San Juan 17, 11-19:
Jesús nos santifica para que santifiquemos el mundo, amándolo apasionadamente, sin ser mundanos, en una donación que es vivir auténticamente (como s. Pablo)Autor: Padre Llucià Pou Sabaté
Hechos de los apóstoles 20, 28-38:
“Pablo siguió hablando a los principales de Éfeso a
los que había llamado, y les dijo: tened cuidado de vosotros y del rebaño que el
Espíritu Santo os ha encargado guardar, como pastores de
Dichas estas cosas se puso de rodillas y
oró con todos ellos. Se produjo entonces un gran llanto de todos y abrazándose
al cuello de Pablo le besaban, afligidos sobre todo por lo que había dicho de
que no volverían a ver su rostro. Y le acompañaron hasta la nave.
Salmo responsorial: 67, 29-30.33-36:
Tú, Dios mío, ordena tu poder, oh Dios, que actúa en
favor nuestro. A tu templo de Jerusalén traigan los reyes su tributo. Reyes de
la tierra, cantad a Dios, tocad para el Señor, que avanza por los cielos, los
cielos antiquísimos, que lanza su voz, su voz poderosa: "Reconoced el poder de
Dios". Sobre Israel resplandece su majestad, y su poder sobre las nubes. Desde
el santuario, Dios impone reverencia: es el Dios de Israel
quien
da fuerza y poder a su pueblo. ¡Dios sea bendito!
Evangelio según san Juan 17, 11-19 (también se lee el domingo 7ª de Pascua B):
“Jesús siguió orando, y levantando los ojos al cielo, dijo: ¡Padre santo! ,
guarda en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros.
Mientras he permanecido con ellos, yo he guardado en tu nombre a los que me
diste y los custodiaba... Pero ahora voy a ti... Yo les he dado tu palabra, y el
mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No
ruego que los retires del mundo sino que los guardes del mal... Santifícalos en
la verdad: tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío
yo también al mundo...”
Comentario:
1. Segunda parte del discurso con que, según este relato
de Lucas, se despide Pablo de la comunidad de Éfeso. Todo el discurso es muy
emotivo, por las confidencias personales que Lucas pone en boca de Pablo. En el
fragmento de hoy, la emotividad sube de tono por el anuncio de los problemas y
dificultades que tendrá que sufrir la comunidad. (Lo que mencionan los
versículos 29-30, son problemas reales que se daban en la comunidad de Lucas). Y
se desborda la emoción, cuando “todos” rompen a llorar abrazando y besando a
Pablo por el adiós definitivo. En la exhortación final a “trabajar para socorrer
a los necesitados”, brilla con fuerza el dicho o enseñanza de Jesús: “hay más
dicha en dar que en recibir” (20,35). Este texto es una página antológica del
Pablo integral que ha quemado tres años de vida en servicio de maestro, pastor,
colaborador y amigo; que derrama lágrimas en la despedida como derramó gotas de
sudor en su trabajo; que vive temeroso de maestros insinceros y desleales; que
pone como signo de buen obrar el ser solícitos por los demás. La lectura de hoy
está consagrada, sobre todo, a los deberes pastorales de sus sucesores en la
dirección de
Pablo les recuerda, en primer lugar, el carácter sagrado
de este cargo (v. 28). Les anuncia, después, los peligros que amenazan sobre su
comunidad y les hace una llamada a la vigilancia constante (vv. 29-31).
Finalmente, implora la gracia de Dios (vv. 32 y 36) antes de hacerles algunas
recomendaciones para que sean desinteresados según él mismo lo ha sido
(versículo 33-35). Cuando Pablo se dirige a lo Ancianos de Mileto, la función de
estos últimos no es todavía muy precisa: "presbíteros" o "ancianos", se les
llama también "episcopos" o "guardianes", y además deben "apacentar" un rebaño.
Hay una relación entre su cargo pastoral y la vida trinitaria.
La segunda parte del discurso de despedida de Pablo, antes
del emocionante adiós junto al barco, se refiere al futuro de la comunidad y a
la actuación de sus responsables. La primera frase es muy densa: «Tened cuidado
de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como
pastores de
El
protagonista es Dios Trino, por una parte: «ahora os dejo en manos de Dios y de
su palabra, que es gracia». Y por otra, la comunidad. Los pastores han sido
nombrados para que cuiden de ella, librándola de los peligros que la acechan:
lobos feroces deformarán la doctrina e intentarán arrastrar a los discípulos.
Los buenos pastores deberán estar alerta, como lo había estado siempre el mismo
Pablo. Además, deberán mostrarse desinteresados en el aspecto económico. De
nuevo se pone Pablo como ejemplo, porque nunca quiso ser carga para la
comunidad. Y cita unas palabras de Jesús que no aparecen en los evangelios: «más
vale dar que recibir».
El cuadro que traza Pablo de una comunidad cristiana sigue
teniendo una actualidad admirable. Su punto de referencia tiene que seguir
siendo Dios: «os dejo en manos de Dios». Pero también en manos de unos pastores
responsables, que tienen que dedicarse, con vigilancia y amor, a cuidar de la
comunidad, animándola, defendiéndola de los peligros, dando ejemplo de entrega
generosa. Toda la comunidad, basada en
Como
menos conocidas, por no estar en los evangelios, tendríamos que hacer hoy
nuestras las consignas de Jesús que nos recuerda Pablo, y que pueden dar sentido
a nuestro trabajo en y por la comunidad: «Más vale dar que recibir. Más dichoso
es el que da que el que recibe» (Noel Quesson/J. Aldazábal).
Todo el
discurso es muy emotivo, por las confidencias personales donde la emotividad
sube de tono por el anuncio de los problemas y dificultades que tendrá que
sufrir la comunidad. Y se desborda la emoción, cuando “todos” rompen a llorar
abrazando y besando a Pablo por el adiós definitivo. En la exhortación final a
“trabajar para socorrer a los necesitados”, brilla con fuerza el dicho o
enseñanza de Jesús: “hay más dicha en dar que en recibir” (20,35).
Padre,
guárdalos en tu nombre… “Ven, Espíritu divino... / Ven, dulce huésped del alma,
/ descanso de nuestro esfuerzo, / tregua en el duro trabajo, / brisa en las
horas de fuego, / gozo que enjuga las lágrimas / y reconforta en los duelos”.
Huésped, descanso, tregua, brisa, gozo, consuelo... Todo eso y mucho más
significa la presencia amorosa del Espíritu en nuestras vidas, porque nos ayuda
a entender cada momento y cada circunstancia con ecuanimidad y fortaleza, sin
dar lugar al desaliento. A la luz de ese Espíritu vivía Pablo en sus viajes
misionales, y movido por ese Espíritu divino actuaba Jesús, camino del desierto,
de Galilea o de Jerusalén... Aprendamos también nosotros a leer, según ese
Espíritu las palabras de la liturgia en este día. Pablo, que ayer hallaba en
Mileto, hoy está en Éfeso, hablando a los presbíteros y venerables de su
iglesia, y lo hace con especial ternura, audacia y lágrimas, porque se encuentra
en el momento de la despedida. Y Jesús, que se dispone a volver al Padre, para
enviarnos su Espíritu, prolonga la oración por sí mismo y por nosotros.
Participemos de ella.
2. Sal. 67. Mientras gozamos del Año de Gracia del Señor,
acerquémonos a Él llenos de amor y de confianza. No vengamos sólo a ofrecerle
tributos externos; vengamos a ofrecernos nosotros mismos. El Señor quiere que
nosotros seamos suyos, y que lo glorifiquemos con una vida intachable. Algún día
vendrá, lleno de gloria. Entonces habrá terminado el año de gracia, y el Señor
aparecerá como juez de todas las naciones. Pero quienes le hayamos vivido y
perseverado fieles hasta el final no tendremos ningún temor, pues permaneceremos
de pie en su presencia. Por eso, ya desde ahora, dejemos que
3.
Jesús, en su oración al Padre, se preocupa de sus discípulos y de lo que les va
a pasar en el futuro. Igual que durante su vida él los guardó, para que no se
perdiera ni uno (excepción hecha de Judas), pide al Padre que les guarde de
ahora en adelante, porque van a estar en medio de un mundo hostil: «no ruego que
los retires del mundo, sino que los guardes del mal». Sigue en pie la
distinción: los discípulos de Jesús van a estar «en el mundo», son enviados «al
mundo» («como tú me enviaste al mundo, así los envío yo al mundo»), pero no
deben ser «del mundo» («no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo»).
-“Padre
Santo, guarda en la fidelidad a tu nombre a esos que me has dado. Mientras yo
estaba con ellos yo los guardaba en la fidelidad a tu nombre... Guárdales del
mal...” "Guardar"... Es el tercer verbo de la plegaria de Jesús repetido tres
veces.
-"Desde
ahora yo no estaré en el mundo; ellos se quedan en el mundo... cuando Yo estaba
con ellos, los guardaba..." Paradoja de la situación de los creyentes: han sido
llamados por Jesús, y Jesús se va. Jesús es consciente de la gran dificultad en
que pone a sus apóstoles desapareciendo.
-Ellos
no son "del mundo"... Como Yo no soy del "mundo"... Como Tú me enviaste "al
mundo"... Así Yo los envié a ellos "al mundo". Tal es la tensión paradójica en
la que Jesús ha introducido a sus amigos: estar en el mundo sin ser del mundo.
Una solución a esta tensión, para preservarles, para guardarles... sería
retirarlos del mundo. Pro, no...
-No te
pido que los saques del mundo, sino que los guardes del "mal". El creyente no es
un ser aparte. Incluso el monje, en cierta medida, no puede vivir totalmente
separado, "retirado del mundo": su vocación peculiar, indispensable, debe estar
inserta en el mundo donde realizará su misión profética. Pero la palabra de
Jesús, con mayor razón, se aplica a los laicos, a los sacerdotes y a los
obispos: "Yo no pido que les retires del mundo..." El Concilio ha reemprendido y
valorizado esta doctrina: (P.O. 3; A.A. 2): Para los sacerdotes: "Situados
aparte en el seno del pueblo de Dios no para estar separados de este pueblo, ni
de cualquier hombre, sea el que sea. No podrían ser ministros de Cristo si no
fueran testigos y dispensadores de una vida, distinta a la terrena; pero tampoco
serían capaces de servir a los hombres si permanecieran extraños a su existencia
y a sus condiciones de vida". Para los laicos: "Lo propio y peculiar del estado
laico es vivir en medio del mundo y de los asuntos profanos: han sido llamados
por Dios a ejercer su apostolado en el mundo -a la manera de la levadura en la
masa-, gracias al vigor de su espíritu cristiano." ¿Cuáles son mis presencias en
el mundo, en qué lugares y obras me he comprometido?
-Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo.
Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como Tú me enviaste al
mundo, así Yo los envié a ellos al mundo. Y Yo por ellos me santifico, para que
ellos sean santificados en la verdad. "Consagrar" o también "santificar" según
una traducción más próxima al griego, -es el cuarto verbo de la plegaria de
Jesús, que aquí se repite tres veces. Sólo Dios es "santo, pero comunica algo de
su santidad a los creyentes. El cristiano "enviado al mundo" ha sido enviado
para vivir en el mundo la santidad de Dios... como Jesús fue enviado por el
Padre para "santificar" al mundo... El cristiano es, primero, "un hombre", como
todos los demás... pero es también un "consagrado": Jesús dice que es la
"verdad", ¡la que obra esto en ellos! ¡Cuántos cristianos, por desgracia, son
poco conscientes de esta extraordinaria dignidad! Yo mismo, ¿soy consciente de
estar en comunión con el Dios santo? ¿Qué cambios origina esto en mi vida? ¿Qué
deseo de perfección? ¿Tengo hambre de absoluto? ¿Dejo que Dios trabaje en mi
interior? ¿Voy en busca del bien, de lo bello, de lo verdadero? Ten piedad de
nosotros, Señor, y continúa tu plegaria para que seamos consagrados, de verdad.
Jesús quiere que sus discípulos, además, vivan unidos («para que sean uno, como
nosotros»), que estén llenos de alegría («para que ellos tengan mi alegría
cumplida») y que vayan madurando en la verdad («santifícalos en la verdad»).
También el programa de Jesús para los suyos es denso y dinámico. Y está hablando
del futuro de su comunidad. O sea, de nosotros. Estamos en este mundo concreto,
al que tenemos que saber ayudar, sin renegar de él. No pedimos ser sacados del
mundo. Es a esta nuestra generación, no a otras posibles, a la que tenemos que
anunciar el mensaje de Cristo, con nuestras palabras y sobre todo con nuestras
obras. El Vaticano II nos ha renovado la invitación a dialogar con el mundo. Eso
si: se nos encomienda que no seamos «del mundo», o sea, que no tengamos como
mentalidad la de este mundo que para el evangelista Juan es siempre sinónimo de
la oposición a Dios, sino la de Cristo. Que no sigamos las bienaventuranzas del
mundo, sino las de Cristo. Nuestro punto de referencia debe ser siempre
“Mundo” tiene varias acepciones: el conjunto de la
creación (Gn 1,1), los hombres a quien Dios ama entrañablemente (Prv 8,31), los
bienes de la tierra (que nos pueden seducir) o bien la misma seducción (“el
príncipe de este mundo”) y en este sentido san Juan de
Pero el mundo es bueno, y este esencial humanismo,
sobrenatural y natural, lo vivió y predicó san Josemaría Escrivá: amó
apasionadamente las cosas terrenas y la realidad del mundo mismo como criatura
de Dios, por su origen divino, incluso en los menudos pormenores de la vida
diaria. «Lo he enseñado constantemente con palabras de
Es la libertad que nos ganó Cristo. Nuestro Dios y Padre,
a pesar de nuestras grandes fragilidades, miserias y pecados, nos ha amado sin
medida. Él envió a su propio Hijo,