Memoria: San Bernabe, apostol
San Mateo 10: 7-13
: Modelo de apóstol, hombre de bien y de fe

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Hechos  11: 21 – 26: 21  La mano del Señor estaba con ellos, y un crecido número recibió la fe y se convirtió al Señor.  22  La noticia de esto llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquía.  23  Cuando llegó y vio la gracia de Dios se alegró y exhortaba a todos a permanecer, con corazón firme, unidos al Señor,  24  porque era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una considerable multitud se agregó al Señor.  25  Partió para Tarso en busca de Saulo,  26  y en cuanto le encontró, le llevó a Antioquía. Estuvieron juntos durante un año entero en la Iglesia y adoctrinaron a una gran muchedumbre. En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de «cristianos».   

Salmo  98: 1 - 6 :  1 Cantad a Yahvé un canto nuevo, porque ha hecho maravillas; victoria le ha dado su diestra y su brazo santo.  2  Yahvé ha dado a conocer su salvación, a los ojos de las naciones ha revelado su justicia;  3  se ha acordado de su amor y su lealtad para con la casa de Israel. Todos los confines de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios.  4  ¡Aclamad a Yahvé, toda la tierra, estallad, gritad de gozo y salmodiad!  5  Salmodiad para Yahvé con la cítara, con la cítara y al son de la salmodia;  6  con las trompetas y al son del cuerno aclamad ante la faz del rey Yahvé.   

Mateo  10: 7 - 13 : 7  Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca.  8  Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis.  9  No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; 10  ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento.  11  «En la ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis.  12  Al entrar en la casa, saludadla.  13  Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros.   

Comentario: 1. Hoy celebramos al apóstol José, «a quien los Apóstoles dieron el sobrenombre de Bernabé, que significa “hijo de la consolación”» (Hch 4,36). Desde el principio fue generoso: «Tenía un campo, lo vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los Apóstoles» (Hch 4,37). Llevó a san Pablo a los Apóstoles, cuando todos le tenían miedo, y con él abrió el apostolado a todos los pueblos. Primero, en Antioquía, donde «exhortaba a todos a permanecer en el Señor con un corazón firme, porque era un hombre bueno, lleno de fe y del Espíritu Santo. Y una gran muchedumbre se adhirió al Señor» (Hch 11,23-24). Su celo apostólico fue ejemplar, poniendo en práctica el mandato del Maestro: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 10,7). «Separad a Pablo y Bernabé, para una tarea que les tengo asignada» (Hch 13,2), proclamó el Espíritu Santo: fueron a Chipre y Asia Menor, y sufrieron mucho por el Señor. Tuvieron también sus diferencias y se separaron por motivo de Marcos, que les abandonó a mitad de viaje, y Pablo ya no lo aceptaba en el siguiente; pero Bernabé supo confiar en él y veremos luego a Marcos como un gran colaborador de Pedro y Pablo. Aprendamos a no catalogar a la gente para siempre, que «las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo» (San Josemaría), cuando se las sostiene con la confianza y se las quiere, ya que «nadie puede ser conocido sino cuando se le ama» (San Agustín). Cuando veamos que alguien flaquea o retrocede, perseveremos como Bernabé, sobrenombre que significa también “hombre esforzado”, y “el que anima y entusiasma”. Son características de las que hoy estamos necesitados. Por eso acudimos al Señor con las palabras de la colecta: «Concédenos anunciar fielmente con la palabra y con las obras el Evangelio que él [Bernabé] proclamó con valentía».

Bernabé es un “justo”, es decir, según el lenguaje teológico del Antiguo Testamento una persona íntegra y fiel a los mandamientos del Señor. Pero además es descrito como alguien “lleno del Espíritu Santo y fe”, con lo cual se le coloca en el ámbito de la nueva alianza presentándolo como alguien dócil a la acción de Dios en la obra de expansión del evangelio. El Espíritu Santo, en efecto, actuará eficazmente por mediación de Bernabé en la predicación del evangelio a los paganos. Cuando Bernabé llega a Antioquía se llena de alegría “al ver lo que había realizado la gracia de Dios” (Hch 11,23). En los escritos lucanos, el gozo es una de las manifestaciones típicas de la presencia del Espíritu (Lc 1,47; 10,21). Particularmente importante es Lc 10,21, en donde se afirma el gozo de Jesús gracias al Espíritu Santo, cuando se entera de la obra realizada por sus discípulos. El relato de los Hechos añade que Bernabé, “exhortaba a todos para que se mantuvieran fieles al Señor” (Hch 11,23). Luego se describe el abundante fruto de la predicación y de la exhortación de este hombre “lleno de Espíritu Santo y fe”: “Una considerable multitud se unió al Señor” (Hch 11,24).

Dichoso el hombre de bien que vive en servicio a los demás. Su nombre será una bendición. Bernabé fue uno de esos personajes. Personas como él caen bien en cualquier comunidad humana y de creyentes. Recordemos algo de él. Era chipriota, levita, propietario de campos que vendió para ayudar a la comunidad de Jerusalén (Hch 4, 36). Fue mediador en la presentación de Pablo en Jerusalén (Hch 9,27). Tenía la confianza del grupo y era buen dialogante en cuestiones disputadas. Por eso fue el elegido para dirigir a la comunidad de Antioquía en su seguimiento de Cristo. ¡Con qué gusto formaba él parte muy activa entre profetas y doctores de Antioquía, y cómo era correspondido por la comunidad! Él y san Pablo promovieron la primera gran empresa evangelizadora del cristianismo.

¿Queremos imitar su ejemplo? Para ello, seamos instrumentos de paz en armonía, diálogo, comprensión, audacia. En el siglo XXI son muchos los problemas que van surgiendo, incluso en el interior de las comunidades creyentes, igual que sucedía en Antioquía. Andamos muy necesitados de amor, celo apostólico, capacidad de comprensión, sentido de participación, comunicación fraterna, clarificación de las cuestiones en espíritu evangélico.

La Sagrada Escritura, que tan parca es en elogios y tan dura en mostrar lo que no agrada a Dios, tiene sin embargo palabras de elogio para Bernabé: “era un hombre bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe”. Este breve pero elocuente elogio resume en cierto sentido el ideal de la vida cristiana.  “Un hombre bueno”. Esto significa la virtud, el camino de las virtudes. No es fácil encontrar una persona de la que se puede decir simple y sencillamente: “es un hombre bueno”, “es una mujer buena”. La bondad es como el resumen de una vida en virtud, la cual sin embargo no se cierra sobre sí misma. Para que se pueda decir de alguien “es bueno” se necesita que lo sea y que se le note, que lo difunda.

“Lleno del Espíritu Santo”. La virtud, entendida en su sentido usual, es básicamente un bien humano, es decir, un bien generado o construido desde las posibilidades y fuerzas humanas. Sin restar belleza a ese ideal, el mismo corazón del hombre requiere de algo más y de algo mejor. Eso es lo que viene a regalar el Espíritu Santo. La escala de sanación, de acción y de hermosura que trae el Espíritu toma todo lo humano y lo eleva a un orden nuevo, el orden de la gracia. Algo así se cuenta de Bernabé.

“Lleno de fe”. Es evidente que la fe queda ya incluida en la acción del Espíritu Santo. ¿Por qué entonces se destaca este aspecto como un elogio adicional? Es interesante recordar en este sentido la acción del Espíritu en las palabras de Pablo a los corintios: “Pues a uno le es dada palabra de sabiduría por el Espíritu; a otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; a otro, dones de sanidad por el único Espíritu...” (1Co 12,8-9). Cuando Pablo se refiere aquí a que el Espíritu “da fe” alude a algo singularmente intenso, a una capacidad de vivir la fe como algo que transforma a una comunidad. ¡Y esto también se predica de Bernabé! (Fray Nelson)

También destacan en él el desprendimiento y celo por las almas: San Bernabé, compañero de correrías apostólicas de San Pablo, durante buena parte de sus idas y venidas, estableciendo, adoctrinando y confirmando en la fe las primeras comunidades de cristianos, se había destacado pronto como un discípulo generoso y de celo ardiente. Desde los primeros días de andadura de la Iglesia, Bernabé se manifestó como un cristiano comprometido, que no sólo asentía a la enseñanza de Jesús trasmitida por los Apóstoles, sino que, en coherencia con su fe y con la nueva vida en Dios que había descubierto –el Evangelio de Jesucristo– pone todo lo propio al servicio de ese ideal. Aquel campo vendido y entregado, para aliviar la vida de los más necesitados, fue sólo el comienzo de su entrega por el Reino de Dios. Enseguida se pone de manifiesto en el nuevo discípulo que estaba del todo disponible, no sólo en sus cosas, sino con toda su vida para la propagación del Evangelio. Goza así de la total confianza de los Apóstoles. Lo demuestra el hecho de que, habiendo sabido de la conversión de Pablo –antes incluso que los que habían sido los Apóstoles de Jesús– él se encarga personalmente de introducirlo en la actividad apostólica en comunión con la Iglesia. De hecho, en la primera comunidad de Jerusalén no se fiaban de quien pretendía ser apóstol después de haber perseguido atrozmente a los discípulos, hasta hacerlos encarcelar. Todos le temían porque no creían que fuera discípulo. Sin embargo, Bernabé se lo llevó con él, lo condujo a los apóstoles y les contó cómo en el camino había visto al Señor, y que le había hablado, y cómo en Damasco había predicado abiertamente en el nombre de Jesús. Entonces entraba y salía con ellos en Jerusalén, hablando claramente en el nombre del Señor. El resto de la vida de Bernabé, cargada de una intensísima actividad y de mucho fruto, según nos cuenta san Lucas con detalle en los Hechos de los Apóstoles, será una permanente aventura, con toda la garantía de Dios, que bendecía cada uno de sus pasos, y con todo el abandono humano posible; pues no hubo en este hombre ningún objetivo para sí. Como los demás que han comprometido del todo y de modo exclusivo su vida en el Evangelio, la ilusión única de Bernabé era ver a Dios más glorificado por la gente mediante el reconocimiento de Jesucristo como Salvador. La confianza en Dios y el olvido de sí son, de hecho, los soportes que mantienen la vida del apóstol. Podrían parecer, en una primera observación, insuficientes y con todas las garantías de inestabilidad. Pero la vida cristiana y, por consiguiente, la vida entregada por la salvación de las almas, no puede ser sino sobrenatural; tanto en su origen como en su fin; en los medios y en los objetivos.

Recordaba Juan Pablo II, con ocasión de la canonización de san Josemaría Escrivá, un punto de Camino: Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en "tercer lugar", acción. Así van los medios del apóstol de Jesucristo. Y, por si no quedara claro –y por desconcertante que parezca–, insiste san Josemaría: Yo te voy a decir cuáles son los tesoros del hombre en la tierra para que no los desperdicies: hambre, sed, calor, frío, dolor, deshonra, pobreza, soledad, traición, calumnia, cárcel..., La historia de Bernabé, en compañía de san Pablo, está cargada de "tesoros" así, que podemos conocer con cierto detalle leyendo la crónica de san Lucas ya citada. Nos quedamos ante todo con su ejemplo de disponibilidad. Y le pedimos a Dios sepamos redescubrir, como san Bernabé, esa perla de gran valor, que nos lleve a empeñar cualquier otra riqueza por conseguirla. Le pedimos, asimismo, constancia en la adversidad, pues, no nos faltará la Cruz aunque vivamos por un ideal excelso. Es más, será la señal segura de que seguimos a Cristo: tome su cruz y sígame, dijo al que quisiera ser su discípulo. Sin medios humanos, con dolor y con toda la fuerza que sólo Dios puede conceder y nunca abandona se construye el Reino de Dios en la tierra. Como lo hizo este apóstol y como debemos hacerlo cada uno. Contamos, además, con el auxilio de nuestra Madre del Cielo, Reina de los Apóstoles. En san Juan nos la concede su Hijo desde la Cruz, para que no nos abandone nunca. (Fluvium)

2. Así comentaba el salmo 97 Juan Pablo II: “Se trata de un himno al Señor rey del universo y de la historia (cf. v. 6). Se define como «cántico nuevo» (v. 1), que en el lenguaje bíblico significa un canto perfecto, pleno, solemne, acompañado con música de fiesta. En efecto, además del canto coral, se evocan «el son melodioso» de la cítara (cf. v. 5), los clarines y las trompetas (cf. v. 6), pero también una especie de aplauso cósmico (cf. v. 8). Luego, resuena repetidamente el nombre del «Señor» (seis veces), invocado como «nuestro Dios» (v. 3)… El salmo comienza con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel (cf. vv. 1-3). Las imágenes de la «diestra» y del «santo brazo» remiten al éxodo, a la liberación de la esclavitud de Egipto (cf. v. 1). En cambio, la alianza con el pueblo elegido se recuerda mediante dos grandes perfecciones divinas: «misericordia» y «fidelidad» (cf. v. 3). Estos signos de salvación se revelan «a las naciones», hasta «los confines de la tierra» (vv. 2 y 3), para que la humanidad entera sea atraída hacia Dios salvador y se abra a su palabra y a su obra salvífica. La acogida dispensada al Señor que interviene en la historia está marcada por una alabanza coral: además de la orquesta y de los cantos del templo de Sión (cf. vv. 5-6), participa también el universo, que constituye una especie de templo cósmico… En este salmo, el apóstol san Pablo reconoció con profunda alegría una profecía de la obra de Dios en el misterio de Cristo. San Pablo se sirvió del versículo 2 para expresar el tema de su gran carta a los Romanos: en el Evangelio «se ha revelado la justicia de Dios» (cf. Rm 1,17), «se ha manifestado» (cf. Rm 3,21). La interpretación que hace san Pablo confiere al salmo una mayor plenitud de sentido. Leído desde la perspectiva del Antiguo Testamento, el salmo proclama que Dios salva a su pueblo y que todas las naciones, al contemplarlo, se admiran. En cambio, desde la perspectiva cristiana, Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo contemplan y son invitadas a beneficiarse de esa salvación, ya que el Evangelio «es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir del pagano (Rm 1,16). Ahora «todos los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la salvación de nuestro Dios» (Sal 97,3), sino que la han recibido. Desde esta perspectiva, Orígenes, escritor cristiano del siglo III, en un texto recogido después por san Jerónimo, interpreta el «cántico nuevo» del salmo como una celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado. Por eso, sigamos su comentario, que entrelaza el cántico del salmista con el anuncio evangélico: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado, algo hasta entonces inaudito. Una realidad nueva debe tener un cántico nuevo. "Cantad al Señor un cántico nuevo". En realidad, el que sufrió la pasión es un hombre; pero vosotros cantad al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero salvó como Dios». Prosigue Orígenes: Cristo «hizo milagros en medio de los judíos: curó paralíticos, limpió leprosos, resucitó muertos. Pero también otros profetas lo hicieron. Multiplicó unos pocos panes en un número enorme, y dio de comer a un pueblo innumerable. Pero también Eliseo lo hizo. Entonces, ¿qué hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre, para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado, para elevarnos hasta el cielo».

3. Jesús acaba de elegir a doce discípulos (el número doce simboliza la unidad y totalidad del pueblo judío: doce patriarcas, doce tribus que conformaban el antiguo pueblo de Dios). El grupo de los doce representa al nuevo Israel. Como el antiguo, es también muy variopinto. Forman parte de él Simón, llamado “Piedra/Pedro” por su especial dificultad para comprender el mensaje de Jesús; Santiago y Juan, denominados “hijos del trueno” por su ánimo violento y poco tolerante; Mateo, recaudador de impuestos, profesión especialmente odiada por los judíos y despreciada por su colaboracionismo con los romanos; un grupo de discípulos (seis en total) de los que nada se dice en el evangelio, ni antes ni después, y que representan al pueblo anónimo que da su adhesión a Jesús; el penúltimo de la lista, Simón, es calificado de zelote por pertenecer al círculo de los nacionalistas exaltados, marcados por su rechazo total de la dominación romana, y el último será el traidor. La tarea de Jesús como pedagogo será conseguir que los valores del reino vayan prendiendo no sólo en la cabeza de los doce, sino –y principalmente- en su corazón. Por esto los envía al mundo dándoles unas recomendaciones previas: que se limiten, por el momento, a las ovejas de Israel, esto es, a remediar los males del pueblo que atraviesa una situación grave de abandono y descuido por parte de los pastores o maestros. Que ha llegado el reino de Dios debe notarse porque la gente comienza a liberarse, gracias a ellos, de la enfermedad (dolor físico), de la muerte (que acaba con toda vida), de la lepra (que separa de Dios y de los seres humanos) y de los demonios (símbolo de la ideología opresora que esclaviza al ser humano por dentro). Es lo que ha hecho Jesús con anterioridad en el evangelio. Todo lo contrario de lo que hacen los grandes en nuestra sociedad: dar muerte en lugar de procurar vida. Y ahora comienza lo más importante: lo que han recibido gratis, deben darlo gratis. El dios-dinero no tiene ningún papel que representar en la comunidad de los seguidores de Jesús. Y, por eso, Jesús les prohibe procurarse oro, plata o monedas, esto es, dinero como base de seguridad. Ni llevar dos túnicas (imagen de riqueza), ni bastón (símbolo de violencia). Y que no anden cambiando de casa para mejorar su situación. Pobres, por elección y convicción, deben confiar en que no les faltará el sustento necesario. Será la solidaridad de los otros la que remedie su carencia. Es curioso, por lo demás, que Jesús no envíe a sus discípulos a hablar de Dios a los seres humanos, sino más bien a liberar a las personas del mal. Tal vez en esto consista la verdadera religión: en cumplir el designio de Dios sobre el mundo: que los seres humanos sean hermanos y felices. No es poca cosa, para comenzar...

La misión es camino. Exige moverse de un lugar a otro, avanzar, superar obstáculos y no dejarse vencer por el cansancio o el rechazo de los seres humanos. Los Apóstoles deben confiar absolutamente en la gracia que poseen y que anuncian. Esta es su mayor fuerza: no apoyarse en ninguna seguridad humana para anunciar el mensaje de Dios, ir desprovistos de todo, confiando sólo en la fuerza del mensaje que llevan y abandonados totalmente a la providencia divina (Mt 10,9-10). Jesús les pide además que “cuando lleguen a algún pueblo, averigüen quién hay en él digno de recibirlos y se queden hasta que se vayan” (v. 11). Antes que dar, los evangelizadores deben estar dispuestos a recibir. Su pobreza no está sólo en el no poseer, sino en el depender de lo que los otros les ofrezcan. Aparecen como desprovistos de todo y necesitados de todo, cuando, en realidad, llevan consigo la mayor riqueza: el don del reino. De esta forma enseñan a los demás la actitud fundamental para acoger el don de Dios: la pobreza, la confianza y el abandono (Servicio Bíblico Latinoamericano; muchos textos los tomo de mercaba.org).