XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,1-6:
Ante las dificultades hemos de ver la mano de Dios, que nos va guiando con su misericordia. Todo nos sirve para alzar los ojos y encontrarnos esa mirada amorosa de Dios que nos quiere bien

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del profeta Ezequiel 2, 2-5 En aquellos días, el espíritu entró en mí, me puso en pie y oí que me decía: -Hijo de Adán, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí. Sus padres y ellos me han ofendido hasta el presente día. También los hijos son testarudos y obstinados; a ellos te envío para que les digas: "Esto dice el Señor". Ellos te hagan caso o no te hagan caso (pues son un pueblo rebelde), sabrán que hubo un profeta en medio de ellos.

Salmo 122,1-2a, 2bcd, 3-4 R/. Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia. / A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo. Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores. / Como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia. / Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios; nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos.

Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo a los Corintios 12, 7-10 Hermanos: Por la grandeza de estas revelaciones, para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un emisario de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces le he pedido al Señor verme libre de él y me ha respondido: "Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad". Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Lectura del santo Evangelio según San Marcos 6, 1-6 En aquel tiempo, fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: -¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanos no viven con nosotros aquí? Y desconfiaban de Él. Jesús les decía: -No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando. 

Comentario: 1. Ez 2, 2-5. El sacerdote que había caído rostro a tierra fulminado por la gloria de Yahvé lo vemos ahora levantarse airoso en virtud de la fuerza del espíritu, que se posesionó de él. Plenamente consciente, de pie, dueño de sus facultades, escucha tres cosas que son como tres grandes revelaciones: "hijo de hombre", "Yo te envío", "a los israelitas". Isaías sintió, ante la gran teofanía vocacional, la solidaridad con su pueblo en cuanto un pecador más, cuyos labios necesitaban ser purificados desde arriba. A Ezequiel no es su pecado lo que le asusta. Ante la trascendencia divina, es su condición de hombre, su estado irrisorio de criatura lo que más le impresiona. Por eso escucha, siente el apelativo de "hijo de hombre" ochenta y siete veces repetido a lo largo de sus escritos como preámbulo necesario para que el pueblo comprenda que no es él, el hijo de Buzi, un simple mortal, quien habla, sino el espíritu que lo penetra, lo levanta y lo hace hablar. No es el sacerdote, ni el hombre; es el hombre sacerdote movido por la fuerza del espíritu. No soy yo, diría Pablo, es Cristo que mora en mí. Y fue precisamente aquel escenario impresionante, casi diríamos terrorífico de la tempestad con truenos, relámpagos, huracán... con todas las fuerzas cósmicas reflejadas en los cuatro animales, el medio de que Dios se sirvió para hacerle sentir dolorosamente la pequeñez del hombre ante Dios, de la criatura ante su Creador. No obstante, Dios escogió lo humilde de este mundo y, por eso, "Yo te envío". Misión que le será repetida una y otra vez, cuantas veces sea necesario (3, 1. 4. 5. 11...), hasta que se empape del aspecto carismático de su vocación. El profeta no es el que va, sino el que es enviado. Era la diferencia radical con el sacerdocio hereditario. A diferencia de Jeremías, destinado profeta de los pueblos, Ezequiel sabe que su misión está restringida al pueblo de Israel. Un pueblo cuya historia conoce con detalle. Historia de defecciones e infidelidades, historia de un Israel rebelde desde sus orígenes patriarcales hasta el día de hoy. Unos caraduras, retorcidos -casi da miedo expresarlo-, rebeldes, que lo escuchen o no lo escuchen al menos sabrán que en medio de ellos hay un profeta. Lo importante no son los frutos, sino el testimonio presencial de Dios a través de su profeta. Nunca podrán acusar a Dios de injusto; son ellos los obstinados ante cuya libertad Dios se mantiene inactivo. Finalmente "les dirás: así dice el Señor Yahvé… escucha lo que Yo te digo". Es que el "hijo de hombre" necesitaba ¡cómo no! de aliento y estímulo para el cumplimiento de tan ardua y difícil misión. San Pablo dirá que todo lo puede en aquel que lo conforta (Edic. Marova).

"El año 30, quinto de la deportación del rey Joaquín.., hallándome entre los deportados, a orillas del río Quebar, se abrieron los cielos y contemplé una visión divina" (1, 1-2) Corre el año 593 a. de Xto. Cinco años antes había tenido lugar la primera deportación de judíos, llevada a cabo por Nabucodonosor (a. 597 a. de Xto). Gente importante de la ciudad, entre ellos Ezequiel, han tenido que marchar al destierro. La ciudad y el templo aún no habían sido destruidos. Ezequiel recibe su nombramiento como profeta. El espíritu del Señor le invade (A. Gil Modrego). El texto se refiere a la primera visión de Ezequiel, conocida como la "visión del libro". Entonces fue llamado por Dios al servicio profético. Cuando el culto resultaba imposible en aquella situación de diáspora, lejos del templo y en medio de un mundo pagano, el sacerdote Ezequiel es investido de una mayor responsabilidad: predicar la palabra de Dios a un pueblo de dura cerviz que no quiere escucharla. La experiencia de la presencia de Dios fue para Ezequiel tan fuerte que cae en tierra, pero el espíritu lo levanta y lo mantiene en pie. El hombre recupera su verticalidad con la fuerza de Dios que lo lanza a la acción. Ezequiel, cuyo nombre significa "Dios es fuerte", va a necesitar toda esa fortaleza divina para cumplir su difícil misión. Pero antes necesita recibir el mensaje, digerirlo, asimilar todas las palabras que Dios quiere decir a su pueblo: Dios le ofrece un libro en el que están escritas, y Ezequiel lo come (3, 3). Si nos alimentáramos nosotros de la palabra de Dios no nos harían tragar los "maestros" tan fácilmente sus "rollos", no seríamos víctimas del adoctrinamiento y de la propaganda, de las ideologías... y tendríamos algo nuevo que decir aunque no quisieran escucharnos. En cualquier caso el mundo sabría que hay hombres que no se doblegan y que aún viven los profetas.

La expresión "hijo del hombre" (="hijo de Adán") es una peculiaridad del libro de Ezequiel. Sin embargo, el sentido mesiánico que recibiría este título más tarde se debe al texto de Daniel 7, 13. En nuestro texto viene a subrayar tan sólo la debilidad del hombre, que no puede permanecer en pie delante de Dios y, menos aún, levantarse para cumplir la misión que Dios le encomienda, a no ser que reciba la fuerza del espíritu divino. El Señor sabe que no es fácil la misión que encomienda a su profeta. Por eso le desengaña claramente de cualquier ilusión sobre futuros éxitos. Pues el pueblo al que va a ser enviado es un pueblo de cabeza dura y rebelde, su historia es una cadena de falsedades e infidelidades al pacto con el que está unido a Yahvé. Sin embargo, el éxito de la misión no es asunto del profeta y no debe preocuparle. Además, Dios le garantiza que todos tendrán que oírlo y, hagan o no hagan caso, todo el mundo sabrá que hay un profeta. Nadie puede reducir al silencio la palabra de Dios (“Eucaristía 1982”).

2. Salmo 122: Salmo de Peregrinación o "salmo de Subida", este poema es una pequeña joya literaria, cuyo ritmo verbal está cincelado mediante un juego de repeticiones significativas: los ojos, la mano, "hacia"... Piedad, hartos, despreciados... El pueblo de Israel tenía conciencia de ser un pueblo de "pequeños", de "pobres", de "oprimidos", de "despreciados". Todo esto lo dice la palabra hebrea "Anawin" que se traduce ya por "pobre" ya por "humilde". Lejos de abatirse por esta situación, los judíos se apoyaban en ella para "volverse a Dios sólo": privados de todo poder político o militar, ellos "volvían los ojos hacia el cielo". La imagen del "servidor" y de la "servidora" corresponde a una civilización ya superada.

"Los ojos vueltos hacia Dios, hasta que Él se compadezca de nosotros...". ¡Qué bella es esta oración muda y perseverante! Los únicos que hablan son los ojos... Como los ojos de un niño, que miran fijamente a su madre, en actitud suplicante. Jesús nos recomendó orar "con perseverancia", aun siendo inoportunos (Lc 18,5-11,5). "Orad sin cesar, sin fatigaros". "A Ti levanto mis ojos, a Ti que habitas en los cielos...". Varias veces nos dice el Evangelio, que Jesús alzó los ojos al cielo para orar (Mt 14,19; 15,35-36 – Mc 6,39-41 – Lc 9,14-16). "Padre Nuestro, que estás en los cielos...". Por lo que hace a la trágica súplica de los pobres "hartos de desprecios", Jesús la vivió y la bebió hasta la última gota: murió entre injurias y burlas, desnudo, expuesto a los sarcasmos de sus adversarios, crucificado como un esclavo. Finalmente Jesús usó frecuentemente la imagen del "Servidor", atento y vigilante. Nos la dejó como consigna: "Quien quiera ser el mayor entre vosotros, que se haga vuestro servidor..." (Mt 20,26). "Muy bien, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor..." (25,21). " Felices los servidores cuyo señor encuentra vigilantes" (Lc 12,36). Jesús se presentó a sí mismo como el Servidor de Dios: "Debo estar a la disposición de mi Padre..." (Lc 2,49).

El tiempo del desprecio. "Esto es demasiado, estamos hartos de menosprecio de los soberbios". ¡Qué fuerte es esta expresión de "golpe bajo" de aquellos que se sienten escarnecidos! Podemos orar con este salmo, en nombre de aquellos cuya dignidad humana es despreciada, en nombre de los "Derechos Humanos", como se dice hoy, en nombre de los "sin-voz", en nombre de los que sufren ocultamente porque no tienen los medios de hacerse oír en este mundo ruidoso. Si no queremos caer en lo irreal y la hipocresía, preguntémonos al recitar este salmo, si de alguna manera no participamos en este "tiempo de desprecio". ¿Hay personas a las cuales "yo" desprecio? ¿A qué grupos amo y respeto con mayor dificultad? ¿Podemos llamarnos "discípulos de Jesús" si aún reservamos parcelas de racismo, de odio, de desprecio, hacia un hombre cualquiera que sea, enemigo o adversario? "Si amáis únicamente a los que piensan como vosotros, no hacéis nada extraordinario, también lo hacen los paganos... (Mt 5,46-Lc 6,27).

El espíritu de pobreza: los "Anawim". ¿Estamos en una situación de abundancia, comparativamente respecto a los demás? Deberíamos entonces aplicarnos, los primeros, esta condenación del "desprecio de los orgullosos", que indigna a los pobres. Los "pobres" llenan los salmos. Se ha dicho que los salmos eran "la oración de los pobres". (Salmos 9,13-19; 110, 9-12; 14, 6-18, 28; 22, 5-27; 25, 9; 34, 3-7; 35, 10; 37, 11-14; 40, 18; 69, 30-33; 70, 6; 72, 13-14, etc.). Entre los antiguos profetas, los pobres eran una "clase social", la categoría de los oprimidos, de los que no tenían nada, por culpa de sus explotadores (Amós 2,6-7; 5,10; 8,4; Isaías 3,14-15; 5,8-9; 10,2; Miqueas 2,1-2; 3,3-4; 6,12). Pero, a lo largo de la historia de Israel, sobre todo a partir del Exilio, pasó a un segundo plano el sentido "económico y social" de la palabra "Anawim" para dar lugar a un sentido religioso. Los pobres son aquellos "cuya angustia los hace conscientes de su dependencia absoluta de Dios"... "Aquellos que todo lo esperan de su bondad"... "Aquellos a quienes falta algo y no están satisfechos"... "Aquellos cuyo ideal no han logrado alcanzar y que permanecen siempre pobres y disponibles"... "Aquellos que están en búsqueda de una realización, de una perfección mayor"... "Aquellos a quienes la tierra no basta y..." todos, en el fondo, ante Dios, somos "pobres" "anawim". Pero podemos ser inconscientes... ¡"Bienaventurados los pobres de corazón, dice Jesús, porque de ellos es el Reino de Dios!". En este sentido "religioso", la palabra "pobre" se opone menos a "rico" que a estas otras palabras: "orgulloso", "malvado", "impío", "escéptico", "burlón", "oportunista", "materialista satisfecho". "Esto es demasiado, estamos hartos del escarnio de los pudientes, del desprecio de los orgullosos". Pero sigue siendo cierto que algo de pobreza material es necesaria para hacernos descubrir la pobreza esencial: cuando todo lo tenemos aquí abajo, cuando ya hemos recibido la consolación, cuando estamos "satisfechos", no estamos preparados a escuchar los llamados espirituales del más allá. Jesús dijo también que las "riquezas" son peligrosas. ¿No será por esto que los países ricos profesan un ateísmo de masa? Quien está harto de bienes materiales corre el riesgo de encerrarse en este mundo mezquino, olvidando que le hace falta lo esencial. El antiguo filósofo griego estigmatizó vigorosamente este ideal del "cerdo gordo" a que se reducen los materialistas.

El espíritu de servicio. "Como los ojos de la esclava, fijos en las manos de su señora"... Estamos en una civilización muy distinta, es cierto. Estas palabras a lo mejor no nos dicen nada, quizá nos fastidian. Sin embargo si logramos superar nuestros esquemas ideológicos, descubriremos un ideal muy moderno: este espíritu de escucha y de atención al otro, tan mencionado por las ciencias humanas. En el fondo, estamos llenos de nosotros mismos y no "acogemos" de verdad al otro. Ojos que miran la mano. Imagen de extrema sutileza psicológica. "Mi alma alaba al Señor y mi espíritu exulta, porque Dios ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava". Paralelo admirable. María vivió de verdad el ideal expresado en este salmo 122: se llama a sí misma la humilde "sierva", atenta a hacer la voluntad del Señor. Paradójicamente, el "servicio" se hace a la inversa, la "mirada" de Dios está atenta a realizar el menor deseo de su "sierva".

El espíritu de oración. "Hacia Ti levanto los ojos". Hacia Ti, Señor, elevo mi alma. En ninguna parte como en los ojos está el alma. Nuestros ojos hablan. Nos pueden servir para la oración... Fijos en un icono, en un crucifijo, en el Tabernáculo... Vueltos hacia el "Pan de Vida", el Cuerpo de Cristo (Noel Quesson).

Mis ojos hablan al volverse a un lado y a otro, y hoy son mis ojos los que rezan al volverse hacia ti, Señor. «A ti levanto mis ojos, a ti, que habitas en el cielo». Mis ojos miran hacia arriba, porque, en figura y en descripción humana, Tú estás en los cielos, y los cielos están en lo alto. A lo largo de la rutina del día, llevo de ordinario la vista baja para ver donde piso, o mirando justo enfrente de mí, no para ver a la gente, sino para no chocar con ella. Veo gente y tráfico, edificios y habitaciones, libros y papeles, colores pintados y palabras impresas. Veo mil imágenes en un instante. Al único a quien no veo es a ti. He abierto los ojos, pero siguen cerrados. Cuando hablo con la gente, caigo en la cuenta de que mis ojos también hablan. Me traicionan. Declaran, sin mi permiso, mis gustos y repugnancias, mi interés o mi aburrimiento, mi placer instantáneo o mi genio enfurecido. Un guiño de los ojos puede decir más que todo un discurso. Una mirada de amor puede encerrar más afecto que todo un poema amoroso. Los ojos hablan en silencio, con ternura, con eficacia. Son mis mejores embajadores. Hoy mis ojos se vuelven hacia ti, Señor. Y eso es oración. Sin palabras, sin peticiones, sin cantos. Sólo mis ojos vueltos al cielo. Tú sabes leer su lengua y entender su mensaje. Mirada tierna de fe y entrega, de confianza y amor. Sólo mirarte a ti. Volver los ojos despacio hacia arriba. Siento que me hace bien. Mis ojos me dicen que les gusta mirar hacia arriba, y yo les dejo seguir su inclinación, y acompaño la dirección de su mirada con los deseos de mi alma. También a mi alma le gusta mirar hacia arriba, Señor. «Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor Dios nuestro, esperando su misericordia».

Benedicto XVI comenta que la relación con Dios es un intercambio de miradas de amor: “De manera muy incisiva, Jesús afirma en el Evangelio que los ojos son un símbolo expresivo del yo profundo, un espejo del alma (cf. Mateo 6, 22-23). Pues bien, el Salmo 122, que se acaba de proclamar, se sintetiza en un intercambio de miradas: el fiel alza sus ojos al Señor y espera una reacción divina para percibir un gesto de amor, una mirada de benevolencia. También nosotros elevamos un poco los ojos y esperamos un gesto de benevolencia del Señor. Con frecuencia, en el Salterio se habla de la mirada del Altísimo, que «observa desde el cielo a los hijos de Adán, para ver si hay alguno sensato que busque a Dios» (Salmo 13, 2). El salmista, como hemos escuchado, recurre a una imagen, la del siervo y la de la esclava, que miran a su señor en espera de una decisión liberadora. Si bien la escena está ligada al mundo antiguo y a sus estructuras sociales, la idea es clara y significativa: esta imagen tomada del mundo del antiguo Oriente quiere exaltar la adhesión del pobre, la esperanza del oprimido y la disponibilidad del justo al Señor.

El orante está en espera de que las manos divinas se muevan, pues actuarán según justicia, destruyendo el mal. Por este motivo, con frecuencia, en el Salterio el orante eleva sus ojos llenos de esperanza hacia el Señor: «Tengo los ojos puestos en el Señor, porque Él saca mis pies de la red» (Salmo 24, 15), mientras «se me nublan los ojos de tanto aguardar a mi Dios» (Salmo 68,4). El Salmo 122 es una súplica en la que la voz de un fiel se une a la de toda la comunidad: de hecho, el Salmo pasa de la primera persona del singular -«a ti levanto mis ojos»- a la del plural «nuestros ojos» (vv. 1-3). Expresa la esperanza de que las manos del Señor se abran para difundir dones de justicia y de libertad. El justo espera que la mirada de Dios se revele en toda su ternura y bondad, como se lee en la antigua bendición sacerdotal del libro de los Números: «ilumine el Señor su rostro sobre ti y te sea propicio; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Números 6, 25-26).

La importancia de la mirada amorosa de Dios se revela en la segunda parte del salmo, caracterizada por la invocación: «Misericordia, Señor, misericordia» (v. 3). Continúa con el final de la primera parte, en el que se confirma la expectativa confiada, «esperando su misericordia» (v. 2). Los fieles tienen necesidad de una intervención de Dios porque se encuentran en una situación penosa, de desprecio y de vejaciones por parte de prepotentes. La imagen que utiliza ahora el salmista es la de la saciedad: «estamos saciados de desprecios; nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos» (vv. 3-4). A la tradicional saciedad bíblica de comida y de años, considerada como signo de la bendición divina, se le opone ahora una intolerable saciedad constituida por una carga exorbitante de humillaciones. Y sabemos que hoy muchas naciones, muchos individuos están llenos de vejaciones, están demasiado saciados de las vejaciones de los satisfechos, del desprecio de los soberbios. Recemos por ellos y ayudemos a estos hermanos nuestros humillados. Por este motivo, los justos han confiado su causa al Señor y no es indiferente a esos ojos implorantes, no ignora su invocación ni la nuestra, ni decepciona su esperanza.

Al final, dejemos espacio a la voz de san Ambrosio, el gran arzobispo de Milán, quien con el espíritu del salmista, da ritmo poético a la obra de Dios que nos llega a través de Jesús Salvador: «Cristo es todo para nosotros. Si quieres curar una herida, Él es médico; si estás ardiendo de fiebre, es fuente; si estás oprimido por la iniquidad, es justicia; si tienes necesidad de ayuda, es fuerza; si tienes miedo de la muerte, es vida; si deseas el cielo, es camino; si huyes de las tinieblas, es luz; si buscas comida, es alimento»”.

El Salmo de hoy, para exaltar la esperanza del oprimido, recurre a la imagen del esclavo que espera de su amo la liberación. El orante eleva sus ojos hacia el Señor con la esperanza de que revele toda su ternura y bondad derramando dones de justicia y libertad. Los fieles, despreciados por los prepotentes e inmorales que, engreídos por su éxito y saciados por su bienestar, desafían a Dios violando los derechos de los débiles, tienen necesidad de una intervención divina. Confiando su causa al Señor, exclaman: «Piedad de nosotros». Y Él no permanece indiferente, no defrauda su esperanza.

3. "No se romperán tus pies de barro, porque conoces tu inconsistencia y serás prudente, porque sabes bien que sólo Dios puede decir: ¿quién de vosotros me puede acusar de pecado?" (San Josemaría Escrivá)        “¡Qué distinto es nuestro camino –el camino que han de recorrer tus discípulos, Señor– del imaginado por nosotros en la inexperiencia de nuestros años jóvenes y en los dorados sueños de nuestra inquieta fantasía! Solíamos ver entonces un camino tranquilo, hecho de inalterada calma interior y de pacíficos triunfos exteriores... y también –¿por qué no?– de algunas clamorosas y vistosas batallas con heridas vendadas primero con laurel y luego... con la deseada admiración de muchos. Creíamos, Señor, de modo ingenuo y poco sobrenatural, que la sola decisión de seguirte y de caminar generosamente contigo, renunciando a muchos consuelos humanos, nobles y lícitos habría cambiado nuestra naturaleza y nos habría dejado libres –¡como ángeles!– del peso de la tribulación y de las turbaciones de las tentaciones.

La realidad es lucha. Pero tus juicios, ¡oh Señor!, no son los nuestros, ni nuestros caminos son iguales a los tuyos. Nuestra historia, tejido admirable en donde se entrelazan aparentemente de modo caprichoso con los acontecimientos que son vehículo de tu voluntad, los atributos divinos de tu bondad, de tu sabiduría, de tu omnipotencia, de tu ciencia divina y de tu misericordia, nos ha enseñado a comprender y a gustar que la vida del cristiano es una milicia, militia est vita hominis super terram, milicia es la vida terrenal del hombre, y que todos tus discípulos han de probar la pax in bello –paz en la guerra– de tu servicio. Daremos gracias al Señor porque suaviter et fortiter, suave y vigorosamente, nos ha enseñado el valor sobrenatural y el fin providencial de las tentaciones y de las tribulaciones. Pues, por medio de ellas, Dios nuestro Señor ha dado a nuestra alma la experiencia del hombre maduro, la dureza y el realismo del soldado veterano fortalecido en la batalla y el espíritu de oración del monje más contemplativo.

¡Tentaciones... las tendrás! Tu vida de servicio de Dios y de la Iglesia las conocerá necesariamente, porque tu vocación, tu llamada, tu decisión generosa de seguir a Jesús, no inmunizan a tu alma de los efectos del pecado original, ni apagan para siempre el fuego de tus concupiscencias allí donde se agazapa la tentación: unusquisque vero tentatur a concuspicentia sua, cada cual, ciertamente, es tentado por su concupiscencia.

Para nuestro bien. Pero te consolarás pensando que los Santos –¡hombres y mujeres de Dios!– han sostenido las mismas batallas que tú y que yo hemos de sostener para demostrar nuestro amor al Señor. Escucha el grito de San Pablo: Quis me liberabit a corpore mortis hujus?, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Piensa en las tentaciones de San Jerónimo a lo largo del curso de su vida austera y penitente en el desierto; lee la vida de Santa Catalina de Siena y verás las pruebas y las dificultades de aquella gran alma; y no olvides el martirio de San Alfonso de Ligorio, octogenario, ni las fuertes tentaciones contra la esperanza en la vida de San Francisco de Sales durante el período de sus estudios, ni la fe tan duramente probada en el temple de aquel apóstol que era el abate Chautard... ni las tentaciones de todo género de tantos y tantos otros.      

Reflexionemos en ellas, amigo mío, con espíritu sobrenatural: por medio de la tentación, siempre que tú no la vayas a buscar imprudentemente, Dios nuestro Señor pone a prueba y purifica tu alma, tanquam aurum in fornace, como el oro en el crisol. Las tentaciones fortifican e imprimen un sello de autenticidad a tus virtudes, pues ¿qué autenticidad cabe atribuir a una virtud que no se ha fortalecido con la victoria sobre las tentaciones que le son contrarias. Virtus in infirmitate perficitur. La virtud se forja en la debilidad. En la tentación se despierta y se robustece tu fe; crece y se hace más sobrenatural tu esperanza; y tu amor –el amor de Dios que es el que te hace resistir valerosamente y no consentir– se manifiesta de modo efectivo y afectivo.

Optimistas por la Gracia de Dios. ¡Cuánta experiencia sacarás, por otra parte, de tu lucha contra las tentaciones!, experiencia que te servirá para ayudar, dirigir y consolar a muchas almas tentadas y atribuladas. Aprenderás la ciencia de la comprensión y sabrás hacerla fructificar cuando trates a las almas. La necesidad de recurrir a Dios, que se hace sentir con tanta fuerza en aquellos momentos, hará que tu vida de oración arraigue profundamente en tu alma.

¡Cómo crecerás en la humildad y en el conocimiento de ti mismo cuando veas tus tendencias y tus inclinaciones! Tus méritos aumentarán y... –¿por qué no?– hallarás consuelo ante la perspectiva de una maravillosa esperanza en el cielo: qui seminat in lacrimis in exultatione et metet, quien siembre con lágrimas, cosechará con alegría.

         Todas estas consideraciones aumentarán tu confianza y tu visión sobrenatural. Sin embargo, deseo añadir una cosa: el peligro mayor para las almas tentadas y atribuladas es el desaliento, el hecho de que puedan pensar o admitir que la tentación es superior a sus fuerzas, que no hay nada que hacer, que el Señor las ha abandonado, que de ahora en adelante han consentido ya. Debes vivir, amigo mío, vigilante y firme contra esta tentación que, por lo general. se presenta después de que uno ha luchado valerosamente y que es la más temible y fuerte de las tentaciones.

         ¡Escúchame! ¡Se puede vencer siempre! Omnia possum!, ¡todo lo puedo! Si luchas y pones los medios, la victoria es tuya. Facientibus quot est in se Deus non denegat gratiam, a quienes hacen lo que depende de ellos, Dios no les niega su gracia. Dios se lo hizo comprender bien a San Pablo en el momento de la tentación. Sufficit tibi gratia mea! ¡Te basta mi gracia! ¡La gracia! Nunca te olvides de la gracia de Dios.

No será demasiado. Nuestro Señor sabe perfectamente hasta qué punto puedes resistir y sabe igualmente bien, como el alfarero, el grado de temperatura necesario para que sus vasos de elección –vas electionis– adquieran cada uno el grado de solidez y de belleza que les tiene determinados.

No pierdas nunca la confianza, no te desmoralices, no te turbes. Te recuerdo que sentir no es consentir, que las inclinaciones sensibles y los movimientos espontáneos no dependen de tu voluntad. Basta con que resistas generosamente: sólo la voluntad puede consentir y admitir en el alma el pecado. Entre tanto, suceda lo que suceda, el Señor está contigo, en tu alma, aunque no sientas su presencia, aunque no gustes de su compañía. Está contigo –más que nunca ahora que luchas– y te dice: soy Yo, no temas.

Abre todavía más los ojos de tu alma: el Señor permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde Él quiere y por donde Él quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas, y... sobre todo para hacerte humilde, muy humilde.

Dan beneficios poniendo los medios. Escucha ahora, con la visión nueva que estas consideraciones pueden haberte suscitado, estas palabras de la Sagrada Escritura: Fili, accedens ad servitutem Dei, praepara animam tuam ad tentationem (Eccli 2, 1), hijo mío, si te das al servicio de Dios, prepara tu ánimo a la tentación. Y tú –alma tentada y atribulada– admira la bondad de Dios que te hace gustar, con la esperanza del cielo, estas palabras del Espíritu Santo: Beatus vir, qui suffert tentationem, quoniam cum probatus fuerit accipiet coronam vitae: bienaventurado el hombre que padece tentación, porque por haber sido probado recibirá la corona de la vida: ¡luego las tentaciones tejerán tu corona!

Pero no olvides, amigo mío, que necesitas de armas para vencer en esta batalla espiritual. Y que tus armas han de ser éstas: oración continua; la Santísima Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia; sinceridad y franqueza con tu director espiritual; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te llevará a huir de las ocasiones y a evitar el ocio; la humildad del corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen: Consolatrix afflictorum et Refugium peccatorum, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y dile: Mater mea, fiducia mea; ¡Madre mía, confianza mía!” (Salvador Canals).

Pienso que hay que contar también con que la persona es una unidad entre elementos distintos, como diría san Pablo: físicos, psíquicos y espirituales, y por tanto no es sólo voluntad sino también muchas otras cosas como química… el otro día una niña con la que me confabulé para no comerme las uñas me preguntaba cómo lo había conseguido… le respondí que hay muchas cosas en la vida por las que luchamos durante años y no lo logramos, y luego de golpe aquello sale. Que ofrecemos sacrificios al Señor y es aquello lo que vale, la lucha, pero no cuentan los resultados, porque estos no dependen de nosotros muchas veces: son algo tan aleatorio… dijo que me entendía, y es que no hemos de engañar a la gente con una educación voluntarista basada en el éxito. El Señor pone el incremento. Y también esos factores cambiantes de la vida, en los que Dios está implicado…

“Para nada es malo buscar cada día ser mas espiritual, buscar el rostro del Señor para tratarlo de agradar, pero hay momentos en la vida en los cuales aparece aquel aguijón, ese que nos recuerda que no debemos creernos más de lo que somos, ese que nos devuelve los pies a la tierra y nos ayuda a la vez a seguir en el intento de tratar de ser mas agradables a Dios cada día.

Todos tenemos un aguijón, algunos podemos hablar de él y otros a lo mejor no lo pueden hacer, porque su aguijón es vergonzoso o porque quizá prefieren aparentar que son hombres sin tacha alguna.

Pablo era uno de los hombres mas intachables de la historia, casi podía asegurarse que Pablo era casi perfecto en su andar, pero él mismo relata en este pasaje bíblico cómo le fue dado un aguijón en su carne que no le permitiera enaltecerse sobremanera.

¿Cuál era el aguijón de Pablo? La Biblia no lo describe, algunos teólogos creen que era un dolor de estomago fuerte, otros creen que era alguna enfermedad en su cuerpo, otros creen que era alguna área de su vida que no había podido vencer, otros que el carácter –en los siglos XVIII-XIX se decía que era la sexualidad, y en los últimos tiempos que sería una posesión diabólica externa-, pero la verdad, nadie tiene la certeza de cual era el aguijón de la carne que lo abofeteaba y le hacia volver los pies a la tierra.                                                                       

Y es que no nos podemos creer mejores de lo que somos, no sé por qué extraña razón, hay momentos en nuestro caminar cristiano en donde nos sentimos por las nubes y creemos que vamos a tocar la Gloria de Dios, en esos momentos aparece el típico aguijón, aquel que nos hace despertar de ese bonito sueño, aquel que nos recuerda que todavía no podemos alcanzar su Gloria, aquella debilidad que nos recuerda lo sensibles que somos al pecado y lo mucho que nos falta para lograr ser como Jesús.

Yo no se cuál es tu aguijón, pero si te puedo decir que lucharás con él día a día y aunque muchas veces rogarás a Dios para que lo haga desaparecer, para que lo elimine o lo quite, ten por seguro que estará ahí, no para ser un tropiezo para tu vida, sino para recordarte lo mucho que necesitas de Dios, lo importante que es mantenerte en plena comunión con el Señor para no ser tentado más de lo que puedas soportar.

Posiblemente estés pasando por momentos en los cuales tu aguijón te ha abofeteado de manera tremenda, pero en esta hora quiero decirte que ese aguijón no podrá vencerte, si bien es cierto que te recordará lo vulnerable que eres, pero eso no quiere decir que serás derrotado, al contrario, cuando esos momentos ocurren, Jesús con una voz amorosa te dice y me dice: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”

Que lindo es saber que su PODER se perfeccionará en mi debilidad, en pocas palabras, ese aguijón sólo servirá para que Dios actué aún más en mi vida, veré su gloria porque su poder se perfeccionará en mi vida y un día cuando Jesús venga por su Iglesia, estaremos junto a Él por una eternidad, ya no habrá más aguijón, ya no habrá más llanto, no habrá más dolor, porque Dios enjugará TODA lagrima y todos a una voz declararemos que Jesucristo es REY de reyes y SEÑOR de señores” (Enrique Monterroza).

4. Mc 6, 1-6 (paralelos: Mt 13, 53-58-Lc 13, 16-30) -El rechazo de Nazaret constituye una etapa fundamental en el camino de Jesús hacia el abandono y la cruz... Cuando se lee este episodio, no es posible dejar de pensar en aquella afirmación del prólogo de Juan: "Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron." Leído de esta manera, este episodio va mucho más allá de la repulsa de una oscura aldea de Galilea: figura la repulsa de todo Israel, una repulsa que por lo demás parece acompañar a toda la historia del pueblo de Dios. Incluso las motivaciones de esta repulsa van mucho más allá de la resistencia particular de los habitantes de Nazaret: son las resistencias de siempre, arraigadas en el corazón del hombre. Porque este trozo de Marcos puede afectarnos también seriamente a nosotros. Los habitantes de Nazaret no niegan la sabiduría de Jesús, sus milagros, la lucidez de su predicación; incluso se muestran sorprendidos por todo eso. Pero discuten su origen (v. 3). Ha trabajado de carpintero como cualquier otro, ha crecido entre nosotros, conocemos a su madre y a sus hermanos; ¿cómo es posible que venga de Dios? Esta es la primera y la fundamental razón de su repulsa: la invisibilidad de Dios, su manera de hacerse presente bajo las apariencias comunes. La grandeza de Dios parece contradecirse a sí misma, y esto constituye un escándalo. Nos parece oír la pregunta de los nazarenos: "De dónde le viene todo esto? ¿Qué pensar de su sabiduría?" En otras palabras, ¿cómo se explica su ciencia, la novedad y la eficacia de sus enseñanzas? La respuesta está ya en la misma pregunta: es una sabiduría que se le ha dado, que no viene de un hombre o de una escuela, sino de Dios. Pero esta respuesta es del evangelista, no de los habitantes de Nazaret. A pesar de su admiración por una sabiduría que no se explica por sí misma, ellos no creen. Su desconcierto nace de la confrontación entre el esquema del sabio que viene de Dios al que están acostumbrados (su esplendor debería superar incluso al de Salomón) y la realidad concreta e histórica, fenoménica, de Cristo. Podemos concretar más todavía: el escándalo no viene tanto del hecho de que Jesús sea un carpintero, sino de que "es uno de nosotros, lo conocemos todos". La repulsa por parte de los suyos no es ninguna sorpresa para Cristo. Que un profeta se vea rechazado por su pueblo no es ninguna novedad. La novedad sería precisamente lo contrario. Hay incluso un proverbio que lo afirma: un profeta es siempre despreciado en su país, entre sus parientes y en su propia casa (v. 4). Se trata de un proverbio basado en una larga experiencia, que ha acompañado a toda la historia de Israel, que encuentra su más clara confirmación en la historia del Hijo de Dios y que se seguirá repitiendo puntualmente en la historia sucesiva. Dios está de parte de los profetas, pero los profetas se ven siempre rechazados: rechazados por su pueblo, por su comunidad, no por el mundo. Siempre se procura quitar de en medio a los hombres de Dios, aunque más tarde se les construya un monumento. También por este motivo la fe se siente escandalizada y sometida continuamente a la prueba; pero esta vez el escándalo no está entre los escribas y los fariseos, ni entre el pueblo tranquilo y pretencioso (como los aldeanos de Nazaret), sino entre los discípulos, entre los pequeños que ven en el profeta una esperanza que ahora parece venirse abajo en medio de la indiferencia de Dios.

El episodio termina con una observación del propio evangelista: "No pudo hacer ningún milagro allí" (v. 5). Jesús no puede hacer ningún milagro en donde tropieza con una incredulidad obstinada. ¿De qué iba a servir entonces un milagro? Los milagros de Cristo son la respuesta a la sinceridad del hombre que busca la verdad: no son un intento para forzar de algún modo el corazón del hombre. A diferencia de los hombres, Dios no utiliza la violencia para imponer sus propios derechos. Ni tampoco hace milagros en donde los hombres pretenden señalar que les permitan sustraerse al riesgo de la fe: las señales de Dios no son evidentes a toda costa. Ni hace milagros finalmente donde a los hombres les gustaría explotarlos en su propio provecho, para sostener sus propias pretensiones. Por todo ello, Jesús no hace milagros en Nazaret. Pero esta afirmación en términos tan absolutos es inexacta y Marcos la corrige: "Solamente sanó a unos pocos enfermos" (v. 5). Así pues, también en Nazaret Jesús buscó a los enfermos y a los pobres. Dios los busca en todas partes. Pero no son éstos los milagros que les gustan a los hombres (Bruno Maggioni).

Nazaret no se cita en el Antiguo Testamento ni en sus comentarios. Sin embargo, en 1962, Avi Jonah descubrió una lápida de mármol negro, datada en el siglo II a. C., en la que se contiene el nombre de esta aldea. Lucas y Marcos nos narran de forma independiente este pasaje, colocándolo cada uno en el contexto que interesa a su teología. Lucas añade detalles como los referentes al contenido de la predicación de Jesús y a que sus paisanos intentaron despeñarlo. En la cima del monte que los habitantes de Nazaret llaman hoy del Precipicio ha celebrado hace sólo algunas semanas la Santa Misa Benedicto XVI. La extrañeza y el posterior rechazo de sus paisanos basándose en el origen humilde y conocido de Jesús tiene diversos acentos según el evangelista que lo narra. En Juan, por ejemplo, se recalca la extrañeza ante alguien que sabe de letras sin haber estudiado y se rechaza que pueda ser el mesías, puesto que el origen de este personaje será desconocido y el de Jesús lo conocen todos sus convecinos. La reacción que presenta Marcos tiene un cierto tono de insulto. Cuando un semita recuerda sólo a la madre de un hombre, y no al padre, intenta ofenderlo, como un hombre insignificante sin pasado ni porvenir (Nolli). La profesión de carpintero era bastante honorable y eran muchos los rabinos que tenían este oficio. En Israel, la actividad manual no tenía el tinte casi deshonroso que tiene en nuestra sociedad. La palabra griega que pone Marcos ("tekton": de la que viene arquitecto) significa propiamente "artesano", sin especificar cuál era su actividad concreta. San Justino afirma que Jesús construía yugos y arados de madera, San Hilario, sin embargo, sostiene que era herrero. Otros autores lo aplican a quienes construyen casas. Todos estos oficios caben dentro de la palabra griega, pero no hay que excluir en quienes lo traducen así una fuerte intención simbólica. El milagro se encuentra principalmente en la interpretación de un hecho como acción salvadora de Dios. Sin la fe de los testigos de una curación no puede haber milagro. En este caso, los actos de Jesús no fueron "leídos" desde una óptica de fe, y el milagro no fue posible (“Eucaristía 1988”).