XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6, 30-34: Dios es pastor que nos guía, nos manda a Jesús que da la vida por nosotros, y nos pide que seamos pastores para los demás.

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del libro de Jeremías 23, 1-6: Ay de los pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas de mi rebaño -oráculo del Señor-. Por eso, así dice el Señor, Dios de Israel: - «A los pastores que pastorean a mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, las expulsasteis, no las guardasteis; pues yo os tomaré cuentas, por la maldad de vuestras acciones - oráculo del Señor-. Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países adonde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las pastoreen; ya no temerán ni se espantarán, y ninguna se perderá - oráculo del Señor-. Mirad que llegan días - oráculo del Señor en que suscitaré a David un vástago legítimo: reinará como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra. En sus días se salvará Judá, Israel habitará seguro. Y lo llamarán con este nombre: El-Señor-nuestra-justicia.»

 

Salmo 22, 1-3a, 3b-4.5.6. R. El Señor es mi pastor, nada me falta.

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.

Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.

 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 2, 13-18. Hermanos: Ahora estáis en Cristo Jesús. Ahora, por la sangre de Cristo, estáis cerca los que antes estabais lejos. Él es nuestra paz. Él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio. Él ha abolido la Ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear con los dos, en Él, un solo hombre nuevo. Reconcilió con Dios a los dos pueblos, uniéndolos en un solo cuerpo mediante la cruz, dando muerte, en Él, al odio. Vino y trajo la noticia de la paz: paz a vosotros, los de lejos; paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre con un mismo Espíritu.

 

Lectura del santo evangelio según san Marcos 6, 30-34. En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Él les dijo: -«Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.» Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

 

Comentario: 1. Jr 23,1-6 es un oráculo mesiánico que sirve de broche de oro a una serie de oráculos a la casa real de Judá (21,11-22, 30). Por oposición a los relatos anteriores, aquí no aparece claro el nombre del destinatario. El título de "Señor, justicia nuestra" (v. 6) parece estar jugando con el nombre de "Sedecías" (= "el Señor es mi justicia"). -Con ocasión de la primera deportación de judíos a Babilonia (año 597 a. C.), Nabucodonosor se lleva prisionero al rey legítimo de Jerusalén, Joaquín: ".. no le harán funeral... lo enterrarán como a un asno: lo arrastrarán y lo tirarán fuera del recinto de Jerusalén" (Jr 22,18ss) y en su trono coloca a un pariente del rey: Sedecías. Del emperador babilonio ha recibido el nombramiento y su nombre de reinado: "Dios es mi justicia". Este es un oráculo mesiánico que cierra la serie de oráculos dirigidos a los reyes y a la dinastía (caps. 21 y 22). Muchos de esos reyes han sido pastores, sucesores del pastor David, a quien Dios "sacó de los apriscos del rebaño; de andar tras las ovejas lo llevó a pastorear a su pueblo" (Sal 78,70-71). A diferencia de David, muchos de esos reyes han extraviado al pueblo en vez de encaminarlo; por eso Dios da un corte a la dinastía con el destierro (cf 22,28ss). A Jeconías, que se quedó sin descendencia regia, ha sucedido en el trono Sedecías; es decir, del emperador babilonio ha recibido el nombramiento y su nombre de reinado, que significa "Dios es mi justicia". Aunque Sedecías es de estirpe davídica, su legitimidad de hecho se apoya en el favor de Nabucodonosor. Con ese corte ¿falta Dios a su promesa dinástica? (2 Sam 7), ¿o continúa con el nuevo nombramiento? Jeremías responde que Dios cumplirá su promesa de modo nuevo y con una intervención personal en un plano superior. Primero salvará "el resto", o sea, la continuidad del pueblo de la alianza. Después, frente al sucesor ilegítimo. Dios suscita a David un "vástago legítimo" (en hebreo "legítimo" es la misma palabra que "justo"). Ese vástago de David estará al servicio de la "justicia y el derecho", cosa que no ha cumplido Sedecías, y unificará Israel con Judá en un reino de paz. Frente al nombre impuesto por Nabucodonosor, que no responde a la realidad, el vástago llevará un nombre auténtico, aclamado por todo el pueblo: "El Señor es nuestra justicia". El Mesías será descendiente de David, será rey para establecer el reinado de la justicia y traer así la salvación (Dabar 1976).

Hacia el año 598, Joaquín, después de reinar solamente tres meses sobre Judá, se rinde a Nabucodonosor, que lo deporta a Babilonia y pone en su lugar a Sedecías. Este, rey por la gracia de Nabucodonosor, que no por la gracia de Dios, es un hombre débil que se deja manejar por sus cortesanos hasta que viene sobre Jerusalén y su templo la ruina definitiva (junio-agosto del 587). Sedecías es capturado y deportado igualmente a Babilonia por los caldeos. La incapacidad de los últimos reyes de la dinastía de David y los abusos de los dirigentes políticos del pueblo fueron la causa de las sucesivas deportaciones. Contra estos pastores que no supieron cuidar el rebaño de Yahvé, alza su voz el profeta Jeremías (cf 3,15; 10,21; 22,22). Idénticos reproches se encuentran también en el Libro del profeta Ezequiel (c. 34). El destierro a Babilonia fue ciertamente un castigo de Dios, pero la dispersión de las ovejas de Israel se debió igualmente a la negligencia y a los abusos de sus pastores. Por eso Yahvé promete volver a reunir de nuevo a su pueblo, pero bajo otros pastores que sean dignos de su confianza. La repatriación prometida no es más que el anticipo y el anuncio de los tiempos mesiánicos en los que, al fin y de una forma imprevisible, todo llegaría a su cumplimiento en Jesús, el Hijo de David, el Buen Pastor. El reino mesiánico no se fundará en la violencia sino en la sabiduría y en la justicia. Por eso llamarán al Mesías "El-Señor-nuestra-justicia". Este nombre significa que Yahvé establecerá el derecho, es decir, el orden moral y social en el pueblo, la salvación. Este nombre está en relación con el de Sedecías (="El-Señor-es-mi-justicia"): a Sedecías le dio el nombre Nabucodonosor y Sedecías no hizo honor a su nombre; al Mesías le dará nombre su pueblo. Y el pueblo confesará así que el Mesías es su rey y su salvación, confesará que el Mesías y la salvación que trae para el pueblo vienen de Dios. Esto supone que el pueblo llegará a conocer a Dios por la acción de Dios, por su obra salvadora, por la sabiduría y la justicia que se manifestarán en el Mesías. Desde este punto de vista es comprensible que desaparezcan otros rasgos de la figura mesiánica, tales como las gestas y las victorias, el poder político y el esplendor temporal, ante lo único verdaderamente importante: la verificación del "derecho y la justicia", que es la voluntad de Dios para el pueblo (“Eucaristía 1985”).

2. El salmo 22, uno de los más bellos de todo el salterio, comienza con una afirmación atrevida: "El Señor es mi pastor, nada me falta". Este creyente que se sabe guiado y acompañado por la mano firme y protectora del pastor, proclama con tranquila audacia su ausencia de ambiciones. Tiene todo lo que necesita: conducción, seguridad, alimento, defensa, escolta, techo donde habitar... Difícilmente anidarán en su corazón la agresividad, la envidia, la rivalidad, todas esas actitudes que amenazan siempre el convivir con los otros fraternalmente.

Este salmo del Huésped de Dios, para expresar una experiencia de intimidad con Dios, utiliza dos imágenes universales: el pastizal... el festín... (el Pastor... y el huésped...). En los países en que la vida está en armonía con la naturaleza, este lenguaje es poético.

El tema del "Pastor" aparece constantemente, en la Biblia. Los judíos vivían en una civilización rural y hasta cierto punto nómada. Para un hombre cuyo rebaño es la principal riqueza, toda la vida está "polarizada" por su cuidado: encontrar verdes praderas, conducir a las ovejas al abrevadero, hacer reposar el rebaño bajo la sombra, conocer los senderos seguros y evitar los pasajes peligrosos, proteger con el bastón los ataques de las fieras. Dios es presentado como este "Pastor" diligente (Ezequiel 34 - Oseas 4,16 - Jeremías 23,1- Miqueas 7,14 - Isaías 40,10; 49,10; 63,11).

El tema del "huésped" es también universal. Cuanto más sencillas son las civilizaciones, más sentido de hospitalidad tienen los hombres. Cuanto más pobre, más generoso, ordinariamente. Aquí, la hospitalidad se resume en tres detalles concretos: la mesa con abundantes alimentos, la copa desbordante en la mano, el aceite perfumado que se pone en la cabeza para refrescar al visitante que llega, del sol abrasador.

En la Biblia, este tema se aplica también constantemente a Dios: el tema del Templo, considerado "Casa de Dios" en la que se quiere habitar, como los levitas, que tenían la fortuna de pasar su vida en la Casa de Dios. No olvidemos que el Templo de Jerusalén era el lugar de los sacrificios rituales: los animales inmolados, ofrecidos a Dios (asados al fuego, que simbolizaba justamente a Dios), eran cocidos, y distribuidos entre los fieles en forma de "comida sagrada". En Israel, la "mesa" y la "copa" no eran solamente un símbolo, eran realmente un festín sagrado.

Jesús debió recitar este salmo con especial fervor. Releámoslo en esta perspectiva, imaginándonos que lo pronuncia Jesús en persona: "Nada me falta... El Padre me conduce... Aunque tenga que pasar por un valle de muerte, no temo mal alguno... Mi copa desborda... Benevolencia y felicidad sin fin... Porque Tú, Oh Padre, estás conmigo...". ¿Quién mejor que Jesús vivió una intimidad amorosa con el Padre, su alimento, su mesa (Jn 4,32.34)?

Jesús se identificó varias veces con este pastor, que ama a sus ovejas y que vela amorosamente sobre ellas: "Yo soy el Buen Pastor" (Juan 10,11). Juan Pablo II relacionaba estas palabras con el texto antes citado de Jeremías, al inicio de su carta sobre el sacerdocio Pastores dabo vobis, “Él, ‘el gran Pastor de las ovejas’ (Hb 13,20), encomienda a los apóstoles y a sus sucesores el ministerio de apacentar la grey de Dios (cf Jn 21,15 ss.; 1P 5,2)”. La tonalidad íntima de este salmo, hace pensar en "una oveja", la única oveja que se siente mimada por el Pastor: "El Señor es mi Pastor, nada me falta". Esto evoca la solicitud de que habla Jesús cuando no duda un momento en "dejar las 99 para ir a buscar la única oveja perdida" (Mateo 18,12). Este mismo clima de "intimidad" evocará San Juan para hablar de la unión con Cristo Resucitado, retomando la imagen de la mesa servida: "entraré en su casa para cenar con Él, yo cerca de Él y Él cerca de mí" (Apocalipsis 3,20).

Los primeros cristianos cantaron mucho este salmo que lo consideraron como el salmo bautismal por excelencia: este salmo 22 se leía a los recién bautizados, la noche de Pascua, mientras subían de la piscina de inmersión de "aguas tranquilas que los hicieron revivir"... Y se dirigían hacia el lugar de la Confirmación, en que se "derramaba el perfume sobre su cabeza"... antes de introducirlos a su primera Eucaristía, "mesa preparada para ellos". Bajo estas imágenes pastorales de "majada" como telón de fondo, tenemos una oración de gran profundidad teológica y mística; Jesucristo es el único Pastor que procura no falte nada a la humanidad... Él nos hace revivir en las aguas bautismales... Nos infunde su Espíritu Santo... Nos preparó la mesa con su cuerpo entregado... Y la copa de su Sangre derramada... Él conduce a los hombres, más allá de los valles tenebrosos de la muerte, hasta la Casa del Padre en que todo es gracia y felicidad: la humanidad avanza hacia Dios, felicidad infinita. ¿Por qué no comenzar de inmediato? "Sólo bondad y benevolencia me acompañan todos los días de mi vida; y moraré en la Casa del Señor todos los días de mi vida". El clima árido "de la sociedad de consumo" lleva a muchos jóvenes y menos jóvenes a la búsqueda de "fuentes frescas". El hombre no vive solamente de pan ni de supermercados, ni de placeres... Hoy descubre alegrías más profundas. La experiencia de la "vida con" Dios forma parte de estas alegrías secretas: "porque Tú estás conmigo"... "Nada me falta", cuando vivo esta experiencia.

Vuelta a la naturaleza. Es esta una de las aspiraciones del hombre moderno. "Mirad las flores del campo", decía Jesús. Este salmo nos invita a mirar las praderas, las fuentes, los trabajos pastoriles, la mesa en que recibimos a los amigos, las casas que nos alojan. Muchas alegrías inocentes están a nuestro alcance. ¿Por qué no aprovecharlas? ¿Por qué no proporcionarlas a los demás? (Noel Quesson).

El salmo 22 es la perla de los salmos. Su poesía y su piedad se dan la mano, acercaba en mil años la vida del Antiguo Testamento a la del Nuevo: tan juntos están los pensamientos del salmo y el sermón de la montaña. Fruto maduro de una fe inquebrantable, todo él rezuma confianza, serenidad, optimismo, el mismo Jesús dirá ante la multitud en el templo: "Yo soy el buen Pastor".

Dios como pastor (vv. 1-4); Dios como anfitrión (v. 5-6). El salmo empieza con la cierta y serena afirmación de que Dios es el pastor del salmista. Este habla en primera persona a lo largo de todo el poema y en la primera parte describe su experiencia bajo la solicitud y el amor de su pastor. Con metáforas sacadas del mundo pastoril va enumerando las pruebas del exquisito amor del pastor hacia él, afirmando ya desde el principio que nada le falta porque Dios piensa en todo: verdes praderas, fuentes tranquilas, sendero justo: todo lo positivo y lo agradable de la vida se lo proporciona el pastor de quien se siente hondamente amado. Dios obra así "en honor de su nombre", es decir, para que su reputación de Dios bondadoso, grande en misericordia y rico en perdón, se manifieste y se viva. Dios no puede ser tildado de negligente o indiferente en lo que respecta a su pueblo y al bien de los suyos. Así, por su actitud hacia los fieles de Israel, mostrará su superioridad sobre los ídolos de los paganos. Frente a las dificultades y angustias de la vida, simbolizadas por las "cañadas oscuras", el salmista nada teme. Se fía de su pastor, de su Dios. Se encuentra en sus manos, y por tanto, ¿qué le puede suceder de malo? ¿no le protegerá el amor y la solicitud de su pastor?

"Tu vara y tu cayado me sosiegan". Una doble imagen que puede ser simplemente una redundancia, pero que igualmente pueden significar una defensa: la vara contra los animales, chacales, lobos, y el cayado como una guía que encamina y endereza e impide descarriarse. Así el salmista se siente protegido, seguro, feliz.

Descripción completa, sencilla, pero clara, que muestra con toda luminosidad la bondad de Dios, su providencia, su atención solícita hacia aquellos que confían en Él. Ya otros salmos han dejado entrever esta misma experiencia, como el salmo 30 cuando dice: " ¡Qué grande es tu bondad, Señor, que has preparado para aquellos que te temen", pero ninguno ha sabido expresar tan plástica y vivencialmente como el salmo 22 las excelencias inefables de una providencia experimentada y saboreada.

La tradición cristiana, desde los primeros tiempos, ha visto poéticamente en la mención de la vara y el cayado los dos brazos de la cruz de Cristo, el buen Pastor: así, por ejemplo, san Justino y san Zenón de Verona.

Dios como anfitrión. Siguiendo el mismo tono simbólico, el salmista hace ahora un viraje en su pensamiento. Del pastor guía y protector de sus ovejas, pasa ahora a la imagen del huésped espléndido o anfitrión que convida a un banquete. La imagen de la oveja queda también transformada en la del amigo o deudo del Señor que ha sido convidado a un festín. Y este festín no lo hemos de imaginar como un momento o un día especial: el pensamiento del salmista lo ve como una cosa continuada, de cada día. Así como el pastor siempre se preocupa de sus ovejas, las guía y las alimenta, así ahora, igualmente, el mismo Dios, con la figura del huésped, favorece magníficamente a aquellos que se sienten amados por él, les regala con dones exquisitos. Por esto el salmista no ha imaginado otra cosa más expresiva que un banquete: una mesa preparada, un ambiente de alegría y de riqueza (ungüento para la cabeza, rebosar de la copa).

La mención de los enemigos la hace el salmista para recalcar la seguridad de aquél que es favorecido por Dios; así como antes hablaba de cañadas oscuras, ahora menciona a los enemigos, que son ya impotentes y se ven como derrotados viendo la suerte feliz de aquél a quien querían malherir o aniquilar.

Dios, el gran protagonista del salmo, se nos describe con los colores más hermosos que puedan representar la bondad, la providencia, la ayuda, la generosidad, la esplendidez. Dios no deja nada de lo que pueda contribuir al bien, a la alegría, a la paz de sus fieles. Por esto el salmista confiesa, agradecido, que la bondad y la misericordia del Señor le acompañan siempre, todos los días de su vida. Constata su situación de privilegio, diríamos de mimo, la situación de un alma que se siente querida por Dios, que es bien consciente de sus favores, de su predilección.

Y de la misma forma, asegurado por su experiencia de un Dios tan inmensamente bueno y providente, lanza al futuro su mirada, se siente seguro de aquella bondad que ha experimentado siempre, y prorrumpe en una afirmación llena de fe y de esperanza: "habitaré en la casa del Señor por años sin término".

Solamente el espíritu cristiano puede comprender la profundidad de esta mención de la eternidad feliz. El salmista la ignoraba del todo en su tiempo, y por esto lo que él veía y pretendía era la certeza de vivir junto al templo del Señor hasta el final de sus días. Nada le separaría del templo, nada le alejaría de aquella intimidad, de aquella experiencia de un Dios que él mismo calificó de pastor y de huésped.

Nuevamente la antigua tradición cristiana leyó algunas veces esta segunda parte del salmo en clave sacramental: la mesa preparada sería la eucaristía: Para  San Cirilo de Jerusalén es una profecía de la iniciación cristiana: "El bienaventurado David te da a conocer la gracia del sacramento (de la Eucaristía),  cuando dice: “Has preparado una mesa delante de mis ojos, frente a los que me persiguen”.  ¿Qué otra cosa puede significar con esta expresión sino la Mesa del sacramento y del  Espíritu que Dios nos ha preparado? “Has ungido mi cabeza con óleo”. Sí. Él ha ungido tu  cabeza sobre la frente con el sello de Dios que has recibido para que quedes grabado con  el sello, con la consagración a Dios. Y ves también que se habla del cáliz; es aquél sobre el  que Cristo dijo, después de dar gracias: Este es el cáliz de mi sangre". El ungüento o la unción en la cabeza significaría la unción del Espíritu, la confirmación; las cañadas oscuras de antes (sombras de muerte) eran imagen del bautismo, ser sepultados con Cristo. Todas estas gracias sacramentales harán que el cristiano tenga siempre vida eterna, ahora ya en este mundo, y luego, para siempre, en la gloria (J. M. Vernet). Así, San Ambrosio:  "Escucha cuál es el sacramento que has recibido, escucha a David que habla. También  él preveía, en el espíritu, estos misterios y exultaba y afirmaba "no carecer de nada". ¿Por  qué? Porque quien ha recibido el Cuerpo de Cristo no tendrá jamás hambre. ¡Cuántas  veces has oído el salmo 22 sin entenderlo! Ahora ves qué bien se ajusta a los sacramentos  del cielo". San Gregorio de Nisa escribe: "En el salmo, David invita a ser oveja cuyo Pastor sea Cristo, y que no te falte bien alguno a ti para quien el Buen Pastor se convierte a la vez en pasto, en agua de reposo, en  alimento, en tregua en la fatiga, en camino y guía, distribuyendo sus gracias según tus  necesidades. Así enseña a la Iglesia que cada uno debe hacerse oveja de este Buen  Pastor que conduce, mediante la catequesis de salvación, a los prados y a las fuentes de la  sagrada doctrina". San Cirilo de Alejandría dice de este salmo que es  "el canto de los paganos convertidos, transformados en discípulos de Dios, que  alimentados y reanimados espiritualmente, expresan a coro su reconocimiento por el  alimento salvador y aclaman al Pastor, pues han tenido por guía no un santo como Israel  tuvo a Moisés, sino al Príncipe de los pastores y al Señor de toda doctrina en quien están  todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia".

Teodoreto de Ciro, al hablar de ese Pastor que da la vida por nosotros, comenta no sólo el salmo sino que nos lo pone en relación con lo que dirá a continuación la carta a los Efesios: “y, del mismo modo que el pastor, cuando ve a sus ovejas dispersas, toma a una de ellas y la conduce donde quiere, arrastrando así a las demás en pos de ella, así también el Verbo de Dios, viendo al género humano descarriado, tomó la naturaleza de esclavo, uniéndose a ella, y, de esta manera, hizo que volviesen a Él todos los hombres y condujo a los pastos divinos a los que andaban por lugares peligrosos, expuestos a la rapacidad de los lobos. Por esto, nuestro Salvador asumió nuestra naturaleza; por esto, Cristo, el Señor, aceptó la pasión salvadora, se entregó a la muerte y fue sepultado: para sacarnos de aquella antigua tiranía y darnos la promesa de la incorrupción, a nosotros, que estábamos sujetos a la corrupción. En efecto, al restaurar, por su resurrección, el templo destruido de su cuerpo, manifestó a los muertos y a los que esperaban su resurrección la veracidad y firmeza de sus promesas”.

3. Ef 2,13-18: Pablo alaba la obra redentora de Jesucristo como una gran obra de reconciliación entre todos los hombres, judíos y gentiles. Y no es que Jesús extendiera a los gentiles los privilegios de los judíos, sino que constituyó a unos y otros en una más alta dignidad para formar un solo pueblo. Cristo es nuestra paz, en Él todos están cerca y en la presencia del Padre. Pablo anuncia la reconciliación en Cristo como un hecho, por eso es evangelio, buena noticia. Cualquier imperativo ético se funda, según San Pablo, en este indicativo evangélico: reconciliados en Cristo y por Cristo, debemos reconciliarnos unos y otros. La ley mosaica fue para los judíos todo un sistema de protección, sin duda providencial, que les libró de buena parte de las aberraciones paganas de los gentiles. Pero esta misma ley había actuado igualmente como un factor de división entre los hombres, entre judíos y gentiles. El límite que en el templo de Jerusalén separaba el atrio de los gentiles y el de los judíos y que ningún gentil se atrevía a traspasar sin poner en peligro su propia vida, era la expresión más clara de esa división de los pueblos (cf Hech 21,27-31). Los judíos, orgullosos de su santa ley, no sólo se sentían especialmente elegidos por Dios y, en consecuencia, superiores a los gentiles, sino que además pretendían justificarse a sí mismos delante de Dios por el cumplimiento de los preceptos mosaicos. La conciencia de superioridad de los judíos exacerbaba a los gentiles y provocaba en ellos sentimientos de odio y desprecio. La muerte de Cristo en la cruz puso de manifiesto el pecado de judíos y gentiles y la universalidad de la gracia de Dios que todos necesitan y a todos les es concedida.

Ya no hay un pueblo especialmente santo en el que no quepan sin distinción todos los hombres. Cristo ha derribado con su muerte todos los muros sagrados para que todos los hombres tengan acceso libremente al Padre. Por eso es Cristo la paz y la reconciliación universal. Esta paz y esta reconciliación, ofrecida ya por Dios a todos los hombres, ha de ser aceptada por cada uno de los creyentes para que se verifique plenamente en el mundo. El establecimiento de la paz en Cristo es la superación radical de todas las jerarquías y discriminaciones que mediatizan la comunión con Dios y entre los hombres (“Eucaristía 1985”).

San Pablo hace alusión a este muro de separación entre los dos atrios: "Él (Cristo) ha hecho de los pueblos, judíos y gentiles, una sola cosa, derribando con su cuerpo el muro que los separaba: el odio." En efecto, el muro material era solamente un símbolo de la enemistad entre los pueblos. Esto lo sabía bien San Pablo por su propia experiencia y por eso interpreta así el significado de este muro: En su último viaje a Jerusalén, unos judíos de Asia organizaron un alboroto y trataron de linchar a San Pablo porque decían que él había introducido "a los gentiles en el Templo y había profanado así el lugar santo" (Hch 21,27 ss). A causa de este alboroto, San Pablo fue encarcelado, iniciando un camino penoso que terminaría con su martirio en Roma. Pero en el fondo de esta cuestión estaba todo el resentimiento de los judaizantes que no toleraban la libertad del Evangelio que proclamaba San Pablo y la superación de la ley mosaica: "Cristo ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas, haciendo las paces, para crear, en Él, un solo hombre nuevo".

Israel era el pueblo elegido de Dios, el pueblo que había recibido la ley de Dios, el pueblo que en esta ley reconocía la frontera que lo separaba de la gentilidad. Pero esta ley, una vez cumplida la misión necesaria en la historia de la salvación, fue abolida por Cristo, rompiendo de esta manera el muro que separaba a Israel de los gentiles (“Eucaristía 1970”).

Así comenta S. Agustín: “¿Qué poseerán los rectos de corazón, los que no se apartaron de Dios? Volvamos, hermanos, a la misma herencia, puesto que somos hijos. ¿Qué poseeremos? ¿Cuál es la herencia? ¿Cuál nuestra patria? ¿Cómo se llama? Paz. Os congratulo por ella; a ella os anunciamos; ella es la que reciben los montes, como los collados la justicia. Ella es Cristo, como dice San Pablo: Él es nuestra paz; Él hizo de dos pueblos uno solo y derribó la muralla de la división (Ef 2,14). Como somos hijos, poseeremos la herencia. ¿Cómo se llama esa herencia, sino Paz?

Ved, pues, que quienes no aman la paz han sido desheredados; y no aman la paz quienes dividen la unidad. La paz es posesión de los piadosos, posesión de los herederos. ¿Quiénes son los herederos? Los hijos. Escuchad el evangelio: Dichosos los pacíficos porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9). Escuchad así mismo la conclusión de este salmo: Paz sobre Israel. Israel significa el que ve a Dios, y Jerusalén visión de paz. Comprenda vuestra caridad: Israel significa el que ve a Dios, y Jerusalén visión de paz. ¿Quiénes no se conmoverán eternamente? Los que habitan en Jerusalén. Por tanto, no se conmoverán en toda la eternidad los que habitan en la visión de paz. Y paz sobre Israel. Luego siendo Israel el que ve a Dios, es así mismo el que ve la paz. Y también el mismo Israel es Jerusalén, porque el pueblo de Dios es la misma ciudad de Dios. Luego si el que ve la paz es el mismo que el que ve a Dios, con razón Dios es también la paz. Así, como Cristo, Hijo de Dios, es la paz, vino a recoger a los suyos y a apartarlos de los inicuos (…). Nosotros anunciemos la verdad y oigamos también la verdad. Seamos Israel y abracemos la paz porque Jerusalén es visión de paz y nosotros somos Israel. Paz sobre Israel”.

Juan Pablo II decía: “la mirada fija en el misterio del Gólgota debe hacernos recordar aquella dimensión ‘vertical’ de la división y de la reconciliación en lo que respecta a la relación hombre-Dios, que para la mirada de la fe prevalece siempre sobre la dimensión ‘horizontal’, esto es, sobre la realidad de la división y sobre la necesidad de la reconciliación entre los hombres. Nosotros sabemos, en efecto, que tal reconciliación entre ellos no es y no puede ser sino el fruto del acto redentor de Cristo, muerto y resucitado para derrotar el reino del pecado, restablecer la alianza con Dios y de este modo derribar el muro de separación que el pecado había levantado entre los hombres”. Este es el sentido profundo de la realidad nueva que surge con la Iglesia, con la redención, el nuevo Templo santo de Cristo edificado con su cuerpo que es la Iglesia sobre el cimiento de los Apóstoles… de lo cual habla el Evangelio que sigue.

4. Mc 6,30-34: El versículo inicial, informando sobre el retorno de los doce, empalma con el relato de su envío el domingo pasado. En Marcos el término “apóstol” tiene todavía la acepción normal de enviado, y su retorno viene envuelto en el calor del Maestro ante la afluencia de la gente (otras menciones en Mc 1,33; 3,7-8.20; 4,1-2; 5-21. En una de ellas, Mc 3,20, se hace referencia, lo mismo que hoy, a la dificultad de poder comer. Otras tres menciones, Mc 2,2.13; 4,1-2, presentan la misma secuencia de escenas que hoy: afluencia-enseñanza de Jesús. Como viene siendo habitual, tampoco hoy explicita Marcos la enseñanza. La única excepción a la regla ha sido la enseñanza en parábolas sobre el Reino de Dios en el cap. 4. Pero, como buena excepción, viene a confirmar la regla de que cuando Marcos no explicita la enseñanza es porque ésta se refiere a la llegada del Reino de Dios, enseñanza que Marcos ha colocado programáticamente al comienzo de la actividad de Jesús en 1,14-15. Lo que Marcos no había hecho en las menciones del gentío anteriores a la de hoy era valorar el hecho de la afluencia de la gente. Esta es la novedad y el interés central del texto de hoy).

Y hay un gesto muy humano de Jesús: les invita a descansar, en la soledad. El también  sabe lo que es la fatiga y busca a veces la soledad (en el monte, en el campo, o de noche).  No es bueno el "stress", aunque sea espiritual. "No tenían tiempo ni para comer". Todos los  que trabajan, también por el Reino, necesitan una cierta serenidad, y equilibrio mental y  psíquico. Otra cosa es que lo consiguieran. Fracasó este intento de retiro espiritual, porque la  gente les siguió agobiando con su presencia.

"Jesús vio la multitud y le dio lástima, porque andaban como ovejas sin pastor". Esta valoración reproduce la situación reflejada en 1R 22,17. "Estoy viendo a Israel desparramado por los montes, como ovejas sin pastor". Se trata de una imagen clásica en la literatura bíblica y que, salvo en Nm 27,17, aparece siempre en contextos de acusación a los pastores. La primera lectura litúrgica de hoy es un buen ejemplo. En el breve texto de hoy Marcos presenta a Jesús y a sus enviados como pastores del Pueblo de Dios en cuanto docentes de la llegada del Reino de Dios.

En la literatura bíblica el pastor va delante ahuyentando los miedos del rebaño. Estos miedos se pueden tipificar en una escisión o lucha entre el ansia de libertad por una parte y el deseo o necesidad de seguridad por otra. El pastor bíblico tiene en cuenta ambos deseos (libertad, seguridad) y no sacrifica ninguno de los dos. Por esta razón, la seguridad que ciertamente da el pastor bíblico está siempre ataviada de novedad y de imprevisión. Un ejemplo: Moisés y el pueblo en el desierto camino de la tierra anhelada. Las quejas del pueblo eran absolutamente razonables. El hambre y la sed estaban ahí, eran una realidad. El pueblo necesitaba agua y pan, sencillamente porque se estaba muriendo de sed y de hambre. Moisés, el pastor de ese pueblo, tenía que dar una solución. El pueblo le ofrecía una muy concreta: el agua y el pan de Egipto. ¡Pero eran el agua y el pan de la esclavitud! Moisés no la aceptó y a cambio les dio un agua y un pan inéditos, nuevos, imprevistos para el pueblo. En el evangelio de Marcos lo seguro y lo inédito o nuevo se concentran en una frase: el Reino de Dios ha llegado (Mc. 1, 15; cf Alberto Benito), Dabar 1988).

-Todos somos pastores al servicio de los demás, en mayor o menor grado: cada uno en su ambiente, tenemos la  responsabilidad de ayudar a los demás, con nuestro testimonio y con nuestra acción: unos  padres que educan a sus hijos en la fe, un joven que da testimonio ante sus amigos, los  que forman parte de los diversos grupos de animación de una parroquia (liturgia, atención a  los enfermos, etc.): todos somos misioneros y apóstoles. Las cualidades que aquí  aparecían como exigidas a los pastores, van para cada uno de nosotros. Incluyendo toda  clase de autoridad (también social, económica o política) que podamos tener, y que  debemos interpretar y vivir como servicio, y no como usufructo aprovechado (J. Aldazábal). El mundo de hoy sigue estando desorientado, "como ovejas sin pastor". En este año 2009-2010 en que pedimos por la santidad de los pastores al Sagrado Corazón de Jesús, el Papa recordaba que la invitación de Jesús a “permanecer en su amor” (cf Jn 15,9) se dirige a todo bautizado (...), esta invitación resuena con mayor fuerza para nosotros los sacerdotes; en particular esta tarde, solemne inicio del Año sacerdotal, que he convocado con motivo del 150º aniversario de la muerte del santo Cura de Ars”. El Catecismo de la Iglesia Católica recoge una expresión del Santo Cura de Ars, que Benedicto XVI ha citado estos días: «El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús»: “¿Cómo no recordar con conmoción que el don de nuestro ministerio sacerdotal ha manado directamente de este Corazón? ¿Cómo olvidar que nosotros, los presbíteros, hemos sido consagrados para servir humilde y autorizadamente al sacerdocio común de los fieles? Nuestra misión es indispensable para la Iglesia y para el mundo, que exige fidelidad plena a Cristo y una incesante unión con Él”.

Mons. Javier Echevarría Rodríguez, Prelado del Opus Dei, consideraba los escritos de san Josemaría sobre el alma sacerdotal de todos los fieles y animaba a pedir: Señor, danos sacerdotes santos. “Esta oración será siempre precisa y actual, con la idea clara de que todos nos beneficiaremos al implorar del Cielo la santidad del clero. Esta responsabilidad diaria nos afecta a todas y a todos. ¿Rezamos así, a diario? ¿Invitamos a otros para que se unan también a este ruego? (…).

Hijas e hijos míos, alcemos al Cielo nuestras plegarias —llenos de confianza y de optimismo— por la Iglesia, por la santidad de los sacerdotes y del pueblo de Dios. Roguemos que, en todas las naciones, aumente el número de personas que buscan a Cristo, que tratan a Cristo, que se enamoran de Cristo. Aquellas exhortaciones del Señor —la mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, por tanto, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies— son siempre actuales. Lo subrayó repetidamente san Josemaría. En una meditación predicada en 1964 se expresaba del siguiente modo: cuando pensamos, hijos míos, en las hambres de verdad que hay en el mundo; en la nobleza de tantos corazones que no tienen luz; en la flaqueza mía y en la vuestra, y en la de tantos que tenemos motivos para estar deslumbrados por la luz del Señor; cuando sentimos la necesidad de sembrar la Buena Nueva de Cristo, para que se pueda hacer esa siega de vida, esa siega de flor, nos acordamos —y es cosa que hemos meditado muchas veces— de aquel andar de Cristo hambriento por los caminos de Palestina (...).

Pasó Jesús en día de sábado junto a unos sembrados; y teniendo hambre sus discípulos, comenzaron a coger espigas y a comer los granos (Mt 12, 1). También ellos, como nosotros ahora, considerarían la necesidad de difundir la Buena Nueva, mientras andaban por un trigal restregando entre las manos aquellas espigas cuajadas y comiendo los granos con hambre.

 

Messis quidem multa. La mies, la muchedumbre de los hombres que entonces había y de los que habían de venir después, era mucha. Messis quidem multa, operarii autem pauci (Mt 9, 37): la mies es mucha pero los obreros son pocos. ¿No es esto lo que yo os digo tantas veces, de mil formas diversas? (...). Hay que acudir al Señor: rogate ergo Dominum messis ut mittat operarios in messem suam (Mt 9, 38), rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.

Hijas e hijos míos, caritas Christi urget nos, nos urge el amor de Jesucristo. Como a San Josemaría, esta consideración de San Pablo ha de llegarnos muy hondo. Dios Omnipotente, Dador de todas las gracias, está prendado de cada una y de cada uno de nosotros. Respondamos a tan grande gracia con un enamoramiento que crezca jornada tras jornada, convencidos de que la llamada suya siempre es nueva, ¡la mejor!, y hay que corresponder con sinceridad y constancia, con hambres de hacer realidad en nuestra vida las palabras de la Escritura: ecce ego, quia vocasti me, aquí estoy, porque me has llamado. Ser cristianos, ser hijos de Dios, con conocimiento de estas gracias y verdades, implica la exigencia de una generosidad sin límites. Sí, hemos de animar a todos a que vivan lo que san Josemaría apunta en Camino: venid con nosotros tras el Amor.

Por otro lado, Dios necesita muchos y santos sacerdotes, para que pueda haber muchos padres y madres de familia, jóvenes y personas mayores, gente de todas las condiciones, que se tomen en serio la vocación a la santidad y al apostolado recibida en el Bautismo. En este sentido ha glosado el Romano Pontífice: "Rogad, pues, al Dueño de la mies" quiere decir también: no podemos "producir" vocaciones; deben venir de Dios. No podemos reclutar personas, como sucede tal vez en otras profesiones, por medio de una propaganda bien pensada, por decirlo así, mediante estrategias adecuadas. La llamada, que parte del Corazón de Dios, siempre debe encontrar la senda que lleva al corazón del hombre.

Con todo, precisamente para que llegue al corazón de los hombres, también hace falta nuestra colaboración. Ciertamente, pedir eso al Dueño de la mies significa ante todo orar por esa intención, sacudir su Corazón, diciéndole: "Hazlo, por favor. Despierta a los hombres. Enciende en ellos el entusiasmo y la alegría por el Evangelio. Haz que comprendan que éste es el tesoro más valioso que cualquier otro, y que quien lo descubre debe transmitirlo" (Benedicto XVI).

He visto tantas veces a san Josemaría consumido por el celo de las almas: todo lo que hacía le parecía poco, e iba a más, a no robar nada de gloria a Dios y de servicio a las almas. ¿Nos comportamos así? ¿Amamos a Dios con un amor nuevo en cada jornada? ¿Enseñamos con nuestra conducta a amar a Dios?”.