San Mateo 15,21-28:
Los planes divinos se van cumpliendo a pesar de nuestros pecados, si acudimos a su misericordia; Él atiende nuestros ruegos y nos perdona siempre

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Libro de los Números 13,1-2.25-14,1.26-30.34-35. En aquellos días, el Señor dijo a Moisés en el desierto de Farán: -«Envía gente a explorar el país de Canaán, que yo voy a entregar a los israelitas: envía uno de cada tribu, y que todos sean jefes.» Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar el país; y se presentaron a Moisés, a Aarón y a toda la comunidad israelita, en el desierto de Farán, en Cadés. Presentaron su informe a toda la comunidad y les enseñaron los frutos del país. Y les contaron: -«Hemos entrado en el país adonde nos enviaste; es una tierra que mana leche y miel; aquí tenéis sus frutos. Pero el pueblo que habita el país es poderoso, tienen grandes ciudades fortificadas (hemos visto allí hijos de Anac). Amalec vive en la región del desierto, los hititas, jebuseos y amorreos viven en la montaña, los cananeos junto al mar y junto al Jordán.» Caleb hizo callar al pueblo ante Moisés y dijo: -«Tenemos que subir y apoderamos de esa tierra, porque podemos con ella.» Pero los que habían subido con él replicaron: -«No podemos atacar al pueblo, porque es más fuerte que nosotros.» Y desacreditaban la tierra que habían explorado delante de los israelitas. -«La tierra que hemos cruzado y explorado es una tierra que devora a sus habitantes; el pueblo que hemos visto en ella es de gran estatura. Hemos visto allí gigantes, hijos de Anac: parecíamos saltamontes a su lado, y así nos veían ellos.» Entonces toda la comunidad empezó a dar gritos, y el pueblo lloró toda la noche. El Señor dijo a Moisés y Aarón: -«¿Hasta cuándo seguirá esta comunidad malvada protestando contra mí? He oído a los israelitas protestar de mí. Pues diles: "Por mi vida -oráculo del Señor-, que os haré lo que me habéis dicho en la cara; en este desierto caerán vuestros cadáveres, y de todo vuestro censo, contando de veinte años para arriba, los que protestasteis contra mí no entraréis en la tierra donde juré que os establecería. Sólo exceptúo a Josué, hijo de Nun, y a Caleb, hijo de Jefoné. Contando los días que explorasteis la tierra, cuarenta días, cargaréis con vuestra culpa un año por cada día, cuarenta años. Para que sepáis lo que es desobedecerme. Yo, el Señor, juro que trataré así a esa comunidad perversa que se ha amotinado contra mí: en este desierto se consumirán y en él morirán.» 

Salmo 105,6-7a.13-14.21-22.23. R. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo.

Hemos pecado con nuestros padres, hemos cometido maldades e iniquidades. Nuestros padres en Egipto no comprendieron tus maravillas.

Bien pronto olvidaron sus obras, y no se fiaron de sus planes: ardían de avidez en el desierto y tentaron a Dios en la estepa.

Se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto, maravillas en el país de Cam, portentos junto al mar Rojo.

Dios hablaba ya de aniquilados; pero Moisés, su elegido, se puso en la brecha frente a él, para apartar su cólera del exterminio.

Evangelio según san Mateo 15,21-28. En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: -«Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: -«Atiéndela, que viene detrás gritando.» Él les contestó: -«Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.» Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: -«Señor, socórreme.» Él le contestó: -«No está bien echar a los perros el pan de los hijos.» Pero ella repuso: -«Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.» Jesús le respondió: -«Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.» En aquel momento quedó curada su hija.

Comentario: 1.- Nm 13,2-3.26.31; 14,1.26-29.34-35: Leeremos hoy una de las explicaciones de los «cuarenta años» de estancia por el desierto. Sin duda hubo razones naturales de ese largo plazo... pero en años posteriores, reflexionando en la fe sobre ese hecho, se vio en ello un castigo: ninguno de los que murmuraron contra Dios podrá entrar en la Tierra Prometida... Toda la «generación» culpable morirá antes; tan sólo los hijos podrán beneficiarse de las promesas. Jesús comparó, a menudo a los hombres de su tiempo a esta «generación» del desierto (Mt 12, 39; Lc 11, 29). -Envía algunos hombres, uno por tribu a que exploren el país de Canaan, que doy a los hijos de Israel... Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar la tierra... Les hicieron una relación y les mostraron los productos del país... Hoy, en Israel, en muchos lugares está representada esa escena: se ve a dos hombres con un bastón sobre los hombros y colgado de el llevan un enorme racimo de uvas ¡tan grande que uno solo no podría llevar! Símbolo de la fecundidad extraordinaria de ese país de Jauja ante el cual se encuentran. Para esos nómadas habituados a tantas privaciones en el desierto, es motivo de envidia y de esperanza: ¡la Tierra prometida está allá muy cerca! -Hemos explorado el país donde nos enviaste. De veras es una tierra que mana leche y miel. Ved ahí los productos. Expresión simbólica muy evocadora: leche, miel, vino. Y todo esto en abundancia ¡una fuente inagotable de bienes! Más allá de la materialidad de esos alimentos suculentos, hemos de aceptar la revelación que aquí se nos repite, de un Dios que quiere colmar de felicidad su creación ¿Soy un hombre de esperanza, abierto a la alegría que llega? ¿Creo en profundidad que Dios destina su creación a que el hombre encuentre en ella su propia ALEGRÍA divina, cuyo acceso nos abre? «Servidor bueno y fiel, entra en la alegría de tu señor» (Mt 25,21).

-Todo el pueblo que habita ese país es poderoso. Las ciudades fortificadas son muy grandes. Ese pueblo es más fuerte que nosotros. Todos los que allí hemos visto, son altos. Hemos visto también gigantes. Nosotros nos veíamos ante ellos como saltamontes... A pesar de la maravillosa descripción precedente, a pesar del deseo de detenerse, de dejar el desierto... el pueblo de Israel escuchará la voz del miedo, mala consejera. ¡Cuán faltos estamos de valor también nosotros! ¡Cuántas ocasiones que se nos habían ofrecido, fallamos! Ayúdanos, Señor, a aceptar valientemente las oportunidades y las aventuras que están a nuestro alcance. Ayúdanos a no renunciar ante las dificultades de nuestras empresas humanas. -Entonces toda la comunidad alzó la voz y se puso a gritar. Y el pueblo lloró aquella noche. Clamor emocionante de los descorazonados de todos los tiempos, a los que hay que saber escuchar y que puede suscitar nuestra oración y nuestra acción... -El Señor habló a Moisés y a Aarón: «¿Hasta cuando esta comunidad perversa estará murmurando contra mí? En este desierto caerán vuestros cadáveres.» Esta fue la condenación de andar errabundos durante cuarenta años. Sólo un pueblo "nuevo" podrá entrar en la Tierra prometida. El evangelio nos repetirá también las exigencias de renovación necesarias para entrar en la alegría de Dios: el vestido nupcial para entrar en el festín (Mt 22,11) el nuevo nacimiento para participar en el Reino (Jn 3,3), el vino nuevo no puede mezclarse con el vino añejo (Lc 5,37), la nueva masa purificada de la vieja levadura (1 Cor 5,7: Noel Quesson).

Volvemos a la extraordinaria duración de la travesía del desierto hasta la tierra prometida. De hecho, el paso del desierto se había realizado en poco tiempo: unos tres meses hasta llegar al macizo del Sinaí. Aquí los israelitas estuvieron acampados cerca de un año. Fue una etapa de reflexión y de organización de aquella muchedumbre como pueblo. Después partieron hacia el norte en dirección a Canaán, que avistaron al cabo de unos dos meses de camino. Ahora se hallaban ya a las puertas de la tierra prometida; aparentemente, el éxodo tocaba a su fin; era necesario, pues, preparar la conquista del país para obtener su posesión. Y aquí surgen las dificultades más fuertes. En primer lugar se trata de dificultades naturales. La multitud que ha «pasado» a través del desierto no oculta su intención de apoderarse de un territorio para convertirlo en el lugar de su residencia perpetua. La impulsa el deseo y la necesidad de una patria, que a sus ojos aparecen alimentados por una idea religiosa: Yahvé, su Dios, se la ha prometido y ahora les da aquella tierra. Pero los habitantes del país no tienen ninguna intención de abandonarlo ni de compartirlo con los recién llegados, de modo que presentan toda la resistencia que pueden. La tierra prometida tendrá que ser conquistada; Israel lo sabe y se prepara.

Hay que comenzar por trazar un plan de espionaje: es preciso tener ideas exactas sobre el terreno por conquistar, sobre el carácter de sus habitantes, las fortificaciones con que cuentan, etc. (1-3). Con este objeto se mandan exploradores, espías. Son personas de confianza, hombres escogidos de entre los principales y representativos de todo el pueblo (3b-16). Los exploradores vuelven con un informe exacto: informan sobre las excelencias de la tierra y de sus frutos, sobre las ciudades amuralladas y fuertes, pobladas por gentes valientes y de gran talla (27-29). La comparación de esta realidad con la de los hijos de Israel es para desanimar al más optimista. Y aquí radica, según la tradición religiosa, la prueba de fuego de la fe del pueblo: ¿Es Yahvé o el pueblo quien salva? (30). Israel, a la hora de la verdad, opta por valorar más la miseria del grupo que la fuerza de Yahvé. En esta ocasión, algunos de los expedicionarios actúan como un lazo para el pueblo. Se dejan llevar por el aspecto material del problema y, dejando de lado la fe y la confianza en Yahvé, desacreditan la tierra que han explorado. El resultado será la desmoralización del pueblo y su marginación del campo estricto de la fe, que los llevará al fracaso más ruidoso y a tener que dejar los huesos en el desierto para dar paso a una savia nueva a la hora de poblar la tierra prometida. Es lo que veremos en la lectura de mañana (J. M. Aragonés).

Una vez finalizada la exploración de la tierra que quieren conquistar, los israelitas deben determinar la estrategia que es preciso seguir. El informe de los exploradores es doble y contradictorio; las dos relaciones coinciden en señalar una realidad: la tierra es muy buena (vv 7-8), pero difícil de conquistar (13,32s). Sin embargo, uno de los informes, reconociendo las dificultades, subraya que hay que confiar en la protección de Yahvé, que es en definitiva quien lleva adelante la empresa del éxodo y que juzga -discierne- a los otros dioses. Las divinidades de los cananeos no pueden proteger a sus fieles, mientras que Yahvé está con Israel (19). La consigna de la fe es, pues, no temer a los enemigos y confiar en Yahvé: «El nos hará entrar en esa tierra y nos la dará» (8). Contra esta visión realista, pero iluminada de la fe, sostenida por una exigua minoría, se alza la opinión de la mayoría de los exploradores, que desacredita la tierra que han explorado; éstos parten de que la empresa de la conquista es responsabilidad exclusiva del pueblo y depende sólo de sus posibilidades. ¿Se trataba originariamente de una discusión religiosa o de un simple enfrentamiento entre dos tendencias a la hora de determinar la estrategia que convenía seguir? Lo cierto es que el autor del libro, sobre el esquema de unos hechos estilizados por la distancia de los siglos -dificultades de la conquista, pobreza de medios de Israel, azote de la peste y necesidad de una retirada, más o menos estratégica-, teje una lección de teología para edificación y aviso de sus contemporáneos. Una vez más entra en juego el espíritu conciliador de Moisés. A través de una plegaria rebosante de confianza en la bondad de Dios, Moisés esgrime el argumento del honor de Yahvé: todos saben que Yahvé es un Dios fuerte: sacó de Egipto a su pueblo (13), lo ha sustentado en el desierto y habita en medio de ellos (14). Si ahora lo extermina, los pueblos no lo entenderán y creerán que lo ha destruido en el desierto porque no ha podido llevarlo a la tierra prometida (15-16). Dios es justo y, por eso, castiga la iniquidad; pero lo que le caracteriza no es precisamente la justicia, sino la misericordia: Yahvé es tardo a la ira y rico en misericordia. La bondad de Dios se traduce en la práctica, en una fidelidad inconmovible a la alianza, pese a que el pueblo la quebranta a cada paso. Es realmente conmovedora la confianza de Moisés en la bondad de Dios, que le convierte en un atrevido consejero de Yahvé. El éxodo es la historia del pecado del pueblo y, al mismo tiempo, la del perdón de Dios. Al abismo de iniquidad del pueblo, Dios responde con la grandeza de su misericordia (29). Yahvé accede al ruego de su siervo (20), pero pronunciará la sentencia que obligará a Israel a vagar durante cuarenta años por el desierto (25: J. M. Aragonés).

El testimonio de los exploradores confirma, efectivamente, lo que Dios había prometido sobre la excelencia de la tierra (cf Ex 3,8). Al resaltar el poder de los pueblos que lo ocupan, por una parte se alude al poder de Dios y a su amor hacia su pueblo ya que los arrojará de allí (cf Dt 7,1), y por otra prepara el argumento de la protesta que tendrá lugar luego. En cuanto a los pueblo que se citan: los descendientes de Anac son los gigantes que, según la tradición israelita, poblaban la zona sur de Canaán, y de cuya origen se habla en Gn 6,1-4.

Los amalecitas eran seminómadas que se movían al sur de Négueb, y con los que lucharon los israelitas en más de una ocasión (cf Ex 17,8-16). Los hititas habían sido un gran imperio en el siglo XIV a.C. y los amorreos fueron los ocupantes de los valles del Tigris y el Éufrates. Los jebuseos fueron los anteriores pobladores de Jerusalén. La distribución de esos pueblos de la Tierra está simplificada recogiendo datos de carácter genérico (Biblia de Navarra).

A falta de comentarios escritos apunto algo sobre lo que se me ocurre en cuanto al castigo divino y los 40 años… pienso que son modos primitivos de adjudicar a Dios las cosas que pasaban en la historia del pueblo, y en su condescendencia Dios deja que se escriban estas cosas. Luego, sobre todos estos castigos hacia los sucesores respondrá Jesús que no pecaron ni ellos ni sus padres, sino que la gloria de Dios se manifiesta también sobre estas cosas… sobre estas interpretaciones encontramos un sentido profundamente cristológico que es el más interesante y verdadero…

2. Estando ya cerca de la tierra soñada, Moisés envió unos exploradores -unos espías- para que reconocieran el terreno y vieran las posibilidades de entrar, por fin, en el país que Dios había prometido a su padre Abrahán. Es un episodio que tiene importancia en la historia de Israel, porque viene a explicar porqué no entraron ya en Canaán, sino que estuvieron durante cuarenta años -el tiempo de una generación- dando vueltas como nómadas por el desierto, cuando la marcha desde Egipto hasta Palestina podía haberse hecho en unos meses. El informe de los exploradores es bueno y malo a la vez. Bueno, por las condiciones de la tierra en sí, un poco exageradas (recordemos las imágenes que suelen representar a dos hombres llevando un enorme racimo colgado de un palo). Malo, porque se han dado cuenta de que los pobladores de aquella tierra no están dispuestos -naturalmente- a cederla a otros. El pueblo reacciona con pesimismo. Se contagian fácilmente la duda y el desánimo. Arrecian las murmuraciones. Antes protestaban del desierto. Ahora, de que tengan que entrar en una tierra difícil. Les falta confianza en Dios y prefieren no acometer todavía la «conquista» de Canaán, a pesar de que hay un grupo, el de Caleb, que sí estaría dispuesto. El castigo son los cuarenta años de peregrinación por el desierto. Se lo han buscado ellos: esta «generación del desierto» no entrará en Palestina (tampoco Moisés y los otros jefes, excepto Josué). Dios les ha dejado a su pereza, a su indecisión, a su falta de iniciativa y valentía.

Cuando reflexionamos sobre la situación del mundo de hoy, o leemos estadísticas sobre el estado de la juventud o de la Iglesia, ¿no somos demasiado propensos al pesimismo? ¿llegamos a dudar del futuro de la humanidad, del cristianismo, de la vida religiosa, de esta juventud? ¿sólo contamos con nuestras fuerzas o, sobre todo, con la ayuda de Dios y de su Espíritu? Sí, es verdad que se pierde la fe, que hay pocas vocaciones, que la familia no es lo que era, que la Iglesia está llena de imperfecciones. En parte, también por culpa nuestra. Podemos decir con el salmo: «hemos pecado, hemos cometido maldades, se olvidaron de Dios, su salvador, que había hecho prodigios en Egipto...». Pero no debería ser ésa nuestra actitud definitiva, sino la de optar por la confianza. Confiar no significa cruzarse de brazos, esperando que Dios lo haga todo. Significa seguir trabajando con ilusión, seguros de que la gracia de Dios sigue actuando y realiza maravillas. Que es él quien riega y da eficacia y fruto a nuestro trabajo. Dios no cabe en ningún ordenador. Dios no sale en las estadísticas. Tendríamos que seguir escuchando, a pesar de las apariencias en contra, la palabra repetida de Dios: «no tengáis miedo... Yo estoy con vosotros». Y seguir creyendo que, después de la noche, viene siempre la aurora. Que al invierno le sigue la primavera. Que la Pascua siempre está activa. Y que dentro de las personas hay muchas cualidades buenas. Como Moisés, deberíamos estar dispuestos a pedirle a Dios por este mundo concreto en que vivimos, no el que quisiéramos idealmente. Como dice el salmo, «Moisés, su elegido, se puso en la brecha frente a él, para apartar su cólera del exterminio». ¿Pedimos los castigos de Dios sobre este «mundo perverso» o, más bien, intercedemos ante Dios para que siga teniendo paciencia una vez más, como el agricultor con la higuera estéril, dándole tiempo para rehabilitarse?

En el salmo el tema central es la misericordia divina a pesar de los pecados de Israel en el desierto y en la tierra de Canaán. Dios se acuerda de su Alianza. Todo este espíritu se recoge en el Benedictus, y de esta forma encuentra su cumplimiento en el nacimiento de Jesús preparado por el Bautista. Dios salva y aunque el v. 15 habla de que Dios no deja sin castigo, este v. no se ha puesto en la Misa de hoy.  De todas formas, tanto la primera lectura como el salmo no han llegado a la plenitud de la revelación cristiana… sí nos aportan la maravilla de la misericordia divina.

3.- Mt 15,21-28 (ver domingo 20, ciclo A). -Jesús se retiró al país de Tiro y Sidón (ciudades fenicias). Y una mujer Cananea, de aquella región salió y se puso a gritarle... Una mujer extranjera consigue de Jesús la curación de su hija. Es una escena breve, pero significativa. Jesús sale por primera vez fuera del territorio de Israel, al actual Líbano. Mateo no sólo quiere probar el buen corazón de Jesús y su fuerza curativa, sino también el acierto de que la Iglesia en el momento en que escribe su evangelio se haya vuelto claramente hacia los paganos. Eso sí, anunciando primero a Israel el cumplimiento de las promesas, antes de pasar a los otros pueblos. Desde luego, Jesús no le pone la cosa fácil a la buena mujer. Su ministerio se extenderá a una tierra pagana. San Pablo escribirá que Jesús vino para extender a "todas las naciones" la Alianza reservada hasta aquí a Israel. Escucho el grito de esa mujer. Las hay quizá a mi alrededor que no acierto a oír. -"¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija tiene un demonio muy malo." El no le contestó palabra... La plegaria, el grito, eran hermosos, sinceros y emocionantes. Y Jesús había dicho: "Todo lo que pediréis se os concederá... llamad, y se os abrirá..." No obstante, Jesús calla, no contesta a esa plegaria. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué, tan a menudo pareces no responder cuando te imploramos que nos liberes? -"Concédeselo, que viene gritando detrás..." dicen los apóstoles. ¿Fastidio? ¿Escándalo ante la insistencia de esa "pagana"? ¿Racismo? O bien quizá: ¿verdadera emoción ante la miseria de esa pobre madre? -Jesús respondió: "He sido enviado sólo para las ovejas descarriadas de Israel." Después del silencio, un rechazo. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué aparentas rechazar? Sabemos, sin embargo, que hay ternura en tu corazón, y que has venido para "salvar a todos los hombres". -Ella se adelantó y se prosternó ante El: "Señor, socórreme". ¡Oh admirable insistencia! ¿Sería ésta la respuesta a nuestros "porqués"? Las pruebas de la Fe, las pruebas de la oración, ¿serían, quizá, una purificación de la Fe, una valorización de la fuerza de la verdadera oración? Primero, hace ver que no ha oído. Luego, le pone unas dificultades que parecen duras: lo de Israel y los paganos, o lo de los hijos y los perritos. Ella no parece interpretar tan negativas estas palabras y reacciona con humildad e insistencia. Hasta llegar a merecer la alabanza de Jesús: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas».

La mujer pagana es un modelo de fe. Su oración por su hija enferma, que ella cree que está poseída por «un demonio muy malo», es sencilla y honda: «Ten compasión de mí, Señor» (en griego: Kyrie, eleison). No se da por vencida ante la respuesta de Jesús y va respondiendo a las «dificultades» que la ponen a prueba. Es uno de los casos en que Jesús alaba la fe de los extranjeros (el buen samaritano, el otro samaritano curado de la lepra, el centurión romano), en contraposición a los judíos, los de casa, a los que se les podría suponer una fe mayor que a los de fuera. La fe de esta mujer nos interpela a los que somos «de casa» y que, por eso mismo, a lo mejor estamos tan satisfechos y autosuficientes, que olvidamos la humildad en nuestra actitud ante Dios y los demás. Tal vez, la oración de tantas personas alejadas, que no saben rezar litúrgicamente, pero que la dicen desde la hondura de su ser, le es más agradable a Dios que nuestros cantos y plegarias, si son rutinarios y satisfechos (J. Aldazábal). ¡Cuán duro es la respuesta de Jesús! ¿Qué significa? Tú, Señor, que acabas de multiplicar los panes para toda una multitud, pareces ahora rehusar el "mendrugo" implorado por esa pobreza. -Pero ella repuso: "Cierto, Señor; pero también los perrillos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos". No, ella no abandonará su plegaria, irá hasta el fin. -Jesús le dijo: "¡Qué grande es tu fe, mujer! Que se cumpla lo que deseas." He aquí a donde querías llegar: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Es necesario ahora tratar de resumir. Jesús se limita a cumplir la misión que ha recibido del Padre. Toda la economía de la salvación -y esto es un misterio- viene a través de los hombres: es por mediación del pueblo de Israel que los demás pueblos tendrán acceso a la Alianza, a la Mesa de Dios, al Pan de Dios. Pero una gran esperanza se abre hoy por la Fe de esa pagana. Si Jesús voluntaria y humildemente se ha limitado "a las ovejas descarriadas de Israel", deja entrever y valora el acceso de los paganos a la Iglesia. Así debo siempre preguntarme hoy: ¿por qué tengo la suerte de tener Fe? ¿por qué soy un privilegiado, un invitado a comer el pan de los hijos de Dios? ¡Que jamás olvide, Señor, la inmensa multitud de los que esperan las migajas de esta mesa! Y yo, que me alimento ya de Dios, debo pensar que esta mesa no es jamás para mí solo. ¿Cómo haré que los demás se aprovechen de ella? (Noel Quesson).

Quizá Jesús responde a los discípulos, no a ella, que él no ha sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Es como un gesto de desprecio, de rechazo, como queriendo zanjar toda la mezquindad de corazón de ellos, de golpe. Pero ella insiste en su oración: "Señor, socórreme". Hay que ser humildes para aceptar a Dios. "Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos". Ante aquel grito de dolor, Cristo va a poner la última prueba. Le dice que no está bien quitarle el pan a los hijos para dárselo a los perritos. ¿Es como un insulto? Nos cuesta entrar en estas palabras… la hermenéutica de estos versículos se nos hace duro de roer… humildemente dejamos la dificultad ante nuestra ignorancia, y nos quedamos con el modelo de oración, siguiendo al santo cura de Ars: “vemos muchas veces que el Señor no nos concede enseguida lo que pedimos; esto lo hace para que lo deseemos con más ardor, o para que apreciemos mejor lo que vale. Tal retraso no es una negativa sino una prueba que nos dispone a recibir más abundantemente lo que pedimos”.