Solemnidad: Epifanía del Señor. Ciclo C.  Mt 2, 1-12

Para todos los hombres

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org 

 

 

Evangelio: Mt 2, 1-12

 

 Después de nacer Jesús en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes, unos Magos llegaron de Oriente a Jerusalén preguntando:
—¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.
Al oír esto, el rey Herodes se inquietó, y con él toda Jerusalén. Y, reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les interrogaba dónde había de nacer el Mesías.
—En Belén de Judá –le dijeron–, pues así está escrito por medio del Profeta:
Y tú, Belén, tierra de Judá,
ciertamente no eres la menor
entre las principales ciudades de Judá;
pues de ti saldrá un jefe
que apacentará a mi pueblo, Israel.
Entonces, Herodes, llamando en secreto a los Magos, se informó cuidadosamente por ellos del tiempo en que había aparecido la estrella; y les envió a Belén, diciéndoles:
—Id e informaos bien acerca del niño; y cuando lo encontréis, avisadme para que también yo vaya a adorarle.
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en marcha. Y entonces, la estrella que habían visto en el Oriente se colocó delante de ellos, hasta pararse sobre el sitio donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Y entrando en la casa, vieron al niño con María, su madre, y postrándose le adoraron; luego, abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra. Y, después de recibir en sueños aviso de no volver a Herodes, regresaron a su país por otro camino.

 


Para todos los hombres


Celebramos en este día la Epifanía del Señor, su manifestación a todo el mundo como Salvador. Dios que, en su Providencia, se manifiesta de modos diversos a los hombres, también a aquellos que –podríamos pensar– no llega su Revelación. Pensemos, por ejemplo, en los Magos de los que nos habla san Mateo. No pertenecían al pueblo escogido. Sin embargo, de un modo peculiar, ciertamente extraño para nosotros, tienen noticia de Jesús hasta comprender que debían emprender un largo viaje para adorarle.

Algunos hemos crecido en un ambiente muy cristiano y hemos visto valorar siempre, por encima de todo, los bienes sobrenaturales y la doctrina de la Iglesia, aunque contempláramos también que muchos se mostraran más atraídos por ideales inmediatos y materiales. Otros, en cambio, casi sólo se han relacionado con visiones del mundo y de la vida humana intranscendentes. Sus ideales, por altos que sean, finalmente se quedan "de tejas abajo". Tal vez, con dificultad, puedan hablar de una cierta esperanza ultramundana que suele ser tan inconcreta como inalcanzable.

Proclamemos en este día la bondad del Señor. Por su misericordia, sin repetirse nunca –cada encuentro personal con Él y con el sentido incomparable de la vida humana es una historia...–, todos los hombres tenemos ocasión de penetrar en su intimidad, aunque sea en grados diferentes según los "talentos" que otorga a cada uno. Esos "talentos" son las circunstancias personales de antecedentes familiares, sociales y culturales, fortaleza, inteligencia, carácter, etc., que configuran nuestro modo de ser, con independencia de las propias decisiones que vendrán luego. Sobre ese "material" básico de que estamos hechos cada uno, y a partir de la multitud de circunstancias accidentales que configuran nuestra historia, de las que no somos responsables, la libertad individual lleva a cabo su tarea de conformación de la persona, de la que sí es responsable el individuo.

La Iglesia afirma con san Pablo la bondad de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Todos los hombres –¡todos!– si quieren, pueden lograr el destino eterno en Él, que ha previsto Dios para cada uno, aunque no hayan tenido ocasión de recibir adecuada noticia de Jesucristo. Pues los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con sinceridad a Dios, y se esfuerzan bajo el influjo de la gracia en cumplir con las obras de su voluntad, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. La divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no llegaron todavía a un claro conocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en conseguir una vida recta.

Así hablaba la Iglesia en su último gran concilio reafirmando la misericordia divina. No pensemos, pues, en un Dios arbitrario o desconsiderado con sus criaturas. ¿Cómo no va a ser comprensivo con sus hijos este Padre bueno? El propio Jesús, hablando en parábolas se refería a la justicia de Dios, que tiene en cuenta las posibilidades objetivas de cada uno para cumplir sus preceptos: El siervo que, conociendo la voluntad de su amo, no fue previsor ni actuó conforme a la voluntad de aquél, será muy azotado; en cambio, el que sin saberlo hizo algo digno de castigo, será poco azotado. A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán.

Deseemos entregar a Dios todo lo posible como expresión viva de amor filial. Por momentos sentiremos nuestra pequeñez, se nos hará ardua la tarea de corresponder a la singular elección que ha hecho de nosotros. Será el momento de acudir a María: ¡ruega por nosotros, pecadores, ahora!