San Mateo 18, 1-5.10.12-14:
Dios despierta en nosotros la confianza humilde y la espera como actitudes básicas de nuestra vida en la tierra, sabedores que Él está a nuestro lado y hace las cosas perfectas

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté   

 

Lectura del libro del Deuteronomio 31, 1-8. Moisés dijo estas Palabras a los israelitas: -«He cumplido ya ciento veinte años, y me encuentro impedido; además, el Señor me ha dicho: "No pasarás ese Jordán." El Señor, tu Dios, pasará delante de ti. Él destruirá delante de ti esos pueblos, para que te apoderes de ellos. Josué pasará delante de ti, como ha dicho el Señor. El Señor los tratará como a los reyes amorreos Sijón y Og, y como a sus tierras, que arrasó. Cuando el Señor os los entregue, haréis con ellos lo que yo os he ordenado. ¡Sed fuertes y valientes, no temáis, no os acobardéis ante ellos!, que el Señor, tu Dios, avanza a tu lado, no te dejará ni te abandonará.» Después Moisés llamó a Josué, y le dijo en presencia de todo Israel: -«Sé fuerte y valiente, porque tú has de introducir a este pueblo en la tierra que el Señor, tu Dios, prometió dar a tus padres; y tú les repartirás la heredad. El Señor avanzará ante ti. Él estará contigo; no te dejará ni te abandonará. No temas ni te acobardes.» 

Salmo: Dt 32, 3-4a.7.8.9 y 12. R. La porción del Señor fue su pueblo.

Voy a proclamar el nombre del Señor: dad gloria a nuestro Dios. Él es la Roca, sus obras son perfectas.

Acuérdate de los días remotos, considera las edades pretéritas, pregunta a tu padre, y te lo contará, a tus ancianos, y te lo dirán.

Cuando el Altísimo daba a cada pueblo su heredad y distribuía a los hijos de Adán, trazando las fronteras de las naciones, según el número de los hijos de Dios.

La porción del Señor fue su pueblo, Jacob fue el lote de su heredad. El Señor solo los condujo, no hubo dioses extraños con él.  

Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 1-5.10.12-14. En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: -«¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?» Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: -«Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mi. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial. ¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en el monte y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.»

Palabra del Señor.  

Comentario: 1.- Dt 31,1-8. En este pasaje aparecen, junto a una antigua tradición (vv. 1-3a), un texto añadido en el momento de la redacción definitiva del Deuteronomio (vv. 3b-8). Un jefe se va y le reemplaza otro. Dios convence a Moisés de que ha llegado el momento de transmitir sus poderes a Josué. Entiéndase bien esta intervención de Dios en el relevo de la autoridad y en la investidura de los jefes del pueblo. Dios, el invisible, no se asocia directamente a estas decisiones, pero, al hacerle intervenir de modo tan explícito, el autor quiere simplemente traducir la conciencia que hay de la presencia de Dios, y de sus intenciones, en lo más íntimo del ejercicio de la autoridad humana. Ahora bien, la autoridad de Josué será de orden profano: conquistar una tierra, ser fuerte para llevar a cabo la operación e infundir valor y confianza al pueblo. Ninguna misión específicamente religiosa le ha sido confiada y, sin embargo, el autor declara que Dios está con él.

Un jefe político no tiene necesidad de una responsabilidad religiosa y, menos aún, de una consagración litúrgica para que su autoridad revista una significación divina. El organiza, en efecto, la comunidad de tal manera que las opciones espirituales y el destino de cada uno pueda realizarse; y esto concierne eminentemente a Dios. No es tampoco necesario que el jefe político prevea y defienda, para cada uno, el ejercicio de la religión de sus preferencias. Nuestra marcha hacia Dios no la efectuamos exclusivamente por los caminos de la religión, sino también por la vida en sociedad. Desde el momento en que un jefe político se preocupa de las condiciones óptimas para mejorar esta vida en sociedad, su cometido reviste una dimensión divina (Maertens-Frisque).

-Moisés dijo: «Hoy he cumplido ciento veinte años, ya no puedo entrar ni salir y el Señor me ha dicho: "Tú no pasarás este río Jordán..."

Moisés ha llegado ya al final de su vida. «Ciento veinte años» es una cifra simbólica que indica «la perfección». Se reparten esos años en 3 bloques: 40 años en Egipto (Hch 7,23), otros tantos en Madián (Ex 7,7) y en el desierto. Quizá quieran indicar el tiempo de una generación, o cada una de las etapas de su vida y las que Dios manifiesta su poder y su elección, y el profeta responde con docilidad y eficacia.

Moisés se siente viejo y confiesa que no puede ya desplazarse; como muchos ancianos es un inválido. El análisis humano que hace de su estado, se transpone inmediatamente en él en interpretación religiosa: ve en ello la voluntad de Dios. Oye que Dios le habla a través de las limitaciones de su ancianidad: «el Señor me ha dicho...» Ayúdanos, Señor, a escuchar tu Palabra en los acontecimientos y las situaciones de nuestras vidas.

-Será Josué quien pasará delante de ti, como ha dicho el Señor. Así Moisés no cumplirá hasta el final la obra emprendida. ¿Quién de nosotros ve, de hecho, el resultado perfecto de sus proyectos? A un momento dado es preciso saberse retirar y dejar el lugar a los demás. Señor, me pides que yo represente plenamente mi papel durante el tiempo dado para ello. Ayúdame a no perder ese tiempo que compromete mi responsabilidad: Tú sólo, Señor, eres capaz de terminar lo que he comenzado.

-El Señor os entregará las naciones. Nos chocan esas promesas de destrucción de los pueblos que ocupará Israel en Canaán. Ya hemos visto que la Biblia le pone todo en la cuenta de Dios, sin hacer las distinciones necesarias entre los diversos planos. Recordemos, una vez más, que la historia profana tiene repercusiones profundas más allá de las apariencias. Todavía HOY Dios está comprometido en todo movimiento histórico... incluso si nos resulta más difícil que a los hebreos hacer una interpretación absolutamente cierta y justa del mismo.

-Sed fuertes y valerosos, porque el Señor tu Dios marcha contigo: no te dejará ni te abandonará. Detengámonos a considerar el equilibrio de esta frase. Vemos que, en la conquista de Canaán se conjugarán dos «acciones»:

1.° Dios estará presente allá, fiel a cumplir sus promesas poniendo su fuerza para ayudar a su pueblo a ganarse una tierra donde pueda vivir en libertad.

2.° Pero para ello ese pueblo ha de combatir y se le pide que sea fuerte y valeroso.

De hecho, sabemos que la Tierra prometida no fue un regalo para niños mimados. Israel tuvo que conquistarla en recia lid, después de largos y penosos esfuerzos.

En nuestras vidas juegan también dos «acciones» conjugadas e imposibles de separar.

-Dios no hace nada sin nosotros, es el papel de nuestra libertad...

-no hacemos nada bueno sin El, es el papel de la gracia…

-Luego llamó Moisés a Josué y le dijo: «Tú entrarás con ese pueblo en tierra que el Señor juró dar a sus padres... El Señor marcha delante de ti.

En esta transmisión de poderes, Dios está siempre presente.

Lo sabemos en teoría pero nos precisa que de nuevo lo meditemos y lo llevemos a la oración: toda responsabilidad, incluso la más humana -Josué es un simple jefe político-, tiene un alcance religioso. Reflexiono sobre mis responsabilidades.

Ruego por todos los que tienen responsabilidades mas amplias en la ciudad, en los diversos grupos humanos... en la Iglesia (Noel Quesson).

Este capítulo contiene diversos elementos superpuestos, y en él se entrecruzan varios temas (la ley que se pone por escrito es entregada a los levitas, los cuales la leerán luego al renovar la alianza, la sucesión de Josué, etc.). No se ahorran detalles con tal de provocar en el oyente una impresión de dramatismo: se supone a Moisés en el momento supremo de su vida, a punto de conducir al pueblo a la última etapa del éxodo, pero detenido frente a la tierra prometida por una orden de Yahvé («no pasarás ese Jordán»: v 2).

Nos puede dar la impresión de vacío de poder ante la ausencia de Moisés que adquiere un carácter dramático ante la perspectiva de conquistar una tierra enemiga. La exhortación que Moisés dirige al pueblo, vista con ojos demasiado fundamentalistas, podría leerse como una «guerra santa»: «Yahvé, tu Dios, pasará delante de ti. El destruirá delante de ti esos pueblos, para que te apoderes de ellos» (3). Esto nos hace pensar en que la lectura de la Palabra de Dios ha de hacerse según el sentir de Dios, que no quiere la guerra sino la paz, no quiere la muerte sino la vida, es decir el sentido global de la Biblia ha de iluminar el sentido de unos versículos, para vislumbrar el sentido oculto que hay debajo de los que redactaron aquello. Aquí me supera pensar si fueron los sacerdotes que en el exilio pusieron en boca de Dios la justificación de las hazañas de su pueblo, dándole un carácter épico, lo interesante está en la protección divina que subyace ahí: «Sé fuerte y valiente, que tú has de introducir a los israelitas en la tierra... Yo estaré contigo» (23).

El carisma de guiar al pueblo pasa ahora de Moisés a Josué: se suceden las personas; Yahvé y su fidelidad permanecen. Es la voz firme que resonará también en los profetas y sostendrá su vida: «No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (Jr 1,8; cf. Ez 2,6). Esa promesa llega intacta al Nuevo Testamento y se expresa en la paradoja cristiana: «Presumiré de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo» (2 Cor 12,9). Las personas y las generaciones se suceden mientras permanece firme la promesa de Jesús: «Yo estoy con vosotros cada día...» (Mt 28,20; R. Vicent).

2. Siguiendo el género literario de los testamentos, el Deuteronomio pone en labios de Moisés, cuando ya está a punto de morir, las últimas recomendaciones para su pueblo y para Josué, a quien da la investidura como su sucesor. Moisés no va a poder entrar en la tierra prometida, por más que se lo haya pedido a Dios. Pero no va a producirse un «vacío de poder» en un momento tan delicado como éste, en que están ya a las puertas de Canaán y se disponen a iniciar su ocupación. En primer lugar, porque Moisés nombra a Josué como guía del pueblo en esta etapa de la entrada y el asentamiento en Palestina. Y, sobre todo, porque Dios sigue acompañándoles también ahora, como lo ha hecho a lo largo de todo el camino por el desierto. Moisés anima al pueblo y a Josué: «sed fuertes y valientes, no temáis, que el Señor tu Dios avanza a tu lado». Es la convicción que recoge el salmo: «acuérdate de los tiempos remotos... la porción del Señor fue su pueblo... el Señor solo los condujo».

Una lección que podemos aprender es de qué manera acepta Moisés el hecho de no poder entrar en la tierra prometida. Oíamos hace unos días -el jueves de la semana 18- cómo Dios se lo anunciaba. Allí se interpretó como un castigo por su poca fe en el episodio del agua de la roca. A Moisés le hacía una ilusión enorme completar su obra: conducir al pueblo desde la esclavitud de Egipto hasta la tierra prometida. Pero no, no puede entrar, aunque desde una altura ya se alcanza a ver. Moisés no reacciona con amargura. Lo que le preocupa es que el pueblo tenga un guía, que Dios le siga protegiendo, que realicen bien su entrada. A Josué le transmite la autoridad con sincero interés, sin rencor. No hay ninguna palabra agresiva ni de queja en sus labios. Como dice: “Las obras de Dios son perfectas (Dt 32,4), por eso, a quienes se da divinamente una potestad, se les dan también los medios para usarla dignamente” (s. Tomás), es lo que se dice en la ordenación en palabras de S. Pablo: el que ha comenzado la buena obra en ti la llevará a término. Así escribía de él mismo san Josemaría, cuando sufrió remordimientos de miseria y fue consolado al oír esta locución divina: “Escribía aquel amigo nuestro: "muchas veces pedí perdón al Señor por mis grandísimos pecados; le dije que le quería, besando el Crucifijo, y le di las gracias por sus providencias paternales de estos días. Me sorprendí, como hace años, diciendo —sin darme cuenta hasta después—: «Dei perfecta sunt opera» —todas las obras de Dios son perfectas. A la vez me quedó la seguridad plena, sin ningún género de duda, de que ésa es la respuesta de mi Dios a su criatura pecadora, pero amante. ¡Todo lo espero de El! ¡¡Bendito sea!!" / Me apresuré a responderle: "el Señor siempre se comporta como un buen Padre, y nos ofrece continuas pruebas de su Amor: cifra toda tu esperanza en El…, y sigue luchando"”.

En nuestra vida también nos puede pasar lo mismo: en un momento determinado, lo que nosotros hemos sembrado vemos que lo van a cosechar otros. Un cambio de destino o una enfermedad -o la muerte- pueden truncar nuestros esfuerzos, y otros seguirán nuestro trabajo. ¿Reaccionamos con un corazón magnánimo como Moisés, o nos llenamos de amargura y depresiones? ¿somos capaces de animar al pueblo, de apoyar a nuestro sucesor? ¿o nos encerramos en la depresión, con sentimientos de envidia o de fracaso? Si reaccionamos como Moisés, será señal de que no nos estábamos buscando a nosotros mismos, sino que lo que nos interesaba era el bien de los demás y la gloria de Dios, que es quien salva y lleva a plenitud nuestra obra. Nosotros somos sólo colaboradores. No protagonistas. Ni imprescindibles. Tenemos que saber retirarnos a tiempo. Con la elegancia espiritual de Moisés.

La oración y los sacramentos son los medios para estar unirnos al Señor como una lapa, para vivir el amor a los demás que nos hace comprender este Amor de Dios, para dejarnos llenar de este Amor del Espíritu SanSanto. Con estos medios, con la oración tenemos experiencias de Dios, como tuvo Moisés cuanto se acercaba a aquella zarza que quemaba sin consumirse, y oyó: "Descálzate, porque este lugar es santo." Queramos sentir esta presencia, como San Pablo en el camino de Damasco: delante de la luz del Espíritu Santo, delante de la Stma. Trinidad. Queramos sentirnos mirados por Dios, que nos aprieta, que nos atrae hacia él; y queramos dejarnos arrastrar por este Amor de Dios que, nos va desplegando a una serie de virtudes. Pero que todo salga de esta fe que está viva por la caridad. Fe, de una forma que es necesaria: la santidad personal. Y fruto de esta interioridad, de esta oración viene la alegría, viene dejarse atraer por el amor; viene esta siembra de paz que necesita la sociedad. Por tanto, si es verdad que hay obstáculos: el mundo, el demonio y la carne, los medios son la buena voluntat, la lucha por la santidad, dejar hacer a Dios adentro nuestro, y concretar con correspondencia, lucha y esfuerzo, por ser mejores. Más que hacer cosas, debemos dejar que Dios haga en nosotros: El Espíritu SanSanto. Pilar Urbano decía: "Un santo es un avaricioso que va llenándose de Dios a fuerza de vaciarse de sí, un débil que se amuralla en Dios y en Él construye su fortaleza”. No nos debemos sentir como perfeccionistes, sino vulnerables; mostrarnos con esta riqueza que Dios nos ha dado: "Un hombre que todo lo toma de Dios, un ladrón que le roba a Dios hasta el amor con que poder amarle”. El "quid” de la santidad, es una cuestión de confianza. San Josemaría fue repitiéndolo: este dejarse amar por Dios, abandonar todo en Dios, dejar actuar Dios: "Lo que el hombre esté dispuesto a dejar que Dios haga en él. No es tanto, el "yo hago", como "hágase en mí". "El santo ni ama, ni cree, ni espera a solas, él siempre cuenta con el Otro." Decía una vez a Ratzinger, hablando de Sn. Josemaría: No hizo grandes cosas extraordinarias, fuera del día a día; todo que hizo cosas que son para nosotros extraordinarias, pero lo más importante, era dejar actuar Dios; no está en el Big-Bang -como esto que deiem, también, el otro día-, sino que está en el día a día. -Decía: "EL santo incluso cuánto cae, cae en manos de Dios. Se siente siempre en las manos de Dios. Por eso el santo confía, se pierde en Dios; pero hay que decir, que antes, Dios se ha apiadado de él.

3.- Mt 18, 1-5.10.12-14 (ver domingo 25, ciclo B,  y martes de la 2ª semana de adviento). El capitulo 18 de san Mateo, que leemos desde hoy al jueves, nos propone el cuarto de los cinco discursos en que el evangelista organiza las enseñanzas de Jesús. Esta vez, sobre la vida de la comunidad. Por eso se le llama «discurso eclesial» o «comunitario». La primera perspectiva se refiere a quién es el más importante en esta comunidad. Es una pregunta típica de aquellos discípulos, todavía poco maduros y que no han penetrado en las intenciones de Jesús. La respuesta, seguramente, los dejó perplejos. El más importante no va a ser ni el que más sabe ni el más dotado de cualidades humanas: «llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino». Lo pequeño, humilde… “si me preguntáis qué es lo más importante en la religión y en la disciplina de Jesucristo, os responderé: lo primero la humildad, lo segundo la humildad, y lo tercdero la humildad” (S. Agustín). ¿Un niño el más importante?

Nos convenía la lección, si somos de los que andan buscando los primeros lugares y creen que los valores que más califican a un seguidor de Jesús son la ciencia o las dotes de liderazgo o el prestigio humano. Hacerse como niños. Los niños tienen también sus defectos. A veces, son egoístas y caprichosos. Pero lo que parece que vio Jesús en un niño, para ponerlo como modelo, es su pequeñez, su indefensión, su actitud de apertura, porque necesita de los demás. Y, en los tiempos de Cristo, también su condición de marginado en la sociedad. Hacerse como niños es cambiar de actitud, convertirse, ser sencillos de corazón, abiertos, no demasiado calculadores, ni llenos de sí mismos, sino convencidos de que no podemos nada por nuestras solas fuerzas y necesitamos de Dios. Por insignificantes que nos veamos a nosotros mismos, somos alguien ante los ojos de Dios. Por insignificantes que veamos a alguna persona de las que nos rodean, tiene toda la dignidad de hijo de Dios y debe revestir importancia a nuestros ojos: «Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños». Jesús vino como el Siervo, no como el Triunfador. No vino a ser servido, sino a servir. Nos enseñó a no buscar los primeros lugares en las comidas, sino a ser sencillos de corazón y humildes. Los orgullosos, los autosuficientes como el fariseo que subió al Templo, ni necesitan ni desean la salvación: por eso no la consiguen (J. Aldazábal).

Mucha gente tiene quizá un comportamiento espiritual propio de un infantilismo malo, con una actitud ante Dios reduciéndolo al papel de policía o de contable que castiga las faltas o sopesa los méritos. La religión es para ellos una acumulación de ritos y preceptos a los que es necesario ser fiel si se quiere "ganar el cielo" y "salvar el alma"; los sacramentos, los medios para procurarse la buena conciencia o estar en regla; y el pecado, la trasgresión de una ley que debe evitarse por temor al castigo que le seguirá (Colete Hovase). Los escribas y fariseos no ven en el pecador más que a un enemigo de Dios. ¿No es también esa la actitud de aquellos que juzgan con excesiva severidad los fallos de los otros? En cambio Dios obra de muy distinta manera. No espera el arrepentimiento para amar al pecador sino que lo deja todo para ir en su búsqueda. El responsable de la comunidad es, pues, el encargado de revelar al pecador que Dios le ama primero (1 Jn 4, 10, 19; 2 Cor 5, 20), incluso sin aguardar a su arrepentimiento, y que se preocupa de la salvación de todos. ¿Se dan siempre cuenta los ministros de la Iglesia de esta responsabilidad? ¿No están acaso tan absorbidos por la administración del rebaño fiel que no encuentran tiempo de ocuparse de los "pequeños? ¿No da a veces también la Iglesia la impresión de ser una institución demasiado pesada de manejar para hacer entrar en su seno a los pobres y pecadores respetando su dignidad? (Maertens-Frisque).

A la actitud de los fariseos, arrebujados en su justicia, Jesús opone la alegría de Dios, que prefiere la conversión del pecador a la satisfacción de los justos estancados en sus hábitos adquiridos.

¿Qué os parece? Esto lo dice hoy Jesús a nosotros.

Una imagen sacada de la vida diaria de sus oyentes. Jesús se mantenía cercano a la vida de las gentes de su pueblo, de su tiempo. Había visto a los pastores abandonar la guarda del rebaño para ir a buscar la oveja perdida. La parábola de las cien ovejas y de la que se descarría parece que hay que interpretarla aquí en la misma linea que lo del niño: cada oveja, por pequeña y pecadora que parezca, comparada con todo el rebaño, es preciosa a los ojos de Dios: él no quiere que se pierda ni una. Así decía S. Asterio de Amasea: “jamás desesperemos de los hombres ni los demos por perdidos, uqe no los despreciemos cuando se hallan en peligro, ni seamos remisos en ayudarlos, sino que cuando se desvían de la rectitud y yerran, tratemos de hacerlos volver al camino, nos congratulemos de su regreso y los reunamos con la muchedumbre de los que siguen viviendo justa y piadosamente”. Todos somos esa oveja al mismo tiempo, necesitados del Señor… oveja…

Dios es así, dice Jesús. Cuando un solo hombre se aleja de El, esto no le deja indiferente.

Debo hacer todo lo posible por sintonizar con este anhelo del corazón de Dios. Un Dios a la búsqueda... del hombre. Un Dios que mantiene el contacto. Este es Jesús.

Según el plan de Mateo, entraremos hoy en el cuarto gran discurso de Jesús; Mateo ha reagrupado en él unas enseñanzas, todas ellas versan alrededor del tema de la "vida comunitaria".

-Los apóstoles preguntan a Jesús: "¿Quién es más grande en el Reino de Dios?" Jesús llamó a un niño, lo puso en medio y contestó: "Si no cambiáis y os hacéis como estos niños, no entraréis en el Reino de Dios. Cualquiera que se haga tan "pequeño" como este chiquillo, ése es el más "grande"...

Es la primera regla de vida comunitaria: cuidar de los más pequeños... hacerse uno mismo pequeño... Hay que tratar de imaginarse bien esa escena: en medio de la asamblea de esos doce hombres graves y adultos tomándose muy en serio, y haciendo una pregunta a Jesús, sobre las "prelaciones" a respetar, y las "jerarquías" a establecer.

-"¿Quién es el más grande?"- Jesús llama a un chicuelo de la calle y ¡lo lanza, algo asustado, en medio de esos grandes personajes! "Haceos como él." ¡Qué cambio total! Cada uno de nosotros, según su temperamento, puede meditar sobre esta primera consigna: "haceos como niños." Lozanía, belleza, inocencia del niño... ¿por qué no? Pero el ápice del pensamiento de Jesús gira hacia otro aspecto: "grande" y "pequeño". Así lo esencial, para Jesús, parece ser el permanecer dependientes, no dárselas de listo, ni de grandes personas; el niño no puede vivir solo, no se basta a sí mismo, necesita sentirse amado, todo lo espera de su madre.

-Y el que acoge a un chiquillo como éste por causa mía, me acoge a mí.

Toda la gran doctrina del Cuerpo Místico, que desarrollará San Pablo, está ya en germen en esta sencilla fórmula.

Todo lo que se hace por el menor, por el más pequeño, es a Cristo a quien se hace.

¡El que toca a un niño, toca a Jesús! San Pablo descubrirá esto en el camino de Damasco: "¡Yo soy Jesús, a quien tú persigues!" Esta es la base -y ¡cuán profunda!- de toda vida comunitaria: el respeto a todo hombre, en especial a los más débiles.

¡Cuán lejos estamos de esto, muchas veces!

-Cuidado con mostrar desprecio a un pequeño de esos, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial.

Tampoco importan a los ojos de los hombres... aquellos a quienes se considera como insignificantes... pero tienen un peso infinito ante Dios. ¿Cómo podríamos no darles importancia, olvidar su existencia?

-A ver, ¿qué os parece?

Procedimiento de libre discusión. De ese modo dialogaba Jesús. Que cada uno pueda exponer su parecer.

-Suponed que un hombre tiene cien ovejas y que una se le extravía; ¿no deja las noventa y nueve en el monte para ir en busca de la extraviada?

Esta es también una regla esencial de la vida "en la Iglesia".

Los fariseos eran unos "separados", y juzgaban severamente a los pecadores, a los caídos en alguna falta... Ios cuales eran excluidos de las comidas sagradas, como enemigos de Dios. Ahora bien, precisamente, Dios actúa completamente al revés: ni siquiera espera el arrepentimiento del pecador para amarle, ¡antes bien, abandona todo lo restante para ir en su búsqueda!

-Pues lo mismo es voluntad de vuestro Padre del cielo que no se pierda ni uno de esos "pequeños".

En nuestras comunidades ¿qué se hace por esos "pequeños", por esos débiles, por esos pecadores amados de Dios? ¿y por los que Jesús está dispuesto a ir hasta el final? Lo dice hoy. Pronto derramará su sangre por ellos (Noel Quesson).

Jesús nos propone hacernos como niños. Si no, no podremos entrar en el Reino. ¡Cómo cuesta aceptar estas palabras en aquellas etapas de la vida en que necesitamos exhibir nuestra condición de “adultos”! Y, sin embargo, nos están regalando la clave para entender por qué tan a menudo encontramos las puertas cerradas, por qué no nos dice nada todo lo que tiene que ver con El. Hay personas que necesitan 70 u 80 años en ser como niños. La vida misma los va haciendo cada vez más dependientes, más tiernos, más indefensos, más humildes. Hay otras que intuyen mucho antes que “este” es el camino y procuran ponerse en manos del Padre. Los itinerarios son muchos. El punto de llegada es siempre el mismo. Tal vez la sabiduría se parezca algo a esto. ¿Qué cualidades tiene un niño? Aparte de la sencillez, ¿qué valor puede hallarse en semejante personaje? Precisamente el no tener ninguno, ni pretender tenerlo robándole la gloria a Dios como hacían los fariseos (cf. Luc. 16, 15; 18, 9 ss.; etc.). Una sola cualidad tiene el niño, y es el no pensar que las tiene, por lo cual todo lo espera de su padre.

Al dictar severas leyes de pureza y al prescribir abluciones antes de las comidas, los fariseos habían excluido automáticamente de los banquetes sagrados a una serie de pecadores y publicanos. Cristo opone a ese ostracismo la misericordia de Dios, que trata incesantemente de salvar a los pecadores. Él mismo es, por tanto, fiel al deseo del Padre (v.14) cuando agudiza al máximo la búsqueda del pecador. Esta intención se refleja inmediatamente en la parábola de la oveja perdida.

Cierto que Mt es más reservado que Lc, puesto que no compara directamente la alegría del pastor que ha recuperado su oveja con la de Dios. Por lo demás, no dice que el pecador sea más amado que los demás: no hay que confundir alegría por las recuperaciones y amor a todos los hombres.

El hombre moderno experimenta, ante el tema clásico de la misericordia divina, cierta incomodidad. Existe la palabra misma que, en las lenguas modernas, evoca una actitud sentimental y paternalista; existe, sobre todo, la idea que provoca en la mente la impresión de una alienación religiosa, como si el cristiano que recurre fácilmente a la misericordia de Dios se dispensara también espontáneamente de sus verdaderas responsabilidades.

Ahora bien, la Biblia propone un concepto de la misericordia mucho más profundo. Este término pertenece rigurosamente al lenguaje más elevado de la fe. En cuanto al amor, evoca tanto el aspecto de fidelidad al compromiso adquirido como el aspecto de ternura del corazón. En una palabra, designa una actitud profunda de todo el ser.

La experiencia de la condición miserable y pecadora del hombre ha dado cuerpo a la noción de la misericordia de Dios, que se nos presenta como la actitud de Dios ante el pecado del hombre. No se trata tan sólo de pasar la esponja: la misericordia de Dios no es ingenuidad, sino invitación a la conversión e invitación a practicar a su vez la misericordia respecto a los demás hombres, especialmente respecto a los paganos (Si 23. 30-28. 7).

En este punto Jesús es fiel a las perspectivas del A.T. Presenta la misericordia de Dios en todas sus consecuencias, vinculándola al ejercicio de la misericordia humana para hacer de ella una empresa combinada de Dios y del hombre, respuesta activa del hombre a la iniciativa previsora de Dios. Refleja una misericordia sin fronteras, accesible a los pecadores y a los excomulgados.

Los cristianos son invitados, en primer lugar, a hacer la experiencia espiritual de la misericordia divina para con ellos: Dios los acepta tal como son; nunca llega a consumarse la ruptura entre Dios y ellos: Dios está siempre allí, anda incluso siempre en su busca. Por tanto, siempre es posible el recurso a la buena disposición paterna. Pero, entiéndase bien: el pecador no es realmente un arrepentido si la misericordia divina no le llama no sólo a la conversión, sino también al ejercicio de la misericordia para con las demás miserias humanas. De igual modo, la Iglesia, en cuanto cuerpo, no habrá comprendido realmente la misericordia divina que la fundamenta en la existencia, hasta el día en que aparte los obstáculos a que da origen la institución eclesial para llegar hasta los pobres y los pecadores de su tiempo, al mismo tiempo que respeta su dignidad (Maertens-Frisque).