Solemnidad de la Ascensión del Señor, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD    

 

 

La Iglesia primitiva no conoció la fiesta de la Ascensión del Señor. Fue la Liturgia, la que posteriormente ha ido  separando y dividendo los diversos acontecimientos; pero conservando la visión total del Misterio.  

            Quizá por un sentido de devoción  tendamos a aislar ciertos acontecimientos del Señor  para darle  mayor importancia, para prestarle mayor atención. Con la Ascensión del Señor puede suceder esto; de aquí que nuestra actitud sea más estática, adorante, silenciosa, contemplativa  sin querer olvidar   su significación en unión con los demás acontecimientos del Señor. Nuestra psicología, nuestra forma de ser, pretende  admirar  la Resurrección- Ascensión del Señor- Exaltación a la Derecha del Padre  como tres hechos consecutivos, dignos de la máxima celebración; la Teología,  los Evangelios, al mirar estos hechos, los contemplan como unidad. 

            .                                   El Nuevo Testamento nos habla del hecho de la Ascensión del Señor: “Dicho esto, lo vieron levantarse  hasta que una nube se lo quitó de la vista” (Hechos de los Apóstoles, 1, 9).

            “El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios” (Evangelio de Marcos, 16, 19)

            “Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo” (Evangelio de San Lucas, 24, 50)            

            En los Hechos de los Apóstoles (Obra del evangelista Lucas)  se narra que este acontecimiento tuvo lugar a los cuarenta días “Se les presentó  después de su pasión, dándoles numerosas pruebas  de que estaba vivo y, apareciéndoseles  durante  cuarenta días, les hablo del reino de Dios”  (Libro de los Hechos 1, 3)

  Este pasaje del Libro de los Hechos  es la única  fuente neotestamentaria  que fija una diferencia de tiempo entre la Resurrección y la Ascensión; que se trate de cuarenta días precisamente  es un dato  que no está  atestiguado  en ningún otro lugar  antes del siglo IV.

            Esta presentación lucana en Los Hechos: separar la Resurrección de la Ascensión, difiere  radicalmente  de la que nos dan los otros evangelistas  y, sobre todo, Pablo; para estos últimos, lo absolutamente  nuevo, lo definitivo, ya ha empezado con la resurrección de Jesús.

            Al señalar los cuarenta días desde la Resurrección a la Ascensión seguramente  existe la voluntad de establecer  un paralelismo con los cuarenta días  que Jesús  pasa  en el desierto antes de iniciar  su actividad en Galilea (Lc 4,2).

 

            Es muy importante saber qué se entiende por Ascensión del Señor, su significado, su contenido. La Ascensión hace referencia directa a Jesús. Es un acontecimiento que toca de lleno al Señor. También nosotros quedamos favorecidos por este suceso. La Eucología  nos los recuerda de una forma expresa y clara.

           

            El día de hoy es el triunfo de Cristo, la fiesta de su victoria. El Señor  tiene bien merecida  esta apoteosis  triunfal.

            Analizamos  los textos de la Liturgia de la Palabra de esta solemnidad.  

            Hoy leemos  el principio  del libro de los Hechos de los Apóstoles y el final del evangelio de San Mateo, que no habla de la Ascensión, como lo hacen  los  dos sinópticos  restantes: Marcos y Lucas.

   La Ascensión  del Señor,  efectivamente, es el  fin de la permanencia visible de Jesucristo en la tierra, entre los discípulos, y es el principio  de una nueva  forma de presencia del Resucitado en medio de la comunidad  creyente, de la Iglesia. La Ascensión  del Señor  cambia  la manera de presencia del Resucitado en nosotros.

San Lucas en el libro de los Hechos  tiene mucho interés  en señalar  un punto cronológico, contable, referencial: a los Cuarenta  días  tuvo lugar  el hecho de la Ascensión. Según la cronología  humana   la Ascensión es el término de la “era” de Jesucristo, contado en el Evangelio; con Pentecostés  comienza  la etapa de la Iglesia, cuyo protagonista es el Espíritu Santo en sus diversas manifestaciones.  

            San Pablo en la Carta a los Efesios, que es la segunda Lectura de hoy,  proclamará:”...El Dios del Señor  nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria,... resucitó a Cristo de entre los muertos, sentándolo  a su derecha  en el cielo...” No nombra  el hecho de la Ascensión, pues  contempla la unidad   más que las partes. El teólogo  se fija en la unidad; el místico, el espiritual, el pedagogo  más en las partes, que integran la unidad.

            El sentar a uno a su derecha indica el honor  máximo  concedido por un magnate. Aquí  indica  la exaltación  de Cristo a la máxima  soberanía  en la que recibe el título  de “Señor”. 

            Esta fiesta constituye  además un día de júbilo para nosotros. La glorificación  del Señor  en su Ascensión  trae consigo  la elevación de la naturaleza  humana, es también nuestra propia  glorificación. Este es un pensamiento  que ha marcado  una huella  profunda en los escritos de los Padres de la Iglesia. La Ascensión  es, pues, la fiesta de la gran esperanza de los seguidores de Jesús de Nazaret.  

            Leemos en la Oración Colecta “Porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra  victoria, y donde nos ha  precedido  él, que es nuestra cabeza, esperamos  llegar también nosotros  como miembros de su cuerpo

            En el II Prefacio de la Ascensión la Iglesia  declara una gran verdad:”... fue elevado  al cielo para hacernos  compartir su divinidad...”  

            La Liturgia de la Palabra desarrolla largamente la repercusión que tiene en nosotros la Ascensión del Señor; este aspecto queda muy bien insinuado en la Carta a  los Efesios (lectura segunda de la Misa).

            “Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé  espíritu  de sabiduría  y revelación  para conocerlo”. Este conocimiento no es el conocimiento  conceptual de los hechos en que insistían los griegos. Este pasaje de Ef. no denota simplemente conocer el plan de Dios, sino conocerle a  él, tener una experiencia  del gran amor de Dios a los hombres en Cristo.

            “Ilumine  los ojos de vuestro corazón  para que comprendáis  cuál es la esperanza a la que os llama, cuál  la riqueza  de gloria  que da en herencia a los santos  y cuál la extraordinaria  grandeza de su poder para nosotros 

            “La expresión los ojos de vuestro corazón”  debe ser entendida en el marco de la cultura  semita según la cual el corazón  no es sólo  la sede de los sentimientos, sino de todas las facultades  superiores, especialmente del conocimiento. Pero  también es  verdad que para  el semita, mucho más que para nosotros  occidentales, conocer, sentir, querer e incluso actuar  forman  un todo  indivisible. El corazón, pues, tiene latidos  que sienten  y aman, pero también  ojos que se  iluminan  y ven.  

            La Ascensión del Señor también alcanza a la Iglesia: “Y todo lo puso bajo sus pies  y lo dio a la Iglesia, como  Cabeza, sobre todo. Ella, es su cuerpo, plenitud del que  lo acaba  todo en todos “(De la carta a los Efesios).

            La Iglesia  es plenitud  del que llena totalmente el universo. El  término  griego “pleroma” puede  tener sentido activo (la Iglesia  llena a Cristo), o sentido pasivo (la Iglesia  es llenada por Cristo). En nuestro  caso  incluye  las dos: La  Iglesia llena a Cristo, como  el cuerpo  humano completa  la cabeza, sin cuyos miembros  ésta no puede  ejercer sus funciones. Y es llenada por Cristo  porque le comunica su gracia  capital, todos sus dones.

            Ante el hecho de la Ascensión del Señor, la Iglesia se siente  misionera. “ID al  mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación “(Final del Evangelio  de Marcos  y Mateo). En el libro de los Hechos se anuncia  cómo la Iglesia, los discípulos, después de la Ascensión del Señor, deben ser sus testigos “Cuando el Espíritu  Santo descienda  sobre vosotros, recibiréis  fuerza para ser  mis testigos en Jerusalén, en toda  Judea, en Samaría  y hasta los confines  del mundo”              

            El Evangelio de Lucas está en conformidad con los demás evangelios sinópticos  al decirnos cuándo Jesús abandona este mundo: la tarde de Pascua; en Hechos después de cuarenta días.

            Desde el punto de vista teológico es evidente  que la ascensión  de Jesús  y, su entrada  en el cielo, sucedieron  al mismo tiempo  que la resurrección.                         .

            Nosotros que somos humanos necesitamos separar casi visiblemente los Misterios del Señor; de aquí la acentuación de la Ascensión del Señor a los cuarenta días, narrada en el Libro de los Hechos  (de la Iglesia); aunque somos humanos no debemos olvidar que tenemos que aprender otro lenguaje, el lenguaje de Dios, de la Teología, del Misterio: que une la Resurrección-Ascensión- El estar sentado a la Derecha del Padre.

            El Evangelio es del evangelista  San Mateo, 28, 16-20, que no nombra explícitamente  el hecho de la Ascensión; pero que su lectura  nos ayuda a comprender, no  sólo el final del mismo, que en Marcos y Lucas  ocupan la Ascensión, sino todo el evangelio del Señor Jesús .  

            En estos  vv. 16-20  aparecen  los tres temas  esenciales  del primer evangelio: Cristo  revestido de  autoridad suprema; los once  discípulos, que representan  a una Iglesia  mateana dócil  a las instrucciones  éticas y misioneras del Maestro; por último   la perspectiva  escatológica, netamente  universalista, que desemboca   en el fin del mundo.

            Estos cinco versículos  constan  de tres elementos: un relato  de aparición , precedido de una localización  bastante  vaga ( vv. 16-17);  las instrucciones  del Resucitado  a los  once  ( vv. 18-20 a)  y una  promesa  del Resucitado  a los mismos  discípulos ( v. 20b)  

            En efecto, parece  importante  subrayar  que en estos  versículos  el brevísimo  relato  de la aparición  del Resucitado está en función  del mandato misional, mucho  más desarrollado.  Para nosotros  quizá la  Resurrección  aparezca más como punto de llegada, como plenitud; de aquí que la Ascensión sea contemplada como punto de llegada, como plenitud; nos parece  poca cosa como no insistir  en el hecho en sí de la Resurrección y contemplarla como punto de partida. No negamos que sea punto de partida, casi lo vemos como normal.  

 Nuestro texto no hace   alusión  a una permanencia  del Resucitado  durante    cuarenta días  en la tierra con numerosas  apariciones a sus discípulos  ni a su  ascensión. Mateo no dice nada  del tiempo  pasado  entre la resurrección  y este diálogo  en Galilea; pero   da a entender que el que  se dirige  aquí  a sus discípulos   ha recibido  ya la autoridad  suprema  en los cielos  y en la tierra.  De aquí que no tenga necesidad Mateo de hablar de la Ascensión  como parte de la Resurrección- Exaltación.  

Analizamos el v. 16: “En aquel tiempo, los Once  discípulos  se fueron  a Galilea, al  monte  que Jesús   les había  indicado”.  

 

            Leemos en Mt 28, 9-10: “En esto, Jesús les salió al encuentro (a las mujeres)  y les dijo: « ¡Dios os guarde!» Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron.

Entonces les dice Jesús: «No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.», citó  a sus hermanos  en Galilea  

  Sin  embargo, ahora  aparecen  allí solo  los once  discípulos. ¿Representan los once a la Jerarquía de la Iglesia  o a la Iglesia  como tal? Creo que no cabe esta pregunta. La distinción  será fruto de la Teología; aquí se refiere a los discípulos  como representantes de los hermanos.

Las apariciones  del Resucitado  en Galilea  solo aparecen aquí y en Jn 21, 1: “Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera”.  Para los otros evangelistas  las apariciones  tienen lugar en Jerusalén.

 La importancia de Galilea  es aquí  sobre todo  teológica: El Resucitado  vuelve a encontrarse  con sus discípulos  en el lugar  primero  y principal  de su actividad  terrestre ( sobre todo  según  Mateo y Marcos). Esto supone   una continuidad  entre el Cristo  terrestre   y el Cristo  resucitado, continuidad  que subraya   explícitamente   el v. 20ª. La resurrección  confiere  a las palabras del Maestro Galileo una autoridad  incomparable. Lejos  de apartar  a los discípulos  de las palabras  de Jesús  de Nazaret para sustituirlas  por la experiencia   más honda  de una presencia, la resurrección  las hace  “ guardar  todo lo que él  les había  encomendado” ( 20ª). 

El misal presenta así el v. 17: “Al verlo,  ellos  se postraron, pero algunos  vacilaban”

Es típicamente  mateano el   dato  de que los discípulos   reconocen  inmediatamente  a Cristo  y se  prosternan  en adoración. “Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y  le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra”  (Mt 2, 11). Expresa  el homenaje, lleno de confianza, que rinde   aquel   que ve a Dios  resplandecer  en Jesús.

            La palabra “adoración”  es frecuente en Mateo; pero quizá es pobre para expresar lo que sintieron  los discípulos.  Carguemos de contenido esta expresión para darnos cuenta de la emoción, del cariño de los discípulos.           

            Algunos dudaron, vacilaron: algunos  exégetas  cambian el tiempo indefinido por un pluscuamperfecto: ellos  que antes  habían  dudado. Creo que expresa mejor la situación esta traducción. Es cierto que en el proceso  de la fe hay momentos de duda, de zozobra; pero cuando se ha llegado a una situación determinada, punto de llegada, ya no cabe la duda. Son los últimos momentos de Jesús  con los suyos, con los once; éstos  no pueden dudar. Si con los once  queremos representar a todos, aunque no estén en aquel momento, cabe la traducción: algunos dudaron  

            “Acercándose  a ellos, Jesús  les dijo: Se me ha dado  pleno   poder  en el cielo  y en la tierra.”

 Es la forma  peculiar   de Mateo, Cristo  se acerca  a sus discípulos  y les dirige  palabras  claras  e imperativas. ¿A qué  momento  se refiere  el Pretérito  perfecto pasivo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.”?

 Se puede  pensar  bien  en el tiempo  de la  vida  terrestre  de Jesús, pues   ya entonces  ostentaba  la autoridad  de Dios para  interpretar  la ley  y socorrer  a los hombres: “Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados - dice entonces al paralítico -: "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa" ( Mt  9, 6), bien  en el momento  de su resurrección, puesto que ella   extendió  esta autoridad a toda la tierra y al cielo; bien  en un acontecimiento  que Mateo  no menciona  y que se situaría  entre la resurrección  y este encuentro  con los discípulos.

El origen   de esta   expresión  es ciertamente  daniélico y guarda  relación  con la cristología  del Hijo del hombre: “A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno,  que nunca pasará,  y su reino no será destruido jamás.” (Dn  7, 14)  

            Todo  poder  en el cielo  y en la tierra, en su   contexto  histórico, significan  que Jesús  ejerce  el poder mismo  de Dios  en todo lugar: en el cielo,  sobre  los poderes   celestes, cualesquiera  que éstos sean; en la tierra,  sobre todos  los hombres, principalmente  sobre los poderosos   de este mundo. Esta  concepción  mateana  y veterotestamentaria  será  traducida en el mundo  helenístico  por la   del señorío, pero aquí reviste  un acento  escatológico  y judicial  más pronunciado: el   Hijo  de hombre  daniélico  y mateano  recibe  todo  poder  al final de los tiempos y para  juzgar  a todos los hombres.

En la  tierra: la entronización  de Cristo  Jesús  como soberano  universal  deberá  tener  consecuencias  misioneras  y éticas muy concretas para sus discípulos.  

            “Id  y haced  discípulos   de todos  los hombres  bautizándolos  en el nombre del Padre, y del Hijo  y del Espíritu  Santo

 La Iglesia  actúa  en virtud  del encargo  recibido  de Jesús, un encargo que no tiene límites. Por su autoridad, reúne  discípulos  de todas  las naciones; no hay  por qué hablar   en adelante  de una misión  restringida  a los judíos.

Bautizándolos: Su tarea  consiste en bautizar  y enseñar. El bautismo  es un rito  de iniciación;

Bautizar  “en el nombre” significa que la persona  bautizada   pertenece  a la Trinidad.

 Parece   inverosímil  que la fórmula   trinitaria   fuese la primera que se empleó; Mt   refleja aquí una  práctica  más madura. Al Principio los cristianos eran bautizados  “en el Nombre de Cristo “; no solamente como fórmula, sino también como contenido.

Cuando se escriben los Evangelios existe ya una teología  desarrollada, por lo tanto no debemos  pararnos demasiado en las palabras, pues nos cuentan lo que sucedió hace años, cuando  se pensaba de una forma y ahora se piensa de otra, no diversa, sino evolucionada.  

“Y enseñándoles  a guardar   todo lo que  os he mandado. Y sabed  que yo estoy  con vosotros   todos los días   hasta el  fin del mundo” 

La enseñanza  desempeña   un papel  preponderante  en Mateo. Aquí  los discípulos son maestros. Este término  comporta  un acento  ético  pronunciado

Todo lo que  yo os  he ordenado  proceden    directamente del AT: “tú le dirás cuanto yo te mande; y Aarón, tu hermano, se lo dirá a Faraón, para que deje salir de su país a los israelitas.” (Exodo  7, 2).  Se trata   de la Buena Nueva, del Mensaje de  Jesucristo: sus Palabras y sus Obras. 

 Las últimas   Palabras  del Evangelio  no prometen  una “presencia”   de la que  podrían  gozar  más o menos pasivamente  algunos iniciados. A la luz   del AT «Yo estaré contigo y esta será para ti la señal de que yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a Dios en este monte” (Exodo  3, 12), es menester  entenderlas   como la promesa  de una ayuda  constante  y soberana  otorgada  a los mensajeros   de Cristo  en el mundo.

San Juan en el capítulo 14 desarrolla mucho mejor esta presencia: mediante el Espíritu.  

Concluyendo: aunque San Mateo no  habla directamente de la Ascensión del Señor, nos expone  su testamento, las últimas palabras de Jesús en este mundo. Mateo está en  la línea de los sinópticos, aunque no lo diga, a la hora de enfocar el significado de la Ascensión; se aparta de Lucas en el Libro de los Hechos al no señalar  que la Ascensión tuvo lugar a los cuarenta  días después de la Resurrección.

A nuestro corazón  le va mejor el recrearse  en la Ascensión como hecho  diferenciado, pues así se saborea mejor. A nuestra razón le gusta más  contemplar la Ascensión en su unidad, que implica: Resurrección- Ascensión- Exaltación. Esta forma de hablar es más humana, más adaptada a nuestra manera de contar, de ver, de clasificar.

Concluyamos:  

 La Ascensión del Señor  es la fiesta: del gozo exultante, de la esperanza y del compromiso. Necesitamos celebrar  esta Solemnidad para  captar su importancia. Las realidades no solo se predican, sino que también se Celebran; la celebración repercute en el ser del hombre para que éste se dé cuenta de que su Fe es vida, vigor, energía.

Si la Celebración de la Ascensión acentúa  la dimensión singular  de este hecho, no significa   que la Iglesia, la Liturgia  vaya contra la Teología, la misma  Palabra de Dios, que contempla  como unidad  la Resurrección- Ascensión- Exaltación.