San Mateo 10,7-15:
La providencia de Dios cuenta con nuestro trabajo, con nuestro buen corazón –devolver bien por mal-, con nuestra vida… para proclamar su reino de paz y amor.

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del libro del Génesis 44, 18-21; 23b-29; 45,1-5: En aquellos días, Judá se acercó a José y le dijo: -«Permite a tu siervo hablar en presencia de su señor; no se enfade mi señor conmigo, pues eres como el Faraón. Mi señor interrogó a sus siervos: "¿Tenéis padre o algún hermano?", y respondimos a mi señor: "Tenemos un padre anciano y un hijo pequeño que le ha nacido en la vejez; un hermano suyo murió, y sólo le queda éste de aquella mujer; su padre lo adora." Tú dijiste: "Traédmelo para que lo conozca. Si no baja vuestro hermano menor con vosotros, no volveréis a verme." Cuando subimos a casa de tu siervo, nuestro padre, le contamos todas las palabras de mi señor; y nuestro padre nos dijo: "Volved a comprar unos pocos víveres." Le dijimos: "No podemos bajar si no viene nuestro hermano menor con nosotros"; él replicó: "Sabéis que mi mujer me dio dos hijos: uno se apartó de mí, y pienso que lo ha despedazado una fiera, pues no he vuelto a verlo; si arrancáis también a éste de mi presencia y le sucede una desgracia, daréis con mis canas, de pena, en el sepulcro." » José no pudo contenerse en presencia de su corte y ordenó: -«Salid todos de mi presencia.» Y no había nadie cuando se dio a conocer a sus hermanos. Rompió a llorar fuerte, de modo que los egipcios lo oyeron, y la noticia llegó a casa del Faraón. José dijo a sus hermanos: -«Yo soy José; ¿vive todavía mi padre?» Sus hermanos se quedaron sin respuesta del espanto. José dijo a sus hermanos: -«Acercaos a mí.» Se acercaron, y les repitió: -«Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Pero ahora no os preocupéis, ni os pese el haberme vendido aquí; para salvación me envió Dios delante de vosotros.» 

Salmo 104, 16-17; 18-19; 20-21: R. Recordad las maravillas que hizo el Señor.

Llamó al hambre sobre aquella tierra: cortando el sustento de pan; por delante había enviado a un hombre, a José, vendido como esclavo.

Le trabaron los pies con grillos, le metieron el cuello en la argolla, hasta que se cumplió su predicción, y la palabra del Señor lo acreditó.

El rey lo mandó desatar, el Señor de pueblos le abrió la prisión, lo nombró administrador de su casa, señor de todas sus posesiones.  

Evangelio según san Mateo 10,7-15: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: -«Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en un pueblo o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludad; si la casa se lo merece, la paz que le deseáis vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no os escucha, al salir de su casa o del pueblo, sacudid el polvo de los pies. Os aseguro que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra que a aquel pueblo.»  

Comentario: 1.- Gn 44,18-21.23b-29; 45,1-5: Sigue la historia de José, que llega a la escena culminante del reencuentro y la reconciliación con sus hermanos, una de las páginas más bellas de la Biblia, tanto en el aspecto literario como en el humano y religioso. Antes de esta página, en el Génesis se cuenta que en el segundo viaje de sus hermanos a Egipto, en busca de víveres, José retiene a Benjamín, su hermano predilecto, con el pretexto de que ha «robado» un cáliz, que él se había encargado de que escondieran precisamente en el saco de Benjamín. Cuando Judá, intercediendo patéticamente por su hermano pequeño, le cuenta un relato que él conocía muy bien, el de su venta por unas monedas, José no puede ya contenerse más y, entre lágrimas, se da a conocer a sus hermanos, creando en ellos una situación de sorpresa indecible y, también, de miedo: «yo soy José, vuestro hermano, al que vendisteis a los egipcios». Pero no tienen que temer, porque les perdona: «acercaos a mí». La lección se pone en boca de José: «para salvación me envió Dios delante de vosotros». La historia de José nos recuerda la de Jesús, - que también es vendido por los suyos y llevado a la cruz; que muere pidiendo a Dios que perdone a sus verdugos - que parece haber fracasado en la misión encomendada, pero que nos muestra cómo Dios consigue sus propósitos de salvación también a través del mal y del pecado de las personas. Nosotros tendríamos que aprender, sobre todo, a perdonar a los que nos han ofendido. Difícilmente nos harán un mal tan grande como el que los hermanos de José o los discípulos de Jesús les hicieron a ellos. Y perdonaron. ¿Hubiéramos tenido nosotros, en su lugar, la grandeza de corazón que aquí muestra José? ¿y Cristo en la cruz? ¿facilitamos que se puedan rehabilitar las personas, dándoles un voto de confianza, a pesar de que hayan fallado una o más veces? Aunque nos cueste, ¿sabemos perdonar?

La escena que leeremos es típica de la época patriarcal que nos relatan las últimas páginas del Génesis: una vida de clan en la que el antepasado juega un papel capital... una vida rural y nómada en la que las relaciones de familia son esenciales... una vida ruda, en la que no faltan los enfrentamientos, pero que se halla impregnada de una ternura en que los lazos de sangre son más fuertes que todo.

-«¿Viven todavía vuestros padres?» preguntó José. «Tenemos un padre anciano y un hermano pequeño, nacido en los días de su vejez; el hermano de éste murió, por lo tanto a su madre le queda sólo este hijo ¡y nuestro padre le ama!» Gran arte del relato que de modo emocionante habla de José como de un «desaparecido» cuando, en realidad, éste los está escuchando. Relato muy matizado en el que los hechos son más sugeridos que explicados... En esta estructura familiar polígama, notamos sin embargo, un inmenso y natural respeto al padre y una relación afectiva con la madre. Pero se dejan entrever también las dificultades inherentes a ese tipo de familia y sus consecuencias casi inevitables en particular las preferencias por tal esposa y por sus hijos.

-Dijo José: "Traédmelo, que puedan verlo mis ojos." Se trata de Benjamín, el pequeño y el último, el verdadero hermano de José, nacido de la misma madre: Raquel murió al dar a luz... esto explica el afecto muy particular de Jacob por esa mujer (Gn 35, 16-18)... y la ternura muy particular de José por "éste" que entre los restantes hijos de Jacob le recordaba las facciones de su propia madre. «¡Que puedan verlo mis ojos!" En medio de las rudezas de la época, contemplamos la maravilla del amor que ilumina todo lo que toca. «Dios es amor. El que ama, conoce a Dios", dirá san Juan. Y en todo verdadero amor humano ¿sabemos reconocer a Dios?

-Jacob dijo: «Sabéis que mi mujer sólo me dio dos hijos. Uno lo perdí y dije: "¡Fue despedazado como una presa!" y hasta el presente no lo he vuelto a ver. Si ahora apartáis a éste de mi lado y le sucede alguna desgracia, haríais bajar penosamente mi vejez a la mansión de los muertos.» El amor paterno es una de esas maravillas que nos habla de Dios. Si yo tengo hijos, ¿sé vivir esa realidad como una verdadera participación en la paternidad de Dios «de quien toda paternidad toma nombre»? (Ef 3, 15).

-Entonces José no pudo contenerse, hizo salir a todo el mundo y cuando quedaron sólo los hermanos se dio a conocer a ellos y se echó a llorar a gritos. Vencido por la emoción, José deja que lo reconozcan.

-«¡Soy José, vuestro hermano!» Sin duda el niño José Roncalli había oído esa emotiva historia de reconciliación cuando asistía al catecismo en su pueblo. Adulto, debió de meditar esa página de perdón fraterno. El caso es que siendo ya el Papa Juan XXIII, al recibir en audiencia a un grupo de judíos, con los brazos abiertos les dijo: «Yo soy José, vuestro hermano.»

-Ahora bien no os pese más ni os enoje haberme vendido aquí: pues para salvar vuestras vidas me envió Dios delante de vosotros... ¡Si por lo menos, Señor, todos los hermanos separados, todos los hombres en pugna por conflictos... llegasen a tener esa misma visión de una historia que progresa hacia el encuentro fraterno y el amor! Y que Tú diriges, ¡oh Padre! (Noel Quesson).

Estos acontecimientos constituyen el desenlace de la historia de José: la manifestación de José a los hermanos, invitación al padre y a la familia para que se establezcan en Egipto, encuentro de José con Jacob. Las tradiciones yahvista y elohísta se encuentran muy mezcladas, de forma que es difícil aislarlas. Esto es lo que explica algunos duplicados: José se da a conocer dos veces (vv 3 y 4); José por una parte y el faraón por otra invitan a Jacob a trasladarse a Egipto (vv 9s y 16s), estableciéndose en Gosen o en cualquier otro lugar (9 y 18-20), etc. Las palabras de Judá sobre su padre, con las alusiones al hermano muerto, conmovieron profundamente a José, que ya no pudo contenerse. Hizo salir a los criados antes de identificarse, no tanto por miedo a manifestar sus propios sentimientos delante de la servidumbre cuanto por tratarse de un asunto que sólo incumbía a él y a los hermanos. Naturalmente, las primeras reacciones de los hermanos fueron de asombro y de miedo. Sin embargo, José, con un amable «acercaos a mí», trató de serenarlos y de introducirlos, al mismo tiempo, en la comprensión profunda de la acción de Dios en toda esta historia: Dios lo había enviado a Egipto con el fin de asegurar la supervivencia de ellos («resto» tiene aquí este sentido) y hacerlos vivir para una gran liberación. La importancia teológica de esta declaración, así como las semejanzas con la salvación de Noé y de Lot son evidentes. Por otra parte, el concepto de «resto» indica aquí el carácter gratuito de la providencia divina y, según el contexto general, se refiere no sólo al destino de la familia de Jacob, sino también al futuro de Israel, que ya se anuncia en su antepasado remoto. El «resto» tiene una ambivalencia inseparable: o es expresión del castigo y de la ira divina o de su gracia y fidelidad. Por eso ha sido un concepto repensado y usado en circunstancias diferentes. Los títulos de José expresan las múltiples funciones de su cargo y el lugar preeminente en que le ha colocado el faraón. En cuanto a la tierra de Gosen, ha de localizarse en el actual "wadi" Tumilat, entre el delta del Nilo, al oeste, y el actual canal de Suez, al este. Los regalos de José, aparte del carácter normal de benevolencia hacia su familia, tienen en esta ocasión el cometido de hacer patente a Jacob que su hijo vivía todavía y que ocupaba una elevada posición. Finalmente Jacob con su familia y todas sus posesiones acogiendo las invitaciones de José y del faraón, emprende el camino de Egipto. Pero un acto de tanta trascendencia para el curso de la historia de Israel (¿cómo podía además dejar por propia iniciativa la tierra prometida a sus padres?) necesitaba la aprobación divina, que recibe en una visión nocturna en Berseba. La alusión al retorno de Jacob no se refiere a su cadáver, que será enterrado en Hebrón, en Palestina, sino al retorno de su descendencia es decir, al éxodo (Ediciones Cristiandad).

2. El salmo comenta y desarrolla esta misma idea: «Recordad las maravillas que hizo el Señor. Llamó al hambre sobre aquella tierra... por delante había enviado a José, vendido como esclavo». Los planes de Dios son admirables. El va llevando a cumplimiento su promesa mesiánica por caminos que nos sorprenden. Este salmo, que sigue al que alaba la obra creadora de Dios, ensalza la obra que el Señor realiza en su redención con Israel su pueblo, y si en el anterior se refleja la gloria de Dios eternamente, eternamente en éste se proclama la Alianza divina con el pueblo elegido: Dios, que domina toda la tierra, cuida de todas sus criaturas, dio la tierra de Canaán a su pueblo y llena de alegría a sus elegidos, y si bien muchos de ellos pecan no por ello deja de favorecerlos con su bondad. En este contexto se sitúan los versículos de hoy, en que José prepara la ida a Egipto que será luego con la opresión una ocasión de la pascua profética del Mesías, al igual que la tierra prometida es profética del cielo, Jerusalén de la ciudad celestial e Israel de la Iglesia…

La vara a la que alude el texto puede hacer referencia a donde se colgaban los panes que tenían forma de rosco en oriente, o la que usaban para varear las espigas. En cualquier caso, aquí la historia de José vuelve a contemplarse a la luz de la providencia divina (v. 17) y del cumplimiento de la palabra del Señor (v. 19, cf Gn 40; 41,9-13).

3. Mateo enumera algunas normas que constituyen el estilo misionero. La primera de ellas es la pobreza. El discípulo de Cristo se pone todo él a disposición gratuitamente (su fe, su tiempo, su amistad), y lo hace porque está convencido de haber recibido también él primero gratuita y abundantemente. Es la forma más profunda de la pobreza de espíritu; todo lo que hay en nosotros es don de Dios y de los otros; por eso todo, generosa y gratuitamente, debe volver a Dios y a los demás. Pero hay otra cosa: la pobreza se expresa contentándose con poco, con lo estrictamente necesario (10,9), con el coraje (que es fe) de confiar también el problema de ese poco a la providencia de Dios (...) El tiempo es tan corto y el anuncio de tal importancia, que no se puede permanecer en un sitio sólo obstinadamente. Por lo demás, hay que saber que la labor del misionero no es forzar a toda costa el corazón del hombre: ni siquiera Cristo lo hizo. La tarea del misionero es formular la propuesta clara y convincente, y luego dejarla a la libertad del hombre. La labor del misionero se limita al anuncio y es eficaz en la medida en que es claro y estimulante el anuncio (Bruno Maggioni).

-Jesús recomendaba a los doce apóstoles... Es Jesús quien abre la boca y habla. Trato de imaginar algo del tono de su voz... de la atención que prestan los apóstoles a su palabra... Les dice lo que lleva en el corazón... sus recomendaciones... Son sólo doce; pero no tienen miedo, pues Jesús está con ellos.

-"Proclamad que el Reino de Dios está aquí." Se busca, a veces a Dios "demasiado lejos": ¡de hecho está "aquí"! cerca de nosotros. Señor, ayúdanos a descubrir que estás próximo, junto a nosotros. Un Dios próximo, un Dios amoroso. No estoy nunca solo, incluso cuando me siento abandonado o solitario. Para poder proclamar a los demás la bondad, la proximidad de la presencia de Dios... primero hay que haber hecho la experiencia en sí mismo, personalmente. ¿Cómo podría decir a los demás: "el Reino de los cielos, la felicidad de los cielos esta aquí"... "Dios esta junto a ti"... si yo mismo no creyera en ello? ¡Ayúdanos, Señor, a creer que tu Reino ha comenzado! "Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios." Jesús resume en estas cuatro frases todos los beneficios que los apóstoles deben aportar a sus hermanos, los hombres. Es lo que Jesús ha hecho: evoco a Jesús curando, dándoles de nuevo su vida, limpiando a pobres leprosos, liberando a los pecadores de sus pecados. El apóstol es el que distribuye beneficios... el que hace crecer a sus hermanos... el que les aporta luz, paz y alegría... Pensando en todos los trabajos que se espera de mí, en mi vida cotidiana, reflexiono, con Jesús, sobre lo que Él espera de mí... pues es a mí, hoy, a quien repite las mismas frases. ¿Cuál será mi manera de ayudar, de servir, de curar?

-De balde lo recibisteis, dadlo de balde. No os procuréis oro, plata ni moneda... ni alforja, ni dos túnicas, ni sandalias ni bastón... pues el bracero merece su sustento. Descubrimos aquí a un Jesús maravillosamente exigente; el primero en vivir así... en un estilo de vida pobre... generoso... "gratuito"... Contemplo la pobreza, la simplicidad de vida de Jesús. Encontramos esto duro. Y sin embargo es Jesús quien lo dice. Porque sabe dónde está nuestro verdadero crecimiento. Recordemos: Cuanto más se tiene, más se quiere... no se está nunca contento. Por lo contrario, el que sabe reducir al mínimo sus necesidades, encuentra una alegría y una libertad mayores: se contenta con poco.

-Al entrar en una casa, saludad. Si la casa se lo merece, la paz que le deseáis se pose sobre ella. Si no se lo merece, vuestra paz vuelva a vosotros. Si alguno no os recibe, salid de esta casa... Hay que proponer la buena nueva, pero no se puede imponer: los hombres quedan libres. Ofrecer la paz. Ofrecer la alegría. Dar aliento. No hay que sorprenderse si uno no tiene éxito, si no es aceptado: hay que conservar la paz y el gozo interior. Nuestra buena tentativa ha sido para el Señor (Noel Quesson).

El Maestro da a sus apóstoles -a todos nosotros, miembros de la Iglesia «apostólica» y «misionera»- unas consignas, para que cumplan su misión siguiendo su estilo:

- ante todo, lo que tienen que anunciar es el Reino de los Cielos, el proyecto salvador de Dios, que se ha cumplido en Jesús: ésta era la última idea del evangelio de ayer y la primera de hoy,

- pero, además, a las palabras deben seguir los hechos: curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos, echar demonios;

- los enviados de Jesús deben actuar con desinterés económico, no buscando su propio provecho, sino «dando gratis lo que han recibido gratis»;

- este estilo es la llamada «pobreza evangélica»: que no se apoya en los medios materiales (oro, plata, vestidos, alforjas), sino en la ayuda de Dios y en la fuerza de su palabra;

- y les avisa Jesús de que en algunos sitios los recibirán y en otros no los querrán ni escuchar.

Nos conviene revisar nuestro modo de actuar, comparándolo con estas consignas misioneras de Jesús. No se trata de tomarlas al pie de la letra (no llevar ni calderilla), sino de asumir su espíritu:

- el desinterés económico;

- la generosidad de la propia entrega: ya que Dios nos ha dado gratis, tratemos de igual modo a los demás; recordemos cómo Pablo no quiso vivir a costa de la comunidad, sino trabajando con sus propias manos, aun reconociendo que «bien merece el obrero su sustento»;

- confiemos más en la fuerza de Dios que en nuestras cualidades o medios técnicos; nos irá mejor si llevamos poco equipaje y si trabajamos sin demasiados cálculos económicos y humanos;

- no nos contentemos con palabras, sino mostremos con nuestros hechos que la salvación de Dios alcanza a toda la persona: a su espíritu y a su cuerpo; a la vez que anunciamos a Dios, luchamos contra el mal y las dolencias y las injusticias;

- no dramaticemos demasiado los fracasos que podamos tener: no tienen que desanimarnos hasta el punto de dimitir de nuestro encargo misionero; si en un lugar no nos escuchan, vamos a otro donde podamos anunciar la Buena Noticia: dispuestos a todo, a ser recibidos y a ser rechazados;

- sin olvidar que, en definitiva, lo que anunciamos no son soluciones técnicas ni políticas, sino el sentido que tiene nuestra vida a los ojos de Dios: el Reino que inauguró Cristo Jesús (J. Aldazábal).