XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD 

 

 

Durante tres domingos hemos leído el capítulo 13 de San Mateo, en el cual se nos presenta, mediante siete parábolas, lo que es y significa el Reino de los Cielos.

            En los vv. 44-46 se nos habla de dos parábolas muy semejantes y propias de San Mateo: La parábola del Tesoro  y de la Perla: “El Reino  de los Cielos se parece  a un tesoro  escondido  en el campo: el que lo  encuentra, lo  vuelve a esconder, y, lleno  de alegría, va a vender  todo lo que tiene  y compra el campo”. Podríamos  decir  que no es el reino como tal  (  aunque también esto) lo que se compara  a un tesoro o a una perla: la comparación  se establece  entre lo que sucede  cuando un hombre  encuentra  un tesoro y lo que pasa ( o debe  pasar)  cuando un hombre  descubre  el reino.

            Las parábolas de la Semilla; el grano de Mostaza  y la Levadura, quieren expresar la potencialidad, el dinamismo de Reino de los Cielos; ahondan en la esencia del mismo; estas dos parábolas  señaladas, sin olvidar el valor esencial del Reino, intentan profundizar en la actitud del hombre: primeramente el aprecio, la valoración  del Reino, de la Grata Noticia. Esta experiencia  produce en el hombre una inmensa alegría, gozo, anhelo. No estaríamos equivocados si nos detuviéramos más en esto, en explicar  la estima y  el regocijo del tesoro  y de la perla.

            Nos paramos a contemplar lo que hizo aquel hombre hombre, que encontró el tesoro: Vende todo lo que tiene  para adquirirlo. Tenemos que  acentuar  que la renuncia  o desprendimiento  evangélico además  de ser un medio  para acceder  al reino, es principalmente  consecuencia  del hallazgo. 

            Aquí también tenemos que escuchar a los místicos  más que a los ascetas. La moral es buena; pero se la comprende justamente desde la luz  de la mística.  Quizá nos hemos equivocado al intentar convencernos de que debemos forzarnos para conseguir el campo, en donde está enterrado un tesoro, cuando lo importante sería enamorarnos  del tesoro.

            La última parábola de este capítulo es la de la red: “El reino  de los Cielos se parece  también  a la red  que echan en el mar y recoge  toda clase de peces: ...  reúnen   los buenos  en cestos  y los malos  los tiran” Algunos  dicen  que esta parábola, para seguir el pensamiento o trabazón, debería  ir a continuación  de la parábola  de la cizaña o, mejor aún, de su  explicación. La oposición  de los justos  y de los malos  siempre será una realidad, que debemos aceptar, intentando  dar soluciones, no radicales, drásticas, sino evangélicas. Hay una ascesis directa, visceral, casi ciega: eliminar al contrario, al que no piensa como yo; es fácil llegar al heroísmo  en esta orientación;  hay otra ascesis, más sutil, más teologal: la aceptación de lo cotidiano, de la convivencia. En toda ocasión encontraremos  el tesoro, la perla preciosa; pero la adquisición  del mismo y de la misma varía. Hay cierta pasividad, que supera toda actividad: el dejar que el trigo crezca con la cizaña, que en la red del pescador queden atrapados  los peces buenos y los malos.  

            Al fin de poner  una conclusión   a la serie de parábolas  del reino, Mateo  coloca aquí  una sentencia  un tanto enigmática  de Jesús: “¿ Entendéis  bien  todo esto?” Ellos  le contestaron: “Sí” ¿ Es éste  el lugar  de este versículo y del siguiente?. Frecuentemente  se duda de ello. Esta comprensión  no es solamente  un esfuerzo de la inteligencia, sino  un discernimiento espiritual; se trata de captar el misterio del reino. La cuestión  se plantea  a los discípulos  y también a la Iglesia  mateana  de los años 80. El  de la respuesta  no es un simple  sí escolar, sino expresión de una verdad, de que realmente han comprendido las siete parábolas del Reino de los Cielos.

            El último versículo  del capítulo  l3 puede resultar algo misterioso; pero es útil  y provechoso: “ Ya veis, un escriba que entiende del Reino  de los Cielos es como  un padre  de familia  que va sacando  del arca  lo nuevo y lo antiguo” Esta afirmación puede ser aceptada en su sentido inmediato y en su significación  más universal. En su sentido inmediato  puede significar lo siguiente. El escriba  es el conocedor  de la Torá, el rabino autorizado, el teólogo por oficio. El escriba, que acepta el Reino de los Cielos, se convierte en discípulo de Cristo, en discípulo ( no de la Torá), sino del Reino de los Cielos, anunciado por Jesucristo. Este escriba, no debe olvidar lo antiguo, sino que además debe dar cabida en su vida a un mensaje Nuevo; hasta incluso debe invertir el orden:  primeramente vivir  de lo nuevo y de lo antiguo.

            En un sentido más universal esta sentencia indica que todo cristiano, todo hombre, que acepta a Jesucristo, debe saber orientar todo hacia este fin. Nada se debe perder por falta de orientación. Cualquier acontecimiento debe ser  trascendido, reciclado en la tarea del discípulo en esa búsqueda-encuentro con el Señor, con el Reino de los Cielos.

             De aquí se deduce la oportunidad de la elección de la primera lectura: Primer Libro de los Reyes, 3, 5.7-12. “ Da a tu  siervo  un corazón  dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir  el mal  del bien, pues  ¿ quién  sería  capaz  de gobernar  a este pueblo  tan numeroso?.  Al Señor  le agradó  que  Salomón  hubiera pedido aquello...” Este texto nos puede servir para tomar la actitud debida ante las parábolas del Señor acerca del Reino de los Cielos: capacidad de saber comprenderlas, de distinguir el mal del bien. Cuando falta el registro adecuado para comprender las cosas, éstas no son rectamente captadas. Salomón  sabe valorar y apreciar lo importante para saber gobernar: primeramente, en principio, saber distinguir, poder ver, detectar dónde está el mal y dónde está el bien. Esta oración del “ rey sabio”, además de invitarnos a pedirle al Señor capacidad de discernimiento, de escucha, de comprensión  ante el mensaje del Reino, nos mueve a valorar unos tesoros, que realmente son, aunque para muchos no lo sean. Un corazón dócil  es un tesoro,  una perla preciosa para poder gobernar; no es la dialéctica, la mayoría de los votos, lo que capacita a un gobernante. Los cristianos  confesamos que el Reino de los cielos es un verdadero tesoro, una perla preciosa. Los valores que ofrecemos y ofertamos, no están pasados de moda, sino vigentes y actuales.  

            El salmo 118  ( el gran salmo del salterio, cuyo tema es la Ley del Señor)  y que hoy es usado como salmo responsorial, nos debe y nos puede ayudar para comprender el evangelio y la primera lectura. Sería muy interesante explicar el contendido de este salmo, capaz de seducir  y de enamorar a todo escriba, a todo cristiano. El estribillo   es una confesión sincera, gozosa, alegre del salmista, que expresa, no ya el conjunto del salmo, sino la actitud: ¡ Cuánto amo  tu voluntad, Señor!  

            Concluyendo y sintetizando todo el capítulo l3 de San Mateo, el capítulo de las siete parábolas, decimos hay parábolas  que acentúan la potencialidad del reino de los cielos, la fuerza del mismo: la semilla, el grano de mostaza, un poco de levadura; otras son el exponente de la paciencia de Dios: el grano de trigo y la cizaña, la parábola de la red; por último,  ante esta realidad  solamente cabe una postura: venderlo todo por el Todo: las parábolas del tesoro y de la perla preciosa. Después de un poco de silencio, uno musita en su corazón: ¡Cuánto amo  tu voluntad, Señor!  Desde ahora echaré mano de la nuevo y de lo antiguo para anunciar a los demás y a mí mismo el Reino de los Cielos: Verdadero Tesoro, Verdadera Perla Preciosa.

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