Fiesta: El Bautismo del Señor . Ciclo C.  Lc 3, 15-16.21-22

Destinados a la Trinidad

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org 

 

 

Evangelio Lc 3, 15-16.21-22:

 

 Como el pueblo estaba expectante y todos se preguntaban en su interior si acaso Juan no sería el Cristo, Juan salió al paso diciéndoles a todos:
—Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatarle la correa de las sandalias: él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego.
Se estaba bautizando todo el pueblo. Y cuando Jesús fue bautizado, mientras estaba en oración, se abrió el cielo y bajó el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como una paloma. Y se oyó una voz que venía del cielo:
—Tú eres mi Hijo, el Amado, en ti me he complacido.


Destinados a la Trinidad


Celebramos, hoy junto con toda la Iglesia, el Bautismo del Señor. Jesucristo aparece ante los hombres, concretamente ante Juan el Bautista y todo el pueblo que era bautizado por él en el río Jordán, en el ámbito sobrenatural de la Santísima Trinidad. Siendo el Verbo encarnado, la segunda de las personas trinitarias hecho hombre, habitaba ya permanentemente, eternamente, en la intimidad del Padre y el Espíritu Santo. Su bautismo en el Jordán tenía por eso un sentido eminentemente ejemplar y cuantos lo observaron pudieron reconocer que Jesucristo, siendo hombre, mantenía una relación muy singular –única–, con Dios: con el Padre y con el Espíritu Santo.

Para nosotros es trascendental reconocer y admirar el Bautismo del Señor, pues somos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esto es lo definitivo para los hombres, llamados como estamos por Dios a la intimidad trinitaria. Lo nuestro, lo que nos distingue y eleva sobremanera por encima del resto de la Creación, es esa relación con Dios Padre, con Dios Hijo y con Dios Espíritu Santo que, por la Gracia, comienza con nuestro bautismo y se desarrolla a partir de él. Es el designio de Dios para los hombres, que alcanza su plenitud, después de esta vida, en la eterna Bienaventuranza del Cielo.

Bastantes hombres, la mayoría en algunas culturas, hemos sido bautizados por deseo de nuestros padres al poco de nacer. Posiblemente después, en coherencia con aquel primer deseo paterno de que participáramos de la vida de Dios, nos ofrecieron una educación en la fe del Evangelio. Pasado el tiempo, con el comienzo de la discreción y de la vida moral, pudimos libremente orientar nuestra vida según el deseo divino. En cada jornada descubríamos continuas ocasiones de amar a Dios, aunque también pudiéramos vivir a nuestro antojo, al margen de lo que reconocíamos que esperaba el Señor de nosotros. Es claro, en todo caso, que no es posible alcanzar esa intimidad eterna con la Trinidad Beatísima, sin un libre y decidido querer por parte del hombre. Al designio divino debe corresponder la personal voluntad.

Es éste un buen día para acordarnos, en la presencia de Dios Nuestro Señor, de los que no han recibido la Gracia del Bautismo y carecen del mayor don que podemos poseer las personas. Nuestro amor a Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, según las palabras de san Pablo, nos lleva a suplicar para ellos la Gracia de la fe y, con ella, el Bautismo. Supliquemos al Señor que sean bautizados todos los niños recién nacidos, para que la Trinidad habite en su alma desde sus primeros vagidos. Así, más tarde, responsablemente, en el ejercicio de su libertad, podrán crecer en la vida de la Gracia como en la vida del cuerpo.

No olvidemos las palabras de Jesús a sus discípulos, con las que san Mateo concluye su evangelio: Se me ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo: lo que, con su venida, ha traído a este mundo ha sido la Vida de la Trinidad, para que el hombre pueda vivirla. Una vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo a la medida de los hombres. En esto se nos ha manifestado el Amor de Dios. El Amor generoso de Dios le ha llevado a ofrecérsenos Él mismo, para que vivamos de su Vida como hijos muy queridos.

Nos encontramos, pues, en permanente camino hacia nuestra Patria definitiva. Unidos a todos los cristianos y en fidelidad al Romano Pontífice, que guía infalible nuestros pasos, fomentaremos el trato con la Tercera Persona de la Trinidad, con el Espíritu Santo. Es –nos recordaba el Santo Padre, Juan Pablo II–, también para nuestra época, el agente principal de la nueva evangelización (...), Aquél que construye el Reino de Dios en el curso de la historia y prepara su plena manifestación en Jesucristo, animando a los hombres en su corazón y haciendo germinar dentro del vivir humano las semillas de la salvación definitiva, que se dará al final de los tiempos.

En efecto, esa vida efectiva de intimidad con las tres divinas personas es obra del Paráclito en nosotros. Ven, Espíritu Santo –le pedimos con la Liturgia de la Iglesia–, enciende en nosotros el fuego de tu Amor. Deseamos amar como Dios ama, lo que Él ama. Y notamos, de un modo sorprendente, indescriptible, que Dios mismo nos amó primero, pues recordamos las palabras del Señor: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

¿Cómo no desear corresponder, felices y agradecidos, reconociendo nuestros egoismos y pecados, y acogiendo ese deseo salvador de Dios que nos espera en la inmensa riqueza de su intimidad? Seguramente reconocemos que hemos de purificarnos de ciertos afectos: apegos desordenados a cosas, a ideales, a nosotros mismos; y que tendemos a ocupar el lugar de Dios deseando ser los protagonistas de nuestra vida. Deseemos, como Santa María, que sea Nuestro Señor el centro de nuestros pensamientos y afectos. Ella, que sólo quiso ser su esclava y que se cumpliera en Ella Su Voluntad, es por eso la Bendita entre las mujeres.