San Juan 17,1-11:
Jesús abre su alma en una despedida-testamento a sus discípulos (lo mismo vemos de Pablo a sus iglesias): oración sacerdotal con apertura del alma en su oración a Dios, y entrega a los discípulos de la misión apostólicaAutor: Padre Llucià Pou Sabaté
Hechos 20,17-27:
17Desde Mileto envió un mensaje a Éfeso y convocó a
los presbíteros de la iglesia. 18Cuando llegaron les dijo: Vosotros sabéis cómo
me he comportado en vuestra compañía desde el primer día que entré en Asia,
19sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas y con las dificultades que me
han venido por las insidias de los judíos; 20cómo no dejé de hacer nada de
cuanto podía aprovecharos, y os he predicado y enseñado públicamente y en
vuestras casas, 21anunciando a judíos y griegos la conversión a Dios y la fe en
nuestro Señor Jesús. 22Ahora, encadenado por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén,
sin conocer lo que allí me sucederá, 23excepto que por todas las ciudades el
Espíritu Santo testimonia en mi interior para decirme que me esperan cadenas y
tribulaciones. 24Pero en nada estimo mi vida, con tal de consumar mi carrera y
el ministerio que recibí del Señor Jesús de dar testimonio del Evangelio de la
gracia de Dios.
25Sé ahora que ninguno de vosotros, entre
quienes pasé predicando el Reino, volveréis a ver mi rostro. 26Os testifico por
ello en este día que estoy limpio de la sangre de todos, 27pues no dejé de
anunciaros todos los designios de Dios. Hch 20, 17-27
Salmo responsorial: 67, 10-11.20-21:
Derramaste
una lluvia copiosa, oh Dios, / reconfortaste tu heredad extenuada. / Tu grey
habitó en la heredad / que, en tu bondad, oh Dios, preparaste al pobre. //
¡Bendito sea el Señor, día tras día! / Él lleva nuestras cargas, es el Dios de
nuestra salvación. / Dios es para nosotros el Dios que salva, / y al Señor,
nuestro Dios, / debemos el escapar de la muerte.
Evangelio según san Juan 17,1-11 (también se lee el domingo 7ª de Pascua A):
Jesús, dicho esto, elevó sus ojos al cielo y exclamó:
Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique;
ya que le diste poder sobre toda carne, que él dé vida eterna a todos los que Tú
le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios
verdadero, y a Jesucristo a quien Tú has enviado. Yo te he glorificado en la
tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora,
Padre, glorifícame Tú a tu lado con la gloria que tuve junto a Ti antes de que
el mundo existiera. He manifestado tu nombre a los que me diste del mundo. Tuyos
eran, me los confiaste y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo
que me has dado proviene de Ti, porque las palabras que me diste se las he dado,
y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que yo salí de Ti, y han
creído que Tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo sino por
los que me has dado, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío, y he
sido glorificado en ellos. Ya no estoy en el mundo, pero ellos están en el mundo
y yo voy a Ti.
Comentario:
1. Un motín dirigido contra Pablo obliga a éste a
abandonar Éfeso. Las constantes persecuciones de los judaizantes le obligan a
modificar continuamente sus planes de viaje: está acosado. Se acerca el
desenlace. Sabe que, desde ahora no tardarán en atraparle. En su escala a Mileto
se despide de los «Ancianos», venidos expresamente de Éfeso. En este tercer gran
discurso de Pablo, el discurso de despedida emocionada a todas las iglesias que
ha fundado, tenemos un verdadero testamento pastoral, está destinado
especialmente a los que ejercen un cargo en
Ahora
Pablo se dirige a Jerusalén, «forzado por el Espíritu». Y de nuevo es admirable
su actitud y disponibilidad: «no sé lo que me espera allí», aunque sí «estoy
seguro que me aguardan cárceles y luchas». Y sin embargo va con confianza: «no
me importa la vida: lo que me importa es completar mi carrera y cumplir el
encargo que me dio el SeñorJesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de
Dios».
-«Sirviendo al Señor, con humildad...» ha hecho un servicio, imitar a Cristo o
dejar que Cristo hiciera por él: ser instrumento de Jesús. Lo que dice no es su
propia palabra: Pablo es «servidor» de otro. En la humildad. Danos, Señor, da
especialmente a los sacerdotes ese desprendimiento de cualquier suficiencia, de
cualquier orgullo, para estar siempre y exclusivamente a tu servicio.
-“Con lágrimas y en medio de muchas pruebas... que me han
ocasionado las maquinaciones de los judaizantes”. Ya sabe Pablo que «el servidor
no está por encima de su amo». Tú lo dijiste, Señor. El apostolado no es un
tranquilo entretenimiento. Toda responsabilidad en
-“Yo
nunca me acobardé, cuando era necesario anunciar la palabra de Dios”. Valentía.
Seguridad. Audacia. «Yo nunca me acobardé» Esta fórmula deja suponer que alguna
vez, Pablo sintió la tentación de «acobardarse», de huir, de callarse, de
renunciar. Perdón, Señor por todas nuestras cobardías, por todos nuestros
silencios.
-“En público y en privado, daba testimonio a judíos y a
griegos para que se convirtieran a Dios”. Este fue el auditorio y la búsqueda de
Pablo. ¡Sin discriminación! Si los judíos, por su estrechez de miras,
perjudicaron tanto a Pablo, éste no les guarda ningún resentimiento: también a
ellos ha de proclamar
-“Ahora, yo, encadenado por el Espíritu... sin saber lo
que me va a suceder...” Este es el motor profundo de su acción apostólica. Está
acabado. El dice «encadenado», pero por el Espíritu. No hace lo que quiere. Va
donde el Espíritu le lleva. Es la aventura integral, sin ninguna previsión
posible por adelantado. Decía san Josemaría Escrivá:
“El
camino del cristiano, el de cualquier hombre, no es fácil. Ciertamente, en
determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero
esto habitualmente dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en
el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir
fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad (…) Lógicamente, en nuestra
jornada no toparemos con tales ni con tantas contradicciones como se cruzaron en
la vida de Saulo. Nosotros descubriremos la bajeza de nuestro egoísmo, los
zarpazos de la sensualidad, los manotazos de un orgullo inútil y ridículo, y
muchas otras claudicaciones: tantas, tantas flaquezas. ¿Descorazonarse? No. Con
San Pablo, repitamos al Señor:
siento satisfacción en mis enfermedades, en los ultrajes,
en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por amor de Cristo;
pues cuando estoy débil, entonces soy más fuerte”
-“Mi
propia vida no cuenta para mí, con tal que termine mi carrera y cumpla el
ministerio que he recibido del Señor Jesús”. Ha dado su vida. Ya no le
pertenece. No cuenta para él. Ama. Vive para otro: Jesús.
-“Dar
testimonio del evangelio de la gracia de Dios...” Anunciar, por entero, la
voluntad de Dios. Tal es el contenido del feliz mensaje: el don gratuito (Noel
Quesson).
Pablo fue en verdad un gigante como apóstol y como
dirigente de comunidades. El retrato que hemos visto hoy está más que
justificado con las páginas de los Hechos que hemos ido leyendo estas semanas:
su entrega a la evangelización, su generosidad y su espíritu creativo, siempre
al servicio del Señor y dejándose llevar en todo momento por el Espíritu. Es un
misionero excepcional y un líder nato. Pablo nos resulta un estímulo a todos
nosotros. Lo que él hizo por Jesús y lo que estamos haciendo nosotros en la
vida, probablemente no se pueden comparar. Al final de un curso, o de un año, o
de nuestra vida, ¿podríamos nosotros trazar un resumen así de nuestra entrega a
la causa de Cristo, de la radicalidad de nuestra entrega y del testimonio que
estamos dando de El en nuestro ambiente? Confusión y vergüenza, en cuanto que la
generosidad que vemos en Él no tiene límites en la entrega, mientras que la
nuestra adolece casi siempre de cobardías, medias tintas, ambigüedades,
reservas.
No acabamos de ser totalmente de Cristo. También nosotros
lo podemos todo con la fuerza del Espíritu.
Recuerdo aquella poesía de Ernestina de Champourcin: “Espíritu que limpias,
santificas y creas. / Espíritu que abrasas y consumes la escoria, / Tú que
aniquilas todo lo inútil y lo impuro / y puedes convertirnos en antorchas
vivientes, // ciéganos con tu luz, ven y arrasa este mundo, ven y arrasa este
mundo / sucio de tantos siglos que lo surcan y agobian… / Se nos derrumba el
suelo maltrecho y abrumado / bajo la carga inmensa del tiempo y del dolor. //
Sana esta pobre tierra enferma de nosotros, / de nuestro andar confuso que no
sabe abrir rastros, / de nuestra eterna duda con su temblor constante, / de las
vacilaciones que ahogan la semilla. // Desgaja, rompe, azota… Seremos leño dócil
/ si quieres inflamarnos para prender tu hoguera. / Visítanos, al fin, con un
viento de gracia / que aniquile y destruya para sembrar de nuevo. // Espíritu de
Dios, quémanos las entrañas / con ese fuego oculto que corroe y devora. / Cuando
sólo seamos unos huesos ardientes / se iniciará en nosotros la gloria de tu
reino”.
A
nosotros nos falta generosidad y nos sobra cobardía. Es que no nos dejamos ganar
por la voluntad del Padre, por la oración de Jesús, por la invitación del
Espíritu. Cristo dice al Padre que ha cumplido su misión y que nos ha
adoctrinado. Pero reconoce que nos encuentra siempre débiles; y ardientemente
ruega por nosotros al Padre. Y al hacer su oración por nosotros, nos va
señalando el buen camino: Reconocernos como somos, y confiar en el que puede más
que nosotros y está a nuestro lado. ¡Qué hermoso es aventurarnos en la gran
aventura de ponernos en sus manos, y, al mismo tiempo, ponernos al servicio del
bien, de los hermanos, de los pobres, de cuantos nos necesitan! (J. Aldazábal).
Anunciar a Cristo a tiempo y a destiempo. No escatimar
nada, con tal de que el Evangelio llegue a todos. Esa es
2. Sal.
67. Dios ha sido nuestra fortaleza, nuestro poderoso protector, nuestro amparo,
nuestro auxilio. Dios jamás nos ha abandonado en nuestros sufrimientos, en
nuestras pobrezas y enfermedades. Como Padre lleno de amor por sus Hijos Él nos
ha colmado de sus favores. Más aún, viéndonos desorientados como ovejas sin
Pastor, envió a su propio Hijo para que quienes creamos en Él, en Él tengamos el
perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Esos bienes y esa herencia es lo
que el Señor ha preparado para los pobres, que somos nosotros. Por eso sea Él
bendito ahora y por siempre, pues nos lleva sobre sus alas para salvarnos y
librarnos de la muerte.
3. Leemos hoy y en los dos próximos días, toda la
oración-testamento de Jesús (Jn 17,1-26). En el uso litúrgico se llama oración
sacerdotal, desde el siglo XVI. Y en el contexto ecuménico, oración por la unión
de los cristianos. Tiene, pues, diferentes lecturas, según los contextos en que
se use. En
Hacia el final de su última reunión con sus discípulos, la
tarde del Jueves santo, el tono de Jesús cambia. Juan nos lo muestra rogando al
Padre como a su único interlocutor. Esta oración sacerdotal que leeremos estos
días tiene tres partes: en los vv. 1-5 pide Jesús la glorificación de su
Humanidad y la aceptación por parte del padre de su sacrificio en
-“Jesús,
levantando los ojos al cielo, añadió”: Una actitud corporal de oración. Los
"ojos" de Jesús... expresan la actitud de todo su ser. Nosotros, por la fe,
querríamos participar de este anhelo divino, de esta “presencia a oscuras” que
decía Ernestina de Champourcin: “Estrella que viste a Dios, / dame un rayo de su
luz. / ¡Oh nube que me lo ocultas, / desgarra un poco tu velo! / Águila que lo
rozaste, / inclina hacia mí tus alas. / Sol que estuviste a sus pies, /
¡abrásame con tu fuego”: querríamos entrar en él Cenáculo, “en silencio”:
“Quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / para verte, Señor, / quiero
cerrar los ojos y volver la mirada / al faro de tu amor; / quiero cerrar mis
ojos y olvidar los paisajes / de tan lánguido ardor, / que en el alma despiertan
morbosas inquietudes / de escondido dulzor; / quiero olvidar pupilas que en las
mías clavaron / su hechizo tentador, / dejando para siempre temblando en mi
recuerdo / su místico dolor. / Quiero cerrar los ojos y sentir de tu fuerza / el
terrible vigor, / quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / ¡para verte,
Señor!” Es el “¡Señor, que vea!” que decía san Josemaría en su barruntar, cerca
de 10 años buscando…
-"Padre,
llegó la hora; glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique". Este verbo
"glorificar" se repetirá cuatro veces en unas pocas frases. Esta palabra expresa
una densidad de oración de una intensidad extrema: la "gloria", para toda la
tradición bíblica, era lo propio de Dios (resplandor, honor: “hemos visto su
gloria”… Jn 1,14). La palabra hebrea "Kabod" sugiere la idea de "peso". A
diferencia de nuestra lengua, la "Gloria" no es pues sobre todo este "brillante
exterior del renombre" que desgraciadamente puede existir sin valor real... sino
que justamente es aquel peso real de un ser lo que define su importancia
efectiva. Lo que Jesús pide a Dios, su Padre, es que esta Gloria divina se
manifieste a la hora misma de su muerte (cf. Fil 2,6s).
-“El
dará la vida eterna a todos los que Tú le diste y la vida eterna es que te
conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo”. La gloria de
Dios, es la salvación del hombre, y la salvación del hombre, es el conocimiento
de Dios. La "vida"... "conocer a Dios". La "vida eterna..." Esta vida ha
empezado ya en la medida en que avanzamos en este conocimiento, que no es sobre
todo un avanzar intelectual, sino la unión de todo nuestro ser con Dios. Ciertas
personas muy sencillas tienen un profundo conocimiento de Dios, que no alcanzan
a tener jamás ciertos sabios. ¡Danos, Señor, este conocimiento vital de ti!
-“He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo
me has dado. Tuyos eran y Tú me los diste y ellos han puesto por obra tu
palabra”. La segunda palabra importante, después de la de glorificar es la de
"dar: en la única página del evangelio de hoy, Jesús la pronuncia diez veces...
El Padre ha "dado" poder al Hijo... ha "dado"
-“Todo lo que es mío es tuyo, todo lo que es tuyo es mío”.
Es una de las más perfectas definiciones del amor, de
También
aquí -en un paralelo interesante con el discurso de despedida de Pablo- Jesús
resume la misión que ha cumplido: «yo te he glorificado sobre la tierra», «he
coronado la obra que me encomendaste», «he manifestado tu nombre a los hombres»,
«les he comunicado las palabras que tú me diste y ellos han creído que tú me has
enviado». Dentro de poco, en la cruz, Jesús podrá decir la palabra conclusiva
que resume su vida entera: «consummatum est: todo está cumplido». Misión
cumplida. Ahora, su oración pide ante todo su «glorificación», que es la
plenitud de toda su misión y la vuelta al Padre, del que procedía: «glorifica a
tu Hijo». Pero es también una oración por los suyos: «por estos que tú me diste
y son tuyos». Les va a hacer falta, por el odio del mundo y las dificultades que
van a encontrar: «ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti».
Es la hora de las despedidas: la de Jesús en
Jesús es como si nos dijera lo de este himno de Laudes:
“Me voy, sí, pero / Yo no dejo la tierra. / No. Yo no olvido a los hombres. /
ya
se marca nuestra hora, / comienza nuestra tarea, / y hay que partir a la
aurora”. Jesús ha llevado a cabo la obra que el Padre Dios le confió: darnos a
conocer a Dios como nuestro Padre, y hacernos partícipes de la vida eterna.
Conocer, hacer nuestro al Padre y al Hijo, vivir en Él y que Él viva en nosotros
en una auténtica comunión de vida, en eso consiste
Reunidos en esta celebración Eucarística, venimos para
entrar en una más intima comunión de vida con el Señor. Él nos glorifica a
nosotros, pues nos salva y nos hace participar de su Vida y de su Espíritu. Tal
vez nosotros no hemos vivido totalmente comprometidos con la glorificación de
Dios, dando a conocer su Nombre a los demás con nuestras palabras, con nuestras
obras, con nuestras actitudes y con toda nuestra vida. El Señor sabe que somos
frágiles; y con gran amor ha escuchado nuestra petición de perdón, que le hemos
hecho con humildad. Pero Él no sólo quiere perdonarnos por medio del Sacramento
de
Y glorificamos a nuestro Dios y Padre cuando damos a
conocer, desde el rostro descubierto de