos propone la f
Con la maravillosa normalidad de lo di
-“Pedid y
recibiréis, a fin de que vuestro gozo sea completo”. La oración, fuente de
gozo... fuente de expansión... fuente de equilibrio. El mundo occidental, ¿no
debería retornar a esta fuente? Orar. Pasar tiempo en la contemplación, en el
reposo en Dios: quién sabe si no veremos volver esto desde las planicies del
Ganges, o las arenas del desierto... o quizá también del hastío de nuestras
vidas occidentales materializadas y encerradas en el "cerco de hierro" de una
humanidad, a la que se le ha hecho creer que no hay nada más, que no tiene
salida, que el hombre está encerrado en sí mismo... Pero ¡no! Hay una abertura:
hay un mundo divino, próximo, cercano a ti, que te envuelve por doquier... y en
el que la oración puede introducirte. Imposible experimentarlo en lugar de los
demás. Hay que penetrar uno mismo en ello. Orad a fin de que vuestro gozo sea
completo.
-“Llega la hora en
que ya no os hablaré más en parábolas, sino que os hablaré claramente del Padre.
Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que Yo rogaré al Padre por
vosotros, pues el mismo Padre os ama, porque vosotros me habéis amado y creído
que Yo he salido de Dios”. ¿Qué significan estas palabras? La abolición de las
distancias. Entre Dios y los creyentes, hay una comunicación directa... que
viene, por parte de Dios, de una actitud de amor -el Padre mismo os ama-... y
por parte del hombre, de una actitud de fe y de amor -porque me habéis amado y
habéis creído en mí. Entre el universo invisible y el universo visible, no hay
muros. De la tierra, suben sin cesar plegarias, de amor y de fe. Del cielo,
descienden sin cesar gracias y palabras divinas, de amor.
-“Salí del Padre y
vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre”. Sí, en verdad
Jesucristo es "la comunicación" entre estos dos mundos, que no están cerrados el
uno al otro. El ha venido de ese mundo invisible, divino, celeste; que nos
envuelve por todas partes. El nos lo ha revelado. Ha desvelado lo que estaba
escondido en Dios: todo se resume en una sola palabra... Dios ama... Dios es
Padre... Dios es amor... Ha vuelto a ese mundo invisible, divino, celeste, a ese
mundo donde el amor es rey, a ese mundo donde el amor hace dichoso, a ese mundo
donde las relaciones entre las Personas son totalmente satisfactorias, logradas,
¡y perfectas! ¿Vamos nosotros a beber, de vez en cuando, a esta fuente? (Noel
Quesson).
Jesús sigue
profundizando tanto en su relación con el Padre como en las consecuencias que
esta unión tiene para sus seguidores: esta vez respecto a su oración. Ahora que
Jesús «vuelve al Padre», que es el que le envió al mundo, les promete a sus
discípulos que la oración que dirijan al Padre en nombre de Jesús será eficaz.
El Padre y Cristo están íntimamente unidos. Los seguidores de Jesús, al estar
unidos a él, también lo están con el Padre. El Padre mismo les ama, porque han
aceptado a Cristo. Y por eso su oración no puede no ser escuchada, «para que
vuestra alegría sea completa».
La eficacia de
nuestra oración por Cristo se explica porque los que creemos en él quedamos
«incardinados» en su viaje de vuelta al Padre: nuestra unión con Jesús, el
Mediador, es en definitiva unión con el Padre. Dentro de esa unión misteriosa -y
no en una clave de magia- es como tiene sentido nuestra oración de cristianos y
de hijos. Cuando oramos, así como cuando celebramos los sacramentos, nos unimos
a Cristo Jesús y nuestras acciones son también sus acciones. Cuando alabamos a
Dios, nuestra voz se une a la de Cristo, que está siempre en actitud de
alabanza. Cuando pedimos por nosotros mismos o intercedemos por los demás,
nuestra petición no va al Padre sola, sino avalada, unida a la de Cristo, que
está también siempre en actitud de intercesión por el bien de la humanidad y de
cada uno de nosotros. La clave para la oración del cristiano está en la consigna
que Jesús nos ha dado: «permaneced en mí y yo en vosotros», «permaneced en mi
amor». Por eso el Padre escucha siempre nuestra oración. No se trata tanto de
que él responda a lo que le pedimos. Somos nosotros los que en este momento
respondemos a lo que él quería ya antes. Orar es como entrar en la esfera de
Dios. De un Dios que quiere nuestra salvación, porque ya nos ama antes de que
nosotros nos dirijamos a él. Como cuando salimos a tomar el sol, que ya estaba
brillando. Como cuando entramos a bañarnos en el agua de un río o del mar, que
ya estaba allí antes de que nosotros pensáramos en ella. Al entrar en sintonía
con Dios, por medio de Cristo y su Espíritu, nuestra oración coincide con la
voluntad salvadora de Dios, y en ese momento ya es eficaz. Aunque no sepamos en
qué dirección se va a notar la eficacia de nuestra oración, se nos ha asegurado
que ya es eficaz. Nos lo ha dicho Jesús: «todo cuanto pidáis en la oración,
creed que ya lo habéis recibido» (Mc 11,24). Sobre todo porque pedimos en el
nombre de Jesús, el Hijo en quien somos hermanos, y por tanto también nosotros
somos hijos de un Padre que nos ama (J. Aldazábal).
“El Padre os ama,
porque vosotros me queréis y habéis creído”. Y comenta San Agustín: «¿Nos ama Él
porque le amamos nosotros, o más bien le amamos porque nos ama Él? Responde el
mismo evangelista en su carta: “Nosotros le amamos porque Él nos ha amado
primero”. Nosotros hemos llegado a amar porque hemos sido amados. Don es
enteramente de Dios el amarle. Él, que amó sin haber sido amado, lo concedió
para ser amado. Hemos sido amados sin tener méritos para que en nosotros hubiera
algo que le agradase. Y no amaríamos al Hijo si no amásemos también al Padre. El
Padre nos ama porque amamos al Hijo, habiendo recibido del Padre y del Hijo el
poder amar al Padre y al Hijo, difundiendo la caridad en nuestros corazones el
Espíritu de ambos, por el cual amamos al Padre y al Hijo, amando también a ese
Espíritu con el Padre y el Hijo. Ese amor filial nuestro con que honramos a
Dios, lo creó Dios, y vio que era bueno; por eso Él amó lo que Él hizo. Pero no
hubiera creado en nosotros lo que Él pudiera amar si, antes de crearlo, Él no
nos hubiese amado».
“¿Y dejas, Pastor,
Santo, tu grey en este valle hondo, oscuro, / en soledad y llanto; y tú,
rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes
bienhadados y los ahora tristes y afligidos, / a tus pechos criados, de ti
desposeídos, ¿a dónde volverán ya sus sentidos?” “Hoy, en vigilias de la fiesta
de la Ascensión del Señor, el Evangelio nos deja unas palabras de despedida
entrañables. Jesús nos hace participar de su misterio más preciado; Dios Padre
es su origen y es, a la vez, su destino: «Salí del Padre y he venido al mundo.
Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). No debiera dejar de
resonar en nosotros esta gran verdad de la segunda Persona de la Santísima
Trinidad: realmente, Jesús es el Hijo de Dios; el Padre divino es su origen y,
al mismo tiempo, su destino. Para aquellos que creen saberlo todo de Dios, pero
dudan de la filiación divina de Jesús, el Evangelio de hoy tiene una cosa
importante a recordar: “aquel” a quien los judíos denominan Dios es el que nos
ha enviado a Jesús; es, por tanto, el Padre de los creyentes. Con esto se nos
dice claramente que sólo puede conocerse a Dios de verdad si se acepta que este
Dios es el Padre de Jesús. Y esta filiación divina de Jesús nos recuerda otro
aspecto fundamental para nuestra vida: los bautizados somos hijos de Dios en
Cristo por el Espíritu Santo. Esto esconde un misterio bellísimo para nosotros:
esta paternidad divina adoptiva de Dios hacia cada hombre se distingue de la
adopción humana en que tiene un fundamento real en cada uno de nosotros, ya que
supone un nuevo nacimiento. Por tanto, quien ha quedado introducido en la gran
Familia divina ya no es un extraño. Por esto, en el día de la Ascensión se nos
recordará en la Oración Colecta de la Misa que todos los hijos hemos seguido los
pasos del Hijo: «Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias
en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya
nuestra victoria, y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos
llegar también nosotros como miembros de su cuerpo». En fin, ningún cristiano
debiera “descolgarse”, pues todo esto es más importante que participar en
cualquier carrera o maratón, ya que la meta es el cielo, ¡Dios mismo!” (Xavier
Romero)
“Pedid y
recibiréis”... Per algunos dicen: “¿Para qué rezar, si no conseguimos nada?
¿Para qué rezar, si a veces sentimos un muro de soledad a nuestro alrededor?”
Puede ser que no recemos con fe, o que no pidamos lo que nos conviene. Santa
Teresa del Niño Jesús escribía lo siguiente: "Para mí, la oración es un impulso
del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de
reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la
alegría". Entonces sí vale la pena rezar, pues “sólo se ve la luz en medio de la
oscuridad cuando miramos hacia delante, cuando descubrimos que Cristo pasó antes
que nosotros por la prueba de la cruz, y ahora está con Dios Padre, y nos
espera, y nos prepara un lugar. También el cristiano puede ganar mucho si sabe
orar en el nombre de Cristo, si no se deja aplastar por el dolor o el fracaso.
Toca a Dios decidir si nos concede eso que pedimos desde lo más profundo del
corazón. Pero incluso cuando no llega el regalo que pedimos, no nos faltará el
consuelo de saber que estamos en sus manos. ¿No es eso ya vivir en oración, el
mejor regalo que podemos recibir de nuestro Padre de los cielos?” (Fernando
Pascual).
“Orar, orar en el
Nombre de Jesús. Esto significa que Él será el que, como Hijo, se dirija al
Padre Dios desde nosotros. Y el Padre Dios nos ama porque hemos creído en Aquel
que Él nos envió, y que sabemos que procede del Padre. Por eso Él escucha la
oración que su Hijo eleva desde nosotros. Pidamos que nos conceda en abundancia
su Espíritu; pidamos que nos dé fortaleza en medio de las tribulaciones que
hayamos de sufrir por anunciar su Evangelio. No nos centremos en cosas
materiales. Ciertamente las necesitamos; y, sin egoísmos, desde nuestras manos
Dios quiere remediar la pobreza de muchos hermanos nuestros. Pero pidámosle de
un modo especial al Señor que nos ayude a vivir y a caminar como auténticos
hijos suyos, para que todos experimente la paz y la alegría desde la Iglesia,
sacramento de salvación en el mundo.
Reunidos en esta celebración del Memorial del Misterio
Pascual de Cristo, estando en comunión de vida con Él, desde Él dirigimos
nuestra oración de alabanza y de súplica a nuestro Dios y Padre. El Señor
escucha el clamor de sus hijos. Él nos concederá todo lo que le pidamos, siempre
y cuando no vengamos a Él con un corazón torcido, buscando sólo nuestros
intereses egoístas. Dios nos quiere como testigos suyos en el mundo. Él nos
concederá todo lo que necesitemos para cumplir fiel y eficazmente con esa Misión
que nos confía. Por eso la celebración de la Eucaristía más que un acto de
piedad, es todo un compromiso para llenarnos de Dios y para poder llevarlo a la
humanidad entera, desde la experiencia que de Él hayamos tenido en su Iglesia.
Al recibir los dones de Dios nosotros también debemos escuchar el clamor de los
pobres y de los más desprotegidos. En la medida de todo aquello que el Señor nos
ha concedido, debemos concederle a nuestro prójimo el cumplimiento de sus
legítimos deseos, expresados como una oración cuando contemplamos las diversas
desgracias en que ha caído. Dios quiere continuar salvando, haciendo el bien y
socorriendo a la humanidad que ha sido deteriorada por el pecado y azotada por
la pobreza. Seamos un signo creíble del amor de Dios para nuestros hermanos. Por
eso no sólo debemos pretender ser escuchados por Dios; también nosotros debemos
escuchar a los demás para remediar sus males y fortalecerles en el camino de la
vida. Aprendamos a estar a los pies de Jesús por medio de la escucha fiel de
aquellos que, como sucesores de los apóstoles, nos transmiten la verdad sobre
Jesucristo. Pero no nos guardemos lo aprendido y vivido. Llevémoslo a los demás
con el ardor de la fe y del amor que proceden del Espíritu que Dios ha derramado
en nuestra propia vida. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima
Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos amar como verdadero hermanos,
buscando siempre el bien unos de otros, hasta que juntos podamos gozar de los
bienes eternos, como hijos amados de nuestro Dios y Padre. Amén (www.homiliacatolica.com).