San Mateo 13,54-58:
El sentido de fiesta va unido a la presencia de Dios en nuestra vida, en nuestra tierra y en nuestra casa, reconocerle por la fe

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del libro del Levítico 23,1.4-11.15-16.27.34-37. El Señor habló a Moisés: -«Éstas son las festividades del Señor, las asambleas litúrgicas que convocaréis a su debido tiempo. El día catorce del primer mes, al atardecer, es la Pascua del Señor. El día quince del mismo mes es la fiesta de los panes ázimos, dedicada al Señor. Comeréis panes ázimos durante siete días. El primer día, os reuniréis en asamblea litúrgica, y no haréis trabajo alguno. Los siete días ofreceréis oblaciones al Señor. Al séptimo, os volveréis a reunir en asamblea litúrgica, y no haréis trabajo alguno.» El Señor habló a Moisés: -«Di a los israelitas: "Cuando entréis en la tierra que yo os voy dar, y seguéis la mies, la primera gavilla se la llevaréis al sacerdote. Este la agitará ritualmente en presencia del Señor, para que os sea aceptada; la agitará el sacerdote el día siguiente al sábado. Pasadas siete semanas completas, a contar desde el día siguiente 1 sábado, día en que lleváis la gavilla para la agitación ritual, hasta 1 día siguiente al séptimo sábado, es decir, a los cincuenta días, hacéis una nueva ofrenda al Señor. El día diez del séptimo mes es el Día de la expiación. Os reuniréis n asamblea litúrgica, haréis penitencia y ofreceréis una oblación al Señor. El día quince del séptimo mes comienza la Fiesta de las tiendas, dedicada al Señor; y dura siete días. El día primero os reuniréis en asamblea litúrgica. No haréis trabajo alguno. Los siete días ofreceréis oblaciones al Señor. Al octavo, volveréis a reuniros en asamblea litúrgica y a ofrecer una oblación al Señor. Es día de reunión religiosa solemne. No haréis trabajo alguno. Éstas son las festividades del Señor en las que os reuniréis en asamblea litúrgica, y ofreceréis al Señor oblaciones, holocaustos y ofrendas, sacrificios de comunión y libaciones, según corresponda a cada día."» 

Salmo 80,3-4.5-6ab.10-11ab. R. Aclamad a Dios, nuestra fuerza.

Acompañad, tocad los panderos, las cítaras templadas y las arpas; tocad la trompeta por la luna nueva, por la luna llena, que es nuestra fiesta.

Porque es una ley de Israel, un precepto del Dios de Jacob, una norma establecida para José al salir de Egipto.

«No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor, Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto.»  

Lectura del santo evangelio según san Mateo 13,54-58. En aquel tiempo, fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: -«¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?» Y aquello les resultaba escandaloso. Jesús les dijo: -«Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta.» Y no hizo allí muchos milagros, porque les faltaba fe.

Palabra del Señor 

Comentario: 1.- Lv 23,1.4-11.15-16.27.34-37: 1. (Año I) Levítico 23,1.4-11.15-16.27.34-37. Estrenamos un nuevo libro del AT: el Levítico. Desde hace semanas estamos siguiendo la historia del pueblo de Israel, empezando desde Abrahán. Ya hemos leído, en lectura semi-continua, el Génesis y el Éxodo. Ahora, el Levítico y, después, seguiremos con el Libro de los Números, el Deuteronomio, Josué, los Jueces y Rut. El Levítico contiene muchas prescripciones relativas al culto y a la santidad de vida del pueblo de Israel: los sacrificios (capítulos 1-7), los sacerdotes (8-10), las reglas de pureza (11-16), las normas de santidad (17-26). De este último apartado leemos, hoy y mañana, dos pasajes: las fiestas del año y el año jubilar (capítulos 23 y 25). Aquí se describen -según la versión «sacerdotal»- las principales fiestas de Israel, en las que ya se han unido los elementos más antiguos del mundo rural y el recuerdo de las intervenciones de Dios en la historia de la salvación:

- Pascua, en el mes primero del año, el de Nisán, en la que se juntan las antiguas fiestas agrícolas de los ácimos y los corderos con el recuerdo de la liberación de Egipto;

- Pentecostés, a los cincuenta días, cuando, junto a la fiesta de las gavillas y los primeros frutos de la cosecha, se celebra la Alianza sellada en el Sinaí;

- la fiesta de la Expiación (Yom-Kippur), en el mes séptimo, ya en el otoño, con ritos de penitencia y ofrenda de sacrificios;

- la de las Tiendas o Tabernáculos, también en el mes séptimo, con ocasión de la vendimia, cuando se recuerda la marcha por el desierto, construyendo, para unos días, unas cabañas en el campo.

Este pasaje constituye una de las últimas versiones del calendario litúrgico judío, pero no es necesariamente la más elaborada. Uno queda bastante sorprendido al no encontrar en él más que un aspecto, el más "naturista", de las fiestas. Todo se desarrolla, en ese calendario, como si el ritmo de la recolección de las mieses y de las cosechas se impusiera todavía a la religión. La fiesta de la Pascua se presenta solamente como la ocasión de comer panes sin levadura (v. 6), recuerdo de un rito agrícola, y de ofrecer a Dios la primera gavilla de la nueva cosecha (vv.10-11). La fiesta de Pentecostés, está cuidadosamente calculada para permitir al pueblo ofrecer las últimas gavillas (v. 15).

Pero la fiesta de los Tabernáculos aparece menos claramente como la fiesta de la vendimia, durante la cual la gente vivía bajo chozas o tiendas. Ahora bien, la corriente profética había sacado las fiestas agrícolas de su contexto naturista, transformándolas en fiestas de las etapas del plan de Dios en la historia. La fiesta de la Pascua había quedado para conmemorar la salida del pueblo elegido de Egipto, Pentecostés, será la fiesta de la alianza del Sinaí, y la fiesta de los Tabernáculos conmemorará la permanencia en el desierto del pueblo de Dios.

Ningún eco de esto se observa en Lv 23, a no ser la primacía de que goza la fiesta de la Pascua, con la que ahora comienza el año, mientras que, anteriormente, esta ultima función era propia de la fiesta de los Tabernáculos.

Si este pasaje ofrece una concepción retardataria del año litúrgico, permite, al menos, medir el camino recorrido entre las fiestas primitivas y las fiestas cristianas, y calcular los riesgos, siempre posibles, de una degradación de las fiestas a su nivel inferior.

La fiesta del Lv 23 es la del campesino que se somete a las leyes de la naturaleza y cree encontrar a Dios detrás de ella. Es ésta la reacción del hombre pretécnico sometido, hasta la alienación, a las leyes de la Naturaleza.

Pero el hebreo, conservando intacto este calendario, ha conferido a las fiestas una dimensión completamente distinta: no se trata ya de la sumisión del hombre a la naturaleza, sino de su comunión con Dios en la realización de una historia de la salvación. La fiesta conmemora las principales etapas (pasadas o escatológicas) de esta colaboración de la libertad de Dios con la del hombre en la construcción del mundo y en la orientación de su historia.

Sin embargo, esta colaboración no está perfectamente lograda más que en la persona de Jesucristo: él es nuestra Pascua, nuestro pan ázimo, nuestra nueva alianza, nuestra promesa de felicidad.

La festividad cristiana es esencialmente la propia persona del hombre-Dios y la unión que cada uno de los celebrantes mantienen con El y con su amor.

En cuanto esta realidad de la persona de Cristo en la fiesta desaparezca, inmediatamente quedará reducida la festividad a un simple aniversario histórico e incluso a un rito naturista y mágico (Maertens-Frisque).

La liturgia ha conservado el recuerdo de esta solemnidad en septiembre, fundamentalmente como fiesta de la recolección. «Aunque el mes de septiembre no está asociado a ningún acontecimiento importante de la vida de Cristo, constituía no obstante un período importante del año. Es la época de la recolección de los frutos, la unión del verano y el otoño. Bajo este punto de vista, en todas las religiones antiguas, tanto judías como romanas, este mes era la ocasión para una celebración litúrgica. Bajo este aspecto vemos que este mes reaparece en el año litúrgico bajo la forma de las Témporas de septiembre». Sin embargo, el sábado de estas Témporas merece que le prestemos especial atención como eco de la fiesta de los Tabernáculos, porque esta fiesta tiene un contenido espiritual que sería deplorable dejar fuera de nuestra espiritualidad cristiana. "Aunque la fiesta judía de los Tabernáculos no ha llegado hasta nosotros en la liturgia cristiana, por ello no deja de ser cierto que ella aparece en los Padres de la Iglesia como una figura de las realidades cristianas». La fiesta de los Tabernáculos sumergía a los miembros del pueblo elegido en la espiritualidad del desierto que había tenido tanta importancia en el itinerario espiritual querido por Dios. Durante cuarenta años este pueblo había vivido semi-nómada, siempre dispuesto para responder a las indicaciones del Señor. Ahora que ya estaba en la Tierra Prometida, habitándola de forma estable, era necesario que no perdiese todo el contenido espiritual del Éxodo. He ahí por qué el pueblo cada año volvía a tomar sus tiendas perecederas. Esta práctica está muy bien descrita también en el Libro de Ne 8,14-18. Sería una lástima que los creyentes del Nuevo Testamento no tuvieran ocasión de zambullirse en esta espiritualidad. ¿Quién osaría afirmar que nosotros no corremos el grave peligro de «instalarnos»? Toda una propaganda en favor de la economía nos ha hecho propietarios a la mayor parte de nosotros, incluso a los más modestos. Todos nosotros poseemos o ambicionamos poseer nuestra casa. Sin duda está bien, pero ¡qué gran peligro de instalarnos de una forma irreversible! Tampoco estamos disponibles para el cumplimiento de nuestro destino puramente terreno. Se nos ofrece un nuevo empleo, incluso más remunerador, incluso más seguro para el porvenir de nuestra familia, y nos encontramos en el deber de rehusarlo «porque tenemos allí nuestras piedras». El factor ladrillos acaba por ser más determinante en nuestra vida que la elección de la actividad que mejor responde a nuestras actitudes. ¿Es esto verdaderamente equilibrado? ¿Acaso no es un craso materialismo? No contentos con alojarse mientras viven, demasiados de nosotros piensan en alojar sus restos después de la muerte. Hay personas que costean durante su vida la fosa que les está destinada. ¡Manías de perpetuidad! Transcurridas algunas décadas, nuestros países superpoblados no serán más que unas enormes necrópolis. Las peregrinaciones a los cementerios los días 1 y 2 de noviembre están también para ellos contaminadas de materialismo. Personalmente, no regreso jamás de un cementerio en estas circunstancias sin pedir al Señor que me conceda el morir en el mar a fin de ser sumergido en él y que jamás nada semejante pueda organizarse en torno a mi última morada. El nomadismo forma parte de la espiritualidad del Antiguo Testamento y también de la del Nuevo, en el cual culmina el Antiguo, y que fue creada por "el Hijo del hombre que no tuvo donde reclinar la cabeza" (Mt. VIII, 20).

Cántico de meditación: «Un día pasado en tus atrios es mejor que mil lejos de Ti, Señor» (F 83, ant. 5). Es una antífona de la Transfiguración: nos brinda la ocasión de resaltar la unión que existe entre la Transfiguración y la fiesta de los Tabernáculos. «Muchos episodios del Nuevo Testamento significan que las esperanzas escatológicas y mesiánicas relacionadas con la fiesta de los Tabernáculos están a punto de realizarse. El primero de estos episodios es el de la Transfiguración. Pocos textos del Nuevo Testamento están más cargados de resonancias vetero-testamentarias... El hecho más importante es el de las tiendas que Pedro propone construir para el Señor, Moisés y Elías. Ciertamente, es preciso ver en estas tiendas una alusión a la fiesta de los Tabernáculos. La relación entre la montaña de la Transfiguración y la fiesta de los Tabernáculos está indicada por Nehemías (8, 15): «Subid a los montes y traed ramas... para hacer las cabañas» (L. Heuschen).

Un lector moderno puede quedar desorientado leyendo las pocas páginas del Levítico. Este libro tiene un carácter legislativo que nos parece muy seco, en cuanto que codifica usos litúrgicos que parecen bastante antiguos: ritual de los sacrificios, ceremonial de investidura de los sacerdotes, reglas relativas a las impurezas legales, calendario litúrgico, fórmulas de bendiciones y de maldiciones. La página propuesta aquí es el resumen del calendario judío. -Estas son las solemnidades del Señor, las reuniones sagradas que convocaréis en las fechas señaladas. «Solemnidades»... Es la primera palabra que podemos subrayar. ¿Tenemos HOY el sentido de «la fiesta», es decir del día excepcional que permite al hombre estar más contento, dejar el quehacer y el ritmo cotidianos, romper la monotonía y lo grisáceo de la vida? Cada domingo debería tener para nosotros ese carácter festivo. ¿Es para mí el «día de la alegría»? ¿Qué hago para procurar que sea también alegre y excepcional para los demás, para los míos? «Reuniones sagradas»... Es la segunda palabra de toda fiesta. No se puede hablar de fiesta en la soledad y el individualismo. Quien dice «fiesta», dice reunión, multitud. El término «ecclesia=iglesia» quiere decir precisamente «convocación». Es la «reunión» de cada domingo la que crea la Iglesia Todo culto verdadero tiene un carácter social, público. comunitario. ¿Me preocupo de seguir honradamente el ritmo de la comunidad, de aportar mi colaboración, mi participación colectiva? ¿Qué concepción tengo de la misa? ¿Una oración personal? ¿Una oración junto con otros? ¿Me agrada elegir una hora de misa muy comunitariamente vivida?

-El mes primero, el día catorce del mes será la Pascua, fiesta de los Ácimos -de los panes sin levadura-. Fiesta de la primera gavilla de vuestra cosecha... Dios espera ante todo al «hombre vivo»; ¡le pide aquí la ofrenda de su trabajo! ¿Está nuestra vida profesional separada de nuestro culto? ¿O bien, nos esforzamos en ofrecerla a Dios? Pascua ha pasado a ser una fiesta cristiana: san Pablo subrayará que Cristo es nuestro «pan ácimo», y nosotros lo somos con El (I Corintios 5, 7)

-Cincuenta días después es Pentecostés Esta fiesta conmemoraba el don de la Ley en el Sinaí, en la tempestad y el fuego. El Espíritu Santo preparaba así la efusión que quería dar a los hombres a través de la Iglesia.

-El día décimo del séptimo mes, es la fiesta del Kipur... Ayunaréis y ofreceréis manjares en sacrificio. Es muy hermosa esta celebración del «perdón», del «gran perdón» de Dios a los pecadores. Nuestras celebraciones penitenciales, nuestras confesiones, ¿son una fiesta?

-El día quince de ese séptimo mes celebraréis durante siete días la fiesta de las Tiendas en honor del Señor. No olvidemos que Jesús celebró todas esas fiestas judías. Fue durante esos días festivos según san Juan 7, 2-14 cuando Jesús levantó la voz en medio de los peregrinos para decirles: «Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que crea en Mí, de su seno manarán ríos de agua viva.» (Juan 7, 37).

Se constata un poco por todas partes que los jóvenes se aburren en la misa. Sin embargo la «liturgia» debería ser un lugar de expresión corporal: el alma humana tiene unas profundidades que sólo el rito puede alcanzar... es preciso pues que nuestra Fe «cante», se exprese por medio de gestos y de símbolos (Noel Quesson).

2. En cada una de estas fiestas convocan una «asamblea litúrgica», ofreciendo sacrificios a Yahvé y, a la vez, en su honor, se abstienen del trabajo. El salmo resalta, sobre todo, la parte litúrgica: «acompañad, tocad los panderos... tocad la trompeta... aclamad a Dios, nuestra fuerza: yo soy el Señor, Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto». En todas las culturas y religiones, la fiesta es un elemento valioso en la dinámica de la vida de fe comunitaria. También los cristianos damos importancia a la celebración de nuestras fiestas, algunas de las cuales son herencia de las de Israel, pero con contenido cristiano. Celebramos el domingo cada semana, que una vez al año se convierte en la Pascua del Señor, con su muerte y resurrección, preparada por la Cuaresma y prolongada por una Cincuentena festiva que termina con Pentecostés. Además, a lo largo del año, celebramos otras fiestas del Señor, de la Virgen y de los Santos. La fiesta nos ayuda en nuestro camino de fe:

- despierta nuestra memoria de pueblo redimido por Dios en Cristo;

- alimenta nuestra identidad y nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia del Señor;

- da a nuestra existencia una dimensión de alegría, rompiendo la rutina de la vida cotidiana;

- nos ayuda a liberarnos de la esclavitud del tiempo y del trabajo;

- no sólo recuerda, sino que, en cierto modo, actualiza y hace presente el acontecimiento que celebramos: el Dios que, en otro tiempo, se mostró salvador, sigue ofreciendo la salvación a su pueblo; la Pascua de Jesús no ha terminado y se nos comunica, también hoy, en su celebración anual y en la Eucaristía diaria;

- la fiesta es memoria y presencia y, a la vez, anuncio del futuro, porque Cristo nos ha prometido que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos;

- también en nuestras celebraciones humanas -cumpleaños, bodas de plata y oro-, celebrar una fiesta es celebrar el pasado, el presente y el futuro, lo que da a nuestro camino por la vida un sentido y una fuerza especiales.

Nuestra fiesta es una Persona, Jesús, el Señor Resucitado. En torno a él nos reunimos para celebrar la Eucaristía diaria, el domingo semanal y las fiestas anuales. Y así vamos participando de su vida, y encontramos el sentido de nuestro camino hacia la fiesta eterna del cielo.

En este canto hay una invitación a la alabanza en una fiesta decretada por Dios, a quien se recuerda como liberador del pueblo, salvador, y se exhorta a escucharle. Queda de manifiesto el modo de actuar de Dios que en el Nuevo Testamento se pondrá más de manifiesto en el Padre que espera el hijo que vuelve para colmarlo de las manifestaciones de amor (cf Lc 15,11-24) y Jesús cuando proclama: “¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz! Sin embargo, ahora está oculto a tus ojos” (Lc 19,42). La fiesta puede ser Pascua o Tabernáculos (ambas se celebran en luna llena: Lv 23,5.34) y ambas recuerdan que Dios sacó el pueblo de Egipto. Se menciona a José, representante del reino del norte (quizá porque sea el reino que no escuchó al Señor). Así lo comenta Juan Pablo II:

"Tocad la trompeta por la luna nueva, que es nuestra fiesta" (Sal 80,4). Estas palabras del salmo 80, remiten a una celebración litúrgica según el calendario lunar del antiguo Israel. Es difícil definir con precisión la festividad a la que alude el salmo; lo seguro es que el calendario litúrgico bíblico, a pesar de regirse por el ciclo de las estaciones y, en consecuencia, de la naturaleza, se presenta firmemente arraigado en la historia de la salvación y, en particular, en el acontecimiento fundamental del éxodo de la esclavitud de Egipto, vinculado a la luna nueva del primer mes (cf Ex 12,2.6; Lv 23,5). En efecto, allí se reveló el Dios liberador y salvador. Como dice poéticamente el versículo 7 de nuestro salmo, fue Dios mismo quien quitó de los hombros del hebreo esclavo en Egipto la cesta llena de ladrillos necesarios para la construcción de las ciudades de Pitom y Ramsés (cf Ex 1,11.14). Dios mismo se había puesto al lado del pueblo oprimido y con su poder había eliminado y borrado el signo amargo de la esclavitud, la cesta de los ladrillos cocidos al sol, expresión de los trabajos forzados que debían realizar los hijos de Israel.

Sigamos ahora el desarrollo de este canto de la liturgia de Israel. Comienza con una invitación a la fiesta, al canto, a la música: es la convocación oficial de la asamblea litúrgica según el antiguo precepto del culto, establecido ya en tierra egipcia con la celebración de la Pascua (cf Sal 80,2-6a). Después de esa llamada se alza la voz misma del Señor a través del oráculo del sacerdote en el templo de Sión y estas palabras divinas ocuparán todo el resto del salmo (cf vv. 6b-17). El discurso que se desarrolla es sencillo y gira en torno a dos polos ideales. Por una parte, está el don divino de la libertad que se ofrece a Israel oprimido e infeliz: "Clamaste en la aflicción, y te libré" (v. 8). Se alude también a la ayuda que el Señor prestó a Israel en su camino por el desierto, es decir, al don del agua en Meribá, en un marco de dificultad y prueba.

Sin embargo, por otra parte, además del don divino, el salmista introduce otro elemento significativo. La religión bíblica no es un monólogo solitario de Dios, una acción suya destinada a permanecer estéril. Al contrario, es un diálogo, una palabra a la que sigue una respuesta, un gesto de amor que exige adhesión. Por eso, se reserva gran espacio a las invitaciones que Dios dirige a Israel. El Señor lo invita ante todo a la observancia fiel del primer mandamiento, base de todo el Decálogo, es decir, la fe en el único Señor y Salvador, y la renuncia a los ídolos (cf. Ex 20,3-5). En el discurso del sacerdote en nombre de Dios se repite el verbo "escuchar", frecuente en el libro del Deuteronomio, que expresa la adhesión obediente a la Ley del Sinaí y es signo de la respuesta de Israel al don de la libertad. Efectivamente, en nuestro salmo se repite: "Escucha, pueblo mío. (...) Ojalá me escuchases, Israel (...). Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer. (...) Ojalá me escuchase mi pueblo" (Sal 80, 9.12.14). Sólo con su fidelidad en la escucha y en la obediencia el pueblo puede recibir plenamente los dones del Señor. Por desgracia, Dios debe constatar con amargura las numerosas infidelidades de Israel. El camino por el desierto, al que alude el salmo, está salpicado de estos actos de rebelión e idolatría, que alcanzarán su culmen en la fabricación del becerro de oro (cf. Ex 32,1-14) (…).

En la relectura cristiana, el ofrecimiento divino se manifiesta en toda su amplitud. En efecto, Orígenes nos brinda esta interpretación: el Señor "los hizo entrar en la tierra de la promesa; no los alimentó con el maná como en el desierto, sino con el grano de trigo caído en tierra (cf. Jn 12,24-25), que resucitó... Cristo es el grano de trigo; también es la roca que en el desierto sació con su agua al pueblo de Israel. En sentido espiritual, lo sació con miel, y no con agua, para que los que crean y reciban este alimento tengan la miel en su boca".

Como siempre en la historia de la salvación, la última palabra en el contraste entre Dios y el pueblo pecador nunca es el juicio y el castigo, sino el amor y el perdón. Dios no quiere juzgar y condenar, sino salvar y librar a la humanidad del mal. Sigue repitiendo las palabras que leemos en el libro del profeta Ezequiel: "¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel? Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor. Convertíos y vivid" (Ez 18, 23.31-32). La liturgia se transforma en el lugar privilegiado donde se escucha la invitación divina a la conversión, para volver al abrazo del Dios "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad" (Ex 34,6)”.

3.- Mt 13,54-58. En su pueblo, Nazaret, Jesús no tuvo mucho éxito. Sus paisanos quedaron bloqueados por la pregunta: «¿de dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros?». Fueron testigos de sus milagros, admiraron su sabiduría, pero no fueron capaces de dar el salto y aceptarlo como el enviado de Dios. Un profeta no es recibido en su patria: «y desconfiaban de él». Hay que reconocer que no les faltaba parte de razón a sus paisanos, al mostrarse reacios a ver en su vecino al Mestas y Salvador. Jesús es un maestro atípico, no ha estudiado en ninguna escuela famosa, es un obrero. Pero, con tantas pruebas, tenían que haber superado su desconfianza inicial.

Pasar de la incredulidad a la fe es un salto difícil. Se trata de un don de Dios y, a la vez, de mantener una actitud honrada por parte de la persona. En el mundo actual, como entre los contemporáneos de Jesús, existen muchos elementos que condicionan a favor o en contra, la opción de fe de una persona. En Nazaret, el origen sencillo de Jesús (le esperaban más solemne y glorioso). Para los dirigentes del pueblo, la valentía y la exigencia del mensaje que predicaba. Unos le consideraban un fanático; otros, aliado con el demonio. Muchos no llegaron a creer en él: «vino a su casa y los suyos no le recibieron». Los que creyeron fueron los sencillos de corazón, a quienes Dios sí les reveló los misterios del Reino. Seguro que conocemos personas que han quedado bloqueadas y no llegan a aceptar el don de la fe. ¿Les ayudamos? ¿son convincentes o, al menos, estimulantes nuestra palabra y nuestro testimonio de vida, a fin de poderles ayudar en su decisión de fe (J. Aldazábal).

Siguiendo el procedimiento de composición de san Mateo, dejamos ahora la "sección discursos" -las parábolas agrupadas- para abordar la "sección hechos". Ahora bien, lo característico de los cuatro capítulos que seguirán ahora (Mateo 13,53 a 17,23) es que, con mínimas diferencias, encontraremos de nuevo el desarrollo de los hechos que Marcos relató (Marcos 6,1 a 9,32) El hilo conductor es también el mismo: el misterio de la "persona" de Jesús que se aclara más y más, pero crece la incredulidad de las masas y a Jesús no le siguen más que algunos de sus apóstoles... En esta concordancia no podemos dejar de ver un hecho histórico, apremiante, exacto: ¡es así como sucedieron las cosas con Jesús! Los evangelistas no podían decir lo contrario. -Jesús llegó a su pueblo y se puso a enseñar en aquella sinagoga. La gente decía asombrada: "¿De dónde saca éste ese saber y esos milagros?". Los Nazarenos creen conocer a Jesús. Sin embargo, entrevén que su persona es misteriosa: "¿de dónde le viene ese saber y esos milagros?" ¡Nada es tan peligroso como el pretender saberlo todo! Uno se cierra. No tiene nada que aprender. Y son los familiares de Jesús, en Nazaret, los que están más cerrados contra El. ¡Señor, conserva nuestras mentes y nuestros corazones abiertos! disponibles, prestos a renunciar a todo lo que creemos saber para ir más allá... Es el secreto para tantas crisis que alcanzan a tantas vidas. "Dudo. Me pregunto..." Invitación providencial a abandonar nuestras seguridades, nuestras certezas, para progresar y purificar nuestra Fe. -¿No es el hijo del carpintero? ¡Si su madre es María, y sus hermanos, Santiago, José, Simón y Judas! ¡Si sus hermanas viven todas aquí! ¿De dónde saca entonces todo eso? Es todo el clan familiar, todos los primos y primas que quieren recuperar a Jesús. Se le reprocha su origen modesto: después de todo no es más que un carpintero. Y situándose al lado de los pobres, es paradójico que Jesús no fuera comprendido por el pueblo sencillo como tampoco lo fue por los fariseos: ¡Se esperaba a un Mesías glorioso, poderoso, misterioso, celestial, transcendente! Pero Dios no encaja en nuestras ideas estereotipadas. Y nosotros, los que intentáramos condenar a esos "incrédulos" de Nazaret ¡cometeríamos su mismo error! pues no sabemos reconocer a Dios en la modestia y humildad de las situaciones ordinarias. Dios está aquí, y le buscamos fuera. -Y aquello les resultaba escandaloso. ¡Sin haber hecho nada malo, Jesús escandaliza! ¡Un hombre, una mujer de bien, sin quererlo, pueden provocar caídas o desaciertos! ¡Esto le ocurrió a Jesús! el perfecto, el inocente, el santo. Pues bien, Señor, después de esto ¿cómo podría pedir verme librado de las ambigüedades de mi vida? Señor, ayúdame más bien a soportarlas como Tú las has soportado. Con demasiada facilidad se dice hoy que la Fe se pierde, que la moral no es tenida en cuenta, porque ya no se enseña la fe ni la moral, o por tal o cual otra razón... ¡Cuando el mismo Jesús no logro convencer a sus propios compatriotas! Misterio del rechazo de la Fe. -No hizo allí muchos milagros, por su falta de Fe. Sorprendente respeto a la libertad. Dios no fuerza las consciencias (Noel Quesson).

Este episodio concluye una sección del evangelio. Jesús abandona la enseñanza en las sinagogas y emprende su camino anunciando de pueblo en pueblo la Buena Nueva. Al igual que le ocurre a los profetas del Antiguo Testamento, Jesús es despreciado en su tierra. Ellos no esperaban que un vecino suyo les anunciara el inicio de la nueva era. Efectivamente, los judíos esperaban un Mesías poderoso que viniera con gran poder a derrocar a los romanos, restaurara el auténtico culto del templo e iniciara un Reino eterno. Jesús con su testimonio se opone a estas expectativas. Su acción es humilde: busca a marginados, pecadores, enfermos y gentiles. El centro de su enseñanza y oración es el camino, la casa del amigo y las plazas donde se reúne el pueblo. Su Reino no esta fundado ni en la mentalidad ni en la estructura de los imperios opresores. Por esto, la vida y obra de Jesús no inspiraba confianza a sus paisanos. Muchas veces nosotros caemos hoy en la misma tentación que experimentaron los paisanos de Jesús. Deseamos ser instruidos por importantes catedráticos, por personas con prestigio que se expresen con grandes discursos. No le damos crédito a la catequista del barrio, a la señora que dirige el grupo de oración o al compañero de trabajo que podría aconsejarnos. Sus palabras nos parecen sin importancia, pues generalmente creemos que no nos van a decir nada nuevo. Sin embargo, la novedad está ahí, en esa sencillez con que anuncian el Evangelio. Pues, al igual que Jesús, ellos no se anuncian a sí mismos, sino que anuncian la Palabra de Dios. Son la boca de Dios, aunque algunos se enojen por sus palabras y cuestionamientos. Que la sencillez y humildad de los predicadores no nos vuelva ciegos ante Dios (Servicio Bíblico).