II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD 

 

 

           Este segundo domingo de Pascua es la conclusión de la Octava Pascual. Desde hace unos años el Papa Juan Pablo II ha querido denominarlo como el Domingo de la Divina Misericordia. Quizá algunos esto no  lo han visto ni bien ni oportuno.  Les damos la razón, si simplemente con este título queremos expresar una devoción sentimental; pero no vemos su inoportunidad, si deseamos ahondar con este nombre en uno de los Atributos Divinos.

            Nos sorprende gratamente cómo la Oración Colecta de la Misa acentúa esta dimensión.” Dios de misericordia infinita, que  reanimas la fe de tu pueblo con la celebración anual de las fiestas pascuales...”

            El estribillo del salmo responsorial  (ll7, 1) canta y ensalza esta Propiedad Divina:” Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Los versículos siguientes de este salmo pascual ll7 alargarán la invitación: “Diga la casa de Israel... Diga la casa de Aarón... Digan los fieles del Señor: eterna es su misericordia” (vv.2-4)

           

            Como en todos  los ciclos, los Hechos  de los Apóstoles ocupan  durante  la cincuentena  el lugar  reservado  al Antiguo Testamento; es una  forma  de subrayar  el carácter  de novedad cristiana  propio  de este tiempo.

            Las  perícopas  elegidas  para  el ciclo A forman, en conjunto, una  descripción  fundamental  de la comunidad primitiva.

            El texto de este domingo es: Hechos  2, 42-47, trata de  la vida interna  de la comunidad de Jerusalén. Es el primero de los tres sumarios  acerca de la Comunidad: 2, 42,47; 4, 32-35; 5, 11-16)

            Estos resúmenes son más teológicos que históricos; son un deseo, un proyecto más que una realidad actual, aunque no es lícito negar también esta segunda cualidad.

            La  intención  de Lucas en los Hechos de los Apóstoles   no es  tanto  describir  con precisión  histórica  la vida de la comunidad de Jerusalén, cuanto  presentar  un  modelo a la Iglesia  de su tiempo, reflejando , eso sí, la fuerza y el ímpetu de la vivencia  cristiana  en aquella  hora.

 

            La semejanza, desde el punto  de vista del contenido, entre los tres  sumarios (2, 42-47; 4, 32-35; 5, 11-16)  es sorprendente. Una comparación  superficial  de los tres textos podría   dar la impresión de que se repiten  los mismos temas, sólo  en distinto  orden.

 

42        Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”

           

Como  primer   constitutivo  de la vida  de la comunidad  primitiva  es la asiduidad  en escuchar  la enseñanza  de los apóstoles. Lo más  probable  es que, en los primeros  tiempos, la enseñanza  consistiese  en transmitir  palabras  del Jesús  terrestre, ante  todo  las más  relacionadas  con el significado  de su destino, a la luz  del  Viernes Santo  y del Domingo de  Pascua. Paralelamente  fueron tomando  forma   algunos    contenidos  doctrinales  específicos   en torno  a la cristología  y a la  escatología, que trataban  de demostrar  el hecho  y el por qué  de la personalidad  de Jesús, como objetivo  y cumplimiento  de la actuación  de Dios.

Comunión. La koinonia, comunidad  de vida. La comunión   de vida  no consistía  en la comunión  espontánea de gente animada  por los mismos  sentimientos, sino  en la realidad  concreta  de una poderosa  actuación   salvífica, destinada  ya de antemano  a la comunidad. Los miembros de esa comunidad  se  transmiten  unos a otros  lo que han  recibido  como don  del Señor y, en esa  transmisión, la salvación  recibida  queda históricamente  configurada  como  comunidad  de vida. Por eso, en última   instancia, lo que significa   koinonía  es Cristo que sigue  viviendo  en la comunidad y creando comunidad  de vida  mediante el don  continuo de la salvación.

 

            El sitio   concreto  donde se  realiza  esta comunión  de vida  es la fracción del pan.  En los  primeros   tiempos   de la Iglesia, la eucaristía   se celebraba  como un banquete, en el que  adquirían  particular relieve  la fracción  del pan, al comienzo, y la  copa  de la bendición, al final, como  recuerdo  de la última  cena de Jesús.

 

            La oración de los  primeros cristianos estaba vinculada  a las costumbres  judías; por ejemplo, el rezo  de los salmos. Sin  embargo, la   experiencia  del don  del Espíritu  abrió  ya muy pronto  un horizonte  de oración  totalmente nuevo: “Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos  adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!”  (Romanos 8, 15). Los  cristianos  podían   mantener  con Dios  un diálogo  de una cercanía  hasta  ahora  inalcanzada, conscientes  de que  oraban  por medio  de Jesús.

 

            El último  constitutivo  eclesial  se orienta  hacia el  exterior. 43 pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. El  Nuevo  Testamento  nos ofrece   muchos  ejemplos   de curaciones y otros   fenómenos   maravillosos  que se daban  en la primea  comunidad: “El que os otorga, pues, el Espíritu y obra milagros entre vosotros, ¿lo hace porque observáis la ley o porque tenéis fe en la predicación?” (Gál. 3, 5). Sin duda  que estos   fenómenos   contribuyeron  decisivamente   a configurar la imagen   externa   de la comunidad  cristiana.

 

            Lucas  interpreta  la comunidad  de vida  mencionada anteriormente   como una  plena   comunidad  de bienes. El autor de los Hechos de los Apóstoles  quiere  dar la impresión  de que  en Jerusalén  lo normal   era la renuncia  a la propiedad  privada y que los  miembros  de la comunidad   vivían  de una caja  común.44 Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común” Si en  la expresión  lo tenían  todo en común”  Lucas   deja  resonar  un cierto  eco  de alguna  escuela  filosófica bien conocida, lo que realmente  quiere indicar  en su convicción  de que  en la comunidad  cristiana se realiza  plenamente  esta situación, propuesta  como ideal  en amplios  círculos  del pensamiento  contemporáneo. Sin, embargo, la realidad   debió  de ser  bastante  diferente.

 

            Probablemente  la “fracción  del pan”, apuntada  en el v. 42, le sugirió  a Lucas  esta presentación  de la vida  litúrgica de la comunidad: “    46Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón”  Cierto   que los cristianos  celebraban  sus comidas  especiales  en sus casas,  turnándose  de una  en otra, y en un clima  de alegría  escatológica y de total  entrega a Dios; pero  de ningún modo abandonaron   el culto  en el templo, al modo  del pueblo judío.

            Para Lucas  es muy importante  que la comunidad  cristiana  tome posesión  del templo, centro  de la vida  de Israel, como el lugar  que por voluntad  de Dios  le corresponde.

 

      Como un  reflejo  de la “oración”, mencionada  en el v. 42, se presenta  ahora  a la comunidad  alabando  a Dios públicamente, es decir, durante  los servicios   cúlticos  en el templo, y de ello  se deduce  una actitud  favorable  del pueblo  con respecto a los cristianos. Cierto que se trata  de algo más que de una   mera tolerancia amistosa; efectivamente, el número   de las conversiones  crece  irresistiblemente, de modo  que se  llega  a tener  la impresión  de que muy  pronto  todo Israel va a  ser  empujado  a formar  parte  de la comunidad cristiana: “Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar”

 

      Como segunda lectura del ciclo A tenemos  la Primera  Carta  de San Pedro  (sólo se interrumpe  en el domingo 4). Estamos, pues, ante  otro tema  de predicación: exhortación  a la vida   cristiana en un mundo  adverso.  Hoy leemos el texto siguiente, 1, 3-9,  que   presenta en forma  de bendición  clásica la condición del cristiano: una vida-regenerad, que  se vive  en un tiempo de transición, en la fe, y en la esperanza viva  de la manifestación  del Señor; y todo ello, como fruto  del amor  del Padre  realizado  en la Resurrección  de Jesucristo.

                       

3Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.  Expresión frecuente en el NT. Leemos en la segunda  carta de San Pablo a los corintios, 1, 3: “¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de los misericordias y Dios de toda consolación! se  bendice  a Dios  al modo  judío por el don de la nueva vida. Se le alaba  no sólo  como  Dios, sino  como Dios  que se ha  revelado  en su relación con su Hijo  Jesucristo. Nos ha reengendrado a una esperanza viva. El  renacer  espiritual  de los cristianos  a una vida  nueva  es  un tema  principal  en esta carta: “pues habéis sido reengendrados de un germen no corruptible, sino incorruptible, por medio de la Palabra de Dios viva y permanente” ( 1, 23)” mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos” La  nueva   vida  viene   a los cristianos  a través  del gran acontecimiento  de la vida  de Cristo, su  resurrección.  Es el  bautismo  lo que les permite  participar  en ella: “a ésta corresponde ahora el bautismo que os salva y que no consiste en quitar la suciedad del cuerpo, sino en pedir a Dios una buena conciencia por medio de la Resurrección de Jesucristo” (3, 21)

 

4a una herencia incorruptible: La esperanza  engendrada  por el nuevo nacimiento  tiene sus raíces  en la naturaleza indestructible  de la herencia  cristiana.  Canaán  llegó  a ser  la “herencia” de Israel: “Cierto que no debería haber ningún pobre junto a ti, porque Yahveh te otorgará su bendición en la tierra que Yahveh tu Dios te da en herencia para que la poseas”  ( Dt 15,4); pero  la herencia   cristiana  no es terrena : no  puede  ser  asolada por la guerra, profanada  por los  enemigos o estropeada por el tiempo. Es celestial: “a causa de la esperanza que os está reservada en los cielos y acerca de la cual fuisteis ya instruidos por la Palabra  de la verdad, el Evangelio”  (Col 1,5).

 

5a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación. La seguridad  de la herencia   cristiana  es como la de un país con fuerte protección  militar.  El mismo poder de Dios, que  resucitó  a Cristo  y otorgó  la gloria, es el que ofrece  esta seguridad. La salvación: Se presenta  el fin de la vida  cristiana   en su aspecto  escatológico.

 

6Por lo cual rebosáis de alegría, Por lo cual  podría   referirse a Dios, a Cristo o incluso al “tiempo final”, es mejor entender por lo cual  a todo lo que se ha expresado en el los números  3-5.

 

7a fin de que la calidad probada de vuestra fe: Entendida  aquí  en el sentido  de “constancia” o “fidelidad”: “¡Feliz = el hombre = que soporta = la prueba! Superada la prueba, recibirá la corona de la vida que ha prometido  el Señor a los que le aman.” (Sant 1, 12).

 En la Revelación de Jesucristo: La parusía, cuando Cristo  venga como juez: “Por lo tanto, ceñíos los lomos de vuestro espíritu, sed sobrios, poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la Revelación de Jesucristo”  (1, 13).

 

9y alcanzáis la meta de vuestra fe: Telos (meta) expresa a la vez  el final  en el tiempo y el fin lógico de la experiencia  terrena  del cristiano .Vuestras almas: es decir, vosotros mismos.

            Realmente es importante  el contenido de estos  versículos  y muy adecuado  para el comienzo del tiempo Pascual.

 

            Hay como tres líneas  en la Cincuentena Pascual: la señalada por la primera lectura, la indicada por la segunda  y la expresa en el evangelio. El evangelio, como sucede  durante  la Cuaresma, tiende  a señalar   cada uno de los domingos  con un tema  constante: las apariciones del Resucitado, el Pastor, la comunión  de vida con Jesucristo y especialmente  el amor, la promesa del Resucitado, y la plegaria sacerdotal  de Jesús.

            Las apariciones  del Resucitado  no varían  en el primer  y el segundo  domingo: especialmente  se reserva- según   una tradición  venerable- para el segundo  domingo  la aparición  de la tarde  de Pascua  y a los  ocho días   después, para dar pie a una actuación  del sentido  del domingo  cristiano.

 

En los tres ciclos  leemos este texto evangélico (Jn 20, l9-2l)

 

Muchos  coinciden  al afirmar que es el final del Evangelio de San Juan, puesto que el actual capítulo 2l es un añadido. El presente  relato está pensado desde el cumplimiento de las promesas de Jesús. Es clara la dialéctica entre promesa  y cumplimiento

            Jesús había dicho: volveré a estar con vosotros (Jn l4, l8); el evangelista constata: se presentó  en medio de ellos (Jn 20, l9). Jesús  había prometido: dentro de poco volveréis  a verme (Jn l6, l6); el evangelista afirma: los discípulos  se llenaron de alegría al ver al Señor (Jn. 20,20). Jesús anunció: os enviaré  el Espíritu (Jn l4, 26...)  Y tendréis  paz (Jn l6, 33); el evangelista  recoge  las palabras de Jesús: la paz con vosotros... y recibid el Espíritu Santo (Jn 20,2l) 

Este evangelio presenta  algunas peculiaridades dignas de ser tenidas en consideración por su riqueza teológica. “Al anochecer  de aquel día, el día primero de la semana...A los ocho días, estaban  otra vez dentro  los discípulos  y Tomas con ellos”. El  primer día (el domingo), día de la Resurrección, día de la Eucaristía. Su valor litúrgico es muy importante. Adelantamos ya lo siguiente: en la perspectiva  joánica, la Resurrección, Ascensión y Venida del Espíritu Santo tienen lugar en el mismo  domingo de Pascua. Juan se separa  de San Lucas, que afirmará que la Ascensión del Señor tiene lugar a los cuarenta días después de haber resucitado; la venida del Espíritu Santo sucederá en el día de Pentecostés, a los cincuenta días. ¿Quién tiene la razón?, los dos.

            San Juan acentuará la identidad entre el Jesús de la historia y el Cristo de la resurrección. Lejos de Juan el pensar que la resurrección de Jesús  es la vuelta de un cadáver a la vida. El que se aparece a los discípulos es el mismo Jesús  que desde la cruz  atrajo a todos hacia  él, ya que  dio la vida por amor. La insistencia  en la vida terrena  de Jesús  y en la plenitud de su existencia  humana  se hallan, una vez más, afirmadas  contra los enemigos gnósticos.  

            “Paz a vosotros”, este saludo  se llega a repetir  tres veces en este texto evangélico. Estas palabras  son las primeras  que el Viviente dirige a sus discípulos  reunidos, Jesús  no utiliza  el saludo ordinario, el Shalom acostumbrado de los judíos; tampoco se trata de  un deseo, que se traduciría  erróneamente  por “¡ La paz  esté con  vosotros!”; se trata del don efectivo de la paz:” Es la paz, la mía, la que  os doy; no os la doy  a la manera del mundo” ( Jn l4,27). 

            Uno de los dones del Cristo Pascual  a sus discípulos es la comunicación de la Paz:”Y en esto  entró Jesús, se puso  en medio  y les dijo: Paz a vosotros... Jesús repitió: Paz a vosotros... A los ocho días... Llegó  Jesús, estando cerradas las puertas, se puso  en medio y dijo: Paz a vosotros.”  Otra dádiva del Cristo Pascual es la alegría:” Y diciendo  esto, les enseñó  las manos  y el costado. Y los  discípulos  se llenaron de alegría al ver al Señor

 “Les mostró  sus manos y su costado.” Merece la pena recalcar este interés del evangelista al decirnos esto. Los primeros pasos para creer en la Resurrección parten de esta realidad. Aunque el cuerpo resucitado de Cristo posee cualidades  espirituales, la esencia  del testimonio  del NT  acerca de la resurrección  es afirmar el retorno del mismo Jesús de Nazaret al que los primeros  testigos  habían tratado  familiarmente, de ahí  que se aluda  a la herida del costado  de Jesús  y a las huellas de los clavos  en sus manos. Esta es la única  prueba  que da el evangelio de que Jesús  fue clavado  y no atado  a la cruz (como  se hacía  frecuentemente 

            “... exhaló  su aliento  sobre ellos  y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. Alguien ha llamado este hecho como el Pentecostés” Joaneo”

El Gran Don del Cristo Pascual es la  entrega del Espíritu Santo.” Y dicho esto, exhaló  su aliento sobre ellos  y les dijo: Recibid  el Espíritu Santo.”  En la perspectiva  joánica, resurrección, ascensión  y venida del Espíritu tienen  lugar en el mismo  domingo de Pascua. El don del Espíritu es relacionado aquí específicamente  con el poder otorgado a la Iglesia para continuar ostentando el carácter judicial  de Cristo  en lo referente  al pecado. “A quienes  les perdonéis  los pecados  les quedan perdonados; a quienes  se los retengáis  les quedan  retenidos.” 

“Tomás, uno  de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos  cuando vino  Jesús... Si  no veo en sus manos  la señal de los clavos, si no meto  el dedo  en el agujero  de los  clavos... no lo creo... A los ocho días, estaban  otra vez  dentro los discípulos  y Tomás con ellos... Dijo a Tomás: trae tu dedo, aquí tienes  mis manos; trae tu  mano  y métela en mi costado; y no  seas incrédulo, sino creyente” (Evangelio)

            Podemos decir  que Tomás  representa la imagen del que pasa de la increencia  o de la dificultad de la fe a la verdadera  profesión  de fe, diciendo “¡Señor  y Dios mío!”.  La confesión  de Tomás es la más adecuada del cuarto evangelio. El Antiguo Testamento  reservaba  estos dos títulos a Yahveh.

            La increencia  o no aceptación  de la resurrección de Jesús por parte de sus discípulos  tiene  buenas  razones  que la justifiquen. Es un acontecimiento  que escapa  el control  humano; rompe el molde de lo estrictamente  histórico y se sitúa en el plano de lo  suprahistórico; no pueden aducirse  pruebas  que nos lleven a la evidencia racional.

            “¡Señor  mío  y Dios mío!”. Es más profesión de fe que una invocación, pues la omisión  del “tú eres “se debe al arrebato del locutor, que refleja  la alta cristología  joánica y, por insistencia  en el adjetivo  posesivo “mío” Juan quiere expresar la profundidad de la cogida por parte de Tomás de todo el mensaje del Señor.  

“Muchos  otros signos, que no están  escrito en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús  es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis  vida en su Nombre.” (Jn. 20, 30-31). Así concluye San Juan su evangelio, el capítulo 21  es un añadido.  

            A manera de conclusión: En los discípulos de Jesús  no solamente  no existía  predisposición alguna  para aceptar  la resurrección, sino  que estaban  predispuestos  para lo contrario. Como  hijos de su tiempo, creían  únicamente  en la resurrección  del último día.

            El relato sobre la Magdalena  no puede ser más significativo: ante el sepulcro  vacío, lo único  que se le ocurre pensar en que alguien ha cogido el cuerpo de su Señor, no en que haya podido resucitar.

            El escepticismo  de los discípulos en este tema de la resurrección era lógico. La increencia  o no aceptación de la resurrección  de Jesús  por parte de sus discípulos  tiene  buenas  razones  que la justifiquen. Es un acontecimiento  que escapa al control humano; no pueden  aducirse  pruebas que  nos lleven a la evidencia racional. La aceptación  de la resurrección  solo es aceptable únicamente desde la revelación sobrenatural 

 La riqueza  de contenido de este segundo domingo es tan grande  que no podemos limitarlo a la consideración de la Misericordia Divina  (Esto está  incluido), sino que debemos ampliar  nuestra mirada al filo de  las tres Lecturas y Salmo Responsorial.