XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 22,1-14: El Señor nos invita a todos al banquete de la Eucaristía, la fiesta del amor, y a participar de la fiesta que es el cielo, en su Reino

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del Profeta Isaías 25,6-10a.

Preparará el Señor de los ejércitos / para todos los pueblos, en este monte, / un festín de manjares suculentos, / un festín de vinos de solera; / manjares enjundiosos, vinos generosos.

Y arrancará en este monte / el velo que cubre a todos los pueblos, / el paño que tapa a todas las naciones. / Aniquilará la muerte para siempre.

El Señor Dios enjugará / las lágrimas de todos los rostros, / y el oprobio de su pueblo / lo alejará de todo el país / -lo ha dicho el Señor-.

Aquel día se dirá: / Aquí está nuestro Dios, / de quien esperábamos que nos salvara: / celebremos y gocemos con su salvación. / La mano del Señor se posará sobre este monte. 

Salmo 22,1-3a. 3b-4. 5. 6. R/. Habitaré en la casa del Señor, por años sin término.

El Señor es mi pastor, / nada me falta: / en verdes praderas me hace recostar: / me conduce hacia fuentes tranquilas / y repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre. / Aunque camine por cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo: / tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí, / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor, / por años sin término. 

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 4,12-14.19-20.

Hermanos: Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy entrenado para todo y en todo: la hartura y el hambre, la abundancia y la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso hicísteis bien en compartir mi tribulación. En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús. A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén 

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 22,1-14. El texto entre [ ] puede omitirse por razón de brevedad.

En aquel tiempo volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo: -El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda. Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: -La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. [Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: -Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? E1 otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: -Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.] 

Comentario. 1. Is 25, 6-10ª. Este pasaje pertenece al llamado "apocalipsis de Isaías" (cap. 24-27) escrito por un profeta anónimo, discípulo del gran Isaías y que vive ya después del destierro de Babilonia, y describe en esta "revelación" el juicio de Dios, cuando desaparezca el velo que ahora cubre todas las naciones -esto es, acabará con el error que impide a los pueblos ver con claridad (cf. 29. 10; 2 Co 3. 15s.)-: “Aquel día, el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos…” el aspecto positivo de este juicio de Dios se muestra con el banquete (cf. Mt 8.11; 22.2-14; Ap 19. 9) de la entronización de Yahvé (cf 1 S 11.15; 1 R 1.25s.), pues ha de reinar sobre todos los pueblos (24. 23), en una salvación univeral, plena: acabará con el pecado y con sus terribles consecuencias: el dolor y la muerte, Yahvé pondrá fin al oprobio que padece su pueblo elegido y se acabará la mofa de sus enemigos, encontrará al fin una satisfacción para su esperanza. Dirá entonces y responderá con gozo: "Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara". Y comenzará una fiesta sin ocaso donde enjugará el Señor toda lágrima (“Eucaristía 1987”): la imagen de un Soberano enjugando nuestras lágrimas es conmovedora. Él es solidario con el hombre con amor total, el gran consolador que no sólo anuncia la extirpación futura del dolor y de la muerte sino que se entretiene con el quehacer diario del momento presente… El banquete eucarístico es signo del banquete escatológico. El Señor es un generoso anfitrión que nos ofrece todo lo mejor, sin excluir a nadie. No hemos de excluir a nadie… El que se complace en atormentar a los seres humanos con el miedo al castigo es un pobre y triste hombre que ni es feliz ni soporta que los otros lo sean (A. Gil Modrego).

"Aniquilará la muerte para siempre".- Esta es nuestra perspectiva. Más aún, el Señor ya la ha aniquilado: "muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando restauró la vida", "porque en la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección hemos resucitado todos", cantamos en los prefacios de Pascua. Por eso el Apocalípsis habla de "segunda muerte": ésta es la muerte verdadera, pues la primera, para el creyente, no es muerte sino tránsito. Y los primeros cristianos celebraban el "dies natalis" de los mártires: el día de su muerte era el día de su nacimiento a la gloria. ¿Y quién sino el Señor puede enjugar las lágrimas de todos los hombres? Realmente, "aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara: celebremos y gocemos con su salvación" (J. Totosaus).

2. Ya hemos comentado otros días este salmo 22, uno de los más bellos de todo el salterio comienza con una afirmación atrevida: "El Señor es mi pastor, nada me falta". Este creyente que se sabe guiado y acompañado por la mano firme y protectora del pastor, proclama con tranquila audacia su ausencia de ambiciones. Tiene todo lo que necesita: conducción, seguridad, alimento, defensa, escolta, techo donde habitar... Difícilmente anidarán en su corazón la agresividad, la envidia, la rivalidad, todas esas actitudes que amenazan siempre el convivir con los otros fraternalmente (Cuadernos de oración).

Este salmo del Huésped de Dios, para expresar una experiencia de intimidad con Dios, utiliza dos imágenes universales: el pastizal... el festín... (el Pastor... y el huésped...). En los países en que la vida está en armonía con la naturaleza, este lenguaje es poético. El tema del "Pastor" aparece constantemente, en la Biblia. Los judíos vivían en una civilización rural y hasta cierto punto nómada. Para un hombre cuyo rebaño es la principal riqueza, toda la vida está "polarizada" por su cuidado: encontrar verdes praderas, conducir a las ovejas al abrevadero, hacer reposar el rebaño bajo la sombra, conocer los senderos seguros y evitar los pasajes peligrosos, proteger con el bastón los ataques de las fieras. Dios es presentado como este "Pastor" diligente: Ezequiel 34 - Oseas 4,16 - Jeremías 23,1- Miqueas 7,14 - Isaías 40,10; 49,10; 63,11.

El tema del "huésped" es también universal. Cuanto más sencillas son las civilizaciones, más sentido de hospitalidad tienen los hombres. Cuanto más pobre, más generoso, ordinariamente. Aquí, la hospitalidad se resume en tres detalles concretos: la mesa con abundantes alimentos, la copa desbordante en la mano, el aceite perfumado que se echa en la cabeza para refrescar al visitante que llega, del sol abrasador.

En la Biblia, este tema se aplica también constantemente a Dios: el tema del Templo, considerado "Casa de Dios" en la que se quiere habitar, como los levitas, que tenían la fortuna de pasar su vida en la Casa de Dios. No olvidemos que el Templo de Jerusalén era el lugar de los sacrificios rituales: los animales inmolados, ofrecidos a Dios (asados al fuego, que simbolizaba justamente a Dios), eran cocidos, y distribuidos entre los fieles en forma de "comida sagrada". En Israel, la "mesa" y la "copa" no eran solamente un símbolo, eran realmente un festín sagrado. Pastor y rebaño son ya desde antiguo figuras que explicaban la relación de Dios con su pueblo Israel. El salmo dice: «El Señor es mi pastor; nada me falta» (Sal 23,1). El Señor, el Pastor, es Dios. El libró a su pueblo de la opresión de Egipto, lo guió por el desierto a la tierra prometida, se reveló en el Monte Sinaí como el Dios de la Alianza: «Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi Alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos» (Ex 19,5). En el Antiguo Testamento pastores son también aquellos que están llamados por Dios a apacentar a su pueblo en su nombre. La figura de los pésimos pastores es utilizada por el profeta Ezequiel (34,1-16), por quien Dios fustiga duramente a aquellos pastores que en vez de cumplir con su oficio descuidan sus funciones o se aprovechan de su puesto para apacentarse a sí mismos, abusando, maltratando o dejando desorientadas a las ovejas encomendadas a su custodia. También Jeremías se convierte en la voz de Dios que denuncia tal injusticia usando la misma comparación: «¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! (…) Vosotros habéis dispersado las ovejas mías, las empujasteis y no las atendisteis.» (Jer 23,1-2). Ante esa situación Dios promete arrebatar las ovejas de sus manos y hacerse Él mismo cargo de ellas: «Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él. Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas.» (Ez 34,11-12; ver Jer 23,3).

Jesús debió recitar este salmo con especial fervor. Releámoslo en esta perspectiva, imaginándonos que lo pronuncia Jesús en persona: "Nada me falta... El Padre me conduce... Aunque tenga que pasar por un valle de muerte, no temo mal alguno... Mi copa desborda... Benevolencia y felicidad sin fin... Porque Tú, Oh Padre, estás conmigo...". ¿Quién mejor que Jesús, vivió una intimidad amorosa con el Padre, su alimento, su mesa (Jn 4,32.34)? Jesús se identificó varias veces con este pastor, que ama a sus ovejas y que vela amorosamente sobre ellas: "Yo soy el Buen Pastor" (Juan 10,11). La tonalidad íntima de este salmo, hace pensar en "una oveja", la única oveja que se siente mimada por el Pastor: "El Señor es mi Pastor, nada me falta". Esto evoca la solicitud de que habla Jesús cuando no duda un momento en "dejar las 99 para ir a buscar la única oveja perdida" (Mateo 18,12). Este mismo clima de "intimidad" evocará San Juan para hablar de la unión con Cristo Resucitado, retomando la imagen de la mesa servida: "entraré en su casa para cenar con El, yo cerca de El y El cerca de mí" (Apocalipsis 3,20).

Los primeros cristianos cantaron mucho este salmo que lo consideraron como el salmo bautismal por excelencia: este salmo 22 se leía a los recién bautizados, la noche de Pascua, mientras subían de la piscina de inmersión de "aguas tranquilas que los hicieron revivir"... Y se dirigían hacia el lugar de la Confirmación, en que se "derramaba el perfume sobre su cabeza"... antes de introducirlos a su primera Eucaristía, "mesa preparada para ellos". Bajo estas imágenes pastorales de "majada" como telón de fondo, tenemos una oración de gran profundidad teológica y mística; Jesucristo es el único Pastor que procura no falte nada a la humanidad... El nos hace revivir en las aguas bautismales... Nos infunde su Espíritu Santo... Nos preparó la mesa con su cuerpo entregado... Y la copa de su Sangre derramada... El conduce a los hombres, más allá de los valles tenebrosos de la muerte, hasta la Casa del Padre en que todo es gracia y felicidad.

A quienes vivimos en las grandes ciudades la relación entre las ovejas y los pastores probablemente nos resulte desconocida. Para entender mejor la comparación usada por el Señor, conviene describir brevemente esta realidad. Luego de pastar durante el día las ovejas eran reunidas en el redil para pasar la noche. Los rediles reunían ovejas de uno o más rebaños. El cerco del redil estaba hecho de piedras, y una puerta permitía el tránsito de las ovejas hacia su interior o exterior. La puerta era estrecha, de modo que permitiese más fácilmente contar las ovejas que entraban o salían del redil. Por la noche un solo pastor permanecía en vela para proteger a las ovejas de los depredadores y de los ladrones. Al llegar el nuevo día cada pastor venía por sus ovejas, abría la puerta y llamaba a sus ovejas. Éstas, reconociendo la voz de su propio pastor, se agolpaban en la puerta y salían de una en una mientras su pastor las iba contando. Las ovejas nunca acuden al llamado de otra persona que no sea su propio pastor, salvo que estén enfermas. A veces el pastor llamaba a cada una por el nombre que cariñosamente le había puesto, acudiendo cada cual al llamado de su nombre. Una vez reunidas todas las ovejas el pastor marchando por delante las llevaba a apacentar. Así pues, los términos de la comparación resultaban completamente familiares para aquellos que escuchaban al Señor. El mensaje era claro: quienes reconocían al Señor como Pastor supremo, no debían prestar sus oídos a los «ladrones y salteadores.» El Señor advierte a sus discípulos para que se guarden de todos aquellos que con discursos engañosos buscan arrancar la vida a sus ovejas. Siguiendo con su comparación de pronto el Señor deja de lado la figura del pastor para compararse a sí mismo con la puerta del redil: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo.» Las ovejas no pueden entrar al lugar seguro del redil más que por la puerta. Al identificarse con la puerta el Señor Jesús da a entender su función mediadora única: sólo Él abre el acceso a la participación de la comunión divina, sólo por Él se pasa al lugar en el que se está “a salvo” por toda la eternidad. Esta puerta de acceso a la casa del Padre la ha abierto Él para todo ser humano mediante su sacrificio en la Cruz. Quien entra por la puerta, que es Cristo, estará a salvo. Esa es su promesa, y su deseo es traer a todo ser humano la vida eterna, la vida en plenitud: «yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.» En efecto, Dios llama a todo ser humano a una plenitud de vida que va más allá de las dimensiones de su existencia terrena, plenitud que consiste en la participación de la vida misma de Dios. Cuando el Señor Jesús afirma que ha venido para que tengamos vida, y vida en abundancia, se refiere finalmente a aquella vida “nueva” y “eterna”, que consiste en la comunión con el Padre, a la que todo hombre está llamado gratuitamente en el Hijo por obra del Espíritu Santificador. Con estas palabras el Señor Jesús abre ante el hombre la perspectiva de la vida divina y sostiene la aspiración del hombre a la completa realización de sí, ya aquí y luego de su propia pascua en la eternidad.

He observado rebaños de ovejas en verdes laderas. Retozan a placer, pacen a su gusto, descansan a la sombra. Nada de prisas, de agitación o de preocupaciones. Ni siquiera miran al pastor; saben que está allí, y eso les basta. Libres para disfrutar prados y fuentes. Felicidad abierta bajo el cielo. Alegres y despreocupadas. Las ovejas no calculan. ¿Cuánto tiempo queda? ¿Adónde iremos mañana? ¿Bastarán las lluvias de ahora para los pastos del año que viene? Las ovejas no se preocupan, porque hay alguien que lo hace por ellas. Las ovejas viven de día en día, de hora en hora. Y en eso está la felicidad. «El Señor es mi pastor». Sólo con que yo llegue a creer eso, cambiará mi vida. Se irá la ansiedad, se disolverán mis complejos y volverá la paz a mis atribulados nervios. Vivir de día en día, de 'hora en hora, porque él está ahí. El Señor de los pájaros del cielo y de los lirios del campo. El Pastor de sus ovejas. Si de veras creo en él, quedaré libre para gozar, amar y vivir. Libre para disfrutar de la vida. Cada instante es transparente, porque no está manchado con la preocupación del siguiente. El Pastor vigila, y eso me basta. Felicidad en los prados de la gracia. Es bendición el creer en la providencia. Es bendición vivir en obediencia. Es bendición seguir las indicaciones del Espíritu en las sendas de la vida. «El Señor es mi pastor. Nada me falta».

Este salmo es el canto de los nuevos  bautizados que van por vez primera, después de su bautismo y confirmación, a la  celebración eucarística. No se puede hacer una homilía sobre el Pastor sin hablar de la  Eucaristía a la que el Pastor nos conduce para reunirnos en un solo Pueblo y darnos su  alimento. El salmo 22 ha sido muy frecuentemente comentado por los Padres. Para  San Cirilo de Jerusalén es una profecía de la iniciación cristiana:  "El bienaventurado David te da a conocer la gracia del sacramento (de la Eucaristía),  cuando dice: "Has preparado una mesa delante de mis ojos, frente a los que me persiguen.  ¿Qué otra cosa puede significar con esta expresión sino la Mesa del sacramento y del  Espíritu que Dios nos ha preparado? Has ungido mi cabeza con óleo. Sí. El ha ungido tu  cabeza sobre la frente con el sello de Dios que has recibido para que quedes grabado con  el sello, con la consagración a Dios. Y ves también que se habla del cáliz; es aquél sobre el  que Cristo dijo, después de dar gracias: Este es el cáliz de mi sangre". San Ambrosio comenta el mismo salmo y le da la misma explicación:  "Escucha cuál es el sacramento que has recibido, escucha a David que habla. También  él preveía, en el espíritu, estos misterios y exultaba y afirmaba "no carecer de nada". ¿Por  qué? Porque quien ha recibido el Cuerpo de Cristo no tendrá jamás hambre. ¡Cuántas  veces has oído el salmo 22 sin entenderlo! Ahora ves qué bien se ajusta a los sacramentos  del cielo". Así pues, el salmo 22 es considerado como una síntesis de la catequesis sacramental y ocupa un puesto importante en el rito de iniciación cristiana que se hacía en la antigüedad.  Hemos de citar todavía otros dos pasajes patrísticos en los que descubrimos la  preocupación pastoral que tenían los Padres. San Gregorio Nisa escribe: "En el salmo, David invita a ser oveja cuyo Pastor sea Cristo, y que no te falte bien alguno a ti para quien el Buen Pastor se convierte a la vez en pasto, en agua de reposo, en  alimento, en tregua en la fatiga, en camino y guía, distribuyendo sus gracias según tus  necesidades. Así enseña a la Iglesia que cada uno debe hacerse oveja de este Buen  Pastor que conduce, mediante la catequesis de salvación, a los prados y a las fuentes de la  sagrada doctrina."  San Cirilo de Alejandría dice de este salmo que es  "el canto de los paganos convertidos, transformados en discípulos de Dios, que  alimentados y reanimados espiritualmente, expresan a coro su reconocimiento por el  alimento salvador y aclaman al Pastor, pues han tenido por guía no un santo como Israel  tuvo a Moisés, sino al Príncipe de los pastores y al Señor de toda doctrina en quien están  todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia."

3. Flp 4, 12-14. 19-20. Terminando ya la carta a los Flp, Pablo adopta un tono personal para agradecer a aquella comunidad la ayuda que ha recibido de ella en diversas ocasiones. Es muy conforme con el resto de la carta, la más íntima, quizás, de la correspondencia de Pablo. Como es normal en su modo de hablar, aprovecha de modo inconsciente la oportunidad para decir algo más profundo que el mero agradecimiento por la ayuda material. Ello nos permite una visión de la conducta de Pablo que puede servir de modelo para otros cristianos. En este texto habla de su total disponibilidad y adaptación a las distintas circunstancias de la vida. No por estoicismo o afán de puro autodominio o control, sino para predicar el evangelio. Es un buen ejemplo de cómo el cristiano no debe encastillarse en una forma determinada de vida. Naturalmente el evangelio privilegia, por ejemplo, la pobreza. Pero no de forma que sólo haya un modo de vivir cristianamente. Hay que usar las cosas racionalmente y, sobre todo, en función de los demás. Es como hacía el propio Jesús que tampoco vivió en la miseria ni antes ni en la vida pública, sin obsesiones por una pobreza radical, aunque siendo conscientes de los peligros de la riqueza y animando a no caer en ellos aun a costa de sacrificios importantes. En el cristiano hay algo por encima de estos condicionamientos materiales. Sin que valga como pretexto ideológico para oprimir y explotar o para vivir de modo ostentoso y lujoso, que acaba haciendo daño a otros, lo importante es la actitud hacia el mundo. No dejarse dominar por lo infrahumano, y tampoco por la neurosis de la pobreza -enfermedad esta poco frecuente hoy día- sino dando el primer lugar a lo que realmente lo tiene. La clave está en el v. 13: "todo lo puedo..." En todos los sentidos, para vivir con poco o para no dejarse engañar por lo mucho. Lo importante es El que me conforta o ayuda. El poner el punto de apoyo en Cristo, no en una forma determinada de vida como si ella fuera decisiva por sí misma (Federico Pastor).

Todo lo puedo en aquel que me conforta… Pablo, que normalmente no acepta ayudas materiales, ha recibido en la cárcel una ayuda de los filipenses, lo que agradece vivamente. En el fragmento que leemos, el apóstol se muestra capaz de vivir en medio de las circunstancias más diversas. Pero esta capacidad no es fruto de una especie de estoicismo, sino de la fuerza de Jesucristo. No recrimina la ayuda que ha recibido, sino que dice a los filipenses: "Hicisteis bien en compartir mi tribulación" . De hecho, han ayudado a "uno de aquellos pequeños necesitados" y, por eso, recibirán la recompensa que Jesús ha prometido a los que actúen así. La acción de gracias de Pablo culmina con una alabanza a Dios Padre, que pone punto final a la carta, antes de las salutaciones finales (J. M. Grané).

4. Mateo recalca fuertemente la posición de los que no aceptan el banquete. Deliberadamente "no se preocupan" del asunto y se vuelven a sus negocios. Incluso con sangre fría arremeten contra los mensajeros. La crítica que esto supone a la actitud de los jefes del pueblo es de toda dureza. Se describe una situación límite para poner en guardia al posible lector. Para el que ha recibido el don de la fe es de todo punto necesario responder con la vida a ese don, de lo contrario él mismo se autodestruye. El mensaje de Jesús es para todos y a todos se llama al convite que es la fe. No hay situación, cualquiera que sea, que discrimine ante este don de Dios. Jesús recoge la herencia universalista del profetismo llevándola hasta sus límites. Mas aún, no hay selección en cuanto a la postura moral de los participantes ya que hasta los malos pueden llegar a participar de la fe si aceptan a Jesús. Para ser buen creyente no es imprescindible ser ya bueno moralmente. Más todavía, a muchos les estorba su "bondad" para llegar a Dios. v.14: No hay en esta sentencia, un tanto oscura de por sí, ninguna clase de discriminación. A muchos, a todos (polloi), se ofrece el reino pero no todos tienen la limpieza de corazón para dar una respuesta de fe honda. Esto hace que el creyente se encuentre en una sana y creadora tensión de cara al Reino, para no dormirse en una vanidad o seguridad que le podría ser nociva (“Eucaristía 1978”).

El Reino de Dios es un banquete de bodas. Una idea que destaca en el evangelio de hoy es que el Reino de Dios es un banquete. Es algo que no conviene olvidar en un mundo y en una cultura que ha criticado a la religión como algo que aliena al hombre y va contra sus tendencias más naturales, como si se opusiese a su felicidad. Y esto no es así en la Palabra de Dios y, por tanto, en la fe cristiana. Otra cosa puede ser el camino y hasta la meta para conseguir esa felicidad. Ahí puede haber y hay discordancias profundas y opuestas. Pero quede claro que la felicidad es la meta del hombre para el sentido cristiano de la vida.

-El traje de fiesta. Los exegetas no dan una explicación convincente y unánime. ¿Es la gracia? Parece que no, porque allí entran buenos y malos. ¿Es una nueva mentalidad? En este caso nos parece excesivo el castigo que se le propina. ¿Es que era un boicoteador de la fiesta y eso va contra lo más fundamental del Reino, rechazándolo y negándolo? Habría que preguntárselo a Jesús, y mientras tanto, la cuestión queda abierta. Yo me inclino a pensar que se trata de una actitud contra la Buena Nueva de la fe y la fiesta, que se opone de frente al Reino de Dios. Una especie de pecado contra el Espíritu Santo, contra lo más sagrado del hombre y de Dios, que sería la fe, la fiesta y la felicidad (Martínez de Vadillo).

Una vez más, Mateo no está seguro de que el nuevo Pueblo no vaya a caer en los defectos del antiguo Pueblo. La segunda parte de la parábola es un aviso en serio de que no hay Pueblo de Dios por descontado. Más aún, en tiempos del autor el nuevo Pueblo empezaba ya a dar señales de convertirse en antiguo. Y de la pluma del evangelista brota la tinta de la desilusión: "muchos son los llamados, pocos los elegidos". Desgraciadamente esta frase suele ser citada para susto y tormento de conciencias. El tema del traje nupcial recuerda el del vestido y su significado simbólico en el orden de la salvación. El vestido humaniza el cuerpo, ayuda a situarse entre los semejantes, le saca a uno del anonimato. De ahí que sea con toda normalidad signo de la alianza entre Yahvé e Israel: cual un esposo, Dios extiende el paño de su manto sobre su esposa (Ez 16). Pero ésta es infiel y se muestra a todo el que llega: su vestido se deteriora, a no ser que Dios se lo quite y vuelva a dejar de nuevo a su esposa en el anonimato y la desnudez. En la cruz, Jesús es despojado de sus vestidos como para asemejarse más a la humanidad pecadora frente a la muerte, que da al traste con todas las falsas seguridades y las apariencias. Pero muy pronto revestirá, en la resurrección, la gloria divina que vive en Él. "Revestirse de Cristo" o "revestirse del hombre nuevo" (Ga 3,27-28; Ef 4,24; Col 3,10-11), representa, pues, participar en ese orden de la salvación que engloba el desprendimiento y la resurrección de Jesús. Esta participación en plenitud está reservada a la escatología, cuando toda la humanidad se revestirá de la incorruptibilidad y estará engalanada para presentarse ante su Esposo eterno (Ap 21. 2). Pero hay que revestirse del atuendo nupcial antes de participar en el banquete eucarístico. O, dicho de otro modo: esa participación es una fuente de exigencias morales que el invitado debe honrar mediante los desprendimientos que se imponen (Maertens-Frisque).

“Muchos son los llamados y pocos los elegidos”. A propósito de la traducción de esta frase se impone una observación. El adjetivo muchos es la manera semítica de decir todos. Un caso similar se encuentra en las palabras de la cena del Señor esta es mi sangre... que va a ser derramada por muchos=todos (Mt 26, 28). La frase final de la parábola no significa que unas personas sean llamadas y otras no. Para evitar malentendidos una buena traducción sería la siguiente: Todos son llamados, pero pocos escogidos (Alberto Benito).

Había uno en el banquete sin traje de fiesta… se apoya aquí Jesús en algún detalle histórico y costumbrista que desconocemos… aquí se quiere insinuar algo. Y es que para pertenecer al Reino de Dios hay que poner algo de nuestra parte. Dios invita y hasta pone el traje y todo lo demás. Pero algo se le exige al hombre. ¿Qué? Sinceridad, buena voluntad, apertura a Dios y los hermanos, frutos. Dios pone lo más, sin duda, que es su llamada y su gracia, pero hay algo imprescindible que tiene que poner el hombre. Porque Dios, que quiso crear al hombre sin el hombre, no quiere salvar al hombre sin el hombre (Agustín). Nos hizo libres y quiere que ejerzamos la libertad. Dios llama, pero el hombre ha de responder. Esto nos lleva a la conclusión de la parábola: "Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos". Esto es así, pero no por culpa de Dios (“Dabar 1978”). “¿Qué cosa es el vestido nupcial? Investiguémoslo en la Sagrada Escritura. ¿Qué es el vestido nupcial? Sin duda alguna, se trata de algo que no tienen en común los buenos y los malos. Hallando esto, habremos hallado el vestido nupcial. Entre los dones de Dios, ¿cuál es el que no tienen en común los buenos y los malos? El ser hombres y no bestias es un don de Dios, pero lo poseen tanto buenos como malos. El que nos llegue la luz del cielo, el que las nubes descarguen la lluvia, las fuentes manen, los campos den fruto, es don de Dios, pero común a buenos y malos. Entremos a la boda; dejemos de lado a quienes no vinieron a pesar de haber sido llamados. Centrémonos en los comensales, es decir, en los cristianos. Don de Dios es el bautismo; lo tienen buenos y malos. El sacramento del altar lo reciben tanto buenos como malos. Profetizó el inicuo Saúl, enemigo de aquel varón santo y justísimo; profetizó mientras lo perseguían (1 Re 19). ¿Acaso se afirma que sólo los buenos creen? También los demonios creen, pero tiemblan (Sant 2,19). ¿Qué he de hacer? He tocado todo y aún no he llegado al vestido nupcial. He abierto mi bolso, he revisado todo o casi todo y todavía no he llegado a aquel vestido. En cierto lugar el apóstol Pablo me presentó un gran bolso repleto de cosas extraordinarias; las expuso en mi presencia y yo le dije: «Muéstramelo, si es que has hallado el vestido nupcial». Comenzó a sacar esas cosas una a una, y a decir: Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si tuviera toda la ciencia y toda la profecía y toda la fe, hasta trasladar los montes, si distribuyere todos mis bienes a los pobres. Preciosos vestidos; sin embargo, aún no ha aparecido el vestido nupcial. Preséntanoslo ya de una vez. ¿Por qué nos tienes en vilo, ¡oh Apóstol!? Quizá es la profecía el don de Dios que no tienen en común los buenos y los malos. Si no tengo caridad -dijo- de nada me sirve (1 Cor 13,1-3). He aquí el vestido nupcial; vestios con él, ¡oh comensales!, para estar sentados con tranquilidad. No digáis: «Somos pobres para llevar ese vestido». Vestid y seréis vestidos. Es invierno, vestid a los desnudos. Cristo está desnudo y a quienes no tienen el vestido nupcial él se lo dará. Corred a él, pedídselo. Sabe santificar a sus fieles, sabe vestir a los desnudos. Para que teniendo el vestido nupcial, no quepa el miedo a las tinieblas exteriores, a ser atado de miembros, manos y pies, nunca os falten las obras. Si faltan, cuando tenga atadas las manos, ¿qué ha de hacer? ¿Adónde ha de huir con los pies atados? Tened ese vestido nupcial, ponéoslo y sentaos tranquilos, cuando él venga a inspeccionar. Llegará el día del juicio. Ahora se concede un largo plazo; quien se hallaba desnudo, vístase de una vez” (S. Agustín).

Es la última de las parábolas dirigidas "a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo"- y hay que ponerlo en el ambiente en que fue pronunciada: "el anfitrión que daba una recepción podía distinguirse de modo espectacular por el número de sus invitados o, de forma más real, por el buen servicio a sus huéspedes... El invitado esperaba que le fuesen comunicados los nombres de los restantes comensales y que, independientemente de la invitación anterior, fuese llamado el mismo día del banquete por mensajero" (J. Jeremías). Si la imagen de la viña dominaban en las lecturas del pasado domingo, hoy destaca la imagen del banquete, del gran festín al que Dios llama a todos los hombres (1. lectura y evangelio). También, como el pasado domingo, convendrá pensar fundamentalmente en la imagen del banquete en su sentido más profundo: la gran llamada del Padre: "Venid a la fiesta". “Señor, al salir de esta eucaristía, no quiero que se me olviden las palabras que Tú has hecho resonar en mi interior. Ayúdame a mantener el carácter fundadamente ilusionado, propio de quienes te escuchan. Deseo actuar siempre en sintonía contigo. Hazme un hombre a tu imagen: más de espíritu que de letra, más de creatividad que de rutina, más de constancia que de lamentos, más de amistad que de leyes. Que me alegre lo que a Ti te alegra. Que ame lo que Tú amas. Gracias por haberme invitado al banquete de tu amistad. Grítame fuerte, Señor para que nunca rechace tus llamadas” (las distintas citas las voy tomando de mercaba.org, completando con otras cosas mías).