Fiesta. Nuestra Señora de Guadalupe 
San Lucas 1,39-45:
El amor maternal de María

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org  

 

Evangelio

 Evangelio: Mt 17, 10-13

Sus discípulos le preguntaron: ¿Por qué entonces dicen los escribas que Elías debe venir primero? El les respondió: Elías ciertamente ha de venir y restaurará todas las cosas. Pero yo os digo que Elías ya ha venido y no lo han reconocido, sino que han hecho con él lo que han querido. Así también el Hijo del Hombre ha de padecer de parte de ellos. Entonces comprendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista.

El amor maternal de María

Con aire festivo deseamos celebrar, una vez más, la inmensa bondad de Dios, nuestro Padre, que nos quiere a sus hijos junto a Él en el Cielo. Tomamos ocasión esta vez de una fiesta de su Madre, la Santísima Virgen María. Celebramos este día a la Virgen de Guadalupe. Con esta advocación se la aclamada, de modo particular, en México y también en toda América.

Nuestra Madre del Cielo se manifestó y se manifiesta especialmente poderosa en favor de los hombres, desplegando por nosotros su amor de Madre. Con ocasión de sus apariciones a San Juan Diego, María se manifiesta muy interesada por nuestras cosas. Por consiguiente, a sus hijos nos corresponde tener confianza en su cariño de Madre.

Fue un sábado de comienzos de diciembre del año 1531, cuando se apareció la Santísima Virgen a Juan Diego, que iba a la Ciudad de México para asistir a clases de catecismo. Al llegar al cerro de Tepeyac, escuchó a María que le llamaba por su nombre y les decía:

"Juanito: el más pequeño de mis hijos, yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, por quien se vive. Deseo vivamente que se me construya aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a todos los que me invoquen y en Mí confíen. Ve donde el Señor Obispo y dile que deseo un templo en este llano. Anda y pon en ello todo tu esfuerzo".

Las palabras de la Virgen manifiestan con toda sencillez su intención: prodigar todo su amor en favor de los hombres. Para ello, bastará con invocarla con confianza. Porque María se manifiesta como Madre de Juan Diego, el más pequeño de sus hijos, que somos los demás hombres y mujeres del mundo. La disponibilidad de María aparece como una consecuencia lógica de ser Madre nuestra. ¿Cómo no interesarse por nuestras cosas, de modo particular por nuestro dolor, siendo además la Madre del verdadero Dios, porque se vive? De ahí le viene todo su poder para consolar con creces, para ayudar a nuestra flaqueza.

¿Cómo vamos de confianza en María? ¿Somos verdaderamente audaces en nuestras súplicas, porque la tenemos de continuo a nuestro favor? ¿Es un medio, la intercesión a la Madre de Dios, cotidiano en nuestra oración? ¿Es, de hecho, María una Madre con quien verdaderamente vivimos, con quien nos alegramos, con quien nos apenamos, con quien compartimos nuestras ilusiones o temores? ¿O quizá todavía no? Si así fuera, es ahora un buen momento para intentar, con su ayuda, con ayuda de nuestro ángel custodio, contemplarla con mayor confianza: decirle con la sinceridad y franqueza de nuestro pobre corazón, que nos enseña a quererla más todavía.

Y queremos, entonces, puntualizar con nuestros propósitos algunas devociones, manifestaciones concretas, reales de que tenemos depositada en María toda nuestra confianza: "Oh Señora mía, oh Madre mía..." (ofrecimiento de obras); el Ángelus; el rezo del Acordaos; de la Salve; tener impuesto y llevar escapulario de la Virgen del Carmen; de modo particular el rezo del Santo Rosario; las tres avemarías de la Pureza, antes de dormir. Asimismo es muy bueno tener cerca de nosotros una imagen de la Virgen: en la cartera, en nuestra mesa de trabajo, en la habitación, como solemos tener otras imágenes de las personas queridas.

Hay muchas otras devociones marianas que no es necesario recordar aquí ahora. No tienen por qué estar incorporadas todas a la vida de cada cristiano –crecer en vida sobrenatural es algo muy distinto del mero ir amontonando devociones–, pero debo afirmar al mismo tiempo que no posee la plenitud de la fe quien no vive alguna de ellas, quien no manifiesta de algún modo su amor a María. Así se expresaba san Josemaría.

"Anda y pon en ello todo tu esfuerzo", concluía la Virgen en su encargo a san Juan Diego. Y es que hemos de intentarlo con lo mejor de nuestras fuerzas. Siendo algo que Dios quiere y que es siempre para nuestra santidad, reclama, además de la gracia del Cielo, el ejercicio de los talentos que cada uno hemos recibido de Dios. Así aquello será verdaderamente nuestro, fruto del ejercicio de nuestra libertad y nuestras obras serán meritorias.

No podría haberse imaginado Juan Diego la eficacia en santidad que tendría para todo el mundo su obediencia a la Santísima Virgen. Porque, a pesar de que tenemos ya a nuestro alcance medios abundantes para nuestra santificación –ahí están los sacramentos y las indicaciones de la Iglesia, el Catecismo–, María, nuestra Madre, nos lo quiere hacer más fácil todavía. Es cariño de Madre: "pobres hijos –pensará– qué esfuerzos hacen a veces, y no lo consiguen...". Por eso, comenta san Josemaría en "Camino":

Antes, solo, no podías... —Ahora, has acudido a la Señora, y, con Ella, ¡qué fácil!

Porque es propio de una madre –y no hay madre como María– facilitar el esfuerzo de los hijos. De modo particular, si quieren lograr ideales grandes que los harán "crecer" como personas. Pongamos, pues, en sus manos nuestros empeños por ser más santos de día en día, como Ella desea.