San Mateo 9, 32-38:
En la oración Dios sondea nuestro corazón y nos sentimos protegidos por su mirada, e implicados en ayudarle a propagar la expansión del Evangelio para liberar los que están como ovejas sin pastor

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del libro del Génesis 32, 22-32 En aquellos días, todavía de noche se levantó Jacob, tomó a las dos mujeres, las dos siervas y los once hijos y cruzó el vado de Yaboc; pasó con ellos el torrente e hizo pasar sus posesiones. Y él quedó solo. Un hombre luchó con él hasta la aurora; y, viendo que no le podía, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa, mientras peleaba con él. Dijo: -«Suéltame, que llega la aurora.» Respondió: -«No te soltaré hasta que me bendigas.» Y le preguntó: -«¿Cómo te llamas?» Contestó: -«Jacob.» Le replicó: -«Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con dioses y con hombres y has podido.» Jacob, a su vez, preguntó: -«Dime tu nombre.» Respondió: -«¿Por qué me preguntas mi nombre?» Y le bendijo. Jacob llamó aquel lugar Penuel, diciendo: -«He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo. » Mientras atravesaba Penuel salía el sol, y él iba cojeando. Por eso los israelitas, hasta hoy, no comen el tendón de la articulación del muslo, porque Jacob fue herido en dicho tendón del muslo. 

Salmo 16,1.2-3.6-7.8 y 15 R. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, Señor.

Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño.

Emane de ti la sentencia, miren tus ojos la rectitud. Aunque sondees mi corazón, visitándolo de noche, aunque me pruebes al fuego, no encontrarás malicia en mí.

Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Muestra las maravillas de tu misericordia, tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha.

Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante.  

Evangelio según san Mateo 9, 32-38 En aquel tiempo, presentaron a Jesús un endemoniado mudo. Echó al demonio, y el mudo habló. La gente decía admirada: -«Nunca se ha visto en Israel cosa igual.» En cambio, los fariseos decían: -«Éste echa los demonios con el poder del jefe de los demonios.» Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando el Evangelio del reino y curando todas las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: -«Las mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.»  

Comentario: 1.- Gn 32, 22-32: Leemos hoy otro episodio misterioso de la historia de Jacob, su lucha contra una persona que parece hombre, pero que no se sabe, por el relato, si es un espíritu, un ángel o el mismo Dios. Esta vez, el viaje de Jacob es de vuelta. Han pasado bastantes años -unos veinte- de la visión de la escala. Viene de Mesopotamia, donde se había refugiado, y vuelve a su tierra de origen, Canaán, con sus dos mujeres (Lía y Raquel) y sus once hijos. Viene con miedo a las iras de su hermano Esaú, que no le perdona la trampa con la que le privó de sus derechos. En esta circunstancia es cuando, durante la noche, le sucede la misteriosa lucha con el desconocido, en la que parece que Jacob queda victorioso, pero tocado en la articulación de su muslo y, por tanto, cojo. El lugar donde ha sucedido esto se llama «Penuel», que significa «he visto a Dios cara a cara». De nuevo se legitima la elección de Jacob por parte de Dios, y también se justifica que ese lugar sea considerado después como sagrado.

Nuestros encuentros con Dios son misteriosos. A veces son pacíficos, como el de Jacob cuando la escala y los ángeles. Otras, más turbulentos, como éste de la lucha nocturna, pero que también termina en una bendición. Parece que Jacob pasa por una crisis importante. Ha decidido volver a su tierra, pero tiene miedo de su hermano. Muchas veces nos toca sufrir, pronto o tarde, las consecuencias de nuestros fallos y trampas, y experimentamos en nuestra vida lo mismo que Jacob: que era de noche y «se quedó solo», a pesar de que llevaba tantas personas en su compañía. Nuestra relación con Dios puede ser de forcejeo y combate. Ya nos dijo Jesús que «el Reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan» (Mt 11,12). Seguir a Cristo supone a menudo renuncias y valentía. Él también tuvo que luchar y venció en el gran combate de la redención de la humanidad. Ahora nos hace partícipes de esa victoria, dándonos fuerzas en nuestras luchas de cada día. De noche, y solos, y en lucha. Nuestra vida: un camino con frecuencia nada fácil. Pero, como Jacob, eso nos ayuda a renovar la orientación de nuestras vidas, apoyados en Dios. En él se dio una transformación: de llamarse Jacob («el usurpador»), pasó a ser Israel («fuerte con Dios», o «Dios es fuerte»). Las pruebas de la vida nos tendrían que transformar, haciéndonos madurar y ayudándonos a pasar de «tramposos y suplantadores» a personas «fuertes con la fuerza de Dios». Pablo les dice a sus cristianos que «nuestra lucha no es contra los hombres, sino contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal» (Ef 6,12). Pero ¿no tenemos en la Eucaristía el mejor alimento y la fuerza más eficaz para esta lucha? La escena que leeremos es de las que pueden evocar en nosotros unas realidades de tipo místico, más allá de los conceptos rigurosamente claros. ¡Hay que dejarse impresionar por la densidad de símbolos tan expresivos! Para Jacob, la situación es dramática: vuelve a su país después de un exilio de veinte años... Se entera que su hermano Esaú le espera con un ejército... ese hermano a quien arrebató el derecho de la primogenitura y que juró vengarse, matándolo.

-Jacob se levantó, tomó a sus dos mujeres con sus dos siervas y sus once hijos, pasaron por el vado del torrente Yabboq... e hizo pasar también todo lo que poseía... Comienza pues por asegurar, tanto como humanamente puede, todo lo que más aprecia. ¡Parece un hombre próximo a enloquecer!

-Jacob se quedó solo. Siempre estamos solos ante las opciones más decisivas. Jesús también luchará solo en el Huerto de los Olivos. ¿Y yo? Mis soledades, mis responsabilidades, ¿las sé afrontar?

-Aquella noche, alguien luchó con él hasta rayar la aurora. Es de noche. Un combate en la noche. Contra un «desconocido». La incertidumbre es lo peor en nuestra condición humana. Puedo dejar que mi imaginación reconstruya ese combate que dura y dura toda una noche. Trato de aplicarlo luego a mis debates, a mis luchas... a los combates de la humanidad. ¡Batirse hasta rayar el alba!

-Viendo que no le podía le tocó en la articulación femoral y se dislocó el fémur de Jacob mientras luchaba con aquél. No es pues un combate ficticio, sino una lucha dura de la que se sale con heridas y señalado para toda la vida. ¡En adelante Jacob quedará cojo! ¡Un hombre cojo! Jacob dijo: «No te soltaré hasta que me hayas bendecido.» El desconocido le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» -Me llamo Jacob. -En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres. Así, sin saberlo, se había batido contra Dios. Lo que se juega en nuestras luchas es a menudo más grave de lo que parece. Jacob, como nosotros, acababa de vivir la gran batalla de la «oración» en la forma simbólica de la lucha contra Dios: ¡la Biblia tiene esas audacias! Jacob había recibido antes de su padre Isaac una «bendición divina»... pero ahora ya dudaba de ella. Todo parecía decirle que Dios le abandonaba. Y este abandono se concretizaba en él en el miedo terrible de afrontar la venganza de su hermano Esaú, al día siguiente al rayar el alba, junto al vado de Yabboq. Entonces sacó fuerzas de flaqueza y durante toda la noche rogó a Dios y combatió: «Dame de nuevo aquella bendición de antaño... ¡sálvame!»

-Jacob... Israel... Sabemos que el cambio de nombre tiene un profundo significado. «Jacob», era el «astuto», «el que suplanta al otro», ese hermano menor que había tomado el lugar del primogénito. «Israel» es «el vencedor de Dios" el que ha soportado la prueba de la fe y ha salido airoso, aunque "herido". En mi oración puedo pensar en cada uno de esos símbolos para concretizarlos en mi propia aventura espiritual (Noel Quesson).

El episodio de Penuel interrumpe el relato del encuentro inmediato con Esaú y tiene también una gran importancia dentro del conjunto de las narraciones sobre Jacob. El yahvista ha aplicado al patriarca una antigua tradición local que hablaba de un ataque nocturno de la divinidad. En tiempos primitivos eran frecuentes las leyendas de dioses o seres ultraterrenos que luchaban con algunos hombres, especialmente de noche. El resultado era muchas veces que de alguna manera estos hombres se apoderaban de una parte de la fuerza de aquéllos. En nuestro caso, esta lucha se presenta como un peligro mucho más temible que la presencia de Esaú y amenaza la vida misma del depositario de las promesas. Si Jacob consigue vencer, según nuestro relato, se debe sólo a la bondad divina. Quizá este suceso nocturno supone una purificación interior del patriarca. En todo caso tiene carácter típico, ya que en esta lucha se refleja la historia de Israel con Dios, especialmente dada la equiparación de Jacob e Israel (nombre honorífico otorgado por Dios, el cual, sin embargo, no quiere manifestar su propio nombre, si bien accede a bendecir al patriarca). Jacob se constituye de este modo como el hombre de la bendición.

Esta bendición legitima la arrancada fraudulentamente a Isaac, confirma la promesa de Betel (28, 14-15) y es una respuesta a la plegaria que el patriarca había dirigido a Dios (32,10s). Los altibajos de la vida, como el caso de Jacob, sirven con frecuencia para robustecer el espíritu y afinar la sensibilidad religiosa (J. Mas Anto).

2. Salmo 17/16: El salmo -que haremos bien en rezar pausadamente, hoy, por nuestra cuenta- nos dirige hacia esta súplica confiada: «Señor, vengo a tu presencia, escucha mi apelación, atiende a mis clamores... yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío... tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha... y al despertar me saciaré de tu semblante». Los motivos de la confianza en Dios afirmada en el salmo anterior se van desgranando aquí hablando también de la inocencia del justo y de la perversidad del malvado. El salmo –dividido en 3 partes, cada una de ellas comienza invocando el nombre del Señor- comienza invocando al Señor como justo e inocente (vv. 1-5), luego lo invoca apelando a su misericordia y a la protección que otorga a los justos frente a sus enemigos (vv. 6-12) y luego insta a Dios a intervenir castigando al impío y salvando al salmista (vv. 13-15). El tema del justo abre y cierra el salmo (vv. 1.15). La dicha que el hombre de corazón sincero pide al Señor –saciarse de su presencia (v. 15)- es la ue Jesús promete a los limpios de corazón y el Apocalipsis señala como el premio de los siervos que ante Dios “verán su rostro” (22,4).

La primera apelación del salmista de inocencia o justicia se debe a que ha guardado los mandamientos. Pasa luego a una apelación para que le salve de sus enemigos, ya que confía en Él. El cuidado que Dios había tenido de su pueblo en el desierto, “como la niña de sus ojos” (cf Dt 32,10) y la protección que le había otorgado –“sombra” ante el sol abrasador: Nm 14,9- los pide el salmista comparando los peligros de entonces con los de ahora. La metáfora de la sombra la aplica a la protección que Dios otorga desde su Templo, en el que las alas de los querubines colocados sobre el Arca manifiestan su presencia (cf 1 R 6,23-28;8,6-7). La misma metáfora de las alas (v.8) con signficado de preocupación y cuidado maternadles la empleará Jesús para expresar su amor a Jerusalén cuando ésta le rechazará (cf Mt 23,37) como vemos en el Evangelio de hoy, de hecho hay una profunda ligazón en el sentido cristológico de las lecturas, como también en el sentido espiritual en que vemos no ya la alegoría de las alas sino las caricias de Dios padre-madre en esas imágenes poéticas de sombra-alas de protección… la profundidad del final de ese v.: “al despertar me saciaré de tu semblante” indica por dónde va la unión mística y la confianza de esta oración a la luz de la fe cristiana… contemplar el rostro del Señor es nuestro fin (v.15), puede entenderse como al llegar la mañana (como en Sal 3,6; 5,4) o en sentido metafórico: despertar de la muerte (como en Dn 12,2; Is 26,19), en cualquier caso manifiestan la esperanza de que el bien supremo del hombre trasciende los bienes de este mundo y está en la contemplación gozosa de Dios (Biblia de Navarra). Éste puede “saciarle” porque “la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador” (Gaudium et spes 19).

3.- Mt 9, 32-38: -Presentaron a Jesús a un endemoniado mudo. Jesús echó al demonio, el mudo habló. Otra vez un pobre infeliz, un hombre que sufre... Toda la humanidad sufriente iba hacia ti... La mudez: una anomalía... Dios hizo al hombre dotado del habla: la palabra es uno de los grandes medios de comunicarse con los hermanos. Dios quiere que el hombre hable. Seremos juzgados sobre las palabras que habremos dicho de más... Pero, ¿no hay también muchos silencios, mutismos, culpables? Señor, ven a echar de mí los demonios mudos... Los demonios del silencio. -Las multitudes decían admiradas: "Jamás se ha visto cosa igual" En cambio los fariseos decían: "Echa a los demonios con el poder del príncipe de los demonios." Dos opiniones opuestas: las buenas gentes del pueblo se admiran... Ios fariseos interpretan sabihondamente y con maldad... Mala fe. Poder diabólico que se viste con la apariencia de la verdad: ¡esos fariseos tienen plena conciencia de que defienden la verdadera religión!

-Recorría Jesús todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas, proclamando la buena noticia del Reino y curando todo achaque y enfermedad. Tenemos aquí lo que los exégetas llaman un "sumario": una especie de resumen de la actividad de Jesús que introducirá el segundo de sus grandes discursos. Toda la actividad de Jesús se resume, en efecto, en estas palabras "enseña y "sana". Es el oficio o tarea del sacerdote y del cristiano. Contemplo detenidamente esa actividad de Jesús... de pueblo en pueblo... instruye de manera oficial en las sinagogas los días que los fieles tienen allí su reunión... y también en las calles, a la orilla del agua, bajo un árbol... repartiendo beneficios a su alrededor y aliviando cualquier pena o dolor...

-Viendo al gentío, sintió compasión de ellos porque andaban maltrechos y derrengados como ovejas sin pastor. Así comienza el segundo gran sermón de Jesús, llamado "Discurso misionero": Jesús enviará sus amigos en "misión" y les dará sus consignas... una especie de tratado teológico y práctico. Es esencial hacer oración sobre esta frase -viendo las muchedumbres-: ella revela algo esencial en el corazón de Jesús. La misión de la Iglesia nace aquí, en ese sentimiento que Jesús experimenta ante el gran desamparo de los hombres. La evangelización nace de esa misma observación, de esa misma mirada: "viendo" las muchedumbres... ¿Qué es lo que agota y aplasta hoy a los hombres? ¿Cómo puedo ser el "pastor" de mis hermanos? ¿Hacia qué pastos les conduciré? ¿Qué buena noticia les anunciaré?

-Entonces dijo a sus discípulos: "La mies es abundante y los obreros pocos. Por eso rogad al dueño que mande obreros a su mies. Rogar. ¡Primera consigna misionera! El dueño o amo de la mies, es Dios que es el origen de la llamada. La mies. Imagen de cumplimiento, de culminación, de maduración: un campo que ha sido suficientemente preparado y que está a punto para la cosecha. ¡Faltan "segadores"! Se perderá el trigo, la manioca, el arroz. Se perderán hombres: faltan "misioneros". Jesús es consciente hasta angustiarse. Ve la inmensidad de la tarea, de su tarea: espera colaboradores. Su primer reflejo: pedir que se ruegue al Padre (Noel Quesson).

El discurso misional del que el Evangelio de este día nos ofrece el marco y la introducción se ha conservado en diferentes tradiciones. Mc 6, 7-11 nos ofrece una versión muy breve que Lc 9, 3-5 recoge por su parte y la integra en el envío de los Doce al viaje misional. Pero Lc 10, 2-16 reproduce una versión larga del mismo discurso y la integra en el envío misional de los setenta y dos discípulos, fiel así a su preocupación por no mantenerse dentro de unas perspectivas demasiado estrechamente limitadas a las funciones de los Doce. Mateo, por su parte, ha preferido hacer una amalgama de la versión larga y de la versión breve, pero añadiendo algunos elementos tomados, por ejemplo, del discurso escatológico. Este procedimiento amplía la perspectiva original de Cristo: se trata menos del envío concreto de los doce apóstoles con carácter misional a través de Galilea que de un pequeño tratado de misionología general.

El tema de la recolección inaugura el discurso (cf. Mt 9,37-38; Lc 10,2; Jn 4,35-38) y, al igual que lo hace a propósito de los pescadores llamados a convertirse en pescadores de hombres, Cristo invita a los segadores de las mieses a convertirse en cosechadores espirituales. La imagen de la recolección evoca la acción de Dios poniendo término a la historia humana, al inaugurar, mediante su juicio, el Reino de los últimos tiempos (v. 7; cf. Am 9,13-15; Sal 125/126,5-6; Jl 4,13; Jer 5,17; Mt 13,28-29; Ap 14,15-16). Esta recolección tiene, pues, un carácter de juicio: separa el trigo bueno de la cizaña. De ahí que no debe extrañar que los segadores sean víctimas de la persecución: serán corderos en medio de los lobos (Mt 10,16).

Más importante parece ser la expresión de la conciencia que Cristo adquiere de su papel de rabí en su tierra. Al contrario de los rabinos de su tiempo, que se rodeaban de algunos discípulos en una escuela o a la puerta de una ciudad, Jesús quiere ser un rabino ambulante: no se trata de esperar a que los discípulos vengan a El, hay que ir a su encuentro y abordarles en su situación vivencial. Cristo no será, pues, como los sacerdotes del templo que reciben materias de sacrificio y dinero de los fieles, pero sin preocuparse de su salvación; tampoco será como los fariseos, que no se ocupan más que de las almas de excepción; va a las "ovejas perdidas" de Israel; perdidas y olvidadas (v. 35). Si acepta tener discípulos, no lo será, a la manera de los rabinos de su tiempo, para razonar con ellos, sino para hacerles compartir sus periplos misionales y atraer su atención hacia las ovejas abandonadas (vv. 36 y 10, 1). Esta perspectiva es absolutamente nueva en los hábitos de los rabinos de Israel y hace, automáticamente, de la misión una obra de "compasión" (v. 36) y de misericordia para con los pobres, los enfermos y los pecadores (vv. 7-8), "ovejas sin pastores" (v. 36) de las que ni sacerdotes, ni fariseos, ni rabinos se dignan preocuparse. Es la Iglesia, en su totalidad de "pueblo de Dios", la que es responsable del evangelio de Jesucristo. El anuncio de esta Palabra define su misión en el mundo. El sacerdote no es un hombre aparte para esta misión común: participa como todo bautizado. No hay ninguna razón particular, ni a causa de la misión, ni a causa del Reino, ni a causa de la encarnación de Jesucristo, para señalar al sacerdote en el plano humano signos sociológicos, políticos o culturales diferentes. El misterio del sacerdote en el seno de la comunidad cristiana no implica para nada un estatuto distinto, privilegiado, o exigencias de vida distintas a las que son exigidas por Cristo a todo bautizado. El apartamiento que requiere el sacerdocio es de orden estrictamente "teológico" y no sociológico. Bautizados, sacerdotes, todos han de realizar su vida de hombre "en verdad" en la fidelidad a la Palabra de Dios. Que el sacerdote sea, por tanto, un hombre verdadero, en contacto directo con el mundo; que participe de la condición común de los hombres de su tiempo; que esté, como todo hombre, pero en razón de su título, comprometido en el trabajo de renovación y de transformación del mundo. De esta manera el "misionero" será verdaderamente ambulante y encontrará las "ovejas abandonadas" (Maertens-Frisque).

Jesús cura a un mudo. Probablemente, un sordomudo, porque el término que emplea Mateo puede significar ambas cosas. La reacción ante el gesto de Jesús es dispar. La gente sencilla queda admirada: «nunca se ha visto en Israel cosa igual». Pero los fariseos no quieren reconocer la evidencia: «este echa los demonios con el poder del jefe de los demonios». Jesús, además de su buen corazón, que siempre se compadece de los que sufren -él recorre pueblos y aldeas y se da cuenta de cómo sufre la gente-, está mostrando, para el que lo quiera ver, su dominio contra el mal y la muerte, su carácter mesiánico y divino. La escena termina con un pasaje que introduce ya el capítulo que seguirá, el discurso «de la misión». Jesús se compadece de las personas que aparecen «extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor», y se dispone a movilizar a sus discípulos para que vayan por todas partes a difundir la buena noticia. Pero lo primero que les dice no es que trabajen y que prediquen, sino que recen: «rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies».

También ahora el mundo necesita la buena noticia de Jesús. ¡Cuántas personas a nuestro alrededor están extenuadas, desorientadas, sordas a la Palabra más importante, la Palabra de Dios! Si saliéramos de nuestro mundo y «recorriéramos los caminos», nos daríamos cuenta, como Jesús, de las necesidades de la gente. ¿No se puede decir que «la mies es mucha» y que muchos están «como ovejas que no tienen pastor»? Es bueno recordar el comienzo de aquel documento tan famoso del Vaticano II, la «Gaudium et spes»: «El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo» (GS 1). Ahora no va Jesús por los caminos. Pero vamos nosotros, y se escucha nuestra voz, la de la Iglesia. Todos estamos comprometidos en la evangelización, en que nuestros contemporáneos, jóvenes y mayores, oigan hablar de Jesús y se llenen de esperanza con su mensaje de salvación. Unos evangelizan desde su ministerio de responsables de la comunidad. Todos, desde su identidad de cristianos bautizados, «sacerdotes», o sea, mediadores de la palabra y de la alegría de Dios para con los demás. Está bien que el primer consejo que nos da Jesús para el trabajo misionero sea la oración: «la mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Para que no nos creamos que todo depende de nuestros talentos o de las estructuras o de las instituciones. Es Dios el que salva, el que quiere que el mundo participe de su vida y de su alegría. Y es a él a quien debemos mirar, en primer lugar, los cristianos, en nuestra misión de anunciadores de la buena noticia. Además, eso sí, pondremos todos los medios y energías para dar ese testimonio y hacer oír la voz de Dios en nuestros ambientes (J. Aldazábal).