San Mateo 10,34-11,1.:
La esclavitud hacia la liberación, que Jesús nos enseña: dar la vida por él es encontrarla

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lecturas del libro del Éxodo 1,8-14.22. En aquellos días, subió al trono en Egipto un Faraón nuevo, que no había conocido a José, y dijo a su pueblo: -«Mirad, el pueblo de Israel está siendo más numeroso y fuerte que nosotros; vamos a vencerlo con astucia, pues si no, cuando se declare la guerra, se aliará con el enemigo, nos atacará, y después se marchará de nuestra tierra.» Así, pues, nombraron capataces que los oprimieron con cargas, en la construcción de las ciudades granero, Pitom y Ramsés. Pero, cuanto más los aprimían, ellos crecían y se propagaban más. Hartos de los israelitas, los egipcios les impusieron trabajos crueles, y les amargaron la vida con dura esclavitud: el trabajo del barro, de los ladrillos, y toda clase de trabajos del campo; les imponían trabajos crueles. Entonces el Faraón ordenó a toda su gente: -«Cuando nazca un niño, echadlo al Nilo; si es niña, dejadla con vida.» 

Salmo 123,1-3.4-6.7-8. R. Nuestro auxilio es el nombre del Señor.

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte -que lo diga Israel-, si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos: tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas espumantes. Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes.

Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió, y escapamos. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.  

Evangelio según san Mateo 10,34-11,1. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: -«No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mi; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mi no es digno de mi; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mi. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mi la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.» Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.  

Comentario: 1.- Ex 1.8-14.22. Empezamos hoy la lectura del Libro del Éxodo, seguimos con la historia del pueblo elegido: lo habíamos dejado en Egipto, recién llegado bajo la protección de José, concluyendo así la era de los patriarcas. Han pasado más de cuatrocientos años, según el texto, y va a empezar la historia de otro gran personaje, Moisés, que guiará al pueblo a la libertad y a la tierra prometida. En este libro, y durante casi tres semanas, seguiremos el relato de la esclavitud de lsrael, su liberación, su alianza con Dios y su marcha por el desierto hacia la tierra de Canaán, la que Dios había prometido a Abrahán. Es una historia que podría ser, sencillamente, la de un pueblo emigrante que decide volver a su tierra de origen: pero es una historia muy significativa para entender los planes de Dios, que lleva adelante su promesa a Abrahán. También aquí, como en el Génesis, encontramos varias versiones de los acontecimientos, por ejemplo la «yahvista» y la «sacerdotal», que interpretan a su modo las tradiciones orales que debían conservarse en Israel respecto a la huida o la expulsión de Egipto y la llegada a Canaán. Lo más importante no es la localización geográfica o histórica de los diversos episodios, sino la intención religiosa del relato. Es un libro fundamental para entender la historia de Israel y, también, la nuestra: Dios libera a su pueblo, en la primera Pascua, que será para siempre la clave para entender la nueva Pascua de Cristo, que libera a toda la humanidad y reúne su nuevo Pueblo, que atraviesa en el Bautismo las aguas del Mar Rojo y entra en la tierra de la Nueva Alianza.

Los años no pasan en balde. Estamos en el siglo XIII antes de Cristo. El Faraón de turno -probablemente Ramsés II- ya no recuerda los favores que deben a José. Lo que sí ve es que este pueblo de emigrados va creciendo y que, con el tiempo, puede ser peligroso, si se les ocurre rebelarse o aliarse con otros enemigos. Por otra parte, a los egipcios les interesa poder disponer de esa mano de obra tan abundante y barata. La opresión es de tipo laboral, pero para el pueblo judío es el prototipo de la esclavitud. Sobre todo, cuando se da la orden de eliminar a los niños que vayan naciendo, para contener el crecimiento del pueblo. Cuando ya se iba cumpliendo la promesa a Abrahán -una descendencia numerosa como las arenas de la playa- viene la decisión contraria del Faraón. Aunque las comadronas no obedecieron muchas veces esta cruel norma (un hermoso caso de «objeción de conciencia»). Ahí es cuando empieza la historia de Moisés, que es también la historia de un Dios que ha decidido liberar a su pueblo. Entendemos por qué Israel canta con gratitud salmos como el de hoy: «Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, nos habrían tragado vivos... Bendito el Señor que no nos entregó en presa a sus dientes. Nuestro auxilio es el nombre del Señor».

Nosotros nos situamos, durante toda la lectura del Libro del Éxodo, en esta perspectiva: hemos sido liberados por el nuevo Moisés, Cristo Jesús. Con su muerte -su «éxodo»- nos ha hecho salir de la esclavitud y nos ha hecho miembros del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia. Podemos rezar con pleno sentido: «si el Señor no hubiera estado de nuestra parte...». Antes se apelaba al pueblo que vivió el primer éxodo: «que lo diga Israel ». Ahora somos nosotros los que podemos dar gozoso testimonio: «que lo diga el pueblo de los liberados por Cristo Jesús». ¿Tenemos experiencia de «liberados» por Cristo, de reconciliados por él, de salvados? También podemos reflexionar desde otra perspectiva. Las situaciones de injusticia continúan a lo largo de la historia. Situaciones de opresión económica y humana. Situaciones de genocidio en diferentes partes del mundo, de las que nos enteramos, día tras día, por los medios de comunicación, y no nos tendrían que dejar indiferentes. A Dios le sigue doliendo el sufrimiento del pobre y del débil, y busca las personas para la liberación de los oprimidos. Lo mismo que entonces a Moisés, ahora nos encarga a nosotros -a los cristianos y a todos los de buena voluntad- que luchemos contra la injusticia. Siempre podemos aportar algo para solucionar los grandes problemas del mundo, con ayuda económica o trabajo personal. Pero, además, hemos de colaborar en nuestro mundo más cercano. Ante todo, no creando nosotros mismos situaciones de injusticia. Y, luego, denunciando, si es el caso, los atropellos de los derechos humanos, y trabajando nosotros en la mejora de la vida de los más pobres, en el terreno de la educación, de la sanidad, de la atención social y, naturalmente, en la evangelización cristiana, factor fundamental para la liberación integral de la persona humana. La salida de Egipto y la entrada en la Tierra Prometida es un acontecimiento histórico, que se remonta a millares de años y que es vivido por un pequeño pueblo, el pueblo judío. Hacia 1750 antes de Jesucristo, los hijos de Jacob se instalan en Egipto -es una época de prosperidad para Egipto y los trabajadores extranjeros son muchos-. Hacia 1720 el estado egipcio se viene abajo y toman el poder unos jefes extranjeros procedentes de Asia -lo que corresponde a la historia de José-. Pero hacia el 1550 se inicia una reacción nacional; una nueva dinastía de faraones egipcios toma el poder. Entre 1290 y 1234, el gran Ramsés II fortifica las fronteras (Una hipótesis, la más plausible, sitúa el comienzo de la opresión de los hebreos en Egipto hacia el año 1260 antes de Cristo, bajo el reinado de Ramsés II, o hacia el 1300, bajo el reinado de Seti I). Se emplea a los hebreos como trabajadores esclavos. El éxodo bajo las órdenes de Moisés, tendrá lugar entre 1250-1225. Si HOY volvemos a leer esos viejos textos, no es para hacer «historia antigua», sino para descubrir los hábitos y los actos de Dios: creemos que Dios tiene siempre las mismas actitudes, es «salvador» y «liberador»... Dios no está en las nubes, está comprometido en la historia de los hombres... nuestra fe no es un opio adormecedor, es una opción para la liberación y la promoción total de nosotros mismos y de nuestros hermanos. ¡Y Dios está con nosotros! Con ciertas condiciones, claro está.

-Se alzó en Egipto un nuevo rey que nada sabía de José. Naturalmente, porque sabemos que José vivía cuatro siglos antes. Ramsés II se burlaba de esos hebreos. Veía solamente la fuerza de esos inmigrados que se iban multiplicando y podían ser un peligro. Mirad que el pueblo de los hijos de Israel es más numeroso y fuerte que nosotros, y eso es un peligro. Tomemos precauciones para impedir que siga multiplicándose. Nada más humano que este análisis de la situación. ¿Estoy de veras convencido que es a nivel de las realidades de la vida concreta, donde los hombres sufren y esperan que Dios intervenga? HOY en mi vida propia, y en la vida de mis hermanos a mi alrededor, abriré bien los ojos sobre las situaciones en las que se sufre.

-Israel es reducido a cruel servidumbre... Capataces brutales... Vida insoportable... Trabajos pesados... Orden de matar a todos los hijos varones que nacieran en las familias hebreas... La descripción por desgracia es trágica. Con detalles más o menos parecidos, existen, HOY todavía, situaciones de ese tipo: trabajos penosos impuestos... genocidio... siguen habiendo muchos «oprimidos», «despreciados», «aplastados», gente cuya vida «es demasiado dura», categorías enteras de «los sin voz». Miro a mi alrededor y pongo nombres concretos, quizá algunos rostros, sobre estas «Palabras de Dios» relatadas aquí.

-Los hijos de Israel, gimiendo bajo la servidumbre, clamaron al cielo y su llamada de ayuda subió hasta Dios, desde el fondo de su servidumbre. Dios escuchó sus gemidos (Éxodo 2, 23). Dios se revela aquí como el «Dios de los pobres» Dios oye el grito de los pobres. Escucha los gemidos de los que sufren ¿Y yo? Descubrir esto, afirmar que "Dios es salvador" y no comprometerse al servicio de los pobres, sería una mentira. Jesús, siglos más tarde, nos repetirá que Dios está de parte de los que gimen, para liberarlos: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados» (Mt 11, 28; Noel Quesson).

La descripción dada por la Biblia informa con bastante exactitud de los procedimientos de la época y de las exigencias de mano de obra experimentadas por Egipto en tiempos de sus reyes constructores. La opresión se ejerce, sobre todo, mediante la imposición de trabajos muy penosos (vv. 12-13) y el genocidio (v. 22). El yahvista ha retenido, sobre todo, el primer modo de dominación; el elohista, el segundo; pero uno y otro ven en estas empresas un comportamiento no sólo anti-hebreo, sino claramente antirreligioso, ya que atentan descaradamente contra la multiplicación del pueblo prometido por Yahvé a Abraham (Maertens-Frisque).

Comienza uno de los libros más importantes del Antiguo Testamento, que viene a ser como la clave que nos ayudará a comprender la manera como actúa Dios en la historia de los hombres: es el Dios que libera. El autor sacerdotal nos introduce en la historia de la presencia liberadora de Yahvé en la historia de Israel, tendiendo un puente que une las historias de los patriarcas con la de sus descendientes, que al cabo de cuatro siglos de estancia en Egipto se encuentran oprimidos por los poderosos (1-5). Se nos da de esta forma una visión anticipada de lo que será el pueblo de Israel una vez convertido en el pueblo de Dios. Visión que hunde sus raíces en los patriarcas y, sobre todo, en las promesas de Yahvé, de las cuales los patriarcas fueron depositarios y transmisores. La pincelada del yahvista (v 6) inserta en el texto le imprime una notable luz impresionista: una época ha terminado y, lo que es más importante, comienza una nueva. Esta nueva época se caracteriza por la dialéctica opresión-liberación. Lo pequeño -un grupo extranjero minoritario, de setenta personas (v 5)- se hace grande bajo la bendición de Yahvé. Notemos la impresionante lista de verbos que nos ofrece el v 7, con la afirmación sorprendente del final: "y llenaban toda aquella tierra". Esta situación de miseria, que en las manos de Yahvé se desarrolla hasta alcanzar una fuerza increíble, desde la perspectiva del poder humano representa un peligro (vv 8-10). Aquí se vislumbra la doble forma de contemplar los hechos de la historia humana: fijarse sólo en aquello que se ve o tratar de penetrar por la fe hasta el nervio más íntimo de los hechos. La tradición yahvista nos ha dejado una pintura magistral de la primera manera de ver la historia: el poder humano se enfrenta a un posible peligro sometiéndolo, sin indagar más. Pero cuanto más hacía el poder humano, más brillaba la iniciativa salvadora de Dios (v 12). Tras esta constatación, la tradición sacerdotal señala la obcecación del poder opresor, que multiplica inútilmente los sufrimientos de los pequeños (vv 13-14). El primer capítulo del Éxodo se cierra con la narración de la tradición elohísta, recogida por el compilador, que aparentemente es sólo una nueva insistencia dramática en el tema de la obcecación criminal del poder opresivo, pero de hecho está destinada a preparar la narración del capítulo siguiente. Yahvé se va a mostrar más fuerte que la astucia del faraón, burlando su orden más cruel: el asesinato de los niños hebreos. Instrumento providencial de Yahvé serán, en primer lugar, las dos parteras, temerosas de Dios, que con su conducta dan un ejemplo de cómo es preciso discernir entre las exigencias del espíritu del mal y del bien, a la hora de cumplir una orden, asumiendo los riesgos que se derivan de optar por la justicia (vv 17-21). El ejemplo decidido y heroico de las parteras no basta para abrir los ojos del faraón, que responde a la acción de Yahvé extendiendo su obcecación a todo el pueblo, lo que, en el esquematismo del estilo bíblico, sirve para hacernos ponderar la carga tremenda del pecado, que tiene siempre repercusiones sociales.

El objetivo de esta lectura es muy claro: nos muestra a los hijos de Israel en una visión imaginaria y retrospectiva como existente en sentido de pueblo, descendiente de los patriarcas y ahora morando en Egipto (Ex 1,1-7), y sumido en la esclavitud. El autor bíblico carga las tintas en su descripción del género épico. Por ello nos muestra la falta de memoria del faraón, el cual, ya desde el principio, representa la personificación de los poderosos de este mundo, oponiéndose y en lucha con Yahvé. El poder no ve las personas, contempla los hechos, que pueden ser buenos o malos según favorezcan o perjudiquen sus intereses y proyectos (8-10). Sin memoria histórica no se puede recordar que aquella raza extranjera había sido, de hecho, la salvación de Egipto. Ahora resulta que sólo son vistos como lo que el poder cree una realidad indiscutible: una mano de obra barata que es preciso mantener a raya para sacarle el máximo rendimiento, evitando el peligro que pueda representar para la seguridad del país. Inmediatamente se nos muestra el programa de la opresión, que ataca al pueblo en su dignidad. Vigilancia: negación de la libertad, del derecho humano a pensar, a autodeterminarse, a llegar a ser lo que uno cree que debe ser. Planificación autoritaria y dura del trabajo colectivo y personal, en beneficio de las obras públicas del país, a más de cargar sobre los hombros de aquella gente las tareas más onerosas (11-14). El autor bíblico con todo, nos advierte: a pesar de la astucia del opresor, cuanto más dura es la servidumbre tanto más prospera el pueblo, y el débil sojuzgado se torna una pesadilla para el fuerte opresor (12-13a). La insania del poder llega a extremos de locura al atribuirse el derecho a intervenir en las mismas fuentes de la vida (15ss). Es el gran pecado de los poderosos de todos los tiempos. Creer ser los amos y señores de la vida de los hombres. Pero los planes del faraón fracasan, porque por encima de su poder está el de Yahvé, que actúa ahora por medio de las parteras de los hebreos, que, a pesar de no pertenecer al pueblo de Dios actúan con conciencia recta y valiente poniéndose al lado del pueblo que sufre (15ss). Hallamos aquí una reflexión de fe válida para todos los tiempos, también para los nuestros: mientras que el pecado es esencialmente opresión o intenta reducir al hombre, particularmente al humilde, a la condición de esclavo, la salvación de Dios es, propiamente, liberación de todos los obstáculos que se opongan a la consecución por parte del hombre del pleno desarrollo de su personalidad (J. M. Aragonés).

2. Juan Pablo II comenta así el salmo 123: “es un canto de acción de gracias entonado por toda la comunidad orante, que eleva a Dios la alabanza por el don de la liberación. El salmista proclama al inicio esta invitación: "Que lo diga Israel" (v. 1), estimulando así a todo el pueblo a elevar una acción de gracias viva y sincera al Dios salvador. Si el Señor no hubiera estado de parte de las víctimas, ellas, con sus escasas fuerzas, habrían sido impotentes para liberarse y los enemigos, como monstruos, las habrían desgarrado y triturado. Aunque se ha pensado en algún acontecimiento histórico particular, como el fin del exilio babilónico, es más probable que el salmo sea un himno compuesto para dar gracias a Dios por los peligros evitados y para implorar de él la liberación de todo mal. En este sentido es un salmo muy actual.

Después de la alusión inicial a ciertos "hombres" que asaltaban a los fieles y eran capaces de "tragarlos vivos" (cf. vv. 2-3), dos son los momentos del canto. En la primera parte dominan las aguas que arrollan, para la Biblia símbolo del caos devastador, del mal y de la muerte: "Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas espumantes" (vv. 4-5). El orante experimenta ahora la sensación de encontrarse en una playa, salvado milagrosamente de la furia impetuosa del mar. La vida del hombre está plagada de asechanzas de los malvados, que no sólo atentan contra su existencia, sino que también quieren destruir todos los valores humanos. Vemos cómo estos peligros existen también ahora. Pero -podemos estar seguros también hoy- el Señor se presenta para proteger al justo, y lo salva, como se canta en el salmo 17: "Él extiende su mano de lo alto para asirme, para sacarme de las profundas aguas; me libera de un enemigo poderoso, de mis adversarios más fuertes que yo. (...) El Señor fue un apoyo para mí; me sacó a espacio abierto, me salvó porque me amaba" (vv. 17-20). Realmente, el Señor nos ama; esta es nuestra certeza, el motivo de nuestra gran confianza.

En la segunda parte de nuestro canto de acción de gracias se pasa de la imagen marina a una escena de caza, típica de muchos salmos de súplica (cf. Sal 123,6-8). En efecto, se evoca una fiera que aprieta entre sus fauces una presa, o la trampa del cazador, que captura un pájaro. Pero la bendición expresada por el Salmo nos permite comprender que el destino de los fieles, que era un destino de muerte, ha cambiado radicalmente gracias a una intervención salvífica: "Bendito sea el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes; hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se rompió y escapamos" (vv. 6-7). La oración se transforma aquí en un suspiro de alivio que brota de lo profundo del alma: aunque se desvanezcan todas las esperanzas humanas, puede aparecer la fuerza liberadora divina. Por tanto, el Salmo puede concluir con una profesión de fe, que desde hace siglos ha entrado en la liturgia cristiana como premisa ideal de todas nuestras oraciones: "Adiutorium nostrum in nomine Domini, qui fecit caelum et terram", "Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra" (v. 8). En particular, el Todopoderoso está de parte de las víctimas y de los perseguidos, "que claman a él día y noche", y "les hará justicia pronto" (cf. Lc 18,7-8).

San Agustín hace un comentario articulado de este salmo. En un primer momento, observa que cantan adecuadamente este salmo los "miembros de Cristo que han conseguido la felicidad". Así pues, en particular, "lo han cantado los santos mártires, los cuales, habiendo salido de este mundo, están con Cristo en la alegría, dispuestos a retomar incorruptos los mismos cuerpos que antes eran corruptibles. En vida sufrieron tormentos en el cuerpo, pero en la eternidad estos tormentos se transformarán en adornos de justicia". Y San Agustín habla de los mártires de todos los siglos, también del nuestro. Sin embargo, en un segundo momento, el Obispo de Hipona nos dice que también nosotros, no sólo los bienaventurados en el cielo, podemos cantar este salmo con esperanza. Afirma: "También a nosotros nos sostiene una segura esperanza, y cantaremos con júbilo. En efecto, para nosotros no son extraños los cantores de este salmo... Por tanto, cantemos todos con un mismo espíritu: tanto los santos que ya poseen la corona, como nosotros, que con el afecto nos unimos en la esperanza a su corona. Juntos deseamos aquella vida que aquí en la tierra no tenemos, pero que no podremos tener jamás si antes no la hemos deseado". San Agustín vuelve entonces a la primera perspectiva y explica: "Reflexionan los santos en los sufrimientos que han pasado, y desde el lugar de bienaventuranza y de tranquilidad donde ahora se hallan miran el camino recorrido para llegar allá; y, como habría sido difícil conseguir la liberación si no hubiera intervenido la mano del Liberador para socorrerlos, llenos de alegría exclaman: "Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte". Así inician su canto. Era tan grande su júbilo, que ni siquiera han dicho de qué habían sido librados".

Este salmo se cumple en Jesús, que a lo largo de su vida manifiesta mediante los milagros que “Dios estaba con él” (Hch 10,38) comom quedó patente al librarle Dios de los lazos de la muerte mediante la resurrección. La metáfora del pájaro liberado del lazo (v. 11) puede aplicarse al retorno de Babilonia y a Jesús resucitado. Dios se va revelando al paso de la historia (Catecismo, 287).

Las palabras del v. 8 son empleadas en la liturgia cristiana como antífona de comienzo de oración. Con ellas se profesa que Dios es el único que da la fuerza para mantenerse firme (Biblia de Navarra): “danos, Señor, tu ayuda en la tribulación, porque le auxilio humano es ineficaz. Danos fortaleza para luchar en los combates, y míranos propicio desde Sión, de modo que, siguiendo las huellas de tu pasión, podemos beber alegres el cáliz del martirio… ayuda, pues, eficazmente, a nuestra fragilidad en esta hora de la prueba. Sé nuestro auxilio poderoso contra las huestes del demonio y de nuestros enemigos. Para nuestra defensa, embraza el escudo de tu divinidad y mantennos en la resolución de seguir luchando virilmente por ti hasta la muerte” (S. Eulogio de Córdoba).

3.- Mt 10,34-11,1 (ver domingo 13, ciclo A): Terminamos hoy la lectura del «discurso de la misión», el capítulo 10 de Mateo. Y lo hacemos con unas afirmaciones paradójicas de Jesús: él ha venido, no a traer paz, sino espadas y divisiones en la familia; hay que amarle más a él que a los propios padres; el que busque con sus cálculos conservar su vida, la perderá; hay que cargar la cruz al hombro para ser dignos de él. La página termina con una alabanza a quienes reciban a los que Jesús ha enviado como misioneros y evangelizadores: «el que os recibe a vosotros, me recibe a mí... y no perderá su paga, os lo aseguro». Aunque sólo sea un vaso de agua lo que les hayan dado.

Ciertamente, aquí Jesús no se desdice de las recomendaciones de paz que había hecho, ni de las bienaventuranzas con que ensalzaba a los pacíficos y misericordiosos, ni del mandamiento de amar a los padres. Lo que está afirmando es que seguirle a él comporta una cierta violencia: espadas, división en la familia, opciones radicales, renuncia a cosas que apreciamos, para conseguir otras que valen más. No es que quiera dividir: pero a los creyentes, su fe les va a acarrear, con frecuencia, incomprensión y contrastes con otros miembros de la familia o del grupo de amigos. Hay muchas personas que aceptan renuncias por amor, o por interés (comerciantes, deportistas), o por una noble generosidad altruista (en ayuda del Tercer Mundo). Los cristianos, además, lo hacen por la opción que han hecho de seguir el estilo evangélico de Jesús. Ya se lo había anunciado el anciano Simeón a María, la madre de Jesús: su hijo sería bandera discutida y signo de contradicción. Y lo dijo también el mismo Jesús: el Reino de Dios padece violencia y sólo los «violentos» lo consiguen. La fe, si es coherente, no nos deja «en paz». Nos pone ante opciones decisivas en nuestra vida. Ser cristianos -seguidores de Jesús- no es fácil y supone saber renunciar a las tentaciones fáciles en los negocios, o en la vida sexual. No es que dejemos de amar a los familiares. Pero, por encima de todo, amamos a Dios. Ya en el AT el primer mandamiento era el de «amar a Dios sobre todas las cosas». Dejémonos animar por la recomendación que hace Jesús a quienes acojan a los enviados por él. Hasta un vaso de agua dado en su nombre tendrá su premio. Al final, resultará que la cosa se decide por unos detalles entrañables: un vaso de agua como signo de generosidad para con los que evangelizan este mundo (J. Aldazábal).

-No penséis que he venido a traer paz a la tierra... he venido a traer espada... Porque he venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre... El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. Esta frase no significa, evidentemente, que podamos ser negligentes en atender y amar a nuestros padres: en otros lugares del evangelio Jesús insiste para que muestro amor hacia ellos sea real y se traduzca en actos concretos de ayuda mutua y de justicia (Mc 7,11). Estas frases no deben pues utilizarse para justificar nuestro temperamento desabrido o violento... o bien para excusar una incapacidad personal, de hijo egoísta, que nos impediría amar sinceramente a los nuestros o a aquellos con los que convivimos. No, estas frases se refieren a ciertas circunstancias en nuestra existencia, en las que hay que decidirse y tomar partido por Dios y por su causa, por Jesús: ser buen cristiano y seguir a Jesús, puede provocar la oposición de nuestros deudos... En este caso, ¡Jesús nos pide que seamos capaces de preferirlo! "El que quiere a su padre o a su madre más que a mí..." Es, ciertamente, una cuestión de amor, de preferencia: hay casos en los que estamos obligados a tomar una decisión por o contra Dios. Siguiendo a Jesús, no hay que dudar en esos casos. Todos los lazos terrestres, aun los más sagrados, como los de la familia, de la sangre, del ambiente, deben pasar, entonces a un segundo plano.

-El que conserve su vida, la perderá. Y el que pierda su vida "por mí... la conservará. La "vida" es el mayor bien. Jesús afirma aquí una de las leyes fundamentales de la existencia: no hay que estar pendiente de la propia vida, no tratar de poseerla para sí en una especie de ansia egoísta... Hay que salir de sí mismo, ir más allá, superarse. En el olvido de sí mismo es donde se halla la verdadera "vida", la verdadera felicidad, el verdadero crecimiento y plenitud. La Palabra de Jesús no tiene pues ningún aspecto negativo, ni triste ni punible: es una palabra de luz y de alegría. "Dando" su propia vida, como Jesús, uno "encuentra la vida" y esta vida, que se encuentra de nuevo es mucho más valiosa que la simple vida terrestre: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10).

Cada misa es el memorial y la renovación del don que Jesús hizo de Sí mismo antes de pedirnos que esta actitud sea también la nuestra: "He aquí mi vida entregada por vosotros, he aquí mi cuerpo y mi sangre entregados por vosotros...". ¿Cómo voy, desde HOY, a entregar mi vida?

-El que recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado. Y cualquiera que le dé a beber aunque sea un vaso de agua fresca a uno de esos humildes... no perderá su recompensa. ¡La acogida! ¡Ser acogedor! Es la forma sonriente del amor. Es el don más sencillo y el que con más frecuencia se puede practicar siempre, incluso cuando se es muy pobre y no se tiene otra cosa que dar. A lo menos, siempre se puede hacer esto: cuidar que sean siempre acogedores y amables nuestro trato y nuestras relaciones humanas. Jesús ha evocado tres clases de miembros de la comunidad: los profetas -los que tienen una responsabilidad en la comunidad-; luego los justos -los que no tienen más que su vida justa y honrada a ofrecer como modelo-..., en fin, los pequeños -los que no tienen ninguna responsabilidad en la comunidad. Es la cima y la conclusión de todo ese discurso apostólico de Jesús (Noel Quesson).

Prosiguiendo la lógica de su planteamiento, Jesús insta a los discípulos para que opten definitivamente por el Reino. La decisión exige una ruptura con los lazos familiares. No se puede seguir a Jesús bajo las restricciones que imponen los vínculos de la sangre. El discípulo tiene que ser ante todo una persona libre y responsable. Libre de la mentalidad apegada al lucro y al exclusivo beneficio personal. Libre ante las posesiones, los objetos y las personas. Libre para enfrentar el conflicto que suscita el anuncio del Reino. Libre para comportarse y ser un verdadero hijo de Dios como lo es Jesús. Sus responsabilidades, aunque no evaden la subsistencia, no se concentran en ella. El discípulo puede encontrar un camino alternativo en el que combine la sobrevivencia con el trabajo por el evangelio, tal como lo hicieron Pablo y las primeras comunidades cristianas. Libertad y responsabilidad para asumir la cruz que implica el seguimiento de Jesús. Porque el Reino a la vez que trae la plenitud produce conflictos. El ordenamiento social, comunitario y personal que requiere la propuesta de Jesús choca violentamente con la mentalidad vigente. Y en este choque no sólo se oponen las autoridades, las burocracias o los legalistas; también se oponen las personas que tienen su consciencia enajenada. Estas exigencias a los discípulos, tienen su contrapartida en los requerimientos que se le plantean al pueblo. Dios pone una comunidad de discípulos al servicio de la multitud. Esta debe corresponder a la gracia divina solidarizándose los mensajeros de la Buena Nueva. Las recompensas, a discípulos y al pueblo, las dará Dios a su tiempo (Servicio Biblico Latinoamericano).