San Juan 17, 20-26:
Jesús ruega por la unidad de los cristianos, en Él recibimos la felicidad: aquí la vida de la gracia y luego la gloriaAutor: Padre Llucià Pou Sabaté
Hch 22, 30; 23, 6-11:
30Al día siguiente, deseando saber con exactitud de qué le
acusaban los judíos, le quitó las cadenas, mandó reunir a los príncipes de los
sacerdotes y a todo el Sanedrín, llevó a Pablo y le puso ante ellos.
23, 6Sabiendo Pablo que unos eran saduceos y otros
fariseos, gritó en medio del Sanedrín: Hermanos, yo soy fariseo, hijo de
fariseos, y se me juzga por la esperanza en la resurrección de los muertos. 7Al
decir esto se produjo un enfrentamiento entre fariseos y saduceos, y se dividió
la multitud. 8Porque los saduceos dicen que no hay resurrección ni ángel ni
espíritu; los fariseos en cambio confiesan una y otra cosa. 9Se produjo un
enorme griterío y puestos en pie algunos escribas del grupo de los fariseos
discutían diciendo: Nada malo hallamos en este hombre; ¿y si le ha hablado algún
espíritu o ángel? 10Como creciera gran alboroto, temeroso el tribuno de que
despedazaran a Pablo, ordenó a los soldados bajar, arrancarles a Pablo y
conducirlo al cuartel. 11En esa noche se le apareció el Señor y le dijo: Mantén
el ánimo, pues igual que has dado testimonio de mí en Jerusalén, así debes darlo
también en Roma.
Salmo responsorial: 16/15,1-2a.5.7-8.9-10.11:
1 Canto
de David Guárdame, Dios mío, pues me refugio en ti. 2 Yo digo al Señor: «Tú eres
mi Señor, mi bien sólo está en ti». 5 Señor, tú eres mi copa y mi porción de
herencia, tú eres quien mi suerte garantiza. 7 Yo bendigo al Señor, que me
aconseja, hasta de noche mi conciencia me advierte; 8 tengo siempre al Señor en
mi presencia, lo tengo a mi derecha y así nunca tropiezo. 9 Por eso se alegra mi
corazón, se gozan mis entrañas, todo mi ser descansa bien seguro, 10 pues tú no
me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo fiel baje a la tumba. 11 Me
enseñarás el camino de la vida, plenitud de gozo en tu presencia, alegría
perpetua a tu derecha.
Evangelio según Juan 17, 20-26 (se lee también el 7º Domingo de Pascua C):
No ruego
sólo por éstos, sino por los que han de creer en mí por su palabra: que todos
sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros,
para que el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me
diste, para que sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para
que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los
has amado como me amaste a mí. Padre, quiero que donde yo estoy también estén
conmigo los que Tú me has confiado, para que vean mi gloria, la que me has dado
porque me amaste antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te
conoció; pero yo te conocí, y éstos han conocido que Tú me enviaste. Les he dado
a conocer tu nombre y lo daré a conocer, para que el amor con que Tú me amaste
esté en ellos y yo en ellos.
Comentario:
1.
En
Pentecostés, del año 57, Pablo ha llegado a Jerusalén, para la fiesta de
Pentecostés. El conflicto con las autoridades no se hizo esperar. Algunos judíos
le acusan de "incitar" a la defección (Hch 2,21). De hecho Pablo, estando en el
Templo de Jerusalén donde había ido a orar, es perseguido. La policía romana
interviene, y conduce a Pablo a la fortaleza. Su cautiverio durará varios años,
en Jerusalén, en Cesarea, capital romana de Palestina y después en Roma. -El
oficial romano, queriendo saber con certeza de qué acusaban a Pablo, convocó el
«Gran Consejo» e hizo que Pablo. Como Jesús…
-«Yo soy Fariseo, hijo de Fariseo... se me juzga por mi
esperanza en
-“A la noche siguiente, se apareció el Señor a Pablo y le
dijo... «¡Ánimo!»” Pablo debió de tener también sus horas de angustia, sus horas
negras. Jesús siente la necesidad de ir a reconfortarle, de remontarle la moral:
"¡ánimo!" le dijo. El tema de la «aflicción» es uno de los temas dominantes de
las epístolas de san Pablo. Era una experiencia vivida. La "valentía", «fe»,
tiene ante las injusticias y contrariedades sus “noches oscuras” que sin embargo
se pasan con Jesús. Jesús está con él. No hay nada que temer. Hay que dejarse
conducir (Noel Quesson). De todo se sirve el Señor para hacer su obra, y así la
semilla cristiana va al centro del imperio, que era un sueño personal y también
apostólico. Por eso apela al César, y por eso hace lo posible para salir ileso
del tumulto de Jerusalén contra él. Una cosa es dar testimonio de Cristo, y
otra, aceptar la muerte segura en manos de los judíos. Más tarde, ya en Roma, en
su segundo cautiverio, sí será detenido y llevado a la muerte, al final de su
dilatada y fecunda carrera de apóstol. Esto conecta con su fe en la
resurrección, que es lo que hoy está en la discusión de sectas judías. También
en nuestro tiempo, como entonces, muchos judíos han perdido la fe en la
resurrección, por eso la madre de Edith Stein se enfada mucho con su hija cuando
entra al Carmelo, pues piensa que sólo hay esta vida y no se puede malbaratar
recluyéndose (luego, cercana su muerte, hubo una reconciliación); también esta
santa dio su vida, en el holocausto judío. Hemos de saber defender la justicia
de Dios, tratando de superar los obstáculos que se oponen, para que
2. Sal. 15. Dios, nuestro Padre, es la parte que nos ha
tocado en herencia. ¿Querremos algo mejor? Nuestra vida está en sus manos.
¿Quién podrá algo en contra nuestra? Ni siquiera la muerte podrá retenernos para
sí, pues Dios no nos abandonará a ella, ni dejará que suframos la corrupción. El
punto de partida es la petición de la protección del Señor (v. 1), sigue la
confesión de Dios como único bien (vv. 2-6) y la proclamación de las
consecuencias que tiene en su vida personal (vv. 7-9) para terminar con la
reafirmación ante Dios de esperar de Él la salvación (vv. 10-11). Al rezar este
salmo, renovamos la alegría de haber sido consagrados a Dios por el bautismo, y
manifestamos el deseo de vivir plenamente la comunión con los demás bautizados.
El autor de la composición se ha unido a Dios con toda su vida en exclusividad
(v. 1). Su situación (vv. 5) es como la de los hijos de Leví, sin tierra
prometida porque su “heredad” está en el servicio del Templo y la parte que les
correspondía de las ofrendas (cf. Nm 18,20; Dt 10,9; Jos 13,14; Sal 73,26): se
manifiesta la aceptación gozosa de esta condición. Con una alabanza-bendición a
Dios (vv. 7-9) se comienza a expresar los bienes que de Él recibe quien le sirve
con exclusividad: ser guiado por Él en todo momento, hallar en Él la seguridad,
la alegría y la salud. Entendieron los Padres que de Jesús hablaba el v. 9: “ya
que algunos sostienen de varias maneras que, como el Señor entró con las puertas
cerradas (Jn 20,19), no resucitó con el mismo cuerpo que había muerto,
escuchemos que el Señor mismo en el salmo recuerda:
hasta mi carne
habitará en la esperanza (Sal 16,9). Sin duda,
tras la muerte y la resurrección del Salvador, aquel cuerpo que estuvo vivo fue
depositado en el sepulcro; en consecuencia resucitó el mismo cuerpo que había
sido puesto exánime y sin vida en el sepulcro. Pero si resucitó el cuerpo
idéntico, ¿cómo es que algunos sostienen que el Señor ha resucitado en una
especie de cuerpo espiritual y poderoso, pero no en el nuestro? Nosotros no
pensamos esto; sería como negar que el cuerpo de Cristo se ha revestido de
aquella gloria que, como creemos, también un día recibirán los santos” (S.
Jerónimo). Esta experiencia personal de Dios (v. 9) lleva a manifestarle la
esperanza de ser librado de la muerte y colmado de alegría por el cumplimiento
de
3. Jn.
17, 20-26. He aquí las últimas palabras de la plegaria de Jesús...
Benedicto XVI cuando el asesinato del fundador de
«El Señor de los tiempos, que prosigue sabia y
pacientemente el plan de su gracia para con nosotros pecadores, últimamente ha
comenzado a infundir con mayor abundancia en los cristianos separados entre sí
el arrepentimiento y el deseo de la unión. Muchísimos hombres, en todo el mundo,
han sido movidos por esta gracia y también entre nuestros hermanos separados ha
surgido un movimiento cada día más amplio, con ayuda de la gracia del Espíritu
Santo, para restaurar la unidad de los cristianos. Participan en este movimiento
de unidad, llamado ecuménico, los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesús
como Señor y Salvador; y no sólo individualmente, sino también reunidos en
grupos, en los que han oído el Evangelio y a los que consideran como su Iglesia
y de Dios. No obstante, casi todos, aunque de manera diferente, aspiran a una
Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y enviada a
todo el mundo, a fin de que el mundo se convierta al Evangelio y así se salve
para gloria de Dios» (Unitatis redintegratrio)… El Concilio Vaticano II expresa
la decisión de
Jesús mismo antes de su Pasión rogó para «que todos sean
uno» (Jn 17,21). Esta unidad, que el Señor dio a su Iglesia y en la cual quiere
abrazar a todos, no es accesoria, sino que está en el centro mismo de su obra.
No equivale a un atributo secundario de la comunidad de sus discípulos.
Pertenece en cambio al ser mismo de la comunidad. Dios quiere
En efecto, la unidad dada por el Espíritu Santo no
consiste simplemente en el encontrarse juntas unas personas que se suman unas a
otras. Es una unidad constituida por los vínculos de la profesión de la fe, de
los sacramentos y de la comunión jerárquica. Los fieles son uno porque, en el
Espíritu, están en la comunión del Hijo y, en El, en su comunión con el Padre:
«Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo» (1 Jn
1,3). Así pues, para
"Que
sean una sola cosa, así como nosotros lo somos (Jn 17,11), clama Cristo a su
Padre; que todos sean una misma cosa y que, como tú, ¡oh Padre!, estás en mí y
yo en ti, así sean ellos una misma cosa en nosotros (Jn 17,21). Brota constante
de los labios de Jesucristo esta exhortación a la unidad, porque todo reino
dividido en facciones contrarias será desolado; y cualquier ciudad o casa,
dividida en bandos, no subsistirá (Mt 12,25). Una predicación que se convierte
en deseo vehemente: tengo también otras ovejas, que no son de este aprisco, a
las que debo recoger; y oirán mi voz y se hará un solo rebaño y un solo pastor
(Jn 10, 16).
¡Con qué
acentos maravillosos ha hablado Nuestro Señor de esta doctrina! Multiplica las
palabras y las imágenes, para que lo entendamos, para que quede grabada en
nuestra alma esa pasión por la unidad. Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el
labrador. Todo sarmiento que en mí no lleva fruto, lo cortará; y a todo aquel
que diere fruto, lo podará para que dé más fruto... Permaneced en mí, que yo
permaneceré en vosotros. Al modo que el sarmiento no puede de suyo producir
fruto si no está unido con la vid, así tampoco vosotros, si no estáis unidos
conmigo. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; quien está unido conmigo y yo
con él, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer (Jn 15, 1-5).
¿No veis cómo los que se separan de
Defender la unidad de
-“Pero no ruego sólo por éstos, sino por cuantos crean en
mí por su palabra”. Jesús, Tú has rogado por mí...
has vislumbrado todo el inmenso desarrollo de su
obra... las multitudes humanas que creerían en El... preveía
-“Como Tú estas en mi y Yo en ti…”
Nada más profundo que este amor... el de Dios.
El amor de los cristianos tiene por modelo el amor
mismo de Dios. Esta es la unidad por la que Jesús dio su vida.
¡Cuán lejos estamos de ella tantas veces!
-“Para que el mundo crea...” Es la unidad, es el amor el
que es misionero y el que conduce a
-“Así
conocerá el mundo que tú me enviaste y que los amaste como me amaste a mí. El
mundo no te ha conocido, oh Padre; pero Yo te conocí, les di a conocer tu nombre
y se lo haré conocer todavía”. Palabras inolvidables. Participación misteriosa.
Comunicación, por parte de Jesús de todo lo que de mejor tiene.
-“Para
que el amor con que tú me has amado, esté en ellos y Yo en ellos...” Con estas
palabras se extingue la plegaria de Jesús, por lo menos en el relato de san
Juan. Podemos pensar que Jesús mantuvo pensamientos semejantes durante las
últimas horas de su vida humana. Podemos pensar que continúa en el cielo, esta
intercesión. Es la gran cumbre del evangelio, es la gran "buena nueva": el amor
mismo de Dios, el amor trinitario, con el que el Padre ama al Hijo, el amor
absoluto e infinito de Dios, participado a los creyentes. Lo que está trabajando
en el corazón de la humanidad es esto: la relación de amor perfecto que une a
las personas divinas (Noel Quesson).
Hoy,
encontramos en el Evangelio un sólido fundamento para la confianza: «Padre
santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en
mí...» (Jn 17,20). Ahí estamos todos, en esta despedida está comprendida la fe
en la vida eterna, más allá de la incertidumbre de los paganos está la esperanza
de encontrar la glorificación de todo sentimiento, de toda verdad, de todo
sacrificio. Es el Corazón de Jesús que, en la intimidad con los suyos, les abre
los tesoros inagotables de su Amor. Quiere afianzar sus corazones apesadumbrados
por el aire de despedida que tienen las palabras y gestos del Maestro durante la
Última Cena. Es la oración indefectible de Jesús que sube al Padre pidiendo por
ellos. ¡Cuánta seguridad y fortaleza encontrarán después en esta oración a lo
largo de su misión apostólica! En medio de todas las dificultades y peligros que
tuvieron que afrontar, esa oración les acompañará y será la fuente en la que
encontrarán la fuerza y arrojo para dar testimonio de su fe con la entrega de la
propia vida.
La contemplación de esta realidad, de esa oración de Jesús
por los suyos, tiene que llegar también a nuestras vidas: «No ruego sólo por
éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí...». Esas palabras
atraviesan los siglos y llegan, con la misma intensidad con que fueron
pronunciadas, hasta el corazón de todos y cada uno de los creyentes… (Joaquín
Petit). Sólo por Cristo, con Él y en Él podremos llegar a la perfecta unión con
Dios. No tenemos otro camino, ni se nos ha dado otro nombre en el cual podamos
alcanzar la salvación. Nadie conoce al Padre, sino el Hijo; y aquel a quien el
Hijo se lo quiera revelar. Jesús nos ha dado a conocer al Padre; pero lo ha
hecho no sólo con sus palabras, sino con su inhabitación en nosotros. Así no
sólo hemos oído hablar de Dios, sino que lo experimentamos en nuestra propia
vida como aquel que no sólo nos ama, sino que infunde su amor en nosotros. A
partir de ese estar Cristo en nosotros y nosotros en Él, podremos hacer que
desde nosotros el mundo conozca y experimente el amor que Dios les tiene a
todos. Anunciamos la muerte del Señor y proclamamos su resurrección, hasta que
Él vuelva glorioso para juzgar a los vivos y a los muertos. El Memorial de su
Misterio Pascual, que estamos celebrando en esta Eucaristía, es para nosotros el
mejor signo de unidad que Él nos ha confiado. Por eso venimos ante Él para
llevar a efecto esa unidad, que nos haga vivir como testigos suyos en medio de
las realidades de nuestra vida diaria. Al entrar en comunión de vida con Él su
Palabra nos santifica en la verdad para que podamos proclamar el Nombre del
Señor, no desde inventos nuestros, no desde interpretaciones equivocadas de su
Palabra, sino desde una auténtica fidelidad al Espíritu Santo, que Él ha
infundido en nosotros. Por eso la participación de