V Domingo de Pascua, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD    

 

 

No es fácil sintetizar la liturgia de la Palabra de estos domingos de Pascua, pues cada lectura es independiente y muy rica de contenido.  Creo que lo más conveniente  es exponer toda la riqueza de las tres lecturas, incluido el salmo responsorial. 

            Es útil recordar que las perícopas de los Hechos de los Apóstoles, elegidas  para el ciclo A forman, en  conjunto, una  descripción  fundamental   de la comunidad primitiva.

            Vamos a analizar la Primera  Lectura: Hechos  6, 1-7.  Es un texto  conocido por todos, por lo tanto no es necesaria  una explicación  ni larga ni  profunda, sino tomar conciencia de algunos detalles.  

            La síntesis es la siguiente: 1. Exposición  y descripción  de la situación  anómala  que se ha presentado  en la comunidad; 2-4: asamblea comunitaria  y propuesta  de “los doce” para subsanar  la anomalía; vv. 5-6: puesta  en práctica  de la  propuesta; 7: observación   conclusiva.  

            Si intentamos   reconstruir  el fondo histórico  del acontecimiento, con ayuda  de los datos que nos ofrece  el mismo  libro de los Hch, nos daremos  cuenta  enseguida  de que Lucas  ha trazado  una imagen demasiado  simplificada y  cuyo desarrollo  no responde a la finalidad propuesta: Los Siete diáconos  principalmente  se dedican a la Predicación de la Palabra, no al “servicio de las mesas”, fin para el cual fueron designados   

Este pasaje  no trata  únicamente  de la instauración  de un  nuevo servicio  comunitario que venga  en ayuda  de los apóstoles en el ámbito de la atención  caritativa .  En la Iglesia  está surgiendo un problema, que hay que darle una solución.  Los cristianos, que proceden del judaísmo, forman dos grupos: el grupo de los helenistas, que han vivido y viven en la diáspora, y el grupo de los “hebraístas”, que viven en Palestina y no han tenido necesidad de inmigrar fuera. El convivir  y el aceptar el mensaje  de Jesucristo  supondrá a veces una ruptura, un no entendimiento. 

                        En el círculo  de los “helenistas”  crece  la insatisfacción  con respecto  a los “hebreos”, pues éstos  no se dan cuenta  de la problemática de los primeros.

            Muchos   judíos   de la diáspora, profundamente  religiosos, iban  a Jerusalén a pasar   los últimos  años de  su vida, porque deseaban  ser enterrados allí. Sus viudas  no tenían  ningún pariente   en la ciudad  que pudiera  echarles   una mano; tampoco  reciben de la comunidad  lo necesario, quizá no por no querer, sino por no llegar a todo. Es fácil  atender las necesidades de las comunidades pequeñas, no lo es tanto, cuando éstas se hacen grandes.  

            Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: «No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas.  

            En  una breve  declaración   los “Doce”  presentan  a la asamblea   su idea  para resolver   la situación  conflictiva. La asistencia  a los pobres   tiene  que ser   encomendada, de ahora  en  adelante, a un misterio   especial. El   servicio de la palabra”   no se puede  abandonar; tampoco  el “servicio de la  mesa”           

            Los criterios   para la elección son: buena fama, habilidad, y posesión del Espíritu. 

            En el versículo  4 otra  vez  declaran  los apóstoles  su intención   de dedicarse  plenamente   a su tarea  propia. Junto  al “servicio  de la palabra” se menciona   aquí la “oración”

            La lista   de los Siete  comienza por Esteban, indicando  así la función  directiva  que este   personaje  desempeña   en la comunidad  helenista. Lucas añade dos  calificativos: “dotado   de fe  y Espíritu  Santo” 

            6 los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos.

No se dice nada  del modo  de elección; los apóstoles  proceden  a la verdadera institución  del servicio, mediante  la oración  y la imposición  de manos.  Se trata de una  costumbre  judía, cuyo  prototipo  es la constitución  de Josué  como sucesor   de Moisés: “Respondió Yahveh a Moisés: «Toma a Josué, hijo de Nun, hombre en quien está el espíritu, imponle tu mano” (Nm 27, 18). Por medio   de la imposición   de las manos  se confiere  el encargo  que capacita  para el cumplimiento  del ministerio y, al mismo  tiempo, el don  de sabiduría  necesario  para ponerlo  en práctica. 

            La Palabra de Dios iba creciendo; en Jerusalén se multiplicó considerablemente el número de los discípulos, y multitud de sacerdotes iban aceptando la fe.  

Para  subrayar   que este episodio no fue  más que  un incidente  que no llegó  a alterar  la armonía  y el crecimiento  de la comunidad, Lucas pone fin al relato  con una observación  de carácter general. La  “palabra de Dios” se contempla  aquí directamente,  personificándola    en sus efectos visibles.

            La observación   de que   un gran  número   de sacerdotes se adhirieron  a la comunidad, quiere poner   de relieve  el hecho   de que en  ella  están  representados  todos los diversos grupos  del pueblo. Según  los datos   históricos, la casta   sacerdotal, que en tiempos de Jesús  comprendía   unas 8000 personas, constituía   un alto  porcentaje  de la población de  Jerusalén  y alrededores.  

            El estribillo  del salmo: “Que tu  misericordia, Señor,  venga  sobre nosotros, como lo  esperamos de ti” (Salmo  32)

            El Salmo responsorial no hace relación, como casi siempre, a la primera lectura, sino que es como un deseo, una confesión, una proclamación, un  grito, cuyo eco abarque el mundo entero y nunca se extinga.  

            Segunda Lectura: 1 Ped. 2, 4-9 

1Pe  emplea  aquí  figuras  consagradas  del discurso teológico, pero las interpreta  libremente  a favor   de su propio  contexto.

            Cuando leemos estos textos, debemos preguntarnos qué quieren  decir, cómo lo dijeron. ¿Podemos decir lo mismo con las mismas palabras hoy?  No. Las circunstancias  son diversas. Primeramente hoy gozamos del mensaje de la Resurrección, también poseemos  la aportación  de la Teología, que nos ayuda a leer un texto determinado en el contexto de todo el Nuevo Testamento y también a la luz de la Teología.            

            Podemos caer en el desaliento al pensar que esta forma de exponer las cosas, como la hacen los textos, que proclamamos, es obsoleta, por tanto es inútil intentar ahondar  en la recta exposición.

            Un amor grande a la Palabra de Dios nos fortalece  y nos anima en esta labor.  

            Los vv. 4-5 son la aplicación anticipada de las citas; estas citas  se centran, en los vv. 6-8, en torno  a la imagen  de la piedra, y en lo v. 9 en torno  a  la idea  de pueblo  elegido  de  Dios.

            Estas afirmaciones  tienen la función  de dar seguridad  a los lectores, mostrando  su condición  privilegiada  e incomparable. Están destinadas a aclarar  a un  colectivo  cristiano  en apuros que la confrontación, vivida  por ellos, entre los cristianos  como nueva comunidad y los increyentes  es inevitable 

            “Acercándose al Señor, la piedra  viva desechada por los hombres, pero escogida  y preciosa  ante Dios “. Podemos decir también: acercaos (imperativo), no dejar  de hacerlo nunca. En toda circunstancia debemos mirar al Señor. Acercándoos  es un gerundio activo, presente, una situación perenne. Cuando vivimos  esta perennidad, nuestra vida es diversa.

            La alegoría de la “piedra”  aplicada  a Cristo, aparece con el atributo “viva”.  Piedra fundamental, siempre necesaria. Viva nos está indicando que el edificio  no es  algo material, estático, sino dinámico.

Se  trata  de una toma  de posición  inequívoca  ante  el Cristo   controvertido, discutido, rechazado por unos; por otros aceptado.  Entre  los hombres  y Dios   hay  un contraste total  en el juicio  sobre Cristo. El predicador  de 1 Pe  invita.  acercaos a él” 

5        También vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo.

.           Los  cristianos   deben ser  lo que él es. Ellos  también deben ser “piedras vivas”.  Pero  no se dice  que sean  “piedras  desechadas por los hombres”; la explicación toma otros derroteros, no obstante el cristiano  nunca debe olvidar:  en  el Cristo  desechado  por los hombres, pero  al que Dios  elige  y valora, los lectores  han tenido  que reconocerse, para su consuelo, en su  situación   de rechazados  y perseguidos 

                         Unidos   así  a Cristo, la piedra  angular, los cristianos entran en la construcción de un edificio, no material, sino espiritual. Este edificio  es un templo vivo, sacerdotal, santo. Forman  nuevo   templo  que no está  trabado  por  el vínculo  material de la raza, sino por el Espíritu.

            El aspecto sacerdotal en su dimensión cúltica y santa lo desarrollará en el versículo 9.

            Los vv.6-8 hablan de la imagen de la “Piedra”, que es Cristo.  

“Pues está en la Escritura: He aquí que coloco en Sión una piedra angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido”  (v. 6); texto del profeta Isaías 28, 16.  

            El texto  da la impresión  de un mensaje  alentador: Cristo es,  como “piedra”, la garantía  de la esperanza  escatológica

            El objetivo  de la cita  es el consuelo  y el estímulo. La pertenencia  a la piedra  desechada es el fundamento  firme  de la esperanza, pese a todos los   sufrimientos  que haya  que soportar           

            Para vosotros, los creyentes, es  de gran  precio, pero  para los incrédulos es la piedra  que desecharon los constructores; ésta se ha convertido  en piedra angular” (v. 7).

            Resulta  difícil  esta lectura. Ya hemos dicho que 1 Pe  retuerce  algunos textos, haciéndoles  decir algo muy distinto  de que lo que se podía esperar. En el fondo no se equivoca, aunque nos puede conducir a  cierta equivocación.  En una palabra: la Piedra angular es valorada  como tal por los  creyentes; pero  los increyentes, aunque no la valoren,   la Piedra no pierde  su identidad, aunque no sea apreciada  como tal. Esta afirmación del v. 7 está tomada  del Sal 118, 22: “La piedra  que los constructores  desecharon  en piedra angular  se ha convertido “ 

            Todos esperábamos que el autor  de 1 Pe desarrollara el significado de este  texto, como lo pide su mismo origen. Originalmente  el texto hace referencia  al “giro vital asombroso”, al cambio  operado  por Yhavé a favor  de un individuo  abocado a la muerte  que ve salvada  su vida.  Se limita  a decir que esta Piedra es angular  siempre y para siempre                                   

 8 “En  piedra de tropiezo y roca de escándalo. = Tropiezan en ella porque no creen en la Palabra; para esto han sido destinados. “ 

Esta afirmación nos recuerda a Is 8, 14: “Será un santuario y piedra de tropiezo   y peña de escándalo  para entrambas Casas de Israel;  lazo y trampa  para los moradores de Jerusalén”  

            Ellos  tropiezan  en esta  piedra porque  está “colocada” y no se puede  ignorar.  Los increyentes, no sólo no valoran la Piedra angular, sino que  para ellos es motivo de tropiezo. Esta Piedra  no puede ser indiferente.

Es una desgracia  no apreciar esta Piedra, sino que además sirve de tropiezo.

A continuación  el texto   abandona  la metáfora  de la Piedra  y habla  de una forma directa: el rechazo  de Cristo se produce  y se consuma   en la desobediencia   a la palabra.

            Y al final del v.  Se hace   la dura  afirmación  de que Dios  les asignó  la perdición. 

            9 Pero vosotros sois = linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, = para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz 

Después  de hablar  de los increyentes  y glosar  su destino en relación  con Cristo, utilizando  la imagen  bíblica  ( “piedra  en la que se tropieza”) , el autor   vuelve  ahora  a la imagen  de la comunidad  como pueblo.

            El   v. 9  hace   una fusión  de diversas  fórmulas  e imágenes  bíblicas  ( tomadas  de Ex, Is y Os),  y se  centra  en la idea  de que  la Iglesia  es el pueblo  de Dios  descrito  en la Biblia . Se  podría   colocar  siempre   el artículo  determinado  en la traducción: “Pero  vosotros sois el...”

            La  mayor   parte  de estas imágenes   no presentan   dificultades. El autor recoge  de diversos  contextos veterotestamentarios   apelativos   egregios  de Israel pertenecientes  a las dos   importantes   categorías  de la elección  y la santidad: “linaje elegido”, “nación  santa”, “pueblo  adquirido”.

            Para  1 Pe, tales afirmaciones    se refieren   a la comunidad cristiana  y a nadie más.

            También  la misión  de dar  a conocer las “obras” de Dios mediante  la predicación es,  como cita   bíblica, la  descripción  de lo que  la Iglesia   hace ahora.

“El pueblo que yo me he formado          contará mis alabanzas.” (Is 43, 21).  

            Raza elegida: El primero   de cuatro títulos  veterotestamentarios de Israel que se aplican  ahora  a la comunidad cristiana.

            El segundo título sacerdocio   real. El segundo   título   se deriva  de Ex 19, 6: “seréis  para mí un reino de sacerdotes y una nación santa." Estas son las palabras que has de decir a los hijos de Israel.»

            Designa   al pueblo  de Israel  como nación  dedicada  al culto  y servicio  de Yahvé, su rey. Se esperaba  que la conducta  de estos   súbditos  en medio  de las naciones  fuera  tal que los diera a conocer  como cortesanos  regios y servidores  sacerdotales de su Dios. Este título  es transferido  ahora por   Pedro a los cristianos, que por su bautismo  han sido designados  para el servicio  cultual  de su Dios  en Cristo. Es un   destino   a la vez regio  y sacerdotal. 

 En Romanos  12, 1:” Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia  de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto Espiritual”  Pablo urge a los  cristianos   para que se  ofrezcan  como sacrificio   vivo, santo y  aceptable  a Dios; éste  ha de ser su culto  espiritual. Al cristiano   bautizado   se le confiere  el poder  de vivir  toda su vida  como un acto  de culto, y se espera de él  que así   lo haga, prolongando  en cierto  sentido  el sacrificio   de Cristo, pero   demostrando   al mismo tiempo  ante el mundo  que él está  señalado  para el servicio   de Cristo. Una  nación santa. El tercer título   se deriva   también de Ex 19, 6. Por el bautismo, los cristianos  son  segregados  y dedicados  a un orden   de cosas  sagradas. Un pueblo  para su posesión: El   cuarto título  es una adaptación  de Ex 19,6: “seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa." Estas son las palabras que has de decir a los hijos de Israel”  y de Mal 3, 17: “Serán ellos para mí, dice Yahveh Sebaot, en el día que yo preparo, propiedad

Personal; y yo seré indulgente con ellos como es indulgente un padre con el hijo que le sirve” 

            Los derechos de  propiedad de Cristo  sobre los cristianos   quedan establecidos  en el bautismo. Puesto  que los cristianos   destinatarios  de esta carta  proceden  de diversos  pueblo, razas y naciones, el lenguaje de  Pedro   resulta   muy expresivo  al usar los  términos: “raza”, “nación, pueblo” para designar   la nueva unidad que han  alcanzado  en Cristo. 

Evangelio: Juan 14, 1-12           

            Empezamos  a leer   los capítulos que Juan  dedica  a la Ultima Cena de Jesús con los suyos. Hoy   escuchamos  unas  revelaciones  de Jesús  sobre su  relación  con el Padre.

            Versículos  1-4: partida y retorno  de Jesús 

No se turbe vuestro corazón. Creed  en Dios: creed también en mí.  

Comienza   Jesús  en el v. 1  con una alusión  a la angustia   que su partida  causa   a los discípulos. Anteriormente   veíamos  que el mismo Jesús  se sintió  turbado  frente a la muerte, verosímilmente  porque   ésta pertenece  al ámbito  de Satanás.  

Nos  recuerda  Jn 11, 33: “se conmovió interiormente, se turbó”  ante la muerte de Lázaro; también a 13, 21: “Jesús se turbó en su interior”  ante la  traición  de Judas, que le entregaría a la muerte 

            Dar  muerte  a Jesús  será el último acto de  hostilidad  por parte del mundo  y de Satanás, y a causa   de la muerte  de Jesús se establecerá  una hostilidad implacable  entre el mundo  y los discípulos    que siguen a Jesús.

Si, por consiguiente, los corazones  de los discípulos  se agitan  ante la partida de Jesús, no se trata de mero sentimiento, sino que  ello forma parte  del combate  dualista entre Jesús y el príncipe de este mundo. A la luz de esta situación, la exhortación  que Jesús  les dirige  para que tengan   fe en él  es algo  más que  una petición  de un voto de confianza: la fe  de los discípulos  vence al mundo.  

            En la muerte de Jesús  es expulsado  el príncipe   de este mundo: “Os he dicho estas cosas  para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero  ¡ánimo!:          yo he vencido al mundo.» (Jn 12, 31) 

            Creed  en Dios: creed también en mí. Creer en Dios: es participar   de su firmeza. En los versículos  finales se explaya más esta idea.

Para tranquilizar a los discípulos  con respecto a  su partida, Jesús  les dice  que en la casa  de su Padre   hay muchos  aposentos ( mone, v. 2), que  marcha a prepararles  un lugar ( topos, vv.2-3)  y que retornará  para llevarlos  consigo , de forma   que estén  donde  Jesús está.  

            En la casa  de mi Padre hay  muchas estancias,  de no ser así, ya  os lo había  dicho; ahora me voy a preparaos ese lugar” (v. 2)

            “Cuando   vaya   y os prepare  sitio volveré   y os  llevaré   conmigo, para que donde   estoy yo estéis también   vosotros” (v. 3)    

            No se ve que Jesús   retornara  para llevarse  a los discípulos consigo,  y si  se entiende  que aquí se alude  a una venida  al final de los tiempos  (  que hoy  sabemos  que distaba  mucho de ser  inminente), ¿  cómo podría  servir   esto de  consuelo  a los discípulos , que nunca  habrían  de ver  tal cosa?.  Por otra parte , esta promesa  parece  estar  en contra  de otras muchas  afirmaciones  pronunciadas   durante  la  Ultima Cena, en el sentido  de que Jesús  volvería, pero no  para llevar consigo a los discípulos , sino  para permanecer  aquí  abajo  con ellos.  

Si  suponemos  que los “muchos  aposentos”  de la casa  del Padre y el lugar que Jesús  va a preparar a los discípulos  son la misma cosa, ¿ qué quiere dar  a entender Jesús  cuando dice a los discípulos  que  retornará  para llevarlos  consigo, verosímilmente  a los aposentos  que les ha preparado? .

            La mejor  manera   de entender  estos versículos  es suponer  que se refieren   a una parusía  en que Jesús  habría  de retornar  poco después  de su muerte  para conducir triunfalmente  a sus discípulos  al cielo.

            Esto es lo que se creía entonces; después se ha visto que esto no es así. Debemos usar otras categorías  para intentar comprender un poco lo que Jesús les quiso decir en estos 2-3 versículos.                       

            También existe otra venida de Jesús: La inhabitación divina en la tierra. 

Algunos    comentaristas  encuentran  difícil  de admitir  la idea  de que  estas  dos visiones  diferentes  de la morada  celeste  en compañía  de Jesús  y de la  inhabitación  divina  en la tierra  pudieran  expresarse  juntas en el capítulo  14 como promesas   de consolación   que recibirán   los discípulos  después  de la partida   de Jesús, sin que se  intentara  de algún modo   reconciliarlas  o armonizarlas. 

                        Otra posible explicación:  

            La lectura  variante  de “en la casa  de mi Padre” es “con mi  Padre”, y éste  es precisamente  el sentido que tendría  la frase  al integrarse  en el panorama   teológico  de Juan  que domina  el cap. 14.  

            El retorno  de Jesús  después de la  resurrección  tendría  la finalidad  de llevar  a los discípulos  a la unión  consigo  y con el Padre, sin insistir  en que la unión  tiene lugar  en el cielo , ya  que  el cuerpo  de Jesús   es la casa  de su Padre, y allí  donde esté  Jesús  resucitado  también  estará  el Padre.

 

            Según   la expresión  griega  del v. 3, Jesús  dice  literalmente: “ Yo  volveré para llevaros  conmigo”; en la reinterpretación, estas  palabras habrían  perdido  su significado  original  de una localización  celeste. La moné  o “aposento” se habría  convertido  en la mone de 14,23: “Jesús le respondió: «Si alguno me ama,          guardará mi Palabra, y  mi Padre le amará, y vendremos a él,  y haremos morada en él”: un  punto de  inhabitación. 

Si  Jesús  ha de hacer posible, mediante su muerte, resurrección y ascensión, la unión de los discípulos  con el Padre, tendrá  que prepararles  para  esa unión  dándoles  a entender  de qué modo  será llevado a cabo. Así lo expresa  agudamente  Agustín: “Prepara   los aposentos  preparando  a los que  han de morar  en ellos.” 

 El v. 4 “Y  donde  yo voy, ya sabéis  el camino” por consiguiente, trata  de interesar  a los discípulos, por cuanto  Jesús  les asegura  que ya conocen  el camino  hacia el lugar  al que él mismo  marcha  ( al Padre), porque  conocen a Jesús.

Pero  del mismo  modo que  “los judíos”  de 7, 35 y 8, 22 no podían   entender  a dónde  iba  Jesús, tampoco  Tomás lo  comprende. En  respuesta, Jesús  ha de exponer  ahora  claramente  que marcha  al Padre y que  al mismo  tiempo  representa el camino para llegar  al Padre: “Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.      Nadie va al Padre sino por mí”  (Jn 14,6)  

Los versículos 6-11: Jesús es el camino.  

Estos versículos  explican  sencillamente  de qué  modo  es Jesús  el camino  hacia el Padre. Lo es  precisamente  porque  también  es la verdad o revelación  del Padre,  de forma  que cuando  los hombres   conocen  a Jesús,  también  conocen al Padre ( v.7)  y cuando  le ven  a él, también  ven al Padre ( v. 8). Jesús  es el camino  porque es la vida, puesto que vive  en el Padre y el Padre vive en él  (vv.10-11). Jesús   es el cauce  por el que  la vida  del Padre llega  a los hombres.            

            Trasfondo bíblico de estas afirmaciones. Existe  un variado y rico trasfondo bíblico de estas afirmaciones. No podemos detenernos   más en esto. 

            Nótese  que en estos  textos  del AT  no se habla  de un camino  hacia  la verdad, sino   que se trata  del camino de la verdad.

 Este  camino  tiene  frecuentemente  en el AT resonancias escatológicas, pues lleva  de la muerte  a la vida: “Camino de la vida, hacia arriba, para el sabio,          para que se aparte del seol, que está abajo” (Prov 15, 24)

            El Salmo 16,11 dice  que el camino  de la vida  es revelado  por Dios  al hombre: “Me enseñarás el caminó de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro,          a tu derecha, delicias para siempre”.  

            ¿  Hasta  qué punto  podemos  ver  en estos  materiales judíos  un  trasfondo  de Jn 14,6?.  

 En Juan  no se carga  el acento  sobre el aspecto  moral  del camino, como ocurre  en el  concepto  veterotestamentario del “camino  de la  verdad”;  en vez  de esto, Juan  ve en Jesús  el camino  porque  es la revelación  del Padre.

            Jesús   es el camino en un doble aspecto: primero, como  mediador de salvación; segundo, como norma  de vida.  

En la sentencia  “Yo soy  el camino”, Jesús  no se presenta  ante todo  como un guía  moral ni como  un jefe al que sus discípulos  hayan de seguir. Esto es también cierto; pero no lo abarca todo. En   16, 13: “Cuando venga él,          el Espíritu de la verdad,          os guiará hasta la verdad completa;          pues no hablará por su cuenta,          sino que hablará lo que oiga,          y os anunciará lo que ha de venir”. Repito: no se trata del camino de la verdad, sino del camino que conduce a la verdad. El  Paráclito  guía  a los discípulos  por el camino  de toda verdad. Jesús se presenta  ahora  más bien  como la  ruta única  hacia  la salvación, a la manera  de  10, 9: “Yo soy la puerta;          si uno entra por mí, estará a salvo;          entrará y saldrá          y encontrará pasto” Ello  es así  porque Jesús  es la verdad, la  revelación única  del Padre que es el término del viaje.  

            Nadie  más que  Jesús   ha visto  al Padre: “A Dios nadie le ha visto jamás:           el Hijo único,  que está en el seno del Padre, él nos lo da a conocer” ( 1, 18);  Jesús  nos comunica  lo que vio  en la presencia  del  Padre: “Yo hablo    lo que he visto donde mi Padre;          y vosotros hacéis          lo que habéis oído donde vuestro padre.»  (8, 38) Jesús  convierte  a los hombres  en hijos de Dios, al que  desde ahora  pueden  llamar  Padre 

            Al decir  de sí mismo  que es la verdad, Jesús  no da una definición  ontológica  conforme  a unas categorías trascendentales, sino  que se  describe  a sí mismo  en términos  de su misión  entre los hombres. 

 “Yo  soy  la verdad” ha de  reinterpretarse  a la luz de 18, 37: “Entonces Pilato le dijo: « ¿Luego tú eres Rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey.      Yo para esto he nacido          y para est he venido al mundo:          para dar testimonio de la verdad.      Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»

            La fórmula  joánica  va mucho  más allá  de decir  simplemente  lo que hace  Jesús, pues  explica  lo que es  Jesús en relación  a los hombres.

 Refleja  además  lo que  Jesús  es en sí mismo;  toda la insistencia  joánica en  “lo  verdadero”  sería  vana si lo  que Jesús  es en relación  a los hombres  no constituyera  un indicio   genuino  de lo que  Jesús  es en sí mismo.

            Si Jesús es el camino en el sentido  de que es la verdad y hace posible  así a los hombres el conocer  su fin último, es también  el camino  en el sentido de que es la vida.  

            Una vez más  se describe  a Jesús  en términos  de su misión  entre los hombres: “El ladrón no viene          más que a robar, matar y destruir.      Yo he venido          para que tengan vida          y la tengan en abundancia” ( Jn 10, 10) El destino del  camino  es la vida  con el Padre; el Padre  ha otorgado  esta vida  al Hijo: “Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo,          así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo” ( Jn 5, 26), y por  ello  sólo  el Hijo  puede  darla  a los hombres que creen  en él: “Yo les doy vida eterna          y no perecerán jamás,          y nadie las arrebatará de mi mano” ( 10, 28).

Si Jesús  es el camino porque   es la verdad y la vida, la “verdad” y la “vida” no son términos   simplemente coordinados, pues la vida llega  a través  de la verdad. Quienes    creen   en Jesús   como revelación  del Padre hecha carne ( y esto  es lo que significa “ verdad”),  reciben  el don de la vida, de manera   que las palabras  de Jesús  son la fuente  de la vida: “Las palabras  que os he dicho son Espíritu   y vida” ( 6,63): “Quien  oye mi   mensaje  y da fe  al que me envió, posee  vida eterna” ( 5, 24). El uso  del artículo  definido  ante  los tres  sustantivos  empleados en el v. 6  implica  que Jesús  es el único   camino  hacia el  Padre.  

            Los vv. 7-11 no son  más que  un comentario  a las relaciones   de Jesús  con el Padre,  expresadas de forma lapidaria  en el v. 6: “Nadie va al Padre sino por mí.”  

v.7       Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre;   desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.», el tema es: el conocimiento  de Jesús equivale  al conocimiento del Padre. Hay un principio griego: conocimiento de  lo semejante  por lo semejante. El tema de conocer a Jesús  y así  conocer  al Padre  de Jn 14, 7 aparece   también en el llamado  logion  joánico de los sinópticos  ( Mt 11, 27; Lc  10, 22) “ Al Hijo  lo conoce  sólo el Padre y al Padre  lo conoce  sólo el  Hijo  y aquel  a quien  el Hijo  se lo  quiere  revelar”

            La aparición  de este tema  en el discurso  final  refleja  el ambiente  saturado  de la idea  de alianza  en que se desarrolla  la Ultima Cena.  

            El verbo “conocer”, en el sentido  de “reconocer”,  pertenecía  al lenguaje  de las alianzas   en el Próximo  Oriente.  Se usa   en la Biblia  aplicado  al reconocimiento  de Yahvé  por Israel como único  Dios  y soberano: “Les daré corazón para conocerme, pues yo soy Yahveh, y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, pues volverán a  mí con todo su corazón” ( Jeremías   24,7)  hace  del conocimiento   o reconocimiento  de Yahvé  una parte  de la nueva alianza.

            El Jesús   joánico, como autor  de la nueva alianza con los discípulos, insiste  en que ellos  le han  de conocer incluso  como Israel  conoció a Yahvé. Pues   “ya  desde ahora”  los cristianos   habrán de  reconocer  a Jesús como  “Señor  mío y Dios  mío” (20, 28).

Una vez  más los discípulos   sufren   un malentendido. Jesús habla   de conocer   y ver  al Padre, pero ellos   nunca han visto  al Padre. (v. 8)

            Resulta   difícil  explicar  qué es lo que  pretende  ver Felipe, cuando dice: “Señor, muéstranos al Padre” Es posible  que,  en la situación  histórica prepascual, hayamos  de pensar  que Felipe  se refiere  a las grandes teofanías   a Moisés  y Elías  en el Sinaí: “Entonces dijo Moisés: «Déjame ver, por favor, tu gloria.» (Exodo 33, 18) ¿No pensará  acaso   también en las visiones  de la corte  celestial  que contemplaron  los profetas? 

            En cualquier caso, la pregunta  da oportunidad a Jesús para explicar   claramente   que tales   teofanías  y visiones  son inútiles  ahora  que la Palabra, que es Dios, se ha hecho  carne.  Al  ver a Jesús  se ve a Dios. Se  trata aquí   de una elevada cristología, si bien, cuando  Juan  insiste  en la unidad  de Jesús  y el Padre, ello se refiere   primariamente  a la misión  del Hijo  entre los hombres, y sólo  secundariamente  tiene  connotaciones metafísicas   acerca  de la vida  dentro  de la divinidad.

            Es necesario tener presente  que la equivalencia  entre el Padre  y el Hijo se expresa en  gran parte  con un lenguaje  procedente  de la concepción  judía  de que el enviado  es absoluto  representante  de quien  le envía.  

            Jesús  es una agente  que es también  el Hijo de Dios, por lo que Juan  profundiza  la relación  legal  del agente  y del  que le envía  hasta  convertirla  en una relación  de semejanza  en cuanto  a la naturaleza.              

Los dos últimos versos  del v. 10: “Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta;          el Padre que permanece en mí es el que realiza las   obras.”, unen  palabras  y obras  como testimonio  de la unión  de Jesús  con el Padre. En 8, 28: “Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre,  entonces sabréis que Yo Soy,          y que no hago nada por mi propia cuenta;          sino que, lo que el Padre me ha enseñado,          eso es lo que hablo.”  Y en 12, 49-50: “porque  yo no he hablado por mi cuenta,  sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y  yo sé que su mandato es vida eterna.   Por eso, lo que yo hablo          lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí.» 

            En consecuencia, y precisamente  porque  ni  sus palabras  ni sus  obras  son suyas, esas palabras  y esas obras  están  diciendo  a los hombres  que Jesús  mantiene una   relación  íntima  con el Padre.  

El v. 11  repite  el v. 10 con una llamada  más directa  a creer. Los dos  motivos   para  esa fe ( “Creedme”; “ Al menos  creedme   por las obras mismas”)  no son   completamente    distintos, ya que  en ningún   de los  dos casos   se recurre  a  las obras  milagrosas   simplemente como  credenciales  extrínsecas de la misión  de Jesús. La fe auténtica  en   las obras  implica  la capacidad de entender    su significado  como signos, la capacidad  de ver  a través  de ellas, lo que  están revelando, es decir, que   son a la vez  la obra del Padre  y del Hijo, que son uno mismo , y que,  por tanto, el Padre está  con Jesús  y Jesús   está  con el Padre.  

El v. 12” En verdad, en verdad os digo:          el que crea en mí,          hará él también las obras que yo hago,          y hará mayores aún,          porque yo voy al Padre  sirve  de transición  entre el tema  de la fe ( vv. 10-11) y el  tema  de la ayuda  que se recibe   de Dios  ( vv. 13-14).

            La fe  en Jesús  dará  al cristiano  el poder  de realizar, porque  Dios se lo otorgará, las mismas  obras  que realiza Jesús, ya  que,  al unir  al hombre  con Jesús  y con el Padre, la fe  le concede  participar   en el poder   que ellos  poseen 

            La promesa   adicional    de que  el creyente   hará  obras aún mayores” se explica  en la situación diferente  que seguirá  a la resurrección.  

La idea  de que  los discípulos   recibirán  el poder  de realizar  obras  milagrosas  aparece   en numerosos  textos  del NT. El v. 12, con su afirmación rotunda de  que el creyente realizará  obras  aún  mayores que las  de Jesús, se parece  a Mt  21, 21: “Jesús les respondió: «Yo os aseguro: si tenéis fe y no vaciláis, no sólo haréis lo de la higuera, sino que si aun decís a este monte: "Quítate y arrójate al mar", así se hará.”. 

            No quiero terminar la homilía sin referirme de una forma explícita a la Oración  después de la comunión. “Ven, Señor, en ayuda de tu pueblo, y, ya que nos has iniciado  en los misterios de tu Reino, haz que abandonemos  nuestra antigua  vida de pecado  y vivamos, ya desde ahora, la novedad de la vida eterna”