XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  

 

 

Lectura Primera: Exodo  22, 20-26

 

            Quiero comenzar esta homilía con una síntesis, creo que acertada, del mensaje  de este domingo XXX del ciclo A.

           

            No podemos   refugiarnos en el amor  de Dios en exclusiva. Este amor  tiene  otra cara: el prójimo. A Dios, a veces, no  cuesta amar: no se  le ve. Pero al prójimo  sí es difícil  amarlo; el prójimo  nos necesita, nos molesta, nos inquieta; hasta  podemos  tener motivos   razonables  para no amarlo, porque  es enemigo. Recordemos  que no hay  más  que un amor  con dos   vertientes: Dios  y el hermano. No ama  a Dios  quien no ama  a su prójimo.

 

            El libro  del Exodo, recogiendo  diversas  normativas dadas  al pueblo  por Moisés  a lo largo  de su peregrinación  por el desierto, dedica  varios capítulos ( 19-23)  a detallar  los términos  de la Alianza  que Yahvé  ha querido  hacer con su pueblo. Nosotros  la solemos  resumir  en lo que llamamos  “decálogo”  o “los diez  mandamientos”.

 

            Vamos a fijarnos  en algunos  versículos:

 

20 “No maltratarás al forastero, ni le oprimirás, pues forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto

 

            El forastero  es quien, por causa  de guerra,  peste,   hambre o culpa de sangre, se veía obligado  a abandonar  su patria. Naturalmente, sus derechos   en el nuevo domicilio son menores que los de sus vecinos. Como  garantía  de que los israelitas  serán hospitalarios   con estos desafortunados, el código  les recuerda  que ellos fueron  forasteros  en  Egipto. Este  interés  por el forastero  es familiar  en todo el AT.

 

21”No vejarás a viudas ni a huérfanos”

22 “Si los  vejas y claman  a mí, no dejaré de oír su clamor”

 

            La protección  del extranjero, la viuda y los huérfanos es un imperativo  ético  del AT. Se ha  señalado  que esta  exigencia  no tiene   paralelo  en los códigos  del antiguo Oriente próximo.

Lo que impacta  más aún   es la  alusión  a Egipto, tanto  en el v. 20  como  en el 22, cuando  evoca   la respuesta  de Dios  al clamor  de los israelitas  esclavos.

La experiencia   histórica  de haber sido extranjero  debe servir  de criterio  para ponerse  en el lugar  del otro  y no  someterlo  a engaño  o angustia.

Viudas  y huérfanos  deben ser  protegidos, pues  si son oprimidos  y claman  a Dios- al igual  que sucedió  cuando los israelitas clamaron, oirá su voz, y su  juicio  caerá  sobre quienes  los maltraten

 

24 “Si prestas dinero a uno de mi pueblo, al pobre que habita contigo, no serás con él un usurero; no le exigiréis  interés.”

 

            Estaba  rigurosamente  prohibido  exigir  interés  por un préstamo  a otro  israelita, particularmente  si se hallaba  necesitado. Sin embargo,  el AT  no prohíbe  todo interés.

El Libro del Levítico  25, 35-36 y Dt  23, 20-2l muestran   que la prohibición  se refería  sólo  al préstamo  hecho a un compatriota.

El  Código  de Hammurabi  permitía  el interés  sobre  todos  los préstamos, pero  procuraba  salvaguardar  las necesidades del deudor.

 

25 “Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al ponerse el sol,”

26 “Porque  con él se abriga; es el vestido de su cuerpo. ¿Sobre qué va a dormir, si no? Clamará a mí, y yo le oiré, porque soy compasivo.”

 

            Ambas leyes  tienen   que ver con deudas. La primera  advierte  sobre  cobrar  interés excesivo a los pobres.

La segunda remite  al hecho  de que si tomó  como garantía  la túnica  será necesario   devolverla  al caer  el sol  para que pueda abrigarse con ella. En estos casos   se trata  de preservar  el derecho  del pobre a no ser  tratado indignamente. El cobro  de intereses  a quien  objetivamente   no podrá   pagarlos es una forma  de conducirlo  a la esclavitud contra su voluntad. Se apela  a la solidaridad  del acreedor, pero también   se le advierte  que si cae en usura  estará en falta  ante Dios.

Tomar  en prenda   el vestido  era un acto  extremo  y humillante  que exponía  al deudor  a las enfermedades  y al abandono. El Dios   que  muestra estas leyes  es un Dios  que se pone  del lado  del pobre.

 

            Dios  se ofrece  como protector  personal de esos  desvalidos: “Padre de los huérfanos y tutor de las viudas  es Dios en su santa morada” (Salmo  68, 6)

            Leemos en  Is 1, 17:” aprended  a hacer el bien,   buscad lo justo,   dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano,   abogad por la viuda”

 

            La respuesta  del salmo responsorial  es muy luminosa, hace hincapié en el amor de Dios: “Yo te amo, Señor, tú eres  mi fortaleza”

            Los místicos  gritarán que el hombre saca fuerzas para amar al hombre, no quizá de la contemplación de la dignidad humana, sino de Dios, que ilumina la dignidad humana  y la potencia, la capacita. Hay armonía en el orden teológico al afirmar la semejanza de los dos mandamientos; pero existe quizá cierta discrepancia en el orden cronológico (si es posible hablar así). Los místicos  nunca dudarán  de este orden; los pastoralistas quizá (debido a una cierta coherencia)  intentarán  explicar cómo  el amor al hombre es trampolín de lanzamiento para amar a Dios; cuando quizá es al revés.

 

           

Lectura  segunda: 1T 1, 5c-10

 

            Comenzábamos a leer esta carta el domingo pasado, la cual continuaremos proclamando hasta el domingo 33.

            La Liturgia del domingo pasado  nos presentaba los versículos 1, que era el saludo de Pablo a los Tesalonicenses y los vv. 2-5b: Acción de  gracias  por el comportamiento de los tesalonicenses, acentuando la actitud  teologal: la vivencia de la fe, la esperanza y la caridad.

 

            Este domingo XXX continúa con  este himno de acción de gracias mediante los vv. 5c-10, en los cuales  se les recuerda a los tesalonicenses las tribulaciones, que tuvieron que soportar  y como su vida está marcada por la esperanza en la venida gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo.

            No vamos a analizar todos los versículos, sino unos cuantos,   portadores de un mensaje peculiar.

 

            Les dice Pablo en el versículo 5c: “5c. Hermanos: Sabéis   cuál   fue nuestra  actuación entre vosotros para vuestro bien”

            Pablo se hace  creíble, por lo que dice, cómo lo dice  y porque su palabra está atestiguada por su vida de coherencia.

 

            El versículos  6 es muy interesante: “Y vosotros seguisteis   nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo   la Palabra  entre tanta  lucha  con alegría  del Espíritu Santo

Pablo  recuerda  a los tesalonicenses  cómo  acogieron  el evangelio en medio de tribulaciones, pero con profunda alegría. Incluso  parece  insinuar  que esa paradójica   experiencia  de dolor   y gozo, sigue presente, según sus noticias, en la vida de  la comunidad. Esta primera carta a los Tesalonicenses  es  una invitación a la alegría; en la  liturgia de Adviento, domingo III, ciclo B, la segunda lectura  está compuesta de unos  versículos de esta carta.

           

            También Pablo recuerda en este himno, que estamos comentando, cómo la conversión de los tesalonicenses  fue verdadera,  digna  de cierta  sana notoriedad:

            9. “Ya  que ellos   mismos (los de Macedonia y Acaya)   cuentan   los detalles   de la visita  que os hicimos: cómo, abandonando  los ídolos, os  volvisteis  a Dios, para servir  al Dios vivo  y verdadero”

 

            En el v.  10” y vivir   aguardando  la vuelta  de su Hijo  Jesús  desde el cielo, a quien ha resucitado  de entre  los  muertos   y que nos libra  del castigo  futuro”. 

 Nos  encontramos  con la primera  referencia  al tema  de la venida  gloriosa   del Señor, tema  muy importante   en la carta. En  realidad se diría   que estamos  ante una  antigua  y sintética  fórmula  de fe cristiana  expresada  en categorías  griegas. El título “Hijo del hombre”  ha dado paso  al de Hijo de Dios. El verbo  liberar  ha sustituido  al más semítico  juzgar. Y lo  característico  de esta fórmula  de fe  es que  tiene como contenido  central   no la muerte –resurrección   de Jesucristo, sino  la esperanza  de su manifestación. Es,  pues, una cristología  en clave  escatológica, toda ella   volcada  hacia una salvación  liberadora  que se realizará  en un futuro  inminente.

 

Realmente es una perícopa  digna de ser tenida en consideración.

 

Lectura del Evangelio: Mt 22, 34-40

 

            El domingo pasado leíamos  los versículos   15-21: El tributo al César; hoy nos  tocaría leer  los versículos   23-33: La resurrección de los muertos; pero no; proclamamos  los vv.  34-40: El  mandamiento más importante.

 

34 “En aquel   tiempo, los fariseos, al oír  que había  hecho   callar  a los saduceos, se acercaron a  Jesús”

35 “Y uno   de ellos  le preguntó   para ponerlo a prueba”

Los fariseos  intentan   poner de  manifiesto   que Jesús  no sabe interpretar  la ley  de Moisés  y que  por tanto  no es una persona  digna de crédito.

 

            Los fariseos  intentan   poner de  manifiesto   que Jesús  no sabe interpretar  la ley  de Moisés  y que  por tanto  no es una persona  digna de crédito.

            Al enterarse   del fracaso  de los saduceos, los fariseos   se reúnen  en un lugar  y envían  a uno de sus letrados  a Jesús  con mala  intención.

 

36 “Maestro,  ¿cuál  es el mandamiento  principal  de la ley?”

           

            El letrado  pregunta, en efecto, Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? Esta pregunta   es muy razonable. Se veían  obligados, por otra parte, a estudiar  los principios  fundamentales  de la torá: debían   indicar,  por ejemplo, en qué  transgresiones  había  que preferir el martirio. o determinar  en la enseñanza  dónde radicaba  lo decisivo  de la torá

            En ella (La ley)  enumeraban  los rabinos   613 mandamientos   distintos,  de los cuales  248  eran preceptos  positivos  y 365  prohibiciones. Estos mandamientos  se dividían   en “ligeros”   y “pesados”, según  la gravedad  de la materia. En la discusión  rabínica   era normal  este tipo  de pregunta, y resulta  difícil  imaginar  que fuera  urdida   como una especie   de “prueba”  a que es sometido  Jesús.

            San Marcos, que narra este hecho, no ve en esta pregunta ninguna malicia.

 

37 “El le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.” 

           

            Jesús   cita primero   Dt  6,5, el precepto   del amor  a Dios. Es un texto recitado  a diario  como parte  del Shemá  Israel. La interpretación  judía de  Dt 6, 5  ve manifestado  el “amor  a Dios”, ante todo, en los actos de obediencia, piedad   y fidelidad a la torá. Amar  a  Dios significa  dedicar  la vida  a sus mandamientos.

“Con todo    tu corazón” designa   la indivisibilidad   de la obediencia. “Con toda   tu vida”  evocaría a los lectores  judeocristianos  el martirio.

            Con toda   tu capacidad mental  es una   variante   de traducción, asumida  por Mt en lugar  de “con todas  tus fuerzas”. De  ese modo  asoma  también  en el amor  a Dios  un momento  intelectual.  “Amar  a Dios”  no evoca, por tanto,  a los lectores  un sentimiento, ni oraciones, sino  el conocimiento  del único  Dios y la obediencia a él dentro  del mundo.  Para ellos, el amor  a Dios  y el amor  al prójimo  se interrelacionan  a priori.

 

38 “Este es el mayor y el primer mandamiento.”

39 “El segundo es semejante a éste: Amarás  a tu prójimo como a ti mismo.”

 

            39 Jesús   menciona como segundo  mandamiento  básico  el del amor  al prójimo, Lev  19, 18: “No te vengarás ni guardarás rencor contre los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahveh.”

 

            Lo hace  sin ser  preguntado- por consiguiente, el precepto  tiene peso-. Frente  a Mc  12, 31, este  peso  aparece  destacado  con el adjetivo  homoía  (semejante).

            Es importante   el contexto  del Lev  19, 11-18:  trata de los preceptos   éticos   fundamentales  que Dios  impone  en relación  con el prójimo, incluido  el  socialmente  débil  o un adversario  en el juicio ( Lev 19, 11-17)

            Paralelamente   a “amar”  están: no hurtar, no mentir, no engañar, no jurar en falso, no oprimir, no maldecir,   no  tratar   injustamente   en los tribunales, no calumniar, no odiar.

            Levítico  19, 34  añade: respetar   los derechos   del extranjero: “Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo, Yahveh, vuestro Dios

            En el texto  fundamental  Lev  19,  18, y en casi  toda la  interpretación  palestino-judía  de Lev   19,  18, “prójimos”  son únicamente  los  israelitas. Solo quedan   incluidos    por excepción  los extranjeros  que residan  en territorio  israelita, para  los que vale también   este derecho (Lev 19, 34)

           

            Mateo, junto con toda  la tradición  de Jesús, amplía  tu prójimo  a todos  los seres   humanos.

 ‘como a ti mismo’. En Lev 19, 18  se trata   de compaginar  los derechos  propios  y los derechos  de los otros  en el conjunto de la comunidad de Israel. En la tradición  de Jesús   parece, en cambio, romperse  el equilibrio  entre el amor a sí mismo  y amor  al prójimo. Pero  esto no es  debido a que  Lev 19, 18  se interprete de otro modo distinto, sino  a otros  textos, sobre todo  a la entrega  radical  de Jesús.

            Jesús dirá amaos  como yo os he amado. El texto del Levítico  queda superado, trascendido.

 

40 “De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas”

 

            El evangelista   compendia  en el v. 40  su visión  especial  de los dos  grandes  preceptos. La expresión   la ley   y los profetas   remite  a los dos   pasajes  centrales   5, 17: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” y 7, 12: “Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la  Ley y los Profetas”

Allí  se decía   que Jesús   cumplió  la Ley  y los profetas,  y que  ambas  cosas tenían  su centro en  la regla  de oro. El v. 40 incluye, por eso, la idea  de observancia   de la Ley  y los profetas por Jesús.

  Para  Mateo, los  dos grandes  preceptos  no son nada nuevo  respeto a la Biblia de Israel, sino que  son su cumplimiento.

            La interpretación judía   no asocia  Dt 6,5 con Lev 19. 18; pero   tal asociación  venía   siendo preparada  por otras  tradiciones  judías. Será Jesús  quien los una.

            El Evangelio amplía  el concepto de prójimo; amplía  la medida  del amor; no será como yo me amo, sino como Cristo nos ama.