Fiesta: Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael
La salvación se proclama universal, en la Iglesia, camino hacia la Jerusalén celestial que es el Reino que proclama Jesús, a quien vemos hoy inculcando el espíritu de amor: «volviéndose, les reprendió», les corrige y al mismo tiempo vemos el valor de los defectos.

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté  

 

Lectura de la profecía de Daniel 7,9-10.13-14. Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin. 

Salmo 137,1-2a.2b-3.4-5.7c-8. R. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario.

Daré gracias a tu nombre: por tu misericordia y tu lealtad, porque tu promesa supera a tu fama; cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma.

Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el oráculo de tu boca; canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande.  

Evangelio según san Juan 1,47-51. En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: -«Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño.» Natanael le contesta: -«¿De qué me conoces?» Jesús le responde: -«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Natanael respondió: -«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó: -«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores.» Y le añadió: -«Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.»  

Comentario: Miguel: Quis sicut Deus? La humildad es condición fundamental para ser fieles. Serviam! La paz, consecuencia de la lucha, hubo una batalla en el cielo, y él encabezó la victoria. Pax in bello. Moral de victoria (vid. Apoc., 12, 7 ss.). Defende nos in proelio...; ut inimímicos Sanctae Ecclesiae humiliare digneris. Gabriel, enviado a la Virgen María con el anuncio de la Encarnación de Jesús. Tres santos que carecen de sustancia humana. Sus alas proceden de descripciones simbólicas de los profetas Daniel, Ezequiel e Isaías. Dios infinito. Puro amor, sabio, omnipotente decide crear el Universo con una armonía que es belleza toda, y en primer lugar los espíritus puros, amantes, libres. Alguno se rebeló por orgullo, soberbia y envidia. Son pecados de puro espíritu. Los peores porque tienen un grado de conciencia mucho mayor que los materiales que muchas veces tienen un buena dosis de inconciencia y fragilidad. Luzbel cometió un pecado muy consciente, corruptio optimi pessima. Su castigo no permite una redención, pues no quiere ser redimido, permanece en su odio, aunque sufra. Por ello odia a los hombres y trata de seducirlos. Su presencia en la historia es importantísima, pero por contraste se hace más luminosa la misericordia divina y la luminosa presencia de los ángeles fieles, Miguel el primero. San Gregorio Magno dice que "siempre que se debe realizar algo que requiere un poder extraordinario es enviado Miguel para que quede claro que nadie es más fuerte que Dios." Hacen falta migueles: fuertes, valientes, generosos en esa guerra de amor y de paz que es la vida. El nombre del enviado Gabriel es Poder de Dios, Fortaleza de Dios, ya que necesitamos fortaleza para decir que sí a lo que Dios nos dice por sus emisarios. Rafael, el enviado para acompañar a Tobías joven para el viaje y socorrer a su futura mujer Sara en la adversidad; nos ayuda a buscar la vocación, socorre a Sara de la que murieron los anteriores 7 maridos, curó al padre de Tobías  de la ceguera… ayuda en el camino. Su nombre es “medicina de Dios”. Importa mucho no equivocar la ruta. San Rafael es el guía especial de los que aún han de conocer lo que Dios espera de ellos.

San Josemaría sintió una moción para encomendarles a ellos las tres obras del Opus Dei. “Eran los primeros días de octubre de 1932, cuando, haciendo un retiro espiritual en el Convento de los Carmelitas de Segovia, con un aislamiento completo según era mi costumbre, sin que nadie me acompañara ni me diera conversación o plática alguna, pasaba largos ratos de oración en la capilla donde se guardan los restos de San Juan de la Cruz: y allí, en esa capilla, tuve la moción interior de invocar por vez primera a los tres Arcángeles y a los tres Apóstoles –cuya intercesión pedimos cada día todos los socios de la Obra en nuestras Preces-, teniéndoles desde aquel momento como Patronos de las tres obras que componen el Opus Dei”. He podido rezar hace poco en esa capilla, me lo imagino pidiéndole al Señor la intercesión de los Arcángeles para la formación de tantas almas, que fueran luz y ejemplo, fermento en la masa según las características de la vocación de cada uno, su lugar en el mundo.

La historia no es sólo lo que se ve y se toca. Hay una dimensión trascendente, oculta e invisible de la historia. La revelación es un des-ocultamiento de esa realidad, que es el fundamento de nuestra esperanza. Los ángeles son los que nos recuerdan y los que nos hacen visible esa dimensión trascendente. El mundo de los ángeles no es otro mundo, sino la dimensión trascendente de nuestra historia. En la Biblia se evita presentar a Dios actuando en forma directa en la historia, pues esto amenazaría la trascendencia de Dios. Ahí donde aparece un ángel, es Dios mismo que actúa. Espíritus inmortales alabad a Dios. Bendecid al Señor, ángeles suyos, ejecutores de sus órdenes

Te doy gracias, Señor, de todo corazón. Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor (diremos en el Sal 137). La liturgia de hoy nos ofrece como posible primera lectura dos textos alternativos. El primero está tomado del libro de Daniel, y en él se describe una visión fantástica que tiene el profeta contemplando el trono y la corte angélica de Dios, con miles y miles de ángeles a su servicio. Fantaseada imagen del mundo divino descrito al modo de una corte humana oriental. En nuestra pobreza mental, no sabemos hablar de Dios  sino rebajándolo. El segundo, tomado del Apocalipsis, describe una terrible guerra entre Miguel y sus ángeles del cielo contra el dragón o serpiente primordial, arrojada del cielo. Este dragón, Satanás, queda derribado por el poder del Cordero triunfador. Nueva fantasía que se pone al servicio del triunfo de la gracia, del amor, del Cordero que se inmola por nosotros, devolviendo el honor y gloria a Dios.

El himno de Laudes es bien expresivo: “Miguel, Gabriel, Rafael. / ¡Oh espíritus señeros / arcángeles mensajeros  de Dios, que estáis junto a él! / A vuestro lado se sienten  / alas de fiel protección, / el incienso de oración  y el corazón obediente. / ‘¿Quién como Dios?’ / es la enseña; es el grito de Miguel... / Gabriel trae la embajada..., /  al ‘Sí’ de la Virgen Madre... / Rafael /  nos encamina  por la ruta verdadera... // ¡Oh Dios!, Tú  que nos diste a los ángeles por guías y mensajeros, concédenos ser también sus compañeros del cielo. Amén.

En el texto de Daniel tenemos, por una parte, la fascinación de lo divino, es decir, el pasmo que produce imaginarse el trono de Dios en toda su grandeza, asimilando esa grandeza a algo tan pequeño como el trono de un rey oriental en todo su fasto. Pero el trono de Dios ¿no será más que eso?, ¿será siquiera similar a eso?  La vida de Dios y la vida en Dios será “espiritual”, sin carrozas ni tronos. Pero no sabemos describirla sino tomando como base “nuestra grandeza” y diciendo: algo parecido a eso, pero totalmente distinto de eso. La gran novedad de esa descripción es la aparición de una figura que se muestra como  “una especie de hombre”, que se acerca al Anciano, al Padre: es el Hijo que retorna al misterio de Dios llevando la humanidad que asumió en su persona. ¡Esto sí que es algo más que fantasía! Esto es teología pura. En el misterio de Dios, el Hijo conserva su rostro de hombre. Podríamos decir que, según nuestra fe, en el seno de Dios trino hay algo nuestro: la cicatriz o rostro de Cristo. ¡Qué venturoso y fascinante misterio! Ángeles de Dios suben y bajan.

El diálogo de Jesús con Natanael , ¿a qué se parece el encanto de su inocencia? A la  inocencia del niño al que cuidan los ángeles. Natanael está tan abierto a la verdad, al misterio, que fácilmente se remonta de lo humano a lo divino, de lo terreno a lo celestial. Y a Jesús esto le complace. Pero el mismo Jesús advierte: mira Natanael, eso es un detalle; los misterios quedan escondidos. Por ejemplo, os es imposible entender el misterio de la comunicación de Dios Padre con el Hijo, cuando desde el cielo envíe ángeles mensajeros a cuidarle y animarle en su sufrimiento en Getsemaní.

¡Qué misterio el de Dios! ¡Qué misterio el de sus comunicaciones con nosotros! Aceptemos cual forma de comunicación, pero atrevámonos a llamar, mirar, adorar, amar, servir directamente a Él. Él, que está más cerca y más dentro de nosotros que nosotros mismos, juega amorosamente con sus ángeles de bondad.

El antiguo Pueblo de Dios ha sido dominado, sucesivamente, por cuatro reinos: Babilonios, Medos, Persas y Griegos. Conforme al sueño de la estatua que es derrumbada por una pequeña piedrecilla, que después crece hasta convertirse en una montaña que domina el mundo entero, ahora Daniel nos hace saber que una vez dominadas las cuatro bestias (o reinos) el Señor entregará el Reinado de su Pueblo a un Hijo de Hombre, cuyo poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido. Por medio de Cristo, el Enviado del Padre, el poder de la serpiente antigua o Satanás ha llegado a su fin. Quienes pertenecemos a Cristo debemos hacer nuestra su victoria y vivir sin la esclavitud al pecado. También nosotros hemos recibido una altísima misión: Hemos sido enviados para proclamar el Evangelio a todas las naciones. Por ello debemos ser signos de vida y no de muerte, signos de la victoria sobre el pecado y no signos de derrotados por el maligno ni de sometidos al pecado. Quien, finalmente, después de haber sido liberado por Cristo del mal, continúa en él, está indicando que su fe en Cristo no es real sino ficticia, pues aun cuando acuda a dar culto a Dios, si sus obras no concuerdan con su fe está viviendo una auténtica hipocresía ante Dios, ante la humanidad y ante sí mismo. El Señor nos pide que seamos de aquellos miles y millones que le sirven, que están a sus órdenes, pues sólo quien escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica es grato al Señor.

Vemos en Daniel la escena del juicio divino, que Jesús anunciará y recuerda el Catecismo (678). El que viene “como un hijo de hombre” es la antítesis de las bestias, ha sido suscitado por Dios y no por el mal, viene en las nubes y lleva en sí la debilidad humana. En ese juicio el hombre parece recuperar su dignidad frente a las bestias a las que está llamado a dominar (cf Sal 8). Tal figura representa al “pueblo de los santos” (7,27), al Israel fiel. Ese hijo del hombre fue entendido como un Mesías personal en el judaísmo en tiempos de Jesús (Libro de las parábolas de Henoc) pero Jesús une este título a los sufrimientos del siervo de Yahvé de las profecías de Isaías. Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente del Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7, 13) a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43). Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hch 2, 36)” (Catecismo 440).

La Iglesia cuando proclama en el Credo que Cristo se sentó a la derecha del Padre confiesa que fue a Cristo a quien se dio el imperio: “Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: "A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás" (Dn 7, 14). A partir de este momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos del "Reino que no tendrá fin" (Símbolo de Nicea-Constantinopla)” (id, 664).

2. Sal. 137. Es un canto al Señor que se entona mirando a Sión, comienza con la alabanza a Dios por el bien recibido (vv 1-3) y sigue el deseo de que todos los reyes de la tierra lo alaben y reconozcan su grandeza (vv 4-6) y termina con la expresión de confianza personal en el Señor (vv 7-8). Este deseo de alabanza quedará mejor expresado en Flp 2,9-11, de un modo más solemne. Dirá S. Bernardo, al rememorar el recuerdo que de este salmo se hace en la fiesta de hoy, los ángeles: “A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Den gracias al Señor por su misericordia por las maravillas que hace con los hombres. Den gracias y digan entre los gentiles: «El Señor ha estado grande con ellos». Señor, ¿qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él? Porque te ocupas ciertamente de él, demuestras tu solicitud y tu interés para con él. Llegas hasta enviarle tu Hijo único, le infundes tu Espíritu, incluso le prometes la visión de tu rostro. Y, para que ninguno de los seres celestiales deje de tomar parte en esta solicitud por nosotros, envías a los espíritus bienaventurados para que nos sirvan y nos ayuden, los constituyes nuestros guardianes, mandas que sean nuestros ayos.

A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Estas palabras deben inspirarte una gran reverencia, deben infundirte una gran devoción y conferirte una gran confianza. Reverencia por la presencia de los ángeles, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia. Porque ellos están presentes Junto a ti, y lo están para tu bien. Están presentes para protegerte, lo están en beneficio tuyo. Y, aunque lo están porque Dios les ha dado esta orden, no por ello debemos dejar de estarles agradecidos, pues que cumplen con tanto amor esta orden y nos ayudan en nuestras necesidades, que son tan grandes.

Seamos, pues, devotos y agradecidos a unos guardianes tan eximios; correspondamos a su amor, honrémoslos cuanto podamos y según debemos. Sin embargo, no olvidemos que todo nuestro amor y honor ha de tener por objeto a aquel de quien procede todo, tanto para ellos como para nosotros, gracias al cual podemos amar y honrar, ser amados y honrados.

En él, hermanos, amemos con verdadero afecto a sus ángeles, pensando que un día hemos de participar con ellos de la misma herencia y que, mientras llega este día, el Padre los ha puesto junto a nosotros, a manera de tutores y administradores. En efecto, ahora somos ya hijos de Dios, aunque ello no es aún visible, ya que, por ser todavía menores de edad, estamos bajo tutores y administradores, como si en nada nos distinguiéramos de los esclavos.

Por lo demás, aunque somos menores de edad y aunque nos queda por recorrer un camino tan largo y tan peligroso, nada debemos temer bajo la custodia de unos guardianes tan eximios. Ellos, los que nos guardan en nuestros caminos, no pueden ser vencidos ni engañados, y menos aún pueden engañarnos. Son fieles, son prudentes, son poderosos: ¿por qué espantarnos? Basta con que los sigamos, con que estemos unidos a ellos, y viviremos así a la sombra del Omnipotente”. Oh Dios, que en tu providencia amorosa te has dignado enviar para nuestra custodia a tus santos ángeles, concédenos, atento a nuestras súplicas, vernos siempre defendidos por su protección y gozar eternamente de su compañía. Por nuestro Señor Jesucristo.

Reciba nuestros cantos de alabanza y de acción de gracias delante de sus ángeles, pues está muy por encima de todos los dioses, que ni son dioses, pues son hechura de manos humanas. Nosotros nos sentimos honrados por el amor que Dios nos tiene, y por su lealtad hacia nosotros a pesar de que nuestros caminos no han sido siempre rectos ante Él. Por eso, en el Templo, lugar en que el Señor habita entre nosotros, bendigamos la misericordia que nos ha manifestado por medio de Jesús, su Hijo nuestro Señor. Y puesto que además el Señor ha hecho su morada en nuestros corazones, hagamos de toda nuestra vida una continua alabanza en honor de su santo Nombre.

3. Jn 1,47-51. Jesús, anuncia a Natanael -que lo reconoce como Hijo de Dios y rey de Israel-, un tiempo en el que el cielo quedará abierto y los ángeles, mensajeros de Dios, antes recluidos en el cielo, bajarán y subirán trayendo y llevando mensajes de Dios a los hombres y de éstos a Dios, modo de decir que llegará un día en el que Dios y el hombre podrán comunicarse directamente. Este texto alude al sueño de Jacob en Betel (Gn 28,11-27). Según este, Jacob vio “una rampa que arrancaba del suelo y tocaba el cielo con la cima. Ángeles (mensajeros) de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba en lo alto y dijo: “Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra donde te has acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur, y todas las naciones del mundo serán benditas por causa tuya y de tu descendencia”. Este sueño se hace realidad con Jesús, el Hijo del hombre, que hace posible en la cruz la plena comunicación del hombre con Dios, a cuyos pies nace un nuevo pueblo formado, no sólo por judíos, sino por todos los pueblos de la tierra, sobre el que Dios reinará. La promesa de Dios a Abrahán llega a su plena realización en Jesús. Nunca antes había existido una comunicación tan plena entre Dios y los hombres. Gabriel, Rafael y Miguel son símbolos de esa comunicación entre Dios y los hombres, un Dios que en Jesús infunde fuerza, sana y se muestra totalmente diferente, como Padre de todos.

Notemos la relación entre la comunicación divina y la presencia activa de los ángeles. Así, Gabriel, Miguel y Rafael aparecen en la Biblia como presentes en las vicisitudes terrenas y llevando a los hombres —como nos dice san Gregorio el Grande— las comunicaciones, mediante su presencia y sus mismas acciones, que cambian decisivamente nuestras vidas. Se llaman, precisamente, “arcángeles”, es decir, príncipes de los ángeles, porque son enviados para las más grandes misiones. Gabriel fue enviado para anunciar a María Santísima la concepción virginal del Hijo de Dios, que es el principio de nuestra redención (cf. Lc 1). Miguel lucha contra los ángeles rebeldes y los expulsa del cielo (cf. Ap 12). Nos anuncia, así, el misterio de la justicia divina, que también se ejerció en sus ángeles cuando se rebelaron, y nos da la seguridad de su victoria y la nuestra sobre el mal. Rafael acompaña a Tobías “junior”, lo defiende y lo aconseja y cura finalmente al padre Tobit (cf. Tob). Por esta vía, nos anuncia la presencia de los ángeles junto a cada uno de nosotros: el ángel que llamamos de la Guarda. Aprendamos de esta celebración de los arcángeles que “suben y bajan” sobre el Hijo del hombre, que sirven a Dios, pero le sirven en beneficio nuestro. Dan gloria a la Trinidad Santísima, y lo hacen también sirviéndonos a nosotros. Y, en consecuencia, veamos qué devoción les debemos y cuánta gratitud al Padre que los envía para nuestro bien (Jorge Mejía).

Jesucristo habla de los ángeles varias veces. Por ejemplo, cuando se refiere al fin del mundo: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles... Pero antes habían aparecido ya en gran número con ocasión de su nacimiento, anunciando el hecho a los pastores de Belén; le sirvieron en el desierto después de su ayuno y de haber sido tentado por el diablo; un ángel le confortará en la agonía de Getsemaní; están presentes junto al sepulcro de Cristo resucitado; cuando ascendió finalmente a los cielos, hacen caer a sus discípulos en la cuenta de la realidad que vivían, para que comenzarán sin más dilación la extensión del Evangelio. Los ángeles son criaturas espirituales que glorifican a Dios sin cesar y que sirven a sus designios salvíficos con las otras criaturas, declara el "Catecismo de la Iglesia Católica". Los ángeles cooperan en toda obra buena que hacemos, afirma santo Tomás de Aquino. Y el propio "Catecismo": Los ángeles rodean a Cristo, su Señor. Le sirven particularmente en el cumplimiento de su misión salvífica para con los hombres y la Iglesia venera a los ángeles que la ayudan en su peregrinar terrestre y protegen a todo ser humano. Respetar las leyes inscritas en la creación y las relaciones que derivan de la naturaleza de las cosas es un principio de sabiduría y un fundamento de la moral. Si no mantuviéramos con segura certeza la existencia de los ángeles, ya que aparecen como otra más de las verdades reveladas, estaríamos negando la razón de credibilidad en la fe, que no es verdadera y cierta por ser razonable, sino por la autoridad infalible de Dios que revela.

La fiesta de los tres arcángeles que hoy celebramos, debe ser una buena ocasión para que fomentemos más el trato con estos espíritu celestiales. Los ángeles custodios están junto a cada uno para asistirnos en nuestro camino hasta la casa del Cielo. No queramos menospreciar a ese príncipe del Paraíso, que desea colaborar con nuestras fuerzas, mientras deseamos ser cada día más agradables a Dios. San Josemaría nos recuerda uno de tantos detalles, recogidos en la Escritura, de natural familiaridad de los primeros fieles con sus ángeles: “Bebe en la fuente clara de los "Hechos de los Apóstoles": en el capítulo XII, Pedro, por ministerio de Ángeles libre de la cárcel, se encamina a casa de la madre de Marcos. —No quieren creer a la criadita, que afirma que está Pedro a la puerta. "Angelus ejus est!" —¡será su Ángel!, decían.

—Mira con qué confianza trataban a sus Custodios los primeros cristianos.

—¿Y tú?”

Entre muchos otros piropos, dedicamos a nuestra Madre del Cielo el de Reina de los Ángeles. A Ella suplicamos confiadamente que nos recuerde, siempre que sea preciso, que contamos para nuestro bien con la poderosa y amable asistencia de nuestro ángel.

Jesús describe a Natanael como a modelo de israelita. La mención de la higuera alude a Os 9, 10 (LXX): «Como racimo en el desierto encontré a Israel, como en breva en la higuera me fijé en sus padres». El profeta describía la elección del pueblo; Natanael representa precisamente al Israel elegido que ha conservado la fidelidad a Dios. Jesús renueva la elección.

v. 49: Natanael le respondió: Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres rey de Israel. Reacción entusiasta de Natanael. Rabbí, esto es, maestro fiel a la tradición; el rey mesiánico (v. 45: los profetas) interpretado como rey de Israel, el prometido sucesor de David (Sal 2,26s; 2 Sm 7,14; Sal 89,4s.27), que restauraría la grandeza del pueblo, no como en boca de Juan Bautista (1,33-34: el Hijo de Dios = el portador del Espíritu)

vv. 50-51: 50Jesús le contestó: ¿Es porque te he dicho que me fijé en ti debajo de la higuera por lo que crees? Pues cosas más grandes verás. 51Y le dijo: -Sí, os lo aseguro: Veréis el cielo quedar abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar por el Hombre.

La obra del Mesías no se limita a la elección de Israel (higuera). Jesús hace la primera declaración sobre sí mismo y alude a la visión de Jacob en Betel (Gn 28,11-27) haciendo una promesa (v. 51: Veréis): la comunicación permanente con Dios en Jesús (el cielo quedar abierto). El Hombre (el portador del Espíritu) es el proyecto salvador de Dios que no se basa en la realeza davídica (49, de Natanael), sino en la plenitud humana (51). La promesa se realizará en la cruz, cuando vean al que traspasaron (19,37), en quien brilla la gloria/amor (cf. 19,34: sangre y agua).

En el evangelio de Juan se nos dice que los cielos están abiertos y los ángeles suben y bajan sobre Jesús. Es el sueño de Jacob que aparece en Gn 28, 10-17. Creer en los ángeles es creer en la presencia trascendente de Dios en la historia. Detrás de cada persona y de cada suceso liberador hay siempre un ángel, es decir, hay siempre una realidad divina trascendente. Lo contrario es satanás, que representa el misterio de la iniquidad detrás de las personas y estructuras opresoras. La lucha de los ángeles contra los demonios es la representación simbólica de la lucha trascendente entre el bien y el mal (léase Ef. 6, 10-20; Juan Mateos).

Los grandes arcángeles de Dios testimonian para nosotros la fidelidad y la pasión y celo con que los hijos de Dios han de alabar a su Creador. Ellos, lejos de ser seres desconocidos y “mitológicos” representan los mejores compañeros de viaje, los mejores sanadores del corazón, los mejores defensores de los intereses de Dios en el mundo.

San Miguel es el fiero defensor de Dios. La narración del Apocalipsis nos lo muestra expulsando a Satanás de los dominios de Dios, al gran traidor y padre de la mentira que osó rebelarse contra un Dios tan bondadoso. Encendido de celo por el Señor blandió la espada y arrojó a todos los obradores de iniquidad al único lugar en donde pudiesen soportar su soberbia y su rebelión. Por eso san Miguel es en quien el cristiano halla el mejor baluarte para defenderse de las asechanzas demoníacas y gran modelo de fidelidad a Dios. De él hemos de aprender el celo por las cosas de Dios, celo que consume de pasión y que lleva a una acción inmediata, tajante, sobre todo cuando Dios se está viendo ofendido por sus enemigos que incitan sin cesar a la rebelión y desunión.

San Gabriel quizás fue el más afortunado de entre todas las criaturas celestes. A él siempre lo mandaron a dar mensajes. A él le tocó dar el mensaje más hermoso jamás oído a la criatura más hermosa jamás vista. Hablar de él lleva irremediablemente a la contemplación de la Toda Pura, Nuestra Madre del cielo, María. Su ejemplo nos debe enseñar a predicar sin miedos los designios de Dios a nuestros hermanos en la fe y, sobre todo, a testimoniar las maravillas obradas por Dios en Ella. Levantemos confiados la mirada a la Madre y pidamos auxilio al arcángel mensajero para ser fieles a la palabra de Dios en el mundo.

San Rafael representa la mano providente de Dios que no se olvida de sus hijos que sufren en el mundo. A él le tocó sanar muchas heridas del cuerpo y, sobre todo, del alma. Por eso es el arcángel que cura, que alivia las penas del alma, que sabe confortar y comprender al que sufre. De él hemos de aprender a ser un consuelo más que un horrible peso, para el hermano que lo necesita. De él, la confianza inamovible en la acción cierta de Dios en el mundo.

De los tres hemos de aprender a saber servir más que a ser servidos. Porque los ángeles son ministros de Dios. Y de los tres a estar pendientes de su cierta acción en favor nuestro. ¿Quién sabe si un día cualquiera hemos sido ayudados por un ángel del Señor?

No cerremos las puertas a nadie, no sea que se las estemos cerrando a uno de estos mensajeros, o más terriblemente, al mismo Señor de la vida y de la historia (Clemente González).

Dios nos ha enviado a su propio Hijo para que quienes, por medio de la fe, entremos en comunión de vida con Él, vivamos como verdaderos hijos de Dios sin doblez. Dios sabe de nuestra cercanía a Él. Él nos contempla aún antes de que iniciemos nuestro camino que nos lleve a encontrarnos y a unirnos a Él. Esforcémonos continuamente en escuchar con fidelidad su Palabra para que, en verdad, seamos dignos de contemplar y gozar lo máximo que Dios puede ofrecernos: su Gloria como hijos en el Hijo. Jesús se ha convertido para nosotros como en la Scala Sancta (Escalera Santa) por la cual podemos llegar a la posesión de los Bienes que nuestro Padre Dios ha reservado para lo que le viven fieles. Fuera de Jesús no hay otro Camino que nos conduzca al Padre, no hay otro camino que nos haga conocer el amor de Dios. Por Él suben los mensajeros divinos para experimentar el amor de Dios y volver después a sus hermanos para proclamarles lo que sus ojos vieron, lo que sus oídos oyeron, lo que sus manos tocaron, lo que en su vida experimentaron acerca del Hijo de Dios, acerca del amor que Dios nos tiene, y acerca de los bienes que Dios ha reservado para nosotros. Nadie puede pretender convertirse en mensajero de la Buena Nueva, si antes no ha subido a Dios mediante la oración, meditación y experiencia de su Palabra, pues sólo quienes vienen del Desierto Sonoro, donde sólo se ha vivido en intimidad con Dios, pueden darnos testimonio de Él, ya que no son los sabios conforme a los criterios de este mundo, sino los santos quienes pueden colaborar para que la salvación llegue a nosotros.

Celebrando en esta Eucaristía la festividad de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, celebramos al mismo Dios que ha santificado, por medio de Jesús, incluso a los mismos espíritus celestes, pues nadie puede ver ni gozar de Dios sino por medio de Jesús, ya que no hay otro Nombre en el cielo (para los espíritus celestes) ni en la tierra (para los hombres) mediante el cual se pueda alcanzar la salvación. Se está a favor o en contra de Jesús; quien lo acepta y está dispuesto a hacer su voluntad, alcanza la perfección, la santidad que nos viene por medio de Él. Nosotros, mientras caminamos por este mundo, decidimos hacer nuestra la fe en Jesús y entrar en comunión de vida con Él. Vivimos la fe en un constante vaivén de fidelidad-infidelidad-fidelidad. Terminado nuestro camino por este mundo no habrá posibilidad de rectificación de aquello que, finalmente hayamos decidido. Entonces quedaremos estables en un punto de perfección o imperfección; entonces, por medio de Cristo, habremos subido para estar con el Señor eternamente; o por nuestro rechazo de Cristo habremos descendido para alejarnos para siempre de Él; finalmente Él hará que muchos caigan o se levanten convirtiéndose, así, en signo de contradicción. Ojalá y nuestra unión con el Señor en esta Eucaristía no sea sólo un haber venido a su presencia movidos por la tradición cristiana, sino por la frescura del amor que nos lleve a entrar en comunión de Vida con Cristo para iniciar un camino que nos haga ser, día a día, un signo cada vez más claro del Amor de Dios y de su Vida, de su Salvación que se hace entrega a favor de todos los hombres por medio de su Iglesia; entonces, nuestra Comunidad de Fe, será, por su unión con Cristo, la forma que la Providencia ha querido regalar a la humanidad para que todos puedan subir, acercarse, tener acceso a Aquel que es la Vida, el Amor, la Paz, la Gloria que se ofrece a toda la humanidad.

Dios, habiéndonos llenado de su Vida, de su Amor, de su Misericordia; finalmente llenándonos de su Presencia, quiere que vayamos a nuestras labores diarias como mensajeros suyos, llevando todos estos dones a todas las personas. Quien vive como mensajero de la destrucción y de la muerte quiere decir que, aun cuando aparentemente se une a Dios mediante el Culto en comunidad y la oración personal, finalmente ha unido su vida al mal y no a Dios, que es la Bondad misma. Tratemos de no ser mensajeros de malas, sino de la Buena Noticia del amor misericordioso de Dios. Que llevemos ese mensaje de salvación no sólo con los labios, sino con las obras, con las actitudes y con la vida misma. Entonces, en verdad, estaremos colaborando para que, quienes entren en contacto con nosotros, puedan acercarse cada día más a Dios con un corazón que no sólo se purifique del mal, sino que se llene de la presencia del mismo Dios para pasar, por esta vida, haciendo el bien a todos.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María y de los santos Arcángeles que hoy celebramos, la gracia de tener una fuerte experiencia personal de Cristo en nosotros, de tal forma que, en verdad, seamos portadores de la vida de la gracia que Dios quiere que llegue a todos los hombres. Amén (www.homiliacatolica.com).