San Mateo 10,24–33:
Jesús nos habla de no tener miedo, pues la providencia de Dios saca bien de todo lo que nos pasa a lo largo del camino de la vida

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

1. Génesis 49,29–32: Luego (Jacob) les dio este encargo: «Yo voy a reunirme con los míos. Sepultadme junto a mis padres en la cueva que está en el campo de Efrón el hitita,

en la cueva que está en el campo de la Makpelá, enfrente de Mambré, en el país de Canaán, el campo que compró Abraham a Efrón el hitita, como propiedad sepulcral: allí sepultaron a Abraham y a su mujer Sara; allí sepultaron a Isaac y a su mujer Rebeca, y allí sepulté yo a Lía. Dicho campo y la cueva que en él hay fueron adquiridos de los hititas.» Cuando Jacob terminó de dar instrucciones a sus hijos, recogió los pies en la cama, expiró y se reunió con los suyos.

Al ver los hermanos de José que había muerto su padre, se dijeron: "A ver si José nos guarda rencor y quiere pagarnos el mal que le hicimos." Y mandaron decirle: "Antes de morir tu padre nos encargó: "Esto diréis a José: Perdona a tus hermanos su crimen y su pecado y el mal que te hicieron". Por tanto, perdona el crimen de los siervos del Dios de tu padre." José, al oírlo, se echó a llorar. Entonces vinieron los hermanos, se echaron al suelo ante él, y le dijeron: "Aquí nos tienes, somos tus siervos." Pero José les respondió: "No tengáis miedo, ¿soy yo acaso Dios? Vosotros intentasteis hacerme mal, pero Dios intentaba hacer bien, para dar vida a un pueblo numeroso, como hoy somos. Por tanto, no temáis; yo os mantendré a vosotros y a vuestros hijos." Y los consoló, hablándoles al corazón.

José vivió en Egipto con la familia de su padre y cumplió ciento diez años; llegó a conocer a los hijos de Efraín, hasta la tercera generación, y también a los hijos de Maquir, hijo de Manasés; los llevó en las rodillas. José dijo a sus hermanos: "Yo voy a morir. Dios cuidará de vosotros y os llevará de esta tierra a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob." Y los hizo jurar: "Cuando Dios cuide de vosotros, llevaréis mis huesos de aquí." José murió a los ciento diez años de edad”  

2. Salmo 105,1-4,6–7: 1¡Dad gracias a Yahvé, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas! 2¡Cantadle, salmodiad para Él, sus maravillas todas recitad; 3gloriaos en su santo nombre, se alegre el corazón de los que buscan a Yahvé! 4¡Buscad a Yahvé y su fuerza, id tras su rostro sin descanso, 6Raza de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido: 7Él, Yahvé, es nuestro Dios, por toda la tierra sus juicios.

3. Evangelio según san Mateo 10,24–33: “No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo. Si al dueño de la casa le han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos!

«No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse. Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados. «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.

            ¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. No temáis, pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos. «Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos.” 

Comentario: 1.  Gn 49, 29-33 - Están abreviadas, hoy, las despedidas de los dos últimos patriarcas, Jacob y José, con lo que se cierra el ciclo de Abrahán. Es nuestra última página del Génesis (el lunes iniciaremos la lectura del libro del Éxodo).

Jacob siente que va a morir, que va a «reunirse con los suyos», y encarga que sin falta, cuando vuelvan a la tierra de Canaán, lleven sus restos mortales a la aldea de Mambré, cerca de Hebrón, a la cueva de Macpela que había comprado Abrahán y donde están enterrados sus antepasados. La muerte está contada con unos rasgos sencillos y emocionantes: «recogió los pies en la cama, expiró y se reunió con los suyos». Queda José con sus hermanos y sus familias. Una vez más, aparece la magnanimidad de José y su perdón: «no tengáis miedo, ¿soy yo acaso Dios?». Es Dios quien juzga y premia y castiga. De nuevo José interpreta lo sucedido desde la visión providencial de Dios: «vosotros intentasteis hacerme mal, pero Dios intentaba hacer bien, para dar vida a un pueblo numeroso». También José les hace prometer que, cuando abandonen Egipto, llevarán sus restos a la tierra prometida por Dios a Abrahán. En efecto, así lo hicieron y fue enterrado en la cueva de Macpela, en Hebrón, la llamada «tumba de los patriarcas».

La muerte de nuestros seres queridos es buena ocasión para reflexionar: nos recuerda la caducidad de la vida, nos invita a reconciliarnos con los que permanecemos aquí, nos ayuda a echar una sabia mirada hacia atrás y hacia delante, nos sitúa en la presencia de Dios como Señor de la vida y de la muerte, nos consuela al pensar que «los nuestros», nuestros seres queridos ya fallecidos, se mantienen en comunión con nosotros de un modo misterioso y nos esperan hasta que también a nosotros nos llegue la hora final...

En nuestra Eucaristía recordamos, no sólo a la Virgen y a los Santos, sino también a nuestros difuntos, con quienes nos sentimos unidos y para quienes pedimos a Dios que les conceda contemplar la luz de su rostro y participar de su felicidad. Cuando nosotros, en nuestra muerte, pasemos también a la nueva existencia, «nos reuniremos con los nuestros» en un reencuentro gozoso y definitivo. Además, como para la familia de José, esos momentos son los mejores para la reconciliación y la amnistía, momentos en que hay que saber olvidar y empezar de cero, reparando brechas y tensiones y dejando el juicio último a Dios. José renueva su perdón con sencillez, sin darse importancia: «y los consoló hablándoles al corazón». Los hermanos renuevan su arrepentimiento. Todos maduran y la historia sigue. Sería bueno que, cuando nos asaltan sentimientos de venganza, repitiéramos la frase de José: «¿soy yo acaso Dios?», y tuviéramos el valor de perdonar y seguir con naturalidad la vida.

Cuando Jacob murió, los hermanos de José temieron a éste, y decidieron enviarle este mensaje: ‘antes de morir, tu padre nos encargó que te dijéramos que perdonaras nuestro crimen...’ Al recibirlo, José les respondió: No tengáis miedo...; yo os mantendré a vosotros y a vuestros hijos...”

Quien asumió con resignación el ser vendido; quien asumió el trabajo y servicio a los demás como vía de realización personal humana en Egipto; quien alcanzó puestos de gran poder y honor en el mundo; quien no cultivó odio alguno en su corazón, acaba siendo ángel de la guarda de aquéllos que un día le traicionaron. Ése es el triunfo de la caridad, de la suma verdad, del amor.

2. Salmo 105: la obra redentora del Señor, que domina toda la tierra, y cuida de sus criaturas, se expresa en este salmo en una acción de gracias y una invitación a la alabanza. Las invitaciones iniciales van dirigidas a Israel y a los que acuden al templo donde se recitaban el inicio de este salmo con otros. El v. 3 es una invitación a la alegría: “laetetur cor quaerentium Dominum –Alégrese el corazón de los que buscan al Señor. –Luz, para que investigues en los motivos de tu tristeza” (San Josemaría).

El v. 7 es una profesión de fe que viene avalada  por la narración contenida en el salmo, similar al resumen del Dt 26,3-10 (Jos 24,2-13) con el que el pueblo confesaba su fe. Quizás este salmo era recitado también en la fiesta de las Semanas (cf Lv 23,15-21) o en alguna otra de las que rememoraban la salida de Egipto (Pascua o Tabernáculos).

3. Mateo 10, 24-33 (Para los vv. 26-33 ver también domingo 12, ciclo A). A diferencia de los fariseos y los esenios, los discípulos de Jesús no pueden aspirar a ocupar el lugar del Maestro. Los discípulos no se preparan para tomar el lugar de un predecesor y establecer jerarquías entre los que más saben y los que menos. La preparación de los discípulos está encaminada al servicio misionero de la Palabra, al servicio del pueblo, a la relación filial con el Padre. Nosotros sentimos que muchas veces se presentan algunos con intención de ocupar el lugar del Maestro. Pero este puesto no está disponible porque Él aún lo ocupa. El Maestro resucitado sigue enseñando a sus discípulos por medio del Espíritu. Continúa enviando a sus discípulos para ser misioneros abiertos a todas las gentes, y a todas sus culturas. Los sigue formando en la escucha atenta de su Palabra en la Biblia y en la vida.

Un discípulo no es más que su "Maestro"... Le basta al "discípulo" con ser como su "Maestro"... Jesús hace una comparación. Evoca el tipo de relaciones existentes entre los "alumnos" y su "maestro". Normalmente el discípulo depende de su maestro, recibe la enseñanza de alguien que, en edad o en ciencia, es mayor que él y que sabe más y mejor que él. Señor, quiero ponerme a tu escucha, seguir tu escuela, escuchar tu Palabra. Sé que nunca acabaré de aprender de ti... Oración, estudio del evangelio, lecturas espirituales, el fraterno compartir. Ahora bien, Jesús, nos propones que seamos como Tú. Que HOY estemos "contentos" de parecernos a ti": la mayor intimidad con Jesús es ser semejantes a Él, es imitarle, adoptar sus pensamientos, sus maneras de ver y de amar. Todo el esfuerzo de nuestra vida es reconocerte.

-Y si al Cabeza de familia lo han llamado "Belcebú" ¡cuánto más a la gente de su casa!... Se acusó a Jesús de ser un poseso. No debe, pues, extrañarnos si recibimos también ultrajes, y ataques calumniosos y falsos. Siendo criticados y acusados nos parecemos a Jesús. Jesús se presenta aquí como el "cabeza de familia": La casa, la familia de Jesús es la Iglesia, la comunidad de fieles reunidos por -El. Y nosotros somos "la gente de su casa". Me gusta pensar, por un instante, que mi casa, la comunidad de la que formo parte... es tu casa, Señor Jesús. Tú habitas con nosotros. Sé Tú verdaderamente el "cabeza de familia" el que guía, el que decide, con quien agrada encontrarse, a quien se pide consejo, con quien se confía.

-No les temáis... No tengáis miedo de los que matan el cuerpo... No temáis: vosotros valéis más que todos los gorriones juntos. Por tres veces Jesús nos repite que no tengamos miedo. Para Jesús, Dios está presente en los menores acontecimientos de nuestras vidas: no cae un pájaro del nido sin que Dios no lo disponga... dice Jesús. No crece una hierba, no madura un fruto, ni un solo animalillo sufre sin que Dios no lo sepa: Dios lo sabe todo, se interesa por todas sus criaturas... Dios ama a todas sus criaturas. Con más razón se interesa por sus criaturas preferidas, los hombres, sus hijos muy amados. "Los cabellos de vuestra cabeza están contados... ¡Vosotros valéis más que todos los pájaros del mundo! ¡No tengáis miedo!" ¿Tengo hacia el Padre esa confianza absoluta, inaudita que Jesús me sugiere?

-Lo que os digo "en secreto"... "en la oscuridad"... "al oído"... Dadlo a conocer en torno vuestro, a plena luz, ¡proclamadlo! Esas imágenes evocan la idea de confidencia: Jesús no chilla al hablar... no se impone a nosotros, nos habla bajito, a media voz, junto al oído, si sabemos escucharle atentamente... es como un secreto confiado.

Haz, Señor que oiga tu dulce y discreta voz. Y luego ayúdame a repetir, a proclamar a todos tu Palabra.

-Todo el que se pronuncie por mí ante los hombres, Yo me pronunciaré por él ante mi Padre del cielo. Jesús quiere ser nuestro "mediador": toma nuestra defensa (Noel Quesson)

En este sermón misionero de Jesús a sus apóstoles, insiste de nuevo en el anuncio de las persecuciones. Esta vez la comparación es del mundo de la enseñanza: si a Jesús, el Maestro, le habían calumniado y tramaban su muerte, lo mismo pueden esperar sus discípulos. Pero no tienen que dejarse acobardar: «nada hay escondido que no llegue a saberse»: el tiempo dará la razón a los que la tienen; todos estamos en las manos de Dios: si Él se cuida hasta de los gorriones del campo, cuánto más de sus fieles; y el mismo Jesús saldrá en ayuda de los suyos: «si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo».

«No tengáis miedo». Es la frase que más se repite en el pasaje de hoy. Jesús avisó muchas veces a los suyos de que iban a tener dificultades en su misión. No les prometió éxitos fáciles o que iban a ser bien recibidos en todas partes. Al contrario, les dijo -nos dijo- que el discípulo no será más que el maestro. Y el Maestro había sido calumniado, perseguido, condenado a la cruz. Pero este anuncio va unido a otro muy insistente: la confianza. «No tengáis miedo». No es el éxito inmediato delante de los hombres lo que cuenta. Sino el éxito de nuestra misión a los ojos de Dios, que ve, no sólo las apariencias, sino lo interior y el esfuerzo que hemos hecho. Si nos sentimos hijos de ese Padre, y hermanos y testigos de Jesús, nada ni nadie podrá contra nosotros, ni siquiera las persecuciones y la muerte. El ejemplo lo tenemos en el mismo Jesús, que fue objeto de contradicciones y acabó en la cruz. Pero nunca cedió, no se desanimó y siguió haciendo oír su voz profética, anunciando y denunciando, a pesar de que sabía que incomodaba a los poderosos. Y salvó a la humanidad y fue elevado a la gloria de la resurrección.

Las pruebas y las dificultades de la vida -las que nacen dentro de nosotros mismos, o en el seno de la comunidad o fuera de ella- no nos deben extrañar ni asustar. La comunidad de Jesús lleva un mensaje que, a veces, choca contra los intereses y los valores que promueve este mundo. Nos pueden perseguir, pero la fuerza del Espíritu de Dios nos asiste en todo momento. No nos cansemos, ni nos avergoncemos de dar testimonio de Cristo, y sigamos anunciando a plena luz, a los cercanos y a los lejanos, la buena noticia de la salvación que Dios nos ofrece (J. Aldazábal)

¿Recordáis que el Papa Juan Pablo II comenzó su pontificado gritando con fuerza ese "No tengáis miedo" de Jesús? ¿Por qué lo hizo? ¿Sería porque se dio cuenta de que vivimos una fe que no se fía de Dios? ¿Sería porque nos asusta todo lo que no controlamos? ¿Sería porque tememos quedar reducidos a un pequeño resto insignificante?

La confianza en la resurrección puede ser peligrosa si la entendemos mal, pero puede ser el motor más fuerte de la vida si nos dejamos conducir por el Espíritu. Sería terrible comprenderla como “no hay que buscar que las cosas cambien” porque cambiarán en el cielo, como una especie de tortilla. Así se entendió por un tiempo la idea de que los pobres serán felices “en el cielo” y los ricos “castigados”. Con eso, los ricos permanecían seguros de seguir “pasándola bien”, y los pobres eran invitados a una “resignación” que les garantizaba un futuro feliz “en la otra vida”. ¡Nada de eso dice Jesús! Trabajar por el reino es buscar la voluntad de Dios “en la tierra como (se hace) en el cielo”, y por lo tanto trabajar para que las cosas cambien, para que los pobres sean felices ¡ya aquí! La confianza, el “no teman”, no apunta a “paralizar” sino a “dinamizar”, a saber que nuestros esfuerzos por el reino no caen en saco roto, que no serán sin sentido. Que aunque no veamos los resultados “Dios se hace cargo”, que aunque la vida termine -aun violentamente- Dios está del lado del Reino, y dará su fruto. La confianza en la resurrección da fuerza a la lucha por un mundo fraterno y solidario. La predicación del Reino no debe hacernos temer, porque la vida tiene su triunfo garantizado sobre la vida, como la luz vence las tinieblas. La resurrección de Jesús, y la de los cristianos, es garantía de que la predicación del reino no es estéril, y que -por movernos sin temor- podemos gastar todo, incluso la vida misma para que la vida crezca y dé frutos. Si la vida y no la muerte tienen la última palabra, ¡tiene sentido dar vida! ¡tiene sentido dar la vida!

El amor perfecto echa fuera el temor: Vemos así claramente que ese temor de Dios, de que tan a menudo habla la Sagrada Escritura no puede ser el miedo, porque si éste es excluido por el amor, resulta evidente que si tenemos miedo es porque no tenemos amor, y en tal caso nada valen nuestras obras (cf. I Cor. 13). El temer a Dios está usado en la Biblia como sinónimo de reverenciarlo y no prescindir de El; de tomarlo en cuenta para confiar y esperar en Él; de no olvidarse de que Él es la suprema Realidad. "Soy Yo, no temáis... ¿por qué teméis?... no se turbe vuestro corazón; la paz sea con vosotros; os doy la paz mía". ¿Puede ser éste el lenguaje del miedo? Cf. S. 85, 11; 110, 10 y notas. Hay, sin embargo, un temor y temblor de que habla S. Pablo, pero no por falta de confianza en Dios, sino en nosotros mismos (Filip. 2, 12), "porque es Él quien obra en nosotros, tanto el querer como el obrar (Filip. 2, 13). El soberbio, el que se cree capaz de salvarse por sus propios méritos, ese debe temblar y temer, más aún que a los que matan el cuerpo, al Amor despreciado de un Dios que "puede perder cuerpo y alma en la gehenna".