XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD 

 

 

A partir del domingo  23, las perícopas evangélicas se centrarán  ya todas  en la vida comunitaria, y en la  presentación del verdadero  Israel, hasta el domingo 31.

            Los domingos 23 y  24 asumen  textos del discurso eclesiástico, capítulo 18 de Matero, el evangelista de este ciclo. El domingo pasado leíamos  los versículos  15-20, que trataban de la corrección  fraterna.

            Este domingo 24  ( Mt 18, 21-35)  engloba  la norma del perdón y la parábola del hombre perdonado, que no sabe perdonar. La primera lectura  es del libro del Eclesiástico, 27, 30-28,9. La idea está clara: La comunidad  cristiana  es una  comunidad  que se sabe  perdonada, reconciliada, y por lo tanto  está urgida al perdón.            

            Según San Mateo es Pedro quien pregunta a Jesús. Pedro  interviene, como sucede con frecuencia,    para plantear, en nombre  de los discípulos, una cuestión: “hermano me ofende, ¿cuántas  veces  le tengo  que perdonar? ¿ Hasta siete veces?” No se indica el requisito del arrepentimiento. El cristiano debe perdonar, aunque, el que ofende, no pida perdón.

            En Lucas es Jesús quien se adelanta, aunque nadie le pida su parecer: “ Si ( tu hermano) peca contra ti siete veces al día, y otras siete viene a decirte: «Me arrepiento», perdónalo”; también se señala el arrepentimiento del ofensor.

            El judaísmo  rabínico  conocía  la idea del  perdón fraterno, pero dentro  de un sistema  legalista.

            Se  discutía  sobre le número  de perdones  legítimamente  otorgados. Con frecuencia  se proponía  el número cuatro como cifra máxima; cuando Pedro pregunta si debe  perdonar  hasta siete veces, piensa  haber  dado un  gran paso  hacia el maestro.

            Jesús responde a Pedro: “ No te  digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”  En su contestación el Maestro recuerda el canto de venganza de Lamec en Génesis  4, 24: “ Caín  será vengado  siete veces y Lamec  setenta  veces siete”. A los determinismos  sociológicos  y psicológicos  de la venganza, del rencor, del odio, se opone ahora el perdón, el indulto, la gracia, la clemencia, la piedad e indulgencia fraterna. Únicamente  la compasión, el perdón, pueden  salvar  de la ruina  a la nueva  comunidad.       

            Solo Mateo trae la parábola siguiente; quizá mejor que los restantes evangelistas, no pecadores, sienta la necesidad, el antes pecador, de insistir en la indulgencia, en la misericordia del Señor, que le llamó del pecado a la gracia. Esta parábola  del hombre agraciado, pero sin entrañas, sirve de conclusión  a las instrucciones  del capítulo l8 sobre la vida comunitaria. En ella aparece   tres veces la mención del perdón, término  más frecuente  en Mateo  que en ningún  otro escrito del NT.

            Hay que tener en cuenta  que en los escritos bíblicos, el rey que representa a Dios, es el rey  oriental, omnipotente, que posee el derecho de vida  y de muerte sobre sus súbditos. La misma  dignidad  real lleva consigo  la de juez  supremo. “ Se parece  el Reino de los  cielos a un rey  que quiso  ajustar  las cuentas con sus  empleados”. A uno que le debía diez mil talentos, se los perdonó. Este a su vez no tuvo compasión de un compañero, que le debía cien denarios.

El evangelista quiere  subrayar  dos polos  de la vida  del discípulo: la gratuidad  absoluta  del perdón divino  y la exigencia  solemne  del perdón fraterno. No olvidemos olvidar que la venganza era una ley  sagrada en todo Oriente; el perdón era humillante, expresión de cobardía, de pusilanimidad. Nuestra parábola  es como un drama en cuatro actos: deuda, misericordia, crueldad y justicia.

            Originalmente  esta parábola  hablaba de la misericordia  de Dios. El recaudador de impuestos, el pecador Leví, el evangelista Mateo, ha experimentado que Dios es bueno y compasivo, lento a la ira y rico en piedad. No es falsa la versión, orientada  a fundamentar el perdón cristiano. Solo quien se siente perdonado por Dios  con todas sus connotaciones y modalidades, está en disposición de perdonar.

Mateo  conoce la importancia del perdón para la vida de comunidad, pero sólo aquí  revela  y fundamenta el profundo  significado de este gesto. Perdón  dentro de la comunidad  ha de ser ilimitado, pues  Dios  ha perdonado  la deuda  incalculable  que tenemos con él. Diez mil  era el  numeral griego  más alto, y un talento, la unidad  monetaria  más valiosa. 

            La lectura 1ª está tomada del libro del Eclesiástico, 27,30-28,7. Como siempre,  esta primera lectura  nos ayuda a entender y comprender el Evangelio. Estas sentencias del Sirácida son de un gran valor. Si en el Evangelio el perdón era valorado, apreciado, estimado y deseado; en esta lectura es el odio, el rencor, actitudes indeseables, dignas de ser rechazadas. “ El furor  y la cólera  son odiosos: el pecador  los posee”. El justo, el que desea caminar bajo la presencia de Dios, debe tener otro talante: “ Perdona  la ofensa  a tu prójimo, y se  te perdonarán  los pecados  cuando lo pidas”

            En cristiano el perdón de Dios viene antes que el perdón a los hermanos; pero cuando se da éste, podemos acudir al Señor con confianza, con la seguridad de ser escuchados. Esta lectura acentúa  y pone de relieve la incoherencia, que a veces se da en el hombre y por esto mismo no podemos entendernos con Dios.

            Dos  de los atributos  básicos de Dios en la Biblia son la justicia  y la misericordia. Los que tratan  de vengarse de los demás, tendrán que  hacer  frente a la justicia  de Dios. El Señor mira a todos los hombres y quiere que estos  se comporten debidamente. Con todos es misericordioso; pero con la condición de que también los hombres lo sean con sus hermanos.

            Como ulterior  motivación  para el perdón, el sabio  es invitado a “recordar”  la muerte  y los mandamientos  de la alianza de Dios. “ Piensa  en tu fin y cesa  en tu enojo, en la muerte  y corrupción  y guarda  los mandamientos”. En  cristiano, no es el temor el móvil principal y más eficaz, sino la experiencia de un Dios, que es amor, que es fiel y misericordioso”.

            Muy bien elegido el salmo responsorial: “ El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la  ira  y rico en clemencia”  ( Estribillo). El salmo 102 nos dice cómo es Dios y las consecuencias positivas del perdón. No solo perdona nuestras culpas, sino que cura todas nuestras enfermedades. “ Como  dista el oriente  del ocaso, así  aleja  de nosotros  nuestros delitos”  

            Durante varios domingos  hemos leído la Carta de San Pablo a los Romanos; hoy proclamamos, no el final de la misma, sino como un resumen: lo único importante es el Señor. “ En la vida  y en la muerte  somos del Señor. Para esto  murió  y resucitó Cristo, para  ser Señor de vivos  y muertos”. Es una confesión cargada de Cristología y fruto de una gran experiencia  mística.

            Solamente desde el señorío de Cristo, rico en misericordia y perdón, el hombre puede aceptar la realidad  victoriosa: de perdonar setenta veces siete.

 

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