IV Domingo de Pascua, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD    

 

 

Este domingo IV de Pascua es llamado del Buen Pastor, por esto  mismo en el Evangelio, en los tres ciclos, se leen textos del capítulo 10 de San Juan que hablan de la figura del Buen Pastor.

En la Oración Colecta nos dirigimos a Dios como rebaño de su Hijo: “...para que así el débil  rebaño  de tu Hijo tenga parte  en la admirable   victoria de  su Pastor

            En la oración final (Después de la Comunión) invocamos a Dios como buen Pastor: “Pastor bueno...haz que el  rebaño adquirido  por la sangre de tu Hijo...”

            Podíamos comentar esta rica eucología; pero por no alargarnos demasiado, prescindimos de hacerlo.

            En los tres primeros domingos, preferentemente en el evangelio se hace hincapié en la Resurrección del Señor; en este cuarto domingo no, sino en lo que es el Señor para la comunidad.

            Casi en la mitad  de la Cincuentena Pascual, es más conveniente proclamar, no el hecho de la Resurrección, sino que la Resurrección es para mí, para todo hombre y que esto me está pidiendo una respuesta, una acogida. 

                        Vamos a exponer  el contenido de las tres lecturas y el estribillo del Salmo responsorial.

            La Primera lectura está tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, 2, 14a. 36-41.  Se trata de la conclusión del Discurso de Pedro el día de Pentecostés.

Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado”. Afirmará Pedro con los Once con voz alta y de una forma solemne. 

Existen como dos teologías, que pueden parecer  contradictorias; pero  que son complementarias. Una  teología   habla de la identidad divina   de Jesús  ya desde el principio, desde la Encarnación; de aquí la importancia que se da a los evangelios de la Infancia; esta teología no se puede olvidar, pues es verdadera;   hay una forma de hablar que parece  que Cristo es lo que es desde, gracias a  la exaltación: ( Teología de la exaltación). Pedro afirmará  la muerte de Jesús; pero el Padre le ha constituido por la Resurrección en Señor, en  Mesías.

            Dios, al resucitar a Jesús, lo ha  rehabilitado y le ha  otorgado, por encima  de toda  posible impugnación  humana, el puesto  de “Mesías” (= Ungido de Israel). El  Mesías  no es una figura  aislada  y solitaria, sino el que, por siempre y para siempre, da sentido  y cohesión a todo Israel, en cuanto  pueblo  mesiánico. El hecho  de que Dios  haya constituido  Mesías  a Jesús  significa  que esa actuación  divina   ha ratificado  todas las pretensiones  de Jesús, rechazadas por todo Israel, dándoles    una base   legal  incontrovertible, de modo  que Israel  no puede  sustraerse  ya por más   tiempo a esas   exigencias.

      Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: « ¿Qué hemos de hacer, hermanos?»

      De lo que se trataba, en realidad, era de  convencer  a Israel  de su culpabilidad  y de abrirle  los ojos, para que  se diese  cuenta   de la ineludible  exigencia que comporta  la nueva situación  creada  por la actuación  de Dios en Jesús.

      La pregunta: “¿Qué tenemos  que hacer? “Expresa  la perplejidad que experimenta  Israel  ante  tal exigencia. Lucas  describe  de manera idéntica la reacción  de los oyentes  de Juan Bautista ante  su llamada  a la conversión: “La gente le preguntaba: «Pues ¿qué debemos hacer?» (Lc 3,10).

 “Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que  haga lo mismo.» (Lc 3, 11)

Sin embargo, la respuesta  de Pedro   es totalmente   distinta de la respuesta de  Juan. Pedro no exhorta  a un cambio  de conducta moral, sino a una  asimilación  del fenómeno  Cristo, según las ideas fundamentales  expuestas  en todo el discurso.

      Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión  de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo

La concisión  de la frase refleja  no tanto  un influjo  de la tradición  cuanto  la propia concepción  que Lucas tiene  del bautismo. A primera   vista, parece  que la frase  consta  de cuatro elementos: dos  condiciones  ( arrepentimiento y bautismo)  y dos promesas ( perdón  de los pecados y don  del Espíritu); pero en realidad  se trata  de diversos   aspectos  del bautismo  mutuamente  relacionados. El bautismo   surte  efectos   de arrepentimiento  y de perdón, porque   Jesús glorificado  entra  en relación  personal con el bautizado.

      Este tipo  de relación  con Jesucristo  significa   quedar   bajo  el radio  de acción  de su Espíritu.

Por primera vez en toda su obra, Lucas  menciona   aquí el  bautismo   cristiano; y lo hace  como si se  tratase  de algo  bien  configurado. En el bautismo  cristiano, el aspecto  central, al  que se refiere  tanto  el arrepentimiento  como el perdón  de los pecados, no es  la inminente aparición   del Dios juez, sino el reinado  de Dios, la salvación   que Jesús   había prometido  y  hecho posible : “«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.» (Mc 1, 15)

      Esto comporta  un cambio  estructural  de la misma importancia. El arrepentimiento  ya no es  sólo  una exigencia, sino  un don,  una transformación  de la vida  real  por medio  del poder  salvífico de Jesús. Y lo  mismo pasa  con el perdón  de los pecados, que ya  no es una condición  para salvarse, sino que  expresa la realidad  ya presente de la salvación   ofrecida   por Jesús. Esta orientación  hacia  Jesús  es capital  para entender el sentido   del bautismo  cristiano.

La fórmula “en el nombre  de Jesucristo”, puede significar: “invocando su nombre” o “consagrándose  a su persona”. El sentido  de la fórmula  es, a la vez, causal y final. Es causal, en cuanto  que el acto  del bautismo  se considera  bajo  el influjo   de una  actuación  presente de Jesús  glorificado. En este caso, es el mismo  Jesús glorificado el que confiere  el bautismo y otorga, por medio del rito, el arrepentimiento  y el perdón. Es final, en cuanto  que ese  acto  indica   una transferencia  del propio  ser a Jesús.  

      Igual  que en el Antiguo  Testamento  Israel  había quedado  legitimado  como propiedad  de Dios  por le hecho  de que sobre él se había  invocado  el nombre  del Señor :” todos los pueblos de la tierra verán que sobre ti es invocado el nombre de Yahveh y te temerán.” (Dt  28, 10), así  ahora   los cristianos, al llevar  impuesto  el nombre  de Jesús: “¿No son ellos los que blasfeman el hermoso Nombre que ha sido invocado sobre vosotros?” (San 2, 7), pasan   a ser súbditos  de Jesús  glorificado.  

Con otras muchas palabras les conjuraba y les exhortaba: «Salvaos de esta generación perversa.»

            La exhortación  a ponerse  a salvo  recoge el elemento central  del v. 21: “Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. =”; pero al mismo tiempo, indica  algo nuevo  con respecto  a lo anterior: esta  salvación   va a conducir  a una separación. Los creyentes  tienen  que ponerse  a salvo, separándose  de “esta  generación depravada” Se han pervertido los que él engendró sin tara, generación perversa y tortuosa.” (Dt 32, 5)

Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas 3.000 almas.

Lo que quiere decir  Lucas es que  el efecto  del discurso   fue asombroso.

El estribillo  del salmo  responsorial  es el primer verso del salmo 22. “El Señor  es mi pastor, nada me falta”. El tema  pastoril  brinda   unas cuantas   imágenes  elementales: verdor, agua, camino.  

Segunda lectura: 1Pedro 2, 20b-25.  

            Durante la cincuenta pascual  en este Ciclo A como segunda lectura  se leen textos de la Primera Carta de San Pedro. La perícopa de hoy es bella e importante.

            Analizamos su contenido. Podemos  resumirlo así:

            El cristiano está llamado a una conducta cristiana, a una moral cristiana. 

 El versículo 20b es punto referencial, que va a orientar el  comportamiento del bautizado. No olvidemos el carácter  bautismal de esta Carta. “¿Pues qué gloria hay en soportar los golpes cuando habéis faltado? Pero si obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios”.

            Tener presente la “lógica” de una vida  basada en la fe en Cristo. El comportamiento  del cristiano es atípico, “ilógico”, sin sentido; repugna  a la “lógica” del sentido común, de la razón. Urge  defender  la lógica de la gracia, que supera los cauces  de la justicia. La grandeza y la exigencia del cristianismo están aquí. Esta lógica   no tiene  muchos  defensores.

            La “lógica” de la gracia  queda  respaldada por su fundamentación  cristológica. El llamamiento  a la vida   cristiana  y a la salvación  es llamamiento  “a eso”, a seguir  este camino  de perseverancia  en el sufrimiento, por la fuerza de la esperanza.

El sufrimiento  injusto  es “gracia”.  Esta afirmación  no encuentra   una razón  en sí misma; la razón  llega   de algo  extrínseco: del recuerdo de la pasión. 

            “Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas”. Versículo 21  de una  gran  trascendencia.  

 Los versículos 21-24 son parte de un himno  cristológico. 

22. El que no cometió pecado, = y en cuya boca no se halló engaño. Rápidamente  nos lleva  a  Is  53, 9: “y se puso su sepultura entre los malvados  y con los ricos su tumba,  por más que no hizo atropello  ni hubo engaño en su boca.”. 

24  el mismo que, = sobre el madero, = llevó nuestros pecados = en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, (cfr.  Romanos 6, 10- 11)  viviéramos para la justicia; = con cuyas heridas habéis sido curados. = (cfr. 53, 4. 12) 

 Parece  que al autor  tuvo que  modificar  el “himno” utilizado  para sus propios   fines. El himno  tenía  como tema   el efecto   expiatorio del destino  de Jesús  ( “por nosotros”),  exactamente  como el himno  glosado  3n 3, 18 : “Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu” 

El pseudo- Pedro  intenta  justificar   el sentido  del sufrimiento. Para ello   recuerda   la pasión, al Cristo  doliente. La Pasión de Cristo como ejemplo a seguir. Queda en segundo lugar el valor de la muerte de Cristo como salvación para que aparezca  su aspecto ejemplar.

             Cristológicamente  es importante  que el hecho  de que “también  Cristo”  padeciese, pues así confiere sentido   sin más, al sufrimiento  de los cristianos.

            25        Erais = como ovejas descarriadas, = pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián (episcopios) de vuestras almas. Hay textos del Antiguo Testamento que iluminan  esta afirmación: “Como pastor pastorea su rebaño:          recoge en brazos los corderitos,  en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas” (Is 40, 11); “y diles: Así dice el Señor Yahveh: He aquí que yo recojo a los hijos de Israel de entre las naciones a las que marcharon. Los congregaré de todas partes para conducirlos a su suelo” (Ez 37, 21)  

            Como dijimos el evangelio está tomado del capítulo 10 de Jn. En el ciclo A los versículos 1-10.

            Las dos comparaciones  que se introducen  ahora, Jesús  como pastor y como  puerta, están  estrechamente  relacionadas  entre sí. Jesús  se dispone  a ponerse  en contraste  con los falsos  pastores  de Israel (  Ez  34, 1-16), representados  por los fariseos  que rechazaron, en vez de salvar, al hombre  que recibió  la vista.            

            El punto de  partida  para la comprensión  de las mismas  lo constituyen  sus destinatarios  inmediatos. Se dirige  a los fariseos

            La  alegoría  del pastor  y el rebaño  habla  de estos  destinatarios, vistos   desde  la relación  que ellos mantenían  con su pueblo. 

1«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro  lado, ése es un ladrón y un salteador;

2 pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas”. Los vv. 1 y 2  se  refieren  a entrar  a través  de la puerta.

                        En los  vv. 3b-5” A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera.

            4          Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.

            5          Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.»

Se  destaca  sobre todo  la idea  de las relaciones  estrechas  que median entre  el pastor  y las ovejas. Aquí  podríamos traer  a colación  un abundante  material  veterotestamentario  como  trasfondo.

            La figura   del verdadero  pastor  que saca  a las ovejas  y las guía  al pasto  nos recuerda   la descripción  simbólica  de Josué: «Que Yahveh, Dios de los espíritus de toda carne, ponga un hombre al frente de esta comunidad,

Uno que salga y entre delante de ellos y que los haga salir y entrar, para que no quede la comunidad  de Yahveh  como rebaño sin pastor.» (num. 27, 16-17)

            En los  sinópticos   tenemos buenos paralelos  en que se emplea  la imagen del pastor  y el cuidado  que dedica  a sus ovejas  para describir  las relaciones  de Jesús  con sus seguidores: “No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino” ( Lc 12, 32)  

            V. 6. Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba. . No ha  de sorprendernos   el hecho  de que la reacción  ante las  parábolas  esté caracterizada  por la incapacidad pare entender. Esta   incapacidad  para entender  hace que Jesús  se decida   a explicar  estas parábolas  de la puerta  y el pastor , del mismo modo  que ocurrió  en el caso  de la parábola  del sembrador en la tradición  sinóptica.

            El fallo  no consiste  primariamente  en un problema  de orden intelectual; se trata  más bien  de una negativa  deliberada a aceptar  el desafío  que entrañan  las parábolas. En los   evangelios  sinópticos  ese desafío  se centra  en torno  al reino  de los cielos; en  Juan  se centra  en torno a Jesús  mismo. La conocida  frase  de los sinópticos  “ el reino de Dios  se parece a...”  tiene  su paralelo  joánico  en la expresión  “ yo soy”

            vv. 7-10: explicación  de la puerta

Yo soy  la puerta”, esta  identificación  metafórica   es susceptible   de al menos  dos  interpretaciones.

            La primera  interpretación, que aparece   en el v.8: “Todos los que han venido delante de mí  son ladrones y salteadores;   pero las ovejas no les escucharon  considera  a Jesús   la puerta  por la que  el pastor   se acerca a las ovejas.

            Sería muy interesante desarrollar esta idea 

La segunda   explicación  en que aparece Jesús como  puerta  se encuentra  en los vv. 9-10.” Yo soy la puerta;  si uno entra por mí, estará a salvo;  entrará y saldrá  y encontrará pasto. El ladrón no viene  más que a robar, matar y destruir.  Yo he venido  para que tengan vida   y la tengan en abundancia.” 

 Aquí se trata  de la puerta que conduce   a la salvación, puerta no para el pastor, sino para las ovejas. Todos   han de atravesar  la puerta    que es Jesús  para salvarse, pues  él ha venido  (v.10)  para   dar la vida a las ovejas. Esta  explicación  tiene  poco que ver  con la parábola  de los vv. 1-3  y es posible  que se trate   de una sentencia  de Jesús  adaptada  de otro  contexto.

            Si consideramos  el v. 10  como una   sentencia  aislada, se parece  mucho en su estructura  a Mc 2, 17: “Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.».

            La idea  del v. 10  se parece   a la de  Jn 14,  6: “Yo soy  el camino... Nadie  se acerca al  Padre  sino por mí”

            La idea   de la puerta  de salvación aparece  en Sal 118, 20: “Esta es la puerta  del Señor; por ella pasarán  los justos”  

En el v. 9 tenemos  el tema   de los que  entran  y salen   por la puerta, que es Jesús, y encuentran   pastos. Antes hemos oído  que Jesús  ofrece  el agua viva y el pan  de vida; ahora  ofrece  el pasto de la vida, pues en el  v. 10  se aclara  que al hablar   del pasto, Jesús  se refiere  en realidad  a una plenitud  de vida.  El  don de la vida se opone  aquí  a la mortandad que se asocia  con el ladrón.           

            La riqueza  de contenido de la Liturgia de la Palabra es muy grande; no podemos quedarnos con el dulce sentimiento de Jesús el Buen Pastor, sino que debemos recordar el por qué y así dejarnos guiar  por El