San Mateo 13,31-35:
El pecado no limita la fidelidad de Dios, sino que va obrando su misericordia en la historia y abriéndose camino como Jesús muestra en las parábolas del Reino

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del libro del Éxodo 32,15-24.30-34: En aquellos días, Moisés se volvió y bajó del monte con las dos tablas de la alianza en la mano. Las tablas estaban escritas por ambos lados; eran hechura de Dios, y la escritura era escritura de Dios, grabada en las tablas. Al oír Josué el griterío del pueblo, dijo a Moisés: -«Se oyen gritos de guerra en el campamento.» Contestó él: -«No es grito de victoria, no es grito de derrota, que son cantos lo que oigo.» Al acercarse al campamento y ver el becerro y las danzas, Moisés, enfurecido, tiró las tablas y las rompió al pie del monte. Después agarró el becerro que habían hecho, lo quemó y lo trituró hasta hacerlo polvo, que echó en agua, haciéndoselo beber a los israelitas. Moisés dijo a Aarón: -«¿Qué te ha hecho este pueblo, para que nos acarreases tan enorme pecado?» Contestó Aarón: -«No se irrite mi señor. Sabes que este pueblo es perverso. Me dijeron: "Haznos un Dios que vaya delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le ha pasado." Yo les dije: "Quien tenga oro que se desprenda de él y me lo dé"; yo lo eché al fuego, y salió este becerro.» Al día siguiente, Moisés dijo al pueblo: -«Habéis cometido un pecado gravísimo; pero ahora subiré al Señor a expiar vuestro pecado.» Volvió, pues, Moisés al Señor y le dijo: -«Este pueblo ha cometido un pecado gravísimo, haciéndose dioses de oro. Pero ahora, o perdonas su pecado o me borras del libro de tu registro.» El Señor respondió: -«Al que haya pecado contra mí lo borraré del libro. Ahora ve y guía a tu pueblo al sitio que te dije; mi ángel irá delante de ti; y cuando llegue el día de la cuenta, les pediré cuentas de su pecado.» 

Salmo 105,19-20.21-22.23: R. Dad gracias al Señor porque es bueno.

En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición; cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come hierba.

Se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam, portentos junto al mar Rojo.

Dios hablaba ya de aniquilarlos; pero Moisés, su elegido, se puso en la brecha frente a él, para apartar su cólera del exterminio.  

Santo evangelio según san Mateo 13,31-35. En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: -«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.» Les dijo otra parábola: -«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.» Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.»  

Comentario: 1.- Ex 32,15-24.30-34: Moisés baja del Sinaí con las Tablas de la Ley. Sin duda, ha aprendido en Egipto el arte de escribir; el uso de escribir sobre la piedra es ya conocido en su época. Es muy posible incluso que sea uno de los primeros en utilizar la escritura protoalfabética, cuyos testimonios más antiguos, conservados, son originarios precisamente del Sinaí. El dedo de Moisés, al grabar el decálogo sobre la piedra, es al mismo tiempo el dedo de Dios (versículo 16).

a) A su regreso al lugar donde estaba acampado el pueblo de Israel, Moisés descubre el becerro de oro (vv. 17-18) y, ante un divorcio tan descomunal entre el monoteísmo y el espiritualismo contenidos en aquellas tablas y el culto materialista y naturista que tenía ante sus ojos, se queda anonadado. En su cólera destruye las tablas escritas por Dios, indicando que el pecado ha quebrantado la Alianza, y que la principal consecuencia y castigo del pecado es la falta de Ley (cf Am 8,11-12), lo que hoy llamaríamos la pérdida del sentido del pecado. Moisés destruye el becerro porque no tiene en sí ninguna fortaleza. Las tablas eran “obra de Dios” (v. 16), mientras que el becerro es de hombres (v. 20). La estatua (vv. 19-20), que reducida a añicos, es tirada al río en donde los hebreos calman su sed y se refrescan, como para recordarles continuamente el pecado que acababan de cometer y hacerles beber hasta las heces aquel agua contaminada por la idolatría, gesto que recuerda las hordalías (cf Nm 5,23-24) pero que tiene que ver como finalidad que el pecado es personal, sólo quienes pecaron reciben el castigo.

b) Aarón se defiende tan torpemente de su complicidad en el culto del becerro de oro (vv 23-24), que apenas si se puede confiar ya en su sacerdocio para reconciliarse con Yahvé, recuerda el reproche que Dios dirigió a Adán (cf Gen 3,11). Sólo Moisés es suficientemente íntegro para ejercer su "mediación". Así sucederá a menudo en Israel, en donde el clero, demasiado comprometido, deberá ser reemplazado por el profeta y, más adelante, por el profeta único Jesucristo. Pero la mediación de Moisés no impedirá que el castigo divino caiga sobre el pueblo, aunque sin comprometer su marcha hacia la salvación. A pesar de las flaquezas e infidelidades de los hombres, Dios seguirá siendo fiel… (Maertens-Frisque/Biblia de Navarra).

-Moisés bajó de la montaña con las dos tablas de la ley. Cuando llegó cerca del campamento vio el becerro de oro y los coros de danzar. La historia del pueblo de Dios está jalonada por los beneficios de Dios y por los pecados de ese pueblo. Acababa de festejarse la celebración solemne de la Alianza. Moisés había vuelto al Sinaí. Durante su ausencia, Israel fabrica un «becerro de oro» y le profesa culto cantando y bailando a su alrededor. Ese "becerro de oro" ha pasado a ser, en Occidente, una imagen clásica para simbolizar la idolatría, en particular el culto de la riqueza. Esta interpretación no es falsa, pero es demasiado limitada. De hecho Aaron había pedido a la gente que aportara sus joyas: el pueblo se despojó pues de sus riquezas para ofrecerlas a Dios. Su falta no era pues ésta. -Yo les dije: «¿Quién tiene oro?» Ellos se despojaron de sus riquezas y me las dieron. Descubrimos aquí toda la ambigüedad del pecado. Los israelitas creen hacer el bien y honrar a Yavéh. Pobre gente ¡cuán parecidos son a nosotros! que a menudo caemos también en la trampa del mal sin darnos del todo cuenta de nuestro error ¡Señor, haznos lúcidos! Ayúdanos a reconocer claramente y a desenmascarar el pecado que no descubrimos . Entonces, ¿cuál fue pues su verdadera falta? BECERRO-ORO: Me dijeron: "Haznos un dios que vaya delante de nosotros; porque no sabemos qué le ha sucedido a Moisés, el hombre que nos sacó de Egipto". Su pecado era pues haber querido «representar» a Dios; siendo así que Dios es invisible, Dios es misterio. Pero el hombre ha tendido siempre a localizar, a materializar a Dios, para estar seguro y, por así decirlo, tenerlo al alcance de la mano. «Haznos dioses que caminen como nosotros, que podamos verlos.» Los primeros mandamientos del Decálogo afirmaban el monoteísmo y el espiritualismo. Y ese culto a una estatua de becerro corría el riesgo de conducir a Israel a las religiones naturistas, a los cultos a la fecundidad, que eran los de tantos pueblos de entonces. Es pues la pureza de la fe, la autenticidad del Dios escondido lo que Moisés defiende al dejarse llevar de una santa cólera. Efectivamente Señor, Tú eres el totalmente-otro. Nadie puede alcanzarte con la mano. Queremos creer que de veras haces camino con nosotros aunque no te veamos. Purifica nuestra fe de sus ambigüedades. Ten piedad de nuestra debilidad. -Al día siguiente dijo Moisés al pueblo: «Habéis cometido un gran pecado. Yo voy a subir ahora donde el Señor. Acaso pueda obtener la expiación de vuestro pecado.» La actitud de Moisés es verdaderamente ejemplar. Lejos de desolidarizarse del pueblo pecador, vuelve donde Dios para implorar el perdón. El «mediador» es precisamente el que se deja dividir entre dos partes opuestas, para acercar la una a la otra: Moisés es solidario de Dios y defiende su causa... pero es también solidario de su pueblo y va a defenderlo ante Dios. ¿Somos también nosotros capaces de condenar al pecador? ¿Suelo interceder por los que me dañan? Moisés es el tipo mismo de la "intercesión" y por ello preanuncia a Jesús. Pensando en las múltiples formas de "becerros de oro" de HOY, ruego por el mundo pecador... del cual también formo parte (Noel Quesson).

El tema de nuestra lectura es la infidelidad de Israel y la fidelidad inconmovible de Yahvé. Es preciso interpretar el alcance del pecado del pueblo. Israel, en esta ocasión, no pretende abandonar a Yahvé para ir tras otro dios, sólo quiere conseguir que Yahvé se dé a ver. Hasta ahora, Moisés tenía la misión de ser signo de la presencia y de la voluntad de Yahvé ante el pueblo. Pero ahora Moisés no está con ellos. Ha subido al Sinaí y no ha descendido de la montaña, y el pueblo teme que haya sido tragado por la tempestad, arrebatado por Dios. Se trata, pues, de sustituir a Moisés y su misión (v 1). Con ello, el pueblo corrige los planes de Dios y se convierte en director de sus destinos. Suplanta a Dios y, en lugar de seguir el camino que él le ha trazado, que es el único camino de salvación, trata de asentar su confianza en otra realidad o, al menos, en una realidad de signo distinto. De ese modo, niega la verdadera fe y se convierte en «in-fiel» a la alianza. Sorprende el espectáculo de Moisés, el mediador, tirando y rompiendo al pie de la montaña las tablas de piedra que le había dado Yahvé en la cima del Sinaí. Aquel documento de piedra era el signo visible de la alianza entre Dios y el pueblo. Ahora el pueblo ha roto la alianza; el signo, pues, ya no tiene razón de ser: es un signo sin contenido, una mentira que es preciso destruir para que no engañe a nadie. Cuando el pueblo por la penitencia y la conversión, vuelva a la fidelidad de la alianza, Dios les dará un nuevo signo, unas nuevas tablas de piedra. Por otro lado, este gesto de Moisés nos lo muestra dentro de su contexto humano: por más que fuera un hombre lleno de Dios, tenía su genio difícil de controlar en algunas ocasiones. Sacar el genio puede ser un defecto, pero también puede ser una manifestación de responsabilidad. Recordemos a Jesús expulsando a los mercaderes del templo. ¡Grandeza y limitación de la naturaleza humana! Por esto conviene que una práctica constante del autodominio nos lleve al equilibrio.

¿Cómo se desarrolló el episodio del becerro de oro? ¿Narra el capítulo 32 un incidente ocurrido en un solo día? Ahí parecen estar concentrados numerosos materiales de distintas procedencias. Lo que se intenta presentar es la actitud completamente limpia de Moisés y de un grupo de levitas frente a la actitud desviada del pueblo y del espíritu blando, condescendiente, cobarde e infiel de cierta clerecía que demasiado a menudo claudica de su misión de guiar al pueblo por los caminos de la exigencia de la fe y termina pactando con el mal. Nos hallamos ante una disputa religiosa que termina en una rebelión y un enfrentamiento entre hermanos (J. M. Aragonés).

Dios es amor, no abandona a su pueblo (Catecismo 2577), los profetas verán en el destierro de Babilonia un castigo a este pecado, un pago a esta deuda… hay una visión de una especie de empadronamiento en la que Dios escribe nombres de los elegidos (cf Is 4,3; Ap 3,5.12; 17,8) donde se va perfilando la predilección divina por los que tienen una misión divina que cumplir en la obra de la salvación.

2. La escena de hoy nos relata el pecado del pueblo de Israel, el más emblemático de su larga historia de infidelidades a Yahvé: la construcción y adoración del becerro de oro. El pueblo se cansa fácilmente, no soporta la ausencia de Moisés («ese Moisés que nos sacó de Egipto, no sabemos qué le ha pasado») y pide «un dios que vaya delante de nosotros». No se sabe si el pecado consistió en adorar a otros dioses, o que se atrevieron a representar a Yahvé en forma de becerro, en contra de lo que estaba severamente prohibido, para evitar el peligro de los dioses falsos: hacer imágenes de Dios. Por la debilidad de Aarón y de otros responsables, se llega a la escena que leemos hoy, con la ruidosa fiesta en torno al becerro y la ira de Moisés, que rompe las tablas de la Alianza y tritura el becerro hasta convertirlo en polvo y hacerlo beber con agua al pueblo (acción simbólica de cómo la idolatría penetra hasta lo más profundo del ser humano). La escena termina con un gesto magnífico de Moisés, que sube de nuevo al monte para interceder por su pueblo, pidiendo el perdón de Dios. Hasta tal punto, que le dice: «o perdonas a tu pueblo o me borras del libro de tu registro». Dios escucha a Moisés. El castigo llegará a su tiempo (no entrarán en la tierra prometida), pero, de momento, sigue la historia de la liberación.

El salmo es un eco de la lectura, describiendo cómo «en Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición, cambiaron su gloria por la imagen... Dios hablaba de aniquilarlos, pero Moisés se puso en la brecha frente a él».

Podemos aplicarnos la lectura de hoy, pensando si imitamos la ligereza del pueblo de Israel. ¿Nos hacemos dioses a nuestra medida? A los israelitas les gustaban más los dioses que habían abandonado en Egipto o los de los pueblos que iban encontrando en el camino. Querían un dios visible, no invisible. Puede ser que también nosotros nos fabriquemos ídolos a nuestro gusto, más permisivos, sin tantas exigencias de conducta moral según la Alianza. O bien, nos hacemos una imagen de Dios, o de Cristo, a nuestra medida. ¿Cuál es nuestro «becerro de oro» preferido, al que, de alguna manera, rendimos culto, más o menos a escondidas? Tendríamos que ser consecuentes con la Alianza y deshacernos de nuestros ídolos. También podemos espejarnos en Moisés. Como él, tal vez sufrimos por la pérdida de la fe y por los ídolos que se adoran en torno nuestro. No romperemos tablas de la ley ni trituraremos becerros, pero sí podemos tener la tentación de dejarlo correr y de abandonar la tarea de la evangelización o del testimonio cristiano. ¿Cómo reaccionamos ante el mal que vemos en la sociedad o en la Iglesia? ¿somos capaces de compaginar nuestro disgusto con la solidaridad y la súplica ante Dios? ¿hubiéramos subido, como Moisés, de nuevo al monte a interceder ante Dios, haciendo causa común con esta humanidad? ¿oramos por nuestros contemporáneos, o sólo se nos ocurre criticarlos? ¿sabemos ser tolerantes y perdonar, o somos de los precipitados que quisieran arrancar en seguida la cizaña que crece en el campo? Gracias a la oración de Moisés, Dios perdonó y continuó conduciendo a su pueblo por el desierto. Dios no condena definitivamente. Deja margen a la rehabilitación. Tiene paciencia.

El pecado, en el salmo 105, va desgranándose en diversos vv., al recuerdo de los episodios del desierto: olvidar (v. 21), el episodio del becerro de oro (vv. 19-23) que se recoge en Ex (cf Dt 9,7-21). “Su gloria” (v. 20) es en el texto hebreo “la gloria de ellos”.  

3.- Mt 13,31-35. A la imagen del campo sembrado se añaden hoy las parábolas del granito de mostaza y de la levadura. El Señor vuelve a permitirnos una ojeada en las escondidas células del crecimiento del reino de Dios. En el silencio vemos las manos eternas de Dios en plena obra de la redención del mundo. La simiente ha sido echada. Vino Cristo, el Verbo divino del Padre, y se hizo semilla fértil en el desolado campo del mundo. La tierra recibió su cuerpo sacrificado y la semilla de su sangre rindió el uno por mil. Su palabra cayó en la esponjosa tierra de los corazones y dio infinitos frutos de sazón. Nosotros nos hallamos en pleno milagro de este crecimiento. ¡Qué cantidad de preciosos frutos no ha guardado en sus trojes el Padre de familias celestiales, desde los días fecundos de la Iglesia de los mártires, cuando la semilla de la sangre de Cristo se abrió para dar purpúreos frutos y flores!... Y la vida que ha germinado de una semilla, sigue aún creciendo. Inagotable es su fecundidad. Ya en el mundo natural admiramos la inmensa abundancia y variedad de la vida, la fuerza germinadora de la naturaleza, en un continuo rejuvenecerse, y bendecimos al Creador que ha encerrado en cada una de las más pequeñas simientes una tal plenitud de vida.

¡Imagen y semejanza del mundo espiritual y sobrenatural! De una sola simiente, Cristo hace crecer la plenitud de su cuerpo místico, la Iglesia; hace crecer en ramas sin número el árbol del reino de Dios en la tierra. El Señor no trae porque sí a colación la imagen del crecimiento natural. Poco a poco y en silencio, la Iglesia de Cristo crece, crece la obra de la redención, crece el reino de los redimidos; como también, poco a poco, va creciendo la semilla, y en silencio echa un brote, y éste crece. No en una sola noche se ha levantado allí el árbol; únicamente al cabo de muchos años, si alzamos los ojos y nos fijamos en él, exclamamos: ¡Cuán grande se ha hecho! Y lo mismo sucede cuando una mujer mezcla la levadura entre la masa de la blanca harina: va expansionándose poco a poco, hasta que por fin la fermenta toda y la masa del pan ya está lista. Así también obran en el mundo la palabra redentora y la fuerza santificante de Cristo. Despacio y en silencio hacen las veces de una levadura. Pero debemos volver a detenernos y decirnos maravillados: mas ¿cómo sale un pan tan sabroso del asqueroso salvado del mundo? ¡Cuán eficaces resultan esas imágenes de la naturaleza, tan simples y diarias y asimismo tan maravillosas siempre! ¡Cuán profunda su muda lección! El reino de Dios va creciendo despacio. Todo lo grande crece en el silencio: como el pan en los labrantíos. No hace ningún rumor. ¿Qué podemos nosotros hacer? Esponjar y abonar la tierra, sembrar la semilla. Lo que viene después es una grande obra. Así crece la semilla de Dios en los corazones, así crece la Iglesia. ¿Qué podemos nosotros hacer? Esa es la gran pregunta que de continuo está levantando ruido y llena a muchos de turbación. ¿Qué podemos nosotros hacer para que crezca la Iglesia, para que crezca el bien? ¡Ah, nuestro obrar nada consigue! Pero la simiente germina, y el pan crece; Dios lo obra. Dejarle hacer reverentes y en silencio; ser tierra abierta para El, para su majestuosa y siempre operante fuerza; quitar del paso lo que pudiera obstaculizar esta fuerza, sanear la tierra; eso es todo. Poco es, encerrados como estamos, en los límites de nuestra humana impaciencia, la cual quisiera llevarlo todo a cabo con la propia fuerza y dar cima al reino de Dios en un solo día. Pero mucho es lo que hace por su parte Dios, quien es el único que actúa y en quien actúa todo aquel que deja que El actúe. (...) La obra de Dios es la tranquilidad y la paz. No se oye ni se ve la obra del Señor, el crecimiento de su reino. A diario publica su palabra por el Evangelio y toda la liturgia de su Iglesia. A diario se nos hace penetrar en su presencia vital, al ser cobijados por la casa de Dios, que está llena de su Espíritu.

Cada día cobra realidad esta presencia en nosotros; cada día experimentamos la fuerza transformadora de su sacrificio; cada día es echado en nosotros su Cuerpo como simiente. Las aguas del Bautismo fluyeron y el óleo de la Confirmación nos ungió. De mil maneras se nos comunica, bajo sagrados signos, la fuerza del Señor; no debemos hacer más que dejarla obrar; no hemos de ponerle obstáculo alguno en el camino. Dios obra por sus sacramentos y éstos no son nada fuera de lo normal: un granito de mostaza, un poco de levadura. Pero realizan lo mayor que realizarse puede: transformar el mundo. Ellos llevan a cabo la redención y echan los cimientos del eterno reino de la paz. Dios obra y la iglesia crece. Basta que creamos y nos hallemos dispuestos. "Que siempre suspiremos por aquello por lo cual en verdad vivimos" (Poscomunión), esto es, que nos abramos a la operación misteriosa de Dios. Que no cavilemos, que no vayamos con preguntas, que no queramos hacer nada solos o por nuestras propias fuerzas. Vaca Deo et videbis! (Sal 45, 11), "¡tómate tiempo, está libre para Dios, y verás!" Verás y admirarás la gloria de su obra y su crecer silencioso en los suyos.

He aquí la lección que la parábola evangélica nos da en sus imágenes. La realidad práctica nos la muestra la epístola. Pablo (1 Ts 1 2-10) ve verificada en sus tesalonicenses la parábola del granito de mostaza y de la levadura. Les ha dado el Evangelio: no como una pura enseñanza de palabra humana, antes bien como fuerza y espíritu de Dios. Y ellos ¿que han hecho? Lo dice el Apóstol: han cumplido una sola obra, la obra de la fe. Han creído en el Evangelio, han abierto sus corazones a la nueva vida, la han recibido, la han dejado que tomara realidad y creciera en ellos. No ha sido esto cosa fácil; ha costado fatiga: han debido renunciar a todo; debe uno arrojar de sí muchas cosas para llegar a ser libre para Dios. El "vacare Deo" no es cosa cómoda. Los tesalonicenses tienen experiencia de ello; han tenido que separarse de sus ídolos, han tenido que hacerse ajenos al tren de vida de los gentiles; en una palabra, han debido echar de sí su entero yo. No ha sido eso una nonada, pues lo más duro que puede hacer un hombre es el dejarse a sí mismo. Esta es la grande obra que Cristo verifica en nosotros; los tesalonicenses la ven cumplida. Se les ha ido a poner inquietud, a originarles confusión, pero ellos se han mantenido firmes. En la alegría del Espíritu Santo se han dado a la nueva vida. El Señor les ha comunicado la fuerza que necesitaban.

Así pues, el Apóstol da gracias al Padre celestial por los tesalonicenses, por la fe y la caridad que han sabido conservar en la tribulación. Ellos son la obra de Dios. Cada día prosigue su obra en ellos, para que se mantengan en la esperanza y en el aguardar a Cristo en medio de los gentiles y de los servidores de los ídolos. Se han convertido así en imitadores del Apóstol y del mismo Señor, amados de Dios, y realmente "de Cristo". Ellos, en persona, se han hecho operantes, puesto que han dejado que Dios operase en ellos. Ahora actúan sobre los demás hombres que aún no han reconocido al Señor. No con discursos ni grandes obras, sino con su simple existencia: son como una forma en la que se puede reconocer la imagen de Cristo. Quien traba contacto con ellos, recibe la impronta de la misma imagen, con tal que sea dúctil y se preste al buen influjo. Por eso le basta al Apóstol llamarles la atención sobre lo que es la verdadera vida de Cristo. La semilla se ha puesto a vivir en los tesalonicenses, ha echado brote y da señales de su nueva vida. Son para el Apóstol levadura que él mezcla entre la masa de los gentiles, hasta que todo haya fermentado y se convierta en pan de Cristo. Incluso a nosotros, los tesalonicenses nos comunican su forma, por la que debemos dejarnos acuñar. Nos muestran cómo tiene que ser recibida la palabra y la vida de Cristo: sin chistar, en la fe. Hay que dejarla crecer en las más pacientes fatigas, en la caridad. Y, en todo y por todo, mantenerse aguardando a Cristo; para glorificarnos. Esto es lo que significa "rationabilia": un reflexionar en sentido sobrenatural sobre lo que es racional y espiritual, como pide la oración del día. Todo lo dicho no es nada extraordinario, no es ninguna grandiosa obra. Es manifestar una existencia humilde y dejarse moldear según la imagen del Señor, quien ha pedido: Fiat voluntas tua! Repítámoslo: no hay acción mayor que este soportar la voluntad de Dios. Únicamente por esto es como participamos de la operación de Dios, somos en sus manos levadura que hace fermentar al mundo y puede tornarlo pan saludable. Con ello prestamos un callado auxilio a nuestros guías, a los que anuncian el Evangelio: somos una forma que todo lo acuña según la imagen de Cristo, en silencio y a escondidas; somos verdaderos tesalonicenses; sentimos una alegría continua y un vital incentivo a dar gracias al Señor sin cesar por la obra de la fe que ha llevado a cabo en nosotros (Emiliana Löhr).

-El reino de lo cielos... El "reino de Dios"... Si Dios fuese, efectivamente, el rey de la humanidad, si los hombres se sometiesen a su proyecto de amor, si la inteligencia de los hombres se dejase iluminar por la sabiduría divina, si el corazón de los hombres se dejase inflamar por la capacidad del don de sí que hay en Dios... De vez en cuando es necesario soñar en ese "reinado", en ese éxito de la obra de Dios. Pero, ¿por qué, Señor, el mundo está tan lejos de ese hermoso proyecto? -Se parece a un grano de mostaza... que un hombre siembra... Un "grano"... un grano "sembrado".... Hay que haber hecho esta experiencia: tomar una semilla y sembrarla. No hay nada como esta experiencia vital para comprender la potencia escondida de la vida. Aparentemente hay poca diferencia entre una semilla y una piedrecita. Pero si pongo las dos en la palma de mi mano, sé que una es un germen viviente, de la que saldrá un brotecillo verde, mientras que la otra es un pedazo de muerte. -Siendo la más pequeña de las semillas, cuando crece, sale por encima de las hortalizas y se hace un árbol, hasta el punto que vienen los pájaros a anidar en sus ramas. La ley del crecimiento, la ley de la paciencia es la ley esencial de la vida. ¿Por qué Señor el mundo parece tan alejado de tu Reino? ¿Qué hay que pensar Jesús del pequeño número de los que te siguen realmente? ¿Es digno de Dios y de todo el trabajo que Tú te has tomado para salvarnos, contar sólo con esos "doce" hombres que te siguen? Toma en tu mano, dice Dios, la más pequeña de todas las simientes: ¡así es el Reino! Las "pequeñas cosas" son a veces grandes, a los ojos que saben ver. No son las apariencias las que cuentan. Jesús veía el gran árbol que estaba ya presente en la palabra que El "sembraba". Señor, ayúdanos a "ver" el esplendor, la fecundidad y la belleza de la vida... ¡que se preparan HOY en la pequeñez y la modestia algunos granos de mostaza! Que yo, como Tú pueda contemplar los pájaros que anidarán mañana, y que cantarán en el árbol salido de esa semilla. -El reino de los cielos se parece a la levadura que mezcló una mujer en 4O kilos de harina hasta que toda la pasta hubo fermentado. ¡Es la misma desproporción! ¡Una pizca de levadura, minúscula, mezclada en más de 40 kilos de harina! Mirado exteriormente el ministerio de Jesús aparece como insignificante. Pero Jesús veía más allá, Jesús tenía unas miras más amplias: veía el final de los tiempos... su mirada se extendía hasta la dimensión "escatológica", cuando "Dios será todo en todos", usando toda la pasta habrá fermentado, cuando toda la humanidad habrá sido transformada desde el interior... en la plenitud de los tiempos. Pero, ¿cómo trabajar ahora en vistas a ello? En primer lugar, ¿soy "levadura" ? ¿Soy "amor"? a imagen de Dios. Y luego, ¿estoy "escondido en"? ¿mezclado en el mundo que hay que transformar? ¡Un hombre, una mujer, que se han dejado transformar en levadura, y esconder en la pasta humana... llegan a ser, según Jesús. una fuerza de vida que se comunica a todo el ambiente en que se hallan inmersos! El amor que habita en un ser, la fe que da sentido a su vida elevan insensiblemente, lentamente, invisiblemente, a todos los que toca (Noel Quesson).

Estamos todavía en el capítulo de las parábolas de Jesús: esta vez, dos muy breves, la del grano de mostaza y la de la levadura en el pan. Un grano de mostaza se convierte en una planta respetable. La intención es clara: Dios parece elegir lo pequeño e insignificante, pero luego resulta que, a partir de esa semilla, llega a realizar cosas grandes. La levadura también es pequeña, pero puede hacer fermentar toda una masa de harina y permite elaborar un pan sabroso. Es el estilo de Dios. No irrumpe espectacularmente en el mundo, sino a modo de una semilla que brota y germina silenciosamente y se convierte en planta. Como la levadura, que, también silenciosamente, transforma la masa de harina. Esta manera de actuar de Dios, a partir de las cosas sencillas, se ha visto sobre todo con Jesús. Se encarnó en un pueblo pequeño (a su lado había otros como Egipto, Grecia y Roma), y se valió de personas sin gran cultura ni prestigio (no recurrió a los sumos sacerdotes o doctores de la ley). Pero el Reino que él sembró, a pesar de que fue rechazado por los dirigentes de su tiempo, se ha convertido en un árbol inmenso, que abarca toda la tierra, transformando la sociedad y produciendo frutos admirables de salvación. También en nuestros días tenemos la experiencia de cómo sigue obrando Dios. Con personas que parecen insignificantes. Con medios desproporcionados. Con métodos nada solemnes ni milagrosos, pero eficaces por su fuerza interior. Y suceden maravillas, porque lo decisivo no son los medios y las técnicas humanas, sino Dios, con su Espíritu, quien da fuerza a esa semilla o a esos gramos de levadura. La Eucaristía que celebramos es algo muy sencillo. Unos cristianos que nos reunimos, que escuchamos lo que Dios nos quiere decir, y realizamos ese gesto tan sencillo y profundo como es comer pan y beber vino juntos, que el mismo Jesús nos ha dicho que son su Cuerpo y Sangre. Pero esa Eucaristía es como el fermento o el grano que luego fructifica -debería fructificar- durante la jornada, transformando nuestras actitudes y nuestro trabajo. Tal vez nos gustarían más las cosas espectaculares. Pero «el Reino está dentro» (Lc l 7,20), y no fuera. Y, si le dejamos, produce abundante fruto y transforma todo lo que toca. Como es increíble lo que puede producir un granito pequeño sembrado en tierra, es increíble y esperanzador lo que puede hacer la semilla del Reino -la Palabra de Dios, la Eucaristía- en nuestra vida y en la de los demás, si somos buen fermento y semilla dentro del mundo (J. Aldazábal).

El Reino de Dios se manifiesta de manera muy sencilla, es una realidad casi imperceptible. Sin embargo, a medida que crece muestra sus frutos. Las dos parábolas ilustran esta verdad. El grano de mostaza simboliza el proyecto de Jesús. La mostaza es un arbusto que no les quita la luz a las demás plantas de la huerta. En él tienen cabida las aves que vienen de lejos. Así es el Reino de Dios. Una nueva realidad que no sofoca a las demás. Se manifiesta con sencillez y deja espacio para que coexistan otras alternativas. Una nueva realidad donde tienen espacio todos los seres humanos. La imposición, la opresión y la marginación están lejos de su proyecto. La levadura no es nada comparada con la cantidad de harina. Sin embargo, bastan unos cuantos gramos de ésta para fermentar muchos kilos. La presencia del Reino en medio de la comunidad cristiana es capaz de transformar a la masa de creyentes. El talante del Reino es sumamente discreto pero eficaz. Es una acción invisible a los ojos de los espectadores pero transforma lentamente toda la realidad. Nosotros aspiramos a que nuestras obras, comunidades e iglesias sean grandes conglomerados que den respuesta a todo. La propuesta de Jesús apunta en sentido contrario. La comunidad de discípulos no es un imperio, no es un árbol que tape el huerto de la creación. La comunidad, donde se hace efectivo el Reino, es un espacio donde los seres humanos pueden llegar a ser personas. Allí van creciendo sin oprimir a los demás y se abren para que otros hombres y mujeres también crezcan. Muchas veces queremos signos portentosos. Sin embargo, la acción del Reino es discreta y no está sujeta a nuestra voluntad. Irrumpe allí donde hay hombres de buena voluntad dispuestos a vivir como hijos de Dios (Servicio Bíblico Latinoamericano).