San Mateo 9, 14-17:
Dios no actúa según nuestros errores, sino que se sirve incluso de ellos para reconducirnos hacia el bien, Jesús es el pretendiente que nos busca con su amor.

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del libro del Génesis 27, 1-5 y 15-29 Cuando Isaac se hizo viejo y perdió la vista, llamó a su hijo mayor: -«Hijo mío.» Contestó: -«Aquí estoy.» Él le dijo: -«Mira, yo soy viejo y no sé cuándo moriré. Toma tus aparejos, arco y aljaba, y sal al campo a buscarme caza; después me guisas un buen plato, como sabes que me gusta, y me lo traes para que coma; pues quiero darte mi bendición antes de morir.» Rebeca escuchó la conversación de Isaac con Esaú, su hijo. Salió Esaú al campo a cazar para su padre. Rebeca tomó un traje de su hijo mayor, Esaú, el traje de fiesta, que tenía en el arcón, y vistió con él a Jacob, su hijo menor; con la piel de los cabritos le cubrió los brazos y la parte lisa del cuello. Y puso en manos de su hijo Jacob el guiso sabroso que había preparado y el pan. Él entró en la habitación de su padre y dijo: -«Padre.» Respondió Isaac: -«Aquí estoy; ¿quién eres, hijo mío?» Respondió Jacob a su padre: -«Soy Esaú, tu primogénito; he hecho lo que me mandaste; incorpórate, siéntate y come lo que he cazado; después me bendecirás tú. » Isaac dijo a su hijo: -«¡Qué prisa te has dado para encontrarla!» Él respondió: -«El Señor, tu Dios, me la puso al alcance.» Isaac dijo a Jacob: -«Acércate que te palpe, hijo mío, a ver si eres tú mi hijo Esaú o no.» Se acercó Jacob a su padre Isaac, y éste lo palpó, y dijo: -«La voz es la voz de Jacob, los brazos son los brazos de Esaú.» Y no lo reconoció, porque sus brazos estaban peludos como los de su hermano Esaú. Y lo bendijo. Le volvió a preguntar: -«¿Eres tú mi hijo Esaú?» Respondió Jacob: -«Yo soy.» Isaac dijo: -«Sírveme la caza, hijo mío, que coma yo de tu caza, y así te bendeciré yo.» Se la sirvió, y él comió. Le trajo vino, y bebió. Isaac le dijo: -«Acércate y bésame, hijo mío.» Se acercó y lo besó. Y, al oler el aroma del traje, lo bendijo, diciendo: «Aroma de un campo que bendijo el Señor es el aroma de mi hijo; que Dios te conceda el rocío del cielo, la fertilidad de la tierra, abundancia de trigo y de vino. Que te sirvan los pueblos, y se postren ante ti las naciones. Sé señor de tus hermanos, que ellos se postren ante ti. Maldito quien te maldiga, bendito quien te bendiga.» 

Salmo responsorial Sal 134, 1-2, 3-4 y  5-6 R. Alabad al Señor porque es bueno.

Alabad el nombre del Señor, alabadlo, siervos del Señor, que estáis en la casa del Señor, en los atrios de la casa de nuestro Dios. / Alabad al Señor porque es bueno, tañed para su nombre, que es amable. Porque Él se escogió a Jacob, a Israel en posesión suya. /  Yo sé que el Señor es grande, nuestro dueño más que todos los dioses. / El Señor todo lo que quiere lo hace: en el cielo y en la tierra, en los mares y en los océanos.  

Lectura del santo evangelio según san Mateo 9, 14-17 En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: -«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: -«¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque revientan los odres; se derrama el vino, y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan.»  

Comentario: 1. Gn 27, 1-5 y 15-29. El relato que leemos hoy, aparentemente es poco edificante. Se trata de un ardid de Rebeca, con el cual logra desposeer a Esaú de un «derecho de primogenitura» en provecho de su segundo hijo Jacob. Ardid, mentira, injusticia. No nos hagamos ilusiones: los autores y los lectores antiguos no eran más fáciles de engañar que nosotros. Y tampoco ellos querían justificar ni poner como ejemplo unos procedimientos tan incalificables. Si nos han contado esa siniestra astucia fue porque vieron en ella una misteriosa y paradójica lección.

-Dios lleva a cabo su plan a través de los equívocos humanos... logra lo que se propone a pesar de la deficiencia de los instrumentos de que se vale... No será ésta la última vez que Dios se servirá del mal para extraer de él un bien. Esto es también una ley general de la creación. El poeta Ch. Péguy lo ha expresado muy bien: "Uno se pregunta a veces, ¿por qué razón esa fuente llamada Esperanza mana eternamente? ¿De dónde toma este niño tanta agua pura? Buena gente, dice Dios, no hay malicia en ello. De aguas malas o sucias esa fuente hace agua clara. O también: hace agua clara del agua turbia. Almas fluyentes de almas estancadas. Almas transparentes de almas turbias. Y del alma impura hace un alma pura. Esa fuente no se secará nunca..." En efecto, lo sabemos, Tú, Señor, eres capaz de transformarnos, sirviéndote de nuestros pobres medios humanos, a veces tan ambiguos. Así esta página bastante innoble puede, paradójicamente, aportarnos una cierta esperanza. Creemos que todo el mal del mundo ¡no impedirá que Dios realice sus proyectos! Dios es amo soberano de sus elecciones... Llama a quien quiere para llevar a cabo su obra... Esta es la segunda lección, subrayada por san Pablo en la Epístola a los Romanos 9, 10-13. Se manifiesta por el tema, bastante constante en la Biblia, del «hermano menor que suplanta al mayor». Los derechos adquiridos no cuentan ante la soberana autonomía de Dios. Este será el caso de José, elegido preferentemente a sus hermanos. De David el pequeño de la familia. De Salomón. Tenemos de nuevo un tema paradójico de reflexión de plena actualidad, a pesar de las apariencias. Nos sentimos siempre demasiado inclinados a monopolizar a Dios en provecho propio. Y los países occidentales a creer que Cristo es siempre «blanco». ¡No, no tenemos derechos sobre Dios! Gracias, Señor, por haberme dado la fe. Pero ayúdame a no considerarme nunca como propietario exclusivo.

-La bendición de Isaac: «Que Dios te dé el rocío del cielo y la fertilidad de la tierra, trigo y vino en abundancia. Que las naciones te sirvan..... En una forma algo «primitiva» y salvaje esta bendición nos muestra la continuidad de la «promesa hecha a Abraham». Abraham, Isaac, Jacob. De eslabón en eslabón la historia avanza hacia Jesucristo, y la bendición de Dios, a través de la Iglesia, se extenderá a todos los hombres. Es una promesa de prosperidad, de apertura, de felicidad. Gracias, Señor, por repetirnos todas esas cosas. Pero, una vez más pensemos en todos los hombres para los cuales ese tipo de promesas son irrisorias porque el «trigo» falta y el hambre atenaza. Porque la dignidad es escarnecida. Porque los hombres esclavizan a sus hermanos en lugar de liberarlos. «Por tu misericordia, Señor, líbranos del pecado, danos paz en las pruebas, en esta vida en la que esperamos la felicidad que Tú prometes...» (Noel Quesson). La narración de la bendición de Isaac, obtenida fraudulentamente por Jacob forma parte de las historias relacionadas con el ciclo transjordánico de Jacob. Por su complejo dramatismo contrasta con otras narraciones patriarcales, más sencillas y con un desarrollo emotivo más lineal. El versículo inicial refiere la ceguera del anciano Isaac, uno de los elementos básicos en la trama dramática del relato, y la llamada a Esaú, el hijo predilecto al cual el patriarca quiere otorgar su bendición solemne y definitiva, según el ritual acostumbrado. Este nivel familiar de la bendición es el más antiguo de los muchos que aparecen en la Biblia. Como la bendición implica una fuerza vital, se comprende que Isaac, antes de concederla, quiera fortalecerse con una comida confortante, preparada con la carne de los animales cazados por Esaú. Sin embargo, Rebeca, que está al corriente de todo, urde un plan para frustrar los designios de Isaac y hacer beneficiario de la bendición a Jacob, su predilecto. Este, al principio, no se atreve a lanzarse a esta empresa arriesgada; pero, animado por su madre, desecha finalmente sus reticencias y se aviene a disfrazarse. Se presenta así ante su padre y solicita la bendición. Surge inmediatamente la primera dificultad: Isaac se sorprende de que haya encontrado caza tan pronto. La respuesta del hijo compromete al mismo Yahvé en el engaño, ya que toda su actuación choca con la legislación de Israel, que prohíbe aprovecharse de los ciegos (Lv 19,14; Dt 27,18). El padre, que no acaba de superar su desconfianza, lo somete a otra prueba: quiere palparlo. La voz traiciona a Jacob, pero el disfraz de las pieles tiene éxito. La tensión narrativa y la cuestión de la identidad, aún sin confirmar, emerge en la segunda pregunta de Isaac, más clara y directa: "¿Eres tú mi hijo Esaú?". Finalmente, tras recibir el beso de su hijo y sentir el aroma del traje de Esaú, aroma de tierra y de campos abiertos, Isaac desecha toda desconfianza y se dispone a impartir la bendición. Esta se dirige ante todo al campo, a fin de que sea fecundo, fértil y abundante en sus frutos. Después, como Jacob encarna a Israel, la bendición implica superioridad y preponderancia sobre los otros pueblos, también sobre Edom (identificado con Esaú). Todo culmina con una maldición para los que le maldigan y una bendición para los que le bendigan. Así termina la escena de Isaac con Jacob y la concesión de la bendición. Jacob y Rebeca han conseguido llevar adelante su plan, pero esta mala acción no va a quedar impune. Y por encima de la debilidad humana se impondrá el plan de Dios (J. Mas Anto). Dios no actúa necesariamente según los méritos de las personas, sino que es libre en su amor y en su misericordia. Cuántas veces elige como colaboradores a los más pobres y débiles según el mundo. ¿Eligió Jesús como apóstoles a los que estaban mejor preparados, a los más sabios, a los más prestigiosos en la sociedad de su tiempo? ¿no escandalizó a los fariseos cuando llamó, por ejemplo, a Mateo, que era un publicado? Esto, por una parte, nos debe hacer más humildes en la presencia de Dios. Más respetuosos de sus planes y de sus elecciones, no esgrimiendo lo que nos parecen nuestros derechos y estando dispuestos a acoger las sorpresas de Dios. Por otra parte, no debemos escandalizarnos de la debilidad y hasta del pecado que existe entre nosotros. Por desgracia, la nada gloriosa historia de Isaac y Rebeca se repite continuamente: engaños, desconfianzas, divisiones. Y no pasa sólo en el ambiente doméstico, dentro de la familia, sino también en las relaciones entre familias, en la comunidad eclesial y en la social. Pero Dios no cesa en sus propósitos. Incluso de las miserias humanas se sirve para guiarnos por la vida. ¿No puso Jesús los cimientos de su Iglesia en los apóstoles, aun contando con la debilidad de Pedro y las ambiciones de los demás y los celos de Juan y la traición de Judas? No es que vayamos a imitar la trampa de Rebeca y de Jacob. Pero tampoco hemos de escandalizarnos o desanimarnos al reconocer la debilidad propia o la de los demás, incluso los pecados de esta comunidad que se llama Iglesia.

2. Juan Pablo II comenta el salmo 134: “el texto revela una notable serie de alusiones a otros pasajes bíblicos y parece estar envuelto en un clima pascual. No por nada la tradición judaica ha unido este salmo al sucesivo, el 135, considerando el conjunto como "el gran Hallel", es decir, la alabanza solemne y festiva que es preciso elevar al Señor con ocasión de la Pascua. En efecto, este salmo pone fuertemente de relieve el Éxodo, con la mención de las "plagas" de Egipto y con la evocación del ingreso en la tierra prometida. Pero sigamos ahora las etapas sucesivas que el salmo 134 revela en el desarrollo de los doce primeros versículos: es una reflexión que queremos transformar en oración.

Al inicio nos encontramos con la característica invitación a la alabanza, un elemento típico de los himnos dirigidos al Señor en el Salterio. La invitación a cantar el aleluya se dirige a los "siervos del Señor" (v. 1), que en el original hebreo se presentan "erguidos" en el recinto sagrado del templo (cf. v. 2), es decir, en la actitud ritual de la oración (cf. Sal 133,1-2). Participan en la alabanza ante todo los ministros del culto, sacerdotes y levitas, que viven y actúan "en los atrios de la casa de nuestro Dios" (Sal 134,2). Sin embargo, a estos "siervos del Señor" se asocian idealmente todos los fieles. En efecto, inmediatamente después se hace mención de la elección de todo Israel para ser aliado y testigo del amor del Señor: "Él se escogió a Jacob, a Israel en posesión suya" (v. 4). Desde esta perspectiva, se celebran dos cualidades fundamentales de Dios: es "bueno" y es "amable" (v. 3). El vínculo que existe entre nosotros y el Señor está marcado por el amor, por la intimidad y por la adhesión gozosa.

Después de la invitación a la alabanza, el salmista prosigue con una solemne profesión de fe, que comienza con la expresión típica: "Yo sé", es decir, yo reconozco, yo creo (cf. v. 5). Son dos los artículos de fe que proclama un solista en nombre de todo el pueblo, reunido en asamblea litúrgica. Ante todo se ensalza la acción de Dios en todo el universo: Él es, por excelencia, el Señor del cosmos: "El Señor todo lo que quiere lo hace: en el cielo y en la tierra" (v. 6). Domina incluso los mares y los abismos, que son el emblema del caos, de las energías negativas, del límite y de la nada.

El Señor es también quien forma las nubes, los rayos, la lluvia y los vientos, recurriendo a sus "silos" (cf. v. 7). En efecto, los antiguos habitantes del Oriente Próximo imaginaban que los agentes climáticos se conservaban en depósitos, semejantes a cofres celestiales de los que Dios tomaba para esparcirlos por la tierra.

El otro componente de la profesión de fe se refiere a la historia de la salvación. Al Dios creador se le reconoce ahora como el Señor redentor, evocando los acontecimientos fundamentales de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. El salmista cita, ante todo, la "plaga" de los primogénitos (cf. Ex 12,29-30), que resume todos los "prodigios y signos" realizados por Dios liberador durante la epopeya del Éxodo (cf. Sal 134,8-9). Inmediatamente después se recuerdan las clamorosas victorias que permitieron a Israel superar las dificultades y los obstáculos encontrados en su camino (cf. vv. 10-11). Por último, se perfila en el horizonte la tierra prometida, que Israel recibe "en heredad" del Señor (v. 12). Ahora bien, todos estos signos de alianza, que se profesarán más ampliamente en el salmo sucesivo, el 135, atestiguan la verdad fundamental proclamada en el primer mandamiento del Decálogo. Dios es único y es persona que obra y habla, ama y salva: "el Señor es grande, nuestro dueño más que todos los dioses" (v. 5; cf. Ex 20,2-3; Sal 94,3).

Siguiendo la línea de esta profesión de fe, también nosotros elevamos nuestra alabanza a Dios. El Papa san Clemente I, en su primera Carta a los Corintios, nos dirige esta invitación: "Fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador de todo el universo y adhirámonos a los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz. Mirémosle con nuestra mente y contemplemos con los ojos del alma su magnánimo designio. Consideremos cuán blandamente se porta con toda la creación. Los cielos, movidos por su disposición, le están sometidos en paz. El día y la noche recorren la carrera por Él ordenada, sin que mutuamente se impidan. El sol y la luna y los coros de las estrellas giran, conforme a su ordenación, en armonía y sin transgresión alguna, en torno a los límites por Él señalados. La tierra, germinando conforme a su voluntad, produce a sus debidos tiempos copiosísimo sustento para hombres y fieras, y para todos los animales que se mueven sobre ella, sin que jamás se rebele ni mude nada de cuanto fue por Él decretado". San Clemente I concluye afirmando: "Todas estas cosas ordenó el grande Artífice y Soberano de todo el universo que se mantuvieran en paz y concordia, derramando sobre todas sus beneficios, y más copiosamente sobre nosotros, que nos hemos refugiado en sus misericordias por medio de nuestro Señor Jesucristo. A Él sea la gloria y la grandeza por eternidad de eternidades. Amén".

3.- Mt 9, 14-17 (ver domingo 8, ciclo B). -Se acercaron entonces los discípulos de Juan a preguntarle: "Nosotros y los fariseos ayunamos a menudo, ¿por qué razón tus discípulos no ayunan?" El comportamiento de los discípulos de Jesús chocaba... se les encontraba demasiado alegres y contentos... poco austeros... no ayunaban... ¡eso era escandaloso! ¿Por qué no os portáis como todo el mundo? ¿Como los discípulos de los fariseos? En fin ¡todos los demás rabinos imponen una disciplina estricta a los que quieren adelantar en la perfección! Es el problema de Jesús y los suyos respecto de las observancias -Shabbat, abluciones, ayuno- problema que se pone aquí de manfiesto y que estará también en otros pasajes de los evangelios. Lo hemos meditado ya en Marcos 2, 18-26.

-Jesús les contestó: “Los invitados a la boda...” Esta respuesta debió provocar estupor. En nuestro recuerdo personal, hay que evocar lo que esta imagen significa concretamente: Imagen de alegría y de fiesta. En otra ocasión, hablando también del ayuno, Jesús había dicho: "cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara; ¡que tu aspecto no sea sombrío!" (Mateo 6, 16).

-Los invitados a la boda ¿pueden estar de luto, mientras el esposo está con ellos? Cuando el novio invita a sus amigos a su boda, ellos y ellas aquel día no van a una ceremonia fúnebre. Es a una fiesta, ocasión de gozo y de alegría. Ahora bien, Jesús es este "esposo" misterioso que invita a su boda. El ayuno no tendría sentido. El tiempo de Jesús es un tiempo de felicidad y júbilo intensos. Los tiempos mesiánicos ya han llegado: Dios se ha desposado definitivamente con la humanidad "para lo mejor y para lo peor" y nos invita a festejar ese gran acontecimiento. ¡Jesús amoroso! ¡Jesús enamorado de la humanidad! ¡Jesús desposado con la humanidad! Todo el Antiguo Testamento lo había anunciado (Is 54, 4-8; 61, 10; 62, 4-5; Jr 2, 2; 31, 3; Ez 16; Os 1 a 3; Sal 45, 7-8) Y yo, por mi parte, ¿soy un enamorado de Jesús? ¿Respondo a su amor? ¿Cómo? ¿Estoy contento y alegre? ¿Soy feliz? ¿Vivo todos y cada día como un "invitado a la boda? Y la misa, ¿la considero como un "banquete de boda"? ¿Es una "cita de amor", un lugar privilegiado de encuentro, de diálogo, de silencio para escuchar? El celibato consagrado, para quienes lo han elegido, tiene esta significación. También el matrimonio, de distinta manera, tiene la misma significación: "Este sacramento es grande, concierne a Cristo y a la Iglesia" (Efesios 5, 32)

-Pero llegará el día en que se lleven al esposo: Entonces ayunarán. Es el primer anuncio de la Pasión, en san Mateo. Sobre esta intimidad de los discípulos contentos con su maestro planea una sombra. Jesús la entrevé, la vislumbra. Por primera vez Jesús hace alusión a su muerte... y, más allá de esta muerte, al misterio de la separación aparente, de la ausencia del esposo.

-Nadie echa una pieza de paño sin estrenar, a un manto pasado... Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos... Jesús es consciente de traer al mundo una realidad nueva, sin ninguna medida común con lo que los hombres han vivido hasta aquí. Todo lo antiguo está superado: no hay ningún compromiso posible entre las conductas de antaño y la novedad radical de la era nueva que Jesús instaura. "El vino nuevo se pone en odres nuevos". Señor, ¡danos ese "vino nuevo"! Ese espíritu y ese corazón nuevos. Como en Caná, cambia en buen vino el agua insípida de nuestras vidas (Noel Quesson).

Jesús se queja de que no le reconozcan y no quieran cambiar de vida. Y pone tres comparaciones:

- Él es el novio o el esposo y, por tanto, deberían estar todos de fiesta, y no de luto o preparando algo que ya ha llegado;

- Él es el traje nuevo, que no admite parches de tela vieja;

- Él es el vino nuevo, que se estropea si se pone en odres viejos.

Los seguidores de Juan Bautista tendrían que haber aprendido la lección, porque ya su maestro se llamaba a sí mismo «el amigo del novio» (Jn 3,29).

El ayuno sigue teniendo sentido para los cristianos. Es un buen medio de expresar nuestra humildad y nuestra conversión a los valores esenciales, por encima de los que nos propone la sociedad de consumo. Los judíos piadosos ayunaban dos días a la semana (lunes y jueves). Los seguidores de Juan, también. El mismo Jesús ayunó en el desierto. Y los cristianos seguirán haciéndolo, por ejemplo en la Cuaresma, preparando la Pascua. Pero no es esto lo que aquí discute Jesús. Lo que él nos enseña es la actitud propia de sus seguidores: la fiesta y la novedad radical. Ya en el sermón de la montaña nos decía que, cuando ayunemos, lo hagamos con cara alegre, sin pregonar a todos nuestro esfuerzo ascético. Hoy se compara a sí mismo con el novio y el esposo: los amigos del esposo están de fiesta. Los cristianos no debemos vivir tristes, con miedo, como obligados, sino con una actitud interna de alegría festiva. El cristianismo es, sobre todo, fiesta, porque se basa en el amor de Dios, en la salvación que nos ofrece en Cristo Jesús. Israel no supo hacer fiesta. Nosotros deberíamos ser de los que sí han reconocido a Jesús como el Esposo que nos invita a su fiesta, por ejemplo, a la mesa eucarística, en la que nos comunica su vida y su gracia. Por eso mismo, la vida en Cristo es vida de novedad radical. Creer en Él y seguirle no significa cambiar unos pequeños detalles, poner unos remiendos nuevos a un traje viejo, ocultando sus rotos, o guardar el vino nuevo de la fe en los mismos pellejos en los que guardábamos el vino viejo del pecado. Lo nuevo es incompatible con lo viejo, nos viene a decir Jesús. Seguirle es cambiar el vestido entero, más aun, cambiar la mentalidad, no sólo el vestido exterior. Es tener un corazón nuevo. (¡Lo que les costó a Pedro y a los demás discípulos cambiar la mentalidad religiosa y social que tenían antes de conocer a Cristo!). Seguir a Cristo afecta a toda nuestra vida, no sólo a unas oraciones o prácticas piadosas (J. Aldazábal). Danos, Señor, un corazón nuevo…