XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD 

 

 

Los capítulos 14-18 de San Mateo nos presentan a la Iglesia, como  primicias  del Reino de los Cielos; los cuatro primeros en su sección narrativa; el último, el  18, como un discurso eclesiástico. La perícopa evangélica de hoy es casi el final del capítulo 14: Jesús camina sobre las aguas  y Pedro con él.

            Cabría una pequeña introducción a esta parte del capítulo 14: “ Después que se sació  la gente...” Los que siguen a Jesús no quedan defraudados, aunque la motivación es quizá demasiado material, corporal, visceral.

            También hay que tener en cuenta que quizá el episodio narrado resulta un poco singular, de tal manera que muchos  comentaristas  proponen  que su contexto  original  sería  después de la resurrección. No les podemos quitar toda la razón, pero  quizá  nos resulte su contexto exacto, si tenemos  presente su carácter  simbólico. Los discípulos  en la barca  representan  a la Iglesia, de la que Jesús  nunca está lejos. Pedro  adquiere  un puesto  de mayor relieve. Se afirma claramente  su posición  entre los Doce.

            Pedro le contestó: “Señor, si eres tú, mándame  ir hacia  ti andando  sobre el agua”... pero, al sentir la fuerza  del viento, le entró  miedo, empezó a hundirse  y gritó: “ Señor, sálvame”...”¡ Qué poca  fe! ¿ Por qué  has dudado?” En cuanto  subieron a la barca  amainó el viento. Aquí Pedro no se presenta en nombre propio, no habla como individuo, sino como representante de los demás. Así lo veremos en el capítulo 16,16-20, en la Profesión de fe; también en el capítulo 17, 24-27, en el Tributo del Templo pagado por Jesús y por Pedro.

            La fe  de Pedro  busca  su apoyo  más en el milagro, en la evidencia, que en la palabra de Jesús. La fe de Pedro es todavía imperfecta, pues se mueve no en el poder de Jesús, aunque no haga milagros, sino en el resplandor de lo extraordinario y milagroso. Mateo quiere  resaltar  la fragilidad de la fe de Pedro, de la Iglesia. Pedro, representante de la Iglesia, se debate  entre la confianza  en Jesús y el miedo. Pedro, como todo hombre, se siente seguro en lo espectacular de la fe, en su grandiosidad externa, no en su poder interno.

            La 1ª lectura, tomada del primer libro de los Reyes, nos ayude a entender  los caminos del Señor: “ Pasó antes del Señor  un viento  huracanado, que agrietaba  los montes y rompía  los peñascos: pero  en el viento  no estaba  el Señor. Vino después  un terremoto, y en el  terremoto no estaba  el Señor. Después vino  un fuego, y en el  fuego no estaba  el Señor. Después  se escuchó  un susurro. Elías, al oírlo, se cubrió  el rostro con el manto y salió a la entrada de la cueva.”  

            Las palabras últimas 14, 33: “ Y los que  estaban  en la barca se postraron  ante él diciendo: Verdaderamente eres  Hijo de Dios”, pronunciadas  por los discípulos son las mismas  que pronunciará  Pedro en nombre de los Doce ( Mt 16,16). No es casualidad  que éste sea  uno de los títulos  preferidos  por Mateo  para referirse a Jesús.  

            Hemos indicado el protagonismo de Pedro y el significado de la Confesión de los discípulos ante Jesús. Quizá sea conveniente presentar de una forma global  la intención de este relato, que nos sigue resultando un tanto extraño. Este relato está muy  impregnado de la piedad del salmista: “Se hicieron a la mar con sus naves, comerciando por todo el  océano, y vieron  las obras de Yahvé, todas sus maravillas  en el piélago. A su voz, un viento  de borrasca hizo  encresparse  a las olas; al cielo  subían, bajaban al abismo... Pero  clamaron   a Yhavé en su apuro, y  él los libró  de sus angustias. A silencio  redujo  la borrasca, las olas se callaron  a una” ( Salmo  l07, 23-32). Jesús es presentado ejerciendo el control divino sobre las aguas del caos, símbolos  de las potencias  del mal. Jesús  tiene  el poder de salvar a sus discípulos.

            En la multiplicación  de los panes, Jesús  se había  dado a conocer  como el Mesías  a la muchedumbre. Caminando  sobre el mar al  estilo  de una teofanía  o cristofanía, Jesús  se revela a los discípulos  que le reconocen  como el “ Hijo de Dios”

            Pudiéramos  tener la impresión  de que este milagro  tiene como finalidad única la demostración de la divinidad de Cristo. Su carácter simbólico nos orienta hacia otras dimensiones. El poder del mal no será superior a las fuerzas de la Iglesia. En el Antiguo  Testamento, aunque  sea en textos  poéticos, se describe  la soberanía  de Yhavé, recurriendo  también  al dominio  que tiene sobre las olas del mar “:...porque  el mar  fue tu camino, por las grandes  olas tu sendero” ( Sal 77,20).

            “La barca, que estaba  ya muy lejos  de la orilla, era sacudida por las olas, porque el viento era contrario. Al final ya de la noche, Jesús  se acercó  a ellos  caminando sobre el lago. Los discípulos, al verlo  caminar sobre el lago, se asustaron... Pero  Jesús  les dijo en seguida: ¡ Animo! Soy yo, no temáis” ( vv. 24-27). Podemos entender estos versículos a la luz de la misma Biblia. Las olas  y el mar  representan  en el Antiguo Testamento  las fuerzas del mal que Dios  vence con su poder ( Sal 77; Job 9,8; 38, 16).

            Su manifestación  a los discípulos  tiene  todos los rasgos  de los relatos  de apariciones: la escena  tiene lugar de noche, lo mismo  que la resurrección del Señor; Jesús  viene a los suyos ( Jn 20,19); los discípulos  creen  ver un  fantasma ( Lc 24, 36-38); finalmente, Jesús  se presenta  afirmando  su identidad: no  temáis, soy yo. “ Soy yo, no temáis” recuerda las garantías  que Dios  da a un pueblo de poca fe en el Segundo Isaías: “ No temas, pues yo estoy  contigo, no te inquietes, pues  yo soy  tu Dios...Yo soy  quien te dice: “No temas, yo mismo  te auxilio” ( Is 41,10.13.14).  

            La segunda lectura es un texto de la Carta a los Romanos 9, 1-5.

Los  capítulos  9-11, aunque  son una composición  paulina auténtica, es un “cuerpo extraño” en la Carta, añadido  quizá  por algún  redactor. Se supone  que interrumpe  la continuidad  entre Romanos  5-8 por una parte  y Romanos 12-15 por otra, pues se da por supuesto  que este último pasaje es una homilía  bautismal que encaja  perfectamente  a continuación de  Romanos  5-8, donde  tanta importancia  tienen  el bautismo  y sus efectos. En el capítulo  9  pueden distinguirse  cuatro secciones: el problema de la incredulidad de Israel ( vv.1-5); las promesas  de Dios a Israel fueron  el resultado de una elección  gratuita (vv. 6-13); Yhavé  tiene derecho a elegir ( vv. 14-24) y la vocación  y la infidelidad  se Israel  están anunciadas  en el AT ( vv. 25-33). Sería muy interesante analizar estos cinco versículos; pero nos alargaríamos demasiado. En Cristo. Pablo se expresa sinceramente  como cristiano, sin resentimiento alguno contra  los judíos, que quizá  le han causado  molestias  o le han  acusado de desleal. Quisiera incluso ser un proscrito lejos de Cristo. Pablo estaría  dispuesto a arrostrar  el más penoso  de los destinos: “ ser  separado de Cristo, por la salvación de sus hermanos  los judíos”. En esto se hace  eco de la plegaria de Moisés  por los rebeldes  israelitas ( Ex. 32,32). Ellos descienden de Israel. Procede  a enumerar  todos los privilegios  relacionados  con este nombre, siete en total: Filiación; presencia  gloriosa; alianza; la ley; el culto;  las promesas y los Patriarcas. A esta enumeración de las siete  prerrogativas de Israel se añade la culminación: Cristo, el descendiente por excelencia de su raza.

            El ser de Dios rompe todos los moldes de todos los pueblos. Dios se sirvió de un pueblo concreto  para revelarse mediante su Hijo; pero todos los pueblos  son ahora el Nuevo Israel.

 

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