San Mateo 14,13-21:
La murmuración contra Dios viene cuando falta fe, y también de ahí el hablar de justicia social faltando a la caridad. En cambio, la fe y caridad auténticas van unidas, en el pan vivo de la Eucaristía

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del libro de los Números 11, 4b-15. En aquellos días, los israelitas dijeron: -« ¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos. Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná.» El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocio en el campamento y, encima de él, el maná. Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor; y disgustado, dijo al Señor: -«¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: "Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres"? ¿De dónde sacaré pan para repartirla a todo el pueblo? Vienen a mi llorando: "Danos de comer carne." Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas.» 

Salmo 80, 12-13.14-15.16-17: R. Aclamad a Dios, nuestra fuerza.

Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos.

¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!: en un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra sus adversarios.

Los que aborrecen al Señor te adularían, y su suerte quedaría fijada; te alimentaría con flor de harina, te saciarla con miel silvestre.  

Lectura del santo evangelio según san Mateo 14,13-21. En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: -«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: -«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.» Ellos le replicaron: -«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.» Les dijo: -«Traédmelos.» Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. 

Comentario: 1.- Nm 11,4-15: Leeremos durante cuatro días un nuevo libro del Pentateuco: el de los Números. Debe su nombre a que empieza con los censos de las tribus. Es un libro que continúa la historia de la peregrinación del pueblo de Israel por el desierto desde el Sinaí hasta Moab, a las puertas de la tierra prometida: los cuarenta años de odisea desde Egipto a Canaán. El desierto fue duro para el pueblo. El desierto es lo contrario de «instalación»: es la aventura del seguir caminando. El desierto ayuda a madurar. Pero lo que siempre continúan experimentando los israelitas es la cercanía de Dios, fiel a su Alianza.

a) El pueblo murmura por las condiciones en que tienen que vivir y caminar. Añoran la vida que llevaban en Egipto, a pesar de la esclavitud. La libertad siempre da miedo. El desierto es una aventura. Moisés también se deja contagiar por ese malestar. La impaciencia del pueblo va contra él. Se han olvidado de todo lo que ha hecho por ellos. Y también él se desanima y está tentado de echarlo todo a rodar. Pero se refugia en la oración, una oración muy humana y sentida: «¿por qué tratas mal a tu siervo... por qué le haces cargar con todo este pueblo?». La crisis es fuerte. «Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir». No leemos -en esta selección, que forzosamente es breve- la respuesta que Dios le dio: que se hiciera ayudar. Que eligiera setenta personas sensatas que le echaran una mano para resolver los asuntos de ordinaria administración entre las familias y las tribus. Coincide con el consejo que le diera su suegro Jetró (Ex 18). En efecto, así lo hizo Moisés, y mejoró notablemente la marcha del pueblo.

b) Todos tenemos nuestros momentos de crisis y desánimo, aunque, tal vez, no hasta desearnos la muerte, como Moisés. A veces, es por las dificultades externas, como las del pueblo en el desierto. Por ejemplo, porque vemos muy poco fruto en el trabajo que estamos realizando. Otras veces, por el cansancio psicológico que produce la vida de cada día (el maná les llegó a parecer rutinario y sin gusto a los israelitas).

a) Con relativa frecuencia, durante su paso por el desierto el pueblo elegido se vio beneficiado por la abundancia inesperada de algún medio de subsistencia. Parece que podía sobrevivir normalmente gracias a los productos de animales domésticos que llevaba consigo, pero pudieron producirse períodos de sequía durante los cuales el pueblo descubrió un alimento inesperado: son frecuentes, en el desierto del Sinaí, las bandadas de pájaros, que agotados por la lucha contra el viento, caen sin fuerzas en el suelo. Asimismo, abundan los árboles que en los meses de junio y julio producen una forma comestible, muy abundante por la mañana, y que constituye el alimento principal, cuando no el único, de los frecuentadores del desierto (cf. Ex 16,1-30). Debido al momento providencial en que el pueblo advirtió la utilidad de este jugo de árboles (maná), la tradición elevó este sustento a la categoría de milagroso, verdadera alimentación sobrenatural, resultado de la plegaria de Moisés y signo de la providencia y de la elección de Dios.

b) La reflexión posterior opondrá este sustento venido de Dios a los alimentos terrestres (Dt 8,3-18; Sal 77/78,24-25; Sab 16,20), y hará un especial hincapié en las murmuraciones del pueblo, que, víctima del hambre, añoraba la alimentación recibida en Egipto y se mostraba incapaz de esperar de Dios su subsistencia. Las tradiciones hebraicas oponen sustento terreno y sustento sobrenatural, como si estuviesen situados en el mismo plano. Realmente no existe tal oposición ente ambos, pero sí en el uso que de ellos se hace. En efecto, sólo en la búsqueda de una justa repartición de los alimentos terrenos es donde se puede llegar a descubrir la participación del sustento recibido de Dios: Jesús no pudo revelarse "pan bajado del cielo", sino en el acto mismo de distribución de pan a los hambrientos (Jn 6). Desde el momento en que los medios de subsistencia terrenos se desvirtúan por el mal uso que de ellos se haga, por egoísmo o afán de lucro, pierden toda referencia posible al sustento divino: la murmuración es la anti-fe (Maertens-Frisque), es ceguera ante los dones divinos.

-Durante su marcha a través del desierto, los hijos de Israel volvieron a sus llantos... Atravesar el desierto. Hacer una "larga caminata". Un tema profundamente humano. ¡Cuántos hombres, cuantas mujeres caminan así en el desierto! Puedo buscar a mi alrededor, en mi ambiente, en mi propia vida, lo que ese símbolo significa: el desierto, el vacío, la «nada», sólo un camino abierto al infinito ante mí... con una sola certidumbre, que es preciso avanzar, caminar, continuar... -«¿Quién nos dará carne para comer?» En efecto, la prueba, el tiempo del desierto es un terrible crisol. El pueblo de Israel no cesa de gemir. ¡Y tiene razones para ello! El hambre, la sed, la incertidumbre del porvenir, la muerte que ronda. -Moisés estaba muy afectado y se dirigió al Señor: ¿por qué tratas así a tu siervo? ¿De dónde sacaré carne para dársela a todo este pueblo cuando me atormenta con sus lágrimas? Es una carga demasiado pesada para mí... ¿Por qué me has impuesto el peso de todo este pueblo?» Una vez más la reacción del hombre de Dios es la oración. Una oración realista, que no es un ensueño, sino que acepta a manos llenas una situación concreta para presentarla a Dios. Una vez más vemos a Moisés como solidario con el pueblo e intercesor en nombre del mismo pueblo. No deja de ver el pecado de su pueblo que suscita la «ira» de Dios, pero implora el perdón. Como Moisés, el gran profeta, el santo, podemos, alguna vez decir a Dios: «¡Me has dado, Señor, una carga muy pesada!» Esta oración no sería una dimisión, sino una llamada positiva.

-¡Ah! Si pudiera hallar gracia a tus ojos y ver apartada mi desventura. Finalmente la oración de Moisés se termina con una oración abierta cara al futuro: ayúdame. Señor, a cumplir todas mis responsabilidades. ¡Oración a la vez fuerte, discreta y resignada, que se expresa en forma interrogativa: "Si pudiera..." Me dirijo a Dios empleando también esa forma (Noel Quesson).

2. Hay días en que se nos acumulan los disgustos, y las tareas que tenemos entre manos nos pueden llegar a parecer una carga insoportable. ¿Nos sale entonces, desde lo más hondo, una oración como la de Moisés? ¿una oración no dulce, ni muy poética, pero sincera y realista, en la que le exponemos con confianza a Dios nuestra situación? Una oración como la del salmo de hoy: «Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer, los entregué a su corazón obstinado...». Tampoco a Jesús le salía siempre una oración optimista: «Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz». Tendríamos que imitar el ejemplo de Moisés, con su oración personal y vivida. Seguro que de esta oración nos vendrían ideas y soluciones, o, al menos, fuerzas y ánimos para seguir adelante. Por ejemplo, tal vez nos vendrá la inspiración de seguir el consejo de Dios a Moisés: que sepamos trabajar en equipo, compartiendo responsabilidades. En este pasaje su autor refiere una antiquísima tradición sobre el maná (vv. 7-9) y sobre la llegada súbita de una bandada de codornices (vv. 31-32) provocada por la súplica angustiosa de Moisés (vv. 10-15). Como telón de fondo, un cuadro realista de la murmuración incesante del pueblo (vv. 4-6).

Juan Pablo II comenta así el salmo 80: “se presenta firmemente arraigado en la historia de la salvación y, en particular, en el acontecimiento fundamental del éxodo de la esclavitud de Egipto, vinculado a la luna nueva del primer mes (cf. Ex 12,2.6; Lv 23,5). En efecto, allí se reveló el Dios liberador y salvador. (…) Comienza con una invitación a la fiesta, al canto, a la música: es la convocación oficial de la asamblea litúrgica según el antiguo precepto del culto, establecido ya en tierra egipcia con la celebración de la Pascua (cf. Sal 80,2-6a). Después de esa llamada se alza la voz misma del Señor a través del oráculo del sacerdote en el templo de Sión y estas palabras divinas ocuparán todo el resto del salmo (cf. vv. 6b-17). El discurso que se desarrolla es sencillo y gira en torno a dos polos ideales. Por una parte, está el don divino de la libertad que se ofrece a Israel oprimido e infeliz: "Clamaste en la aflicción, y te libré" (v. 8). Se alude también a la ayuda que el Señor prestó a Israel en su camino por el desierto, es decir, al don del agua en Meribá, en un marco de dificultad y prueba.

Sin embargo, por otra parte, además del don divino, el salmista introduce otro elemento significativo. La religión bíblica no es un monólogo solitario de Dios, una acción suya destinada a permanecer estéril. Al contrario, es un diálogo, una palabra a la que sigue una respuesta, un gesto de amor que exige adhesión. Por eso, se reserva gran espacio a las invitaciones que Dios dirige a Israel. El Señor lo invita ante todo a la observancia fiel del primer mandamiento, base de todo el Decálogo, es decir, la fe en el único Señor y Salvador, y la renuncia a los ídolos (cf. Ex 20,3-5). En el discurso del sacerdote en nombre de Dios se repite el verbo "escuchar", frecuente en el libro del Deuteronomio, que expresa la adhesión obediente a la Ley del Sinaí y es signo de la respuesta de Israel al don de la libertad. Efectivamente, en nuestro salmo se repite: "Escucha, pueblo mío. (...) Ojalá me escuchases, Israel (...). Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer. (...) Ojalá me escuchase mi pueblo" (Sal 80, 9.12.14). Sólo con su fidelidad en la escucha y en la obediencia el pueblo puede recibir plenamente los dones del Señor. Por desgracia, Dios debe constatar con amargura las numerosas infidelidades de Israel. El camino por el desierto, al que alude el salmo, está salpicado de estos actos de rebelión e idolatría, que alcanzarán su culmen en la fabricación del becerro de oro (cf. Ex 32,1-14).

La última parte del salmo (cf. vv. 14-17) tiene un tono melancólico. En efecto, Dios expresa allí un deseo que aún no se ha cumplido: "Ojalá me escuchase mi pueblo, y caminase Israel por mi camino" (v. 14). Con todo, esta melancolía se inspira en el amor y va unida a un deseo de colmar de bienes al pueblo elegido. Si Israel caminase por las sendas del Señor, él podría darle inmediatamente la victoria sobre sus enemigos (cf. v. 15), y alimentarlo "con flor de harina" y saciarlo "con miel silvestre" (v. 17). Sería un alegre banquete de pan fresquísimo, acompañado de miel que parece destilar de las rocas de la tierra prometida, representando la prosperidad y el bienestar pleno, como a menudo se repite en la Biblia (cf. Dt 6,3; 11,9; 26,9.15; 27,3; 31,20). Evidentemente, al abrir esta perspectiva maravillosa, el Señor quiere obtener la conversión de su pueblo, una respuesta de amor sincero y efectivo a su amor tan generoso. En la relectura cristiana, el ofrecimiento divino se manifiesta en toda su amplitud. En efecto, Orígenes nos brinda esta interpretación: el Señor "los hizo entrar en la tierra de la promesa; no los alimentó con el maná como en el desierto, sino con el grano de trigo caído en tierra (cf. Jn 12,24-25), que resucitó... Cristo es el grano de trigo; también es la roca que en el desierto sació con su agua al pueblo de Israel. En sentido espiritual, lo sació con miel, y no con agua, para que los que crean y reciban este alimento tengan la miel en su boca".

Como siempre en la historia de la salvación, la última palabra en el contraste entre Dios y el pueblo pecador nunca es el juicio y el castigo, sino el amor y el perdón. Dios no quiere juzgar y condenar, sino salvar y librar a la humanidad del mal. Sigue repitiendo las palabras que leemos en el libro del profeta Ezequiel: "¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel? Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor. Convertíos y vivid" (Ez 18, 23.31-32). La liturgia se transforma en el lugar privilegiado donde se escucha la invitación divina a la conversión, para volver al abrazo del Dios "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad" (Ex 34,6)”.

3.- Mt 14, 13-21 (ver domingo 18, ciclo A); en el ciclo dominical A, por haberse leído ayer domingo este mismo evangelio, el Leccionario sugiere que hoy se lea el de mañana, martes (Mt 14, 22-36). Entonces, el martes se leerá el evangelio alternativo que se ofrece para ese día (Mt 15,1-2.10-14).

-Al enterarse Jesús de la muerte de Juan Bautista se marchó de allí en barca a un sitio tranquilo y solitario. No desperdiciemos esas notaciones psicológicas que nos permiten penetrar en la vida humana de Jesús. Nos imaginamos demasiado a Jesús como alguien "preservado" por su divinidad. De hecho le vemos soportar las vicisitudes, mezclado a los sucesos trágicos de su época y de su propia familia. ¿Cuáles fueron tus sentimientos, Señor, cuando supiste la "noticia" del día: Herodes ha mandado decapitar a Juan Bautista. Era la muerte de aquel que llamabas "el más grande de los profetas"... de aquél que te había preparado tus primeros discípulos: Andrés, Simón, Juan, habían sido discípulos del Bautista antes de que te siguieran... Al enterarse de esa muerte, Jesús huye a un lugar solitario: piensa en su propia muerte de la que aquella es presagio. Pero como no ha llegado el momento de afrontar la Pasión se esconde. Quizá también, sencillamente, porque en su dolor siente necesidad de llorar y rezar... -Pero la gente lo supo y lo siguió por tierra... Al desembarcar vio Jesús una gran muchedumbre, le dio lástima y se puso a curar los enfermos. No, no lograste aislarte, salvo durante la travesía del lago. Nunca meditaré suficiente ese tema del "constreñimiento" de la obediencia a la condición humana de la que San Pablo dirá que es también una obediencia a los designios insondables del Padre. Lo que no se había previsto... Lo que nos sucede y trastorna nuestros planes... Esta enfermedad inesperada, esta nueva preocupación, esta responsabilidad que acaban de imponernos. Esta visita, esta llamada por teléfono, este servicio que esperan de nosotros, esta presencia bochornosa de los demás, estas gentes de las que se quisiera huir por unos momentos… -Por la tarde se acercaron los discípulos a decirle: "Estamos en despoblado y ya ha pasado la hora; despide a la multitud, que vayan a las aldeas y se compren comida". Jesús les contestó: "No necesitan ir, dadles vosotros de comer". Los discípulos son muy simpáticos: ven lo que hay que hacer... pero no tienen los medios de hacer frente a la situación... A menudo nos pasa lo mismo. Jesús les pide que actúen. Incluso si los grandes retos del mundo de HOY -la guerra, el hambre, la injusticia social, por ejemplo- nos sobrepasan, no tenemos derecho a quedarnos sin hacer "nada". -¡Aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces! ¡Irrisorio! Qué vale esto, diríamos. Es tan poca cosa. -"Traédmelos". Mandó al gentío que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces... Poner mis pobres medios humanos en tus manos, Señor. Contemplo esos cinco pobres panecillos y esos dos simples peces en tus manos. -Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos a su vez los dieron a la gente. Manifiestamente, a través de este milagro Jesús está pensando en otro. Son los mismos gestos y las mismas palabras que en la Cena (Mt 26,26). No sólo de pan material vive el hombre. Jesús ha querido, Jesús ha inventado, Jesús ha entregado a la humanidad... Ia Misa. Quiere alimentar espiritualmente a los hombres, responder a su hambre de absoluto: alimentarse de Dios... palabra de vida, pan de vida eterna (Noel Quesson).

a) La multiplicación de los panes es un milagro que los evangelios cuentan hasta seis veces. Mateo y Marcos, dos cada uno, seguramente porque hubo dos escenas diferentes. Hoy leemos la primera de Mateo. Es un milagro cargado de simbolismo. En el AT, Moisés, Elías y Eliseo dieron de comer a la multitud en el desierto o en períodos de sequía y hambre. Jesús cumple en plenitud las figuras del AT. Además, muestra un corazón lleno de misericordia y un poder divino como Enviado e Hijo de Dios.

b) El relato es también un programa para la comunidad de los seguidores de Jesús. Ante todo, el lenguaje del evangelio se parece mucho al de nuestra Eucaristía: «tomó... pronunció la bendición... partió... se los dio...». No podemos no pensar en ese Pan que Jesús multiplica para nosotros cada vez que celebramos la Eucaristía, el signo sacramental que él mismo nos encargó que celebráramos en memoria de su Pascua. Pero, cada vez que leemos esta escena, también aprendemos la lección de la solidaridad con los que pasan hambre, con los que buscan, con los que andan errantes por el desierto. La consigna de Jesús es sintomática: «dadles vosotros de comer». La Iglesia no sólo ofrece el Pan con mayúscula. También el pan con minúscula, que puede traducirse por cultura y cuidado sanitario y preocupación por la justicia en favor de los débiles y la solidaridad de los que tienen con los que no tienen... En cada misa, el Padrenuestro nos hace pedir el pan nuestro de cada día, el pan de la subsistencia y, luego, pasamos a ser invitados al Pan que es el mismo Señor Resucitado que se ha hecho nuestro alimento sobrenatural. Hay un doble pan porque el hambre también es doble: de lo humano y de lo trascendente. Y la «fracción del pan» debería ser tanto partir el Pan eucarístico como compartir el pan material con el hambriento. Jesús, con esta dinámica del pan material y del pan espiritual, ayuda a las personas a pasar del hambre de lo humano al hambre de lo divino. De la luz de los ojos a la luz interior de la fe, en el caso del ciego. Del agua del pozo al agua que sacia la sed para siempre, a la mujer samaritana. Lo mismo tendremos que hacer nosotros, los cristianos. El lenguaje de la caridad es el que mejor prepara los ánimos para que acepten también nuestro testimonio sobre los valores sobrenaturales (J. Aldazábal).