XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6,1-15:
Jesús nos ofrece el pan de vida, y nos pide que seamos generosos, para darnos a los demás, para quitar el hambre a todos los niveles

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del libro segundo de los Reyes 4,42-44. En aquellos días vino un hombre de Bal-Salisá trayendo en la alforja el pan de las primicias -veinte panes de cebada- y grano reciente para el siervo del Señor. Eliseo dijo a su criado: -Dáselos a la gente para que coman. El criado le respondió: -¿Qué hago yo con esto para cien personas? Eliseo insistió: -Dáselos a la gente para que coman. Porque esto dice el Señor: «Comerán y sobrará.» El criado se los sirvió a la gente; comieron y sobró, como había dicho el Señor 

Salmo 144,10-11.15-16.17-18: R/. Abres tú la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.

Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente.

El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente. 

Carta de S. Pablo a los Efesios 4,1-6. Hermanos: Yo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo y lo penetra todo, y lo invade todo. Bendito sea por los siglos de los siglos. Amén. 

Santo Evangelio según San Juan 6,1-15. En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe: -¿Con qué compraremos panes para que coman éstos? (lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer). Felipe le contestó: -Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: -Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces, pero, ¿qué es eso para tantos? Jesús dijo: -Decid a la gente que se siente en el suelo. Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron: sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados; lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: -Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie. Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: -Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo. Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo. 

Comentario: 1. 2 R 4,42-44: Eliseo es el continuador de la misión profética de Elías. El ciclo de su actividad comienza con el traspaso de poderes: al recoger el manto de su maestro, recibe la "alternativa", queda investido de su poder (2,13 ss). Dividiendo las aguas (2,15), el nuevo Josué (Eliseo) sucede al nuevo Moisés (Elías): cfr. Jos 3,7; 4,14. La muerte del nuevo profeta se describe en 13,20. -El recuerdo de la misión de Eliseo se conservó en la escuela de profetas que recalcó su "poder milagrero". Con el paralelismo entre los milagros de Elías y Eliseo, la escuela de profetas quiere demostrarnos que el discípulo continúa la obra del maestro. Baal-Salisá estaba situada a unos 25 km al oeste de Guilgal. El pan de las primicias está destinado a Dios (cf Lv 23,17-18) y se lo ofrece al profeta, pero éste lo comparte por el hambre (como hará David con sus hombres hambrientos). La relación del texto con Jn 6 es clara, incluso la redacción es simillar: -"...el criado se los sirvió, comieron y sobró..." (v. 44).

El contexto del pasaje es una situación de hambre (4, 38). El pueblo está sufriendo en carne viva las consecuencias de un hambre prolongada. El pan de primicias es el pan hecho con la harina nueva de la cosecha reciente (Lev 23,17). Era una costumbre el llevar a los hombres de Dios, como signo de sacrificio y consagración a Dios, los primeros frutos del campo. Además, en la legislación sacerdotal, las primicias son uno de los ingresos del clero (cf Lev 23,20). Sin embargo, el relato va a adquirir un vuelo nuevo; lo que en principio estaba destinado para el goce de uno solo, por obra de Dios en manos de su profeta, se va a convertir en salud para muchos.

El paralelismo de este relato con los evangélicos de la multiplicación de los panes (cf. evangelio) es verdaderamente llamativo, como lo haremos notar. Digamos ahora que contiene casi todos los elementos del milagro: necesidad, dificultad, oposición aumentando la dificultad, recurso a la Palabra de Dios, comprobación y ratificación del milagro. Aunque la realidad y la fantasía se confunden, el mensaje queda manifiesto: Dios no abandona del todo a su pueblo como lo prueban las vidas de aquellos que han hecho una opción clara por el evangelio y quieren mantenerse en la fidelidad. "Se los sirvió a la gente". Estos son los verdaderos destinatarios del milagro. El milagro no lo es tanto porque exalta la figura del hombre de Dios, sino porque se hace en favor de los que quieren creer en Dios y necesitan un cauce de expresión de fe. Así es como el prodigio, lo maravilloso y portentoso, queda convertido en milagro, en signo de salvación (cf evangelio). El prodigio provoca admiración, pero el milagro empuja a la adhesión, a la postura de fe (“Eucaristía 1985”).

2. Salmo 144. Cada verso comienza con una de las letras del alfabeto... Signo de que se quiere cantar "la Alianza" en forma total... Los judíos recitan este salmo todos los días en el oficio matinal, respondiendo a la invitación del comienzo: "cada día, quiero bendecirte..." Jesús debió recitarlo miles de veces. El vocabulario de la alabanza hímnica es de una gran densidad: Exaltar... Bendecir... Alabar... Decir... Proclamar... El salmista no puede contenerse de "dar gloria" a su rey que es Dios. Alaba su "gloria", su "magnificencia", su "grandeza" su "poder", su "esplendor"... ¡Cualidades eminentemente reales! Pero canta también su "bondad", su "justicia", su "ternura", su "piedad", su "amor", su "fidelidad", su "proximidad"... Cualidades más que todo paternales. ¡Dios es Rey! Pero un rey que pone todo su poder al servicio de su amor y derrama sus bendiciones sobre la humanidad. No es un potentado dominador y lejano: se interesa por su creación y en ella difunde la vida. Todo el Evangelio testimonia que Jesús era "el hombre vuelto hacia Dios". El enviado del Padre. No tiene quereres personales: está sólo para hacer la voluntad del Padre. Jesús es la expresión viviente y la encarnación de esta ternura de Dios de que habla el salmo 144. El es aquel "que sostiene a los que caen y levanta a los agobiados". El "alimento" de vida, generosamente dado a todos los vivientes, es el "pan de cada día" que pedimos al Padre, pero es también este "pan de vida" misterioso que se nos da en la Eucaristía. Jesús hablaba a menudo del "reino de Dios": ¡Dios rey! Numerosas parábolas nos muestran este reino al que los hombres son introducidos personalmente por Jesús. "Yo soy rey, pero mi reino no es de este mundo". El mundo moderno, marcado por el ateísmo, está tentado de rechazar toda trascendencia... En esta perspectiva reduccionista, el universo y el hombre se bastan a sí mismos. Sin embargo los ateos más lúcidos, confiesan que esta condición humana es trágica. Y algunos redefinen al hombre como "un ser que solamente puede realizarse en dependencia de Otro". Malraux afirma lo siguiente: "El problema principal para un agnóstico de nuestro tiempo es el siguiente: puede existir una comunión sin trascendencia, y si no, ¿sobre qué puede fundar el hombre sus valores supremos? ¿Sobre qué trascendencia no revelada puede fundar su comunión? Escucho de nuevo el murmullo que escuchaba hace poco: si es para suicidarse, ¿para qué ir a la luna?". Finalmente, este salmo, sin controversia, ingenuamente, toma partido en este gran debate. Se trata de saber si el hombre puede definirse únicamente por lo "inmediato", "objeto de necesidad y de fabricación o de placer"... O bien si se define también, por una "apertura" a una realidad totalmente otra y que no depende de él: ¡Dios! En la perspectiva judeo-cristiana, Dios es el totalmente otro, el trascedente. ¡Dios es Dios! Esto es un balbuceo para hablar de El. Si fuera cierto que Dios está "a nuestro alcance", si El fuera de "nuestro mundo", si estuviera "al nivel de las cosas observables"... estaría a nuestro nivel, particular, pequeño. Si lograra limitar a Dios, comprenderlo totalmente, no sería más grande que mi pequeño cerebro. Dios no es del mismo orden de lo creado. El salmista lo dice hablando de su "magnificencia", de su "gloria", de su "grandeza". ¡Sí! Dios nos supera totalmente, así como el infinito es de un orden completamente diferente al finito. En nuestra época de comunicación intercultural, tenemos que aprender de los orientales el sentido agudo de nuestra pequeñez, de nuestra desaparición en el "gran todo" que nos supera. Sin embargo, nos resistimos a aceptar este "nirvana" integral, este "anonadamiento" integral. Dios quiere que existamos ante El. En la perspectiva judeo-cristiana, Dios es también el totalmente próximo, el inmanente, el Dios con nosotros, el Dios que hizo la Alianza. Esta perspectiva complementa la del salmo. Si tenemos en cuenta los dos aspectos, lograremos un pensamiento equilibrado, equilibrio que sólo Jesucristo llevó a total perfección: el hombre Dios.

Alabad, bendecid, proclamad, dad gracias. Si, según costumbre de la Sinagoga, utilizamos frecuentemente este salmo, surgirá poco a poco en nosotros una actitud esencial: el sentido de la "alabanza". Con frecuencia tenemos ante Dios la actitud del pedigüeño. Nuestras oraciones se aíslan con frecuencia en la petición, a riesgo de transformar a Dios en simple "motor auxiliar" de nuestras insuficiencias: cuando todo va bien, prescindimos de El... Si algo va mal, pedimos su ayuda... Releamos este salmo, descubriremos otra forma de oración. No hay una sola línea de "petición". Por el contrario, el vocabulario de alabanza es de una intensidad y de una variedad admirables: "te ensalzaré, Dios mío... bendeciré tu nombre... Te alabaré... Proclamarán tus hazañas... Repetiré tus maravillas... Proclamaré tus grandezas... Se recordarán tus inmensas bondades... Todos aclamarán tu justicia..." Es admirable el cúmulo de cualidades que el salmista encuentra en Dios: ¡Tú eres grande, Señor... Poderoso, admirable, glorioso, fuerte, bueno, justo, tierno, amante, eterno, verdadero, fiel, compasivo, próximo, atento, salvador... Nuestra vida de oración se transformaría totalmente si adoptáramos más a menudo este tono positivo de alabanza, en lugar de la oración de petición, que en el fondo, nos encierra en nosotros mismos, para poner a Dios a nuestro servicio!

Dime cómo es tu oración, y te diré quién eres. Hay personas que dicen "amar" a otra persona, y de hecho sólo se aman a sí mismas: todo su lenguaje, todas sus actitudes, son únicamente para "aprovecharse" del otro y no para "servirlo"... "A menudo somos también con Dios interesados egoístas". Aunque decimos a Dios "hágase tu voluntad", de hecho estamos diciendo "que mi voluntad sea hecha". La recitación frecuente de este salmo podría enseñarnos a adoptar con más frecuencia hacia Dios un verdadero lenguaje de amor, orientado hacia El, y no orientado hacia nosotros. Dime si tu oración es "contemplación", "admiración", "mirada extasiada hacia Dios"... Y te diré si tú lo amas verdaderamente. Dime si aceptas "perder el tiempo" con El y te diré si tú lo amas verdaderamente. Dime si pasas todo el tiempo hablando o si tú dejas de hablar para escuchar, y te diré si tú lo amas a El (Noel Quesson).

“El alcance de las acciones divinas motiva la invitación dirigida univeralmente: a las obras todas del Señor, a los fieles que le reconocen y a toodos los hombres, hijos de Adán. Se trata de la invitación a reconocer el reinado universal de Dios y su poder” (Biblia de Navarra). Así lo comenta S. Agustín: “Señor, que todas tus obras te confiesen y que todos tus santos te bendigan. Que te confiesen todas tus obras (Sal 144,10). ¿Qué decir? ¿No es la tierra obra suya? ¿No son obras suyas los árboles? ¿No son obra suya los animales domésticos, los salvajes, los peces, las aves? En verdad, también ellos son obra suya. Pero ¿cómo le confesarán estos seres? Veo que sus obras le confiesan en las personas de los ángeles, pues los ángeles son obras suyas; y también le confiesan sus obras cuando le confiesan los hombres, pues los hombres son obras suyas. Pero ¿acaso las piedras y los árboles tienen voz para confesarle? Sí, confiésenle todas sus obras. ¿Qué estás diciendo? ¿También la tierra y los árboles? Todos son obra suya. Si todas las cosas le alaban, ¿por qué no han de confesarle todas las cosas? El término confesión no indica sólo la confesión de los pecados, sino también la proclamación de alabanza; no suceda que siempre que oigáis la palabra confesión penséis únicamente en la confesión del pecado. Hasta el presente así se cree, de forma que cuando aparece el término en las Escrituras divinas, la costumbre lleva a golpearse el pecho inmediatamente. Escucha cómo hay también una confesión de alabanza. ¿Tenía, acaso, pecados nuestro Señor Jesucristo? Y, sin embargo, dice: Te confieso, ¡oh Padre!, Señor del cielo y de la tierra (Mt 11,25). Esta confesión es, pues, de alabanza. Por tanto, ¿cómo ha de entenderse: Señor, que todas tus obras te confiesen? Alábente todas tus obras.

Pero no hemos hecho más que trasladar el problema de la confesión a la alabanza. En efecto, si no pueden confesarle los árboles, la tierra y cualquier ser insensible, porque les falta la voz, tampoco podrán alabarle, porque también les falta la voz para hacerlo. Y, sin embargo, ¿no enumeran aquellos tres jóvenes que caminaban en medio de las llamas inofensivas para ellos a todos los seres, puesto que tuvieron tiempo no sólo para no arder, sino también para alabar a Dios? Pasan revista a todos los seres desde los celestes hasta los terrenos: Bendecidle, cantadle himnos, exaltadlo por los siglos de los siglos (Dn 3,20.90). Ved como entonan un himno. Con todo, nadie piense que la piedra o el animal mudos tienen mente racional para comprender a Dios. Quienes creyeron eso se apartaron inmensamente de la verdad. Dios creó y ordenó todas las cosas: a unas les dio sensibilidad, entendimiento e inmortalidad, como a los ángeles; a otras, sensibilidad, entendimiento con mortalidad, como a los hombres; a otras les dio sensibilidad corporal, mas no entendimiento ni inmortalidad, como a las bestias; a otras no les dio ni sensibilidad ni entendimiento ni inmortalidad como a las hierbas, a los árboles y a las piedras; sin embargo, ellas, en su género, no pueden faltar a esa alabanza puesto que Dios ordenó a las criaturas en ciertos grados que van desde la tierra al cielo, de lo visible a lo invisible, de lo mortal a lo inmortal.

Este concatenamiento de la criatura, esta ordenadísima hermosura, que asciende de lo inferior a lo superior y desciende de lo supremo a lo ínfimo, jamás interrumpida, pero acomodada a la disparidad de los seres, toda ella alaba a Dios. ¿Por qué toda ella alaba a Dios? Porque cuando tú la contemplas y adviertes su hermosura, alabas a Dios por ella. La belleza de la tierra es como cierta voz de la muda tierra. Te fijas y observas su belleza, ves su fecundidad, su vigor, ves cómo concibe la semilla, cómo con frecuencia germina aquello que no se sembró; la observas y esa tu observación es como una pregunta que le haces. Tu investigación es una pregunta. Pues bien, cuando, lleno de admiración, sigues investigando y escrutando y descubres su inmenso vigor, su gran hermosura y luminoso poder, dado que no puede tener en sí y de sí misma tal poder, inmediatamente te viene a la mente que ella no pudo existir por sí misma, sino que recibió el ser del Creador. Lo que has hallado en ella es la voz de su confesión, para que alabes al Creador. En efecto, si consideras la hermosura de este mundo, ¿no te responde su hermosura como a una sola voz: «No me hice a mí misma, sino que me hizo Dios»?

Luego, Señor, que tus obras te confiesen y tus santos te bendigan. Que tus santos contemplen la creación que te confiesa, para que te bendigan ante la confesión de las criaturas. Escucha también la voz de los santos que le bendicen. ¿Qué dicen tus santos cuando te bendicen? Proclaman la gloria de tu reino y anuncian tu poder. ¡Cuán poderoso es Dios que hizo la tierra! ¡Qué poderoso es Dios que llenó la tierra de bienes! ¡Qué poderoso es Dios que dio a cada animal su propia vida! ¡Qué poderoso es Dios que infundió en el seno de la tierra las diversas semillas, para que germinara tanta variedad de frutales, tanta hermosura de árboles! ¡Qué poderoso es Dios, qué grande es Dios! Tú pregunta, la criatura responderá; y por su respuesta, cual confesión de la criatura, tú, santo de Dios, bendices a Dios y anuncias su poder”.

Así comentaba Juan Pablo II: “El Salmo está dirigido al Señor a quien se invoca y describe como «rey» (v. 1), representación divina dominante en otros himnos de los salmos (cf Salmo 46; 92; 95-98). Es más, el centro espiritual de nuestro canto está constituido precisamente por una celebración intensa y apasionada de la realeza divina. En ella se repite en cuatro ocasiones -como indicando los cuatro puntos cardenales del ser y de la historia- la palabra hebrea «malkut»», «reino» (cf vv 11-13). Sabemos que esta simbología regia, que tendrá un carácter central también en la predicación de Cristo, es la expresión del proyecto salvífico de Dios: él no es indiferente a la historia humana, es más, tiene el deseo de actuar con nosotros y para nosotros un designio de armonía y de paz. Toda la humanidad está también convocada a cumplir este plan para obedecer a la voluntad salvífica divina, una voluntad que se extiende a todos los «hombres», a «toda generación» y a «todos los siglos». Una acción universal, que arranca el mal del mundo y entroniza la «gloria» del Señor, es decir, su presencia personal, eficaz y trascendente (…) es una especie de oración en forma de letanía que proclama la entrada de Dios en las vicisitudes humanas para llevar toda la realidad creada a una plenitud salvífica. No estamos a la merced de fuerzas oscuras, ni estamos solos con nuestra libertad, sino que hemos sido confiados a la acción del Señor poderoso y amoroso, que instaurará para nosotros un designio, un «reino» (cf. v 11).

Este «reino» no consiste en el poder o el dominio, el triunfo o la opresión, como sucede por desgracia con frecuencia con los reinos terrenos, sino que es la sede de una manifestación de piedad, ternura, bondad, de gracia, de justicia, como confirma en varias ocasiones en los versículos que contienen la alabanza (…) Es una gozosa alabanza al Señor como soberano amoroso y tierno, preocupado por todas sus criaturas. En efecto, el centro del canto está constituido por la celebración intensa y apasionada de la realeza divina, que es la expresión del proyecto salvífico de Dios. No estamos a merced de fuerzas oscuras, ni estamos solos con nuestra libertad, sino que hemos sido confiados a la acción del Señor poderoso y amoroso, que tiene para nosotros un designio, un reino que instaurar. Este reino no consiste en el poder o el dominio, el triunfo o la opresión, como sucede con frecuencia en los reinos terrenos, sino que es la sede de una manifestación de piedad, ternura y bondad, como afirma el Salmo: «el Señor es lento a la cólera y rico en piedad». Por eso comenta San Pedro Crisólogo: «"Grandes son las obras del Señor", pero más grande aún es su misericordia»”.

El reinado universal de Dios se manifiesta en su protección de los débiles, y en la providencia que da alimento a todos los seres vivos (vv. 15-16; cf Sal 104,27-28). Esto lleva al alma contemplativa a ver a Dios en todo:  “hablando ahora según el sentido y afecto de la contemplación, es de saber que en la viva contemplación y conocimiento de las criaturas echa de ver el alma haber en ellas tanta abundancia de gracias y virtudes y hermosura de que Dios las dotó, que le parece estar todas vestidas de admirable hermosura y virtud natural, sobrederivada y comuniada de aquella infinita hermosura sobrenatural de la figura de Dios, cuyo mirar viste de hermosura y alegría el mundo y a todos los cielos; así como también con abrir su mano, como dice David (Sal 144,16), llena todo animal de bendición” (San Juan de la Cruz).

Es un reinado de justicia (v. 17) en cuanto que responde con bondad y salvación a quienes le invocan y le aman, y deja perecer a quienes le odian: “para alcanzar las peticiones que tenemos en nuestro corazón, no hay mejor medio que poner la fuerza de nuestra oración en aquella cosa que es más gusto de Dios; porque entonces no sólo dará lo que le pedimos, que es la salvación, sino aun lo que él ve que nos conviene y nos es bueno, aunque no se lo pidamos, según lo da bien a entender David en un salmo (144, 18), diciendo: Cerca está el Señor de los que le llaman en la verdad, que le piden las cosas que son de más altas veras, como son las de la salvación; porque de éstos dice luego (Ps 144,19): La voluntad de los que le temen cumplirá, y sus ruegos oirá, y salvarlos ha. Porque es Dios guarda de los que bien le quieren. Y así, este estar tan cerca que aquí dice David, no es otra cosa que estar a satisfacerlos y concederlos aun lo que no les pasa por pensamiento pedir” (San Juan de la Cruz).

3. Ef 4,1-6: Cristo ha unido a los hombres, judíos y gentiles, en un solo pueblo. Por eso, los cristianos han de poner empeño en mantener la unidad del Cuerpo de Cristo, unidad compatible con la variedad de dones y tareas con que Dios ha vestido a cada uno para favorecer el crecimiento de la Iglesia (cf Unitatis redintegratio 2). Vuelve de nuevo otra vez en este pasaje, más explícitamente aún que en otros este tema de la unidad: el Espíritu que anima el Cuerpo de Cristo y la esperanza que hace nacer (v. 4); el Señor resucitado, la fe en esta resurrección y el bautismo que hace participar en ella (v. 5); finalmente, el Padre que está sobre todos, dentro de todos y en todos (v. 6). Se trata, pues, de una fórmula trinitaria: en efecto, el secreto de la unidad de los hombres reside en la vida común de las tres divinas Personas. Pero la fórmula menciona al Padre en tercer lugar, en vez de hacerlo en el primero (cf Ef 1,3-14), porque se trata de una unidad que se va realizando progresivamente al ascender la Humanidad, con el Espíritu y Cristo, hasta el Padre mismo. Para demostrar cómo lo que funda, no solo la unidad de la Humanidad toda, sino también de cada persona en particular es la vida divina, Pablo establece una relación entre cada una de las virtudes teologales y cada una de las personas de la Trinidad: el Espíritu alimenta la esperanza (1 Cor 12,13; Ef 2,18; Rom 8,26-27), Cristo llama a la fe (Rom 10,8-17) y el Padre está "en todos" para hacer nacer en ellos amor y comunión (2 Cor 13,13; Fil 2,1). La teología ha elaborado tantas explicaciones áridas del misterio de la Trinidad que no es difícil ya considerar la Trinidad como el fundamento de la vida cristiana y de la unidad de los hombres. Sin embargo, la Trinidad proporciona su verdadero sentido a toda manifestación de amor, puesto que realiza la perfecta unidad entre personas que no dejan de ser perfectamente distintas. ¿No anhela acaso esta unidad toda persona cuando ama a otra persona? Participamos del misterio trinitario cuando entramos en un tipo de comunión con todos los hombres, en el que cada uno no puede ser feliz más que en relación con todos. Al relacionar las virtudes teologales con cada una de las personas de la Trinidad, Pablo afirma que el hombre participa de la vida trinitaria en tanto en cuanto vive su vida como un don de Dios proporcionado por Jesucristo.

Sin la Trinidad, cualquier intento humano de unidad está condenado al fracaso, bien porque peca de individualismo, bien porque anula a la persona. Por el contrario, en la relación a la Trinidad el hombre puede llegar a ser él mismo. Será un testigo perfecto de la Trinidad el cristiano que se preocupe de que todos los que están a su alrededor, lejos o cerca, sean reconocidos por lo que ellos son y de que estén armoniosamente implicados en una comunión profunda. ¿No es debido, en parte, a una imperfecta comprensión de esta presencia de la Trinidad en el centro mismo de las exigencias cristianas el que la Trinidad se haya convertido en un dogma, el cual, ciertamente, aceptamos, pero sin alegría ni interés alguno? (Maertens-Frisque).

La carta a los Efesios es menos una carta de circunstancias que una exposición lírica y didáctica de la fe cristiana. En este cap. 4 comienza la segunda parte de la carta (caps. 4-6) que se podría denominar como una "exhortación a los bautizados" para vivir una vida cristiana nueva basada sobre todo en la unidad. Así, a la discordia (vv. 1-3) y a la herejía (vv. 14-16) que amenaza a la Iglesia, la carta opone las fuentes de la unidad: la presencia del Espíritu que actúa junto con Jesús y el Padre (vv. 4-6) y la actividad convergente de los ministerios (vv. 7-13). Esta unidad se realiza en el dinamismo de un crecimiento (vv. 12-13, 15-16). La exigencia de concordia en la comunidad hace como un eco de la reunificación del universo entero (cf Col 1,20), junto con la incorporación de los judíos y los paganos en un único pueblo de Dios. Aquí la iglesia es considerada como algo más universal que las comunidades concretas: es ese signo vivo y universal de la verdad de Cristo. Por eso una comunidad dividida y basada sobre el ansia de divismo que anida en todo corazón humano puede ser un verdadero peligro, algo que corroe lo más nuclear de la fe. La "esperanza" significa aquí aquello que se espera (cf Col 1,5; Ef 1,18): designa menos el hecho de esperar que el contenido mismo de la espera (como en castellano decimos "tengo esperanzas"). En el fondo esa esperanza queda concretada en una sola persona, la de Jesús. Todo lo que hace lo más puro de la fe, aquello que se guarda como un tesoro, nosotros lo vertemos en el molde del Jesús de la historia. De ahí parte todo para la iglesia que cree y ahí quiere terminar todo para bien de los que esperan. Los vv. 4 al 6 forman una breve aclamación litúrgica con predominio de ritmo ternario. En su origen era probablemente una confesión de fe bautismal, modificada sin duda por el autor de la carta. La insistencia sobre "uno solo, una sola" recuerda un poco el estilo de confesiones de fe israelitas. La influencia de este pasaje sobre el símbolo de Nicea es evidente. El v. 6 se acaba con una doxología inspirada en fórmulas de la corriente estoica. Tampoco podemos excluir de este pasaje un cierto tono polémico o apologético. Ya hemos dicho que el escrito tiene un cierto aire doctrinal. No viene nada mal al creyente el tener quien le recuerde, por medio de la lectura de la Palabra, estas bases de la fe cristiana (“Eucaristía 1985”).

Así comenta S. Agustín: “Os exhorto a que caminéis de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad de alma y mansedumbre, soportándoos mutuamente en el amor, solícitos por conservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Ef 4,1-3). ¿Cuál será la realidad si tal es la prenda que hemos recibido? Hay quienes solamente se han revestido de Cristo por haber recibido el sacramento, pero están desnudos de él por lo que se refiere a la fe y las costumbres. También son muchos los herejes que tienen el mismo sacramento del bautismo, pero no su fruto salvador, ni el vinculo de la paz. Como dice el Apóstol tiene la forma de la piedad, pero niegan su fuerza (2 Tim 3,5). O bien están sellados por los desertores o bien son ellos mismos desertores, llevando el sello del buen rey en la carne merecedora de condenación. Ellos (los donatistas) nos dicen: «Si no somos fieles, ¿por qué no nos administráis el bautismo?». Como si no hubieran leído que también Simón el Mago recibió el bautismo, lo que no le obstó para oír de boca de Pedro: No tienes parte ni lote alguno en esta fe. Ved que puede darse que alguien tenga el bautismo de Cristo, pero no la fe y el amor de Cristo; que tenga el sacramento de la santidad, y no sea contado en el lote de los santos. Ni importa, por lo que se refiere al solo sacramento, el que alguno reciba el sacramento de Cristo donde no existe la unidad de Cristo, pues también quien ha sido bautizado en la Iglesia, si pasa a ser desertor de la misma, carecerá de la santidad de vida, pero no del sello del sacramento. Pues efectivamente se demuestra que al abandonarla no lo pudo perder por el hecho de que no se le reitera al volver, del mismo modo que el desertor del ejército está privado de los legítimos camaradas, pero no del sello del rey. Y aquél, aunque marque a otro con idéntico sello, no lo hace partícipe de la vida, sino compañero en el castigo; pero si él regresa, y el otro entra a formar parte del ejército legítimo y regular, apaciguada la ira del rey, al primero se le perdona el abandono y al segundo se le acoge. En ambos se repara la culpa, a ambos se les perdona el castigo, a ambos se les otorga la paz, pero en ninguno se reitera el sello. Que no nos digan, pues: «Si ya tenemos el bautismo, ¿qué vais a darnos?». No saben lo que dicen y ni siquiera quieren leer lo que atestigua la Sagrada Escritura, a saber, que dentro de la misma Iglesia, en la comunidad de los miembros de Cristo, fueron muchos los bautizados en Samaria que no recibieron el Espíritu Santo y que permanecieron sólo con el bautismo hasta que llegaron los apóstoles desde Jerusalén; y que, por el contrario, Cornelio y los que estaban con él merecieron recibir el Espíritu Santo antes de recibir el bautismo. De esta manera, Dios dejó claro que una cosa es el sello de la salvación y otra la salvación misma; que una cosa es la forma exterior de la piedad y otra la fuerza de la piedad. «Si ya tenemos el bautismo, ¿qué vais a darnos?». ¡Oh vanidad sacrílega; la de pensar que no es nada la Iglesia de Cristo que no poseen! De esta forma piensan que los que se integran en ella no reciben nada. Dígales el profeta Amós: ¡Ay de aquellos que convierten en nada a Sión! (6,1). «Si ya tengo el bautismo -dice-, ¿qué puedo recibir?». Recibirás la Iglesia que no posees, recibirás la unidad que no tienes, recibirás la paz de que careces. Y, si todo eso te parece ser nada, lucha, desertor, contra tu emperador, que te dice: Quien no recoge conmigo, desparrama (Lc 11,23). Lucha contra su Apóstol; mejor, también aquí contra él mismo, que hablaba por su boca. Dice el Apóstol: Soportándoos mutuamente en el amor, solícitos por conservar la unidad de Espíritu en el vínculo de la paz (Ef 4,2-3). Piensa en los términos empleados: soportar, amor, unidad del Espíritu, paz. El Espíritu aquí mencionado y que tú no tienes, es el autor de todo ello. ¿Acaso supiste soportar, tú que te apartaste de la Iglesia? ¿A quién amaste cuando abandonaste los miembros de Cristo? ¿Qué unidad posees cuando permaneces en ese cisma sacrílego? ¿Qué paz en tan criminal disensión? ¡Lejos de nosotros pensar que esas cosas son nada! ¡Tú sí que eres nada sin ellas! Si desprecias el recibirlas en la Iglesia, puedes recibir ciertamente el bautismo, mas para mayor suplicio, si no está acompañado de otras cosas. El bautismo de Cristo, en efecto, con ellas es garante de tu salvación, sin ellas es testigo de tu maldad”.

“Pero ¿adónde puede apartarse el cristiano, para no tener que gemir entre falsos hermanos? ¿Adónde ha de ir? ¿Qué ha de hacer? ¿Dirigirse a la soledad? Los escándalos le seguirán. El que ha hecho progresos en el bien, ¿ha de apartarse para no tener que soportar absolutamente a nadie? ¿Qué hubiera pasado si nadie hubiera querido soportarle a él antes de llegar a ese nivel de perfección? Por tanto, si por el hecho de haber hecho progresos no quiere soportar a nadie, está demostrando no haber progresado nada.

Preste atención vuestra caridad a estas palabras del Apóstol: Soportándoos mutuamente en el amor, esforzándoos por guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Ef 4,2.3). Soportándoos mutuamente: ¿No tienes nada que otro tenga que soportar en ti? Me produce extrañeza el que así sea. Pero supongamos que es así: Si ya no tienes nada que los otros tengan que soportar en ti, eres más robusto para soportar a los demás. Nadie tiene que soportarte, soporta tú a los demás. «Pero no puedo», afirmas. «Entonces ya tienes algo que los demás tienen que soportar en ti». Soportándoos mutuamente en el amor. Si abandonas los asuntos humanos, y te alejas del mundo para que nadie te vea, ¿a quién puedes ser de provecho? ¿Hubieses alcanzado tú esa meta sin la ayuda de nadie? ¿O acaso has de derribar el puente por el hecho de haber tenido tú pies más veloces para pasar? Os exhorto a todos; mejor, os exhorta la voz de Dios: Soportándoos mutuamente en el amor.

«Me apartaré -dice alguien- en compañía de unos pocos buenos. Con ellos me encontraré a gusto. Pues comprendo que es algo impío y cruel el no ser de provecho a nadie. No es esto lo que me ha enseñado mi Señor». En efecto, no condenó al siervo por haber dilapidado lo que había recibido, sino por no haberlo hecho fructificar. Deducid la pena que ha de recibir quien lo malgaste, del castigo que recibió el perezoso. Siervo malvado y perezoso (Mt 25,14-30), le dijo el Señor al condenarlo. No le dijo: «Has malgastado mi dinero»; tampoco le dijo: «Te di tanto y no me lo has devuelto en su totalidad», sino: «Te castigaré porque no produjo intereses, porque no lo hiciste fructificar». Dios es avaro de nuestra salvación.

«Así, pues, -dice alguien- me apartaré en compañía de unos pocos buenos; ¿qué tengo yo que ver con la masa?» Bien: esos pocos buenos, ¿de qué masa los has elegido? ¡Y eso suponiendo que esos pocos sean todos buenos! Con todo es buena y digna de alabanza la decisión humana de vivir en compañía de quienes han elegido una vida tranquila; alejados del bullicio mundano, de las masas agitadas, de las grandes olas del siglo, se hallan como en el puerto. Pero ¿hallárá allí el gozo? ¿Hallará ya allí la alegría prometida? Aún no; sino que todavía encontrará el llanto y la preocupación de las tentaciones. También el puerto tiene entrada por alguna parte, pues si careciese de ella, ninguna nave entraría a él. Y a veces por esa parte abierta entra el viento con fuerza y, aunque no hay escollos, las naves se resquebrajan igualmente chocando entre sí. ¿Dónde habrá seguridad, si no la hay en el puerto? Con todo, son más dichosos los que se encuentran en el puerto que los que se hallan en el mar: hay que confesarlo, hay que admitirlo; es verdad. Ámense las naves, júntense bien en el puerto, no choquen unas con otras. Manténgase allí la igualdad y la constancia de la caridad; y si alguna vez irrumpen los vientos por la parte abierta, haya un gobierno prudente”.

4. Jn 6, 1-15 (paralelos: Mt 14,13-21; Mc 6,32-44; Lc 9,10-17): comenzamos el relato que se divide en 5 domingos, del discurso eucaristíco de Cafarnaum. La Pascua antigua, la antigua multiplicación (cf. 1a. lectura) será reemplazada por la inmolación de Cristo y por la celebración de la eucaristía. Allí Eliseo ordena a su servidor el dar a comer a la gente, aquí Jesús mismo da de comer, pero es una acomodación de la cena (en los sinópticos dan los discípulos). Allí la pequeña cantidad de alimento y el gran número de comensales conduce a una objeción del servidor, aquí la pequeña cantidad de alimento para tan gran número de comensales conduce a la objeción de los discípulos (en Jn dos discípulos, primero Felipe, luego Andrés). Allí Eliseo ignora la objeción y da la orden de que los comensales se sienten. Allí Eliseo pronuncia un oráculo de Yavhé, aquí Jesús levanta los ojos al cielo. Allí la gente come y queda un resto, aquí la gente come, se harta y se recogen cuidadosamente los restos… Los panes de cebada, pan inferior (era el pan de la gente pobre), suena como un antitipo de la eucaristía: la multiplicación de estos panes es un signo material, mientras que el pan de vida es un alimento fundamental, espiritual (recordar la misma técnica en 4, 35). En el fondo lo que se da es la misma persona de Jesús. En este verso 15 vemos la manifestación de la fe "al ver el signo": los galileos creen en Jesús por el milagro que se acaba de realizar; no lo perciben como "signo", como vehículo de revelación. La mala intelección de un mesianismo temporal, la ausencia de fondo de fe a una determinada concepción religiosa obstaculizaron el servicio de fe que pretendía el signo vital que es la persona de Jesús. Cuando las expresiones de fe se sobreponen a la fe misma, se corre el riesgo de ahogar toda posibilidad de encuentro con Dios (“Eucaristía 1985”).

La lectura del evangelio de Marcos (precisamente cuando se llega a la multiplicación de los panes) queda interrumpida durante cinco domingos por la del capítulo sexto del evangelio de Juan sobre el pan de vida. -"Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos": Como antes de la proclamación de las Bienaventuranzas, Jesús sube a la montaña y se sienta en actitud de enseñar. Se acerca la Pascua y la gente se aglomera alrededor de Jesús, que plantea una pregunta que se parece a la de Moisés para con Yahvé ante el pueblo hambriento en el desierto (Nm 11, 13). El evangelista, inmediatamente, nos aclara que en boca de Jesús la pregunta tiene sólo un valor pedagógico.

-"Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces": Un muchacho con la comida de los pobres, el pan de cebada más asequible y unos peces secos. La generosidad de un joven hace posible el milagro… el poner algo de nuestra parte… siempre hay instrumentos… como en las bodas de Caná.

-"Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió...": La acción de gracias se refiere a la bendición judía, pero la expresión de repartir los panes él mismo, recuerda la última cena de la narración sinóptica. No es extraño: la narración de la multiplicación de los panes en todos los evangelios, al relacionarse estrechamente con el alimento que recibe la nueva comunidad (la Eucaristía) recibió el influjo de su lenguaje. Las referencias mutuas entre multiplicación de los panes y Eucaristía están patentes en el arte cristiano de los primeros siglos.

-"Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada": Eco de la recogida del maná y también de los sobras del pan eucarístico. También se ha visto simbolizada en la recogida, la reunión de la Iglesia y, en las doce canastas, la obra de cada apóstol.

-"Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo": Una primera relación que se establece entre Jesús que da aquel alimento del pan es con Moisés, por cuya intercesión el pueblo recibió el maná. Pero también es posible la relación con el profeta Eliseo por el episodio de la multiplicación de los panes leído en la primera lectura. Seguramente que en las expectativas populares las figuras mesiánicas se mezclaban, por eso no es extraño que, a continuación, se hable de que querían "proclamarlo rey". Aquí hay una identificación entre el profeta parecido a Moisés y el Mesías rey. Jesús es visto por la gente de Galilea como aquel que viene a dar cumplimiento a las expectativas de salvación prometidas en el AT y, muy a menudo, representadas por medio de un banquete abundante (Joan Naspleda).

Juan complementa muchas veces sus relatos con una explicación doctrinal. Así, en el capítulo 6 de su Evangelio, el relato abarca los vv. 1-25, y la explicación los vv. 26-66. Basta comparar la versión de Juan de la multiplicación de los panes con las de los sinópticos para descubrir sus temas esenciales. Los tres primeros evangelistas colocan la multiplicación al término de un día de predicación; San Juan, por el contrario, le asigna todo el espacio y da a entender que la multitud acude para comer. Sea lo que fuere, Jesús se presenta entonces como quien da de comer (v. 5), mientras que en los sinópticos distribuye el pan a falta de otra solución (Mt 15, 32-33).

a) Primer tema, el maná, y de una manera más general, la experiencia del desierto. El diálogo entre Cristo y Felipe recuerda la conversación que tuvo lugar entre Moisés y Yahvé antes que este último multiplicara hasta la saciedad el alimento reclamado por el pueblo (Núm 11,21-23). Juan es igualmente el único que destaca el entusiasmo de la multitud después de la comida (v. 15) y el descubrimiento que hace en Jesús del "Profeta" anunciado para los últimos tiempos como un nuevo Moisés (Dt 18,15-18).

La recogida de los restos (v. 13), al contrario que en la versión sinóptica, contrapone el maná corruptible (Ex 16,16-21) con el pan de Jesús imperecedero (Jn 6,27, 31) y signo de eternidad. Ya en el Antiguo Testamento (Dt 8,2-3; Sab 16,28), el maná no era considerado como un simple elemento corporal, sino como el signo de la Palabra viva de Dios y como una llamada a la fe. Lo mismo sucede con el maná nuevo presentado por Jesús: el discurso que sigue lo demostrará (Jn 6,30-33).

b) Segundo tema del relato, el banquete escatológico. La pregunta formulada por Jesús en el v. 5 hace pensar en la comida de los pobres (Is 55,1-3; 65,13), puesto que el pan bendecido por Jesús era un pan de cebada, alimento habitual de los pobres (un detalle que solo recoge San Juan). Este elemento escatológico prepara las nociones de pan de vida y de pan de inmortalidad (Jn 6,27-50) desarrolladas en el discurso que viene a continuación. Jesús anuncia así el cumplimiento del designio de Dios de comunicar su vida a los pobres.

c) En este relato, es Jesús quien dirige el diálogo (vv. 5-10) y reparte los panes (v. 11). De esta forma quiere Juan llamar la atención sobre la persona misma de Jesús. Pero cuando esa persona está expuesta a ser mal comprendida, Juan se apresura a devolver a Jesús a su misterio (v. 15). El discurso que sigue adopta también esa perspectiva multiplicando las afirmaciones "Yo soy", de Jesús (Jn 6,35,48-50,51). El banquete servido por el Mesías va, pues, destinado a iniciar a los discípulos en la inteligencia del misterio de la personalidad de Cristo.

d) Las características exodíaca, escatológica y personal de la multiplicación de los panes encuentran su síntesis en la perspectiva eucarística de ese banquete. La alusión a la proximidad de la fiesta de Pascua es una primera señal de ello (v. 4). Además, la fórmula de bendición de los panes es la que los sinópticos traen a propósito de la Cena (v. 11; cf. Lc 22,19). Mediante esas alusiones eucarísticas, Juan prepara la explicación clara de los vv. 53-56. ¿La Iglesia de hoy sigue multiplicando los panes para quienes tienen hambre? Más concretamente, ¿frente al problema del hambre en el mundo, su misión es algo más que recordar continuamente a sus miembros sus obligaciones individuales y colectivas? Jesús sació a hombres que tenían hambre y reveló su misterio a partir de una realidad terrestre. El pan que repartió no era solo sobrenatural: no es posible revelar el pan de la vida eterna sin comprometerse realmente en las tareas de solidaridad humana. El amor a los pobres, lo mismo que a los enemigos, es el test por excelencia de la calidad de la caridad. Reconocer a los pobres el derecho a recibir el pan de vida es comprometerse hasta el final con las exigencias del amor y materializar en una nueva multiplicación de los panes a escala del planeta el gesto alimenticio iniciado por Cristo. La Eucaristía distribuye el pan de vida en abundancia como revelación de la persona de Cristo, signo escatológico y sacramento de la Pascua. Pero no puede darse una verdadera recepción de ese pan de vida sino mediante una disponibilidad absoluta que hace de cada participante un hermano de los más pobres entre los hombres (Maertens-Frisque).

"Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea (o de Tiberíades)". Hay un éxodo, un paso a través del mar hacia una tierra donde abunda el amor y la generosidad de Dios. Jesús es este nuevo Moisés, que hace a su pueblo capaz de andar y de seguirle en esa travesía. "Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos". Este acontecimiento se realiza cuando se acerca la Pascua, la fiesta que conmemoraba el antiguo éxodo. Aquél es figura de éste. "Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos". Con motivo de la Alianza, Moisés subió al monte dos veces: la primera, acompañado por los notables (Ex 24,1-2,9,12); la segunda, después de la idolatría del becerro de oro, subió solo (Ex 34,3; se lee mañana, en el año I). También en este episodio subirá Jesús dos veces al monte: una, al principio, donde aparece acompañado de sus discípulos; la segunda, después del intento de proclamarlo rey, él solo. El "monte" representa el lugar donde reside la gloria de Dios. Jesús subió al monte. Está en su lugar propio, la esfera divina. Y se sentó allí. Es su actitud permanente. Él es para los hombres el lugar donde la gloria de Dios reside y se manifiesta. "Jesús entonces levantó los ojos y al ver que acudía mucha gente...". Jesús, al otro lado del mar, representa una alternativa, que el evangelista hace presente ahora a los hombres de todo lugar y tiempo que se acercan a Jesús. "...dice a Felipe: ¿con qué compraremos panes para que coman estos? (lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer)". La escena tiene detalles que recuerdan los del Éxodo. Como allí en el desierto, se plantea el problema de la subsistencia, que había sido una tentación para los israelitas, haciéndoles desear la esclavitud de Egipto. La época de Israel en el desierto fue un tiempo en que hubo de demostrar su fidelidad a Dios: el pueblo pone a prueba a Dios, pero, con más frecuencia es Dios quien pone a prueba al pueblo. En esta situación de éxodo, Jesús pone a prueba a Felipe, el discípulo a quien él mismo ha invitado a seguirlo, y por eso, en cierto modo, prototipo de todos los que él llama. Jesús enfrenta a Felipe y con él, a la comunidad, con la realidad que tiene delante: personas que quieren seguir a Jesús, que quieren verse libres de su pasado... y que no pueden bastarse por sí mismas. Jesús para poner a prueba a Felipe, a la comunidad, aborda directamente la cuestión del dinero como medio para satisfacer esa necesidad. Es interesante la pregunta de Jesús porque es la pregunta que la comunidad se hace a sí misma: ¿con qué "compraremos" panes para que coman "estos"? No es un diálogo entre Jesús y la comunidad. Es la misma comunidad, en cuyo interior se percibe la presencia de Jesús, la que se pregunta cómo va a solucionar los problemas del mundo. "Felipe le contestó: Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo". El denario, el jornal de un obrero. Doscientos denarios, más de medio año de trabajo, para que a cada uno le toque un pedazo. Ateniéndose a los principios de este mundo, resulta imposible a los discípulos satisfacer la necesidad de la gente. Felipe, que no ve más horizonte, confiesa su impotencia. Para Felipe, el éxodo fracasa. "Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?" El lugar donde está el muchacho es donde están los discípulos. Representa, por tanto, al grupo de discípulos que está con Jesús, en su condición de debilidad y su pobreza de medios. Andrés habla de los panes y peces como de algo de lo que puede disponer pero que cree insuficiente. Por su edad y por su condición, el muchacho, es un débil, física y socialmente. Lo más desproporcionado que pueda encontrarse como solución a la magnitud del problema. El muchacho significa también a la comunidad en cuanto servidora de la multitud: el muchacho de la tienda, la muchacha de servicio. La comunidad se presenta ante el mundo como un grupo socialmente humilde, sin pretensión alguna de poder ni dominio, dedicado al servicio de los hombres. 5+2=7:La totalidad. El alimento es poco, pero es todo lo que tienen.

"... dijo la acción de gracias". Dar gracias a Dios significa reconocer que algo que se posee es don recibido de él y, como tal, muestra de su amor, y alabarlo por ello. En este caso se le dan gracias por la existencia de los panes, producto de su obra creadora, ayudada por el trabajo del hombre. Al reconocer su origen en Dios, como don suyo, se desprenden de su poseedor humano, el niño-grupo de discípulos, para hacerse propiedad de todos, como la creación misma. La señal que da Jesús, o el prodigio que realiza, consiste precisamente en liberar la creación del acaparamiento egoísta que la esteriliza, para que se convierta en don de Dios para todos.

Según Andrés, no se podía repartir porque no bastaba lo que se poseía; cuando ya no se posee, por haberlo hecho de todos por la acción de gracias, se demuestra que había más que suficiente. Jesús mismo distribuye el pan y el pescado. Al restituir a Dios, con su acción de gracias, los bienes de la comunidad, Jesús restaura su verdadero destino, que es la humanidad entera. Con su acción, Jesús enseña a sus discípulos cuál es la misión de la comunidad: la de manifestar la generosidad del Padre, compartiendo los dones que de él se han recibido. Se convierte este signo en una celebración de la generosidad de Dios a través de su Hijo que, en la comunidad, multiplica lo que ésta posee al ponerlo a disposición de los hombres. Aparece así el sentido profundo de la Eucaristía que, de expresión de amor entre los miembros de la comunidad, pasa a ser signo del amor de Dios al mundo, continuación del don de su propio Hijo. "La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo. Jesús sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo". Hay quienes piensan en hacerlo rey. Un propósito que está en abierta contradicción con la actitud que él ha adoptado antes, poniéndose a servir a los comensales. La fuente de abundancia que Jesús ha abierto, es el amor de Dios, capaz de multiplicar lo que parece desproporcionado al objetivo. Pero ellos pretenden cambiar su programa mesiánico, hacerlo rey, conferirle el poder que él rechaza. Ante esta perspectiva, Jesús huye; se aleja de aquellos que pretenden deformar su mesianismo. Se retira solo, como Moisés subió solo al monte después de la traición del pueblo. El monte representa la esfera divina, la gloria y amor de Dios. El paralelo con Moisés muestra la gravedad de lo sucedido. Al intentar hacer de Jesús un Mesías poderoso, repiten la idolatría cometida por los israelitas en el desierto. Allí quisieron adorar a Dios, pero bajo la imagen que ellos mismos se habían hecho de él. Ahora éstos están dispuestos a reconocer a Jesús, pero según la idea que ellos mismos se han forjado. Esta idea del Mesías era común en la esperanza del pueblo y esta idea causará el rechazo de Jesús por parte del pueblo y la actitud de Pedro en el huerto, que lo llevará a negar a Jesús. La subida de Jesús al monte está en relación con la cruz. Es allí y de esa manera como Jesús será rey. Entonces, sus discípulos lo dejarán solo. La soledad humana de Jesús es el abandono de los discípulos.

S. Agustín comenta: “Gran milagro es, amadísimos, hartarse con cinco panes y dos peces cinco mil hombres y aún sobrar doce canastos. Gran milagro, es verdad; pero el hecho no es tan de admirar si pensamos en su hacedor. Quien multiplicó los panes entre las manos de los repartidores, ¿no multiplica las semillas que germinan en la tierra y de unos granos llena las trojes? Pero como se realiza todos los años, nadie se admira de ello. No es su insignificancia la causa de que nadie se admire, sino su frecuencia. Al hacer estas cosas, el Señor hablaba a las mentes, no tanto con palabras, como por medio de obras. Los cinco panes simbolizan los cinco libros de la ley de Moisés; porque la ley antigua es, respecto al evangelio, lo que la cebada al trigo. En esos libros se contienen grandes misterios sobre Cristo. Por eso decía él: Si creyerais a Moisés me creeríais también a mí, pues él ha escrito de mí (Jn 5,46). Pero, como en la cebada el meollo está debajo de la paja, de idéntica manera está velado Cristo en los misterios de la ley; y como los misterios de la ley se despliegan al exponerlos, igual los panes crecían al repartirlos. Al haberos expuesto esto os he partido el pan. Los cinco mil hombres significan el pueblo sometido a los cinco libros de la ley; los doce canastos son los doce apóstoles, que, a su vez, se llenaron con los fragmentos de la ley. Los dos peces son o bien los dos mandamientos del amor de Dios y del prójimo, o bien los dos pueblos: el de la circuncisión y el del prepucio, o las dos funciones sagradas, la real y la sacerdotal. Volvamos al hacedor de estas cosas. Él es el pan que ha bajado del cielo. Un pan que restablece, sin menguar él; se le puede sumir, pero no consumir. Este pan estaba figurado en el maná, por lo que se dijo: Les dio pan del cielo; el hombre comió pan de los ángeles (Sal 77,24-25). ¿Quién, sino Cristo es el pan del cielo? Mas para que el hombre comiera pan de los ángeles, el Señor de los ángeles se hizo hombre. Si no se hubiera hecho hombre, no tendríamos su carne; y si no tuviéramos su carne, no comeríamos el pan del altar. Puesto que se nos ha dado una prenda tan valiosa, corramos a tomar posesión de nuestra herencia. Suspiremos, hermanos míos, por vivir con Cristo, pues tenemos en prenda su muerte. ¿Cómo no ha de darnos sus bienes quien ha sufrido nuestros males? En esta tierra, en este siglo perverso, ¿qué abunda sino el nacer, trabajar, padecer y morir? Examinad las cosas humanas, y desmentidme, si miento. Ved si los hombres están aquí para otro fin que nacer, padecer y morir. Tales son los productos de nuestra región; eso es lo que abunda en ella. A proveerse de tales mercancías bajó del cielo el Mercader divino. Y como todo mercader da y recibe, da lo que tiene y recibe lo que no tiene, también Cristo dio y recibió. Pero ¿qué recibió? Lo que abunda entre nosotros: nacer, padecer y morir. Y ¿qué dio? Renacer, resucitar y reinar para siempre. ¡Oh mercader bueno, cómpranos! Mas, ¿qué digo «cómpranos», si más bien debemos darle gracias por habernos comprado? Y ¡a qué precio! Al precio de tu sangre que bebemos. Sí, nos das el precio. El evangelio que leemos es nuestro documento.

Somos siervos tuyos, somos criaturas tuyas, porque nos hiciste y nos redimiste. Un esclavo puede comprarlo cualquiera; lo que no es posible es crearlo; el Señor, en cambio, creó y redimió a sus siervos. Por la creación les dio la existencia; por la redención, la libertad. Habíamos ido a parar a manos del príncipe de este mundo, el seductor y esclavizador de Adán, principio y origen de nuestra esclavitud; pero vino el Redentor y fue vencido el seductor. Y ¿qué hizo el Redentor al que nos tenía esclavos? Para rescatarnos, hizo de la cruz un lazo, donde puso su sangre de cebo; sangre que el enemigo pudo verter y no mereció beber. Y como derramó la sangre de quien nada le debía, fue obligado a devolver los que le debían; por haber derramado la sangre del inocente, se le obligó a desprenderse de los culpables. El salvador, en efecto, derramó su sangre para borrar nuestros pecados, y así, por la sangre del Redentor, quedó borrado el documento con que el diablo nos sujetaba. Los vínculos de nuestros pecados eran los que nos sujetaban a él; tales eran las cadenas de nuestra cautividad. Y vino él, y encadenó al fuerte con su pasión y entró en su casa, es decir, en los corazones donde moraba y les arrebató sus vasos. Él los había llenado de su amargura, y aún se la dio a beber a nuestro Redentor con la hiel; pero al arrebatarle los vasos que había llenado y hacerlos propios, nuestro Señor vertió su amargura y los llenó de dulzura”.

Más de la mitad del mundo tiene hambre, mientras la otra mitad está harta. Aquéllos tiene hambre de pan y de justicia, éstos están hartos de pan y de todo. Los primeros mueren de hambre y desesperación ante la insolidaridad de los otros. Los segundos también se mueren aburridos de su crecimiento económico, de drogas, de alcohol, de stress, de autocomplacencia, de indiferencia hacia los pobres. Los pobres son la mayoría del mundo, la mayoría de cada pueblo. Hay muchísima gente que no puede comer. Hay muchísima gente que no puede obtener dinero para poder comer. Hay muchísimos que no pueden encontrar trabajo para obtener dinero con que comer. Hay muchísimos que, aun trabajando o habiendo trabajado, reciben salarios y pensiones miserables, insuficientes, discriminatorios. Alguien ha inventado una escala salarial astronómica que permite a unos pocos disfrutar de todo (de la ciencia, de la técnica, del desarrollo, del progreso...) y niega a los más disponer incluso de lo necesario. Los inventores se llaman economistas, capitalistas, liberales, demócratas, socialistas... superhombres. Pero no parecen tener conciencia de pertenecer al género humano. No son como los demás, como los pobres. Los ricos son los menos en el mundo y en cada país. Y están bien cebados de todo: de mansiones, de lujos, de comodidades, de caprichos, de megalomanías y grandilocuencia. Defienden la democracia, pero no la libertad de los otros. Se declaran socialistas, pero no defienden la igualdad de los otros. Proclaman los derechos humanos, pero niegan el derecho fundamental a los otros. Se les llena la boca con el progreso, pero reprimen a los otros en el retraso. Hablan y hablan, pero no dejan hablar a los otros. Los pobres tiene hambre de pan. Pero tienen más hambre de justicia, de igualdad, de solidaridad, de cooperación, de ilusión, de esperanza, de vida. Los ricos están hartos de todo. Pero no están hartos aún de egoísmo, de ambición, de poder, de dinero, de dominio, de insolencia, de deshumanización, de armas y de muerte (“Eucaristía 1988”).

Danos el pan de cada día, danos arrestos para trabajar la tierra y sembrar y cosechar y repartir y comer. Danos lo de cada día, no lo de mañana o pasado mañana, para que no confiemos en nuestras seguridades, sino en Ti y en tu providencia. Arranca de nosotros la ambición, para que no acaparemos lo de los otros, ni despojemos a los otros de lo suyo, sino que sepamos respetar y colaborar. Líbranos del egoísmo. Aparta de nosotros la tentación del crecimiento indefinido, no nos dejes caer en el egoísmo, ni en el etnocentrismo o el racismo. Concédenos un corazón nuevo para poder llamarte cada día "Padre", para llamar a todo el mundo "hermano", y para ser hermanos repartiendo, compartiendo, sentados a la misma mesa en este mundo, para sentarnos contigo en la mesa de tu reino (“Eucaristía 1991”).

El pueblo siempre está hambriento y es importante descubrir sus diversos niveles de hambre. Existe hambre física. Los gritos de los pobres, de los que no tienen nada siguen soñando hoy con la misma fuerza y dramatismo que en tiempos de Cristo. Es escandaloso que en la mesa del mundo los alimentos mejores y la abundancia pertenecen a los pueblos llamados cristianos, mientras que la gran mayoría, como nuevos Lázaros, están sentados a la puerta sin tener que comer. Son muchos miles los que diariamente mueren de hambre. Existe hambre espiritual. Hambre de paz de unidad, de salvación. Es el hambre último de la fe, que es precedido del hambre penúltimo de la justicia y del progreso. Por eso compromiso social y compromiso espiritual no son dos cosas distintas, ya que no puede existir unidad en la fe, sin unidad en el amor. Para multiplicar el pan hay que poner una base, debe existir la colaboración humana. Sin cinco panes de cebada no hubiesen podido comer cinco mil hombres. Siempre es sorprendente constatar que Dios multiplica con más generosidad y por encima de los cálculos humanos. Lo importante es que el cristiano colabore en la acción de Cristo, aunque su contribución no baste para solucionar todos los problemas (Andrés Pardo).