San Mateo 6,7-15:
El Evangelio está resumido en el padrenuestro, la oración que resume lo que Jesús lleva en el corazón, el amor y el perdón

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

II Corintios  11,1-11 1 ¡Ojalá pudierais soportar un poco mi necedad! ¡Sí que me la soportáis!  2 Celoso estoy de vosotros con celos de Dios. Pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo.  3  Pero temo que, al igual que la serpiente engañó a Eva con su astucia, se perviertan vuestras mentes apartándose de la sinceridad con Cristo. 4 Pues, cualquiera que se presenta predicando otro Jesús del que os prediqué, y os proponga recibir un Espíritu diferente del que recibisteis, y un Evangelio diferente del que abrazasteis ¡lo toleráis tan bien! 5  Sin embargo, no me juzgo en nada inferior a esos «superapóstoles». 6 Pues si carezco de elocuencia, no así de ciencia; que en todo y en presencia de todos os lo hemos demostrado. 7 ¿Acaso tendré yo culpa porque me abajé a mí mismo para ensalzaros a vosotros anunciándoos gratuitamente el Evangelio de Dios? 8 A otras Iglesias despojé, recibiendo de ellas con qué vivir para serviros. 9 Y estando entre vosotros y necesitado, no fui gravoso a nadie; fueron los hermanos llegados de Macedonia los que remediaron mi necesidad. En todo evité el seros gravoso, y lo seguiré evitando. 10 ¡Por la verdad de Cristo que está en mí!, que esta gloria no me será arrebatada en las regiones de Acaya. 11 ¿Por qué? ¿Porque no os amo? ¡Dios lo sabe!   

Salmo 111,1-4,7-8 1 ¡Aleluya! Doy gracias a Yahveh de todo corazón, en el consejo de los justos y en la comunidad. 2 Grandes son las obras de Yahveh, meditadas por los que en ellas se complacen. 3 Esplendor y majestad su obra, su justicia por siempre permanece. 4 De sus maravillas ha dejado un memorial. ¡Clemente y compasivo Yahveh! 7 Verdad y justicia, las obras de sus manos, leales todas sus ordenanzas, 8  afirmadas para siempre jamás, ejecutadas con verdad y rectitud.   

Mateo  6,7-15  7 Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. 8 No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. 9 «Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; 10 venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. 11 Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; 12 y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; 13 y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal. 14 «Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; 15 pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.   

Comentario: 1. – 2 Co 11,1-11: Pablo es capaz de hacer locuras, excentricidades, incomprensibles para el que no ha amado nunca... ¡comprensibles cuando se ama! -A causa del amor celoso que os tengo, que es el mismo amor de Dios por vosotros. Mirad, ¡nada menos que esto ! Es consciente de amar «con el corazón mismo de Dios». No es extraño que sea «excesivo», ¡es un amor «infinito»! Pues os tengo desposados con un solo esposo, sois la esposa virgen y santa que he presentado a Cristo. Afortunadamente ya nos había advertido que diría locuras. ¡«Desposados» con Dios! ¡«Aliados» de Dios! ¡«Amados» de Dios! No es la única vez que Pablo habla así. La Iglesia es la esposa de Cristo. La Humanidad es «amada apasionadamente» por Cristo. Tengo que escuchar y volver a escuchar, en el silencio de mi meditación, esas fórmulas. Yo soy amado. En otro pasaje Pablo dirá con más precisión todavía que el sacramento del matrimonio entre un hombre y una mujer es «signo» de ese otro matrimonio que liga Dios a la Humanidad... para lo mejor y para lo peor. Pero, como la serpiente sedujo a Eva por la astucia, temo que se perviertan vuestras mentes apartándose de la sinceridad con Cristo. Aquí se evoca la verdadera noción de «pecado». No es solamente una infracción a una ley, ni tan sólo una falta moral contra nuestro ideal... es una infidelidad de amor. Haciendo el mal estoy «hiriendo a alguien que me ama»... «es una falta de atención y de fidelidad a él»... «a Cristo». Dejo que se eleve una plegaria, la que surge de mi corazón, partiendo de lo que se me ha revelado. Te pido perdón, Jesús. Concédeme saber corresponder mejor a tu amor por mí. -Por la verdad de Cristo que está en mí, os digo que esa gloria no me será arrebatada. ¿Por qué? ¿Porque no os amo? Dios lo sabe. El amor «gratuito», desinteresado, que Pablo siente por sus hermanos de Corinto, tiene a Cristo como fiador y testigo: «¡Dios lo sabe!» Después de todo, le importa poco que se diga lo contrario. Dios lo sabe. Cómo quisiera yo también poder vivir bajo tu mirada, tener esa seguridad que proviene de saberse conocido por Ti (Noel Quesson).

Pablo sigue preocupado por sus cristianos de Corinto. Unos predicadores nuevos, judaizantes, que achacan a Pablo que su doctrina es demasiado abierta y poco respetuosa de la tradición judía, están sembrando cizaña en Corinto, y lo peor es que la comunidad, que a Pablo le había costado tanto fundar, da oídos a esos que él llama irónicamente «superapóstoles». Pablo ama a los Corintios, pero ahora ve que son infieles a ese Cristo a quien él les ha anunciado y a su Espíritu y a su evangelio. Se entreven también, en esta página, otros motivos del desprestigio del que los nuevos predicadores quieren rodear a Pablo. Tal vez su palabra no era tan fluida ni cuidada como la de otros, brillantes oradores. Y, sobre todo, le achacan que no haya querido que la comunidad le mantuviera, sino que trabajara con sus propias manos. Lo que puede parecer signo de humildad y de gratuidad en su entrega, lo interpretan como que no se hace valer, tal vez porque él mismo no está convencido de ser auténtico apóstol.

Nosotros, muchas veces, sufrimos también porque en este mundo se olvidan valores básicos y porque incluso nos puede parecer que la comunidad cristiana, la Iglesia, no es del todo fiel a su Esposo, Cristo. ¡Cuántas personas mayores, sacerdotes, religiosos o laicos, sufren por los cambios de nuestro tiempo, muchos buenos, pero otros, dudosos! Además, en el mundo actual hay voces seductoras que distraen, que corrompen la sana doctrina o conducen a un modo de obrar no conforme con el estilo del evangelio y el Espíritu de Cristo. Como pasaba con Pablo, puede ser que la manera de actuar de los cristianos, o de la Iglesia en general, sea mal interpretada (aunque, tal vez, en el sentido contrario que en el caso de Pablo: en vez de achacarnos que no cobramos, pueden hacerlo de que nos mostramos demasiado interesados). No nos debe extrañar que muchos cristianos, y sobre todo los responsables de la comunidad, el Papa o los Obispos, quieran defender los valores cristianos y dediquen sus mejores energías a una continua labor de evangelización. No nos puede dejar indiferente el que se pierda la fe, «que se pervierta el modo de pensar y se abandone la entrega y fidelidad a Cristo». No podemos actuar como si no existiera el alejamiento de tantos cristianos. El amor a Cristo y el amor a la humanidad, nos deben guiar en nuestra entrega y en nuestro testimonio. Como a Pablo.

2. Juan Pablo II comenta el salmo: “Hoy sentimos un viento fuerte. El viento en la sagrada Escritura es símbolo del Espíritu Santo. Esperamos que el Espíritu Santo nos ilumine ahora en la meditación del salmo 110, que acabamos de escuchar. Este salmo encierra un himno de alabanza y acción de gracias por los numerosos beneficios que definen a Dios en sus atributos y en su obra de salvación: se habla de "misericordia", "clemencia", "justicia", "fuerza", "verdad", "rectitud", "fidelidad", "alianza", "obras", "maravillas", incluso de "alimento" que él da y, al final, de su "nombre" glorioso, es decir, de su persona. Así pues, la oración es contemplación del misterio de Dios y de las maravillas que realiza en la historia de la salvación.

El Salmo comienza con el verbo de acción de gracias que se eleva del corazón del orante, pero también de toda la asamblea litúrgica (cf. v. 1). El objeto de esta oración, que incluye también el rito de la acción de gracias, se expresa con la palabra "obras" (cf. vv. 2.3.6.7). Esas obras son las intervenciones salvíficas del Señor, manifestación de su "justicia" (cf. v. 3), término que en el lenguaje bíblico indica ante todo el amor que genera salvación. Por tanto, el núcleo del Salmo se transforma en un himno a la alianza (cf. vv. 4-9), al vínculo íntimo que une a Dios con su pueblo y que comprende una serie de actitudes y gestos. Así, se habla de "misericordia y clemencia" (cf. v. 4), a la luz de la gran proclamación del Sinaí: "El Señor, el Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad" (Ex 34,6). La "clemencia" es la gracia divina que envuelve y transfigura al fiel, mientras que la "misericordia" en el original hebreo se expresa con un término característico que remite a las "vísceras" maternas del Señor, más misericordiosas aún que las de una madre (cf. Is 49,15).

Este vínculo de amor incluye el don fundamental del alimento y, por tanto, de la vida (cf. Sal 110,5), que, en la relectura cristiana, se identificará con la Eucaristía, como dice san Jerónimo: "Como alimento dio el pan bajado del cielo; si somos dignos de él, alimentémonos". Luego viene el don de la tierra, "la heredad de los gentiles" (Sal 110,6), que alude al grandioso episodio del Éxodo, cuando el Señor se reveló como el Dios de la liberación. Por tanto, la síntesis del cuerpo central de este canto se ha de buscar en el tema del pacto especial entre el Señor y su pueblo, como declara de modo lapidario el versículo 9: "Ratificó para siempre su alianza"”.

3. Jesús nos da su modelo de oración: el Padrenuestro. Una oración que se puede considerar como el resumen de la espiritualidad del AT y del NT, equilibrada, educativa por demás. Primero, nos hace pensar en Dios, que es nuestro Padre: su nombre, su reino, su voluntad. Mostramos nuestro deseo de sintonizar con Dios. Luego pasa a nuestras necesidades: el pan de cada día, el perdón de nuestras faltas, la fuerza para no caer en tentación y vencer el mal. Jesús destaca, al final, una petición que tal vez nos resulta la más incómoda: «si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas». Rezamos muchas voces el Padrenuestro y, tal vez, no le sacamos todo el jugo que podríamos sacarle. Hoy lo deberíamos rezar con más lentitud, pensando en sus palabras, agradeciendo a Jesús que nos lo haya enseñado como la oración de los que se sienten y son hijos de Dios. Sería bueno que leyéramos, en plan de meditación o de lectura espiritual, el comentario que el Catecismo de la Iglesia ofrece del Padrenuestro en su cuarta parte. Nos ayudará a que, cuando lo recemos, no sólo «suenen» las palabras en nuestros labios, sino que «resuene» su sentido en nuestro interior (también en la liturgia de las horas, estos día se ha leído el comentario de san Cipriano, muy rico). Esta oración nos debe ir afirmando en nuestra condición de hijos para con Dios, y también en nuestra condición de hermanos de los demás, dispuestos a perdonar cuando haga falta, porque todos somos hijos del mismo Padre (J. Aldazábal).

Creer es, sobre todo, cumplir la voluntad de Dios: No todo el que me dice ‘Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Conocer a Jesús significa, sobre todo, poner en práctica sus palabras. Propone Jesús el modelo de petición: «Padre nuestro»: nueva relación de los discípulos con Dios, que no es solamente individual, sino comunitaria. Son los hijos, o los ciudadanos del reino, los que se dirigen al Padre, que es su rey. La mención de este Padre eclipsa la de todo padre humano, él es el único que merece ese nombre. La conducta de este Padre es la que guía la de los discípulos (5,48). «Padre» es el nombre de Dios en la comunidad cristiana, el único que aparece en esta oración. Pronunciarlo supone el compromiso de portarse como hijos, reconocerlo por modelo, como fuente de vida y de amor. El término «Padre» se aplicaba a Dios en el AT (Jr 3,19; cf. Ex 4,22; Dt 14,1; Os 11,1), pero su sentido era muy diferente, pues el «padre» en la cultura judía era ante todo una figura autoritaria. La expresión «que estás en los cielos» («del cielo») no separa al Padre de los discípulos; indica solamente la trascendencia y la invisibilidad de Dios.

El Padre nuestro se divide en dos partes (6,9-10.11-13). La primera tiene como centro al Padre (tu nombre, tu reinado, tu designio); la segunda, a la comunidad (nuestro, dánoslo, etc.). En la primera parte la comunidad pide por la extensión del reino a la humanidad entera. En la segunda lo hace por sí misma.

v. 10a: llegue tu reinado… El contenido de esta petición formula lo mismo de manera diversa. El reinado de Dios, del que ya tiene experiencia la comunidad (5,3.10), debe extenderse a todo hombre. Dado que la puerta del reino es la primera bienaventuranza, la comunidad pide la aceptación del mensaje de Jesús, que funda el reinado de Dios. Al mismo tiempo, ella es la que, con su modo de vida, hace presente en el mundo ese mensaje (5,12: profetas). Implícitamente pide su fidelidad al mensaje de las bienaventuranzas y a la práctica de la actividad que requiere, por la que se va creando la nueva sociedad y va dando ocasión a la liberación de los hombres.

v. 10b: realícese en la tierra tu designio del cielo… La palabra "designio" (en griego. the­lêma) manifiesta una voluntad concreta que puede referirse al individuo o a la historia. La frase formula nuevamente la anterior («llegue tu reinado»; por eso se omite en Lc 11,2); significa, por tanto, el cumplimiento del designio histórico de Dios sobre la humanidad, anunciado en 5,18. El término «designio» incluye dos momentos, la decisión y la ejecución, a los que corresponden las especificaciones «en el cielo, en la tierra». La decisión está tomada en el cielo (Dios), pero tiene que ejecutarse en la tierra. La frase significa, pues, «realícese en la tierra el designio que tú has decidido en el cielo». La preposición «como» del original indica el deseo de que ese designio se realice exactamente como está decidido. La comunidad vuelve a pedir por el mundo; su primera preocupación es la misión que Jesús le confía. Las tres primeras peticiones tienen igual contenido. La experiencia de vida impulsa a desear que esa vida se extienda. Sólo después pasa el grupo cristiano a preocuparse de sí mismo.

v. 11: nuestro pan del mañana dánoslo hoy… La palabra «pan», es un semitismo usado por «alimento» (cf. Gn 18,5-8). «El pan del mañana» o «venidero» alude al banquete mesiánico en la etapa final del reino (8,11), cuya etapa histórica se realiza en el grupo de discípulos («nuestro pan»). Se pide, por tanto, que la unión y alegría propias de la comunidad final sean un hecho en la comunidad presente. Jesús mismo describió su presencia con los discípulos como un banquete de bodas, oponiéndose a la tristeza del ayuno practicado por los discípulos de Juan y los fariseos (9,14-15). La unión simbolizada por el banquete es la amistad (cf. 9,15: «los amigos del novio»). Este es el vinculo que une a los miembros de la comunidad, y que se expresará en la eucaristía.

v. 12: y perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores... Unica petición que incluye una exigencia para la comunidad. La partícula griega hôs indica motivo («que/ya que») más que comparación («como»): el perdón del Padre está condicionado al perdón mutuo, expresión del amor. Quien se cierra al amor de los otros se cierra al amor de Dios que se manifiesta en el perdón. En este pasaje y en 5,14s Mateo no emplea el término «pecados», sino «deudas» o «fallos», porque en el evangelio, «los pecados» representan el pasado que queda borrado con la adhesión a Jesús (cf. 9,6). La división en la comunidad impide la presencia en ella del amor del Padre. Se pide, pues, la manifestación continua de ese amor, aduciendo por motivo la práctica del amor que se traduce en el perdón mutuo. «Los deudores» incluyen a los enemigos y perseguidores (5,43ss). La comunidad pretende vivir la perfección a que Jesús la exhortaba (5,48).

v. 13: y no nos dejes ceder a la tentación, sino líbranos del Malo. «No nos dejes ceder a la tentación», lit. «no nos hagas entrar/no nos introduzcas»... El arameo no distingue entre las formas «hacer» y «dejar hacer». El sentido permisivo está exigido por el paralelo con la frase siguiente (omitida por Lc 11,4). El sentido es: «haz que no entremos (cedamos / caigamos) en tentación» o, de modo más castellano, «no nos dejes ceder a la tentación» (cf. 26,41). «Tentación» no lleva artículo en el original. No se trata, por tanto, de una tentación única y determinada. El término remite a las tentaciones de Jesús en el desierto, único lugar donde en Mt ha aparecido antes este tema. Allí, «el diablo» o «Satanás» era llamado «el tentador»; aquí, «el Malo» (cf. 5,37); la tentación es su obra. La relación con la escena del desierto aclara el sentido de «tentación» en este pasaje: se refiere a las mismas que experimentó Jesús. Aquéllas pretendían desviar su mesianismo e impedir la liberación del hombre; Jesús, sin embargo, respondió a cada una de ellas con un texto sin carácter mesiánico, aplicable a todo hombre. El Mesías es «el Hombre», como quedó expresado en la escena del bautismo (3,16). La comunidad puede experimentar en su misión, que continúa la de Jesús, las mismas tentaciones que éste: la del ateísmo práctico, usando de sus dones para propio beneficio, sin atender al plan de Dios (4,3); la del providencialismo que hace caer en la irresponsabilidad (4,6) y, sobre todo, la de la gloria y el poder (4,8s). Ceder a esta última equivaldría a prestar homenaje a Satanás (4,9), renunciando a la misión liberadora. La tentación del brillo y del poder se opone frontalmente a la primera y última bienaventuranzas. Es la opción por la pobreza y, con ella, la renuncia al brillo y al poder, la que hace inmunes a la tentación. El Malo es la personificación del poder mundano, que excita la ambición. Que el Padre no permita que la comunidad ceda a sus halagos es la petición final del Padrenuestro. Lo contrario sería la ruina de la comunidad de Jesús.

vv. 14-15: Pues si perdonáis sus culpas a los demás, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. 15Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas... Insiste Jesús en la necesidad del perdón. La unión en la comunidad es condición esencial de su existencia, pues sólo ella asegura la experiencia del amor del Padre. No es que Dios se niegue a perdonar; es el hombre que no perdona quien se hace in capaz de recibir el amor (J. Mateos-F. Camacho).