San Mateo 13,18-23:
La palabra de Dios es viva y eficaz, camino para la felicidad, y germina en nosotros hasta darnos la vida eternas

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del libro del Éxodo 20, 1-17. En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos. No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. Fíjate en el sábado para santificado. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó. Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.» 

Salmo 18,8.9.10.11. R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. R. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.

Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila.  

Evangelio según san Mateo 13,18-23. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno.»  

Comentario: 1.- Ex 20,1-17 (ver domingo 3º de Cuaresma, ciclo B). La página de hoy condensa los diez mandamientos, el Decálogo de la Alianza entre Dios y su pueblo. De los capítulos 20-23 del Libro del Éxodo, sólo leemos el comienzo, para pasar después a la ratificación simbólica de la Alianza en el capitulo 24. Todo empieza con una frase básica: «yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la esclavitud de Egipto». Las normas de vida que el pueblo recibe no vienen de un Dios extraño, lejano. Vienen del mismo Dios que les quiere como un padre, que les ha liberado de la opresión, que les acompaña en su camino. La etapa del Sinaí es decisiva. Su grandiosa puesta en escena prepara a los hebreos a lo que va a suceder ahora: un pueblo encuentra a Dios a través de un mediador, Moisés, que sirve de lazo de unión entre los hombres y el misterio escondido de Dios.

-Yo soy el Señor, tu Dios... No solamente «soy Dios» sino «Yo soy tu Dios»... Dios se descubre como un ser en relación con los hombres. No conocemos a Dios «en sí mismo», sino que quiere ser «para nosotros, entre nosotros». Es el Dios de una «alianza», es un compañero de amor: «Yo soy tu Dios». -Que te ha sacado de Egipto, de la casa de servidumbre... Esta es la motivación profunda del decálogo, afirmada en exergo de la Ley: «os he liberado de la alienación, de la servidumbre y no para que recaigáis. Cada uno de mis diez mandamientos es como un balizaje que os guía para no recaer en servidumbre». ¡Estas palabras de Dios son a nivel interior, mucho más liberadoras que la salida de Egipto! Los diez mandamientos: Respetar a Dios... Respetar al hombre... Hoy, como siempre, existe la tentación de disociar las dos tablas de la ley. Según el propio temperamento, podemos evadirnos hacia un amor de Dios desencarnado que llega a olvidar las consecuencias concretas que ello comporta, o bien nos evadiría hacia un servicio activista del prójimo que se separaría de la exigencia y universalidad de su fuente. "Amad a Dios. Amad a vuestros hermanos". Dos mandamientos unidos (Mt 22,39). “No tendrás otros dioses…” Ahora bien, todavía HOY nos hallamos tentados de procurarnos ídolos, de apegarnos a cosas que no merecen nuestro afecto y que pueden alienarnos: el dinero, el placer, el confort, la belleza, la salud, el partido, nuestras propias ideas... cosas buenas en sí pero que pueden llegar a ser tremendas cadenas. «No adorarás falsos dioses.» Este decálogo no es otra cosa que el resumen de las grandes exigencias de toda conciencia humana. Son muchos los hombres y las mujeres que, sin conocer el evangelio, tratan de vivir ese ideal humano fundamental: ¿sabemos reconocer que, por ello, están ya en estado de Alianza con Dios? (Noel Quesson).

Los diez mandamientos -que en los capítulos siguientes están mucho más detallados- resumen el estilo de vida que se pide al pueblo elegido. Unos se refieren a la relación con Dios, empezando por el primero y más importante: «no tendrás otros dioses frente a mí». Los otros dan normas sobre el trato a los demás, empezando por el «honra a tu padre y a tu madre». Los mandamientos de la primera Alianza siguen siendo válidos. Son «diez palabras» (eso es lo que significa «decálogo») que Dios nos ha dirigido de una vez por todas, para que vivamos según sus caminos. Jesús no suprimió los mandamientos. Les dio motivaciones más profundas («amaos como yo os he amado») y los completó (sobre todo, con las bienaventuranzas y el sermón de la montaña). Los mandamientos no nos quitan la libertad: al contrario, son el camino de una vida digna, libre, en armonía con Dios y con el prójimo, que es el mejor modo de estar también en armonía con nosotros mismos. Los mandamientos son el camino para la verdadera liberación.  Podemos decir con humildad y alegría: «tú tienes palabras de vida eterna... la ley del Señor es perfecta y es descanso del alma... los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón», reconociendo el principio básico: «Yo soy el Señor tu Dios». Vamos a asomarnos hoy a las páginas que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a los mandamientos, entendidos ahora desde Cristo (3a parte: «La vida en Cristo»; segunda sección: «los diez mandamientos» no. 2052-2557). Es una buena actualización de esas palabras normativas de Dios, que siguen válidas para toda la humanidad y para nosotros, los cristianos.

Se recoge aquí, como en Dt 5, el Decálogo (10 palabras o mandamientos, o código moral), en el ambiente de la teofanía. Algunos preceptos negativos como “no matarás” en formulación apodíctica (negación, más futuro en segunda persona) es propia de los mandamientos bíblicos y difiere de la formulación casuística (cf Código de la Alianza en cc. 21-23). Los 10 mandamientos son el núcleo de la ética del AT y mantienen su valor en el Nuevo, como recuerda Jesús (cf Lc 18,20) y los completa (cf 5,17ss). Los Padres y Doctores de la Iglesia los han comentado con profusión pues como señala Santo Tomás de Aquino todos los preceptos de la ley natural están allí contenidos, tanto los universales (haz el bien y evita el mal) como los particulares, en sus principios y próximas conclusiones. Todo parte del reconocimiento de un Dios único, verdadero, y de la fe en Él (Catecismo 2113) y Cristo expulsará a los vendedores del templo (Jn 2,17) diciendo “el celo de tu casa me devora” (Sal 69,10).

El segundo mandamiento sobre respetar el nombre de Dios (Catecismo 2142) va seguido del precepto del sábado como día santo (cf Lv 23,3) y siempre tiene carácter religioso (cf 16,22-30) y el sabat es sábado y descanso al mismo tiempo, culto de homenaje a Dios y gozo.

El v. 12 cominza la segunda tabla con la atención a la familia (Catecismo 2197), iglesia doméstica (Lumen gentium 11). Luego se protege la vida que sólo es de Dios (sólo la legítima defensa individual o social es causa de privar de ella a alguien), y la muerte de los más débiles (aborto, eutanasia directa…) implica mayor gravedad (Juan Pablo II, Evangelium vitae 57)... los preceptos negativos entrañan toda una carga positiva que se irá desarrollando en sus potencialidades: presentar la otra mejilla, amar a los enemigos (Catecismo 2262). El sexto mandamiento se dirige a guadar la santidad del matrimonio y hacia ello iban dirigidas las penas severas recogidas en Dt 22,23ss, Lv 20,10. Luego se desarrolla la doctrina y se ve que todo desorden sexual degrada la dignidad de la persona y es ofensa a Dios (Pr 8,8-27; 23,27-28) y Jesús marca la orientación positiva (Mt 5,27-32): el hombre no debe separar lo que Dios ha unido (cf Mt 19,6; Catecismo 2336).

El v. 15 habla de no robar personas (Dt 24,7) ni bienes ajenos (Catecismo 2409) pero hay situaciones especialmente degradantes como el tráfico de niños, comercio de embriones humanos, toma de rehenes, arrestos o encarcelamientos arbitrarios, segregación racial, campos de concentración… esclavizar seres humanos, menospreciar su dignidad personal, tratrarlos como mercancía, objeto de consumo o fuente de beneficio: “no como un esclavo, sino… como un hermano… en el Señor” (Flm 16; Catecismo 2414) lo que originará la norma personalista: nunca tratar a una persona como un medio, sino quererla como un fin, en sí misma.

El falso testimonio va contra la verdad y la fidelidad en las relaciones humanas, fundamento de la vida social (Gaudium et spes 26), y atenta a ello la mentira y difamación (cf Si 7,12-13), calumnia y toda ofensa que dañe a la dignidad del prójimo (cf St 3,1-12: Catecismo 2464). Igualmente la codicia (concupiscencia de la carne, de los ojos… del bien ajeno: Catecismo 2514).

La etapa del Sinaí es decisiva. Su grandiosa puesta en escena prepara a los hebreos a lo que va a suceder ahora: un pueblo encuentra a Dios a través de un mediador, Moisés, que sirve de lazo de unión entre los hombres y el misterio escondido de Dios. Más que considerar uno a uno cada uno de los diez mandamientos, hay que tratar de meditar los grandes rasgos esenciales de este documento capital. -Yo soy el Señor, tu Dios... No solamente «soy Dios» sino «Yo soy tu Dios»... Dios se descubre como un ser en relación con los hombres. No conocemos a Dios «en sí mismo», sino que quiere ser «para nosotros, entre nosotros». Es el Dios de una «alianza», es un compañero de amor: «Yo soy tu Dios».

-Que te ha sacado de Egipto, de la casa de servidumbre... Esta es la motivación profunda del decálogo, afirmada en exergo de la Ley: «os he liberado de la alienación, de la servidumbre y no para que recaigáis. Cada uno de mis diez mandamientos es como un balizaje que os guía para no recaer en servidumbre». ¡Estas palabras de Dios son a nivel interior, mucho más liberadoras que la salida de Egipto! Los diez mandamientos: Respetar a Dios... Respetar al hombre... Hoy, como siempre, existe la tentación de disociar las dos tablas de la ley. Según el propio temperamento, podemos evadirnos hacia un amor de Dios desencarnado que llega a olvidar las consecuencias concretas que ello comporta, o bien nos evadiría hacia un servicio activista del prójimo que se separaría de la exigencia y universalidad de su fuente. "Amad a Dios. Amad a vuestros hermanos". Dos mandamientos unidos (Mt 22,39).

-No tendrás otros dioses más que a mí. No construirás ningún ídolo. Santificar el Sábado. Estos deberes para con Dios son liberadores: «nada» material merece nuestra adoración. Sólo Dios está por encima de todo. Todo lo restante es indigno del hombre. Ahora bien, todavía HOY nos hallamos tentados de procurarnos ídolos, de apegarnos a cosas que no merecen nuestro afecto y que pueden alienarnos: el dinero, el placer, el confort, la belleza, la salud, el partido, nuestras propias ideas... cosas buenas en sí pero que pueden llegar a ser tremendas cadenas. «No adorarás falsos dioses.»

-Honra a tu padre y a tu madre. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio. No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni cosa alguna que le pertenezca. Dios está de parte del hombre. Quiere liberarnos de nuestras agresividades, de nuestros egoísmos. Se ha llamado a esto «el programa político de Dios», un programa preciso y simple a la vez. Imaginemos cuál sería el progreso de la humanidad en dignidad y en felicidad, si este programa fuera respetado algún día... ¡si supiéramos, de veras, «amar» a los demás! Pero conviene traducir esto en términos de HOY, partiendo de los análisis de las situaciones humanas actuales: luchad por los ancianos, por los débiles indefensos... defendeos de la sexualidad incontrolada, construid una vida conyugal y familiar digna del hombre y de la mujer... combatid contra la explotación del hombre por el hombre, contra las desigualdades económicas... combatid la mentira, la falsa propaganda. Ias psicosis colectivas de violencia... etc.

-(Se resume aquí el ideal del hombre.) Este decálogo no es otra cosa que el resumen de las grandes exigencias de toda conciencia humana. Son muchos los hombres y las mujeres que, sin conocer el evangelio, tratan de vivir ese ideal humano fundamental: ¿sabemos reconocer que, por ello, están ya en estado de Alianza con Dios? (Noel Quesson).

2. Salmo 19/18 que completa el anterior, de gran perfección en su estructura y ritmo. Parecida al sol es la Ley del Señor. También sus excelencias proclaman la gloria de Dios. Son cantadas en seis afirmaciones. En ellas se contemplan las maneras en que se han manifestado (ley, preceptos, mandatos, mandamientos… etc.), se exponen sus cualidades (perfección, firmeza, rectitud, pureza…), y se señalan sus efectos saludables para el hombre (vida, sabiduría, alegría, luz… ideas que se desarrollan en Sal 119). El “temor del Señor” (v.10) ha de considerarse incluido en la ley en cuanto que ésta manda al hombre respetar y venerar a Dios.

3.- Mt 13, 18-23. Jesús explica otro aspecto de la parábola del sembrador: las diversas clases de terreno que suele encontrar la Palabra de Dios. Jesús mismo hace hoy la «homilía»: la aplicación de la Palabra a nuestra vida. Los diversos terrenos que encuentra la semilla que sale de la mano del sembrador se describen muy claramente: - la que cae al lado del camino y desaparece pronto por obra del maligno; - la que cae entre piedras y no arraiga, porque es superficial e inconstante y ante cualquier dificultad sucumbe; - la que se siembra entre zarzas y espinas, que no llega a prosperar por las diversas preocupaciones de la vida, sobre todo la de las riquezas; - y, finalmente, la semilla que cae en tierra buena, la tierra de quien escucha y acoge la Palabra, y produce el ciento o el sesenta o el treinta por uno.

Dios quiere que, en nuestro terreno, su Palabra produzca siempre el ciento por ciento de fruto. ¿Nos atreveríamos a decir que es así? Bueno será que nos preguntemos cada uno por qué la semilla del Sembrador, Cristo, no produce todo el fruto que él espera: ¿estamos distraídos? ¿somos superficiales? ¿andamos preocupados por otras muchas cosas y no acabamos de prestar atención a lo que Dios nos dice? ¿tenemos miedo a hacer caso del todo a su Palabra? A lo largo de las páginas del evangelio, se ve que la predicación de Jesús no en todos produce fruto: por superficialidad, hostilidad o inconstancia. Cuando, por ejemplo, Jesús les anunció el don de la Eucaristía -diciéndoles que sólo si creían en él, más aún, si le comían, iban a tener vida-, se le marchó un buen grupo de discípulos, asustados de lo que exigía el Maestro (Jn 6,60). La Palabra que Dios nos dirige es siempre eficaz, salvadora, llena de vida. Pero, si no encuentra terreno bueno en nosotros, no le dejamos producir su fruto. ¿Se nos nota durante la jornada que hemos recibido la semilla de la Palabra y hemos recibido a Cristo mismo como alimento? (J. Aldazábal).

La comunidad cristiana en sus comienzos debió experimentar innumerables decepciones con personas que comenzaban el seguimiento de Jesús con mucho entusiasmo y luego decaían hasta alejarse por completo. Lo mismo le debió ocurrir antes a Jesús con fervientes seguidores que luego lo abandonaban para correr detrás de cualquier novelería. La explicación de la parábola muestra diversas actitudes que se toman frente a la Palabra. Algunas personas oyen pero no entienden. No se esfuerzan por penetrar detrás de las palabras, y se quedan con ideas vagas e impresiones superficiales. Otras personas se alegran en el momento que escuchan, pero no tienen la suficiente perseverancia para enraizar su entusiasmo y abandonan el seguimiento de Jesús ante la primera dificultad. Algunos más, reciben la Palabra pero el agobio de las preocupaciones los hace olvidar y se alejan apenas después de haber comenzado. La "buena semilla" se refiere a las personas y comunidades que se esfuerzan por comprender la Palabra. Se entusiasman y su gozo permanece. Enfrentan la vida sin dejarse ahogar por el activismo y el afán de lucro. Las inevitables dificultades las afrontan desde su "hondón espiritual". En la actualidad, la Biblia está difundida en muchas lenguas y es relativamente fácil adquirir un ejemplar de ella. Sin embargo, faltan comunidades en donde se cultive su lectura y contemplación. Comunidades atentas al mensaje del Señor y dispuestas a ponerlo en práctica. Muchas personas leen anárquicamente la Palabra y la convierten en un recurso de emergencia para contrarrestar sus preocupaciones. No profundizan en su conocimiento y, pasada la emergencia, la abandonan. Otras compran bellos ejemplares y los colocan en un lugar visible, pero nunca los leen; la tienen como una de las tantas cosas que compran. Otras más, en medio de dificultades, debidas a la falta de educación y a problemas económicos, se acercan al Palabra para escucharla, meditarla y practicarla; poco a poco van profundizando vivencialmente en su conocimiento y abonan en su corazón la tierra fértil donde florece y produce abundantes frutos (Servicio Biblico Latinoamericano).

Hoy vemos la interpretación espiritual de la parábola del sembrador. Compara Jesús a los hombres con cuatro clases de terreno: la misma simiente, la misma Palabra divina, dan resultados más o menos profundos según la respuesta subjetiva que acordamos a la Palabra.

1º El que oye la palabra del reino y no la comprende... Las palabras materiales del evangelio han sido oídas o leídas; pero a la manera de una "lectura ordinaria". El evangelio es una palabra viva: el autor del evangelio, el que nos habla a través de las palabras, está vivo HOY... Se dirige a mí. No es pues ante todo una colección de ideas o de bonitos pensamientos, es el "encuentro con alguien". En una meditación sobre el evangelio, hay que hacerse siempre esta pregunta: ¿qué descubro de ti, Señor, a través de este pasaje evangélico?

2º El que recibe el mensaje con alegría; pero no tiene raíces, es el hombre inconstante: cuando surge la dificultad o persecución, falla. Algunos empiezan a meditar con entusiasmo, pues es verdad que al principio se suele encontrar mucha consolación en la oración. Pero es necesario perseverar. No basta seguir a Dios, cuando esto resulta agradable y fácil... también en la prueba y en la noche del espíritu es necesario perseverar. Hay un conocimiento profundo de Dios que no se adquiere más que con una larga e incansable frecuencia con el evangelio, leído, meditado y vuelto a meditar. Jesús se nos revela en esta frase como un hombre perseverante, que no se contenta con nuestros fervores pasajeros: espera nuestras fidelidades.

3º El que escucha la palabra, pero el agobio de esta vida, y la seducción de la riqueza la ahogan y se queda estéril. Hay que saber elegir. "No podéis servir a la vez a Dios y al dinero" (Mt 6,24) El descubrimiento de Dios es una maravillosa aventura que implica nuestra entrega y compromiso total: las preocupaciones mundanas, el agrado del placer, el afán de riqueza ¡pueden ahogar la Palabra de Dios! Hemos sido advertidos suficientemente y además tenemos de ello experiencia. Sobre la riqueza, Jesús tiene una palabra reveladora: habla de la "ilusión de la riqueza"... "del engaño de la riqueza"... La riqueza es un falso amigo: promete mucho y decepciona también mucho.

4º El que escucha el mensaje y lo entiende; ése sí da fruto y produce en un caso ciento, en otro sesenta, en otro treinta. Jesús nos ha advertido: la cosecha es maravillosa... pero la siembra es difícil. No hay recolección sin trabajo. Los labradores de Palestina lo sabían bien por experiencia. El Reino de Dios es semejante a esto. Es una invitación a la esperanza y al optimismo: ¡un solo grano de trigo puede producir cien granos! Es una invitación al trabajo y a la oración y esto depende de nosotros (Noel Quesson).

¿Por qué el sembrador de la parábola echa tanta semilla en el camino, entre matorrales o en el terreno que está lleno de piedras? La semilla morirá ciertamente o no dará la cosecha para la que estaba preparada. Si nosotros fuéramos los agricultores, solamente sembraríamos en la tierra buena. Lo otro sería desperdiciar la semilla. Lo mejor, por supuesto, es ser tierra buena. O lo que es lo mismo, en la interpretación de la parábola, lo mejor es ser de los que escuchan la Palabra, la comprenden y la viven. Pero tiene algo de inmenso derroche de amor por parte del sembrador-Dios echar la semilla-Palabra donde aparentemente, e incluso realmente, no hay ninguna esperanza. Es que Dios tiene otra forma de entender la agricultura. Quizá aquel pequeño brotar de la simiente en el camino o en el pedregal es suficiente motivo de alegría y de esperanza para el sembrador-Dios. Es la vida que se hace presente en medio de la muerte. Para el Dios de la vida no hay terreno absolutamente malo ni persona definitivamente perdida (Servicio Bíblico Latinoamericano).

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