San Juan 16, 29-33:
Hemos de fomentar una fe sin miedo a nada ni nadie, porque Jesús ha vencido todo lo malo, con Él estamos seguros

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 19, 1-8:

1Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo, una vez recorridas las regiones altas, llegó a Efeso, encontró a algunos discípulos 2y les preguntó: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo al abrazar la fe? Ellos le respondieron: Ni siquiera hemos oído que haya Espíritu Santo. 3El les replicó: ¿Entonces con qué bautismo habéis sido bautizados? Con el bautismo de Juan, respondieron. 4Pablo contestó: Juan bautizó con un bautismo de penitencia diciendo al pueblo que creyeran en el que había de venir detrás de él, esto es, en Jesús. 5Cuando oyeron esto se bautizaron en el nombre del Señor Jesús. 6Al imponerles Pablo las manos, vino el Espíritu Santo sobre ellos, de modo que hablaban en lenguas y profetizaban. 7Eran entre todos unos doce hombres. 8Entró en la sinagoga y habló abiertamente durante tres meses, exponiendo lo referente al Reino de Dios y tratando de convencerles. 

Salmo responsorial: 67, 2-3.4-5ac.6-7ab:

Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos, / huyen de su presencia los que lo odian; / como el humo se disipa, se disipan ellos; / como se derrite la cera ante el fuego, / así perecen los impíos ante Dios.

En cambio, los justos se alegran, / gozan en la presencia de Dios, / rebosando de alegría. / Cantad a Dios, tocad en su honor… su nombre es el Señor…

Padre de huérfanos, protector de viudas, / Dios vive en su santa morada. / Dios prepara casa a los desvalidos, / libera a los cautivos y los enriquece.  

Evangelio según Jn 16, 29-33:

Dicen sus discípulos: Ahora sí que hablas con claridad y no usas ninguna comparación; ahora vemos que lo sabes todo, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido de Dios. Jesús les dijo: ¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora, y ya llegó, en que os dispersaréis cada uno por su lado, y me dejaréis solo, aunque no estoy solo porque el Padre está conmigo. Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero confiad: yo he vencido al mundo.

Comentario:

1. -Después de atravesar las altas regiones, Pablo llegó a Éfeso. Pablo es un gran viajero. Un misionero itinerante. Vuelve a Éfeso por segunda o tercera vez. Ahora se quedará allá por lo menos dos años y medio, el tiempo de estabilizar esa importante comunidad. Estamos entre los años 53 y 56. Éfeso, la gran metrópoli de Asia, y una de las ciudades más importantes del mundo de entonces, capital de la provincia romana y punto de confluencia entre el Occidente y las vías de comunicación hacia las regiones interiores de Asia, es el nuevo centro estratégico donde trabaja Pablo, funda una Iglesia, y hace de ella un punto de irradiación para «todos los habitantes de Asia" (v 10). Desde Éfeso Pablo enviará dos cartas: la epístola a los Gálatas, y la primera epístola a los Corintios. El relato de Lucas es un tejido de episodios llamativos como el que hoy leemos del grupo que sólo había recibido el bautismo de Juan, preparación para la gracia de Cristo. Es época heroica de las fundaciones y la simplicidad de la primera evangelización... “nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo”: hay que completar el trabajo, con la novedad del bautismo cristiano, un orden nuevo, unos ojos nuevos que sólo el Espíritu puede dar: Pablo les impuso las manos, y el Espíritu Santo vino sobre ellos, y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Hablar es dar testimonio, profetizar es hacer apostolado: ¿Estamos dispuestos a avanzar por una nueva etapa de vida? Dios actúa en nosotros por etapas. Sus llamadas a una mayor perfección son sucesivas. Si quisiéramos quedarnos en la etapa a la que hemos llegado, podríamos rehusar esas nuevas llamadas de Dios. En este momento, ¿hacia qué progreso me empuja el Espíritu? Para llegar a él, he de renunciar a mis certezas y seguridades anteriores, como los discípulos de "Juan Bautista" debieron aceptar dar un nuevo paso. Este episodio tiene el paralelo de los bautizados de Samaría que todavía no habían recibido el Espíritu Santo (Hch 8,14-17) y resalta que el Espíritu Santo con el carisma es el rasgo que caracteriza a la comunidad de Jerusalén frente a la de Juan (4-6). ¡Una lección de ecumenismo! El milagro de las «lenguas» -glosolalia: los nuevos cristianos investidos del Espíritu se ponían a hablar lenguas incomprensibles -es un fenómeno significativo. Seguir al Espíritu es dejarse introducir por El en las zonas imprevistas de la aventura espiritual. -Eran en total unos doce hombres… unos pocos que comienzan una revolución fabulosa, por la gracia de Dios; pidamos una fe valiente (Noel Quesson).

Como en Éfeso, también entre nosotros hay situaciones muy dispares a la hora de acercarse a la fe en Jesús. De todo el libro de los Hechos tendríamos que aprender cómo ayudar a cada persona, desde su situación concreta, y no desde unos tópicos generales que sólo están en los libros, a llegar hasta Jesús: los judíos de la sinagoga, o el eunuco que viaja a su patria, o los pensadores griegos del Areópago, o las mujeres que van a rezar a orillas del río, o estos que habían recibido ya el bautismo de Juan. Para todos tiene respuesta amable la comunidad cristiana. Para todos sabe encontrar el lenguaje adecuado, a partir de lo que ya conocen y aprecian. En concreto Pablo nos da un ejemplo de adaptación creativa a cada circunstancia que encuentra. En este caso, no condena el bautismo de Juan, sino que les conduce a su natural complemento, que es la fe en Jesús, el Mesías al que anunciaba el Bautista. También nosotros deberíamos evangelizar con esta pedagogía, respetando en cada caso los tiempos oportunos, no desautorizando sin más la situación en que se halla cada persona, partiendo de los valores ya asimilados, y que seguramente constituyen un buen camino hacia el Valor supremo que es Cristo. Como lo teníamos que haber hecho en la historia, no destruyendo, sino completando los valores culturales y religiosos que se encontraban en América o en África o en Asia. Si lo hiciéramos así, el Espíritu subrayaría, incluso con carismas, como en Éfeso, este carácter de universalidad y pedagogía personal. Porque es él quien regala a su comunidad todo lo que tiene de vida y de imaginación y de animación, evangelizando toda cultura y toda situación personal (J. Aldazábal).

En la imposición de manos de Pablo, acontece la efusión del Espíritu. Un pentecostés en Éfeso, en línea con el de Jerusalén (Hch 2,4) y el de Samaría (Hch 8,17). Con esta efusión los cristianos dan testimonio de la verdad, con la fortaleza de llevar un estilo de vida cristiano aún en medio de las dificultades, son convertidos en piedras vivas que edifican la Iglesia, son instrumentos de paz, para llevar la buena nueva a muchos; servidores, en nuestro ambiente cotidiano, del Reino de vida según la justicia y el amor solidario del Dios de Jesús. Atentos siempre a los signos de los tiempos, por los cuales el mismo Espíritu que nos consagró, nos ilumina, nos llama y nos desafía frente a las situaciones, hechos y tendencias que amenazan, pervierten o matan la vida digna, justa y solidaria en las personas, en las relaciones, en los pueblos, en el medio ambiente... Esa misión se ha de traducir, dentro de nuestros contextos históricos, en acciones y reacciones concretas; no sólo personales, también sociales, comunitarias. Viene a animarnos y a movernos a ello, el mensaje del evangelio de hoy, que cierra alentadoramente la despedida y el testamento de Jesús en su última Cena, y que se nos hace eficaz en cada eucaristía.

2. Sal. 67. Por medio de la Ley, dada en el Sinaí, Dios camina con su Pueblo hasta establecerlo en Sión, su Ciudad Santa. Cuando el Pueblo, una vez establecido en sus diversas heredades en la tierra prometida, caminen hacia el Templo para adorar al Señor, irán al encuentro de Aquel que siempre ha estado con ellos y que los acompaña día y noche por vivir con la Ley inscrita en sus corazones. Cristo Jesús, por medio del amor, ha llevado a su plenitud la Ley; por medio de ese amor inició su camino hacia el hombre, en el cual ha hecho su morada, pues al infundir en nuestros corazones el Don de su Amor, Él habita en nosotros como en un templo. El Dios de Israel vive en el Templo desde donde protege al débil (vv. 5-7), es el Dios que protege su pueblo en el desierto y que se manifiesta en Sinaí a Moisés, como Padre (cf. Catecismo 238 que recoge los matices de la paternidad divina en la Biblia). Nosotros nos encaminamos, no a la posesión de una ciudad terrena, sino de la Ciudad eterna en los cielos de la que es imagen la Jerusalén terrenal. Nuestro Dios y Padre siempre irá con nosotros, encaminando a su Iglesia hacia su perfección en Cristo. Quienes tenemos a Dios con nosotros debemos ser motivo de socorro para huérfanos y viudas, de auxilio para los desvalidos, de libertad para los cautivos y de alegría para los tristes. Sólo así estaremos manifestando, desde nuestra vida, la Victoria que Cristo nos ha participado y que hemos hecho nuestra.

3. Es el final del último discurso de Jesús después de la cena. Después de tantas incomprensiones, después de un largo camino sembrado de vacilaciones, de dudas, parece, por fin, que los apóstoles, ¡han llegado a la fe! Por lo menos, esta es una nueva afirmación de su fe... porque el camino doloroso de sus dudas, de sus cobardías y de sus abandonos, no ha terminado todavía.

"Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios". Esto es justamente lo que los discípulos han experimentado en su trato con Jesús; sabe las cosas de Dios y sabe cuanto se refiere a la felicidad y a la desgracia del hombre.

"Vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten". La segunda parte de la frase parece incorrecta; lo lógico sería: "no necesitas preguntar a nadie", es decir, puesto que lo sabe todo, no necesita que nadie le informe de nada, no necesita preguntar a nadie. ¿Por qué razón se dice, entonces, "no necesitas que te pregunten?". Porque la ciencia de Jesús, es decir, el conocimiento que Jesús tiene acerca de Dios y acerca del hombre, es una sabiduría que El comunica a los suyos. No es como los maestros de este mundo, un saber que él guarde exclusivamente para sí y que únicamente va comunicando a los suyos, como a cuentagotas, a base de las preguntas que le vayan formulando.

"Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer". "El Espíritu de la verdad os conducirá a la verdad plena". En esa ciencia reveladora de Jesús quedan superadas todas las preguntas de los discípulos. En todo lo que él nos ha revelado se encuentra la respuesta de todas las preguntas humanas. Más aún, desde el momento en que uno acepta a Jesús como Señor de su vida y toma en serio su palabra como norma suprema, esas preguntas ya están todas contestadas anticipadamente.

"Les contestó Jesús: ¿Ahora creéis? Pues mirad; está para llegar la hora; mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mi me dejéis solo". "¿Ahora creéis?" Un interrogante que tiene sabor de sorpresa… cuando llega esa hora que anuncia Jesús, la hora de la pasión y de la muerte, la hora en la que no tiene sentido las cosas que suceden, dejamos de creer. Los discípulos -como nosotros- aún no tenían fe; la fe está inseparablemente unida a la hora, a la muerte y resurrección. La fe es inseparable del escándalo de la cruz. Por eso cuando llegó la hora del escándalo tuvo lugar la dispersión y el abandono de los discípulos. La situación histórica de los discípulos, dispersados por la muerte de Jesús, es la situación, repetida constantemente en los creyentes. Se tiene la impresión una vez más, que el vencedor es el diablo, el príncipe de este mundo; el creyente siente la tentación de abandonar a Jesús y buscar refugio en el mundo. Seguir confiando en Jesús y en su palabra es la única manera de encontrar la paz. Porque él no está solo. El Padre está con él y, por tanto, tiene que ser en realidad el vencedor. El Padre no puede ser vencido. Esta Palabra de Jesús está dirigida a mí, como lo está a todos los creyentes: quiere revelar la incapacidad de cada uno de nosotros para traducir efectivamente en nuestros actos, la Fe... que afirmamos sin embargo con nuestros labios al recitar el "credo". No, no basta cantar el Credo para enorgullecerse de ser de los que están en la Verdad. ¿Cuántas de nuestras conductas abandonan a Jesús? Señor, haz que seamos humildes. Señor, haced que nuestra vida cotidiana corrresponda a lo que afirmamos el domingo.

«¿Ahora creéis?». Él sabe muy bien que dentro de pocas horas le van a abandonar todos, asustados ante el cariz que toman las cosas y que llevarán a su Maestro a la muerte. Allí flaquearán todos. Jesús les quiere dar ánimos ya desde ahora, antes de que pase. Quiere fortalecer su fe, que va a sufrir muy pronto contrariedades graves. Pero la victoria es segura: «en el mundo tendréis luchas, pero tened valor: yo he vencido al mundo». Así acaba el documento vaticano dirigido a los sacerdotes: “Por lo demás, el Señor Jesús, que dijo: "Confiad, yo he vencido al mundo" (Jn., 16, 33), no prometió a su Iglesia con estas palabras una victoria completa en este mundo. Pero se goza el Sagrado Concilio porque la tierra, repleta de la semilla del Evangelio, fructifica ahora en muchos lugares bajo la guía del Espíritu del Señor, que llena el orbe de la tierra, y que excitó en los corazones de muchos sacerdotes y fieles el espíritu verdaderamente misional. De todo ello el Sagrado Concilio da amantísimamente las gracias a todos los presbíteros del mundo: "Y al que es poderoso para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos o pensamos, en virtud del poder que actúa en nosotros, a El sea la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús" (Ef., 3, 20-21)”.

-“Pero no estoy solo: el Padre esta conmigo”. Cuán emocionante resulta este final de la frase de Jesús. A sus apóstoles acaba de decirles que todos le abandonarán: vosotros me dejaréis solo... ¡pero no! "No estoy nunca solo... El Padre está conmigo... El, no me abandona nunca... estoy seguro de que puedo contar con El... El, me ama sin fallo..." Entretenerse en decir, y en repetir, esta palabra de Jesús.. . en meditar y volver a meditar esta forma... en contemplar y volver a contemplar lo que esto nos revela del "interior de Jesús. Y a mí, ¿me llega también la tentación de pensar que estoy solo? Os he dicho esto para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero, ¡confiad!; Yo he vencido al mundo. Jesús nos repite aquí nuestra doble pertenencia: los creyentes están "en el mundo", y "en Jesús"... de aquí nuestros quebrantos y nuestros abandonos. Pero de las dos pertenencias una es más fuerte que la otra: confiad, Yo he vencido "al mundo". Así pues, ya no es el sufrimiento el que domina, sino la paz. Esta es la última palabra que Jesús dirigió a sus amigos. A partir de este momento, Jesús entrará en el misterio de su última plegaria: en lo sucesivo se dirigirá a su Padre (Noel Quesson).

¿De veras creemos? La pregunta de Jesús podría ir dirigida hoy a cada uno de nosotros, que decimos que tenemos fe. Nunca es segura nuestra adhesión a Cristo. Sobre todo cuando se ve confrontada con las luchas que él nos anuncia y de las que tenemos amplia experiencia. ¿Hasta qué punto es sólida nuestra fe en Jesús? ¿aceptamos también la cruz, o no quisiéramos que apareciera en nuestro camino? Nos puede pasar como a Pedro, antes de la Pascua. Todo lo iba aceptando, menos cuando el Maestro hablaba de la muerte, o cuando se humillaba para lavar los pies de los suyos. La cruz y la humillación no entraban en su mentalidad, y por tanto en su fe en Cristo. Luego maduró por obra del Espíritu. ¿Abandonamos a Cristo cuando sus criterios de vida son contrarios a nuestro gusto o a la moda de la sociedad? ¿le seguimos también cuando exige renuncias? El mismo Jesús nos ha dado ánimos: ninguna dificultad, ni externa ni interna, debería hacernos perder el valor. Unidos a él, participaremos de su victoria contra el mal y el mundo. La última palabra no es la cruz, sino la vida. Y ahí encontraremos la serenidad: «para que encontréis la paz en mí»” (J. Aldazábal).

Son días para pensar en la fiesta de Pentecostés a la que nos preparan las lecturas, de la mano de María en este mes de mayo, y estos días contemplándola como Esposa del Espíritu Santo. Él nos enseñará a guardar todo cuanto nos ha mandado Jesús, quien añadió: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 16-20). El Señor se marcha, pero no nos deja huérfanos: permanecerá con nosotros hasta el fin de los siglos. ¿Cómo se queda? En la Iglesia, en los Sacramentos (por su presencia bautismal, por la sustancial presencia de Jesús en la Eucaristía), por su Palabra al meditar la Escritura, en la intimidad del corazón donde fomenta con su presencia las virtudes teologales y cardinales dando a la inteligencia y voluntad un dejarse llevar dócilmente por esa fuerza divina. Dicen los teólogos que es la prolongación en el tiempo de la Procesión eterna del Padre y del Hijo, por las misiones del Hijo y del Espíritu Santo; así la Encarnación y la Pentecostés se unen como puente de la inhabitación invisible de toda la Trinidad en el alma del cristiano. La palabra clave en esta relación nuestra con el Divino Espíritu es docilidad: si se lo permitimos, Él nos transforma con su acción santificadora. «Derrama sobre nosotros la fuerza del Espíritu, para que demos testimonio de ti con nuestras obras» (oración)

Y hoy concretamente, el Señor nos pide que tengamos paz en Él. Y para eso nos pide permanecer en Él aún en los momentos más angustiantes de nuestra vida. Quien persevere hasta el final, se salvará. Quienes vivimos unidos a Cristo debemos aprender a esforzarnos por construir un mundo más justo, más fraterno y más en paz. Las tribulaciones por las que debamos pasar por ser de Cristo no deben desanimarnos ni apocarnos. El Señor nos quiere valientes testigos suyos y no unos traidores. Y traicionamos nuestra fe cuando tal vez somos puntuales en el cumplimiento de nuestras prácticas de culto, pero nos olvidamos de dar testimonio de nuestra fe, y razón de nuestra esperanza en la vida ordinaria, en la vida familiar y en la vida laboral. El Espíritu Santo, que hemos recibido, debe ir conformándonos día a día a Cristo, de tal manera que, siendo fieles en todo al Señor, podamos no sólo confesar que Jesús es el Enviado del Padre para salvarnos, sino que Él nos ha llamado para que, con un amor fiel, continuemos su obra de salvación en el mundo. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber trabajar por la paz verdadera en el mundo, sin diluir nuestra fe en Cristo queriendo agraciarnos con los poderosos de este mundo. Amén (www.homiliacatolica.com).