XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  

 

 

Exodo 19, 2-6a: El Señor propone  la alianza. 

            Calificamos de acertada la elección de este pasaje bíblico  como lectura Primera  del domingo XI del Tiempo Ordinario (Ciclo A), pues así podemos percibir mejor los ecos del evangelio de Mateo de este mismo domingo.

            Es conveniente  contextuar  esta breve perícopa; breve  en su extensión; pero densa en su contenido.

            La tercera parte  del libro del Exodo  trata de la Alianza   y la Ley. Temas muy importantes en la Teología del Antiguo Testamento; no podemos detenernos  en su exposición y explicación. Dentro de esta tercera parte  hay una sección, que abarca los capítulos  19-24, que presenta la ratificación de la alianza.  Los versículos  2-6a del capítulo 19  pertenecen a esta  sección.

            Moisés  vuelve, ahora  con todo  el pueblo, a la misma   montaña  en la que Dios  se le apareció  para confiarle  la misión  de liberar a su  pueblo ( Ex 3, 1-4, 17). Allí  en el mismo  lugar  en que Dios  le manifestó  su nombre, le comunicará  ahora  las  exigencias   del pacto  que convertirá a  aquel pueblo  incrédulo  y desorganizado  en el pueblo del Señor.

            Dios toma de nuevo la iniciativa. Convoca  a Moisés y a través de él  invita a los liberados a una comunión de vida. Su proyecto divino  abraza la elección, el pacto  y la consagración  de Israel. La propuesta divina  de Ex 19, 3-6 es la clave  del pasaje.

            El mismo día  que llegan, Moisés  sube a la  presencia  de Dios: las subidas  y bajadas tienen  un sentido  espiritual: Moisés  sube y Dios  le habla, baja  al pueblo  y comunica  las palabras  de Dios, sube  de nuevo  e informa  al Señor ( Ex 9, 3-8). 

            Vamos a exponer  los versículos 4-6, pues son los principales. Se  percibe  el aspecto   dialogal: el uso  de los pronombres yo-vosotros indica   una relación  personal muy estrecha;  y también  el aspecto  temporal: la  proposición  tiene  tres  estrofas y cada una   de ellas  contempla  un tiempo: pasado, presente y futuro, es decir, la totalidad ( Ex. 19, 4-6)  

            La  primera  estrofa, con tres partes, mirada  al pasado, a las hazañas divinas de que han sido  testigos los israelitas: Habéis  visto  lo que hice  con los egipcios, o sea el poder  libertador  de Dios; su  asistencia   amorosa: Os  he llevado   sobre alas de águila.  (Dt  32, 11; sal  36, 8; 57, 2; 61, 5;  63, 8)  y, definitivamente, la llamada a la intimidad divina: Os he traído  hasta mí. No sólo: “Os he  traído  hasta aquí”.

            El Israelita  cuenta, canta, narra las maravillas del Señor: Historia de Salvación. El Mensaje bíblico no es sólo doctrinal, sino preferentemente historia, que informa  y se canaliza en la doctrina.

            El Israelita  tiene experiencia de la ternura, delicadeza, de la dulzura del buen Dios. Toda imagen, aunque sea muy expresiva, no puede  comunicar  el comportamiento de Dios para con su pueblo. Dios, no es un lugar, sino un ser  entrañable, apasionado, enamorado. Necesitamos  de los místicos para que nos echen una mano a la hora de hablar  de la Intimidad con el Señor.

            Este versículo 4 podemos elogiarlo,  magnificarlo, pues es una síntesis  densa del actuar de Dios.  

            La segunda estrofa  mira al  presente  y tiene  forma dialogal: Ahora bien, si me  escucháis y cumplís  mi alianza. El Señor  considera  al pueblo  como un tú-vosotros, capaz  de una relación  personal y libre; por eso  la propuesta   es condicional. Dios invita  a los hombres   libres  a ser  sus aliados. Esta segunda  estrofa  comprendería   el versículo 5a. El hombre se juega su ser  en la elección, puede seguir la invitación de Yahvé o puede quedarse en sí mismo, no abrirse a nadie. La libertad  de elección  le puede acarrear la esclavitud  o la libertad verdadera. Siempre el hombre  debe  tomar decisiones  trascendentales: o  con Dios  o sin Dios. Cuando el hombre se queda sin Dios,  muere, se empobrece, pierde lo más bello de sí.  

La tercera estrofa abarca los versículos 5b-6;  mirada al futuro  de Israel,  también  en tres proposiciones: si  ellos  cumplen   lo pactado, el Señor  de toda la tierra los tomará  como posesión  propia, Vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra.

 Les propone  ser el pueblo  elegido. Segulá= posesión   personal  indica  en hebreo la parte  del rebaño  propiedad del pastor, bajo cuya tutela  hay  otras ovejas. El pastor   es responsable   de todas: toda la tierra  es mía. También   puede   tratarse  del tesoro  personal  de un rey, adquirido  como botín  de guerra  o  comerciando.

 Hablando en un sentido narrativo, cronológico, histórico, podemos aceptar la pertenencia de Dios a un pueblo concreto y éste  pertenecerle  de una forma especial; pero hablando en un sentido teológico nos cuesta  ver esta actitud. Creo que  son compatibles  ambas dimensiones, siempre que tengamos presente lo que Dios nos quiere revelar. Hoy día debemos acentuar más universalidad  que la particularidad. Siempre será lícito ver el comportamiento de Dios con su pueblo  para así saber cómo se comporta Dios con todos los pueblos. El mundo le pertenece.

Los  convertirá  en un reino  de sacerdotes y en una   nación  santa. Un reino  de sacerdotes  quiere decir  que este pueblo- no una élite-  será  el ministro  de la presencia  divina: tendrá en el mundo la función  que la tribu  de Leví  tiene en el pueblo. Esta  tarea  sacerdotal  se suma  a la misión  profético-evangelizadora  de ser  testigos  mensajeros  de la salvación: “Y vosotros seréis llamados «sacerdotes de Yahveh»,          «ministros de nuestro Dios» se os llamará.      La riqueza de las naciones comeréis          y en su gloria les sucederéis” (Is 61. 6).

 Nación  Santa. La pertenencia  a Dios  lo traslada a la esfera  sagrada: “Consagrado a Yahveh estaba Israel, primicias de su cosecha. «Quienquiera que lo coma, será reo; mal le sucederá»          - oráculo de Yahveh -.” (Jeremías  2, 3). Significa que Israel  constituirá  un espacio  separado  de lo profano  y consagrado  al único Santo con unas instituciones  por las que  será más fácil  el acceso a él “Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra” ( Dt 7, 6).

 

El estribillo  del salmo responsorial  es expresivo: Nosotros  somos   su pueblo y ovejas  de su rebaño.

“Sabed  que el Señor es Dios: que él  nos hizo   y somos   suyos, su pueblo  y ovejas  de su rebaño” (v. 3)  

Segunda  Lectura: Romanos 5, 6-11: 

            Es bueno recordar que la segunda lectura, en los domingos del Tiempo Ordinario, no hace relación al Evangelio del día, sino que es autónoma. La Iglesia  desea que las Cartas Apostólicas  se lean en la Asamblea Litúrgica  de una forma casi continuada; de aquí  esta realidad.  Estamos leyendo la Gran Carta de San Pablo a los  Romanos. 

 La Primera parte  de esta Carta  trata  de la Salvación cristiana: 1,16-11, 35. Tiene tres secciones (importante  tener en cuenta  para no perdernos y no repetirnos sin necesidad):a) Salvación y fe, 1,18-4,25; b) Salvación y vida: 5,1-8, 39. Los  versículos  6-11 del capítulo 5 están  en esta segunda  sección.  Estos capítulos  de la  segunda  sección  de la parte doctrinal,   tienen alguna peculiaridad: ahora   la palabra    clave   no es fe, sino vida. Los términos   vida, vivir, son  muy abundantes en esta sección, y Pablo  los relaciona  con los de paz, reconciliación, gracia, don, liberación, esperanza, resurrección, filiación, amor. Como contrapunto  se menciona  con frecuencia  el tema  de la muerte, el  pecado, la ley esclavizante, los apetitos desornados(  que Pablo  suele designar  con la palabra “ carne”), la condenación.

 Son cuatro  capítulos  de una belleza y densidad   teológica  incomparables, en  los que Pablo   trata de explicar  en qué consiste  la salvación  que Dios  nos concede  mediante la fe  en Jesucristo; c)  Israel  en el plan  Salvador  de Dios; 9, 1-11, 39. 

            Es importante tener fe, creer; pero no basta, sino que necesitamos  saber qué trae consigo el creer: la vida en Dios, lo que es un cristiano  y también su coherencia. Quizá en el apostolado, no profundizamos en la Salvación  y vida. Cuando intentamos  estudiar la Carta de San Pablo a los Romanos, fácilmente nos limitamos  a afirmar que la fe nos salva; pero no ahondamos en el hecho de la salvación.  

 5, 1-11: Este pasaje  sirve  de puente  entre  los dos  grandes  conjuntos   de Rom  1, 18-4,25  ( La Salvación  y Fe) y 5, 12-8, 39 ( Salvación y Vida).  Podríamos  decir que los cinco primeros versículos  hacen relación a la  Salvación y  Fe  y los   seis últimos  a la Salvación  y vida. Sólo  vamos a estudiar los versículos 6-11.  

 6 Cuando  todavía   estábamos  sin fuerza: Así   describe  Pablo  la condición  de la persona  sin justificar: incapaz  de hacer nada  por conseguir  la rectitud ante Dios. Entonces (“en el tiempo  oportuno”)  Cristo murió por los  impíos.  

  Cristo  concretamente  cuando todavía   éramos   débiles, murió  por (nosotros)  los impíos. Nuestra  situación  estaba marcada  completamente  por la “debilidad”. Por supuesto  que no se dice  desde el  punto  de vista de impío, el cual,  en su rebelión. Contra Dios, en modo alguno  se considera  débil; se habla   más bien  desde la vertiente   del justificado, que echa una mirada  retrospectiva  a su situación  como pecador.

Solo  el que ha  experimentado  en la  iustificatio  impii el poder creador   de Dios  como potencia  superior  al poder del pecado y de la muerte sabe  de la   impotencia   del pecador frente al poder  del pecado, del que fue esclavo. Lo tremendamente desperado  de esta situación  contrasta  con la acción  de Cristo; él, el Justo, muere por los impíos y utiliza   así el poder  de Dios, el poder de su amor como gracia, a favor  de los impotentes: ¡qué contrasentido! 

            7 “Es difícil  dar la vida  incluso  por un hombre  de bien; aunque  por una persona buena  quizá  alguien  esté dispuesto a morir 

 La muerte de un Justo  a favor  de los impíos  no sólo  es impensable  para un judío, sino que  es también  teológicamente  imposible. Esto significaría  querer violar  la diferencia  entre justicia  e injusticia y,  con ello, corromper  la justicia  en el efecto. Este  fue  el motivo  decisivo  de la oposición  de los fariseos  y de los escribas  contra la predicación  del reino de Dios hecha por Jesús.  

            Sin embargo, Pablo se corrige  en v.7b: “tal vez” pueda suceder  que alguien  esté dispuesto    morir  “por lo  bueno”.  Pablo  tiene   en cuenta   ejemplos   de autoinmolación  heroica. Pero, de nuevo, la muerte de Cristo  nada tiene  en común  con esto, sino  que su muerte   es una acción  para rescatar  a los impíos,  es intervención  a favor   de “enemigos”. Por consiguiente, su muerte  es absolutamente  incomparable  con lo  que los hombres  pueden  hacer  por los hombres. 

 “Nosotros”  como impíos  no teníamos  “entonces” entre  los hombres   verdaderamente a nadie  dotado  del poder  y de la voluntad  de entregarse  a favor  de nosotros.            

Quizá este versículo  7 lo hemos contemplado desde una óptica moral-psicológica; cuando además de esta dimensión  existe otra: la teológica. Morir por el  impío no solamente repugna a nuestra psicología, sino a nuestra dignad, pues  aprobamos  lo injusto, pues  morimos por él. Jesucristo muere para salvar al impío, no para darle la razón, como diciéndole que su comportamiento  es digno de ser valorado, estimado, incluso hasta la muerte. No se trata de “justificar”, sino de salvar.  

            8. “Pues bien, Dios nos  ha mostrado  su amor haciendo  morir a Cristo  por nosotros  cuando  aún éramos  pecadores”. Repite  el   v. 6, pero de una manera algo diferente: ahora  la muerte  de Cristo emerge  como acción del amor de  Dios, del que se habla en el v. 5. El amor de Dios  va dirigido  a nosotros  como  pecadores. Y el poder   de su amor se nos demuestra  en que   ha realizado  en la muerte  expiatoria  de Cristo  su intención “a favor  de nosotros”:  los pecadores   han sido  justificados  mediante  la sangre  de Cristo, con lo  que destaca  el carácter  de expiación           

            9 “ Con mayor  razón, pues,  a quienes  ha puesto  en camino  de salvación  por medio de su sangre, los  salvará  definitivamente  del castigo” La   justificación   tiene  su consecuencia  escatológica. Para el  pecador  justificado vale lo que en la tradición  apocalíptica  se dice  del justo: ahora forma parte  de aquellos  que, en las postrimerías, serán  salvados  del juicio  de ira. El  que es justo  y el que está  justificado  gozan del mismo favor del Señor.            

            Pero   lo decisivo es,  por una parte, que él  a diferencia  del justo de la tradición  judía , pertenecía  inevitablemente  como pecador  a la realidad  de la ira de Dios: “En efecto, la cólera de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad en la injusticia” ( Rom 1, 18), él será  rescatado es la realidad  de la consecuencia  escatológica de su propia  actuación, de la que él mismo era presa. El salvador escatológico   es Cristo, el Crucificado resucitado, cuya muerte   expiatoria  ha liberado  al pecador  del poder  de  perdición  de su pecado; no el  Juez  que adjudica  la salvación  al justo como  consecuencia  hábil  de su justicia. Nuestra  salvación  depende  de la unidad  del Cristo crucificado  por nosotros  con Dios, de la de Dios  con el Crucificado.  El juez no justifica, solamente lo declara justo; el caso del impío  justificado  no solamente es declarado justo, sino que está justificado.

            Por su sangre: Mientras  que en  4, 25 la justificación  se imputaba  a la resurrección de Cristo, en este  texto se atribuye a su muerte. Con mayor  razón  seremos  salvados.  

            10 “Porque si siendo  enemigos  de Dios nos reconcilió  consigo  por la muerte  de su Hijo, mucho más, reconciliados  ya, nos salvará  para hacernos  partícipes de su vida” 

  Repetición  de 5, 8  de manera   más positiva; el pecador  no es  simplemente  débil” o “impío”, sino  incluso  enemigo  de Dios. Sin embargo, la muerte  de Cristo  produce  la reconciliación  de tal enemigo. La “reconciliación”  es el restablecimiento  en la amistad   e intimidad  divinas  del pecador hasta entonces  alejado d y distanciado de Dios. Seremos salvados  por su vida: el  tercer efecto  de la justificación  es una participación  en la vida  resucitada  de Cristo que trae la salvación. Aunque  la justificación  es algo  que acontece  ahora, la salvación  está todavía  por conseguir, está enraizada  en la vida  resucitada  de Cristo.

Mientras  que en v 9 se está pensando  en el Crucificado  por nosotros, en v. 10  Se apunta  al Resucitado  en cuya vida  se  fundamenta  nuestra salvación futura  como participación de la vida escatológica 

11. “ Y no  sólo  esto, sino que  nos sentimos  también  orgullosos   de un Dios  que ya desde  ahora  nos ha concedido  la reconciliación  por medio de nuestro  Señor Jesucristo  Nos sentimos  orgullosos  de Dios: el efecto  de la justificación  es que el cristiano  llega  hasta   gloriarse  de Dios mismo, mientras que antes vivía  atemorizado  por su ira.  El cristiano presume  del buen Dios, que tenemos. Nuevamente  debemos acudir a los místicos para que nos  hablen de la bondad de Dios. Dios es nuestra corona   y nuestro gozo. ¡Qué  buen Dios tenemos!

            Esta es la presentación- explicación de los vv. 6-11 del capítulo 5 de la Carta a los Romanos, que hemos proclamado  como segunda Lectura.  

            El Evangelio está tomado del Evangelista  Mateo 9, 36-10, 8 

            El domingo pasado leíamos la vocación  de publicano Mateo  y el discurso  de Jesús  en casa de él; en este domingo,  XI del Tiempo Ordinario,  vamos a escuchar  el envío de los Doce  por parte de Jesús.  

            Los versículos  9,6- 10, 8 pertenecen al  discurso de misión”,  en el que  se describe   la tarea  que Jesús  encarga a sus discípulos  como continuadores  de su misión.

  El “ discurso de misión” consta  de dos partes: el envío  de los  discípulos  ( Mt 10, 1-15)  y el anuncio  del destino  que les  aguarda ( Mt 10, 16-42),  precedidas  de una  introducción  ( Mt 9,36-38)  y  seguidas  de una breve  conclusión ( Mt 11, 1). El discurso  a los discípulos  es una composición  elaborada  expresamente  por el evangelista  Mateo,  posee  un significado  eclesiológico  fundamental:  en él  amplía  Mateo la actividad  de Jesús hacia la Iglesia; en él  habla  a la Iglesia  sobre la figura  de Jesús.

Los versículos 36-38  son claramente  de transición ; concluyen  la sección formada  por 4, 23-9, 34, que muestra a Jesús   como Mesías  en palabras  y obras, y abre el camino  a la misión  de los discípulos  y al discurso  misionero  del cap. 10.              

36: “Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen  pastor.”  El Sermón de la Montaña  empieza de una  forma parecida: “Al ver  a la gente, Jesús  subió  al monte, se sentó, y se le acercaron  sus discípulos” (Mt 5, 1).  

            Las primeras   frases  describen   el estado  en que se encuentra Israel: como ovejas  sin pastor. La alusión a la falta de pastores  encierra  un reproche  contra  los maestros  espirituales  del judaísmo. Esa  es precisamente   la tarea  que ha  asumido  Jesús, pues sus  sentimientos: sintió  compasión  de ellos  son los mismos  que  Dios tenía   por su pueblo.

            “Ovejas sin pastor  es una expresión  bastante  frecuente  en el Antiguo Testamento: (Núm 27,  17;  2 Crón 18, 16; Jdt  11, 19).  Para Mateo  está claro  que el pueblo entero  está en grave  situación; los episodios  de  enfermos   referidos  en los capítulos  8 y 9 vienen  a  representar a todo el pueblo.

             El  amor  y la misericordia  de Jesús  se extienden a  esa  muchedumbre, que contempla.  El comienzo  de su entrega a la acción  pastoral  se encuentra  en la experiencia  de la necesidad  que tiene  la gente  de un liderazgo espiritual: “Y ellas se han dispersado, por falta de pastor, y se han convertido en presa de todas las fieras del campo; andan  dispersas.” (Ezequiel  34, 5), como ovejas sin pastor.  

            37 “Entonces dice a sus discípulos: «La mies es mucha y los obreros pocos.”

            38 “Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.»

La imagen  de la recolección  de la mies, que en los profetas  representa  el juicio  último de Dios “Será como cuando apuña un segador la mies, y  su brazo las espigas siega; será como espigador en el valle de Refaím,”( Is 17, 5)  pone a  la misión de los discípulos  un tinte de  urgencia. Por su parte, la necesidad  de rogar  al dueño  de la mies  subraya  que esta tarea no depende de los hombres, sino que es obra de Dios. Sería  muy interesante  no olvidar esto. Nadie da  lo que no tiene. Si los discípulos no son santos, difícilmente  pueden santificar. Creo que gastamos mucho más tiempo  en proyectos  pastorales   (proyectos) que en orar, en presentar al Señor las necesidades del rebaño.

            Podríamos explicar más esto; pero creo que queda claro.  

            Envío de los  discípulos  10, 1-15; nosotros solamente vamos  a presentar los  ocho primeros versículos.  

1. “Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda  enfermedad y toda dolencia.”  Parece extraño que aquí no se enumere la misión de predicar, de anunciar las maravillas de Dios; parece una misión más que de la palabra, de la obra.

La verdadera Misión se fundamenta en la Palabra y en la Obra. Las palabras solas  no son dignas a veces de credibilidad; las obras solas  tampoco convencen. Hoy, gracias a Dios, podemos  hacer “milagros”  mediante  la medicina; podemos dar de comer mediante una economía bien administrada. Quizá  nos preocupamos más de las obras  que de las Palabras; más del hacer que del ser. El discípulo  es y después  obra; o quizá  debe simultanear el  ser y el obrar.

 Curar los  males  del  pueblo  de Israel sería,  así, la misión de los discípulos. La respuesta de Jesús  a los  males  de Israel  consiste  en reunir  a los doce   discípulos.

            Mateo  sabe que los Doce  discípulos  se corresponden  con las doce   tribus  de Israel.  Mateo  no refiere  nada sobre  la fundación  del grupo  de los Doce. No habla   aquí de su constitución, sino  de su autorización  por Jesús. Su potestad  es expresión  del poder  del Señor, presente en su comunidad.

  Mateo  interpreta   a los discípulos  a través  de los apóstoles y da a entender  con el número  “doce”  que habla  de los aquellos  doce discípulos  de Jesús. Mateo presenta  así aquel envío  de los Doce  como paradigma  del envío permanente  de la comunidad.

            La autoridad   de los discípulos  para obrar milagros es de extrema  importancia  para la configuración  de la Iglesia.             Jesús  convoca al  grupo   para entregarles  la autoridad  que ha de acompañar  a sus palabras  y a sus signos. Esta autoridad  se manifestará, como la de Jesús, en su dominio  sobre las fuerzas   del mal: expulsar  demonios  y curar  enfermedades. Mateo  subraya  así  la continuidad  entre la misión  de Jesús  y la  de sus discípulos, que aquí  representan  a la comunidad cristiana.  

            Vamos a resumir  los versículos 2-4 para entretenernos más  en la explicación de los versículos 5-8.  

            Antes de  Mateo, el grupo  apostólico  fue ya identificado  con los Doce en Marcos: “Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos.” (Mc 6,7), también en  el Apocalipsis y en Lucas. “La muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce Apóstoles del Cordero” (Ap  21, 14).

             Los doce  discípulos;  normalmente, los discípulos  forman  un grupo  más amplio, pero aquí  y en otros  pasajes  Mateo  los reduce  a Doce. De este modo, al mismo tiempo  que mantiene   a los Doce  unidos  al resto  de los discípulos, los singulariza  como discípulos  especiales. Los discípulos deben contemplarse en los apóstoles, no ya en el sentido jerárquico, sino en el sentido de coherencia, de santidad.

            Hasta  este momento, el evangelista   sólo  ha nombrado a cinco  discípulos  de Jesús: Pedro y su hermano  Andrés ( Mt 4, 18), Santiago y su  hermano Juan ( Mt 4, 21), y Mateo  ( Mt 9, 9) . Ahora  el grupo  se completa  hasta llegar  al número simbólico de doce. Estos doce  discípulos, como hemos dicho,   representan  a las doce tribus  de Israel,  serán  las columnas  del nuevo  pueblo  de Dios. Pedro encabeza  la lista y Judas  Iscariote  la cierra.

            Sería interesante  exponer qué significa  Pedro,  el Primero. Es una afirmación teológica  según los católicos, no solamente  una declaración de orden numérico. No es sólo primus inter pares; sino el mayor. 

5b: “No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos. 6 “Id más  bien  a las ovejas  perdidas  del pueblo  de Israel”

  No es  extraño  que  en la historia  de la exégesis  prevaleciera  a veces la opinión  de que este texto  no da  unas instrucciones  de validez  general para la misión  cristiana, sino  que es algo  singular  y anacrónico , una especie  de “ensayo”  de misión que fue  sustituido  después de pascua  por un esquema  definitivo

 Al principio, la misión de los discípulos  ha de dirigirse sólo a Israel. Este  encargo restringido  refleja el primer  estadio  en la misión de Jesús y de sus discípulos. Refleja también  una tensión  viva  en la comunidad  de Mateo, donde  ciertos  grupos  de origen  judío  no comprendían  ni aceptaban la misión a los paganos. En Mt 28, 19  el anuncio  del evangelio  se dirige  a todos los pueblos. Es la segunda  etapa   del proceso, y la  postura   representada  por el grupo   mayoritario  dentro de la Iglesia  de Mateo. 

            7 “Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca.

            8 Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”

             El anuncio   de la llegada  del reino   ha de ir  acompañado de signos  y curaciones. Es  exactamente  el mismo  anuncio  que el evangelista  ha puesto  en boca  de Juan  Bautista  y de Jesús. La llegada  del reino  está  íntimamente  ligada  a Jesús; a él  se unen  las voces   de Juan  y de los Apóstoles para dar  testimonio  de la gran noticia.  

 Curad  a los enfermos: Es una  comunicación  del poder  de curar  y exorcizar  que Jesús   hace a los  doce. Gratis  habéis   recibido, dad gratis. Estas palabras  de Jesús  son ilustradas  en los vv.  9-12;  la Iglesia   apostólica  entendió  claramente   que el Evangelio  no se vendía ni había  que pagar  a sus apóstoles. Numerosas  sentencias  rabínicas  conservadas en el Talmud advierten  al rabino  que no  debe aceptar  honorarios  por dar  instrucción  en la Ley . Para  Pablo  era   un punto   de honor  el no  permitirse  ni siquiera  el privilegio  que  se formula en  10, 10b: “ porque el obrero  tiene derecho a su sustento”

Sinceramente  creo que debe  darse una interpretación teológica   y no solo sociológica  a la afirmación: “Gratis  habéis   recibido, dad gratis”. La hondura teológica  es muy grande, se trata de un don recibido: el don de la fe, de la salvación. Esto no se puede comprar, pues es gratuidad, regalo; esto no debemos olvidarlo. El recibir  una gratificación  por la administración de este don, de este regalo de Dios  no hiere a la gratuidad, son cosas complementarias. Ser discípulo  es una vocación, es una vivencia del don, que se recibe y se da; ser profesional  no es lo mismo, pues éste acentúa la administración sin saborear  el don, el regalo.

Es una exégesis  teológica  y sociológica  la adecuada  para entender  este “extraño”: “gratis  habéis  recibido, dad gratis”