XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 13,44-52:
Jesús nos habla del tesoro escondido en nuestro corazón, el Reino de Dios es el mismo Señor que se nos da, y en Él lo tenemos todo

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del libro primero de los Reyes 3, 5. 7-12: En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: -Pídeme lo que quieras.

Respondió Salomón: -Señor Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?

Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello y Dios le dijo: -Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti. 

SALMO 118, 57 y 72. 76-77. 127-128. R/. Cuánto amo tu voluntad, Señor.          

Mi porción es el Señor, / he resuelto guardar tus palabras. / Más estimo yo los preceptos de tu boca, / que miles de monedas de oro y plata.

Que tu voluntad me consuele, / según la promesa hecha a tu siervo; / cuando me alcance tu compasión, viviré, / y mis delicias serán tu voluntad.

Yo amo tus mandatos, / más que el oro purísimo; / por eso aprecio tus decretos, / y detesto el camino de la mentira.

Tus preceptos son admirables, / por eso los guarda mi alma; / la explicación de tus palabras ilumina, / da inteligencia a los ignorantes. 

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 8,28-30: Hermanos: Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó. 

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 13,44-52. En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: -El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.

[El Reino de los Cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. 

Comentario: 1. El bueno de Salomón se equivocó, pidió la sabiduría y la prudencia, pero se cansó su corazón, y acabó en tinieblas. Tenía que haber pedido un buen corazón, que sepa amar. -Desde una perspectiva histórica, el reinado de Salomón deja mucho que desear. El pueblo le ha idealizado presentándolo como un rey sabio, como el gran sucesor de David, como el organizador del comercio exterior, como..., pero son muy abundantes las lagunas, los momentos de sombra en su vida. Como rey no tendrá reparos en oprimir al mísero pueblo mediante impuestos muy fuertes para poder obtener grandes sumas de dinero con el que pueda llevar a cabo todas sus empresas militares, sus grandes construcciones, sus... Lo importante fue la gloria de su reinado, no el pueblo. Salomón no fue ningún rey modélico.

-Y a pesar de todos sus fallos, nuestro autor bíblico le atribuye un papel muy importante en la historia del pueblo. Basta una lectura superficial de este libro para que nos percatemos del gran contraste existente entre la brevedad de espacio literario reservado a los reyes infieles al Señor y la amplitud con la que desarrolla el reinado de Salomón (caps. 3-11). Es cierto que todos estos capítulos forman una amalgama de relatos de origen muy diverso, pero todo ha sido ordenado por un redactor con una finalidad muy concreta: la magnificencia del reinado de Salomón es la prueba palpable, el testimonio más contundente de la fidelidad divina a las promesas dinásticas que un día el Señor hizo a David (II Sam. 7). Y para recalcar esta idea teológica, el autor llegará incluso a tratar de ocultar los fracasos de Salomón (sólo a partir de 11, 25 nos hablará de ellos).

No dejan de haber múltiples enseñanzas, como que Salomón fue prudente en el gobierno… ¿Qué es gobernar?: un servicio, no un privilegio. Como servicio al pueblo es absolutamente indispensable escuchar a este pueblo, tener los ojos y oídos atentos a la compleja realidad política o religiosa de esas gentes. Gobernar es sintonizar con los auténticos intereses que el pueblo manifiesta y tratar de darles una verdadera respuesta. Gobernar es aprender a detectar la verdad allí donde pueda detectarse… es ser servidor de la verdad y no cacique. Sólo así el poder humano podrá ser destello del poder ilimitado del Señor. Lo contrario es pura farsa y mera búsqueda de interesados y mezquinos intereses. Salomón pide saber escuchar a su pueblo para poder gobernar con justicia… buena peticion, para los políticos (A. Gil Modrego). Fundamentalmente, el servicio viene determinado como "un corazón sabio e inteligente". Significa esto tener una capacidad de apertura y escucha para captar la compleja realidad. Serenidad ante los sinsabores y tinieblas de la existencia, serenidad mantenida por una confianza profunda en la vida, en las personas, en toda criatura, en suma, en el Dios que dirige y gobierna misteriosamente la historia. Sólo así el poder político podrá ser destello del poder divino. Sólo así será "servidor" (Dabar 1978).

2. El tono del salmo es personal e intimista: -“Te invoco, respóndeme, a ti grito, me adelanto”... -nos habla de la obediencia de Jesús a la voluntad del Padre, de todo hombre y de modo especial el sacerdote: "Así como Jesús, que, mientras estaba a solas, estaba continuamente con el Padre (Lc 3,21; Mc 1,35), también el presbítero debe ser el hombre, que, en la soledad, encuentra la comunión con Dios, por lo que podrá decir con San Ambrosio: «Nunca estoy tan acompañado como cuando estoy solo»" (Congregación para el clero; cf. Félix Arocena).

El hombre fiel es "oyente de la Palabra". Y Jesús, al acabar las parábolas, decía: "El que tenga oídos, que oiga" (Mt 13,9.43). Hacía pues una llamada a escuchar, a reflexionar aquello que se ha oído, a dejar que penetre en el corazón para realizar lentamente -o rápidamente- su acción iluminadora y transformadora. Porque la Palabra tiene esta fuerza interior: como la semilla, como la levadura. Pero es difícil escuchar. También nosotros a veces, escuchando no oímos nada ni entendemos nada (Mt 13, 13). Y Jesús contrapone al que "escucha estas palabras mías y las cumple" y el que "escucha estas palabras mías, y no las cumple". Sin embargo, todo arranca de la "palabra plantada en vosotros, capaz de salvar vuestras almas" (St 1,21). En una sociedad donde hay tanta tendencia a la charlatanería, aprendamos a escuchar, a hacernos discípulos (Mt 11, 29; 28-19). Pidámoslo con el salmo (J. Totosaus). El texto representa el deseo de que la Ley sea el principio conductor de la propia vida. Pero nosotros estamos en condiciones de saber que –como dice San Pablo-: 'Mi ley es Cristo.' He aquí la clave para que este anhelo enamorado del salmista por la Ley se traduzca, en nuestro caso, en un poner a Cristo -nuestra Ley- como principio conductor de la entera jornada.

Así comentaba este salmo Juan Pablo II: “La invocación al Señor no conoce descanso, porque es una respuesta continua a la propuesta permanente de la palabra de Dios. En efecto, por una parte, se multiplican los verbos de la oración: Te invoco, te llamo, a ti grito, escucha mi voz. Por otra, se exalta la palabra del Señor, que propone los decretos, las leyes, la palabra, las promesas, el juicio, la voluntad, los mandatos y los preceptos de Dios. Juntamente forman una constelación que es como la estrella polar de la fe y de la confianza del salmista. La oración se manifiesta, por tanto, como un diálogo, que comienza cuando ya es de noche y aún no ha despuntado el alba (cf. v. 147) y prosigue durante toda la jornada, especialmente en las dificultades de la existencia…

Se dice que el gran filósofo y científico Blas Pascal recitaba diariamente este Salmo, que es el más largo de todos, mientras que el teólogo Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en 1945, lo transformaba en plegaria viva y actual escribiendo: "Indudablemente el Salmo 118 es difícil por su extensión y monotonía, pero debemos seguir precisamente palabra tras palabra, frase tras frase, con mucha lentitud y paciencia. Descubriremos entonces que las aparentes repeticiones son en realidad aspectos nuevos de una misma y única realidad: el amor a la Palabra de Dios. Así como este amor no puede terminar jamás, así tampoco terminan las palabras que lo confiesan. Pueden acompañarnos durante toda nuestra vida, y en su sencillez se transforman en plegaria para el niño, el hombre y el anciano" (Rezar los Salmos).

Por tanto, el hecho de repetir, además de ayudar a la memoria en el canto coral, es un modo de estimular la adhesión interior y el abandono confiado en los brazos de Dios, invocado y amado. Entre las repeticiones del Salmo 118 queremos señalar una muy significativa. Cada uno de los 176 versos que componen esta alabanza a la Torah, es decir, a la Ley y a la Palabra divina, contiene al menos una de las ocho palabras con las que se define a la Torah misma: ley, palabra, testimonio, juicio, sentencia, decreto, precepto y orden. Se celebra así la Revelación divina, que es manifestación del misterio de Dios, pero también guía moral para la existencia del fiel.

Con frecuencia, consideramos la Ley como una "cosa", como un "código impersonal". En este sentido, cometer una infracción contra la Ley, no tiene importancia, si uno no es visto. En este salmo, la Ley tiene relación con "Alguien". Los sinónimos utilizados son elocuentes: Tu Ley... Tus exigencias... Tus caminos... Tus preceptos... Tus mandamientos... Tus voluntades... Tus decisiones... Tus palabras... Cuando dos personas se aman, están ligadas la una a la otra por una especie de Ley, pero una Ley que no tiene nada que ver con los juridismos, o los formalismos: "Puesto que te amo, me siento íntimamente obligado a escucharte, a darte gusto, a cumplir tus deseos. Dime qué deseas. Seré feliz haciéndolo". Esto debería ocurrir entre Dios y nosotros. La "moral" antes que un problema de "permitido y prohibido" es cuestión de relación entre dos voluntades, entre dos personas. Un código de leyes no puede perdonarme: cuando he cometido la infracción, subsiste. Pero "alguien" puede perdonarme, por el pesar que le he causado rehusándole algo. De este modo, Dios y el hombre están unidos en un diálogo compuesto por palabras y obras, enseñanza y escucha, verdad y vida”. Al recitar este salmo, no olvidemos que el único mandamiento, la única voluntad de Dios, es que nos amemos. "¿Cuál es el mayor mandamiento de la Ley? Amarás (Mateo 22,36). "Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros, como Yo os he amado" (Juan 13,34). Toda vez que aparece en cada verso la palabra "Ley" o uno de sus equivalentes, hay que darle este sentido. "Enséñame tus mandamientos = Enséñame a amar verdaderamente". "Haz que yo viva según tu palabra = Haz que yo viva amando de verdad".

Quien no respeta las leyes de la naturaleza, las leyes internas que rigen su vida... se destruye inexorablemente. La Ley de Dios es "vital", es una regla de vida. "Mira: hoy pongo ante ti la vida y la felicidad, o bien, la muerte y la desgracia" (Dt 30,15). Al revelarnos Dios la Ley de nuestro ser nos hace un gran servicio: seguir esta ley es crecer, es vivir. El amor es la energia esencial, la Ley esencial. Teilhard de Chardin, hablando a la vez como paleontólogo, filósofo y teólogo, afirma: "El Amor es la más universal, la más formidable y la más misteriosa de todas las energías cósmicas... Cuanto más escudriño la pregunta fundamental sobre el porvenir de la tierra, más me doy cuenta que el principio generador de su unificación no hay que buscarlo solamente en la contemplación de una sola verdad, ni en el solo deseo provocado por una cosa, sino en la atracción común ejercida por un Alguien... ¡Amáos los unos a los otros! Esta palabra, pronunciada hace ya dos mil años, se descubre como la Ley estructural y esencial de lo que llamamos "progreso" y "evolución". Esta Ley del Amor entra en el dominio científico de las energías cósmicas y de las leyes necesarias". La obediencia a Dios es una alegria, un logro. Escuchemos una vez más las traducciones sui generis de Paul Claudel: "Estoy sobre la tierra como un hombre extraviado: / Dame una señal para encontrarme... / La ceguera no es la forma de ver claro, ni el andar tortuosamente, la de andar derecho... / Mis labios no hacen más que repetir Tu boca... / Quita de mis pies el tapiz del mal, fabricame una pendiente hacia el bien... / Tus mandamientos, un trampolín bajo mis pies... / Corta todo aquello que en mí va hacia algo distinto del fruto... / Es una locura ver trabajar a todos estos chapuceros que se oponen a tu Ley... / Una linterna alumbra el camino ante mí para conducirme... / Tengo Tu mano sobre la mía..."

Una forma de recitar este salmo, podría ser la de repetir como una especie de estribillo la fórmula del "Padre Nuestro", después de cada uno de los versículos. Sería dar contenido concreto a esta petición de la oración de Jesús (Noel Quesson).

El domingo será para nosotros y para todos los cristianos el día de la palabra amorosamente escuchada y meditada. Rodeados durante la semana de algunos “enemigos”, al empezar el domingo nos disponemos a colocar la lámpara de la palabra divina ante nuestros ojos; ella iluminará nuestros pasos y así nosotros, aunque se presenten dificultades numerosas, llegaremos a poseer la alegría de nuestro corazón, nuestra herencia perpetua, inaugurada por la resurrección de Cristo en el primer domingo que vivió la humanidad. Sea tu Palabra, Señor, lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro sendero; aunque los malvados no tiendan lazos, mantén nuestra lámpara encendida y alimenta la llama de nuestra fe, de suerte que nuestro mundo sea iluminado con la claridad que procede de Cristo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Oh Dios, fuente de gozo incesante, que has encendido en nuestro interior la luz de la filiación, y, de este modo, nos diste vida según tu promesa; inclina nuestro corazón a cumplir tu ley siempre y cabalmente, porque tus preceptos son nuestro gozo y la alegría de nuestro corazón. Por Jesucristo nuestro Señor.

3. En esta última parte del presente capítulo de Romanos existe un movimiento ascensional de ideas y sentimientos que coronan la exposición anterior del Apóstol, constituyendo uno de los momentos culminantes de la literatura paulina. La clave de lectura de estas líneas, hasta el final del capítulo, es más emocional y cristológica que discursiva y teológica. Desde esta perspectiva las escribe Pablo y desde ella hay que leerlas. El convencimiento básico es el del acontecimiento salvífico ya realizado por Cristo. Él ha iniciado el proceso con su muerte y resurrección. Quienes aman a Dios han entrado en tal proceso, que no puede fallar por tener al mismo Señor como garantía. La acción salvadora de Dios no es algo futuro, sino hunde sus raíces en el pasado (forma verbal del texto en repetidas veces). Pasado no sólo en cuanto a la vida de Jesús, sino a la del creyente. San Pablo no retrocede aun ante afirmaciones tan rotundas como la de justificación ya realizada y, con ella, la glorificación. De hecho, quien cree en Jesús ya ha empezado a vivir su Vida nueva y por ello está fundamentalmente en la situación de amistad e intimidad con Dios. ¿Y qué otra cosa puede ser la glorificación? Desde aquí fluye la esperanza, certeza y seguridad en la vida del hombre en Cristo, lo cual permite frases como la inicial, que todo sirve para el bien para quienes aman a Dios. No se trata de un optimismo ingenuo, sino de la aplicación de la salvación en nuestra existencia. Es preciso llevar a los cristianos a estos hondos sentimientos (Dabar 1981).

El Espíritu hace posible que el cristiano pueda llamar a Dios: !Padre! Ante todo, esto significa que el cristiano no es un huérfano en medio de un universo fatalista e impremeditado (v. 28). Vive dentro de unas coordenadas existenciales totalmente nuevas e insospechadas, porque el amor de un Padre, que es Dios, le circunda.

En los vs. 29-30 enumera Pablo los diversos pasos de este amor. No se trata en ellos de una predilección en exclusiva en orden a la salvación final. Es decir, Pablo no afirma que sólo los cristianos vayan a salvarse porque sólo ellos son los elegidos de Dios. Nada de eso. La perspectiva de Pablo no es escatológica, sino intramundana: la construcción aquí y ahora de la nueva sociedad.

Esta es la vocación del cristiano. ¿Cómo la realiza? Dando vida a una comunidad de hermanos en la que Jesús es el primogénito. Esta es la predestinación de la que habla Pablo. A esto nos ha llamado Dios. Y para esto nos ha justificado. Para Pablo justificación es liberación del pecado y creación de una nueva forma de existencia (Dabar 1978).

"A los que aman a Dios todo les sirve para el bien". Estas palabras brotan de la fe: la vida podrá dar muchas vueltas. Pero el creyente está seguro de que nada podrá alejarnos de Cristo, que tanto nos ama. Y que precisamente en El Dios ha mostrado -y demostrado- su amor (cf. la segunda lectura del próximo domingo). La fe siempre es fuente de alegría íntima, de estabilidad interior, de seguridad profunda. En una sociedad en donde hay tantas personas inestables, que sufren depresiones, sabernos cimentados sobre la roca (Mt 7,25-35) es fuente de estabilidad alegre. Claro que estas certezas brotan de la fe (o son la fe). No nos ahorran las contradicciones ni la experiencia del mal, ni la inestabilidad psicológica o emocional, ni el grito angustiado (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Mt 27, 46). Pero incluso en el fondo del pozo siempre flota la esperanza (J. Totosaus).

El amor de Dios por nosotros no tiene otra finalidad que ésta: hacernos conformes a la imagen del Hijo. Toda la estrategia divina, desde el comienzo de los tiempos, se concentra en esta obra. Pero se trata de una llamada de Dios; es preciso, pues, que nos destine a ello: es una gracia. El pasado domingo la misma carta insistía en la presencia del Espíritu en nosotros, ese Espíritu que nos permitía orar y que oraba, él mismo, en nosotros. Gracias al Espíritu, el Hijo está continua y dinámicamente presente en nosotros. A Pablo le gusta manifestar con énfasis esta presencia íntima de Cristo y lo hace en dos cartas: "El vive en mí" (Ga 2, 20) y "Para mí, la vida es Cristo" (Flp 1, 21). Pero hay algo que nos causa dificultad: "los destinó"... a ser imagen del Hijo... "Y a los que destinó" a esta semejanza, "los llamó". No hay que buscar en la Escritura un tratado sobre la predestinación; tampoco hay que atribuir a San Pablo toda la problemática elaborada después de él, sobre todo a partir de San Agustín. No es ahora momento de desarrollar todo lo que la teología ha podido aportar de claridad, pero también de confusión, a este problema. Para meditar el texto, primero hemos de poner fin al modo en que estamos tentados de considerarlo: no se trata de pensar sólo en individuos, sino de un pueblo. Esto hace que cambie considerablemente la perspectiva. Suele producirse un error en la comprensión de los términos empleados por Pablo que confunden nuestras ideas sobre la libertad y nos producen dudas acerca de lo que, en sí misma, es la justicia de Dios. Predestinar, predestinación... es una idea que comporta una significación de anterioridad que en absoluto aniquila la libertad; la preposición latina "prae" (antes) significa que la iniciativa viene de Dios. Por otra parte, si la iniciativa no viene del hombre, sino de Dios, ello no significa que el hombre quede inactivo; la palabra "predestinado", aunque signifique iniciativa divina, significa también respuesta activa y libre. San Juan resume admirablemente el problema cuando escribe: "Nosotros amemos, porque El nos amó primero" (1 Jn 4, 19). La certeza de nuestra esperanza se funda en el amor de Dios que nos ha amado antes. El final de la lectura nos recuerda el proceso de nuestra divinización y de nuestra gloria: "Dios nos ha conocido", es decir, nos ha amado; "nos ha destinado a ser imagen de su Hijo", es decir, ha tomado la iniciativa de esta transformación; nuestra respuesta, nuestra fe activa, ha significado para nosotros la gracia de ser "justificados", es decir, tratando de interpretar lo que Pablo ha querido decir, nos ha hecho participar en su propia vida y, por consiguiente, nos ha dado la gloria (Adrien Nocent).

En cualquier caso, los textos griegos indican una traducción distinta a la que leemos, y que da más paz: no es “los que aman a Dios” los que gozan de que todo sea para bien, sino “los que Dios ama”, es decir, que lo más importante en la vida es dejarse amar por Dios, acogerse a su amor, simplemente abrirle nuestro corazón. También la oración festiva del “gloria” sigue en la versión actual esta forma que da paz, pues no depende de nuestro “ser capaces de amar” o estar a la altura de las circunstancias. Ahí también decimos “paz a los hombres que ama al Señor”, en lugar de lo que a veces se decía “que aman al Señor”, es bonito no depender de “hacerlo bien” sino de acogernos al amor divino que no depende de nuestra respuesta. Aunque, como aprendió santa Teresita de pequeña, hay quien acoge este amor con un recipiente pequeño o bien con mucha capacidad, y en este sentido es la predestinación (la medida de nuestro corazón). Esto implica respuesta, pero con lo dicho quizá se entiende mejor lo de merecer, que comenta S. Agustín: “Éste es el orden por el que nos encaminamos a la vida eterna: primeramente detestamos nuestros pecados; luego vivimos santamente, para que, desaprobando la mala vida y poniendo en obra la buena, merezcamos la eterna. En efecto, Dios, conforme al designio de su ocultísima justicia y bondad, ‘a los que predestinó los llamó, a los que llamó los justificó, y a los que justificó los glorificó’ (Rom 8,30). Nuestra predestinación no ha tenido lugar en nosotros, sino ante él en su presencia ocultísima. Las tres cosas restantes, la vocación, la justificación y la glorificación tienen lugar en nosotros. Somos llamados a través de la predicación de la penitencia. Así, de hecho, comenzó el Señor a anunciar el evangelio: ‘Haced penitencia, pues se ha acercado el reino de los cielos’ (Mt 3,2; 4,7). La justificación la recibimos en la llamada, obra de la misericordia, y mediante el temor del juicio. Ése es el motivo por el que se dice: ‘Sálvame, Dios, en tu nombre y júzgame en tu poder’ (Sal 53,3). No teme ser juzgado el que antes ha pedido ser salvado. Una vez llamados renunciamos al diablo por la penitencia para no permanecer bajo su yugo; justificados, somos sanados por la misericordia, para que no temamos el juicio; glorificados, pasaremos a la vida eterna donde alabaremos a Dios sin fin. Pienso que a esto se refiere lo que dice el Señor: ‘He aquí que expulso los demonios, y obro curaciones hoy y mañana, y al tercer día seré consumado’ (Lc 13,32)”.

 4. Hoy vivimos crisis intensas (económica, política, cultural...) pero sobretodo hay crisis en el corazón de los hombres. Es una crisis radical, vital, que afecta a la vida misma, a su sentido, a su validez, a su orientación fundamental. El hombre de hoy, con mucha frecuencia, no sabe ya por qué ni para qué vive. En nuestra sociedad del bienestar, hay profundo malestar al mismo tiempo. Dicen que los indios de las tribus todavía no civilizadas no padecen neurosis ni enfermedades psicológicas. Las "islas de la opulencia", son las que registran cotas más altas en cuanto a enfermedades psicológicas o suicidios se refiere. La profunda crisis afecta también a la juventud actual. Ya no se trata de una crisis moral o de ideologías. Es apatía, cansancio cultural y vital, hecho de escepticismo y falta de ilusión por luchar en un occidente que les da sólo pobreza espiritual. Y es que nuestro mundo, al descubrir que las ideologías no llevan a ninguna parte, se encuentra en un círculo sin salida aparente. Hay que alzar la mirada hacia otra parte. El Evangelio de hoy nos hablará del tesoro escondido. El hombre moderno sigue buscando inconscientemente un tesoro, un tesoro que vale más que todo lo que le rodea, un tesoro que salve su vida dándole una causa para vivir y para morir, porque las grandes causas para vivir son a la vez grandes causas para morir, para dar la vida por ellas. El tesoro puede estar escondido y sepultado en medio de tanto confort y facilidad como nos rodea (Dabar 1978). Dicen que los demonios quisieron esconder el secreto de la felicidad para que el hombre no lo encontrara. Pensaron que en en la cima de la montaña era poco seguro, pues llegarían, y al fondo del mar igual, que en lugares y planetas lejanos también sabrían llegar… pero que dentro del corazón no, porque el hombre siempre se lanza hacia fuera…

El evangelio nos dice en qué consiste ese secreto, en hermosas parábolas, que tomaba de la vida cotidiana: el reinado de Dios -les decía- se parece a un labrador que halla un tesoro en el campo y luego va y lo esconde de nuevo...; se parece también a un mercader que encuentra una perla fina en el mercado y, después de vender todo lo que tiene..., etc, o a unos pescadores que echan la red barredera y cogen pescados grandes y pequeños y luego, sentándose en la orilla..., etc. Jesús, el Maestro, se acercaba a cada cual hablando su lenguaje: al labrador le recordaba sus labores, al mercader sus negocios, a los pescadores sus faenas, y cuando se dirigía a las amas de casa les hablaba de cómo se hace un remiendo, o de cómo se barre una habitación para encontrar una moneda extraviada... Sin embargo, el mensaje era el mismo para todos. Con su evangelio, con su buena noticia, descendía al terreno que les era en cada caso más conocido, pero les llamaba a todos indistintamente a lo más deseado y a lo que, en el fondo, a todos interesaba en absoluto.

Si nos fijamos en las parábolas de Jesús, observaremos también que en ellas el reinado de Dios se compara siempre a un suceso, y nunca a una cosa. No es propiamente como un tesoro, ni como una perla, ni como una red barredera..., sino que en él sucede algo semejante a lo que le pasa al labrador con el tesoro, al mercader con la perla y a los pescadores con la red que echan al mar. De modo que no sabríamos nada del reinado de Dios, si no supiéramos lo que sucede con todas estas cosas, porque el punto de comparación está en el suceso. Por eso, en las parábolas predomina el relato sobre la descripción. Y de ahí podemos sacar ya la primera enseñanza: lo primero que nos quiere decir Jesús en todas las parábolas, independientemente del argumento, es que nadie puede entrar en el reinado que anuncia como si tomara en propiedad una cosa, adquiriera un estado o una posición, sino más bien como alguien que se enrola decididamente en una dinámica y comienza a vivir una vida nueva. Entrar en el reinado de Dios es tomar parte en la historia de salvación. Los discípulos de Jesús, los que creen en el evangelio peregrinan entre el consuelo y la esperanza, viven entre el "ya" y el "todavía no".

* Se parece a un tesoro...: La nueva vida comienza por la gracia de Dios. El tesoro escondido no lo produce el campo con el esfuerzo del labrador y la perla fina vale más que todo lo que está dispuesto a dar el que la encuentra. Precisamente por eso se trata de una vida nueva, insospechada, más allá de todos nuestros méritos y trabajos, que no podemos producir, que sólo podemos encontrar y recibir. Y por eso es también lo más gratificante, porque es verdaderamente gratuito. De ahí la gran alegría del que la encuentra. Lo inapreciable, lo que no tiene precio, lo que no se puede comprar ni producir, es lo que realmente vale y todo es nada en su comparación.

* Dios es el tesoro del hombre: Desde el punto de vista del hombre que busca, el tesoro viene a ser como una utopía: no sabe dónde está, ni tan siquiera si lo hay en alguna parte. Sólo conoce que lo necesita, sólo siente la inquietud de su corazón: "Donde está tu tesoro allí está tu corazón". Pero ¿dónde tiene el corazón? Por eso busca incesantemente, por eso anda desorientado y errático, por eso busca el sentido de su vida. Pero en estas circunstancias el hombre puede agarrarse al dinero, al poder, a la fama, a la droga, etc. Pero el verdadero tesoro del hombre no es cualquier cosa, sino el mismo Dios.

* Llenos de inmensa alegría: El que encuentra a Dios en Jesucristo y en aquellos con los que se ha identificado el Señor, se siente libre de todo a lo que estaba sometido y experimenta una gran alegría. Se siente agraciado por el Amor y libre para el amor. Libre para dar la vida, libre para dar todo lo que es menos que la vida. Y en ese encuentro todo tiene ya sentido, porque ahora sabe dónde tiene el corazón (“Eucaristía 1981”).

Se dice que un tal fue donde uno de estos grandes Padres del desierto y le dijo: Padre mío, tú que tienes tanta experiencia, explícame ¿por qué vienen al desierto tantos jóvenes monjes y después muchos se devuelven; por qué perseveran tan pocos? Entonces el anciano monje dijo: "Mira, sucede como cuando un perro corre detrás de las liebres, ladrando. Muchos otros perros, oyéndolo ladrar y viéndolo correr, lo siguen. Pero solamente uno ve la liebre; pronto sucede que los que corren sólo porque el primero corre, se cansan y se detienen. Solamente el que tiene ante sus ojos la liebre, sigue adelante hasta alcanzarla". Así, dice el anciano monje, solamente quien ha puesto los ojos verdaderamente en el Señor crucificado, sabe en realidad a quién sigue y sabe que vale la pena seguirlo. Este es otro modo de contestar al joven rico: si tú fijas los ojos en el punto exacto, es decir, si te dejas mirar por el Señor, no sólo como Maestro, que te enseña a comportarte mejor, sino como amigo que te invita a seguirlo, si comprendes qué ofrecimiento es el que te está haciendo y la nueva relación que te propone cualquier elección paradójica de vida; entonces llegarás a ser lo que Jesús, en su bondad, te llama a ser: una persona que es Hijo del Padre y que por tanto entra en la libertad del Hijo. Por eso, pidamos también nosotros esta gracia, pidamos poder comprender este Evangelio que es buena noticia y no debe entristecernos, sino llenarnos de alegría, como el mercader que encontró la perla (Carlo M. Martini), como hizo la modelo en el seguimiento del Señor, Santa María.