Solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD    

 

 

No sobra el recordar que aquí no vamos a  hacer una exposición acerca del Dogma de la Eucaristía, sino que queremos presentar el significado de la Fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor. No son pocos los que se preguntan el por qué de esta Fiesta.  

            Queremos volver nuestra mirada a la historia para ver el origen de la misma; nos detendremos en los textos eucológicos y en la Liturgia de la Palabra. Después de examinarlo todo, nos unimos a la Iglesia en esta actitud festiva; pero señalando algunas orientaciones para una mejor comprensión de esta Solemnidad. No queremos ser raquíticos a la hora de manifestar nuestro gozo, nuestro entusiasmo, nuestro amor hacia la Eucaristía; pero deseamos saber qué celebramos para que así nuestro testimonio brote de la razón, del entendimiento  y también del corazón. 

 En estas tres grandes solemnidades, que siguen a la Fiesta de Pentecostés: La Solemnidad  de la Santísima Trinidad, del Cuerpo y Sangre de Cristo y el Sagrado Corazón de Jesús  deben unirse conjuntamente el sentimiento y el entendimiento; la razón  y el corazón. Ante la sublimidad del Misterio, el hombre puede detenerse  en una parte del mismo, no valorando e impidiendo la visión total del mismo. Nunca el hombre podrá abarcar todo el Misterio celebrado; pero nunca le será lícito anclarse en una porción del mismo. 

            En el Misal del año l570 (El misal del Concilio de Trento) esta fiesta era llamada así:”En la fiesta del Cuerpo de Cristo”. El Misal del Vaticano II, del año l970 la designa así:” Solemnidad del Santísimo  Cuerpo  y Sangre de Cristo”. Afirmamos  que ha sido acertado el cambio, la variación. Una teología nueva y más amplia se expresa ya en el título. Quizá todavía no hemos llegado a darnos cuenta de la modificación. Deberíamos esforzarnos más a la hora de dar la comunión con las dos especies. El significado de la Eucaristía  queda enriquecido, cuando es contemplado con  este nombre. 

            Es conveniente averiguar el origen de  esta Fiesta. No estoy de acuerdo totalmente con los que piensan y afirman, quizá un poco despiadadamente que el principio de este culto a la Eucaristía  sea debido a una desviación del contenido de la misma, a una falta de profundidad en el conocimiento recto de la Teología de la Eucaristía. Cuando el hombre quiere hablar con Dios, lo hace con el corazón y con la razón. Quizá queda  eclipsado, impactado por lo inmediato, por lo más palpable, lo más tangible y motivado por este impacto, no quiera seguir  reflexionando, pues le parece que ya le basta con lo que sabe. De aquí que se quede en la parte, pues le basta. 

            Resumo muchísimo este aspecto histórico, me limito a decir  que las raíces más remotas de  esta Fiesta se encuentran en la veneración  típicamente  medieval del Santísimo Sacramento. El Papa  Urbano IV prescribe la fiesta para toda la Iglesia en el año  l264.

            Está bien que digamos algo acerca de la Procesión de esta festividad, no para suprimirla, sino para saberla interpretar bien y al realizarla correctamente, nuestro culto y amor al Santísimo sean   verdaderos.  La bula de Urbano IV no habla de ella, se tiene noticia por primera vez de su existencia en el año l277 en Colonia. Quizá sería importante saber algo más, pues queda un tanto desfigurado  su sentido, su finalidad, al querer  revestirla de cierta grandiosidad  y barroquismo e intentar repetir algunas cosas, que con el tiempo se le fueron añadiendo. 

            El Misterio compromete el interior del hombre; cuando éste no tiene valentía ante este compromiso, se agarra a  otras manifestaciones, que no están mal; pero no son las acertadas. Al comienzo del movimiento eucarístico surgió  un gran deseo en el hombre medieval de ver (no comer)  la hostia; este deseo llevó a elevarla después de la consagración, quizá de una manera excesiva. Tenemos testimonio de este hecho en el año l200 en París.

            Los liturgistas distinguen entre la Fiesta-Misterio-Salvación-Acción y la Fiesta-Misterio-Idea. La Solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor pertenece a la Fiesta-Idea. Creo que es muy conveniente tener esto presente, pues de otro modo nos perdemos y no sabemos a dónde vamos.

 La Liturgia no puede expresar todo el Misterio, pues es una celebración puntual. Si esto sucede cuando se trata del Misterio-Acción, mucho más cuando esa Fiesta es una Idea, una concreción del Misterio. La Fiesta-Idea expresa y manifiesta la atención, la preocupación, la teología reinante, cuando surgió tal Fiesta. Esta recibe su interpretación del contexto en el cual aparece.

 La Piedad eucarística  medieval no parte de la acción  eucarística (de la Misa), sino que pone el acento en la veneración de las especies  eucarísticas independientemente de la celebración.

Esta incorrecta interpretación todavía la estamos viviendo.  Quizá esa falta de ilusión ante la Solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor  que algunos expresan, sea debido a esto: a una teología deficiente que motivó la existencia de esta Fiesta.

Se trata de la veneración  y de la adoración de unos de los elementos de la acción eucarística, esto es del pan consagrado.

Esta visión limitada e insuficiente se agrava todavía más, cuando esta Fiesta conmemora más la institución del sacramento (que tuvo lugar el Jueves Santo) que el acontecimiento pascual, en el  cual tuvo lugar la institución; ésta queda aislada, como un hecho independiente. Lo importante para esta Fiesta  es la presencia estática  y no la presencia dinámica, el aspecto esencialista (la presencia del Señor en las especies consagradas) y no el existencialista, vital, compromiso.   

            En la  Bula de Urbano IV de l264 se  expone una teología de la Eucaristía correcta, fundamentada en la tradición; pero al exponer lo que se pretende con la Fiesta, [que es lo que motiva la institución de esta Celebración,] se percibe una restricción  y aislamiento   teológico. Preferentemente  se trata de recordar solemnemente, una vez al año, la institución de la Eucaristía, como algo muy importante; pero  desconectado.

Nunca se debe separar la doble “traditio” del sacramento y la “traditio” del Señor a la muerte, si queremos comprender y valorar debidamente la Eucaristía.

            La  idea, el aspecto de la Eucaristía que se quiso acentuar con la Fiesta del Cuerpo del Señor, no  respondía a la sana teología de la Eucaristía, expresada en los formularios litúrgicos. La Oración Colecta, de las Ofrendas y  después de la Comunión  del Misal del l570 han pasado a nuestro Misal. Después analizaremos la Oración primera. En el misal del concilio  de Trento el prefacio de esta Fiesta era del común, pues no tenía ninguno propio. La celebración hoy de esta Fiesta dispone de dos prefacios, que son acerca de la Eucaristía.

            En el Misal del año l570 existía una Secuencia, que en la parte central (estrofas l0-20) representa  una composición  poética  doctrinal-dogmática, en la cual viene afirmada  la verdad de la transustanciación  o de la presencia  completa de Cristo en toda especie, (idea clave de la Fiesta). Hoy es libre la proclamación de esta Secuencia.  

            En el Misal del año l570 solo existían dos lecturas: l Cor ll, 23-29  y Jn 6,56-59; hoy tenemos 9 lecturas: tres para cada ciclo .Estas lecturas han ensanchado el ángulo de visión a la hora de contemplar la Eucaristía.

            Antes de pasar a examinar la Teología de la Eucaristía, expresada en la Liturgia de la Palabra y en los textos eucológicos, insinuamos una vez más lo siguiente: lo que se quiso conmemorar, celebrar, festejar con la Fiesta del Cuerpo de Cristo  es un aspecto de la Eucaristía, que empobrece la recta comprensión de la misma .Es de lamentar  que se siga olvidando todo el conjunto eucarístico, quedándonos en una parte. 

            Ha sido la procesión del Santísimo Sacramento la que ha ayudado a favorecer la comprensión popular de esta Fiesta (pobre en sus motivaciones). Con la procesión  la fiesta del Corpus Christi llega a ser la fiesta de la veneración  del Señor  bajo la especie del pan. El  Concilio  de Trento (muy condicionado)  y el período postridentino  han consolidado  y acentuado  más esta teología limitada de la Fiesta.  

            Todo lo dicho hasta ahora, de por sí no entra  en una homilía, aunque  creo que es muy importante. Lo que vamos a expresar desde este momento es el verdadero comentario a la Fiesta que celebramos.            

            Es interesante saber qué teología  acerca de la Eucaristía se  desprende de la Eucología. Sólo   indicamos  lo referente a la oración Colecta.

                        “Oh Dios, que en este sacramento admirable  nos dejaste el memorial  de tu pasión;

            Te pedimos nos concedas venerar  de tal modo  los sagrados  misterios de tu Cuerpo  y de tu Sangre,

            Que experimentemos constantemente  en nosotros el fruto de tu redención” (Oración Colecta)

            Hemos recordado que esta bella oración ha pasado del misal del año l570 al Misal actual. No  queremos alargarnos; pero señalamos que la teología que se expresa  es correcta e ilumina el significado de la Fiesta. Ambienta  perfectamente  la Institución de la Eucaristía en una dimensión dinámica, abierta y no solo esencialista.

            Esta oración nos puede ayudar a celebrar  bien la Fiesta del Cuerpo y Sangre de  Cristo.

            Expongamos la Teología  sobre la Eucaristía, que brota de la Liturgia de la Palabra, propuesta por la Iglesia.

           

 Primera Lectura: Deuteronomio 8, 2-3. 14b- 16a  

            La Primera lectura  está tomada  del  capítulo 8 del libro del Deuteronomio. No vamos a analizar  todo el capítulo, sino sólo los cinco versículos elegidos  y que nos ayudan  a comprender  el Gran Misterio de la Eucaristía en sus múltiples  aspectos.

             El capítulo 8  se ocupa del recuerdo del Exodo  y de la estancia  en el desierto y también de la posesión  de la tierra Prometida. Se trata  del final  de una etapa que  comenzó  con la alianza  en el Horeb, y el  principio de otra, que se comienza  con la alianza  en Moab.   

 La primera   mitad  del capítulo  (vv. 2-10)  cuenta   una historia   parecida  a la de la  segunda   mitad (vv. 12-18). La primera  la cuenta   para recordarnos  la gracia del Señor  en el Desierto y que lo  bendigamos, se trata  del final de una etapa,  mientras  la segunda    nos la cuenta  para advertirnos  que no  seamos arrogantes  y no olvidemos  al Señor, se comienza  otra etapa.

Al hacer una mirada retrospectiva del pasado, nos damos cuenta  de lo siguiente:

Fue el   Señor  el que dirigió   la marcha   por el desierto  durante   cuarenta   años  para humillar   al pueblo  de Israel, poniéndolos  a prueba  para saber  lo que había  en su corazón, si  cumplirían  o no  sus mandamientos ( v. 2; cf. v. 16)

            Fue el Señor  quien   les dio maná   en el desierto. Lo importante  es que  el Señor  alimentó  a Israel  con pan  del cielo. Entonces, Israel  tuvo que  caminar  por el desierto  durante   cuarenta  años, pero  no le faltó nada.

El Señor   les probó   para conocerlos  ( v. 2), pero  fueron  ellos los que  aprendieron   que no se  vive  sólo  de pan, sino de cada  palabra que sale  de la boca  del Señor.

 Todo esto es pasado, salpicado por la providencia de Dios, manifestada  en su poder liberador  y en  su  generosidad  en el Desierto.

Quizá nos resulta un tanto extraño  por su reduccionismo el v. 2. La intervención de Dios no solamente tiene  una finalidad  pedagógica, sino también  reveladora  no sólo  de qué es el hombre, sino Dios.   

Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh. Este versículo justifica la elección de este texto para la Solemnidad del “Cuerpo y Sangre de Cristo”.  

Nos sentimos un poco  desconcertados  de la lógica  y del razonamiento  de este versículo, que es verdadero; pero que nosotros esperábamos  otra finalidad. En medio del hambre  del hombre, Dios se hace presente, providente, alimentando  su cuerpo  con el pan. El hambre del hombre  acerca de Dios  no es solamente  de tipo somático, sino de abertura  ilimitada a la voluntad de Dios. Dios   alimenta nuestros cuerpos  con el pan; pero seguimos  teniendo hambre, pues nuestro ser no se sacia  con algo menos que infinito. Los místicos  hacen la mejor exégesis de  este versículo.  

La Eucaristía  será  bien entendida (dentro de lo posible), cuando es considerada  como expresión del querer de Dios, de su Voluntad. 

El pasado no fue halagüeño; pero fue transparente  de la Presencia de Dios, que no olvidó a su pueblo.

El presente-futuro  es más radiante, luminoso, prometedor, incluso tentador, que puede hacer que el hombre olvide a Dios.  

No comprendemos  por qué la Liturgia  no ha tomado también el v. 14 a: “Que no se engría  tu corazón  ni te olvides  del Señor tu Dios”. El versículo 14 a nos da la pauta para poder comprender el futuro del pueblo de Israel.  

 La tierra de Canaán, tema central  en este capítulo, contrasta  con el desierto  y con el país  de Egipto. Egipto  simboliza  la esclavitud; es el país  de donde  el Señor  hizo salir  libre  a su pueblo (Dt 8, 14). El desierto, a su vez, es el lugar  baldío, donde  el Señor  tiene que hacer salir  agua de la roca (Dt 8, 15) para que su pueblo pueda continuar  con vida. En la tierra  que ahora   les va a dar  en posesión, no tendrá que  repetir  el milagro; la misma tierra es un milagro, pues no  sólo   manará   en ella  agua 

abundante, sino que manarán   leche  y miel,  y en ella  podrán  disfrutar   los israelitas  de toda clase  de bienes ( Dt 8, 9.12-13). Por eso  ellos   deben  reconocer  que todos   estos   bienes  proceden  del Señor, y  que no sólo  de pan  vive   el hombre, sino de todo  lo que   sale de la  boca  del Señor ( Dt 8, 3), esto es,  de su palabra, de sus mandamientos  ( 8, 26).

 La experiencia   del desierto   se aduce  como lección  para  la  vida en la tierra  de Canaán. De los caminos   del desierto,  a los  caminos  de Dios. De él  brota  la vida. El es su  fuente  última.

Dios no es solamente Dios, cuando suple las carencias del hombre; sino también cuando el hombre  con su trabajo tiene riquezas, tiene poder.

El Pan será siempre  signo del Dios providente, pues alimenta; pero también será signo de un Dios  creador, que dirige la historia, respetando la autonomía del hombre,  

El ciclo producción-consumo  se explica  a sí mismo, se justifica  y se cierra a la  intervención  de Dios. Su   explicación  adecuada   es la fuerza  y el talento  humano  aplicados  a una tierra  buena. Dios desaparece   del horizonte   práctico: es olvidado; no es necesario ni para realizar  el proceso  ni para  explicarlo.

Contra  la tentación  del olvido, el autor  propone  el remedio  de la memoria, no sólo  del Señor, sino también  de su acción  histórica. Se remonta   al momento  crítico  en que  los israelitas  van a entrar   en la tierra. 

El pueblo  ha de recorrer  tres etapas encadenadas: recordar, reconocer, guardar. Recuerda  tres aspectos del desierto, cada  uno  con su explicación  teológica: camino, comida, vestido.  

Podríamos decir que es un texto muy afortunado y bien traído. La Eucaristía no solo es presencia  de Dios adorante, sino también operante. El Pan, símbolo de la Eucaristía, abarca y expresa  toda la intervención de Dios a favor de su pueblo,  que recuerda, reconociendo a Dios en el pasado; también lo debe reconocer  en el presente, aunque su presencia  adquiera  otros matices: la autonomía  del hombre no debe eliminar  la presencia  del buen Dios, sino que la reclama.

 

Salmo 147, 12-13. 14-15. 19-20  

 Estribillo: “Glorifica al Señor Jerusalén “

Himno de alabanza  y acción  de gracias a Dios. Los vv. 12-20: Dios en la creación  y en su pueblo

v. 14: te sacia  con flor  de harina.  

 

2ª Lectura: 1 Cor  10, 16-17 

La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? 

Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan

 

10, 16-17: en estos  versículos  San Pablo  nos ofrece una  densa   enseñanza   sobre la eucaristía  como comunión  con Cristo  y con los hermanos. Se expresa  y afianza  una especie  de parentesco  “carnal”  de “¡con-sangui-nidad!” misteriosa  con el Señor. 

 La copa   de bendición  procede   del ritual judío  y es  transformada por Jesús (Lc  22,  19-20). La copa   de bendición: la tercera  copa  ritual  de la cena  de la Pascua, sobre   la que se  pronunciaba  la bendición, se llamaba  copa de bendición. 

El pan  que partimos: los  primeros cristianos  llamaban  a la eucaristía “fracción del pan”· Comunión: koinonía, “unión” 

Al comer  el pan   y al beber la copa, los cristianos   se unen a Cristo (no simplemente lo adoran)  en unión  íntima, porque   la eucaristía   es su cuerpo y su sangre. De  esta unión  eucarística se deriva  la unión  real de todos   los fieles, unos con otros, en un  solo cuerpo. 

 El bautismo  incorpora  al cristiano  en el cuerpo  del Señor  resucitado; la eucaristía, en la que  cada comulgante   recibe  el cuerpo  de Cristo,  robustece  y estrecha  esta unión. La eucaristía   es, por consiguiente , el  sacramentum  unitatis   ecclesiae ( Agustín) , y cuando  recibimos  el pan  eucarístico , Cristo   nos asimila  y nos   transforma, haciéndonos  cuerpo suyo. 

Al Celebrar la Solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor  debemos tener presente todo lo que se desprende  de las lecturas elegidas. Es necesario que se den la mano las dos teologías: la bíblica  y la teología escolástica, propuesta especialmente  en la Eucología.

 

Evangelio: Jn. 6, 51-58: Discurso Eucarístico. Lectura evangélica del día.  

            Existe  también en este mismo capítulo un discurso sobre el pan de vida: 35-50. 

No debemos olvidar,  sino tener muy presente que existen dos desviaciones  posibles, de las cuales debemos escapar.

No se debe caer en el “Sacramentalismo”. Los sacramentos  exigen la fe y la aumentan. Tampoco debemos  ser víctimas del fideísmo. Este error  proclama  la importancia de la fe sin necesidad  de los sacramentos. 

Una lectura parcial  de los versículos  51-58 podría inducirnos  a una sobre valoración  de los sacramentos: comer el cuerpo del Señor, beber su sangre. Lo mismo  sucedería  con los versículos  35-50 al  ensalzar  demasiado la fe sin los sacramentos.  

            El capítulo 6 de San Juan  es una verdadera apología de  la fe y del  sacramento. Vamos a estudiar   los versículos, propuestos  por la Liturgia de la Palabra de la Eucaristía de esta Solemnidad, ciclo A.

            No es un atrevimiento el decir que estos versículos  en su origen  no ocupaban este lugar, sino que su  sitio adecuado sería en el capítulo 13, capítulo  pronunciado en la Cena Pascual. No era posible  que Jesús  pronunciase  este discurso en la sinagoga de Cafarnaún              

 El tema  eucarístico, que ocupaba  un lugar  secundario  en los vv.  35-50, pasa ahora  a primer  plano y se convierte   en tema exclusivo.

            Ya no se dice  que la vida   eterna está condicionada  a tener fe en Jesús, sino  que  depende  de que se coma  su carne  y se  beba su sangre. (v. 54) 

            Debemos  señalar a  pesar de todo  que los vv.  51-58  presentan  una  notable   semejanza   con los vv. 35-50, en ellos   aparece un nuevo  vocabulario: “comer”,beber”, “carne”, “sangre”.

            Hay  dos indicios   llamativos   de que  se piensa  en la Eucaristía. El primero  es la  insistencia  en la idea  de comer  la carne   de Jesús  y beber  su sangre.    

            Para que  las palabras   de Jesús  en 6, 53 “Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre,  y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” puedan interpretarse  en un sentido  favorable, han de   referirse  a la Eucaristía. Reproducen  sencillamente  las palabras   que escucharon en el relato  sinóptico  de la institución  de la eucaristía (Mt  26,26-28)  

            El  segundo   indicio  de que se trata  de la Eucaristía   es la fórmula   que aparece  en el v. 51 : “ El pan  que voy  a dar  es mi carne, para  que el mundo  viva”. Estas palabras se parecen   a la fórmula  lucana de la institución: “Esto  es mi cuerpo, que se entrega  por vosotros.

            Antes  de presentar  el mensaje de los versículos  de este texto, recordamos algunas  cosas  importantes, que nos pueden ayudar en esta comprensión.  

            Carne  y sangre  equivale  a la totalidad   del hombre:” Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16, 17); “Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos: ni la corrupción hereda  la incorrupción” (1 Cor  15, 50)

            La articulación  en dos   elementos  constituyentes  permite  el simbolismo  del comer  y beber.

 Ahora  bien, semejante  doctrina   se aparta violentamente   del AT: porque  “comer la carne  significa  hostilidad  destructiva: “Cuando se acercan contra mí los malhechores a devorar mi carne,  son ellos, mis adversarios y enemigos,   los que tropiezan y sucumben.” (Sal 27, 2), canibalismo    desesperado “Les haré comer la carne de sus hijos y la carne de sus hijas, y comerán cada uno la carne de su prójimo, en el aprieto y la estrechez con que les estrecharán sus enemigos y los que busquen su muerte.» (Jer. 19, 9)  

Ser  comida  la carne  y bebida  la sangre  es el final  macabro  de un suceso:   “En cuanto a ti, hijo de hombre, así dice el Señor Yahveh: Di a los pájaros de todas clases y a todas las fieras  del campo: Congregaos, venid, reuníos de todas partes para el sacrificio que yo os ofrezco, un gran sacrificio  sobre los montes de Israel; comeréis carne y beberéis sangre” ( Ez  39, 17) 

            Por otra parte, consumir la sangre, sede de la vida, estaba   severamente  prohibido: “Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre,” (Gen. 9, 4)            

            No  es extraño  que la enseñanza  de Jesús  escandalice.

Este pasaje  es un eco  del logion   consignado  por Pablo  en 1 Cor 11, 24: “y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» (1 Cor  11, 24)  

            Nótese que Jn  pone en labios  de Jesús  el término “carne”, mientras  que en Pablo  y en la tradición  sinóptica  el término  eucarístico  es “ cuerpo”.

                        Muchos investigadores   afirman  que en la última  cena   Jesús hubo  de decir  el equivalente  arameo  de “esto es mi carne”.  

            Presentamos  el mensaje  de  estos versículos:  

Yo soy el pan vivo, bajado del cielo: aquí bajado del cielo incluye  la encarnación-muerte-sepultura-resurrección y exaltación. El pan vivo  el mismo  Jesús: su carne-cuerpo y su sangre (Plenitud).

            Si uno come de este pan, vivirá para siempre: hay dos escatologías: una ya realizada (de la cual habla mucho San Juan) otra es una  escatología final (también habla de la misma  el evangelista  teólogo). Aquí Jesús se refiere  a las dos: vivir espiritual  ya, aunque todavía no. Podríamos acentuar mucho esta vivencia; pero creo que está claro.

 Y  el pan que yo le voy a dar,  es mi carne por la vida del mundo. No se trata  de una metáfora; pero tampoco  debemos insistir  demasiado en la literalidad, sino en su significado simbólico-sacramental (siempre será  un misterio).   

Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Ellos  entendieron literalmente el significado “mi carne”. Siempre  San Juan presenta por parte de los judíos  la comprensión  literal; de aquí  su escándalo.

            Tanto la expresión como el contenido  de la Eucaristía serán un misterio. Debemos  darnos cuenta qué es lo que el Señor nos quiere decir. Como humanos  nos cuesta  dar a las palabras  otro significado  del que nosotros creemos que tienen.

            Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre,  y no bebéis su sangre  no tenéis vida en vosotros.  

            Nos preguntamos: ¿No es suficiente la fe?, debemos responder que  no. Jesús ha querido que su mensaje salvífico  venga a nosotros mediante  la sacramentalidad, que implica la fe, la aceptación; pero también  la visualización de las mismas  mediante el sacramento. La fe  no se ve, no se siente, no se palpa; el sacramento sí; de aquí la importancia  del discurso eucarístico. Siempre entrarán en juego la fe y el Sacramento: el discurso sobre el pan de vida y el discurso eucarístico.  

            El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna,  y yo le resucitaré el último día. Sin negar  la vida  espiritual, la vida actual, pues estamos ya en una escatología realizada; Jesús apunta  a otra realidad, percibida, intuida; pero no realizada   definitivamente. La plenitud  tendrá lugar en el último día.

            Quizá hasta ahora hemos pensado más en el último día  que en el presente.  Comer  la carne  de Jesús, beber su sangre  son acciones que hacemos ahora; pero siempre  tienen  una  consecuencia ya; pero todavía no  

            Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El texto  utiliza   el verbo   comer”  de tal manera  que el  significado   simbólico  de “comer y beber”  establecido   en la primera parte   del discurso   se traslada    ahora  al  “pan” de la celebración  eucarística.

            Se trata de “comer” y de “beber”. Creo que deberíamos en nuestras celebraciones  tener presente esto: acentuar más  el aspecto “comida” y “bebida”. Nunca comulgar  con una sola especie  y al hacerlo con el cáliz, realizarlo de una forma más   significativa, más expresiva.

            También deberíamos  darnos cuenta  de lo que significa “comer el cuerpo del Señor” y “beber su sangre”. Nunca la Eucaristía debería producir en nosotros  un terrible temor, sino un amor entrañable. Dirá Teresita: “el temor me hace retroceder, el amor me hace volar”

            El que come mi carne y bebe mi sangre,  permanece en mí, y yo en él. El v. 56  utiliza “vivir  en mí”, vive   en mí  y yo   en él, propia  de los  discursos  de despedida, capítulos 13-17.  

Los efectos   de la eucaristía se expresan  mediante  la fórmula  de la permanencia   mutua: el que  come... permanece  en mí  y yo en él. Esta  permanencia  designa  la vida cristiana  como tal: el discípulo   cristiano  se define   por la permanencia  en la unión con Cristo (Jn 15, 4-7).

            Esta   unión es eficaz  y se realiza  cuando se cumple  la exigencia única y decisiva  impuesta  al hombre, que es la fe  en el Revelador, enviado por Dios  y portador  de la salvación.

            El  que me coma  vivirá por mí: Esta afirmación implica, conlleva, abarca lo siguiente: Vivir  para Cristo; vivir con Cristo  y vivir en Cristo.

            Creo que necesitamos  escuchar a los místicos, a San Juan de la Cruz, en su Cántico  Espiritual, para darnos  cuenta de la sublimidad de vivir por Cristo.           

            Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.»

            El maná  bajado  del “cielo”; también Jesús ha bajado del cielo (ya lo hemos explicado); del maná  comieron  vuestros padres  y murieron. Aquí no se excluye  la muerte física, pero debemos  recordar que se refiere también a una muerte espiritual. El maná   a largo plazo no puede impedir  la muerte  espiritual. El   que coma este pan vivirá para siempre.  Es  la afirmación  sublime de la calidad  de este pan  (El Cuerpo del Señor) que impide la muerte  espiritual y además es garantía de inmortalidad.

            Creo que  la Liturgia de la Palabra que hemos analizado,  nos ilumina a la hora de amar, querer, adorar el Cuerpo y la Sangre del Señor (su misma Persona  para nosotros).

La actitud  adorante es necesaria; pero no es suficiente; debemos comer el Cuerpo del Señor para ser uno con El y con los hermanos. 

            Soy partidario de la Celebración de esta solemne Fiesta; pero debemos abrirla a nuevos horizontes. La Teología debe proyectar su luz sobre esta Solemnidad. Si hacemos estos propósitos, los liturgistas, aún los más reacios, la aceptarán. Canalicemos nuestros sentimientos, educándolos. Pero también le decimos a la Teología que se haga más vida, más experiencia. Si históricamente podemos afirmar que esta Fiesta es fruto de una devoción medieval; me atrevo a decir  que hasta cierto punto es algo connatural con el sentimiento que bulle en el interior  del hombre, cuando se pone en contacto con Dios. Aquí cabe decir: “El corazón tiene razones que la razón  no comprende”. La Piedad queda enriquecida, cuando es cultivada a la luz de la Teología  y ésta se hace más humana y más divina, cuando escucha el clamor del sentimiento, del corazón. A Dios solamente se le ve bien  con los ojos del corazón.