San Mateo 9, 18-26:
Nuestro corazón tiene una puerta del cielo, donde la escalera de Jacob que une cielo y tierra se hace realidad en Jesús y por la oración y los sacramentos tocamos la misericordia divina

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del libro del Génesis 28, 10-22ª En aquellos días, Jacob salió de Berseba en dirección a Jarán. Casualmente llegó a un lugar y se quedó allí a pernoctar, porque ya se había puesto el sol. Cogió de allí mismo una piedra, se la colocó a guisa de almohada y se echó a dormir en aquel lugar. Y tuvo un sueño: Una escalinata apoyada en la tierra con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: -«Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra sobre la que estás acostado, te la daré a ti ya tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra, y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur; y todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; yo te guardaré dondequiera que vayas, y te volveré a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido.» Cuando Jacob despertó, dijo: -«Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía.» Y, sobrecogido, añadió: -«Qué terrible es este lugar; no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo.» Jacob se levantó de madrugada, tomó la piedra que le había servido de almohada, la levantó como estela y derramó aceite por encima. Y llamó a aquel lugar «Casa de Dios»; antes la ciudad se llamaba Luz. Jacob hizo un voto, diciendo: -«Si Dios está conmigo y me guarda en el camino que estoy haciendo, si me da pan para comer y vestidos para cubrirme, si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, y esta piedra que he levantado como estela será una casa de Dios.» 

Sal 90, 1-2.3-4. 14-15ab R. Dios mío, confío en ti.

Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.»

Él te librará de la red del cazador, de la peste funesta. Te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás.

«Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación.»  

Evangelio según san Mateo 9, 18-26: En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: -«Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.» Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y, al verla, le dijo: -«¡Animo, hija! Tu fe te ha curado.» Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: -«¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.» Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.  

Comentario: 1.- Gn 28, 10-22: Jacob, como la mayoría de sus contemporáneos, pensaba que Yavéh era el «dios» de un lugar, unido a la Tierra Prometida. Si se viajaba fuera de «su» territorio, se perdía su presencia y su protección. Y ocurría con frecuencia que entonces se rendía culto al «dios local», para conciliarse sus favores. Pero he aquí lo que ocurrió, una noche... -Jacob salió de Berseba y fue a Jarán. Llegando a un cierto lugar se dispuso a pasar la noche, porque ya se había puesto el sol. Tomó una de las piedras del lugar como cabezal y se durmió. La escena es hermosa. Jacob sale de su país; llega a cualquier lugar desconocido, toma una piedra por cabezal y duerme allí.

-La escena es hermosa. Jacob sale de su país; llega a cualquier lugar desconocido, toma una piedra por almohada y duerme allí. Jacob descubre que su Dios es un dios universal, presente en todo lugar. Sí, en todo lugar de la tierra hay "comunicación" entre el hombre y Dios: ésta es la significación de esta escalera simbólica por la que suben y bajan los ángeles. Es el gran proyecto de Dios: establecer entre Dios y los hombres unas relaciones personales. ¡Cuánto nos cuesta convencernos de esto! "Yo estoy contigo. Yo te guardaré donde quiera que vayas". No te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido". Es decir nunca. ¿Y qué es lo que ha prometido? -"Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que tú me has dado" (Jn 17,24). -"Voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haga preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros" (Jn 14,2-3). -"El que me sirva, que me siga y donde yo esté, allí estará también mi servidor" (Jn 12,26). "Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía". Y yo tampoco lo sé la mayor parte de las veces. ¡Cómo cambiaría todo si tomáramos conciencia de ello más a menudo. No hay espacio profano. "Entre los puchero anda el Señor" decía Santa Teresa. En todo lugar hay una Presencia maravillosa.

-Tuvo un sueño: «Vio una escalera apoyada en tierra y cuya cima tocaba los cielos y los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Jacob descubre que su Dios es un Dios universal presente en todo lugar. Sí, en todo lugar de la tierra hay «comunicación» entre el hombre y Dios: ésta es la significación evidente de esta escalera simbólica por la que ¡suben y bajan los ángeles! El cielo y la tierra están permanentemente unidos. Es el gran proyecto de Dios: establecer entre Dios y los hombres unas relaciones personales. «Religión» quiere decir «religar", "relación". ¡Cómo nos cuesta, Señor, estar convencidos que es así! En cambio tenemos a menudo la impresión de que no hay comunicación alguna. En este momento, Señor, quiero creer que me miras, que me escuchas, que te interesas por mí como por cada ser del universo.

-He aquí que el Señor estaba sobre ella y le decía: "Yo soy el Señor. Estoy contigo; por doquiera que vayas, te guardaré..."» Es casi demasiado hermoso, Señor. Eres un Dios que acompañas a los tuyos. Por lo tanto, no estoy solo. ¡Si hoy, por lo menos pensara yo más en ello!

-No te abandonaré sin haber cumplido todo lo que te prometí. Tu presencia es amical, bienhechora. Tú no eres, Señor, desatento ni indiferente. Repíteme, Señor, esta palabra. Me la repito interiormente. Te tomo la palabra. Cuento contigo.

-Despertó Jacob de su sueño y dijo: «Verdaderamente está el Señor en este lugar, y yo no lo sabía.» Aquí. ¡Donde me encuentro! «Tú estás aquí, en el corazón de nuestras vidas y Tú eres el que nos hace vivir.» Y yo «tampoco lo sé» la mayor parte de las veces. ¡Cómo cambiaría todo, si tomara conciencia de ello más a menudo!

-¡Qué terrible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo! No olvidemos el lugar en el que se encontraba Jacob. Era un lugar ordinario. No era un santuario ni un espacio sagrado en el sentido habitual de la palabra. Era un rincón del desierto... con algunos guijarros solamente. En el fondo, no hay espacio profano. En todo lugar hay una Presencia. La cocina donde preparo las comidas, el despacho donde trabajo, la fábrica donde me gano la vida, el campo que labro y siembro, la piscina donde me baño, la cama en que descanso, el hospital donde sufro, la escuela donde estudio y aprendo... son lugares donde Dios está. Esta es la casa de Dios y la puerta del cielo. ¿Soy capaz de descubrir esta realidad, como lo hizo el viejo patriarca, y de que ello cambie mi vida? (Noel Quesson).

La lectura nos presenta la visión y el voto de Jacob en Betel, mientras se encaminaba de Berseba a Jarán, y su llegada a este lugar. Teológicamente, la primera parte es la más importante. El redactor la ha elaborado valiéndose de la tradición yahvista y, sobre todo, de la elohísta, que constituye la base fundamental. La participación yahvista se concreta sustancialmente en las promesas de la tierra y de la descendencia y en la bendición para las naciones. En cambio, el esquema elohísta incorpora principalmente el oráculo divino (v 15) y el voto de Jacob, de acuerdo con el ritual que se desarrollaba en los santuarios: en momentos de gran dificultad o angustia, los fieles acudían a solicitar (a veces mediante un sueño de incubación) un oráculo de consuelo, al que seguía un voto de realizar algunos actos de acción de gracias en el mismo santuario, en caso de cumplirse las promesas del oráculo. De esta forma, la tradición elohísta no sólo avala esta costumbre en Israel, sino también la santidad del santuario de Betel. Jacob, sin buscar intencionadamente la incubación o un sueño oracular, yace en el lugar sagrado, que queda confirmado en su trascendencia por la visión de la escala y de los ángeles los cuales, seguramente, entran también en el oráculo consolador como protectores de Jacob en el camino (cf. Sal 91,11). En los antiguos templos orientales se distinguía entre la residencia de los dioses y su lugar de aparición en la tierra. Las torres-templo mesopotámicas, en efecto, tenían un aposento en la cima, simbolizando el lugar de residencia de la divinidad, y en la parte inferior, el templo, que era el lugar de manifestación divina. De arriba abajo solía haber una gran rampa. La constatación que hace Jacob de la santidad del lugar, en el versículo 17, corresponde a la revelación de los vv 12-13. Igualmente, el despertarse con la conciencia de que Dios está presente allí se contrapone al acostarse y entregarse inconscientemente al sueño (77). La piedra de Betel es al mismo tiempo una estela votiva (en memoria de la acogida divina y del voto de Jacob), una estela cultual (como objeto principal de este lugar sagrado) y una estela de pacto ("Yahvé será mi Dios": 21, los dioses extraños serán depuestos en Gn 35,4). Dicha estela, según este último aspecto, representa, pues, la piedra de toque de la fidelidad de Israel al Dios de Jacob, en clara oposición al becerro de oro que Jeroboán hizo colocar en Betel, violando claramente el compromiso patriarcal. Si la experiencia de Betel tiene un carácter religioso y sobrenatural, la llegada feliz de Jacob a Jarán, gracias a la guía y protección divinas (semejante al caso del siervo de Abrahán del cap. 24), presenta un aspecto mundano y normal. La cordialidad de Labán al recibirle no hace sospechar las luchas posteriores. También nuestra experiencia de fe y la conciencia de que Dios nos protege nos han de llevar a un compromiso religioso sincero y constante. Dios nos conducirá hasta el término gozoso de nuestra peregrinación humana (J. Mas Anto).

El sueño de Jacob acerca de la escalera que se levantaba por encima de su cabeza y sobre la que subían y bajaban los ángeles de Dios (Gén 28,12), indujo desde el principio a una exégesis alegórica. Partamos una vez más de un pensador medieval, san Buenaventura, como el segundo gran representante de la escolástica, para asir más claramente lo peculiar de la exposición agustiniana. Según un sermón sobre Cristo Maestro, inspirado en el escrito pseudo-agustiniano (el cual se remonta tal vez a Alquerio de Claraval): De spiritu et anima -que se supone consiguientemente inspirado por Agustín-, habría dos formas de contemplación: el paso hacia dentro para contemplar la divinidad y el paso hacia afuera para contemplar la humanidad de Cristo, de acuerdo con las dos naturalezas del Verbo encarnado. Buenaventura prosigue: «Este entrar en la divinidad y salir a la humanidad (de Cristo) no es otra cosa que el subir al cielo y bajar a la tierra, que se realiza en Cristo como por una escalera, de la cual se habla en el capítulo 28 del Génesis: Jacob vio en sueños una escalera...» Según eso, con el subir y bajar se significaban las dos formas de la contemplación: contemplación de la divinidad y de la humanidad de Cristo; las dos naturalezas están en él unidas y hacen de él una como escalera que conduce hacia arriba.

San Agustín recuerda la imagen de la escalera de Jacob en el primero de los llamados salmos graduales que comienza con el lema Adscensiones y evoca así a los ángeles que suben y bajan por la escala de Jacob. Acepta por de pronto una interpretación que parece serle impuesta por otros, cuyas huellas se encuentran también en Euquerio de Lyón: el subir podría significar el adelantamiento en el bien, bajar, el apartamiento del mismo; ambas cosas se dan en el pueblo de Dios. Pero esta exposición le dice poco: "bajar" es cosa distinta de "caer". Adán cayó, Cristo bajó. Caer es efecto de la soberbia, bajar servicio de la misericordia. Así, con los ángeles que suben se significan aquellos hombres que adelantan en la inteligencia espiritual de la Escritura; con los que bajan, los heraldos de la palabra, que se inclinan a los pequeños y les dan la comida que pueden soportar.

Gregorio e Isidoro conservaron fielmente en este punto la línea agustiniana de interpretación. Gregorio ve en los ángeles que suben y bajan por la escalera de Jacob la imagen de los buenos predicadores de la palabra, cuyo deseo va no sólo hacia arriba, a los goces de la contemplación, sino que se inclina igualmente por la compasión hacia abajo, a los miembros de Cristo. Isidoro, siguiendo su tendencia a las fórmulas exactas, especifica más la interpretación: El sueño de Jacob significa la pasión de Cristo, la piedra a Cristo mismo, la casa de Dios es Belén. Además, la escalera es Cristo, que se llamó a sí mismo «camino», los ángeles que están sobre ella son los evangelistas y predicadores, que suben para encontrar su divinidad y bajan para salir al encuentro de su humanidad; pero también suben los "carnales" para hacerse «espirituales», y bajan los "espirituales" para dar "leche" a los otros. Cristo empero, está arriba, en su cabeza, y abajo, en su cuerpo, que es la Iglesia: el subir y bajar desemboca por igual en él (Joseph Ratziger).

Escapando de las iras de su hermano Esaú, Jacob emprende la huida. Y es aquí donde le espera Dios. La escena de hoy, con la escala misteriosa que une cielo y tierra, por la que suben y bajan ángeles, y que conduce hasta Dios, parece que tiene una primera intención: justificar el origen del santuario de Betel, en el reino del Norte. Jacob erige un altar a Dios y llama a aquel lugar «casa de Dios», que es lo que significa Betel. Todos los lugares sagrados de las diversas culturas se suelen legitimar a partir de alguna aparición sobrenatural o de un hecho religioso significativo, más o menos histórico. En el fondo, los pueblos muestran su convicción de la cercanía de Dios y de su protección continua a lo largo de la historia. Pero, sobre todo, esta historia quiere legitimar, de alguna manera, el que la línea de la promesa de Dios, que había empezado por Abrahán e Isaac, y que en rigor hubiera tenido que seguir en el primogénito Esaú, ahora pasa por Jacob, aunque sea por medio de intrigas y trampas. Las palabras de Dios a Jacob son casi idénticas a las que escuchara Abrahán: «Yo soy el Señor, el Dios... todas las naciones se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo». Desde ahora, Yahvé será para los judíos «el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob». Dios sigue escribiendo recto con líneas torcidas. Los caminos de Dios son misteriosos. Actúa con libertad absoluta a la hora de elegir a sus colaboradores en la historia de la salvación. Incluso de las debilidades y fallos humanos saca provecho para llevar adelante la salvación de la humanidad. Muchas de estas personas, como Jacob, se muestran disponibles a este proyecto de Dios y aceptan ser un anillo más de esa cadena humana de que se sirve Dios para su Reino. También nosotros nos sentimos enviados de Dios a este mundo, cada uno en su ambiente. No tendremos sueños como el de Jacob. Tenemos algo mejor: Jesús es nuestro Mediador, que nos abre el acceso a Dios y nos ha llamado a ser discípulos suyos y a colaborar con él, siendo luz y sal y fermento en este mundo. Ante las dificultades que esto comporta, tenemos que saber escuchar la voz de Dios: «yo estoy contigo». Él nos ayuda en el camino, nos conoce, nos está cerca.

2. Tenemos que compartir la confianza que expresa el salmo 90, el que rezamos tantas veces en Completas, antes de acostarnos: «Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti; él te librará de la red del cazador». Parece este salmo 91/90 continuar el anterior sobre la vida humana, con la admiración ante lo que sucederá a quien se refugia en el Señor: verá sus proezas y tendrá éxito. Tras la proclamación del Señor como refugio (vv. 1-2) se describen las situaciones en las que Él libra: en la enfermedad, aunque sea una peste (vv. 3-7), en la persecución de los enemigos y bestias y cualquier desgracia (vv. 8-13), y concluye con el horáculo del Señor que lo ratifica (vv. 14-16). Hay una exhortación que parece provenir de un sacerdote o levita en el templo (vv. 1-13) que confirma sus palabras con un horáculo divino (vv. 14-16). El lector cristiano ve dirigido este salvo especialmente a Jesucristo, que en su resurrección se ha manifestado en plenitud con su auxilio divino (prometido en este salmo). Jesús promete para sus fieles esta protección divina (vv. 13-14): “os he dado potestad para aplastar serpientes y escorpiones y sobre cualquier poder del enemigo, de manera que nada podrá haceros daño” (Lc 10,19). El oráculo resalta la correspondencia de Dios a la confianza que el hombre pone en él (Biblia de Navarra).

Invocabit me et ego exaudiam eum, leemos en la liturgia de este domingo: si acudís a mí, yo os escucharé, dice el Señor. Considerad esta maravilla del cuidado de Dios con nosotros, dispuesto siempre a oírnos, pendiente en cada momento de la palabra del hombre (…) Nos oye el Señor, para intervenir, para meterse en nuestra vida, para librarnos del mal y llenarnos de bien: eripiam eum et glorificabo eum, lo libraré y lo glorificaré, dice del hombre. Esperanza de gloria, por tanto: ya tenemos aquí, como otras veces, el comienzo de ese movimiento íntimo, que es la vida espiritual. La esperanza de esa glorificación acentúa nuestra fe y estimula nuestra caridad” (san Josemaría Escrivá).

 Con él estaré en la tribulación (v. 15), dice Dios, ¿y yo buscaré otra cosa que la tribulación? Para mí lo bueno es estar junto a Dios, y no sólo esto, sino también hacer del Señor mi refugio, porque Él mismo dice: lo defenderé, lo glorificaré. Con él estaré en la tribulación. Gozaba –dice- con los hijos de los hombres. Se llama Emmanuel, que significa ‘Dios con nosotros’. Desciende del cielo para estar cerca de quienes sienten su corazón agitado por la tribulación, para estar con nosotros en nuestra tribulación (…) Para mí, Señor, es mejor sufrir las tribulaciones contigo que reinar sin ti, que vivir regaladamente sin ti, y que gloriarme sin ti. Es mejor para mí, Señor, unirme más iíntimamente a ti en la tribulación, tenerte conmigo en la hoguera que estar sin ti, incluso en el cielo: ¿qué me importa el cielo sin ti? Y contigo ¿qué me importa la tierra?” (S. Bernardo).

3.- Mt 9, 18-26  (ver paralelo Mc 5, 21-43: domingo 13, ciclo B). -Un jefe de la sinagoga se acercó a Jesús, se prosternó y le dijo: "Mi hija acaba de morir; pero ven tú, aplícale tu mano y vivirá". Es un notable, un jefe de poblado. Responsable de la reunión del culto de cada sabat. Es ante todo un pobre hombre aplastado por el dolor: su hija ha muerto. Pienso en su pena... Es algo sorprendente la confianza que ese hombre tiene puesta en Jesús: ¡Todavía no ha resucitado a ningún muerto! Es una verdadera fe en lo imposible, y se atreve a pedirlo. "Ven, y aplícale tu mano". La mano de Jesús...

-Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. Inmediatamente. Una vez más, contemplar detenidamente los sentimientos de Jesús en ese momento. ¿Qué es lo que piensas, Señor? ¿Qué actitud me sugieres? pues tus gestos son también palabras...

-En esto una mujer que sufría de flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del vestido... Jesús se volvió y al verla le dijo: "Animo, hija, tu fe te ha curado" y desde aquel momento quedó curada. Marcos relata esa escena con muchos detalles. Mateo sólo valora la Fe. Pero ambos evangelistas subrayan que la Fe de esta mujer es bastante ambigua, mezclada de creencia casi mágica -"si toco su vestido..."- Jesús acepta esta Fe incipiente, imperfecta, ¡tan simple en el fondo! Nos sucede también a nosotros que nuestra Fe no es perfectamente pura, que por ejemplo, tiene un carácter interesado. Señor haz que crezca nuestra Fe. ¡Curar! Cuando envía sus apóstoles en misión, en el discurso que seguirá inmediatamente (Mt 10,8), Jesús pide a sus discípulos que "curen a los enfermos" HOY, como en tiempo de los apóstoles, Jesús nos da la misma consigna: el que anuncia la "buena nueva" debe también curar a los demás. El amor es el "mandamiento nuevo", el que cura...

-Jesús llegó a casa del jefe de la sinagoga y al ver a los flautistas y el alboroto de la gente dijo: "Apartaos..." Los tres evangelistas han notado este movimiento de humor descontento de Jesús: hay aquí mucho alboroto. ¡Fuera!

-Pues ¡la niña no está muerta, sino dormida! Será la misma imagen la que utilizará después hablando de la muerte de Lázaro: "Vayamos a despertar a nuestro amigo." (Juan 11,11) Para Jesús, la muerte no tiene el carácter temible y definitivo que le damos naturalmente... es más bien una especie de "sueño" del cual Dios tiene el poder del despertar. Debo esforzarme constantemente en ver todas las cosas y situaciones como las mira Jesús... la muerte, ¿sigue siendo algo terrible para mí? Vuelvo a leer la fórmula de Jesús y, en el fondo de mí mismo, experimento la paz profunda que manifiesta: "¡esta niña está dormida!". La aplico también a mis difuntos. Ruego por ellos.

-Pero ellos se reían de El. Cuando echaron a la gente, entró Jesús, cogió a la chiquilla de la mano y ella se puso en pie. La Noticia del hecho se difundió por toda la región. Tal es la primera resurrección obrada por Jesús: un gesto muy sencillo sin ninguna grandiosidad... un gesto natural. Y sin embargo se habían reído de El. ¿Por qué le cuesta tanto al hombre confiar en Dios? Señor, sana nuestros corazones, danos la Fe (Noel Quesson).

Mateo nos narra hoy dos milagros de Jesús, intercalados el uno en el otro: un hombre le pide que devuelva la vida a su hija que acaba de fallecer, y una mujer queda curada con sólo tocar la orla de su manto. Ambas personas se le acercan con mucha fe y obtienen lo que piden. Jesús es superior a todo mal, cura enfermedades y libera incluso de la muerte. En eso consiste el Reino de Dios, la novedad que el Mesías viene a traer: la curación y la resurrección.

En los sacramentos es donde nos acercamos con más fe a Jesús y le «tocamos», o nos toca él a nosotros por la mediación de su Iglesia, para concedernos su vida. En el caso de aquella mujer, Jesús notó que había salido fuerza de él (como comenta Lucas en el texto paralelo). Así pasa en los sacramentos, que nos comunican, no unos efectos jurídicamente válidos «porque Cristo los instituyó hace dos mil años», sino la vida que Jesús nos transmite hoy y aquí, desde su existencia de Señor Resucitado. Como dice el Catecismo, «los sacramentos son fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo, siempre vivo y vivificante» (CEC 1116). El dolor de aquel padre y la vergüenza de aquella buena mujer pueden ser un buen símbolo de todos nuestros males, personales y comunitarios. También ahora, como en su vida terrena, Jesús nos quiere atender y llenarnos de su fuerza y su esperanza. En la Eucaristía se nos da él mismo como alimento, para que, si le recibimos con fe, nos vayamos curando de nuestros males (J. Aldazábal).