IV Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD 

 

 

Es importante no olvidar el carácter bautismal de estos domingos: tercero, cuarto y quinto. El cuarto domingo presenta el aspecto de la luz del bautismo; a este sacramento desde muy antiguo se le denominaba como el sacramento de la iluminación.            

Antes de analizar el texto del evangelio, es interesante recordar el carácter litúrgico del mismo.

La escena  del ciego  de nacimiento  aparece  siete veces  en el primitivo  arte de las catacumbas, casi siempre como  ilustración del bautismo cristiano.

 

El capítulo  9 servía  de lectura  preparatoria  para el bautismo  de los conversos. Cuando se desarrolló  la práctica de los tres escrutinios o exámenes antes del bautismo, Jn 9 se leía  el día  del gran escrutinio. 

El capítulo  9 de Juan es la proclamación del triunfo de la luz  sobre las tinieblas. Jesús  ya en el capítulo 8, 12 había afirmado”: Yo soy la luz del mundo”. Esto lo repetirá en el v. 5 del capítulo 9”: ...Mientras  estoy  en el mundo, soy  la luz del mundo”. Para el AT  y para el judaísmo, la luz  era símbolo de la ley y de la sabiduría, lo mismo que el agua, como veíamos el domingo anterior.  Creo que no hace falta insistir demasiado en la importancia de la luz, pues todos la captamos  y la intuimos.  

Existe una ceguera  física y otra espiritual; a veces no resulta fácil saber a cuál de ellas hace referencia el evangelista. Al principio de este capítulo se lee: “Mientras  caminaba, Jesús  vio a un  hombre  que era ciego de nacimiento”. Algunos exégetas apuntan al sentido espiritual de la afirmación “ de nacimiento.”  No se trata de comunicar desde cuándo era ciego, sino de afirmar que todo hombre es ciego ante la ley; el hombre no puede por sí mismo comprender al Señor, sino que necesita ser iluminado. Todo hombre nace ciego en este sentido.  

Se produce el milagro para eliminar la falta de luz. “... Dicho  esto, escupió  en la tierra, hizo barro con  la saliva, se lo untó  en los ojos  al ciego, y le dijo: ve a lavarte a la piscina de Siloé  [...]. El fue, se lavó, y volvió  con vista.” Jesús, no solamente es luz del mundo, sino que la da a esos, que realmente dicen que la necesitan. Solo el ciego, pide ver. Por esto mismo, cuando surja la duda de quién ha sido curado, afirmará valientemente: Soy yo mismo ( v.9).  El modo   en que se realizó la curación  se repite cuatro veces para darle  énfasis, como insistiendo en la importancia del hecho. En los vv. 6.15 se cuenta la manera; en los vv. 11.15 él lo narra: una vez a la gente y otra a los fariseos.  

El hombre ciego de nacimiento ( incapaz  por sí mismo de ver) recupera la vista, ya física, ya espiritual. Los fariseos,  ( que dicen que ven), están ciegos, no saben ni pueden discernir las cosas como son.

Vamos a ver  primeramente cómo reacciona el ciego, que ahora dice que ve. Según  su costumbre; Juan describe al hombre avanzando  progresivamente  en su conocimiento de Jesús.

Cuando la gente le pregunta al ciego, que ya no es ciego, ¿cómo ha conseguido ver?, responderá: “ Ese  hombre  que se llama  Jesús ...” me ha curado. ¿ Qué significaba para ellos ese hombre conocido como Jesús?; nos alargaríamos demasiado al  pretender explicarlo todo; lo cierto  es que aquí podemos ver como la primera  manifestación-confesión del ciego acerca de Jesús.

¿ Qué opinas   tú sobre el que te dio la vista? Le interrogarán los fariseos al ciego: “ Que es un  profeta”  les responderá  sin titubear. Para el ciego uno es profeta, cuando posee   poderes divinos. No solamente dice que ese hombre Jesús le curo, sino que ese hombre es un profeta, un hacedor del bien en la línea  de  Elías y Eliseo. El conocimiento acerca de Jesús es más hondo, más profundo, más vital.

Parece que hay un retroceso en la comprensión de quién es Jesucristo por parte del ciego. Cuando los fariseos  le dicen  de Jesús: “ Sabemos  que este hombre es un pecador.”  Era de esperar otra respuesta, quizá nos sorprende un poco; pero en el fondo es una respuesta oportuna y valiente”: Yo no sé  si  es un pecador  o no. Lo único  que sé es que yo antes  estaba ciego y ahora  veo”.

Al final del diálogo o disputa entre los fariseos y el ciego, éste hará una confesión de quién es Jesús: “ Si  este  hombre no viniese  de Dios, no habría  podido  hacer nada”. No habla de que es superior al sábado y por lo tanto puede hacer cosas buenas en sábado, sino que viene de Dios, que tiene poderes especiales.

Al decir semejante cosa, al vencer claramente y echar por tierra las objeciones de los fariseos; éstos usaron la razón de la fuerza y no la fuerza de la razón: “ Y lo echaron fuera”

Continuando con la actitud creyente del Ciego, y ahora no ante los judíos, sino ante el mismo Jesús, responderá a la pregunta de éste ¿ Crees en el Hijo del hombre?. Algunas biblias ponen: Hijo de Dios. Creo que no estamos en el error, si decimos que Hijo del hombres  es una afirmación más bíblica; Hijo de Dios es más litúrgica,  más en consonancia  con la fe proclamada en las celebraciones litúrgicas.

¿ Quién es, Señor, para que   pueda creer en él?  Preguntará el ciego. Jesús  le contesto”:  Ya lo  has visto. El que  está hablando  contigo”. Entonces aquel hombre  dijo: Creo, Señor. Y se postró ante él. Esta confesión, además de su carga teológica, es indicadora de cómo este evangelio era muy usado en la liturgia bautismal. Este ciego de nacimiento; resulta que ve en todos los sentidos: espiritual y físico.  

Veamos la reacción de esos, que ven físicamente y que también creen ver espiritualmente; pero resulta que están ciegos.

El día  en que Jesús  había hecho  lodo con su saliva y había   dado  la vista al ciego, era sábado”. De aquí va a surgir una gran dificultad: “ Este  no puede  ser  un hombre de Dios, porque    no respeta el sábado”. Dificultad poco seria, muy legalista, tanto es así, que no todos están de acuerdo y se preguntan: ¿  Cómo   puede   un hombre pecador  hacer  signos?. Pregunta que podemos calificar de sensata, razonable. El cumplimiento  del sábado es importante; pero aquí hay alguien superior al sábado.

Solución:  Los judíos  no querían  creer  que aquel   hombre  había   estado  ciego  y que había  comenzado  a ver.

Hasta cierto punto esta resolución no es ofensiva contra Jesús, aunque es la negación de la realidad, de la evidencia. Hay que romper la cuerda  por la parte más floja,  más débil: reconocer la limitación del precepto sabático y confesar que a ese Jesús le ha concedido  Dios grandes poderes. Ninguna de las  dos  cosas están dispuestos a hacer, sino vencer, atropellando la verdad.

Ellos no quieren admitir a Jesús: “ Discípulo  de ese hombre  lo serás tú; nosotros  somos discípulos  de Moisés”. Discípulos  de Moisés: no era  éste un título  normal  entre los estudiosos  rabínicos. No se admite  que pueda  descender  del cielo  un nuevo Moisés para revelar  una ley distinta. Siguen haciendo una apología de Moisés”: Nosotros sabemos  que a Moisés  le habló  Dios”; están en la verdad al afirmar esto, pues leemos en  libro del Exodo  33, 11: “ El Señor  solía  hablar  cara a cara “.

 Ignoran, porque están ciegos,   a la hora de averiguar el origen de Jesús: “ ...pero éste no sabemos  de dónde  viene.”  El pueblo  de Jerusalén  creía  erróneamente  saber de dónde  procedía  Jesús, concretamente  de Galilea. Jesús  ha respondido  constantemente  que él  procede  de arriba, del Padre. Es este origen  celeste el que ignoran  los judíos. El ciego lo sabe, pues ahora ve: “ Si  este  hombre  no viniese de Dios, no habría  podido  hacer nada”. No quedan convencidos, no admiten la derrota, no piensan que pueden estar en la oscuridad, que pueden estar ciegos  y por esto no ven. Ante la verdad no admitida, se usa un lenguaje ciego; el lenguaje de la fuerza: lo echaron fuera.

Jesús examina ambos comportamientos: la confesión del ciego de nacimiento y la obstinación de los judíos; una vez visto todo, declara: “ Yo he venido  a este mundo   para un  juicio: para dar la vista  a los ciegos  y para privar  de ella  a los que creen  ver.” Curó al ciego de nacimiento; confundió a los judíos, que pensaban que todo lo veían.

Ahora vemos que es un evangelio muy importante para una catequesis  bautismal, para un examen sobre cómo es nuestra fe, para saber si vemos o no vemos.

El salmo responsorial de este domingo es el salmo 22: Dios el Buen Pastor. Algunos, estudiosos de la Liturgia, han averiguado la importancia de este salmo en la catequesis bautismal. El que tenía que ser bautizado, debía saberlo de memoria, como expresión de un estudio y de  una asimilación. Ponemos en busca del ciego de nacimiento, que recobró la vista física y también la espiritual: “ Aunque   camine   por cañadas  oscuras, nada temo, porque  tú vas conmigo: tu  vara  y tu cayado  me sosiegan” 

Sería muy interesante  analizar minuciosamente el texto de la segunda lectura, tomada  de la carta de San Pablo a los Efesios. La contraposición  alegórica luz-tinieblas  es frecuente  en las cartas  de Pablo. También  en el Antiguo Testamento  se habla  frecuentemente  de luz  y tinieblas  para evocar respectivamente, proximidad  y lejanía  de Dios, bendición  y maldición, santidad y pecado.

“ Hermanos: En otro tiempo erais  tinieblas ( estabais ciegos), ahora  sois luz  en el Señor ( habéis recuperado la vista). Caminad  como hijos de la luz.” Erais  ciegos, ahora veis. Antes vuestro comportamiento, vuestro caminar era de hombres ciegos, que tropezabais  fácilmente; ahora debéis comportaros de un modo distinto.

San Pablo  nos dice cómo es el caminar  de los hijos de la luz: practicando  la bondad, la justicia  y la verdad, buscando  lo que agrada al Señor.

Ser cristiano indica una realidad nueva, se ha producido en él un milagro. Realidad nueva que se debe expresar en un comportamiento nuevo, esencial y no solo superficial.

El hijo de la luz debe despertarse del sueño para caminar a pleno día.   despierta, tú  que duermes; levántate de entre los muertos, y te  iluminará  Cristo”. Se  trata quizá de un fragmento de algún himno  cristiano usado en una liturgia  bautismal.

Antes de terminar quiero indicar que este domingo  cuarto de Cuaresma reviste una modalidad de alegría y gozo, que no se debe olvidar.  

 El domingo III de Adviento es designado como el domingo “ Gaudete”; del mismo modo el domingo IV de Cuaresma es conocido como el domingo “Laetare”: Alegrarse. En la Liturgia este aspecto no está muy desarrollado. En la Antífona de entrada proclamamos: “ Festejad a  Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos  de su alegría ...”  ( Isaías  66,ll. ). En la oración de ofrendas:” En la celebración gozosa de este domingo”. El cristiano debe estar siempre contento, alegre, aunque camine hacia la cruz.