Feria o Memoria Libre: Santísimo Nombre de Jesús

Apostolado   

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org 

 

 

Evangelio: Jn 1, 29-34

 

     Al día siguiente vio a Jesús venir hacia él y dijo:
—Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Éste es de quien yo dije: «Después de mí viene un hombre que ha sido antepuesto a mí, porque existía antes que yo». Yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.
Y Juan dio testimonio diciendo:
—He visto el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y permanecía sobre él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: «Sobre el que veas que desciende el Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautiza en el Espíritu Santo». Y yo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.


Apostolado


Celebramos hoy la fiesta del "Santísimo Nombre de Jesús", el nombre del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, según declaró Juan de Jesús viendo que se acercaba. En efecto, su nombre, Jesús –que significa Salvador– indicaba su misión, el sentido que tendría la vida del Hijo de Dios encarnado. No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Así lo advirtió el Ángel a su Madre en la Anunciación, y así quedó despejado el misterio para José –también por el ministerio de un ángel– de la Virgen encinta: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.

¿Cómo se va a concretar esa Salvación para los hombres venida de Jesús? Yo he visto y he dado testimonio. Con estas sencillas palabras, que Juan Bautista pronuncia refiriéndose a su modo de actuar, queda definida a la perfección la personalidad apostólica, que es asimismo la personalidad del cristiano. Fijémonos en su ejemplo, pues nos lo ofrece hoy la Liturgia. Como nosotros, fue testigo del mensaje evangélico, ese Anuncio Nuevo de que los hombres estábamos llamados a partir de Jesucristo a ser hijos de Dios. Mas no se queda Juan indiferente o pasivo ante la noticia. Comprende inmediatamente la trascendencia que tiene para todos, y a todos quiere hacer partícipes de lo que supone la presencia de Cristo entre los hombres. Juan es, por eso, también Salvador, como, de hecho, lo es cada cristiano.

Es inseparable del verdadero cristiano la actitud apostólica. Si el mandamiento por excelencia es la caridad, el amor a los hermanos como manifestación más notoria de amor a Dios, parece claro que los queremos verdaderamente sólo en la medida en que procuramos lo mejor para ellos. Es precisamente participar de la filiación divina lo que más puede engrandecernos a los hombres. Mucho más que cualquier otro talento o riqueza que podríamos desear o imaginar, ya que para ser hijos suyos nos creó Dios: ser buenos hijos de Dios es el único fin que consuma nuestra vida. Ser apóstoles, pues, supone algo tan elemental como procurar que los demás, nuestros iguales, reconozcan su condición de hijos Dios y quieran ser consecuentes con su filiación divina.

Aunque se trata de una tarea sencilla, que no plantea apenas problemas entre gentes sencillas, como es el caso de los niños; no resulta fácil, sin embargo, en muchos otros casos; en particular cuando el hombre ha perdido la confianza en Dios y lo considera, más que como un Padre amoroso al que debe la vida y todo lo que es y tiene, como un obstáculo de la propia autonomía, o incluso un rival de la libertad personal. A veces, en efecto, hay quien considera a Dios como una complicación incómoda, que lamentablemente existe, que dificulta más aún la vida, ya de suyo difícil de los hombres.

¿Cómo es Dios para los hombres? Se hace necesario asegurar nuestra fe en la Revelación que hemos recibido de Jesucristo, pues, nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo. Jesucristo, Hijo único del Padre, nos ha revelado que Dios es Amor, como dice san Juan, el apóstol amado. Pensemos, por ejemplo, en la conocida parábola del "hijo pródigo", en la que estamos representados –en aquel hombre que se marcha de la casa paterna y malgasta su herencia– los pecadores de todos los tiempos; y Dios, en aquel Padre que perdona, que espera cada día la vuelta del hijo, dispuesto a restituirle su favor apenas regrese arrepentido. No en vano se ha llamado también a ésta, la parábola del "padre misericordioso".

Sin duda, que muchos de nuestros iguales, seguros de sí mismos y, sin embargo, tristes; porque, habiendo sido creados para Dios lo desconocen, y –como declaró san Agustín– no hallarán descanso sino en Él; esperan sin saberlo que les contemos nuestra experiencia. Precisamente que, más de una vez, nos "tocó" hacer de hijo pródigo y, otras tantas, hemos experimentamos de inmediato el amor de Dios, como la riqueza mayor que se puede pensar. En cada ocasión, cada vez que animamos a otro a "volver", se cumplen las palabras con las que concluye Santiago su carta a una joven comunidad de fieles: si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío, salvará su alma de la muerte y cubrirá sus muchos pecados.

Si amamos a Dios de verdad nos dolerá que otros le ofendan, aunque no sepan que lo hacen. En todo caso, querremos que muchos más le amen, para que crezca más y más su gloria en el mundo. Pidamos al Señor la luz de la fe, también con nuestra mortificación, para tantos que le buscan sin saberlo, porque intentan alcanzar la felicidad donde no está: fuera de Él. La ilusión por acercar almas a Dios es manifestación clara de rectitud en el propio camino: de que amamos a Dios como Jesucristo, que con su corazón de hombre nos quiere a todos felices junto a Dios, y con tal fuerza, que empeña su vida por nuestra salvación, que es la única felicidad posible definitiva para los hombres.

Juan Bautista habló de Jesucristo a los hombres de su tiempo para que la salvación de Dios, la vida plena de la Trinidad, se extendiera de modo más completo que con la ley de Moisés. En nuestro tiempo, aunque ha sido ya anunciado el Evangelio, se hace necesaria una nueva evangelización, que recuerde a todos el ideal divino, no humano, que Cristo vino a recuperar para los hombres, y quiso Dios otorgarnos desde el principio. Pues, en Jesucristo, como enseñó San Pablo, nos eligió antes de la constitución del mundo para que seamos santos y sin mancha en su presencia por el amor.

La Reina de los Apóstoles recibió una especial luz, para penetrar el misterio de la economía salvífica en favor de los hombres, decretado por Dios desde la constitución del mundo. Nos encomendamos a Ella, para que sepamos hacer partícipes a los demás de la riqueza salvadora de Dios.