III Domingo de Pascua, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD    

 

 

El domingo  III de Pascua no tiene ningún calificativo  especial, sino que pertenece a la Cincuentena Pascual. La riqueza de sus lecturas es muy considerable; vamos a exponer el contenido de cada una de ellas.  

La Primera lectura es de los Hechos de los Apóstoles, 2, 14. 22-33           

            La comunidad  cristiana  se forma, en efecto, a partir  de la predicación  kerigmática de Pedro acerca de Jesús, cumplimiento  de las Escrituras. 

 Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo: «Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras:

                        La presentación  es extraordinariamente  significativa: Pedro   y los “Once”, de pie, sin miedo, ante una  muchedumbre  impresionante. Aunque Pedro  es el único  que toma   la palabra, no lo hace  en nombre propio, sino  como portavoz de los demás testigos. Al  revés  que Jesús  en la sinagoga de Nazaret (Lc  4, 20)  que, según   las instrucciones   de los doctores   de la ley, habla sentado, Pedro  está de pie, como un orador  griego, en un lugar bien destacado. El discurso no va  fundamentalmente   dirigido  a un grupo  de gente- tan grande como queramos- reunido por   casualidad. Ese auditorio  representa  a todo el pueblo  judío; y a ese  Israel, en su globalidad, se dirige  la alocución de Pedro 

22«Israelitas, escuchad estas palabras:

 Aquí  resulta  más incisiva  que en el v. 14, debido al cambio  del apelativo  “judíos”, de carácter  étnico  y generalizante, por  “israelitas”, más   significativo  desde el punto  de  vista  de la historia  de salvación. Jesús, el Nazoreo,: Cuando  Pedro  les habla  del Jesús   terrestre, de su destino y de su muerte, no está  refiriéndose  a algo  neutro, sino a sucesos  que tocan  las relaciones  entre Dios  y su pueblo.

            Al resaltar   la intervención  de Dios  en la vida  terrestre  de Jesús, se condena  duramente  la actitud  de Israel  hacia  Jesús, calificándola  como desobediencia a Dios.

hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales. Dios  mismo  es el que ha “acreditado” a Jesús  ante Israel, por medio  de  signos  y prodigios; en  definitiva, era Dios  el que los realizaba.

El significado  auténtico  de   esas acciones  de Jesús   radica  en su cualidad  de signo, con referencia a la fe. Pues bien, esa fe  es la que Israel  ha rechazado 

23a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios:

Esta   frase  caracteriza  la muerte  de Jesús como cumplimiento  del plan salvífico de Dios. El camino  de Jesús  hacia la cruz  estaba  subordinado  a una misteriosa  “necesidad”  sancionada  por Dios;  significaba  el cumplimiento  pleno, hasta en los últimos  detalles, del plan de

Los vv. 22-23  se limitan  a darnos  el resumen  y la interpretación  únicamente  de los hechos de la vida de  Jesús públicamente  constatables  por Israel, mientras  que silencian  por completo  el origen  de Jesús  y la actuación  divina  en el comienzo  de su existencia  terrena.

            Lo único  que se dice  es que Jesús   fue un  “hombre  acreditado por Dios”, nada más. Y es  que esto  es lo único  que Israel  habría   podido  constatar.Más aún, esto es lo que cerró sus ojos  dando pruebas  de su culpabilidad.

24a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio: 

 Ahora, en oposición a la infame  y antidivina  actuación de Israel, entra    la acción  salvadora  de Dios, para  manifestar  inmediatamente  toda su  potencia. Tal  vez  se pueda  oír  aquí  un eco  de las palabras de  José a  sus hermanos: “ Vosotros    intentasteis  hacerme   mal, pero Dios   intentaba  cambiarlo  en bien”  ( Gn. 50, 20). En todo  caso, la resurrección  es aquí, como siempre en la predicación  primitiva, un acto   que tiene  a Dios como único  protagonista. “Librándole  de los dolores del Hades= muerte”. La  imagen proviene  del AT: “los lazos del seol me rodeaban,  me aguardaban los cepos de la muerte” ( 2 SAM 22, 6), quienes  no tradujeron  correctamente   la palabra  hebrea “Hebe” que, en plural, puede   significar  tanto “ dolores”  como “ataduras”.  Difícilmente  se puede  interpretar  aquí la resurrección  como un nuevo  nacimiento, en el que El Mesías  sale de  la muerte  o del Hades. Lo que sí  hay que incluir en la interpretación  es la tonalidad  escatológica  que indudablemente  posee  la palabra   “dolores”  en el lenguaje  apocalíptico. Las  calamidades  y los horrores  que anunciarán  la venida   de los  tiempos mesiánicos y que serán  destruidos  con su   llegada, se llaman  en la tradición  sinóptica “ Dolores “. “Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambre: esto será el comienzo de los dolores de alumbramiento”  (Mc 13, 8)

Los esfuerzos  de la muerte por retener  a Jesús  son  las últimas  convulsiones  de las potencias  contrarias  a Dios  ante la  irrupción  de la salvación. Esto  es lo más importante  para la interpretación: la muerte, personificada mímicamente  como  el adversario  escatológico: “El último enemigo en ser destruido será la Muerte” (1 Cor 15, 26),  no puede    “retener” a Jesús, sino  que tiene   que soltarlo  para la vida. 

25porque dice de él David: = Veía constantemente al Señor delante de mí,          puesto que está a mi derecha, para que no vacile: 

 El triunfo   sobre la muerte  pertenece, por tanto, al plan de Dios.  A corroborar   esta afirmación  viene la cita  tomada  del Sal 16. En este salmo, un piadoso  israelita expresa  su  ilimitada  confianza  en Dios  ante la amenaza  de la muerte. El salmista   cifra  su esperanza  no  en que Dios  lo vaya  a preservar  de la necesidad  de morir, ni en que  le vaya  a conceder  una resurrección corporal, sino simplemente  en que lo mantenga  unido a él  en estos momentos  en los que  poderes  adversos  van  minando  sus energías.  

26 Por eso se ha alegrado mi corazón  y se ha alborozado mi lengua,  y hasta mi carne reposará en la esperanza

 Cuando  Lucas  hace  esta aplicación  del salmo a Jesús, indudablemente  está pensando, en primer término,  en su vida  terrestre. Jesús   tenía  conciencia  de vivir  continuamente  en estrecha  relación  con Dios. Y  esta conciencia  no  lo abandonó  ni en la hora  de su muerte. Esta es la línea  del pensamiento  lucano  en su narración  de la muerte de Jesús. En esa  hora, la conciencia  de Jesús permanece   diáfamente clara. Por eso, la última   palabra de Jesús, según Lucas, no es un grito  en el que confiesa  que Dios lo ha abandonado, sino  una confiada  entrega  de su propio  ser en manos  de Dios: “y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, = en tus manos pongo mi espíritu» = y, dicho esto, expiró.” (Lc  23, 46)  

27de que no abandonarás mi alma en el Hades  ni permitirás que tu santo experimente la corrupción:

Dios  ha ratificado  esta actitud  de Jesús, al no dejarlo  en manos  de los poderes  de la muerte. El significado  literal de Hades (en hebreo: seol) es el lugar  de los muertos, el abismo. El Hades,  en este pasaje, no es más que una  personificación  del poder de la muerte: “el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte  y del Hades” (Ap 1. 18).

28. Me  has hecho conocer caminos de vida,  me llenarás de gozo con tu rostro” expresa  la vida de Jesús  junto a Dios, es decir, tiene  como objeto  su exaltación. 

29«Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente: 

Viene  ahora  una argumentación  exegética relativamente  extensa, dirigida  a convencer  a los oyentes de que  el salmista  no pudo  tener  en realidad  otro objetivo  que la resurrección de Jesús.

            Todos  conocen  la tumba  de David, en la colina   sur dentro  de las murallas  de Jerusalén. Esta imponente   construcción  sobrevivió  a la guerra judía  y  aún  estaba  en pie  en tiempos de Lucas. La  existencia   de este  sepulcro, donde  descansan   los restos de  David, es una prueba  bien patente  de que  David   no ha resucitado. Este hecho   nos deja   ante  una  de dos: o David  fue un embustero, o no  se referiría a sí mismo. Desde  luego  hay que  notar   que  este dilema  es válido   únicamente   para lectores  de cultura  helenista, como el mismo Lucas, que conciben  la resurrección  como una  desaparición, es decir,  como una entrada  corporal  en la esfera divina, que se produce   inmediatamente   después de la muerte. Para  los fariseos, que  creían   en una resurrección corporal  que había  de tener lugar   el día  del juicio, la argumentación  carece de todo  valor probativo.  

30Pero como él era profeta y sabía que Dios = le había asegurado = con juramento = que se sentaría en su trono un  descendiente de su sangre:

 La consecuencia  es, por tanto, que David  no pudo referirse  a sí mismo;  más bien  pensaba en otro, en un  descendiente  suyo, concretamente   en el futuro  rey mesiánico que, según  la profecía  de Natán, habría   de ocupar  su trono:” Y cuando tus días se hayan cumplido y te acuestes con tus padres, afirmaré después de ti la descendencia que saldrá  de tus entrañas, y consolidaré el trono de su realeza” 

31...” La cita  de la profecía  de Natán  está tomada del Sal 132, 11:” Juró  Yahveh a David, verdad que no retractará: «El fruto de tu seno asentaré en tu trono”, probablemente  porque   en este salmo  la promesa  está  expresada  como un juramento  hecho por Dios; lo cual   subraya  fuertemente   el carácter  de obligación. Según   eso,  David, basándose  en el juramento   irrevocable de Dios: “Cuando Dios hizo la Promesa a Abraham, no teniendo a otro mayor por quien jurar, = juró por sí mismo”  (Heb. 6, 13). “Por eso Dios, queriendo mostrar más plenamente a los herederos de la Promesa la inmutabilidad de su decisión, interpuso el juramento” ( Heb 6, 17) orientó  su mirada  profética  hacia  el camino de Jesús, último  descendiente  de su dinastía, al escribir   un salmo   sobre  aquel  que no iba  a ser subyugado  por la muerte  ni iba  a ser víctima  de la corrupción.  

 32A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos:  

La proclamación  de la resurrección  adquiere, a la luz  de la Escritura, una   nueva   dimensión  suplementaria: resucitando  a Jesús, Dios se mantiene fiel a su juramento, fiel a la promesa  hecha a los   patriarcas, fiel a sí mismo y a su palabra. En la vida de Jesús  y en su relación   con Dios  alcanzan  su objetivo  la vida  y la relación con Dios de los justos  del A.

            En este v. 32  se añade   un nuevo   elemento- en comparación  con el v. 24-, la mención de los testigos.

            Ya desde  los comienzos, la persona  del testigo  es un elemento  esencial  e integrante  del anuncio  de la resurrección: “que se apareció a Cefas y luego a los Doce” (  1Cor 15, 5) Pero  en este momento  la función  de los testigos  adquiere, para Lucas, un significado  mucho más  preciso y más relevante.

            La concepción  de Lucas   es que la autenticidad  del mensaje cristiano  y la legitimidad  de la Iglesia   dependen  de su estrecha  relación  con los que fueron  testigos  desde el principio. El  testigo  toma  como punto  de partida  un hecho real  que le ha sucedido, pero  al mismo tiempo  desarrolla  el significado  y el alcance  de ese hecho  real. 

            En este sentido, el testimonio  de los discípulos, según  el v. 32, consiste no solo  en dar  credibilidad  al hecho  de la resurrección de Jesús, sino  también  en la interpretación  que nos dan  de ese  hecho, por boca  de Pedro, el día de  Pentecostés.  Los discípulos   dan fe  de que este acontecimiento   es una actuación  salvífica  del único  y verdadero  Dios, que se ha   manifestado  en la Escritura  como el Dios de Israel. En este  testimonio  interpretativo  radica  toda la teología   cristiana. 

33 exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros  veis y oís: Jesús, exaltado  a la derecha  de Dios,  ha derramado  el Espíritu. Lucas  considera  la resurrección  y la exaltación   como dos   acontecimientos    netamente separados. Es claro  que,  en última  instancia, ambos   sucesos, en cuanto  elementos   de una misma actuación  salvífica, están  íntimamente  relacionados. La “mano derecha” de  Dios   es, en lenguaje  bíblico, la mano  con que ejerce   su soberanía. Lo que  quiere decir  es que Jesús,  en virtud   de su exaltación, ha recibido  una participación  en la soberanía  de Dios; Dios gobierna ahora  por medio de Jesús.

            Desde  el punto  de vista   puramente   filológico, se podría  interpretar  el comienzo  del v. 33 de una  manera   distinta, es decir,  como dativo   instrumental.  La  “derecha”  de Dios ,  en este caso, no el sitio  a donde  se ha trasladado  a Jesús en su exaltación, sino  la poderosa actuación  de Dios, por medio  de la cual  Jesús  es exaltado. Pero  la cita  que encontramos  en los  vv.  34-35: “Pues David no subió a los

Cielos y sin embargo dice: = Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra = = hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies”  va en contra de esta    interpretación  que,  además, no cuadra    en el contexto.

            Lo que se trata  de decir  es lo siguiente: el nuevo puesto  que Jesús   ocupa “ a la  derecha de Dios”  crea las condiciones  para la  efusión  del Espíritu, porque   ahora  ya posee  un poder  soberano. Claro  que tanto  en esta efusión  del Espíritu  como, en general, en el   desempeño  de su soberanía, Jesús  sigue siendo  instrumento  del Padre.

            De manera   totalmente  distinta  concibe  el evangelista  Juan  la unión  entre  la exaltación  de Jesús y la  efusión  del Espíritu, cuando dice que Jesús, una  vez glorificado, derrama  sobre los creyentes  el Espíritu  que proviene  del Padre.

            La calificación  de Dios  como “Padre”  implica  que la situación  de Jesús  exaltado a su derecha  es su condición  de “Hijo”

            Con esta  mención de la efusión  del Espíritu, el discurso  retorna a su punto de partida. Ahora queda  claro  en qué consiste  y a qué se debe  el enigmático  fenómeno  de la glosolalía. Más aún, lo que los  presentes  “están  viendo y oyendo”, unido al  testimonio  de los apóstoles  y al sentido de la Escritura, es una prueba  de que Dios  se ha puesto  de parte  de Jesús  y ha cambiado  decisivamente  su destino.  

El estribillo del salmo responsorial  es “Señor me enseñarás el sendero de la vida”  Lo ponemos en busca de Jesús.  

            La segunda lectura es: 1 de Pedro, 17-21

La  atención se centra  en la actitud  del cristiano: el respeto amoroso y  filial  para con Dios, “la seriedad”  que impone  la redención  por la  sangre  de Cristo...            

            Los cristianos   debemos ser santos  porque  hemos sido  rescatados  por la  sangre  de Cristo  y llamados  al amor fraterno.  

17 Y si llamáis Padre:

El cristiano   que considera   Padre  al Juez divino  que escudriñará  su conducta  debe  comportarse  consecuentemente   como un hijo  circunspecto  y obediente: “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (Gál 4, 6).  

18sabiendo que = habéis sido rescatados no con   oro o = plata, =: Hay una alusión a Is  52, 3: “Porque así dice Yahveh:      De balde fuisteis vendidos,          y sin plata seréis rescatados”

Sobre  el “rescate” como figura  de la redención  cristiana  podemos leer a Rom 3, 24:” y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús,” 

19una sangre preciosa de Cristo

: Se expresa  así el modo  en que se  ha realizado  la redención: a costa  de la vida  de Cristo: “Porque la vida de toda carne es su sangre. Por eso mando a los israelitas: «No comeréis la sangre de ninguna carne, pues la vida de toda carne es su sangre. Quien la coma, será exterminado.” (Lv 17, 14). Es una afirmación muy expresiva  y que nos puede ayudar para comprender la Eucaristía: “La vida de  toda   criatura  es su sangre” 

Precio  muy costoso: “Habéis sido bien comprados Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Cor 6, 20).  Como un  cordero  sin mancha. Así  se exige   que sea  un cordero  destinado  al sacrificio  según “para que os alcance favor, la víctima habrá de ser macho, sin defecto, buey, oveja o cabra.

No ofrezcáis nada defectuoso, pues no os sería aceptado.”  (Lv 22, 19-20). Hay  aquí  indudablemente  una alusión  al cordero pascual.   

20 predestinado antes de la creación del mundo: El rescate  de Cristo  formaba  parte  del plan  eterno  de salvación  decretado  por Dios. Manifestado  al fin  de los tiempos: La  encarnación  de Cristo  es el acontecimiento  que ha iniciado  los tiempos   finales: “Todo esto les acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos” (1 Cor  10, 11)  

21que le ha resucitado de entre los muertos y le ha dado la gloria,: Lo mismo  que Pablo, también Pedro  se hace  eco  de la primitiva  creencia  de la Iglesia  de que el Padre  resucitó a Jesús  de entre los muertos: “y matasteis al Jefe que lleva a la Vida. Pero Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos  de ello”  (Hechos 3, 15)

La gloria (doxa)  es la característica  esencial  de Jesús   resucitado: “Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu.” (2 Cor 3, 18)  

            El evangelio es de Lc, 24, 135

            La tercera  aparición  es, en el ciclo A, la de los discípulos  de Emaús, de reconocida tradición  litúrgica  

Mediante  una comparación   con el relato de  la aparición  de Jesús a los  Once  saltan  a la vista  algunas  diferencias: Los dos individuos  no son  dirigentes  de la comunidad, sino que  representan  a todos  los seguidores   de Jesús;  están turbados  y no entienden   por qué  está ausente  Jesús; al principio  no reconocen  a Jesús; los apóstoles    parece  que reconocen  a Jesús, pero no   creen   a sus sentidos; después de  reconocerle, estos dos hombres   no dudan  en creer; una  vez que  lo han reconocido, Jesús desaparece.

            Este  sencillo   y encantador  relato  ofrece  numerosos paralelos con el encuentro  del diácono  Felipe  y el eunuco  en el camino de Gaza (Act.  8, 26-40): una ignorancia  de las Escrituras;  una explicación  a partir de la Escritura en el sentido  de que Jesús  tenía que sufrir; un  ruego  de que se quede  todavía; desaparición  repentina. Podemos decir, antes  de que esta  tradición  llegara  a Lucas, ya había  sido modificada por la liturgia  eucarística: se atiene  al orden  de ésta: una lectura y explicación de las Escrituras y la fracción del pan.

            Este relato   constituye   uno  de los testimonios  más  profundos   de la Pascua  de Jesús  en todo  el nuevo  testamento. Suponiendo   conocida  su estructura  nos fijamos  en el tema del “encuentro  con Jesús “¿Dónde   puede  realizarse?:

1)  Jesús  no se encuentra  en el destino  de una guerra santa  y victoriosa.

 Los caminantes  de Emaús  habían   confiado   en Jesús  como profeta  y esperaban   que sería  el caudillo   victorioso, el libertador   futuro de Israel: “21            Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó”. Resurrección   significaba  para ellos  el triunfo  militar  del pueblo, la victoria  de los justos  oprimidos, el orden  nuevo  de justicia  y libertad sobre la tierra.  

2) Jesús  no sigue  en su  sepulcro:

Unas mujeres  se acercaron  a la tumba  y vieron  apariciones  que decían  que Jesús   estaba vivo. No eran más  que mujeres. Ciertamente,  también  fueron  unos hombres, pero  no encontraron  nada: “El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro,

Y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él  vivía. 

Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no  le vieron.» Esto  significa   que la resurrección  de Jesús  no se puede  interpretar  como una vuelta  hacia  el pasado.  

3) El sentido  de Jesús  y las escrituras:

Un caminante   se acerca  y les dirige  su palabra al corazón: el antiguo  testamento  testifica  que el Mesías  debía  padecer  para llegar  hasta su gloria: “¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?»

Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras” Toda  la escritura, con  su certeza sobre Dios, su dolor y su esperanza  se ha venido  a condensar  en el camino  de la cruz  del Cristo. La misma  vida humana  ha recibido  aquí  su hondura y su sentido  y se revela  como tensión  de dolor  hacia la Pascua. Pues bien,  en el sufrimiento  del mundo, que ha sido  asumido   por el hijo  de Dios,  en el camino  de la tierra  que padece  y se mantiene  en la esperanza, ahí está latente la resurrección  que se aproxima.  

4) En la fracción  del pan:

 Los ojos  de los discípulos  están muy  cerrados. Han escuchado  demasiadas  razones  y nada puede  convencerles. Sin embargo,  cuando  se sientan a comer, cuando  reparten el pan  con el forastero y el forastero  les devuelve  el pan  con su bendición  se abren  los ojos: “Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando.

Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado”  Todo  lo anterior  se ha  condensado  en este rasgo: Jesús  resucitado  está en la  eucaristía. Evidentemente, está escondido, pues cuando  quieren  fijar sus ojos  y retenerle (asegurarse de su presencia) ya se ha ido. Pero está allí, como vida de los suyos  que ilumina  la aventura  fracasad  de Jesús  y toda  la marcha de la Iglesia.  

5) En los hermanos:

 Lo primero  que sorprende  en los discípulos  de Emaús es la actitud  de huida; habían  perdido  a Jesús y se dispersan; dejan  al grupo  de los discípulos  y vuelven, cada uno, a su  mundo viejo, a sus  ocupaciones pasadas, como si todo  el asunto  de Jesús hubiera sido  un paréntesis  de ilusión  y de fracaso en el  caminar  de sus vidas. Ellos escapan, pero Jesús  les sale   al encuentro. No les dice nada y, sin  embargo, entienden. Tienen que volver  con sus hermanos. Su puesto  está allí, en la edificación  de la nueva comunidad de los discípulos   de Jesús, en el testimonio  y la misión  de lo que  saben. Por eso, dejando  todo como estaba, apresuradamente, en medio  de la noche, toman  el camino  del  regreso: “Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con  ellos” Han  descubierto   que Jesús  resucitado  está allí donde   se encuentran  los hermanos.

“Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan” 

6) Se ha aparecido a Simón: 

 “que decían: « ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!»  La fe  se arraiga en la   experiencia de Jesús  que cada uno  de nosotros  realizamos. No podemos  dejar   que sean  otros  los que “sientan” por nosotros.  Y, sin embargo, hay algo  especial  en el comienzo de la  vida de la  Iglesia: es la  fe de Pedro, que ha visto al Señor y fortalece  la fe  de sus hermanos, excavando  los cimientos   de la Iglesia. Sin esa fe de Pedro  y de los doce, la “aventura”  de Jesús  hubiera sido  vana; el sentido de su vida y de su muerte se hubiera  perdido en el pasado, igual  que se  han perdido  tantos grandes  gestos   de la historia. Pero  Dios estaba  con Jesús, y Dios  mismo  ha suscitado  la experiencia  creyente  de los doce ( especialmente  de Pedro), haciendo  así posible  que los demás  nos  encontremos  también  con la Pascua  de Jesús. Por eso, pertenece  esencialmente  a nuestra Pascua la confesión  que dice: “Ha resucitado  el Señor y se ha  aparecido a Simón” 

            Si Cristo ha resucitado; también nosotros  resucitaremos. 

Oración después de la  Comunión: “Mira, Señor, con bondad a tu pueblo, y ya  que has querido  renovarlo con estos sacramentos de vida  eterna, concédele  también la resurrección  gloriosa”            

            Hemos querido dejar hablar a las lecturas, exponiendo su exégesis. Hemos analizado una parte del discurso de Pedro el día de Pentecostés. Quizá haya sido largo el examen; pero es conveniente saber qué es lo que decimos. 

            En la segunda lectura hemos  acentuado cómo el cristiano, el bautizado, debe vivir. Nunca debe existir incoherencia. Si algunos dicen que esta Carta es una homilía bautismal, ha merecido la pena analizar un poco su significado. 

            Por  último hemos estudiado  desde  diversos ángulos de visión la aparición de Jesús a los dos discípulos de Emaús. En esta explicación nos hemos apartado de la exégesis  para darle más amplitud  al contenido global.  

            Realmente la liturgia de la Palabra del domingo III de Pascua en el ciclo A  tiene una gran resonancia pascual: alegría, resurrección.