V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos, 1,29-39:
Cristo viene a curarnos de toda dolencia, y darnos el sentido de la vida como servicio a los demás

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Libro de Job, 7,1-4. 6-7. Habló Job diciendo: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerdo que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.

Salmo 146,1-2. 3-4. 5-6: R/. Alabad al Señor, que sana los corazones quebrantados.

Alabad al Señor, que la música es buena; / nuestro Dios merece una alabanza armoniosa. / El Señor reconstruye Jerusalén, / reúne a los deportados de Israel.

El sana los corazones destrozados, / venda sus heridas. / Cuenta el número de las estrellas, / a cada una la llama por su nombre.

Nuestro Señor es grande y poderoso, / su sabiduría no tiene medida. / El Señor sostiene a los humildes, / humilla hasta el polvo a los malvados.

Primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 9,16-19. 22-23. Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación de esta Buena Noticia. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.

Evangelio según San Marcos, 1,29-39. En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.

Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: -Todo el mundo te busca.

El les respondió: -Vámonos a otra parte, a, las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.

Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

Comentarios: 1. Jb 7, 1-4. 6-7: la existencia que presenta el libro sapiencial (como el de Jonás, describe una leyenda hecha probablemente a partir de un personaje real, muy anterior) es una vida de desencanto y una triste suerte. A lo único que puede aspirar el hombre es a que pase pronto. La última parte parece cambiar de acento; como si Job sintiera nostalgia por la vida. Posiblemente se trata de una nostalgia desesperanzada que viene a añadir más amargura a la existencia. Es tremendamente actual (basta ver el cine, literatura… donde se ve la influencia de los existencialistas agnósticos: Bayle, Iván Karamazov, Sartre, Camus...). También Job se halla rodeado de oscuridades y no acierta a explicarse el problema de Dios y de su justicia, pero en medio de la crisis mantiene firme la fe. Aquí radica precisamente toda la tensión del libro: cómo armonizar la fe en un Dios justo con el problema del mal. Resignado a terminar sus días, Job se dirige al final a Dios para pedirle un respiro de paz antes de morir. Hacia el s. V a. J.C., cuando se escribe, todavía se tenían ideas muy vagas e imprecisas sobre la vida de ultratumba. Y realmente, sin la esperanza de la resurrección, la vida humana no es mucho más halagüeña de lo que la pinta Job. El libro de Job es un buen testimonio de esa búsqueda del hombre en la lucha por llegar a la claridad total, a la verdad. Job se siente abandonado no solamente de los hombres sino también de Dios, como en el salmo: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" El dolor de Job es de orden metafísico y existencial (cf. Comentarios de Edic. Marova).

"... sus días son los de un jornalero" El libro de Job busca solución al gran problema de la justicia de Dios. Israel se lo plantea de forma muy aguda desde el destierro. Es el interrogante de una generación que ha perdido el sentido de su existencia histórica. En este libro, Israel, reflexiona sobre el dolor en la vida del hombre desde el plano de la fe en Yavhé. De ahí la pregunta ¿por qué Yahvé me hace sufrir? Las preguntas y las acusaciones se hacen a Yahvé. Los vv. 1-11 forman una unidad literaria que contiene los elementos típicos de toda lamentación. La experiencia ha enseñado a Job que el destino del hombre en este mundo no es la felicidad y el éxito. Compara la vida a un servicio. En general se entiende "un servicio de guerra", pero la imagen del esclavo hace referencia al servicio-esclavitud de los israelitas en Egipto. Job desea que acabe el trabajo, llegue la noche y con ella el descanso pero las noches son nuevas formas de sufrimiento. El no tiene ningún poder sobre el dolor. Es otro quien se lo manda. A él sólo le cabe aceptarlo. Es "mi herencia". Ante esta situación se vuelve a Dios y no a los amigos. Los lamentos de Job no son una novedad para nadie. Basta mirar alrededor: enfermedad, guerra, muerte, represión... Job es realista. No acepta la fácil consolación de los amigos, ni la invitación a la resignación. No tolera que se pueda justificar la injusticia. El tema del sufrimiento está presente en la vida del hombre y ha de estar presente en el anuncio del mensaje cristiano. Un anuncio que debe dejar en toda su oscuridad el problema del dolor. No podemos repetir la teología de los amigos de Job que quería explicarlo todo. Nuestra fe es difícil porque nuestra experiencia cotidiana parece contradecirla. No es fácil creer en Dios creador, providente y padre, y sentir la miseria y el dolor (P. Franquesa).

Job es un hombre acosado por todos los males: ha perdido sus bienes, ha perdido sus hijos, ha perdido la salud. Y no ha hallado otra cosa que la incomprensión de su mujer que le incita a renegar de Dios y a desear la muerte. Job, llagado de la planta de los pies a la coronilla, se encuentra postrado y solo en medio de un estercolero. Tres amigos acuden de lejos a verle. Durante siete días permanecen con él en silencio, pues no se atreven a hablar ante tanto dolor y no saben cómo pueden consolarle. Job rompe este silencio para maldecir el día que nació. Entonces comienza la discusión... Job tiene que aguantar ahora largos discursos doctrinarios de aquellos amigos, que no pueden curarlo ni explicar tan siquiera su inmenso sufrimiento. Y lo único que sale de tanta discusión es la evidencia de que Job, con su dolor, se encuentra muy lejos de sus amigos y de sus teorías sobre el dolor. Job se aparta con sus preguntas y sus quejas de estos tres "sabios" y lleva su conflicto delante de Dios (v. 7). Job se convierte en portavoz de todos los hombres que sufren y recoge en sus palabras la experiencia de toda la humanidad. La vida es para él muy distinta de lo que propaga un optimismo superficial. La vida es dura como el destino de un guerrero que ha de comprar el pan y la sal con su propia sangre, como el destino de un jornalero esclavo del trabajo. Al tratar de comprender su caso en el contexto del sufrimiento humano en general, Job nos ofrece también en su paciencia proverbial y en la lucha de su fe un ejemplo válido para todos. -Este hombre que sufre suspira por la recompensa y el descanso, pero no halla más que noches de insomnio y su herencia no es otra que el tiempo perdido. -La descomposición progresiva de su propia carne le advierte a Job de la fugacidad de la vida, que se precipita hacia el fin sin esperanza y se desliza entre los dedos sin que el hombre sea capaz de retener su sentido. -¿Qué puede esperar un hombre que desespera así? ¿Por qué acude Job ahora con sus quejas ante Dios? Hay una esperanza que sostiene a Job en la desesperación. Por eso, este hombre desesperado, acude a Dios y mantiene abierta su pregunta hasta que Dios quiera dar la respuesta. En esto consiste la paciencia de Job (“Eucaristía 1988”).

¿Por qué el dolor? El tema es complejo, sobre todo cuando desconcertados no hacemos pie... quizá recordamos cuando no sabíamos nadar y no hacíamos pie, en aguas profundas: los pulmones se disparan, perdemos el aliento ante la sorpresa… así nos sentimos a veces, desconcertados por situaciones que no nos esperábamos, que nos parecen injustas, y ese desconcierto impiden pensar, nos hace sumir en un pozo en el que se hace de pronto la luz. En aquella dificultad hay concertado un encuentro con Dios, que al mismo tiempo prepara para otras pruebas posteriores: un desgarramiento interior –sacrificio- suele ser un preludio del éxtasis, en la sinfonía de la vida, y al mismo tiempo es eso un camino para reforzarse para lo que vendrá… Desnudez del alma que se une a Dios, fortaleza que ya nada tiene de humano, santuario donde se da el Encuentro... (escribí esto con motivo de la noche de Teresa de Calculta y la crisis de S. Unsted, noruega conversa que en "la zarza ardiente" presenta un converso casado con una muñeca anti-católica: http://www.churchforum.org/zarza-ardiente.htm). A veces la vida nos deja tristes y desconcertados, con una visión pesimista de la condición humana. Hay presiones, surge un sentimiento de insatisfacción, nos falta aire... "Tengo pena de la vida, siento lastima de mis lagrimas, mis ojos están secos de tanto llorar, mi alma está resentida de tantos golpes, mi corazón lleno de cicatrices de tantas puñaladas, mi vida es un libro con palabras cubiertas de pena, escucho mi voz y solo son lamentos, tengo pena de esta vida resignada, tengo pena de mi cuerpo cansado, de este corazón marchito, tengo pena de la sequedad de sueños, tengo pena de mi falta de amor…, tengo pena por no poder soñar, tengo pena de lo que soy"… El tiempo nos da muchas respuestas, vemos que el dolor ennoblece a las personas y las sensibiliza, las hace solidarias, al punto de olvidar su propio dolor y conmoverse por el ajeno... Aprendemos a valorar las cosas importantes que están cercanas, y no desear lo que esta lejano…

El silencio de Dios ante tanto mal es un silencio que habla en todas las páginas de la Escritura Santa, de la fe de la Iglesia, que habla en Jesús colgado en la Cruz, que sufre callando, que sintió “eso” en su vida, y murió para con su dolor dar sentido al nuestro. Este Dios vivo nos deja rastros a su paso por la historia, como los montañeros que dejan marcas en el camino por donde pasan, hay unos mensajes que nos llegan como en una botella a la playa, en medio del mar de dolor, mensajes que se pueden oír en cierta forma, cuando tenemos el oído y corazón preparado. Son pistas que nos hablan de confiar, de amar, de que ante nosotros se abren dos puertas, la del absurdo (el sin-sentido) y la del misterio (la fe): abandonarnos en las manos de Dios es el camino que da paz, aunque no está exento de dolor, pero éste adquiere un sentido. Y sobre todo es Jesús en la Cruz que en tres horas de agonía nos muestra un libro abierto, hasta exclamar aquel “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” Él, sin perder la conciencia de que aquello acabaría en la muerte, cuando se siente abandonado incluso por Dios, se abandona totalmente en los brazos de Dios, y se produce el milagro: pudo proclamar aquel grito desgarrador por el que decretó que “todo está consumado”; así, con la entrega de su vida la muerte ha sido vencida, ya no es una puerta a la desesperación sino hacia el amor del cielo, la agonía se convirtió en victoria y podemos unirnos, por el sufrimiento, al suyo y a su Vida. Es ya un canto a la esperanza, a la resurrección, pues el dolor no se convierte en el ladrón que nos roba los placeres que hay en la vida, sino un camino que nos habla de que la muerte es la puerta abierta para el gozo sin fin que es el cielo.

Escribir cosas de estas es fácil, y sale de la vida -de los estudios y lecturas que tenemos, del trato con la gente-, pero cuando toca de cerca cuesta más vivirlo: es como la historia de una chica joven, que desconsolada cuenta a su madre lo mal que le va todo: “-los estudios, un desastre; con el marido, la cosa no va bien, el examen de conducir suspendido”… Su madre, de pronto, le dice: "-vamos a hacer un pastel". La hija, desconcertada por esta salida ilógica, le ayuda entre sollozos. La madre le pone delante harina, y le dice: "-come". Ella contesta asombrada: "-¡si es impotable!" Luego le pone unos huevos, y vuelve a decirle: "-come", y la hija: "-¡si ya sabes que los huevos crudos me dan asco!" Y luego un limón, y otros ingredientes…, y la hija que insiste en que eran cosas muy malas para comer. La madre lo revuelve todo bien amasado, luego lo pasa por el horno, y queda un pastel que dice “cómeme” de sabroso que está. La madre le dice a su hija la moraleja: "-Tantas cosas de la vida son impotables, no nos gustan, son malas. Decimos: ¡vaya pastel! Y muchas veces nos preguntamos por qué Dios permite que pasemos por momentos y circunstancias tan malos, y trabaja estos ingredientes malos, los revuelve bien, de la misma manera que hemos hecho ahora... dejando que Él amase todo esto, bien cocinado, saldrá un pastel pero no malo sino delicioso… Solamente hemos de confiar en Él, y llegará el momento en el que ¡las cosas malas que nos pasan se convertirán en algo maravilloso! Lo mejor siempre está por llegar."

Este sentido de cruz está relacionado con el amor. Si quiero más amor en el mundo, he de sembrarlo a mi alrededor. Si deseo la felicidad, la he de dar pues la felicidad no la adquiero con los goces sino sacrificándome por los demás, dándome por amor; por eso es algo que viene “de rebote”: cuando la busco en sí misma no la encuentro, pero cuando busco la de los demás (haciendo el bien) la encuentro como el eco, “de rebote”, recojo lo que siembro, viviendo aquello de que “hay más alegría en dar que en recibir”. Estaré alegre cuando busco la alegría de los que me rodean. Si quiero una sonrisa en mi alma, he de sonreír a quienes tengo a mi lado, cada día. La vida me devolverá lo que he dado, como el eco. Esto se aplica a todo en la vida: a la belleza, la verdad y la bondad. Por mucho que vayamos por el mundo buscando la belleza, no la encontraremos nunca si no la llevamos con nosotros.

Hay quien no cree que hay más alegría en el dar, porque está distraido, la percepción de las cosas no coincide con la verdad, el palo en el agua se ve torcido, pero al sacarlo se ve recto, así, cuando experimentamos el amor y lo vivimos es cuando lo sentimos realmente como premio... al igual que los demás valores: Sólo cuando llevamos la belleza, la vemos también en todo y en todos. Y entonces descubrimos el esplendor de la verdad. Ser auténticos, coherentes, porque sabemos lo que vale la pena. Sólo cuando llevamos la verdad, la vemos en los demás. Entonces vemos que la verdad se construye haciendo el bien. A través del amor sembramos de bien el mundo; entonces vemos el bien en los demás, y sólo entonces nos hacemos buenos; si, al hacer el bien nos hacemos buenos; y también al mejorar nos hacemos capaces de conocer mejor lo que está bien, es como si el paladar hacia las cosas buenas mejorara con la virtud, tuviéramos más discernimiento. Sólo entonces estamos contentos de vivir. A veces nos ponemos gafas de sol para evitar la luz en verano; y al entrar en un túnel nos parece todo oscuro, como si las luces no alumbraran; entonces nos damos cuenta de que lo vemos todo negro porque llevamos puestas las gafas negras. Si algún día lo vemos todo negro (los demás nos molestan, están insoportables, etc.), es que tenemos la mirada turbia, la niebla está dentro de nosotros a menudo y por eso proyectamos aquella visión hacia fuera. La vida es como el eco; no exijas a la vida lo que tú no estés dispuesto a dar…

En ocasiones nos encontramos desencantados, pues no han tenido con nosotros las atenciones que esperábamos, y esa falta de cariño nos hace sentirnos solos, desconsolados, desconcertados y a veces con la sensación de quien sin saber nadar se encuentra con que no hace pie, y viene el desconcierto. Es hora de encontrar el sentido de la cruz, y de hacer un acto de generosidad, de actuar de tal modo que procuremos que a nuestro alrededor nadie pruebe esto tan amargo que hemos padecido en esa ocasión; con la experiencia de aquella experiencia procuraremos que dar a los demás eso que no hemos encontrado... (he escrito algún artículo sobre el tema, pues el dolor tiene que ver con el sentido de la vida y la felicidad: http://www.cancionnueva.com.es/index.php/la-felicidad-y-el-sacrificio/; http://www.autorescatolicos.org/lluciapousabate33.htm, también intento tratar cómo tiene que ver con el crecimiento personal: http://www.churchforum.org.mx/dolor-crecimiento-personal.htm, amor y dolor también van unidos: http://www.churchforum.com/ternura-dolor-educacion-amor.htm, especialmente cuando muere un ser querido: http://www.almas.com.mx/almas/artman/publish/printer_2034.php, o está sufriendo: http://www.yoinfluyo.com/index2.php?option=com_content&do_pdf=1&id=9241, y sólo Cristo explica su sentido, a través del amor: http://www.es.catholic.net/temacontrovertido/174/1550/articulo.php?id=12820; también nos preocupa cuando el dolor es causado por la muerte de los inocentes: http://buenasideas.blogspot.com/2005/01/dnde-estaba-dios-el-da-del-tsunami.html).

Ningún problema existencial del hombre, como es el dolor, puede resolverse teóricamente, sino sólo desde la vida, como no se puede explicar el sabor de las cerezas o fresas o cualquier otra cosa sino desde la experiencia de probarlas. En este sentido, sólo quien sufre puede hablar, es creativo este sufrimiento, por eso Jesús es quien habla, desde la Cruz, allí hace suyos todos los sufrimientos humanos (cf. tb. A. Gil Modrego).

 2. Salmo 146: Con este cántico, el Salterio se hace eco del sentimiento lírico y musical de toda la  humanidad. Que la música es buena quiere decir que resulta idónea para la alabanza  divina; el medio, quizá, expresivo y comunitario. Cristo mismo -en cuyo Nacimiento cantaron  los Ángeles (Lc 2: 13)- habló de la música en varias parábolas: la de los muchachos que  tocan la flauta en la plaza (Mt ll: 17), la del hijo pródigo, en cuya fiesta hay música y danza  para manifestar la alegría (Lc 15: 20). Este salmo -uno de los más hermosos y líricos del Salterio- supone un regalo para nuestra  oración de esta mañana que nos presenta el camino escogido por Jesús de continua  alabanza por las obras de su Padre y de fidelidad a su amor. No es de extrañar que el  Señor, evocando quizá este himno, dijera: 'Yo hago siempre lo que es grato a mi Padre' (Jn  8,29), es la música que toda la creación puede cantar a su creador (Félix Arocena).

Parece que desde las épocas más remotas el hombre ha conocido y apreciado la música, a  veces producida por instrumentos muy rudimentarios (así se pueden ver escenas de música  y danza en pinturas rupestres primitivas), y la tradición de muchísimas tribus y pueblos  antiguos (aun en nuestros días) ha sido intensamente musical, con danzas, melodías y  ritmos que expresan su cultura y su sentido de la religión y del arte. Ya en el capitulo 4° del Génesis se nos habla (como remontándolo a los orígenes) de  Yubal, el inventor de los instrumentos musicales: instrumentos de cuerda (lira) e  instrumentos de viento (flauta) (Gn 4,21). El rey David ha pasado a la mente de todos y a las artes plásticas con su arpa en las  manos alabando al Señor delante del arca santa.

En esta primera parte del salmo (cf. vv. 2-6) –señala Juan Pablo II- “se introduce ante todo la acción histórica de Dios, con la imagen de un constructor que está reconstruyendo Jerusalén, la cual ha recuperado la vida tras el destierro de Babilonia (cf. v. 2). Pero este gran artífice, que es el Señor, se muestra también como un padre que desea sanar las heridas interiores y físicas presentes en su pueblo humillado y oprimido (cf. v. 3). Demos la palabra a san Agustín, el cual, en la Exposición sobre el salmo 146, que pronunció en Cartago en el año 412, comentando la frase:  "El Señor sana los corazones destrozados", explicaba:  "El que no destroza el corazón no es sanado... ¿Quiénes son los que destrozan el corazón? Los humildes. ¿Y los que no lo destrozan? Los soberbios. En cualquier caso, el corazón destrozado es sanado, y el corazón hinchado de orgullo es humillado. Más aún, probablemente, si es humillado es precisamente para que, una vez destrozado, pueda ser enderezado y así pueda ser curado. (...) "Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas". (...) En otras palabras, sana a los humildes de corazón, a los que confiesan sus culpas, a los que hacen penitencia, a los que se juzgan con severidad para poder experimentar su misericordia. Es a esos a quienes sana. Con todo, la salud perfecta sólo se logrará al final del actual estado mortal, cuando nuestro ser corruptible se haya revestido de incorruptibilidad y nuestro ser mortal se haya revestido de inmortalidad".

Ahora bien, la obra de Dios no se manifiesta solamente sanando a su pueblo de sus sufrimientos. Él, que rodea de ternura y solicitud a los pobres, se presenta como juez severo con respecto a los malvados (cf. v. 6). El Señor de la historia no es indiferente ante el atropello de los prepotentes, que se creen los únicos árbitros de las vicisitudes humanas:  Dios humilla hasta el polvo a los que desafían al cielo con su soberbia (cf. 1 S 2,7-8; Lc 1,51-53). Con todo, la acción de Dios no se agota en su señorío sobre la historia; él es igualmente el rey de la creación; el universo entero responde a su llamada de Creador. Él no sólo puede contar el inmenso número de las estrellas; también es capaz de dar a cada una de ellas un nombre, definiendo así su naturaleza y sus características (cf. Sal 146, 4). Ya el profeta Isaías cantaba:  "Alzad a lo alto los ojos y ved:  ¿quién ha creado los astros? El que hace salir por orden al ejército celeste, y a cada estrella la llama por su nombre" (Is 40, 26). Así pues, los "ejércitos" del Señor son las estrellas. El profeta Baruc proseguía así:  "Brillan los astros en su puesto de guardia llenos de alegría; los llama él y dicen:  "¡Aquí estamos!", y brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3, 34-35).

3. 1 Co 9,16-19.22-23: San Pablo vive tan profundamente el misterio de Cristo que no puede callarlo. El dedicarse a predicarlo es el propio premio por el convencimiento y persuasión de que esa actividad es la mejor a que puede dedicarse el hombre, a imitación del propio Señor. Es el servicio a la continuación de lo que Jesús hizo en su vida. Para ello es condición imprescindible estar traspasado del Señor y de su escala de valores. Así pues, es algo que viene de dentro a fuera y no al revés. No se trata tanto de ganar méritos por medio de la dedicación a un noble ejercicio, ni tampoco que los paganos necesiten imprescindiblemente que algunos vayan a predicarles, sino que el cristiano, convencido del valor del don recibido, siente el impulso de comunicarlo a los otros. Es no guardar el tesoro sólo para uno, sino darlo a conocer a otros, hacerlos participantes de él, dentro de nuestras posibilidades. No se siente atado por nada en particular, sino a Cristo. Puede comportarse de la forma más conveniente para ejercitar el apostolado. No se dan prejuicios, comodidades, respetos humanos, etc. (el contexto de hoy es la consulta de si se puede comer carne sacrificada, y el escándalo de los pusilánimes). Puede renunciar al ejercicio de su misma libertad. ¡Buen ejemplo hoy día! (Dabar 1982).

Un ejemplo nos lo da S. Agustín: “No recogisteis a la oveja descarriada (Ez 34,5). He aquí cómo nos encontramos en peligro entre los herejes. A la que estaba descarriada no la recogisteis; a la que estaba pérdida no la buscasteis. A causa de ellos nos hallamos siempre en manos de ladrones y dientes de lobos enfurecidos; os rogamos que oréis por estos peligros nuestros. Hay también ovejas contumaces. Cuando se las busca, estando descarriadas, dicen en su error y para su perdición que nada tienen que ver con nosotros. «¿Para qué nos queréis? ¿Para qué nos buscáis?». Como si la causa por la que nos preocupamos de ellas y por la que las buscamos no fuera que se hallan en el error y se pierden. «Si me hallo -dices- en el error, si estoy perdida, ¿para qué me quieres? ¿Por qué me. buscas?». -«Porque estás en el error te quiero llamar de nuevo; porque te has perdido, y quiero hallarte». -«Así -me dices- quiero errar; de este modo quiero perderme». ¿Quieres errar así y así perderte? ¡Con cuánto mayor motivo quiero evitarlo yo!

Me atrevo a decir aún que soy importuno. Escucho al Apóstol que dice: Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo. ¿A quiénes a tiempo? ¿A quiénes a destiempo? (2 Tim 4,2). A tiempo a los que quieren; a destiempo a los que no quieren. Es cierto que soy importuno y me atrevo a decir: « Tú quieres errar, tú quieres perderte; yo no quiero». En última instancia, no quiere aquel que me atemoriza. Si yo lo quisiera, mira lo que me dice, mira cómo me increpa: No recogisteis a la oveja descarriada ni buscasteis a la perdida. ¿Tengo que temerte a ti más que a él? Conviene que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo (2 Cor 5,10). No te tengo miedo a ti. No puedes derribar el tribunal de Cristo y constituir el tribunal de Donato. Llamaré a la oveja extraviada, buscaré a la perdida. Quieras o no, yo lo haré. Y aunque, al buscarla, me desgarren las zarzas de los bosques, pasaré por todos los lugares, por angostos que sean; derribaré todas las vallas; en la medida en que el Señor, que me atemoriza, me dé fuerzas, recorreré todo. Llamaré a la descarriada, buscaré a la que se pierde. Si no quieres tener que soportarme, no te extravíes, no te pierdas”.

4. Mc 1, 29-39 (par: Mt 8,14-17; Lc 4,38-44): En la doctrina de Jesús el concepto de servicio se desarrolla partiendo del progreso antiguotestamentario del amor al prójimo. Jesús lo cogió de allí, y, vinculándolo al precepto del amor a Dios, lo propuso como elemento central de la actitud moral exigida por Dios al hombre. Con esto Jesús revisa el concepto de servicio, liberándolo de las alteraciones de las que había sido objeto en el judaísmo tardío. El primer capítulo de Marcos describe la evolución espiritual y apostólica de Jesús a lo largo de las primeras semanas de su ministerio. En primer lugar se fue a Judea y al desierto para hacerse discípulo del Bautista (Mc 1,9-13). El relato de la curación de la suegra de Pedro es muy vivo dentro de su sencillez; parece como si se oyera la voz de los testigos oculares. Pero si queremos leer estas curaciones de Jesús con los ojos de los primeros cristianos, no hemos de ver en ellos simples prodigios, sino captar en ellos las "palabras" que anuncian el Reino y el mensaje de vida. A este propósito bastará con dos detalles muy elocuentes. El relato está dominado por la expresión "la levantó", que en el lenguaje del Nuevo Testamento evoca la resurrección de Jesús y la resurrección bautismal. La narración -segundo detalle- termina con la mención del "servicio" (en la forma griega que se utiliza para la acción continua), para expresar el seguimiento y la actitud del discípulo. A la luz de estas dos expresiones, el gesto de Jesús se convierte en un símbolo perenne: la intervención de Jesús es la que nos hace levantarnos para que emprendamos el camino del servicio (Bruno Maggioni).

Después de su misión, al día siguiente, mucho antes de amanecer, Jesús se levantó, salió, se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Fueron después Simón y sus amigos a buscarle, y habiéndole hallado le dijeron: "Todos andan buscándote". -Mas Jesús les contestó: "Vamos a otra parte, a las aldeas próximas para predicar allí, pues para esto he salido". Ideal misionero. Parte al encuentro de los otros (Noel Quesson).

Asi decía S. Agustín: “El género humano yace enfermo; no por enfermedad corporal, sino por sus pecados. Yace como un gran enfermo en todo el orbe de la tierra de Oriente a Occidente. Para sanar a este gran enfermo descendió el médico omnipotente. Se humilló hasta tomar carne mortal, es decir, hasta acercarse al lecho del enfermo. Da los preceptos que procuran la salud, y es despreciado; quienes le escuchan son liberados. Es despreciado, pues dicen los amigos poderosos: «Nada sabe». Si no supiera nada, no llenaría los pueblos con su poder; si no supiera nada, no existiría antes de nosotros; si no supiera nada, no hubiera enviado a los profetas antes de él. ¿No se cumple ahora lo que antes fue predicho? ¿No demuestra este médico el poder de su arte cumpliendo sus promesas? ¿No caen por tierra en todo el orbe los errores perniciosos y se doman las codicias en la trilla del mundo? Nadie diga: «Antes el mundo estaba mejor que ahora; desde que llegó este médico a ejercer su arte, vemos en él muchas cosas espantosas». No te extrañes. Antes de ponerse a curar a un enfermo, la sala del médico parecía limpia de sangre; ahora que tú ves lo que pasa, sacúdete las vanas delicias, acércate al médico; es el tiempo de buscar la salud, no el placer. Curémonos, pues, hermanos. Si aún no hemos reconocido al médico, no nos enfurezcamos contra él como locos, ni nos apartemos de él como aletargados. Muchos perecieron enfureciéndose y muchos también durmiendo. Son locos los que pierden sus cabales fuera del sueño. Están aletargados los oprimidos por el mucho sueño. Los tales son ciertamente hombres. Unos quieren ser crueles con este médico y, como él ya está sentado en el cielo, persiguen a los fieles, sus miembros, en la tierra. También a éstos los cura. Muchos de ellos se tornaron por la conversión, de enemigos en amigos; de perseguidores se convirtieron en predicadores. Incluso a los judíos, que se habían ensañado contra él cuando estaba aquí en la tierra, los curó como a locos. Por ellos oró cuando pendía de la cruz con estas palabras: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34). Muchos de ellos, calmado su furor, como reprimida la locura, conocieron a Dios, conocieron a Cristo. Después de la ascensión, enviado el Espíritu Santo, se convirtieron al que crucificaron y, creyendo en el Sacramento, bebieron la sangre que derramaron con crueldad”.

La inseguridad, la frustración, la soledad..., todos los constituyentes del cansancio tan  típico de nuestros días -"stress"- pueden encontrar, incluso a nivel psico-somático, una  fuente de recuperación en el avanzar sereno y fiel por los caminos del Evangelio. Incluso la  angustia de la muerte, tan radical, encuentra respuesta. No es porque sí que tantos  maestros de meditación y de técnicas de concentración tienen hoy un éxito notable. ¿Y no  podemos encontrar en la comunión con Jesús, el Hijo de Dios, la serenidad de toda la  persona? Si uno de los males que afectan al hombre es la incomunicación en un mundo de  multitudes, ¿no será salvadora la comunicación del diálogo de la fe? Un segundo nivel,  bastante concreto, puede ser una referencia a la pastoral de los enfermos, y más  directamente una catequesis sobre el sentido del sacramento de la Unción de los enfermos.  Las escenas de Cafarnaún y la de los otros pueblos del vecindario son vivas en la Iglesia,  cuando Jesús entra en la casa de los enfermos por el ministerio de los presbíteros que  imponen las manos, ungen y promueven la plegaria de la fe (véase la liturgia de la Unción  de los enfermos). Un tercer nivel puede derivar hacia el tema del hambre en el mundo. ¿No es algo que  supera la culpa de cada hombre concreto, el pecado de la mala distribución y despilfarro de  los recursos naturales, y, a la vez, el pecado de buscar soluciones al problema del hambre  que son también atentatorias a la dignidad de la persona: esterilizaciones, abortos,  campañas de descrédito de la natalidad, etc? ¿No se puede denominar "demoníaco" a todo  esto? Por eso los cristianos tenemos algo más que nuestras buenas voluntades para luchar  contra el hambre del mundo: tenemos la fuerza de Jesucristo, la urgencia de su Evangelio y  de su misma acción salvadora. En este contexto, es particularmente iluminadora la lectura  de algunos fragmentos de la Instrucción sobre "Algunos aspectos de la teología de la  liberación" (Ecclesia, n. 2188, p. 7 (1079), especialmente los apartados I. Una aspiración, y  XI. Orientaciones: Pere Tena.