II Domingo de Adviento, Ciclo B
San
Marcos 1, 1-8: Jesús es la liberación, la lluvia celestial que hace de nuestra alma tierra rica que dé mucho fruto, la buena noticia que anuncia Juan el Bautista

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del Profeta Isaías 40, 1-5. 9-11. Consolad, consolad a mi pueblo, / dice vuestro Dios; / hablad al corazón de Jerusalén, / gritadle: / que se ha cumplido su servicio, / y está pagado su crimen, / pues de la mano del Señor ha recibido / doble paga por sus pecados.

Una voz grita: / En el desierto preparadle / un camino al Señor; / allanad en la estepa / una calzada para nuestro Dios; / que los valles se levanten, / que los montes y colinas se abajen, / que lo torcido se enderece / y lo escabroso se iguale.

Se revelará la gloria del Señor, / y la verán todos los hombres juntos / —ha hablado la boca del Señor—. / Súbete a lo alto de un monte, / heraldo de Sión, / alza con fuerza la voz, / heraldo de Jerusalén, / álzala, no temas, / di a las ciudades de Judá: / aquí está vuestro Dios.

Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza, / su brazo domina. / Mirad: le acompaña el salario, / la recompensa le precede. / Como un pastor apacienta el rebaño, / su mano los reúne. / Lleva en brazos los corderos, / cuida de las madres. 

Salmo 84, 9ab-10. 11-21. 13-14. R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: / «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos." / La salvación está ya cerca de sus fieles / y la gloria habitará en nuestra tierra.

La misericordia y la fidelidad se encuentran, / la justicia y la paz se besan; / la fidelidad brota de la tierra / y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia, / y nuestra tierra dará su fruto. / La justicia marchará ante él, / la salvación seguirá sus pasos.

Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pedro 3,8-14. Queridos hermanos: No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos.Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. El día del Señor llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados y la tierra con todas sus obras se consumirá. Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor, cuando desaparecerán los cielos consumidos por el fuego y se derretirán los elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con El, inmaculados e irreprochables. 

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 1,1-8. Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el Profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos. Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: —Detrás de mí viene el que puede más que yo y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo. 

Comentario: 1. Is 40. 1-5/9-11: Nos encontramos en los últimos años del destierro de Babilonia. Dios insiste en consolar a un pueblo que se halla al borde de la desesperación. vv. 1-2: Consolar es compadecerse del desamparado (59. 13), es hacer que el gozo y la alegría triunfen sobre la tristeza (51. 3/12). Dios ordena consolar a su pueblo, hablarle tiernamente como lo hace el amado con su amada y reconquistarla si ésta ha sido infiel (Gn 34. 3; 50. 21; Os 2. 16...). Israel, esposa de Dios, debe alegrarse porque su fortuna ha cambiado, su servicio o esclavitud a extraños ha terminado. El crimen que la llevó al destierro ha sido saldado con creces. Las procesiones idolátricas del país del destierro son tomadas como ejemplo de cómo Dios con su pueblo van a recorrer procesionalmente el camino que lleva hacia la libertad. En la ruta hacia la libertad surgirán obstáculos, pero todos ellos deben ser superados. El desaliento no debe cundir porque la palabra de Dios, por contraposición a las humanas siempre se cumple (vv. 6-8; cf. 55. 10ss). El poeta habla como si la liberación ya hubiera acaecido. El pueblo debe ser consolado porque la salvación es ya una realidad (vv. 9-11). El texto de hoy es un mensaje de consuelo que debe llegar al corazón humano dándole coraje y ánimo. El predicador debe conocer la psicología humana y no ser un mero agorero de denuncias y desgracias. El hombre necesita, y frecuente- mente, consuelo en este valle de lágrimas. Desdichas, desgracias... acaecen a todas las horas, angustias recorren nuestras entrañas... ¡Dejemos respirar a la humanidad! Necesitamos apertura, aire libre... Un momento después puede ser demasiado tarde. Toda la vida humana es un destierro. Jesús es el consuelo que esperamos (Adviento). Él es la vía a través de la cual nuestro Padre viene a nuestro encuentro, y nosotros nos acercamos a Él. Jesús es nuestro Salvador, liberador, nuestro mensajero de consuelo, Él es el Buen Pastor que, con solícito amor, cuida de cada uno de nosotros (A. Gil Modrego).

Dios no quiere que uno solo de los humildes se pierda; como un pastor apacienta su rebaño. Nunca dejó de expresar la Escritura lo inexpresable, la ternura de Dios, maravillosamente unida a su poder. Necesitamos, ante todo, descubrir de nuevo la ternura de Dios, su amor, su paciencia, su dulzura. Dejar que nos tome en sus brazos, reconocernos todos heridos por un mundo desviado. Porque he aquí que viene Dios y va a cambiar nuestra tierra. ¡Dichosos los que lo acojan con corazón sencillo y bueno! Ellos serán, con Dios, los artífices de la nueva paz (“Dios cada día”, de Sal Terrae).

Dios está conmovido. Su corazón no quiere el castigo del pecado, sino sólo su arrepentimiento. Los profetas siempre interpretan (no llegan a más, hasta que Jesús revele mejor los designios divinos) el destierro a Babilonia como un castigo por los pecados del pueblo de Israel. Pero ahora todo está perdonado. Nos encontramos ante la experiencia muy humana de un padre o de una madre que sufre por tener que hacer o permitir un daño a su hijo por su propio bien.

-"Una voz grita... del Señor". Durante sus trabajos forzados la voz del profeta les invita a esperar. Se está abriendo un camino para Dios. ¡Dios viene! Hoy se me invita a "preparar", a "abrir" un camino para El... en las tierras áridas de la estepa... con grandes esfuerzos, ¡desplazando los montes si es preciso! ¿Cuáles son mis montañas, las tuyas? -"Súbete a lo alto... aquí está nuestro Dios. Evangelizar, dar la buena nueva, es decir. "Ahí está vuestro Dios, el Señor viene". Ejercítame en ver la "venida" de Dios a través de los signos imperceptibles. Porque no hay que hacerse ilusiones; no se verá esta venida de modo visible. No será esplendorosa -excepto al final de los tiempos; y sin embargo esta venida se está realizando ya por debajo de las apariencias. Dios está viniendo. La previsible victoria del rey Ciro, que ocupará Babilonia y permitirá el retorno de los pueblos que allí vivían exiliados, es una imagen de esta otra visión más profunda, cristológica (J. Lligadas).

2. El Salmo es una oración que continúa perfectamente el texto de la primera lectura: "Haznos volver". "¿No volverás?". Cuando Jesús recitaba este salmo, debía pensar que El era en persona, la "realización" perfecta de lo esperado y deseado. La humanidad decía: "¿volverás Tú, Señor?". No sabía aún, que Dios había ya decidido "venir". Jesús sabía que El era "la venida de Dios" "germen de la tierra" por María su madre, pero también "la pendiente del cielo" por su origen divino. Observemos cuatro realizaciones de este salmo en el Evangelio: "Lo que dice el Señor son palabras de paz". Desde el nacimiento de Jesús los ángeles en nombre de Dios cantan un mensaje de Paz (Lucas 2,14). "Su salvación está próxima". El nombre de Jesús significa "Dios- salvación" (Mateo 1,21). "La gloria habitará en nuestra tierra" (Lucas 2,32), (Juan 1,14). "Se encuentran el amor y la verdad". "La gracia y la verdad nos vinieron por Jesucristo", (Juan 1,17). Finalmente, en la parte media del salmo hay una expresión: "quiero escuchar" lo que dirá el Señor. Jesús es justamente presentado por San Juan como el Verbo, la palabra, en que Dios pronuncia lo que quiere decirnos (Juan 1,1-14).

El pasado, el presente, el porvenir. Así como el pueblo de Israel recordaba los beneficios que Dios le había hecho en el pasado, para tener seguridad de su protección en el futuro, nosotros también, en los días de prueba, debemos recordar las gracias que han marcado nuestra infancia, nuestra juventud, nuestro pasado. Actualizando la primera estrofa del salmo, podemos decir: "Señor, Tú has hecho esto conmigo... Tú me has concedido esto o aquello... Tú me has perdonado...". La tierra responde al cielo, el cielo responde a la tierra. La afirmación, "la verdad brotará de la tierra, y del cielo penderá la justicia", no es sólo una imagen maravillosa, sino la definición misma de la "religión": religar, establecer relación, entre la tierra y el cielo, entre el hombre y Dios. Los campanarios, los minaretes, y todas las arquitecturas religiosas del mundo, apuntan hacia el cielo como una especie de signo simbólico. Observemos la audacia de esta expresión: "la verdad brotará de la tierra". Ha habido épocas en que se ha querido rebajar al hombre como si fuera totalmente incapaz de descubrir la verdad. La Biblia es más optimista y moderna, ya que nos habla de una especie de encuentro recíproco: la tierra busca al cielo y el cielo busca a la tierra... Dios y el hombre se buscan mutuamente, se miran el uno al otro. Al observar las ojivas que estructuran las bóvedas de nuestras catedrales, se ve justamente este doble movimiento, estas dos búsquedas que se apoyan la una sobre la otra, y no pueden mantenerse la una sin la otra. La gracia y la libertad son necesarias. La gracia, sin la respuesta del hombre, es estéril desgraciadamente. El esfuerzo del hombre sin la gracia está abocado al fracaso. Señor, inclínate hacia mí, mientras me esfuerzo por hacer germinar mi vida. Amor y verdad se encuentran, justicia y paz se abrazan. ¡Qué equilibrio en estos "encuentros", en estos "besos"! Con frecuencia oponemos estas realidades. Insistimos en la caridad y caemos en una especie de subjetivismo que nos hace abandonar verdades fundamentales. O bien, somos en tal forma defensores de la verdad, que olvidamos la caridad más elemental hacia los adversarios con quienes estamos en desacuerdo. Hay que unir "amor y verdad" para no caer ni en el sectarismo, ni en el sentimentalismo bonachón. Tengo miedo de la gente que "posee la verdad" y no tiene amor. Pero temo igualmente a las personas que hablan de "amor" y no tienen el rigor de análisis para descubrir la verdad en situaciones y doctrinas. Es necesario por otra parte reconciliar la "justicia" y la "paz". El mundo moderno habla mucho de "luchas", de "combates", de "justicia"... Y esto está bien. Pero también hay que construir la "paz", el "diálogo", la "concordia"... Detrás de las palabras de este salmo, avizoramos los conflictos sociales que sacuden nuestro mundo, nuestras familias, nuestras empresas, nuestra Iglesia.

"Escucho... ¿qué dirá el Señor Dios?". Dejemos resonar en nosotros estas palabras, este interrogante. Estemos a la escucha de Dios. Nos quejamos con frecuencia del "silencio de Dios". ¿Dejamos que El nos hable? ¿Aceptamos que El contradiga nuestros puntos de vista y no esté de acuerdo con nosotros? ¿Estamos dispuestos a escucharlo? ¿Estamos dispuestos a construir con El el mundo de paz-amor-verdadjusticia... que nos "pide" hacer? (Noel Quesson).

El salmo 84 es un salmo variado en tonos y emociones. No es fácil encontrar su género literario y por esto los autores han dado sobre el particular múltiples opiniones: quién lo coloca entre los himnos, quién entre las súplicas, quién entre los cantos a Yahvé. Lo que sí podemos decir es que el salmo presenta una gran riqueza de temas y acentos, siendo su misma estructura difícil de encontrar. Con todo hemos de decir que el salmo 84 es un salmo muy hermoso, de los más hermosos de la Biblia, obra de los hijos de Coré, aquella familia de levitas que, estando al servicio de la liturgia del templo, supieron componer algunos de los salmos más bellos de todo el salterio. Nuestro salmo es una prueba. Canta el favor de Dios, suplica su protección y, finalmente, entona una estrofa que exalta la correspondencia a la fidelidad de Dios. Podríamos hablar de este salmo como de un canto eclesial y escatológico: Dios y su pueblo, Cristo y su Iglesia, realidades futuras que empiezan a tener cuerpo. Es como un resumen del Cantar de los Cantares y de los últimos capítulos del Apocalipsis que nos muestran esta comunión, esta unión y amor entre Dios y su pueblo, entre Cristo y la Iglesia. Su estructura la podríamos ver en estos puntos: —Presentación: Dios ama a su pueblo (vv. 2-4). —Súplica y confianza (vv. 5-10). —Alianza cumplida (vv. 11-14)

Por lo que dice en su inicio y en su final este salmo ha sido llamado también el "salmo de la Encarnación", ya que esta realidad de amor no es sino la culminación de la dinámica del salmo: "La salvación está ya cerca de sus fieles / y la gloria habitará en nuestra tierra, / la misericordia y la fidelidad se encuentran..." Nos recuerda las expresiones del evangelio de san Juan: "La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria..." (1,14). "Tanto amó Dios al mundo que le envió a su Unigénito (3,16). Lo mismo que Dios Padre se complació en su Hijo (cfr. bautismo de Jesús, transfiguración), así Yahvé encuentra sus complacencias en su pueblo, en sus elegidos. El salmista canta esta actitud amorosa de Dios, esta benevolencia manifestada en la bendición y en la restauración de Israel, perdonando sus pecados, olvidando sus errores, conduciendo su vida y llevandola hacia aquella amistad que preconiza la Alianza y que será un día patrimonio de la eternidad feliz.

"Oh Dios, de quien es propio amar y perdonar, / restaura y perdona a tu pueblo... La salvación está ya cerca de sus fieles / y la gloria habitará en nuestra tierra". El salmista conoce la constante en el actuar de Dios sobre su pueblo; por esto está seguro de él, se fía de él. Y así con certeza y delectación, habla a continuación de la felicidad escatológica, anunciada por los profetas, que brotará de aquella Alianza observada con fidelidad. Israel ha sido muchas veces infiel, pero arrepentido, ha obtenido el perdón generoso de Dios. Ahora se dispone a vivir auténticamente según el designio de Dios. La justicia de Dios, es decir, su modo de actuar para con Israel, besará la paz que el pueblo poseerá, fruto de la bendición divina. De la tierra, de la gente, brotará la fidelidad: entonces la tierra será fiel, no defraudará más a Yahvé. Entonces las cosas serán "verdaderas", no apariencias ni realidades momentáneas. Si de la tierra brota la fidelidad, la justicia mirará desde el cielo, pues desde allí el Señor dará sus bendiciones, sus lluvias, sus bienes, y entonces nuestra tierra, nuestro pueblo, dará sus frutos: frutos de fe, de fidelidad, de alegría y de confianza cumpliendo felizmente la voluntad, la Alianza de Yahvé. Esta justicia amorosa de Dios marchará delante de él, lo precederá, se hará notar en seguida. Y la salvación del pueblo seguirá sus pasos: habrá una compenetración total, perfecta, entre Dios y su pueblo. Visión anhelada, suspirada por todos, que el Apocalipsis ha visto hecha realidad en la gloria de Cristo y su Iglesia. Visión que muchas veces ha sido realidad en el pueblo de Dios, en la vida de los santos, de muchas comunidades que se han sentido llamadas a una mayor correspondencia y compromiso, y se ha visto brillar la alegría, la paz, el amor fraterno, el auténtico espíritu del Evangelio.

Esta es la tensión que canta el salmo: el camino hacia la realización definitiva y completa de la Alianza. Lo que el Cantar de los Cantares dibujó en sus idilios, nos lo transcribe en forma de oración el salmo de los hijos de Coré. Salmo profético, salmo eclesial y, como decíamos, escatológico, que nos hace ver cuál será la maravillosa realidad del amor, de la amistad perfecta entre Dios y su pueblo. Eco profético del Antiguo Testamento a la apremiante llamada de la Esposa, a la insistente invocación de la liturgia: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20). A nosotros nos toca esperar esta espléndida realidad, a nosotros nos toca, ahora ya, vivirla en los límites de nuestra pequeñez. El salmo 84 lo recuerda (J. M. Vernet).

El v.13 da la clave para descubrir la situación de vida de la que parte el salmo: «El Señor nos dará la lluvia». Se trata de unas rogativas ante la sequía que ponen en peligro la cosecha. De acuerdo con la teología deuteronomista, la lluvia es una bendición de Dios y la sequía un castigo, especialmente por el pecado de infidelidad a Yahvé (Dt 11,10-14; 28,12.23-24; I Re 8,35-36). Una de las expectativas de los tiempos mesiánicos es que «aquel día» habrá gran abundancia de lluvias, y por tanto de cosechas (Os 2,23s; Am 9,13; Is 4,2; 30,23s; Jr 31,12ss). La sequía puede ser aviso de Dios, que llama a su pueblo a conversión (Os 6; Am 4,7; Ag 1,6-11; 2,15-19; MI 3,10). Del hecho material de la falta de lluvias y la preocupación por las cosechas se pasa a unas perspectivas teológicas o salvíficas mucho más amplias. Pero, además, este salmo no se limita a exhortar al pueblo a convertirse, sino que implora la «conversión» de Dios: que se gire hacia él, vuelva a él su rostro y cambie su suerte (cf. SI 79,4.8.15.20). La paz, Señor, es tu bendición sobre la faz de la tierra y sobre el corazón del hombre. El hombre en paz consigo mismo, con sus semejantes, con la creación entera y contigo, su Dueño y Señor. Paz que es serenidad en la mente y salud en el cuerpo, unión en la familia y prosperidad en la sociedad. Paz que une, que reconcilia, que sana y da vigor. Paz que es el saludo de hombre a hombre en todas las lenguas del mundo, el lema de sus organizaciones y el grito de sus manifestaciones. Paz que es fácil invocar y dificil lograr. Paz que, a pesar de un anuncio de ángeles, nunca acaba de llegar a la tierra, nunca acaba de asentarse en mi corazón. «La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan»… La justicia traerá la paz. Paz en mi alma para calmar mis emociones, mis sentimientos, mis penas y mis alegrías en la ecuanimidad de la perspectiva espiritual de todas las cosas; y paz en el mundo para hacer realidad el divino don que Dios mismo trajo cuando vino a vivir entre nosotros. La justicia y la paz son la bendición que acompaña al Señor dondequiera que vaya. «El Señor nos dará lluvia, -y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará delante de él, y la paz sobre la huella de sus pasos» (Carlos G. Vallés). "Cristo promete la paz, su paz divina, a su pueblo -la Iglesia- y a sus amigos (Io 14: 27; 16: 36). El Señor nos hace partícipes de aquella gloria divina que portaba misteriosamente consigo y que los Apóstoles habían visto con los ojos de la fe, para que podamos vivir siempre en estrecha unión con Él: 'Padre, yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí...' (Jn 17: 22) En definitiva, todas las perfecciones de Cristo resucitado, cargadas con el infinito potencial divino, obran sin cesar en la Iglesia para rescatar a los hombres de sus miserias y devolverles «la paz» en el sentido judío del término, es decir, la santidad de cuerpo y espíritu." (P. Guichou).

“Nuestra tierra dará su fruto”… Esta estrofa nos invita a contemplar a la Santísima Virgen, a través de la cual, el Verbo consustancial al Padre hizo su entrada en este mundo. En María habitó la gloria de Dios; en Ella "se encontraron verdaderamente la misericordia de la Divinidad y la verdad de la Carne de nuestro Dios" (Hesiquio de Jerusalén); en Ella, ciertamente, se besaron la justicia y la paz. La fidelidad brotó de la tierra: esa tierra, que era su seno virginal, recibió la bendición de Dios y produjo el fruto más bello y gustoso que haya madurado jamás sobre la superficie de la tierra: Jesucristo. El himno de Prudencio, 'Corde natus', podría constituir el mejor comentario a este versículo: "¡Oh qué nacimiento tan feliz, cuando la Virgen, que había concebido por obra del Espíritu Santo, dio a luz a nuestra Salvación, y el Niño, Redentor del mundo, mostró, por vez primera, su Rostro divino!" (cf. Félix Arocena).

Juan Pablo II comentaba el salmo en sus dos partes. En la primera, sobre el “regreso”, dice: “Ahora bien, además de este "regreso", que unifica concretamente a los dispersos, hay otro "regreso" más interior y espiritual. El salmista le da gran espacio, atribuyéndole un relieve especial, que no sólo vale para el antiguo Israel, sino también para los fieles de todos los tiempos. En este "regreso" actúa de forma eficaz el Señor, revelando su amor al perdonar la maldad de su pueblo, al borrar todos sus pecados, al reprimir totalmente su cólera, al frenar el incendio de su ira (cf. Sal 84, 3-4). Precisamente la liberación del mal, el perdón de las culpas y la purificación de los pecados crean el nuevo pueblo de Dios. Eso se pone de manifiesto a través de una invocación que también ha llegado a formar parte de la liturgia cristiana:  "Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación" (v. 8). Pero a este "regreso" de Dios que perdona debe corresponder el "regreso", es decir, la conversión del hombre que se arrepiente. En efecto, el Salmo declara que la paz y la salvación se ofrecen "a los que se convierten de corazón" (v. 9). Los que avanzan con decisión por el camino de la santidad reciben los dones de la alegría, la libertad y la paz. Es sabido que a menudo los términos bíblicos relativos al pecado evocan un equivocarse de camino, no alcanzar la meta, desviarse de la senda recta. La conversión es, precisamente, un "regreso" al buen camino que lleva a la casa del Padre, el cual nos espera para abrazarnos, perdonarnos y hacernos felices (cf. Lc 15, 11-32).

Así llegamos a la segunda parte del Salmo (cf. vv. 10-14), tan familiar para la tradición cristiana. Allí se describe un mundo nuevo, en el que el amor de Dios y su fidelidad, como si fueran personas, se abrazan; del mismo modo, también la justicia y la paz se besan al encontrarse. La verdad brota como en una primavera renovada, y la justicia, que para la Biblia es también salvación y santidad, mira desde el cielo para iniciar su camino en medio de la humanidad. Todas las virtudes, antes expulsadas de la tierra a causa del pecado, ahora vuelven a la historia y, al encontrarse, trazan el mapa de un mundo de paz. La misericordia, la verdad, la justicia y la paz se transforman casi en los cuatro puntos cardinales de esta geografía del espíritu. También Isaías canta:  "Destilad, cielos, como rocío de lo alto; derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca salvación, y germine juntamente la justicia. Yo, el Señor, lo he creado" (Is 45, 8). Ya en el siglo II con san Ireneo de Lyon, las palabras del salmista se leían como anuncio de la "generación de Cristo en el seno de la Virgen" (Adversus haereses III, 5, 1). En efecto, la venida de Cristo es la fuente de la misericordia, el brotar de la verdad, el florecimiento de la justicia, el esplendor de la paz. Por eso, la tradición cristiana lee el Salmo, sobre todo en su parte final, en clave navideña. San Agustín lo interpreta así en uno de sus discursos para la Navidad. Dejemos que él concluya nuestra reflexión: “"La verdad ha brotado de la tierra":  Cristo, el cual dijo:  "Yo soy la verdad" (Jn 14, 6) nació de una Virgen. "La justicia ha mirado desde el cielo":  quien cree en el que nació no se justifica por sí mismo, sino que es justificado por Dios. "La verdad ha brotado de la tierra":  porque "el Verbo se hizo carne" (Jn 1, 14). "Y la justicia ha mirado desde el cielo":  porque "toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto" (St 1, 17). "La verdad ha brotado de la tierra", es decir, ha tomado un cuerpo de María. "Y la justicia ha mirado desde el cielo": porque "nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo" (Jn 3, 27)".

3. 2 P 3, 8-14: La segunda carta de Pedro parece que la debemos, según coinciden la mayoría de los comentaristas, a un autor de época posterior, y es quizás el último escrito de la Escritura. En todo caso, nuestro texto responde a la preocupación de bastantes grupos cristianos por el hecho de que la parusía, inicialmente esperada como algo inminente, parecía que no tuviera que realizarse. La respuesta del autor de la carta consiste en atribuir el retraso a la paciencia de Dios, que quiere dar a todos tiempo para la conversión. Pero al mismo tiempo contiene la afirmación de que el día del Señor y el fin del mundo tendrán lugar, y lo explica poniendo en juego todas las expresiones, símbolos y creencias de la apocalíptica de la época, con un vocabulario que recuerda el del discurso escatológico del evangelio. Y la finalidad de la desintegración del mundo es clara: Dios instaurará un mundo nuevo, que no puede describirse, sino afirmarse solamente: "Un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia". Ante este hecho, el autor recuerda lo mismo que recordaba Jesús: hay que vivir de modo que cuando aquel día llegue, nos encontremos a punto. "Hacer todo lo posible para que venga pronto" significa esto: aproximar la vida en el mundo a lo que será el Reino (J. Lligadas).

Los hombres no debemos abusar de tanta misericordia y perder el tiempo que Dios nos da para convertirnos. Pues lo cierto es que el día del Señor llegará cuando menos se piense, repentinamente, como llega un ladrón sin pasar aviso. Hay que vigilar en todo momento: v. 12a:No sólo debemos esperar vigilantes el día del Señor, podemos también y debemos anticiparlo; pues, si Dios tarda para que nosotros nos convirtamos, nuestra conversión acelera su venida. Claro que esa conversión debe acreditarse como una profunda transformación del mundo, en que vivimos. v. 12a:No se puede esperar el amanecer del Reino con realismo cuando no se colabora en la construcción del presente. Por eso el hombre de fe pide a Dios no anclarse en el presente, trabajando con ahínco en él para llegar al futuro pleno para todo hombre. .

13 :Los cielos nuevos han comenzado ya a existir con el triunfo de Jesús resucitado y la tierra nueva también empieza a nacer con el triunfo de Jesús y la obra del creyente unido a él (cf. Ap 21. 1). Son maneras muy peculiares de describir la existencia cristiana que constituyen lo básico del programa de los que siguen a Jesús. El trabajo cristiano, cuando se realiza en esta línea, viene a demostrar que esto es algo más que una utopía cualquiera. El fin no será la destrucción y la nada, sino una realidad nueva. Porque está más allá de cuanto nosotros podemos hacer e incluso pensar, porque es la realidad sorprendente en la que sueñan todos los que vigilan. La promesa escatológica fundamental es ésta: "He aquí que yo hago nuevas todas las cosas" (Ap 21,5). En la plenitud final del banquete de la vida, de la "nueva vida", habrá un "vino nuevo" (Mc 15. 25), y un "nombre nuevo" para los vencedores (Ap 2. 17; 3. 12), y un "canto nuevo" (Ap 5. 9; 14, 3) para celebrar la victoria, y una "nueva Jerusalén" (Ap 21. 2)...; habrá "una nueva tierra y un nuevo cielo". Y la gran novedad será que, al fin habitará la justicia sobre la tierra. Los profetas llamaron "justo" al Mesías prometido, pues de él se esperaba la justicia (23. 5ss; Jr 23. 5; Za 9. 9; Sb 2. 18). En el NT se dice que Jesús es el "Santo" y el "Justo" (Hch 3. 13ss; 7. 52). Este Jesús, que con su primera venida hizo posible la justicia (Mt 5. 6; Rm 3. 21), la establecerá definitivamente cuando vuelva con poder y majestad (Hch 17. 21; Ap 19. 11). Entonces todo será como Dios quiere: "un cielo nuevo y una tierra nueva en la que habite la justicia". (“Eucaristía” 1978,1987).

Como todo es encuentro y diálogo, Dios se toma el tiempo necesario para convencer a su interlocutor y para inducirle a compartir su punto de vista y su vida (cf. Sab 11, 23-26; Ez 18, 23). Lección importante exigida por la ley de la encarnación y que la Iglesia está siempre expuesta a olvidar cuando sacramentaliza sin previa iniciación o transforma su misión de diálogo y de mediación en un monólogo de sabor monofisista. (...). La Eucaristía es, además, el sacramento de la paciencia de Dios y el remedio de nuestra tolerancia. Dios "tarda, efectivamente, en venir", simplemente porque ama al otro en toda su originalidad; comprendidos en ella su pecado y su repulsa. Ahora bien, es preciso mucho tiempo para conocer al otro y comprender la originalidad irreemplazable de la piedra que puede aportar a la edificación del Cuerpo de Cristo. Jesús ha esperado al otro hasta más allá de la muerte. Por esta razón, la tolerancia cristiana se nutre del recuerdo de la paciencia de Cristo (Maertens-Frisque).

- ¡Que paciencia se necesita! Pero más paciencia tiene Dios con nosotros: por eso, si aparentemente tarda en cumplir su promesa, es «porque no quiere que nadie perezca». Aparte que la tardanza es solo aparente, porque el tiempo siempre es relativo, y corre más deprisa o más despacio según las circunstancias.

-Esperanza. Aunque haya mil o dos mil años, «el día del Señor llegará». Y cuando llegue el Señor, todo será renovado, no apocalíptica sino escatológicamente, no catastrófica sino optimistamente: «Esperamos un cielo nuevo...». Esta feliz expresión recoge todos nuestros sueños y utopías. ¡Cómo añoramos este mundo, la verdadera tierra prometida! Así que «esperad».

- Vigilancia. No sólo para que «Dios nos encuentre» preparados, «inmaculados e irreprochables», sino para que, con nuestro esfuerzo vigilante, «apresuremos la venida del Señor». Pero ¿es que depende de nosotros? Sí, cuando deseas ardientemente esta venida, cuando trabajas por la justicia, cuando vives en el amor, estás apresurando la venida del Señor; o mejor, cuando haces todo eso, ya llega el día del Señor, ya empieza el mundo nuevo (“Caritas” 1990).

“El Señor es compasivo y benevolente, magnánimo y lleno de misericordia (Sal 102,8). ¿Quién hay tan magnánimo como él? ¿Quién tan misericordioso? Pecamos y vivimos; acumulamos pecados y se nos prolonga la vida; se blasfema contra él a diario y hace salir el sol sobre buenos y malos (Mt 5,45). No cesa de llamar a la corrección, no cesa de invitar a la penitencia; a la criatura la llama mediante sus dones, otorgándole el tiempo de vida; la llama mediante el lector, mediante el predicador; la llama mediante una inspiración interior; la llama sirviéndose del azote de la corrección y de la misericordia del consuelo. Es magnánimo y lleno de misericordia.

Mas estate atento, no sea que usando mal de la abundancia de la misericordia de Dios, atesores ira para el día de la ira, según expresión del Apóstol. Éstas son sus palabras: «¿Desprecias las riquezas de su benignidad y magnanimidad, ignorando que la paciencia de Dios te lleva a la penitencia? (Rom 2,5.4). ¿Piensas que le estás agradando por el hecho de que te perdona? Hiciste esto y esto, y me callé; pero tú pensaste inicuamente que soy como tú (Sal 49,21). No me agrada el pecado, sino que con paciencia espero a que se haga el bien. Si castigase a los pecadores, no hallaría quienes me confesasen». Así, pues, Dios perdonándote en su paciencia te lleva a la penitencia; pero su ira aparecerá de repente si tú continúas con la cantinela de cada día: «El día de hoy llega a su fin; mañana volveré a ser como hoy, pues aún no es el último día», y así el día siguiente. Hermano, no tardes en convertirte al Señor (Eclo 5,8).

Hay quienes piensan en la conversión, pero la difieren de un día para otro; es la voz del cuervo: «cras, cras» (mañana, mañana). El cuervo enviado desde el arca no regresó (Gn 8,7). Dios no desea la dilación simbolizada en la voz del cuervo, sino la confesión figurada en el gemido de la paloma. La paloma fue enviada y regresó..¿Hasta cuándo durará el «cras, cras» (mañana, mañana)? Piensa en el último mañana; como ignoras cuál ha de ser, bástete el haber vivido como pecador hasta hoy. Ya lo oíste y sueles oírlo frecuentemente; también hoy has vuelto a oírlo; al diario oírlo correspondes con un diario no corregirte. Pues tú conforme a la dureza de tu corazón y a tu corazón impenitente, atesoras ira para el día de la ira y de la manifestación del justo juicio de Dios que recompensará a cada uno de acuerdo con sus obras (Rom 2,5-6). No pienses que la misericordia de Dios anula en él la justicia. El Señor es compasivo y benevolente. Lo escucho y me llena de gozo el que digas eso; escucha y continúa en tu gozo, porque todavía añadió: magnánimo y lleno de misericordia; mas para acabar dijo: Y veraz. Si te llenaban de gozo aquellas palabras, infúndante temor estas últimas. La misericordia y magnanimidad del Señor no excluyen el que sea veraz. Al estar atesorando ira para el día de la ira, con desprecio de su benignidad, ¿no vas a experimentar su justicia?” (S. Agustín).

4. Mc 1, 1-8: "evangelio" es "alegre noticia" (se usaba para el nacimiento de un príncipe, de un heredero del trono como el día del nacimiento de Augusto). Para Marcos evangelio, la alegre noticia que nos llena de gozo y de esperanza, es Jesús, su persona, su historia, su predicación. Podemos entonces traducir de este modo: comienzo de la alegre noticia que consiste en el hecho de que Jesús de Nazaret (ese Jesús que llevó una vida humilde, que escogió el servicio y la cruz) es el Mesías, es el Hijo de Dios. Así, pues, Marcos pone al comienzo de su narración dos profesiones de fe, en torno a las cuales se desarrollará toda su meditación sucesiva: Jesús es el Mesías (este título lo explicará en su sentido exacto en 8, 29) y Jesús es el Hijo de Dios (para comprender su significado profundo y sorprendente hay que leer 15, 39). Al leer 8, 29 (y su contexto) nos vemos invitados a pasar del Mesías al hijo del hombre: Jesús es Mesías, pero no en la línea política y nacionalista, sino de la cruz. Al leer 15, 39, llegamos a comprender que Jesús es verdaderamente un Hijo de Dios para nosotros, un Dios que ama al hombre y que se revela en el amor (así es como lo comprende el centurión, ejemplo de catecúmeno que ha logrado captar el misterio)… La "alegre noticia" consiste precisamente en la continuidad entre el Jesús de Nazaret y el Señor resucitado; consiste en el hecho de que el Hijo de Dios y su salvación se han manifestado en Jesús y en lo que ocurrió con él (en su solidaridad con los hombres, con los más humildes; en su amor obstinado, derrotado, pero victorioso). Si el Hijo de Dios se hubiera manifestado en las formas espléndidas del emperador, no habría sido una "alegre noticia": no habría sido ninguna novedad, ninguna liberación ni esperanza. Y si la historia de Jesús de Nazaret (su amor, sus opciones, su anuncio) se hubiera detenido en la cruz, tampoco habría sido una alegre noticia: habría sido una prueba más de que el amor es derrotado, de que la esperanza de los humildes y de los mártires es inútil. La "alegre noticia" está en el hecho de que Jesús de Nazaret, el crucificado, ha resucitado (16, 6), es el Hijo de Dios, es el Señor. Es importante mantener unidos estos dos aspectos de Jesús: hombre y Dios, crucificado y resucitado, Jesús de Nazaret y Señor. En esta unión es donde está la buena noticia. Es tarea de la Iglesia (y esto es lo que Marcos quiere explicar) no solamente hablar de Dios, sino del Dios que se ha revelado en Jesús de Nazaret, en el amor, en la solidaridad, en el gesto del hermano que se siente tan afectado por nosotros que llega a dar su vida por rescatarnos. Es que a Dios se le puede proclamar de diversas maneras. Pero tampoco es tarea de la Iglesia el hacer simplemente comunión, solidaridad y fraternidad; es preciso indicar en la comunión la presencia de Dios, como lo hizo el centurión, cuando "al ver cómo había expirado, dijo: Verdaderamente era Hijo de Dios" (Bruno Maggioni).

Otras ideas, resumidas, del Evangelio de hoy: v. 2. Véase Malaquías 3, 1; Isaías 40, 3; Mateo 3, 1 ss.; Lucas 3, 2 ss. La voz de Juan es como el trueno que conmueve los desiertos (S. Ambrosio); y sin embargo, Israel no escuchó su mensaje ni preparó el camino. De ahí lo que dice Jesús en Mateo 17, 11 - 13: Él les respondió y dijo: "Ciertamente, Elías vendrá y restaurará todo. Os declaro, empero, que Elías ya vino, pero no lo conocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron. Y así el mismo Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos". Entonces los discípulos cayeron en la cuenta que les hablaba con relación a Juan el Bautista.

v. 4. El desierto en que San Juan predicaba y bautizaba se hallaba a tres o cuatro leguas al este de Jerusalén, entre esta ciudad y el Mar Muerto. Su nombre geográfico es "desierto de Judea". Acerca del carácter del bautismo de Juan véase Mat. 3, 6: "Y se hacían bautizar por él en el río Jordán, confesando sus pecados". Este bautismo no era sino una preparación de Israel para recibir al Mesías. Tampoco era un sacramento la confesión que los pecadores hacían, pero sí una manifestación del dolor interior, un medio eficaz para conseguir la gracia de arrepentimiento, condición del perdón. Confrontado en el versículo 3; Mateo 3, 1: " En aquel tiempo apareció Juan el Bautista, predicando en el desierto de Judea" y Lucas 3, 2: "Bajo el pontificado de Anás y Caifás, la palabra de Dios vino sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto".

v. 7. La conmoción que el Bautista con su predicación de penitencia y su modo de vivir produjo, fue tan grande, que muchos creyeron que él fuese el "Mesías" prometido. Para evitar este engaño, Juan acentúa su misión de "precursor" señalando con su dedo hacia Jesús: En pos de mí, viene uno... "Así como la aurora es el fin de la noche y el principio del día, Juan Bautista es la aurora del día del Evangelio, y el término de la noche de la Ley" (Tertuliano). Véase Juan 3, 30: "Es necesario que El crezca y que yo disminuya". Como el lucero de la mañana palidece ante el sol, así el Precursor del Señor quiere eclipsarse ante el que es la Sabiduría encarnada. Esta es la lección que nos deja el Bautista a cuantos queremos predicar al Salvador: desaparecer. "¡Ay, cuando digan bien de vosotros!". S. Agustín comenta largamente –por eso no lo reproduzco aquí- cómo Juan es la voz, Cristo la Palabra, en el Sermón 288,2-4 (puede consultarse en la página mercaba.org, de donde tomo estos textos).

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Si Cristo viene, y viene con fuerza, su venida nos compromete. No es que esperemos el fin del mundo. El mismo Pedro nos ha disuadido de ir con esos cálculos. Lo importante no es saber cuándo volverá Cristo en su gloria: sino de ir haciendo camino en la dirección que Él nos muestra. Ir cumpliendo el programa que Él nos ha trazado y que está lejos de haberse cumplido. ¿Que es lo que cambiará en nuestra sociedad en nuestro tercer milenio? ¿De veras se allanarán senderos, de veras daremos pasos eficaces hacia esa tierra nueva, hacia esa sociedad mejor, con mayor justicia y fraternidad? ¿Qué es lo que va a cambiar en nuestras familias, en nuestras comunidades? ¿Se notará que hemos aceptado a Cristo como criterio de vida, con sus actitudes y su mentalidad? ¿Qué es lo que cambiará en nuestra vida personal? Pedro ha terminado su pasaje de hoy diciendo: "mientras esperáis, procurad que Dios os encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables...". Vivimos ya una espiral tentadora de compras y regalos. La sociedad de consumo nos envuelve en su red. Pero ¿es esa la preparación de la Navidad cristiana? Esperar a Cristo y alegrarse con su venida, salir a su encuentro, es algo mucho más profundo... Para este camino de conversión a Cristo tenemos nuestro "viático": la Eucaristía. La Palabra de Dios, que se nos proclama y que acogemos con fe; la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, esto es lo que nos da ánimos y nos sostiene en la peregrinación de cada semana. Mientras esperamos la gloriosa manifestación del Salvador, al final de la historia, todos somos convocados este año a una marcha hacia adelante: el Señor viene a nosotros, con tal que también nosotros vayamos hacia Él (J. Aldazábal).