San Mateo 5,27–32:
Llevamos un tesoro en vasos de barro, y hemos de Cuidar la gracia de Dios que se acoge en nuestros corazones.

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

II Corintios 4,7–15 7 Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. 8 Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; 9 perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. 10 Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. 11 Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. 12 De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida. 13 Pero teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: "Creí, por eso hablé," también nosotros creemos, y por eso hablamos, 14 sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante Él juntamente con vosotros. 15 Y todo esto, para vuestro bien a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios. 

Salmo 116,10-11,15–18 10 ¡Tengo fe, aun cuando digo: «Muy desdichado soy»!, 11 yo que he dicho en mi consternación: «Todo hombre es mentiroso». 15 Mucho cuesta a los ojos de Yahvé la muerte de los que le aman. 16 ¡Ah, Yahvé, yo soy tu siervo, tu siervo, el hijo de tu esclava, tú has soltado mis cadenas! 17 Sacrificio te ofreceré de acción de gracias, e invocaré el nombre de Yahvé. 18 Cumpliré mis votos a Yahvé, sí, en presencia de todo su pueblo 

Mateo 5,27–32 27 «Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. 28 Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. 29 Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. 30 Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna. 31 «También se dijo: El que repudie a su mujer, que le dé acta de divorcio. 32 Pues yo os digo: Todo el que repudia a su mujer, excepto el caso de fornicación, la hace ser adúltera; y el que se case con una repudiada, comete adulterio. 

Comentario: 1. - 2Co 4,7-15  (ver el día de Santiago Apóstol) -Este tesoro de la luz divina lo llevamos como en recipientes de barro sin valor. La imagen es sugestiva. El apóstol, el cristiano también lleva consigo un «tesoro» precioso: lleva a Dios. Pero como los demás, paganos o no creyentes, sigue siendo un hombre frágil. Grandeza y debilidad. Misterio del hombre: un vaso de barro sin valor lleno de una riqueza sin precio. -Así resulta patente que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Sus adversarios acusaban a Pablo de ser un pobre hombre. Pues bien, dijo, «soy un pobre hombre». Confiesa ser débil, incapaz. De ese modo será evidente que la actividad apostólica que realiza no le viene de sí mismo, sino de Dios. Ayúdame también, Señor, a aceptar francamente mis pobrezas, mis límites, permaneciendo vinculado a Ti inquebrantablemente, a fin de que tu poder resplandezca en mi debilidad. Descripción del estado psicológico del apóstol y -guardadas las proporciones- del cristiano: -Atribulados en todo... pero no abatidos... Perplejos... pero no desesperados... Perseguidos... pero no abandonados... Derribados... pero no aniquilados... Eso fue en efecto la vida de tu apóstol Pablo. Su vida acabará con el sacrificio brutal, la «cabeza cercenada» a las puertas de Roma. ¿Por qué, Señor, permites para tus amigos una vida tal? Lo más sorprendente es que Pablo no se queja en absoluto. Su tono es más bien triunfal. Es la vida exultante de un hombre totalmente entregado. ¡Es un hombre «en pie», derribado pero no aniquilado! Reanudación de las bienaventuranzas. Mi vida HOY, ¿tiene esa energía? ¿Se arrastra, perdido el ánimo? En la prueba, ayúdame, Señor, a no ser jamás abatido ni aniquilado. -Llevamos siempre en nuestros cuerpos la agonía de Jesús, a fin de que la vida de Jesús también se manifieste en nuestro cuerpo... No, no hay desesperación en el alma de Pablo. Su vida es dura, es verdad... La Iglesia de Corinto está turbada, es verdad... Hasta el punto de que puede hablar de agonía. Pero es para que triunfe la vida. Es para que el misterio de Jesús continúe. En todo hombre que sufre hay un misterio de vida, una prolongación de la vida de Jesús. Ayúdanos, Señor, a interpretar todos los acontecimientos de HOY con esta clave: acontecimientos del mundo, acontecimientos de la Iglesia, acontecimientos personales. Ayuda a cada hombre a comprender un poco «el sentido» que su sufrimiento podría adquirir en Cristo: una muerte para una vida. -Porque sabemos que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará con Jesús y nos colocará junto a Él. No, Dios no quiere el fracaso. Dios no quiere el sufrimiento. Dios no quiere la muerte. La Iglesia es la encargada de «anunciar la vida», la resurrección que Dios quiere. El proyecto de Dios respecto a la humanidad, su última palabra es Jesucristo. Vivo. Super-vivo, que pasó por la agonía bajo los olivos de Getsemaní, de noche... pero ahora exultante de vitalidad y de gozo, desde la mañana luminosa de Pascua... Y todo esto para que suba una inmensa acción de gracias para gloria de Dios. Pobrezas, limitaciones, pecados, muerte... Todo esto termina en una actitud del corazón: una acción de gracias, una «eucaristía», un cántico y finalmente un gracias (Noel Quesson).

Estamos hechos de barro de la tierra —de limo terrae (Genes. 77, 7)—, de barro de botijo: frágil, quebradizo, inconsistente. Pero ya habéis visto cómo arreglan esas vasijas de cerámica que se hicieron pedazos: con lañas, para que sigan sirviendo. Los cacharros recompuestos así, son incluso más bonitos: tienen una gracia particular. Se ve que han servido para algo. Si siguen sirviendo, son espléndidos. Además, esas vasijas, si pudieran razonar, no tendrían soberbia nunca. Nada tiene de extraño que se hayan roto, y menos aún que las hayan arreglado, sobre todo si se trataba de algo insustituible… El conocimiento de la propia insuficiencia nos da a entender una dimensión más profunda de la necesidad de ser instrumentos de Dios. Y como queremos ser buenos instrumentos, cuanto más pequeños y miserables nos sintamos con verdadera humildad, todo lo que nos falte lo pondrá Nuestro Señor… recordando la miseria de que estamos hechos, teniendo presentes los fracasos que causó nuestra soberbia, ante la majestad de ese Dios —de Cristo pescador— hemos de decir lo mismo que Pedro: Señor, yo soy un pobre pecador. Y entonces —ahora a vosotros y a mí, como entonces al Apóstol— Jesucristo nos repite lo que también nos dijo cuando nos metió en su red, al llamarnos: ex hoc iam homines eris capiens (Lc 5,10); desde ahora serás pescador de hombres: con mandato divino, con misión divina, con eficacia divina…         Cuando llega la noche y hago el examen y echo las cuentas y saco la suma, la suma es: pauper servus et humilis! Digo muchas veces: cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies! (Sl 50,19). No lo digo con humildad de garabato.

         Si el Señor ve que nos consideramos sinceramente siervos pobres e inútiles, que tenemos el corazón contrito y humillado, no nos despreciará, nos unirá a Él, a la riqueza y al poder grande de su Corazón amabilísimo. Y tendremos el endiosamiento bueno: el endiosamiento de quien sabe que nada tiene de bueno, que no sea de Dios; que él, de sí mismo, nada es, nada puede, nada tiene… Por eso, si los demás —porque el Señor, en su bondad, no les deja ver nuestra fragilidad— nos tienen por mejores que ellos, nos alaban y muestran desconocer que somos pecadores, debemos pensar y meditar en el fondo de nuestro corazón, con humildad verdadera: tamquam prodigium factus sum multis: et tu adiutor fortis (Sl 70,7); llegué a ser, para muchos, como un prodigio; pero bien sé que Tú, Dios mío, eres mi fortaleza... San Pablo se sabe el último de los apóstoles, pero siente también el mandato de evangelizar. Como tú y como yo. Tú sabrás cómo eres. De mi te puedo decir que soy una pobre cosa, un pecador que ama a Jesucristo. Por gracia de Dios no le ofendemos más, pero me siento capaz de cometer todas las vilezas que haya cometido cualquier otro hombre... Dios, cuando desea realizar alguna obra, emplea medios desproporcionados, para que se note bien que la obra es suya. Por eso vosotros y yo, que conocemos bien el peso abrumador de nuestra mezquindad, debemos decir al Señor: aunque me vea miserable, no dejo de comprender que soy un instrumento divino en tus manos. No he dudado jamás de que los trabajos que haya hecho a la largo de mi vida en servicio de la Iglesia Santa, no los he hecho yo: sino el Señor, aunque se haya servido de mí: no puede el hombre atribuirse nada, si no le es dado del cielo (Jn 3,27)... Por eso, cuando con el corazón encendido le decimos al Señor que sí, que le seremos fieles, que estamos dispuestos a cualquier sacrificio, le diremos: Jesús, con tu gracia; Madre mía, con tu ayuda. ¡Soy tan frágil, cometo tantos errores, tantas pequeñas equivocaciones, que me veo capaz —si me dejas— de cometerlas grandes... Si alguna vez sentís que está en peligro esa gracia que Dios nos ha hecho, no os debéis extrañar, porque —ya os lo he dicho— somos de barro: habemus autem thesaurum istum in vasis fictilibus (II Cor 4,7): una vasija de barro para llevar un tesoro divino. No te hablo para ahora: te hablo por si acaso, alguna vez, sientes que tu corazón vacila. Para entonces te pido, desde este momento, una fidelidad que se manifieste en el aprovechamiento del tiempo y en dominar la soberbia, en tu decisión de obedecer abnegadamente, en tu empeño por sujetar la imaginación: en tantos detalles pequeños, pero eficaces, que salvaguardan y a la vez manifiestan la calidad de tu entregamiento (San Josemaría Escrivá).

«Una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros». Pablo y, como él, todos los ministros de la comunidad, sienten que llevan un tesoro -la salvación de Dios que anuncian y tratan de comunicar-, pero lo llevan «en vasijas de barro», porque son débiles y encuentran dificultades en su camino. La clave es fiarse totalmente de Dios. Qué hermosa esta página en que Pablo resume sus tareas apostólicas: le aprietan, pero no le aplastan, está apurado, pero no desesperado. En todo se siente unido a Cristo. Se ha solidarizado con Él en los sufrimientos, con la esperanza de que también participará de su vida: «quien resucitó al Señor Jesús también con Jesús nos resucitará». Todo ello es para bien de la comunidad: «la muerte está actuando en nosotros y la vida en vosotros... todo es para vuestro bien». Un apóstol, tanto si es ministro de la comunidad o religioso o fiel corriente, debe estar preparado a sufrir por Cristo y ser consciente de que lleva «un tesoro en vasijas de barro». Todos somos frágiles, por las dificultades que nos aprietan desde fuera y por la debilidad que sentimos dentro. Eso nos hace humildes y realistas. Como Pablo, debemos confiar en Dios, no dejándonos amilanar ni desilusionar por las dificultades. Pablo nos da un ejemplo magnífico de valentía y generosidad, siguiendo los pasos de Jesús, que se entregó totalmente para salvar a los demás. Unamos tanto nuestros días malos como los buenos al destino de Cristo Jesús. De alguna manera, un cristiano prolonga en su propia vida la vida de Cristo, su muerte y su resurrección. O sea, va viviendo su misterio pascual día tras día, en su pequeña existencia. Sin desanimarse fácilmente. Sabiendo buscar la fuerza y la energía en el que la da, Dios: «creí, por eso hablé».

La luz y el barro. Dos realidades en cierto modo opuestas le sirven hoy a san Pablo para describir nuestra condición cristiana: la luz y el barro. La luz es imagen de la gloria, es decir, el resplandor que podemos percibir de la grandeza, la bondad, el poder y la hermosura de Dios y de sus obras. El barro es imagen de la tierra, es decir, de aquello que nos hace próximos a las necesidades y solicitaciones que se imponen a nuestra voluntad racional y a nuestra misma inteligencia. Porque somos barro nos cansamos; porque tenemos luz seguimos buscando. Porque somos barro nos envuelve la seducción del placer; porque tenemos luz nos enamora el esplendor de la virtud probada. Porque somos barro estamos sujetos al miedo; porque tenemos luz nos sobreponemos a los temores y vencemos a los prejuicios. Porque somos barro amamos la comodidad de una mentira a tiempo; porque tenemos luz somos capaces de arriesgar prebendas y beneficios en el altar de la verdad. Porque somos barro nos acobarda la muerte; porque tenemos luz avanzamos con firmeza hacia el umbral del más allá, y despedimos con garbo esto que se llama "prólogo" para saludar lo que en verdad se llama "vida".

2. El salmo nos ha hecho decir que hay problemas en nuestra vida: «qué desgraciado soy... yo decía en mi apuro: los hombres son unos mentirosos». Pero, sobre todo, nos ha hecho expresar la confianza en Dios: «rompiste mis cadenas, te ofreceré un sacrificio de alabanza». Todo para que vaya creciendo la comunidad: «cuantos más reciban la gracia mayor será el agradecimiento, para gloria de Dios». No estamos en este mundo sólo para salvarnos nosotros, sino para evangelizar, para ayudar a otros a que se enteren del don de Dios y lo acepten.

Así Juan Pablo II relacionaba el Salmo con la primera lectura: “El salmo 115, con el que acabamos de orar, siempre se ha utilizado en la tradición cristiana, desde san Pablo, el cual, citando su inicio según la traducción griega de los Setenta, escribe así a los cristianos de Corinto: "Teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: "Creí, por eso hablé", también nosotros creemos, y por eso hablamos" (2 Co 4,13).

El Apóstol se siente espiritualmente de acuerdo con el salmista en la serena confianza y en el sincero testimonio, a pesar de los sufrimientos y las debilidades humanas. Escribiendo a los Romanos, san Pablo utilizará el versículo 2 del Salmo y presentará un contraste entre el Dios fiel y el hombre incoherente: "Dios es veraz y todo hombre mentiroso" (Rm 3,4). La tradición cristiana ha leído, orado e interpretado el texto en diversos contextos y así se aprecia toda la riqueza y la profundidad de la palabra de Dios, que abre nuevas dimensiones y nuevas situaciones. Al inicio se leyó sobre todo como un texto del martirio, pero luego, cuando la Iglesia alcanzó la paz, se transformó cada vez más en texto eucarístico, por la referencia al "cáliz de la salvación". En realidad, Cristo es el primer mártir. Dio su vida en un contexto de odio y de falsedad, pero transformó esta pasión -y así también este contexto- en la Eucaristía: en una fiesta de acción de gracias. La Eucaristía es acción de gracias: "Alzaré el cáliz de la salvación".

El salmo 115, en el original hebreo, constituye una única composición con el salmo anterior, el 114. Ambos constituyen una acción de gracias unitaria, dirigida al Señor que libera de la pesadilla de la muerte, de los contextos de odio y mentira. En nuestro texto aflora la memoria de un pasado angustioso: el orante ha mantenido en alto la antorcha de la fe, incluso cuando a sus labios asomaba la amargura de la desesperación y de la infelicidad (cf. Sal 115,1). En efecto, a su alrededor se elevaba una especie de cortina gélida de odio y engaño, porque el prójimo se manifestaba falso e infiel (cf. v. 2). Pero la súplica se transforma ahora en gratitud porque el Señor ha permanecido fiel en este contexto de infidelidad, ha sacado a su fiel del remolino oscuro de la mentira (cf. v. 3). Y así este salmo es siempre para nosotros un texto de esperanza, porque el Señor no nos abandona ni siquiera en las situaciones difíciles; por ello, debemos mantener elevada la antorcha de la fe. Por eso, el orante se dispone a ofrecer un sacrificio de acción de gracias, durante el cual se beberá en el cáliz ritual, la copa de la libación sagrada, que es signo de gratitud por la liberación (cf. v. 4) y encuentra su realización plena en el cáliz del Señor. Así pues, la liturgia es la sede privilegiada para elevar la alabanza grata al Dios salvador.

En efecto, no sólo se alude al rito sacrificial, sino también, de forma explícita, a la asamblea de "todo el pueblo", en cuya presencia el orante cumple su voto y testimonia su fe (cf. v. 5). En esta circunstancia hará pública su acción de gracias, consciente de que, incluso cuando se cierne sobre él la muerte, el Señor lo acompaña con amor. Dios no es indiferente ante el drama de su criatura, sino que rompe sus cadenas (cf. v. 7). El orante, salvado de la muerte, se siente "siervo" del Señor, "hijo de su esclava" (cf. v. 7), una hermosa expresión oriental para indicar a quien ha nacido en la misma casa del amo. El salmista profesa humildemente y con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas unidas a Él en el amor y en la fidelidad.

El Salmo, reflejando las palabras del orante, concluye evocando de nuevo el rito de acción de gracias que se celebrará en el marco del templo (cf. vv. 8-10). Así su oración se situará en un ámbito comunitario. Se narra su historia personal para que sirva de estímulo a creer y amar al Señor. En el fondo, por tanto, podemos descubrir a todo el pueblo de Dios mientras da gracias al Señor de la vida, el cual no abandona al justo en el seno oscuro del dolor y de la muerte, sino que lo guía a la esperanza y a la vida.

Concluyamos nuestra reflexión con las palabras de san Basilio Magno, el cual, en la Homilía sobre el salmo 115, comenta así la pregunta y la respuesta recogidas en el Salmo: ""¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación". El salmista ha comprendido los numerosísimos dones recibidos de Dios: del no ser ha sido llevado al ser, ha sido plasmado de la tierra y dotado de razón...; luego ha conocido la economía de la salvación en favor del género humano, reconociendo que el Señor se ha entregado a sí mismo en redención en lugar de todos nosotros, y, buscando entre todas las cosas que le pertenecen, no sabe cuál don será digno del Señor. "¿Cómo pagaré al Señor?". No con sacrificios ni con holocaustos..., sino con toda mi vida. Por eso, dice: "Alzaré el cáliz de la salvación", llamando cáliz al sufrimiento en la lucha espiritual, al resistir al pecado hasta la muerte. Esto, por lo demás, es lo que nos enseñó nuestro Salvador en el Evangelio: "Padre, si es posible, pase de mí este cáliz"; y de nuevo a los discípulos, "¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?", significando claramente la muerte que aceptaba para la salvación del mundo", transformando así el mundo del pecado en un mundo redimido, en un mundo de acción de gracias por la vida que nos ha dado el Señor”.

3. Mt 5, 27-32 -Habéis oído el mandamiento: "No cometerás adulterio". Pues Yo os digo: Todo el que mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha cometido adulterio con ella en su interior. Segundo ejemplo de "cumplimiento" de la Ley. No obstante, ¡Jesús revoluciona completamente la moral! Lo que cuenta, para Él, no es lo que aparece a la mirada de los hombres, sino el fondo de los corazones. Lo que mancha al hombre no es su cuerpo, sino su mente, su deseo, su intención. En la humanidad, Jesús introduce un nuevo valor: el respeto profundo de sí mismo, el respeto del otro sexo, la nobleza del amor... En Israel, en tiempo de Jesús, el divorcio era legal: pero, dice Jesús, no es a este nivel “exterior” que se juega lo esencial. La moral conyugal, la moral sexual, no es ante todo una lista material de actos permitidos y de actos prohibidos... es una actitud interior, mucho más exigente que pide una continua superación. Señor, ven a ayudarnos. Sin ti no podemos seguir tu evangelio.

-Si tu ojo te pone en peligro, sácatelo y échalo fuera... Son palabras de una dureza tremenda. Se ha dicho alguna vez que Jesús no había tomado posición sobre la sexualidad, ni sobre lo que atañe a las costumbres. Ahora bien, Mateo sitúa este versículo donde es cuestión de los "ojos" que tientan al hombre... justamente después del versículo donde Jesús hablaba de no "mirar" de manera culpable a una mujer. El cuerpo humano no es malo. El recelo hacia él no es una actitud cristiana -si bien algunos autores se expresaron así-; pero es evidente que el cuerpo puede llegar a ser tentador: "si" te arrastra al pecado...¿Cómo reaccionar? Por una determinación violenta: "quítatelo"... En el momento que el paganismo contemporáneo se caracteriza por una agresión cada vez más neta y tajante en este terreno sexual, no es malo oír la toma de posición de Jesús. No hay ninguna afectación en la pureza predicada por Jesús; El se sitúa más bien del lado de la fuerza y de la energía.

-Se os ha dicho: "El que repudia a su mujer, que le dé acta de divorcio". Pues yo os digo: “Todo el que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la lleva al adulterio, y el que se case con la repudiada, comete adulterio”.

He aquí un punto, y más que un detalle, de la Ley de Moisés que es netamente cambiado por Jesús. El Deuteronomio 24, 1 permitía el divorcio. Jesús impugna pues una ley formal de su país -y lo que es más todavía ¡una ley de la Biblia!- La Ley imperfecta de la Antigua Alianza es pues reemplazada por una Ley nueva. Pero esta novedad aparente reemprende, de hecho, una intención original de Dios, expresada en el relato de la creación (Gn 1,26): Jesús dirá en otro pasaje: "en el principio no fue así" (Mt 19,1-9). Prácticamente, según las interpretaciones más autorizadas, Jesús no tolera ningún motivo de repudio. La excepción señalada, "la unión ilegítima", sería el caso de los que no están casados. Más allá de todas las controversias de los Rabinos, Jesús es claro; lanza una llamada profética en favor de la indisolubilidad del matrimonio: ¿no es precisamente el voto mismo del amor? La intransigencia, mal comprendida a veces, de las posiciones de la Iglesia sobre este asunto, proviene de esta fuente evangélica: ningún poder en el mundo, ni la Iglesia, ni el Papa, puede desligar lo que Dios ha ligado de manera tan clara. Quizá esto llevará, algún día, a comprender mejor en qué manera esta exigencia "salva el amor" de todo lo que, tan fácilmente, lo destruiría. Hay que leer este pasaje con su complemento: la actitud tan comprensiva de Jesús para con la mujer adúltera (Jn 8,1-11) ¿somos nosotros, cada uno de nosotros, tan buenos como lo fue Jesús con las pobres libertades humanas desfallecientes? (Noel Quesson).

Las antítesis que plantea Jesús entre lo que se decía en el AT y lo que Él propone a los suyos, le llevan hoy al tema de la fidelidad conyugal, como ayer lo hacía sobre la caridad fraterna. «Pero yo os digo». Jesús es más exigente. Busca profundidad, invita a ir a la raíz de las cosas. No sólo falta el que comete el adulterio, sino también quien desea la mujer ajena. La fuente de todo está en el corazón, en el pensamiento. Además, según Él, el divorcio va contra el plan de Dios, que quiere un amor fiel en la vida matrimonial. El divorcio es la preparación del adulterio. Se ve cómo el AT está siendo perfeccionado y corregido por Jesús, que quiere restaurar el plan inicial de Dios sobre el amor, con una fidelidad indisoluble. Defiende, de paso, la dignidad de la mujer, porque rechaza la fácil ley que permitía al marido repudiar a su mujer por cualquier causa. Una fidelidad así exige, a veces, renuncias. Las palabras de Jesús parecen muy duras: prescindir de un ojo o de una mano, si son ocasión de escándalo.

Cuando nos examinamos, deberíamos ante todo analizar más que unos hechos externos aislados, nuestras actitudes internas, que son la raíz de lo que hacemos y decimos. Si dentro de nosotros están arraigados el orgullo, o la pereza, o la codicia, o el rencor, poco haremos para su corrección si no atacamos esa raíz. Si nuestro ojo está viciado, todo lo verá mal. Si lo curamos todo lo verá sano. Las palabras agrias o los gestos inconvenientes nacen de dentro, y es dentro donde tenemos que poner el remedio, arrancando el rencor o la ambición o el orgullo. Entonces no nos pasaría eso que tenemos que reconocer a menudo: que en cada confesión tenemos que decir lo mismo y cada año, la convocatoria de la Pascua nos encuentra con las mismas pobrezas y situaciones. Hemos visto que Cristo exige a sus seguidores que se tomen en serio el matrimonio. La fidelidad matrimonial -y, equivalentemente, la fidelidad a la vida religiosa o ministerial- nos costará. Porque no se trata de ser fieles en los momentos en que todo va bien, sino también cuando no se siente gusto inmediato en nuestra entrega. ¿Nos da miedo la radicalidad que aquí propone Jesús? Con un lenguaje ciertamente dramático, Jesús nos quiere decir que hay que saber pagar algo, renunciar a algo, para seguirle en su camino. Saber prescindir de lo que nos estorba y hasta «mutilarnos», ejerciendo un control sobre nuestros deseos, gustos y ocasiones de tentación. Él nos dijo que, para conseguir un tesoro escondido, hay que estar dispuestos a vender lo demás (J. Aldazábal).

Jesucristo en este pasaje del Evangelio nos hace una estupenda catequesis sobre el matrimonio. Como siempre, nos habla de forma directa, sin dejar lugar a dudas. A Él no le gustan las medias “tintas” sino que quiere que quede todo bien claro. Después de leer el pasaje ya sabemos todos cuándo cometemos adulterio y cuándo no. Pero todos estamos llamados a la castidad, sea cual sea el estado de vida en que nos encontremos. Por castidad entendemos poner nuestra sexualidad al servicio de la vocación que Dios nos confía y no al revés. De ahí que la castidad sea un don de Dios: “La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la integridad del don” (Catecismo n.2337). Una vez que nos damos cuenta de que es realmente un don de Dios, entonces nuestro corazón se abre para recibir esta libertad que Dios nos otorga, gustándola desde aquí abajo al ver la huella de nuestro Creador en todas las criaturas: “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”. Ahora bien, Jesucristo también nos dice que ante las tentaciones no se debe jugar. “Si tu ojo te pierde, arráncatelo. Más vale entrar sin uno de tus miembros al Reino de los cielos que entero al fuego eterno...” Y es que en materia de pecado el medio no existe, o se está en gracia o no se está.

El Matrimonio es una alianza, realizada con toda madurez, y al mismo tiempo aceptando todas las consecuencias de la misma. Esto exige una auténtica fidelidad en el amor. Este, el amor, es lo central en la decisión de unirse un hombre y una mujer de un modo estable. Pero no podemos negar tantas infidelidades nacidas de una falta de un auténtico compromiso de amor entre los esposos. La cultura de este tiempo, que nos ha tocado vivir, muchas veces va arrastrando las conciencias para que actúen, en algo tan importante, como si sólo fuese un juego, o como si se tratara de un experimento, a ver si resulta, y si no, desecharlo para que no nos dañe. Tenemos que reflexionar sobre las causas que llevan a las personas al matrimonio. Si son cosas externas a ellos, ellos mismos se ponen en riesgo de caminar hacia un verdadero fracaso. Por eso, la educación nacida desde el seno familiar, debe servir de pilar firme para que, a pesar de los malos ejemplos que proclaman a los cuatro vientos los medios masivos de comunicación, no se juegue ni con los demás, ni con uno mismo (www.homiliacatolica.com).

Aquel que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos colocará a su lado junto con ustedes: Todo el que mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio en su corazón: Santidad y seriedad: Alguna vez aprendí una frase que hoy todavía tengo por cierta: "dos cosas son serias por encima de las demás: el amor y la muerte". Y creo que es así porque nada bueno que se construya en el amor se construye sin ese ingrediente de admiración y compromiso que significa la "seriedad". Y nada consecuente ni oportuno puede decirse sobre la muerte sin asumir primero, quizá por mano del dolor, la seriedad de su paso y su veredicto. Esto es para referirnos al evangelio de hoy. Jesús nos muestra hoy que toma "en serio" al corazón humano; toma "en serio" al amor. Lo que implicamos cuando decimos "te amo" es de alguna manera sacro, y de esa sacralidad quiere ser garante Dios, porque sabe mejor que todos cuánto se devasta en el alma herida cada vez que es traicionada, pospuesta o engañada. Por eso la "sacralidad" de la unión entre el hombre y la mujer. Jesús es misericordioso, ciertamente, pero esa misericordia no se opone a la aparente dureza que contienen las palabras de hoy: "quien mira con malos deseos a una mujer, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón". Este veredicto que puede parecernos drástico no es sino la firmeza, la seriedad con que todos hemos de defender el amor (Fray Nelson).