XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6,24-35: la fe es un riesgo pero al mismo tiempo libertad en el camino de la vida y Dios no deja de darnos lo necesario y sobre todo la Eucaristía

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del libro del Éxodo 16,2-4.12-15. En aquellos días, la comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo: -«¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad.» El Señor dijo a Moisés: - «Yo haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi ley o no. He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: "Hacia el crepúsculo comeréis carne, por la mañana os saciaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor, vuestro Dios."» Por la tarde, una banda de codornices cubrió todo el campamento; por la mañana, había una capa de rocío alrededor del campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo fino, parecido a la escarcha. Al verlo, los israelitas se dijeron: - «¿Qué es esto?» Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: - «Es el pan que el Señor os da de comer.»

 

Salmo 77,3 y 4bc.23-24.25 y 54. R. El Señor les dio un trigo celeste.

Lo que oímos y aprendimos, lo que nuestros padres nos contaron, lo contaremos a la futura generación: las alabanzas del Señor, su poder.

Dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo: hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste.

Y el hombre comió pan de ángeles, les mandó provisiones hasta la hartura. Los hizo entrar por las santas fronteras, hasta el monte que su diestra había adquirido.

 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4,17.20-24. Hermanos: Esto es lo que digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya como los gentiles, que andan en la vaciedad de sus criterios. Vosotros, en cambio, no es así como habéis aprendido a Cristo, si es que es él a quien habéis oído y en él fuisteis adoctrinados, tal como es la verdad en Cristo Jesús; es decir, a abandonar el anterior modo de vivir, el hombre vicio corrompido por deseos seductores, a renovaros en la mente y en el espíritu y a vestiros de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan 6,24-35. En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: - «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús les contestó: - «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.» Ellos le preguntaron: - «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?» Respondió Jesús: - «La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.» Le replicaron: - «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer pan del cielo."» Jesús les replicó: - «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.» Entonces le dijeron: - «Señor, danos siempre de este pan.» Jesús les contestó: - «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»

 

Comentario: 1. Ex 16,2-4.12-15: tentación, maná, codornices… episodio importante… no faltan los que quieren encontrar una concordancia con el maná y una secreción dulce que brota del mararisco (tamarix mannifera) al ser picado por unos insectos que abundan en las montañas del Sinaí. Las gotas destiladas se solidifican con el frescor de la noche y algunas llegan a caer al suelo. Son de color blanco, como de cera virgen. Hay que recogerlas temprano porque se derriten a 21º. Los árabes actuales lo siguen recogiendo y apreciando como golosina y como ingrediente para endulzar parte de su repostería. Las codornices cruzan la península del Sinaí en sus vuelos migratorios de ida y vuelta entre África y Europa o Asia. En mayo o junio, cuando retornan de África, suelen posarse en la península del Sinaí, exhaustas después de un largo viaje sobre el mar, y es fácil atraparlas. Que en la costa occidental de la península del Sinaí haya un arbusto llamado tamarisco que produce una secreción dulce que gotea desde las hojas hasta el suelo, que como se ha dicho por el frío de la noche se solidifica y hay que recogerla de madrugada antes de que el sol la derrita, y que fuera este alimento natural el maná que describe la Biblia, esto no quita los hebreos llevaban consigo rebaños y vivieron como nómadas durante la larga travesía del desierto. Que el maná fuera un alimento natural, aunque extraño y desconocido de los israelitas, deja en pie que éstos lo consideraron como "señal" de la protección y ayuda especial de Yavhé a su pueblo. Jesús anunciará la institución de la eucaristía a los judíos, cuando éstos le recuerden el maná con que Dios había alimentado a sus padres en el desierto (Jn 6,31). El pan "llovido del cielo", que "sacia" de verdad y "da vida", es el mismo Jesús, su persona, aceptada en la fe; es la "carne" de Jesús dada "por la vida del mundo" y "para la vida eterna". El significado del "maná", como el de la "nube", se expresará plenamente en el misterio de la carne y de la sangre de Jesús de Nazaret (Jn 6,31-35; 45-48; “Eucaristía 1988”).

Pero aunque estos fenómenos puedan explicarse más o menos de forma natural aquí lo importante es que los israelitas ven la mano de Dios en esas acciones prodigiosas, como leemos en el impacto que el maná produce en el pueblo: man hû (¿qué es esto?)  y el no guardarlo tiene que ver con el sábado y tantos dones gratuitos de Dios (v. 28), y la obediencia reside en aceptarlos. El prodigio del maná tendrá resonancias en toda la Biblia, hasta las palabras de Jesús: “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra (mandamiento) que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3), y el salmista descubre en el maná “el pan de los fuertes (de los ángeles, traduce la Vulgata), dado en abundancia, como corresponde a Dios” (Sal 78,23ss; cf Sal 105,40). El libro de la Sabiduría desarrolla las características de este “pan del cielo que contiene en sí todo deleite” (16,20-29), y el NT revela toda la profundidad de este alimento “espiritual” (1 Co 10,3) como veremos en el Evangelio de hoy, pues “el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía, ‘el verdadero Pan del Cielo’ (Jn 6,32)” (Catecismo 1094).

            El monte Sinaí lo localizamos en la cordillera del centro-sur de la península de igual nombre, montañas de 2500 m., al pie de un monte que se ha edificado el convento de S. Catalina (Biblia de Navarra).

En esta lectura veterotestamentaria podemos distinguir dos partes:

a) Importancia de la peregrinación como etapa intermedia (vs. 2-3). La peregrinación de Israel por el desierto es un tiempo intermedio entre la liberación del poder esclavizador del Faraón, de Egipto y la entrada. Israel camina hacia su tierra de promisión (Ex 15,22-17,16; Nm 11-16; 20). El Señor no abandona a su pueblo en su lucha hacia la libertad, pero toda etapa es dura, difícil. Y por eso el pueblo se subleva protestando y murmurando (este es el marco de fondo de muchos de los relatos de esta época). El desierto es lucha, prueba, crisol para probar la madurez del pueblo.

En su peregrinar se acercan al Sinaí (no conocemos el lugar exacto de este relato), y el autor nos recuerda una de tantas murmuraciones y protestas del pueblo contra sus dirigentes, contra Dios. La falta de alimentos provoca la revuelta en la que escuchamos aseveraciones blasfemas: La liberación de Egipto (=salida de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida) es considerada como salida hacia la muerte: "Nos has sacado a este desierto para matar de hambre a toda la comunidad". Israel añora los tiempos de pan abundante en Egipto (=seguridad con esclavitud) importándole muy poco su libertad (=miedo al riesgo). La libertad es esfuerzo, y el esfuerzo se rehuye.

b) Alimentación en el desierto (vs. 4, 12-15). A pesar de la postura de Israel, Dios no ceja en su afán de liberarlos, y por eso los alimenta en el desierto (el autor de este relato unifica el tema del maná y las codornices; según Nm 11, 2 ss. las codornices sólo se dan después de que el pueblo se haya hastiado del maná). El don divino tiene una finalidad: "para que sepáis que yo soy el Señor vuestro Dios" (v. 12). El Señor está siempre lejano al pueblo y le ayuda: el maná y las codornices son don divino, respuesta de Dios a las reclamaciones de un pueblo hambriento. El maná viene del cielo como lluvia que hace germinar los campos (v. 4); pero Dios pone una prueba: recoger sólo lo necesario para cada día.

También el Israel de hoy peregrina hacia su liberación humana, religiosa. La conquista de esta libertad siempre ha sido dura, y el pueblo de hoy, como el de ayer, murmura y protesta ante cualquier dificultad. Cree que Dios lo ha abandonado, que no sabe guiarlo, y si lo guía es una conducción hacia la muerte. Como dice E. Fromm (cf "El miedo a la libertad"), el hombre de todos los tiempos siempre ha preferido la esclavitud con una relativa comodidad a la libertad con dureza y esfuerzo. La libertad es riesgo, y siempre resulta más cómodo anhelar lo pasado: las ollas de carne en Egipto. Por eso apelamos tanto al pasado, a lo que siempre fue, a la tradición (postura cómoda y egoísta), y nos lamentamos tanto de la nuevas ruta que se emprenden (sólo hacen política...). Anhelamos la esclavitud y rechazamos la libertad, fermento del cristianismo según San Pablo. Y con esta mentalidad nos vamos a ninguna parte.

En el éxodo se considera este alimento como don divino y capaz de saciar (vs. 4.8. 12.16.29...), pero según Nm (vs. 11, 6; 21, 5) el pueblo lo encuentra poco sabroso y se queja contra Dios. El único maná o pan capaz de saciar al hombre es Jesús: su palabra y su carne (cfr. Dt. 8, 3; Jn 6).

El maná es don que viene del cielo, y por eso sólo se recoge el necesario para cada día. La libertad, don divino, también nos ha proporcionado a la larga bienestar, abundancia de bienes materiales... ¿Nos conformamos con los necesarios para cada día? (A. Gil Modrego).

El pueblo que salió de la esclavitud de Egipto empieza ahora a cansarse de la libertad, ahora que tropieza con las primeras dificultades. Este pueblo tiene hambre y el hambre es mala consejera. En medio de él se levanta la sospecha, la crítica y la murmuración contra los caudillos: "Nos habéis sacado a este desierto para matarnos de hambre...". Y son tantas las calamidades presentes, que hacen buenos los tiempos pasados en Egipto. Los murmuradores idealizan la situación anterior, se deforma la memoria y los recuerdos: aunque la carne formara parte de la dieta de los egipcios, no hay que pensar que abundara en la dieta de sus esclavos. La murmuración de este pueblo hambriento alcanza también al mismo Dios y no sólo a sus representantes. Por eso es Dios el que responde a las quejas de Israel; el mismo que lo sacó de Egipto es ahora el que sacará de apuros en el desierto (“Eucaristía 1982”).

Con la liberación de Egipto, el pueblo de Israel entra en una etapa que se caracteriza por la inseguridad del alimento cotidiano. Era normal que surgiera el recuerdo de la situación precedente que, si no daba libertad, garantizaba el alimento y la tranquilidad. Pero el Dios de Israel no es un Dios que condene, sino el Dios que salva. En el maná, el pueblo experimenta la presencia salvífica, aunque la fe queda sometida a prueba. Al no poder acumular, permanece la inseguridad. El tema del libro del Éxodo es la liberación de Egipto y la manifestación de Dios en el Sinaí por medio de la alianza. Al lado de este tema hay unas narraciones sobre la peregrinación de Israel por el desierto. La finalidad de estos relatos es afirmar que en el desierto Yahvé ha hecho de Israel su pueblo. Con algunas incongruencias, el esquema de estas narraciones es: murmuración contra Moisés por alguna situación desagradable; diálogo entre Moisés y Dios; milagro o solución de la dificultad. El tema de la murmuración en el desierto tiene gran variedad de formas. Es la actitud del que se encuentra en una situación nueva en la que está en juego su vida. Es la situación del que se fuga de un campo de concentración o de tantos otros peligros. Se siente libre, pero poco a poco le llega la inseguridad, el hambre, el no dejarse ver ni reconocer. ¿Qué libertad es la que ha adquirido? Surge el miedo de haber tenido el valor de escapar, de haber mirado hacia adelante, de haberse comprometido, y desea volver atrás. Los israelitas no ven claro si Dios quiere liberarlos o quiere destruirlos en el desierto. El dios de Egipto, por medio del Nilo, les aseguraba la vida. Yahvé los ha conducido a un desierto en el que no hay seguridad ni fertilidad. El maná garantiza un mínimo vital, pero cada día hay que sufrir y superar la prueba. Es una actitud difícil para el hombre de hoy, pero que han de soportar tantos hombres. Se quiere prever y programar (P. Franquesa).

Este relato del "milagro" del maná ha sido redactado muy tardíamente; se atribuye a la tradición sacerdotal posexílica. Su género literario es el de una homilía midráshica que amplía algunos datos tradicionales. En estas condiciones no se puede decir que posea un carácter estrictamente histórico. Por ejemplo, se podría admitir que el maná es como hemos visto el resultado de la transpiración de un arbusto, que un día se produjo tan abundantemente que se habría atribuido tal fenómeno a una intervención divina. Probablemente las tradiciones antiguas hablaban del maná como de un fenómeno que ocurrió una sola vez; la ampliación del hecho y de su sentido religioso será obra de tradiciones posteriores.

a) El fondo religioso del relato consiste en que el pueblo ha adquirido certeza de una intervención especial de Dios. Los hebreos pasan por un momento de crisis bastante aguda de desánimo y ponen en tela de juicio la posibilidad misma de poder ser liberados (vv. 2-3), cuando se produce un fenómeno natural excepcional (v. 4). Los hebreos ven en esta coincidencia entre su desaliento y la aparición de este fenómeno una señal de la presencia divina destinada a animarlos. Reducida a este dato esencial, la tradición yahvista sobre el maná resalta la intervención de Dios (v. 4). La tradición sacerdotal añadirá algunos puntos de vista propios al colocar a Aarón al lado de Moisés (vv. 2 y 6), al recordar la legislación referente al sábado (v. 5), al insistir en la función mediadora del sacerdote ("nosotros, ¿qué somos nosotros?", vv. 7 y 8) y al subrayar que el manjar celeste es la base esencial del sustento del pueblo elegido (v. 4).

b) Dentro de los distintos matices propios de cada tradición se desprende, sin embargo, una idea común: la experiencia del desierto es, sobre todo, la experiencia de la providencia divina que guía a su pueblo fielmente, cada día y según las necesidades de cada uno, sin permitir que el hombre por sí mismo haga cálculos sobre su mañana y considerando como una injuria que el hombre busque sus medios de subsistencia. El maná es, por tanto, una prueba: enseña al hebreo a ser "pobre". El aspecto prodigioso de las intervenciones de Dios en el desierto del Sinaí no convierte ya, probablemente, a nadie. Es casi impensable ya la intervención inmediata de Dios en el curso de los acontecimientos humanos. Se dirá que Dios no obra ya más que a través de las causas segundas (en este caso: la transpiración posible de un arbusto del desierto). Pero al fijarse en ellas sigue siendo necesaria la fe para descubrir allí la presencia e intención divinas. Estas no son evidentes en su conjunto y el ateísmo que no concede significación alguna religiosa a las causas segundas obliga a los cristianos a preguntarse por la naturaleza de aquello que constituye la hermenéutica de las mismas, la fe: ¿qué es la fe? Los cristianos coinciden con el ateísmo en no buscar ya más a Dios en el aspecto prodigioso de sus intervenciones milagrosas, sino en descubrirlo en lo más íntimo de la promoción humana (Maertens-Frisque).

Un nuevo capítulo en la larga historia de la prueba humana del don de la libertad, una nueva piedra de toque, que se convierte en piedra de tropiezo, y una nueva intervención de Dios en favor de su pueblo. Pero en esta ocasión la tradición antiquísima del hecho ha sido recogida por la reflexión teológica de un pueblo que busca a Dios y su revelación en cada momento de su historia, y también en el momento que ahora vive. De este modo, la intervención de Dios pasa de ser remedio del hambre del cuerpo a ser alimento del espíritu, hasta llegar a convertirse en presencia real de Dios en la marcha de la comunidad y en la obra de la construcción de la personalidad de cada hombre. Maná -«pan alimento» corporal caído del cielo-, palabra de Dios -"pan del espíritu" que ilumina y orienta-, eucaristía -«pan de la presencia de Cristo» que salva-. A través de este itinerario, la revelación de Dios va conduciendo al hombre como en una larga peregrinación por el desierto de su vida hacia la comunión plena con él. Es la pedagogía de la libertad, que arranca del reconocimiento de la propia realidad, la limitación humana, para poder conducir al hombre hasta el infinito y la eternidad de Dios.

En el texto bíblico encontramos dos temas bien diferenciados, pero que se complementan mutuamente. En el primer tema -la murmuración del pueblo (vv 2-3.6-7.9-12) hay que destacar la reacción negativa del pueblo ante las dificultades que comporta el camino de la libertad (3). El pueblo se cansa pronto de la lucha, y a la hora de optar entre la comodidad y la libertad, cede al encanto de la comodidad. Hay también otro aspecto muy importante en la manera de hacer del pueblo: la murmuración contra los jefes (2): el pueblo, en masa, renuncia fácilmente a las responsabilidades colectivas. Los que habían hecho la opción por la libertad y habían salido de Egipto eran todos. En teoría, todos estaban decididos a todo. Pero ahora, cuando se encuentran con la dura realidad, renuncian a los principios democráticos y hacen recaer la responsabilidad de las dificultades únicamente sobre los jefes. Por eso Moisés tiene que puntualizar: no murmuráis contra nosotros sino contra Yahvé (7). El es el que lleva la iniciativa de la liberación. Los jefes no son más que servidores suyos y del pueblo.

En el segundo tema se nos presenta el contorno providencial del hallazgo de un nuevo alimento. Aquellos hombres se veían obligados a vivir sobre todo de los productos del ganado que habían tomado consigo en el momento del éxodo (cf 23). El descubrimiento de nuevos alimentos en aquellas trágicas circunstancias es recibido como un verdadero milagro de la providencia de Dios. Y ciertamente es Dios el que lleva al hombre a descubrir -"dominar"- las riquezas que él mismo ha puesto como posibilidades de la creación. En lo que se refiere al tema concreto del maná, la reflexión teológica de Israel lo va desarrollando en el sentido de relacionar estrechamente, hasta identificarlos, los conceptos de "pan del cielo" y de "palabra de Dios". Jesús tomará de nuevo esta expresión y la llevará a la plenitud total: el pan-palabra bajado del cielo, que sacia realmente el hambre del hombre y le da «vida», es él mismo, comido en la eucaristía, memorial de su sacrificio salvador (J.M. Aragonés).

La tentación del desierto y las quejas son una oportunidad de conversión. “Aunque Dios podría infligir el castigo a los que condena sin decir nada, no lo hace; al contrario, hasta cuando condena, habla con el culpable y le hace hablar, como medio para evitar la condenación” (Orígenes). La simbología de todo esto es la presencia de Dios que no abandona su gente, a pesar de las dificultades; me recuerda una historia de Almas gemelas entre la santa monja Teresita del niño Jesús y el sacerdote misionero Maurice (“Maurice y Teresa. La salvación por la confianza”. Patrick Ahern. Voz de papel.  www.vozdepapel.info). Cuando hice el servicio militar, en uno de los puestos de guardia (en Puerta de la carne de Sevilla), donde se pasaba frío y algún compañero debió sentir la soledad, leí estos versos escritos con fuerza en la pared de la garita, al lado de un dibujo con unas manos que rompían cadenas: “No morirá jamás quien de esclavo se libera rompiendo para ser libre con su vida… cadenas…” la libertad es una cualidad interior, que en medio de cualquier circunstancia se desarrolla, aun en medio de circunstancias adveras: Dichoso el hombre que ha soportado la prueba… Quien no ha sido probado, poco sabe de la vida y del amor. La joven Teresita sentiría ese afán de libertad (que siente el pueblo al salir de Egipto), dentro de su amor a Jesús: “Atráeme a ti y correremos juntos”, aunque en los últimos tiempos se le haría invisible su presencia y encontraría a faltar el cariño y el afecto sensible: “El velo de la fe ya no es un velo para mí, sino un muro que se levanta hasta los cielos”. Se sintió unida a Cristo en la Cruz: Dios nunca pide sacrificios superiores a nuestras fuerzas… y cuando pide el sacrificio de lo que nos es más querido en este mundo… como Él: Padre, aparta de mí este cáliz!... pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Jesús tembló ante este cáliz que había deseado ardientemente beber… pensó ella que el mayor honor que Dios puede hacer a un santo no es darle mucho, sino pedirle mucho. Y se sintió unida a Él por la oración y el sufrimiento. Y así como Arquímedes dijo “dame un punto de apoyo y moveré el mundo” ella, en el corazón de la Iglesia que es el amor de Dios, era la primera en mojar los labios en la copa que Jesús nos ofrece para vivir de amor, para ser una hostia escondida que es darse sin medida, sin reclamar salario aquí en la tierra: “mi única riqueza será siempre vivir de amor”. ¿Ser sacerdote? ¿Misionero? ¿Mártir?: “El amor, el medio, la clave de mi vocación, en el corazón de la iglesia. Quería ser todo, y así lo soy, en el amor lo seré todo, y mi sueño se realizará. Lo único que deseo es hacer la voluntad de Dios. Soy alma pequeña en la que Dios ha hecho cosas grandes, lo agradezco cada día, y a quien más se le ha perdonado debe de amar más y procuro hacer de mi vida un acto de amor… y me alegro de ser pequeña… ignorada…” En este camino evangélico de Teresita no importan los fracasos… mejor, que nos veamos ser poca cosa: “lo que agrada a Dios es verme amar mi pequeñez y mi pobreza, es la esperanza ciega que tengo en su misericordia… Este es mi único tesoro”, todo se basa en la confianza que lleva a más amor.

Un seminarista, Maurice, escribe al convento, y la superiora le manda a Teresita que mantenga correspondencia con él. Con el tiempo serán “almas gemelas”. Pongo aquí algún trozo de las cartas…

Maurice: -“tengo miedo de que Jesús os vaya a contar todas las penas que le he dado, toda mi miseria que vuestra ternura se enfríe”, le llama “piloto amado” (138): se deja llevar por la fuerza de la santa, en ese vivir de amor. Ella le manda algunas imágenes dedicadas: “el Señor ha encargado a su ángel que os vigile y os guarde en todos vuestros caminos”, le dedica algunas explicaciones sobre aprender el camino de infancia, el padre y 2 hijos que se acercan uno con miedo a recibir el castigo y el otro pide como perdón un beso, y el tema del ascensor (conocidos, que no transcribo aquí). Él está encantado con este camino de infancia espiritual y de la misericordia divina: -“vos sois feliz, querida hermana, viéndome entrar en el amor por la confianza. Yo creo con vos que es la única vía que me puede conducir al Puerto. En mi relación con los seres humanos nunca he hecho algo por miedo. Nunca he podido obedecer a la violencia; los castigos de mis profesores me dejaban frío, entanto que los reproches hechos con afecto y dulzura me arrancaban lágrimas, me movían a excusas y promesas que habitualmente guardaba. Era así incluso casi hasta con Dios. Si se me mostraba un Dios airado, la mano siempre dispuesta a azotarnos, yo me descorazonaba y no hacía nada. Pero si veo un Jesús esperando pacientemente mi regreso a Él, concediéndome una nueva gracia después de haberle pedido perdón por una nueva falta, quedo vencido y vuelvo a recuperar la moral…

Teresita, que ya le habla de que no le tendrá mucho tiempo, pero de que le acompañará desde el cielo toda la vida: “Su alma, así me lo describe, está ‘poco acostumbrada a las cosas sobrenaturales’, pues yo, que para algo soy su hermanita, le prometo hacerle saborear, después de mi partida para la vida eterna, la dicha que puede experimentarse al sentir cerca de sí a un alma amiga… una conversación fraterna que maravillará a los ángeles”. Él le dice que la necesita en la tierra, añorará como hoy los israelitas los potajes, pero Teresita le dice que también las cebollas de Egipto (Nm 11,5) hacen llorar al acercar sin cocinar a los ojos, así las gratificaciones, compensaciones o modos de premio sensible que deseamos en esta vida.

Maurice, que entra en razón: “ahora mi sueño es compartir con usted ‘el maná escondido’ que el Todopoderoso prometió dar ‘al vencedor’… si, mi alma es demasiado grande para apegarse a ningún consuelo de aquí abajo. Tiene que vivir por anticipado en el cielo, pues Jesús nos dijo: ‘donde está tu tesoro, allí está tu corazón’ (Mt 6,21)”, aunque aún está preocupado por su vida pasada, le da reparos acercarse a Jesús…

Teresita: “Hace mucho tiempo que tiene olvidadas sus infidelidades, y sólo tiene presentes sus deseos de perfección para alegrar su corazón” (con todo ello se prueba al justo: para que aprenda a obedecer). Le dice que no vaya a los pies de Jesús, como el “niño educado”, “siga ese ‘primer impulso’ que lo lleva a sus brazos”, y le habla de esas llagas de Jesús “fui herido en casa de mis amigos” (Zac 13,6) cuando no pedimos perdón (Lc 15,22), “pedid sólo que se haga la voluntad de Dios”. (Todo ello es un lenguaje que convence, no son razonamientos fríos, van directos al corazón y de ahí a la cabeza del hombre de hoy, pues son profundamente evangélicos, y además provocan una sonrisa, al ver la sonrisa de Dios, le quita lo trágico al dramatismo humano, se ve mucho más bella la vida. Maurice ve que el tesoro es el Señor, pero añade: -“sin duda Jesús es el Tesoro, pero yo lo encontré gracias a vos… Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz”. Le habla de que son almas gemelas, y le repite: “soy de tal naturaleza que el temor me hace retroceder. Con amor, no solamente avanzo, ¡vuelo!”

(Ahí se ve el sueño de Ana de Jesús y ciertas explicaciones de que encontramos a la persona oportuna en el momento oportuno: que Teresita tuviera algo a lo que agarrarse en esos momentos de sufrimiento…) Maurice sentirá participar de la misericordia divina, de su comprensión al recordar sus flaquezas, sentirá la protección de Teresita: -“me convertí en su hermano por elección” (“capellanas” llaman a las carmelitas encargadas de proteger de manera especial a un sacerdote, de hecho es parte integrante de su vocación, sostenerlos). La últimas palabras que escribió Teresita, en una carta, en los últimos momentos de su vida, fueron para Maurice, en 2 estampas, de Jesús: “¡que tierno es abandonarse en sus brazos, sin miedos ni deseos!”

Él le había pedido: “Hasta el último día, si lo podéis, ¿querríais dedicarme alguno de vuestros pensamientos? Esto será también parte de la herencia. Pero, por favor, no os canséis”. Ella, en su último dibujo, le pone: “último recuerdo de la hermana de su alma”, con delicadeza de mujer. Ella ha ido días antes a Lourdes a pedir el milagro, él parte al África con su bendición.

Maurice siente una voz extraña: “cuando mueras descubrirás que después de la muerte no hay nada” cuando necesita más cartas, en ese último día que zarpa en barco recibe dos de ella.  Las nubes se disiparon y las estrellas comenzaron a brillar (ya es conocida la muerte de Teresita, que fallece en esos momentos). Teresita miró al cielo por última vez desde la tierra, vio las estrellas que veía Maurice desde el barco. Maurice miraba al cielo sin saber que ella ya estaba allí para esperarle. Para él supondrá un golpe: -“El último de los tesoros de mi vida ha desaparecido, y ahora ya no me queda nada” (me he acostumbrado a ver desaparecer todo lo que más he querido)… pero tiene dentro su espíritu, que le prepara para el calvario que está para llegarle: “nunca más he de dudar de mi salvación”… y le reza: -“muéstrame qué tengo que hacer”.

(Teresita le había cambiado la  vida y le había transmitido algo de su valioso espíritu, el camino del sufrimiento unido al amor… alegría y cruz. Él participa del Milagro de Navidad, la conversión de Charles de Foucauld, 1886, la confesión del eremita del Sahara, estuvo con Maurice 1 semana). Va madurando en su espíritu, como leemos en sus notas: “Te pido, Jesús, un corazón que te quiera, un corazón que no puede ser derrotado, siempre dispuesto a la batalla después de cada tempestad, un corazón libre, nunca seducido, un corazón recto que nunca camine por sendas tortuosas”. Ordenado sacerdote, es enviado a destino como misionero al África, feliz con su dedicación. Luego, al cabo de un tiempo, comienza a hacer cosas raras como superior, de manera que es llamado al orden y castigado como desobediente. Más tarde será expulsado de la institución religiosa misional a la que pertenece y fracasado humanamente volverá a Francia. Allí, dejó la casa de su madre y comenzó a vagar sin rumbo. Lentamente, iba perdiendo el juicio y ya no era dueño de sus actos. Su viejo amigo… Adam, dio con él, perdido y vagabundo, se lo llevó a Caen y lo confió a hospital mental Bon Savem, un manicomio regido por las hermanas del buen Salvador. Murió el 14.7.1907, recién cumplidos 33 años en Caen, a 1 hora de Liesieux. Estuvo recluido en Aliénés, donde también estuvo recluido el padre de Teresita 3 años y medio, hasta 3 meses antes de morir, con lo que los 2 hombres que más amó en el mundo Teresita pasaron sus últimos días en el mismo lugar. Ella prometió estar con su amado hermano “hasta el final”. Murió en realidad de la enfermedad del sueño, 5 años más tarde de los sucesos vergonzosos por los que fue juzgado como indisciplinado y rebelde, y que en realidad fue mártir de no dormir, de la cruz que sabía que llegaría y por la que Teresita había rezado y le había prometido compañía. Su expediente siguió siendo un juicio de irresponsabilidad: “las explicaciones dadas por el p. Bellière indican que actuó con asombrosa ligereza e inconciencia y sin tener en cuenta la seriedad de su acto. El consejo, por tanto, reconoce la existencia de circunstancias agotadoras”, esta sería su pasión y cruz oculta. A 16 km de Caen en la costa de normandía donde Maurice de pequeño rezaba en Langrune (tierra verde), tierra vikinga, en una pequeña iglesia del siglo XI, allí comenzó a querer ser sacerdote, y allí está enterrado en la entrada del cementerio, junto a su tía, la lapida ya rota, con una breve leyenda: “sacerdote y misionero”, por lo menos hace 20 años. Ahora se ha puesto una lápida más bonita, con un escrito: “hermano espiritual y protegido de santa Teresita”, esa alma gemela que fue olvidada, siguió el caminito con ella, que dijo: “me hice su hermana por decisión propia”. Ella lo quiso en su fragilidad humana, quintaesencia de las “pequeñas almas”, que lo basan todo en confiar en Dios, en la “misericordia y el amor”. Él quería unirse a ella, morir con ella, y de hecho le escribió tiempo atrás: “en África la vida es breve… mi destierro será breve. Mientras muera en mi trabajo todo estará bien. Tanto mejor si pierdo la cabeza”… no sabía que sería todo ello cierto, y más escondido de lo que pensaba, y por una mosca tse-tse, desconocido y despreciado por todos, en Caen…

2. El pueblo de Dios pierde el Arca, pero no es rechazado por el Señor, fue un castigo pero tuvieron un don mejor… salmo que abarca muchos aspectos, aquí se tocan el maná y las codornices, pan de los ángeles, de los fuertes, y Jesús (el Moisés pleno) dará a comer el auténtico maná de la Eucaristía de su cuerpo (Jn 6,31), pan del cielo (32-33). A los pecados renovados sin cesar, Dios responde siempre con el perdón y nuevos beneficios. A pesar de todas las "infidelidades", Dios permanece "fiel" a su Alianza. Es un salmo mesiánico (referido a David) que da pleno sentido de la historia, el sentido de los hechos. Para nosotros los cristianos, Dios no está relegado allá arriba en su eternidad: tenemos con El puntos de contacto... Los acontecimientos de nuestra vida. Dios es un compañero, nuestro "aliado", hace la "Alianza" con nosotros. Mi "historia" le interesa, porque se alió por amor conmigo. Si sé leer los signos de mi vida... Dios está allí. Y participamos en la historia… El pecado colectivo. Una cierta devoción individual ha contribuido a lo largo de los siglos a encerrar el pecado en el secreto de las conciencias, como si se tratara de un asunto estrictamente privado. Ahora bien, este salmo nos recuerda que hay pecados que marcan todo un conjunto humano, todo un pueblo. Hay que tomar conciencia de nuestra participación en mentalidades colectivas gravemente culpables: mentalidades culpables de mi profesión, de mi medio, de los grupos a que pertenezco. Los países occidentales por ejemplo, de consumo exagerado, de despilfarro en algunos casos, son colectivamente culpables hacia los países del Tercer Mundo, cuando éstos reclaman un mejor nivel de vida, un alza en los precios de los productos que venden a los países ricos (Noel Quesson).

Conozco la historia, Señor, y sé la lección que nos enseña. Sé que la marcha de tu pueblo escogido de Egipto a Canaán es diseño y figura de mi propia vida de nacimiento a muerte, de pecado a redención, de cautividad a liberación. Y ahora vuelvo a vivir esa historia en mi corazón y me voy reconociendo a mí mismo en los episodios significativos de la travesía del desierto. La historia es un romance, y el romance tiene un tema y un estribillo. El tema es tu bondad, tu providencia, tu poder siempre a punto para ayudar a tu pueblo en todas sus dificultades y proveerlos en todas sus necesidades; y el estribillo es la ingratitud del pueblo, que, en cuanto recibe un nuevo favor, encuentra una nueva queja, duda de tu poder y se declara en rebeldía. Voy leyendo los capítulos de su peregrinación y voy pensando en las circunstancias de mi vida que en ellos se reflejan. ¿Aprenderé por fin la lección? «Hizo portentos a vista de sus padres, en el país de Egipto, en el campo de Soán: hendió el mar para abrirles paso, sujetando las aguas como muros; los guiaba de día con una nube, de noche con el resplandor del fuego». Esos portentos bastaban para fundar la fe de un pueblo para siempre. Sin embargo, su efecto no duró mucho. Sí, Dios nos ha sacado de Egipto; pero ¿podrá darnos agua en el desierto? «Hendió la roca en el desierto y les dio a beber raudales de agua; sacó arroyos de la peña, hizo correr las aguas como ríos». Nuevas maravillas para robustecer la fe. Y, sin embargo, nuevas dudas y nuevas quejas. Sí, nos ha dado agua; pero ¿podrá darnos pan?, ¿podrá darnos a comer carne en el desierto? «Pero ellos volvieron a pecar contra él y se rebelaron en el desierto contra el Altísimo: tentaron a Dios en sus corazones, pidiendo una comida a su gusto; hablaron contra Dios: ¿Podrá Dios preparar una mesa en el desierto? El hirió la roca, brotó el agua y desbordaron los torrentes; pero, ¿podrá también darnos pan, proveer de carne a su pueblo? «Lo oyó el Señor y se indignó, porque no tenían fe en su Dios ni confiaban en su auxilio». «Pero dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo: hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste, y el hombre comió pan de los ángeles; les mandó provisiones hasta la hartura. Hizo soplar desde el cielo el Levante y dirigió con fuerza el viento Sur: hizo llover carne como una polvareda, y volátiles como arena del mar; los hizo caer en mitad del campamento, alrededor de sus tiendas. Ellos comieron y se hartaron; así satisfizo él su avidez». «Sin embargo ellos siguieron quejándose, con la comida aún en la boca». Esa es la historia de la veleidad de Israel. Portento tras portento; queja tras queja. Fe pasajera que creía un instante, para dudar otra vez el siguiente. Pueblo de dura cerviz, eternamente cerrado ante el poder y la protección de Dios que cada día veían y cada día olvidaban. «Y, con todo, volvieron a pecar y no dieron fe a sus milagros. Su corazón no era sincero con él, ni eran fieles a su alianza. ¡Qué rebeldes fueron en el desierto, enojando a Dios en la estepa! Volvían a tentar a Dios, a irritar al Santo de Israel, sin acordarse de aquella mano que un día los rescató de la opresión».

Triste historia de un pueblo rebelde. Y triste historia de mi propia alma. ¿No he visto yo en mi vida tu poder, tu protección, tu providencia? ¿No te he visto actuar yo en mi historia personal, Señor, desde el milagro del nacimiento, a través de la maravilla de la juventud, hasta la plenitud de mi edad madura? ¿No me has rescatado tú de mil peligros?; ¿no me has alimentado con tu gracia en mi alma y energía en mi cuerpo?; ¿no me has hecho sentir tantas veces la belleza de la creación y la alegría de vivir? ¿No he sentido yo tu presencia a mi lado a cada revuelta del camino, tu compañía, tu cariño, tu ayuda? ¿No has demostrado tú hasta la saciedad que eres mi amigo, mi protector, mi padre y mi Dios? Y, sin embargo, yo dudo. Me olvido, me enfado, me quejo, me desespero. Sí, me has dado libertad, pero ¿puedes darme agua? ¿Puedes darme pan? ¿Puedes darme carne? Me has llamado a la vida del espíritu, pero ¿puedes enseñarme a orar? ¿Puedes llevarme a la contemplación? ¿Puedes corregir mis vicios? ¿Puedes controlar mis pasiones? ¿Puedes purificar mis afectos? ¿Puedes suavizar mis depresiones? ¿Puedes darme fe? ¿Puedes darme felicidad? A cada favor tuyo le sigue una queja mía. Cada nuevo despliegue de tu poder me lleva a una nueva duda. Hasta ahora me has sacado adelante, pero ¿podrás sacarme en el futuro? Has hecho mucho, pero ¿podrás hacerlo todo? ¿Podrás hacerme de veras ferviente, libre, santo, entregado, espiritual, alegre, feliz? ¿Podrás? Y si es verdad que puedes, ¿por qué no lo muestras ahora y me transformas de una vez en esa persona ejemplar y radiante con que sueño ser?

«Ellos abusaron de la paciencia de Dios y se rebelaron contra él; no guardaron los preceptos del Altísimo; fueron desertores y traidores como sus padres, fallaron como un arco flojo. Provocaron su ira». Ten aún paciencia conmigo, Señor. Abre mis ojos para que vea tus obras y confíe en tu poder. Que las lecciones del pasado levanten mi confianza en el futuro. Refréscame la memoria para que me acuerde siempre de lo que has hecho, y así cobre seguridad sobre lo que puedes hacer. No me dejes poner límites a tu acción ni enturbiar con dudas mi relación contigo. Enséñame a fiarme de ti ciegamente en cualquier circunstancia y en todo momento: has hecho más que suficiente para merecer esa confianza por siempre. Despeja las nubes y acorta el desierto. No permitas que yo abuse más de tu paciencia. Hazme sentir la seguridad de que tú puedes resolver cualquier conflicto, y quieres hacerlo y lo harás. Déjame que reconozca el historial de tu misericordia. Déjame proclamar la fe con el gesto concreto de dejar de quejarme del presente y de preocuparme del futuro. Quiero proclamar que tú eres el Señor de la creación, de Israel y de mi propia vida, con la generosidad alegre de dejarla en tus manos sin reserva ni preocupación alguna. Te llamo «Señor», y Señor quiero que seas de mi vida, entregándotela con fe total y alegría sincera. Se acabaron las quejas, Señor. Mis dudas y mis culpas me han hecho sufrir en el pasado. Ahora deseo encontrar paz y consuelo en el perdón que ofreces a tu Pueblo a pesar de todas sus infidelidades.

«El, en cambio, sentía lástima, perdonaba la culpa y no los destruía: una y otra vez reprimió su cólera y no despertaba todo su furor, acordándose de que eran de carne, un aliento fugaz que no torna. Los hizo entrar por las santas fronteras hasta el monte que su diestra había adquirido; ante ellos rechazó a las naciones, les asignó por suerte su heredad: instaló en sus tiendas a las tribus de Israel». La historia de la salvación tiene un final feliz. Permíteme anticipar esa felicidad en mi vida, Señor (Carlos G. Vallés).

3. Ef 4,17.20-24. En un ambiente invadido por la ciencia y la filosofía griega, como ideal de realización humana, suena una severa y solemne recomendación de Pablo: todo lo que los paganos tienen como ideal es, en realidad, una pura vaciedad. Tal vez en nuestro mundo cosificado por la técnica y el progreso debiera resonar de nuevo la voz de un Pablo, que nos avise y nos prevenga contra tanto ídolo vacío que nos estamos construyendo. Lo único importante es "aprender a Cristo". Pero este "aprender a Cristo" es mucho más que aprender una lección para volver a repetir su contenido. Pablo habla de un aprender una conducta vital. Con lo cual tampoco se refiere a lo que ordinariamente se entiende por "imitación de Cristo", o sea, mirar la figura de Cristo en los evangelios como un modelo que repetir; no. Aprender a Cristo para llegar a una conducta vital significa para Pablo, ante todo, comprender la obra de Cristo, lo que Dios (el Padre como fuente de su naturaleza divina y como creador de su naturaleza humana) ha hecho por él para nosotros, el plan de Dios que nos prepara para una eternidad "en él" y "por él". Este motivo, que es ciencia y es vida, para el que el Padre, hacedor de todo, da un especial sentido, es el que Pablo repitió quince veces cuando repite la palabra "Cristo" todas esas veces en los once versículos del himno introductorio de esta carta... Esto es lo que significa "aprender a Cristo" (“Eucaristía 1988”).

Hay dos caminos o modos distintos y contradictorios de entender y de hacer la vida. Pablo señala en primer lugar y describe después concisamente el camino que siguen los gentiles. Estos hombres incrédulos y alucinados por cosas vanas, obcecados en su lucha contra la verdad, carentes de todo sentido moral, se entregan con desenfreno a los placeres de la carne (vv. 18 y 19, omitidos en la presente lectura; cf Rm 1,18-32). Notemos las siguientes expresiones: "habéis aprendido a Cristo", "él es a quien habéis oído" y, más abajo, "Cristo os ha enseñado", ¿Qué significa esto? Pues sabemos que fue Pablo y no Cristo el que evangelizó a los efesios. Con todo, Pablo entiende que el evangelio es palabra de Jesús en la boca de sus apóstoles y no sólo palabras acerca de Jesús. De manera que el que escucha con fe el evangelio recibe la palabra de Jesús y en la que Jesús se expresa; por lo tanto, recibe al mismo Jesús, que es la Verdad en persona. La fe es un encuentro personal con Cristo y la predicación apostólica, lo mismo que la predicación de la iglesia, está al servicio de este encuentro. La tradición verdadera no es un conjunto de verdades que vienen del Maestro, sino la Verdad que se entrega a sí misma para todos los creyentes y entra en comunión personal con todos los que reciben el evangelio. Pero no olvidemos que la presencia de Cristo en la predicación de la Iglesia halla su complemento en la otra presencia de Cristo en los pobres y necesitados; escuchamos a Cristo cuando escuchamos el evangelio; amamos a Cristo cuando amamos a los pobres. Antes de vestirse de la "nueva condición humana", los discípulos de Jesús deben despojarse del hombre viejo. Esto implica una renovación profunda de la mente y del corazón, que no es posible si nos resistimos a la acción del Espíritu. La penitencia (metanoia) es también cambio de mentalidad y no sólo de actitudes: hay que abandonar los viejos prejuicios (las ideologías) y los intereses egoístas de donde aquéllos brotan. Sólo así podremos escuchar a Jesús en el evangelio y amarlo de verdad en los pobres. En esto consiste toda la justicia y santidad, la nueva condición creada a imagen de Dios (“Eucaristía 1982”).

“Si, pues, no hay más que un vestido salvador, esto es, Cristo, nadie llamará hombre nuevo, el que ha sido creado según Dios, a ninguno fuera de Cristo. Es, pues, evidente, que quien se ha revestido de Cristo se ha revestido del hombre nuevo, de ese hombre nuevo que ha sido creado según Dios” (S. Gregorio de Nisa). En esta vida de fe hemos de iluminar el mundo por la lucha en practicar las virtudes…

4. Jn 6,24-35: El discurso en el que se inscribe este fragmento comienza con una pregunta de los judíos: "¿Cuáles son las obras que Dios nos encomienda?". Y Jesús responde: "La obra que Dios pide es creer". El Padre no exige las "obras", o sea, las prácticas de una ley religiosa, sino más bien la fe. En el capítulo anterior, Jesús ha afirmado que su obra es resucitar a los hombres. Aquí indica la obra nuestra: creer en el enviado del Padre. La palabra clave del discurso es el "pan". Por eso Juan lo repite siete veces en cada sección de este capítulo. Y siete veces aparecerá la expresión: "que ha bajado del cielo". Y ahora se añade que "Jesús se hace nuestro pan cuando creemos en él". Antiguamente Dios facilitó a los israelitas un alimento especial (el maná), cuando les faltó todo en el desierto. Quizá los oyentes esperaban ahora que Dios les solucionara los problemas. Y nosotros hacemos lo mismo pidiéndole constantemente favores. Pero, si Dios se conforma con ser nuestro bienhechor y nosotros aceptamos ser simples limosneros, pronto terminamos por fijarnos solamente en las cosas que Dios nos proporciona; casi no se las agradecemos y, luego, nos volvemos a quejar. Así pasó con esos israelias que, después de recibir el maná, se rebelaron contra Dios y "murieron en el desierto". Y es que las cosas, aunque vengan del cielo, no nos hacen mejores ni nos confieren la vida eterna. Por eso, ahora Dios propone algo nuevo. El "pan que baja del cielo" no es alguna cosa, sino alguien, y ése es Cristo. Ese pan verdadero nos comunica la vida eterna, pero, para recibirlo, se necesita dar un paso, o sea, creer en Cristo a raíz de un compromiso personal.

El evangelio sitúa el presente diálogo en la sinagoga de Cafarnaún (cf v 59), inmediatamente después de la multiplicación de los panes en el desierto, que se halla a la otra orilla del lago. Juan entiende los milagros como "palabras visibles", esto es, como hechos significativos y no tanto como hechos ostentosos. Normalmente las enseñanzas de Jesús aclaran el significado de sus obras, de sus milagros. Y por ello Juan enlaza aquellas enseñanzas con estos milagros. Jesús, sin responder la pregunta que le hacen, echa en cara a sus interlocutores que le buscan porque ha dado de comer, pero no porque hayan entendido el significado de la multiplicación de los panes. Han comido, pero no "han visto signos"; han recibido pan hasta saciarse, pero no han aprendido nada. Ahora bien, lo que alimenta de verdad y lo que da vida es la palabra de Dios. Este es el pan verdadero. La misión de Jesús, el Hijo del Hombre, no es resolver milagrosamente los problemas humanos, no es multiplicar panes y peces. Y si alguna vez hace también esto, dar de comer, quiere que todos entiendan lo que esto significa, porque se trata de "un signo". El que no cree el signo se queda insatisfecho, se queda sin el verdadero pan que Jesús ha venido a traer al mundo: la palabra de Dios. Este es el alimento que perdura y por el que vale la pena trabajar. De acuerdo con la mentalidad judía y farisaica estos hombres se interesan ahora por los trabajos que Dios quiere, por las obras que deben hacer para alcanzar la vida eterna; pero Jesús responde diciendo que Dios no quiere otra cosa que ésta: que crean en su enviado. La vida que Jesús ofrece a los que creen en él es gracia, no un salario merecido por los que trabajan haciendo muchas buenas obras; basta con creer, el que cree tiene la vida eterna. No obstante, la fe es siempre una respuesta libre del hombre a la palabra de Dios, y, en este sentido, una obra, la obra que Dios quiere. Los que escuchan a Jesús comprenden que éste se presenta como enviado de Dios y que pide fe en su persona como única y necesaria condición para alcanzar la vida eterna. Sin embargo, no les parece suficiente lo que ha hecho Jesús en el desierto, exigen milagros mayores para que crean en él. Mientras esto no suceda, ellos se atienen a las enseñanzas de Moisés, pues éste sí que dio pan del cielo. Jesús responde puntualizando, en primer lugar, no fue Moisés el que dio pan del cielo, sino Dios; en segundo lugar, el verdadero pan del cielo no es el maná. Los que comieron el maná murieron; los que coman ahora el pan que Jesús ofrece, vivirán. Y este pan, el verdadero pan del cielo no es otro que aquél que ha bajado del cielo para dar vida al mundo. Pensando todavía en el maná, estos hombres creen que Jesús les habla de un pan maravilloso que sacia el hambre corporal de una vez por todas. Es el mismo malentendido de la samaritana cuando pide a Jesús que le dé el "agua viva" para no tener ya más sed y ahorrarse la fatiga de ir todos los días a la fuente (4,15). Por fin, Jesús responde con toda claridad: "Yo soy el pan de vida", el que da la verdadera vida. Jesús es la palabra de Dios, y el que la pronuncia, el que cree en él, vive para siempre; pues el hombre vive de la palabra de Dios. El hambre y la sed de vivir que padece el hombre sólo pueden saciarse con el verdadero pan bajado del cielo y con el agua viva que salta hasta la vida eterna. Este pan de vida y esta agua viva es Jesús, la Palabra de Dios (“Eucaristía 1982”).

Cristo acaba de realizar la multiplicación de los panes (Jn 6,1-15). Con este motivo consigue un éxito entre la muchedumbre bastante considerable (vv 22-25) El discurso sobre el pan de vida parte de estos dos hechos. Las gentes han comido un alimento perecedero, pero, hay otro alimento que sirve para la vida eterna (vv 26-27); la muchedumbre ha buscado a un realizador de milagros, pero la personalidad de Jesús es de otro orden (vv 26-27) y las obras realizadas hasta ese momento por el pueblo no son las que van a poder merecerle la salvación: lo único que cuenta es el seguir a Cristo (vv 28-29). Los oyentes se decepcionan evidentemente ante esta argumentación y quieren rebatir las pretensiones de Cristo: su milagro es insignificante, los antiguos vieron cosas mejores (vv 30-31). Así, pues, si Cristo quiere revelar el misterio de su persona, que dé una señal más inteligible. Jesús responde afirmando que El es el pan de vida (vv 32-35).

a) Estos versículos plantean, de manera enigmática, pero excitante, el problema de la persona de Jesús y de la capacidad de la fe para descubrir el misterio que se encierra detrás de los signos que lo manifiestan. Invitan expresamente al oyente a ponerse en estado de búsqueda auténtica para poder descubrir el alcance del discurso que sigue.

b) Choca bastante ver a Cristo presentando este proceso de búsqueda que es, en resumen, la fe (v 29) con términos como "trabajo" (v 27) y "obras a realizar" (v 28). Efectivamente, el trabajo que hay que hacer no es perderse en la multitud de comportamientos que implica la ley, sino comprender que la vida de Cristo es la obra del Padre por excelencia (cf. Jn 5 17). Que los hombres renuncien a discutir inútilmente sobre las muchas obras que ellos tienen que realizar para salvarse y que reconozcan la necesidad de una sola obra: la que el Padre cumple en su hijo y que está marcada con su sello (v 27) y se manifiesta especialmente en el signo del pan.

c) Los signos y obras realizados por Cristo no son solo medios para legitimar su reivindicación o justificar su misión. El problema no está en dar pruebas de tipo intelectual, sino signos que comprometan ya desde ese momento y continúen la obra de salvación que Cristo trae. Con esto no es que El quiera competir con el maná. No se trata de demostrar que Él es superior a Moisés, sino de hacer comprender que tanto el maná del desierto como los panes multiplicados por Jesús son ambos expresión del amor que el Padre ofrece al mundo. Jesús, al ir más allá de la significación material del maná (v 32), estaba completamente en la línea del Antiguo Testamento que buscó con frecuencia ver la Palabra de Dios detrás de este alimento (Dt 8,2-3; Sab 16,26). Jesús deja entender, con esto, que El también, al multiplicar los panes, trasciende la vida material y física por su mensaje y el misterio de su persona simultáneamente (v 35). Pero los interlocutores de Cristo no trascienden el plano material (v 34). En esta situación, a Cristo no le queda otra cosa que hacer que declarar abiertamente que el pan multiplicado va unido a su misión espiritual y a su propia persona hasta el punto de confundirse con ella (v 45).

d) Cuando Cristo revela su propia persona, emplea una fórmula nueva: pan de vida, que era algo desconocido en el Antiguo Testamento. Juan ha, sin duda, forjado esta fórmula, así como creó las expresiones "luz de vida" (Jn 8,12), palabra de vida (1 Jn 1,1), agua de vida (Ap 21,6; 22,1). Probablemente pensó en el árbol de la vida del Paraíso, símbolo de la inmortalidad de la cual el hombre quedó privado por el pecado, que el maná del desierto no fue capaz de restituir, pero que Jesús concede como respuesta a la fe (cf Jn 6,50,54). Existe, pues, en el concepto de pan de vida un matiz paradisíaco y escatológico: Jesús es la verdadera vida inmortal a la que el hombre tiende desde el primer momento y que, finalmente, le es accesible por la fe.

Juan relaciona el misterio eucarístico con la encarnación (v 35): el verdadero pan es el Hijo de Dios que ha venido del cielo. El hambre se sacia recurriendo a El. Todo el que cree en Cristo y en su doctrina se está ya alimentando de El. Pero la dimensión pascual de este pan no puede ser descartada. Es fácil que la proximidad de la Pascua (Jn 6,4) haya sugerido a Cristo el tema del maná, así como las homilías pronunciadas en las sinagogas con motivo de la proximidad de tal festividad (cf Jn 6,59).

La palabra "dar", que se repite tres veces en el pasaje de este día, anuncia ya el don del Calvario y expresa que no existirá pan verdadero más que cuando se haya cumplido totalmente la obra salvífica de Cristo. El pan de vida no puede ser comido solo con la fe; es necesario un pan concreto, que exigirá ser comido realmente y así nos integrará dentro del misterio de la cruz (Maertens-Frisque).