Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  

 

 

Estamos casi al final del año litúrgico; el día 1 de Diciembre comenzamos un nuevo año, pues iniciamos el tiempo de Adviento.

            Debemos recordar la fiesta de  Todos los Santos, para poder comprender el origen histórico de la Conmemoración de todos los fieles difuntos.

 

            La fiesta de honrar a Todos los Santos con una fiesta común, se remonta en Oriente al siglo IV. La fiesta se celebraba en el primer domingo después de Pentecostés, como continúa observándose entre los griegos-

            Gregorio  IV (827-844) trasladó  la fiesta al l de Noviembre. Quizá el final del año litúrgico era un lugar apropiado, dando a entender  la consumación del reino de Cristo  y la última  venida del Señor.

 

            El abad  san Odilón prescribió  en el año  998  a todos los monasterios sometidos a la abadía  de Cluny la conmemoración de todos los difuntos. Indicó como fecha  litúrgica  el día siguiente a Todos los Santos. La costumbre  de Cluny  pronto se impuso  por todas partes. Roma aceptó  esta conmemoración en el siglo XIV.

 

            Este año, por caer  este día en domingo, tenemos la ocasión de orar  y meditar sobre el misterio de la muerte en un clima  dominical.

            Qué entendemos por esta Conmemoración. “Así, pues, hasta que el  Señor  venga... sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; otros, finalmente, gozan de la gloria...” ( LG 49)

 

            “Te pedimos, Dios todopoderoso, que nuestros hermanos  difuntos, por cuya  salvación hemos celebrado el misterio pascual, puedan llegar a la mansión  de la luz  y de la paz” (Oración después de la Comunión)

            “La unión  de los viadores con los hermanos  que se durmieron  en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes bien... se  robustece con la comunicación de bienes espirituales” (Ib)

                       

             En el Prefacio I de Difuntos proclamamos:”... y así, aunque la certeza de morir nos entristece”. No tenemos espacio para desarrollar más este sentido de la muerte; no queremos negarlo, ni olvidarlo, pues de otro modo no diríamos la verdad.

            La fe en Cristo Jesús es la que  ilumina  para los cristianos  este misterio de la muerte. La muerte sigue siendo un misterio; pero la última palabra  no es la muerte, sino la vida. “Escucha, Señor, nuestras súplicas  para que, al confesar la resurrección de Jesucristo, tu Hijo, se afiance  también  nuestra esperanza  de que todos tus hijos  resucitarán” (Oración Colecta)

           

            La liturgia del día  pone el acento sobre la fe y la esperanza en la vida  eterna, sólidamente  fundadas  en la revelación y en la doctrina de la Iglesia:” En él (en Cristo) brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección... Nos consuela  la promesa de la futura  inmortalidad. Porque la vida  de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada  terrenal, adquirimos  una mansión eterna en el cielo” (Prefacio I)

            Debemos ahora  a analizar la Liturgia bíblica  de este día. Nosotros hemos elegido unas lecturas, que la Iglesia presenta  para las exequias de adultos. Hubiésemos podido tomar otras. Creemos que las elegidas  son apropiadas.

 

             Lectura Primera: Isaías   25, 6ª 7-9

 

 No vamos a estudiar el texto en sí mismo, sino como luz e iluminación en la Conmemoración de todos los Difuntos.

            Queremos decir a  todos los hombres: cuál es el final  de la vida; qué suerte aguarda  a los difuntos. No es suficiente  “una muerte digna”, sino que hay algo después, que merece la pena  que sigamos esperando. 

 

Como lectura  primera  leemos los versículos  6a-9  del capítulo 25 del Profeta Isaías. Este capítulo  25 contiene  un Cántico   al Dios  liberador: 1-5; y un  Festín  en el monte  Sión, 6-10a.

 Los versículos elegidos por la Liturgia  hablan de este Festín. A partir de este  texto, la idea  de un banquete  mesiánico  se hizo  corriente  en el judaísmo  y vuelve  a encontrarse  en el NT: Mt   22, 2-10.

 

“En aquel  día, preparará   el Señor de los ejércitos, para  todos los pueblos, en este  monte, un festín de manjares  suculentos “

 

Un  espléndido  festín, con   buenos   manjares y selectos  vinos  era entonces, y sigue  siendo  hoy, símbolo   de alegría  y de vida. Para muchos  satisfacer  las necesidades  de los sentidos era un ideal; es cierto que nuestros sentidos quedarán satisfechos; pero tenemos otras necesidades  y exigencias, que también  serán correspondidas.

            Obsérvese cómo se compaginan  la universalidad  (a todos los pueblos)  y el centralismo  (en este monte).

 

 Podemos distinguir en esta breve perícopa como dos partes: 6-8  (El banquete real) y un  breve himno dedicado al poder de Yhaveh, 9-10ª

 

            . Y arrancará   en este monte el velo  que cubre  a todos los pueblos, el paño   que tapa a todas las naciones.

 

Poder  invitar  a muchos    es signo  de poderío  y de riqueza. El Señor  invita  a todos   los pueblos  a un banquete  espléndido, que se celebrará  en el Monte   sagrado. En  el banquete   hace regalos   a los comensales. El  primero   es su presencia  y manifestación: antes  los pueblos estaban  como ciegos, tapados; ahora, removida  la cubierta, pueden  reconocerlo.

 

            Aniquilará  la muerte   para siempre.  El Señor  Dios enjugará  las lágrimas  de todos los rostros, y  el oprobio de su pueblo  lo  alejará  de todo el país- lo ha dicho  el Señor-.

 

El segundo  es  extraordinario: aniquila  la muerte, la maldición  original  del hombre  ( Gn  3, 19), para que  los convidados  vivan  siempre  con él, una vida  sin dolor ni lágrimas. San Pablo  en 1 Cor  15, 54: “cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: = La muerte ha sido devorada en la

Victoria”;  aplica el v. 8 a la victoria de Cristo  sobre la muerte. El Apocalipsis  21, 4: “Y enjugará toda lágrima de sus ojos,  y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el  mundo viejo ha pasado” aplica  también este v. 8 a la vida del cielo.

 

            Aquel  día se dirá:  Aquí  está nuestro  Dios, de quien  esperábamos  que nos  salvara; celebremos  y  gocemos  con su salvación.

 

Los vv. 9-10-a Nuevo  himno   de victoria. La batalla   ha sido  reñida, porque la ciudad  ha resistido con todos sus medios. Este breve  himno  dedicado  al poder  de Yahvé  pone fin  a la escena  de la entronización  de Yahvé  y del   banquete.  Es una invitación a la esperanza, a la alegría.

 

            Está bien que sintamos tristeza al experimentar que nuestros seres queridos no están con nosotros como nos gustaría que estuviesen; pero no perdamos  la paz, no los hemos perdido para siempre. Ellos están gozando de la Presencia del Dios. Ellos han han alcanzado  su meta

 

            El estribillo  del salmo  es muy significativo: “El Señor  es mi pastor, nada me falta”. El salmo 22 es muy bello  y es el salmo del peregrino, del caminante, que marcha  a la muerte; pero que no es  final de la vida, sino una prueba necesaria  para seguir viviendo otra vida.

            Mientras caminamos, Señor  en verdes  praderas  nos hace  recostar; nos conduce  hacia   fuentes   tranquilas y  repara  nuestras fuerzas

            El Señor  no nos deja una vez hayas  muerto; no se desentiende de nosotros  para siempre una vez hemos llegado al fin en este mundo, sino  que “ Tu bondad y tu  misericordia   nos  acompañan  todos los días  de nuestra vida  ( terrena)  y nos hace habitar   en su casa  por años sin término.

 

 

            Segunda Lectura: Romanos   5, 5- 11

 

Tampoco este texto lo estudiamos en sí, sino en relación con la Conmemoración de los Difuntos. Vamos a ver cómo ilumina esta perícopa  bíblica  la realidad  de los Difuntos, la  realidad de la muerte.

 

            La Carta a los Romanos  tiene dos partes principales y una Conclusión.

 

  La Primera parte  de esta Carta  trata  de la Salvación cristiana: 1,16-11, 35. La segunda: Realización  concreta  de la salvación, 12, 1- 15, 13. La primera parte tiene  tres secciones (importante  tener en cuenta  para no perdernos y no repetirnos sin necesidad):a) Salvación y fe, 1,18-4,25; b) Salvación y vida: 5,1-8, 39; c) Israel  en el plan  salvador de Dios, 9, 1-11, 36. Los  versículos  6-11 del capítulo 5 están  en la  segunda  sección.  Estos capítulos  de la  segunda  sección  de la parte doctrinal,   tienen alguna peculiaridad: ahora   la palabra    clave   no es fe, sino vida. Los términos   vida, vivir, son  muy abundantes en esta sección, y Pablo  los relaciona  con los de paz, reconciliación, gracia, don, liberación, esperanza, resurrección, filiación, amor. Como contrapunto  se menciona  con frecuencia  el tema  de la muerte, el  pecado, la ley esclavizante, los apetitos desornados(  que Pablo  suele designar  con la palabra “ carne”), la condenación.

 Son cuatro  capítulos  de una belleza y densidad   teológica  incomparables, en  los que Pablo   trata de explicar  en qué consiste  la salvación  que Dios  nos concede  mediante la fe  en Jesucristo.

Estos difuntos  están salvados; su vida física  ha terminado; pero su vida total  no ha  muerto. Estos versículos  5-11 de este capítulo  5 son un grito, un canto  de liberación, de gracia. Todo no ha terminado, continúa; está por llegar lo mejor: la plena  liberación.

            Es importante tener fe, creer; pero no basta, sino que necesitamos  saber qué trae consigo el creer: la vida en Dios, lo que  es un cristiano  y también su coherencia. Quizá en el apostolado, no profundizamos en la Salvación  y vida. Cuando intentamos  estudiar la Carta de San Pablo a los Romanos, fácilmente nos limitamos  a afirmar que la fe nos salva; pero no ahondamos en el hecho de la salvación.

             En esta Conmemoración  de los Difuntos  partimos del hecho de que éstos difuntos han creído, qué les espera.

                         

 5, 1-11: Este pasaje  sirve  de puente  entre  los dos  grandes  conjuntos   de Rom  1, 18-4,25  ( La Salvación  y Fe) y 5, 12-8, 39 ( Salvación y Vida).  Podríamos  decir que los cinco primeros versículos  hacen relación a la  Salvación y  Fe  y los   seis últimos  a la Salvación  y vida.

 

Analizamos  estos versículos  a la luz de la Conmemoración de los Difuntos

 

Hermanos: La esperanza no defrauda, porque  el amor  de Dios  ha sido  derramado  en nuestros  corazones  con el Espíritu  Santo  que nos ha dado”

 

[semejante ]  esperanza  no defrauda. La  esperanza   de la gloria  de Dios  no es ilusiora, pues tiene como fundamento el amor  de Dios  a los hombres. El cristiano,  por consiguiente, nunca   se sentirá  obstaculizado  por una esperanza  defraudadora; hay   aquí   una comparación implícita  con la esperanza  meramente humana, que puede  defraudar. El amor  de Dios: No “nuestro amor  a Dios”, sino el “amor de Dios  a nosotros”. En el AT, “derramar”  un atributo  divino  es una expresión  corriente.  Mediante   su Espíritu Santo: El don del Espíritu  es la prueba  o el medio  de la efusión  del amor  divino. Significa  por antonomasia   la presencia   de Dios  en el hombre   justificado

            La Iglesia  en la Conmemoración de los Difuntos admite que estos difuntos  gozaban del amor de Dios mediante  el Espíritu. Todo lo que la Iglesia predica del más allá  es una  utopía, no es un simple deseo, sino una realidad. Esta Conmemoración la Iglesia  expone  su esperanza  más “cualificada”, más creíble.

 

            “En efecto,  cuando estábamos  todavía  sin fuerza, en el tiempo  señalado, Cristo   murió  por los impíos

 

Cuando  todavía   estábamos  sin fuerza: Así   describe  Pablo  la condición  de la persona  sin justificar: incapaz  de hacer nada  por conseguir  la rectitud ante Dios. Entonces (“en el tiempo  oportuno”)  Cristo murió por los  impíos. 

 

  Cristo  concretamente  cuando todavía   éramos   débiles, murió  por (nosotros)  los impíos. Nuestra  situación  estaba marcada  completamente  por la “debilidad”.

 

 Solo  el que ha  experimentado  en la  iustificatio  impii el poder creador   de Dios  como potencia  superior  al poder del pecado y de la muerte sabe  de la   impotencia   del pecador frente al poder  del pecado, del que fue esclavo. Lo tremendamente desperado  de esta situación  contrasta  con la acción  de Cristo; él, el Justo, muere por los impíos y utiliza   así el poder  de Dios, el poder de su amor como gracia, a favor  de los impotentes: ¡qué contrasentido!

 

            “Es difícil  dar la vida  incluso  por un hombre  de bien; aunque  por una persona buena  quizá  alguien  esté dispuesto a morir

 

La muerte de un Justo  a favor  de los impíos  no sólo  es impensable  para un judío, sino que  es también  teológicamente  imposible. Esto significaría  querer violar  la diferencia  entre justicia  e injusticia y,  con ello, corromper  la justicia  en el efecto. Este  fue  el motivo  decisivo  de la oposición  de los fariseos  y de los escribas  contra la predicación  del reino de Dios hecha por Jesús.

           

Sin embargo, Pablo se corrige  en v.7b: “tal vez” pueda suceder  que alguien  esté dispuesto    morir  “por lo  bueno”.  Pablo  tiene   en cuenta   ejemplos   de autoinmolación  heroica. Pero, de nuevo, la muerte de Cristo  nada tiene  en común  con esto, sino  que su muerte   es una acción  para rescatar  a los impíos,  es intervención  a favor   de “enemigos”. Por consiguiente, su muerte  es absolutamente  incomparable  con lo  que los hombres  pueden  hacer  por los hombres. 

 “Nosotros”  como impíos  no teníamos  “entonces” entre  los hombres   verdaderamente a nadie  dotado  del poder  y de la voluntad  de entregarse  a favor  de nosotros.

           

Quizá este versículo  7 lo hemos contemplado desde una óptica moral-psicológica; cuando además de esta dimensión  existe otra: la teológica. Morir por el  impío no solamente repugna a nuestra psicología, sino a nuestra dignad, pues  aprobamos  lo injusto, pues  morimos por él. Jesucristo muere para salvar al impío, no para darle la razón, como diciéndole que su comportamiento  es digno de ser valorado, estimado, incluso hasta la muerte. No se trata de “justificar”, sino de salvar.

 

            La Conmemoración de los Difuntos no es decir  que estos hombres obraron bien, hicieron lo recto (en muchos casos sí lo hicieron), sino que su vida tiene sentido, pues está salvada, valorada por alguien, que sabe lo que hace: Jesucristo. Cristo canta  la dignidad del difunto, no simplemente porque es un hombre, sino porque El lo estima, lo valora  más que nadie.

 

            “Pues bien, Dios nos  ha mostrado  su amor haciendo  morir a Cristo  por nosotros  cuando  aún éramos  pecadores

 

Repite  el   v. 6, pero de una manera algo diferente: ahora  la muerte  de Cristo emerge  como acción del amor de  Dios, del que se habla en el v. 5. El amor de Dios  va dirigido  a nosotros  como  pecadores. Y el poder   de su amor se nos demuestra  en que   ha realizado  en la muerte  expiatoria  de Cristo  su intención “a favor  de nosotros”:  los pecadores   han sido  justificados  mediante  la sangre  de Cristo, con lo  que destaca  el carácter  de expiación

 

            Con mayor  razón, pues,  a quienes  ha puesto  en camino  de salvación  por medio de su sangre, los  salvará  definitivamente  del castigo

 

La   justificación   tiene  su consecuencia  escatológica. Para el  pecador  justificado vale lo que en la tradición  apocalíptica  se dice  del justo: ahora forma parte  de aquellos  que, en las postrimerías, serán  salvados  del juicio  de ira. El  que es justo  y el que está  justificado  gozan del mismo favor del Señor.

 

           

 El salvador escatológico   es Cristo, el Crucificado resucitado, cuya muerte   expiatoria  ha liberado  al pecador  del poder  de  perdición  de su pecado. Nuestra  salvación  depende  de la unidad  del Cristo crucificado  por nosotros  con Dios, de la de Dios  con el Crucificado.  El juez no justifica, solamente lo declara justo; el caso del impío  justificado  no solamente es declarado justo, sino que está justificado.

            Por su sangre: Mientras  que en  4, 25 la justificación  se imputaba  a la resurrección de Cristo, en este  texto se atribuye a su muerte. Con mayor  razón  seremos  salvados.

 

           

             “Porque si siendo  enemigos  de Dios nos reconcilió  consigo  por la muerte  de su Hijo, mucho más, reconciliados  ya, nos salvará  para hacernos  partícipes de su vida” 

 

  Repetición  de 5, 8  de manera   más positiva; el pecador  no es  simplemente  débil” o “impío”, sino  incluso  enemigo  de Dios. Sin embargo, la muerte  de Cristo  produce  la reconciliación  de tal enemigo. La “reconciliación”  es el restablecimiento  en la amistad   e intimidad  divinas  del pecador hasta entonces  alejado d y distanciado de Dios. Seremos salvados  por su vida: el  tercer efecto  de la justificación  es una participación  en la vida  resucitada  de Cristo que trae la salvación. Aunque  la justificación  es algo  que acontece  ahora, la salvación  está todavía  por conseguir, está enraizada  en la vida  resucitada  de Cristo.

Mientras  que en v 9 se está pensando  en el Crucificado  por nosotros, en v. 10  Se apunta  al Resucitado  en cuya vida  se  fundamenta  nuestra salvación futura  como participación de la vida escatológica

 

            Y no  sólo  esto, sino que  nos sentimos  también  orgullosos   de un Dios  que ya desde  ahora  nos ha concedido  la reconciliación  por medio de nuestro  Señor Jesucristo 

 

Nos sentimos  orgullosos  de Dios: el efecto  de la justificación  es que el cristiano  llega  hasta   gloriarse  de Dios mismo, mientras que antes vivía  atemorizado  por su ira.  El cristiano presume  del buen Dios, que tenemos. Nuevamente  debemos acudir a los místicos para que nos  hablen de la bondad de Dios. Dios es nuestra corona   y nuestro gozo. ¡Qué  buen Dios tenemos!

            Esta es la presentación- explicación de los vv. 5-11 del capítulo 5 de la Carta a los Romanos, que hemos proclamado  como segunda Lectura en la Conmemoración de los Difuntos.

 

            Está bien que lloremos por nuestros difuntos; es laudable que los recordemos, que recemos por ellos y les pongamos flores etc.; pero aplicarles  este texto bíblico  es para nosotros motivo de gozo, ocasión para pensar en su dignidad; es una confesión de que no los hemos perdido para siempre. La muerte, aunque a veces resulte inoportuna, no puede  llevarle consigo  todo, sino que nos  proporciona    una oportunidad  para amar más a nuestros difuntos, pues sabemos que nos sentimos unidos a ellos de una forma especial; que no están  perdidos  en cualquier lugar que no conocemos, sino que creemos  y afirmamos  que están en buenas manos.

 

            Evangelio: Mateo 11, 35-30

 

             

 

            No vamos a tratar directamente  el estudio de esta perícopa  evangélica, sino cómo  estos  textos bíblicos  iluminan la celebración  y la suerte de los  Fieles  Difuntos. Creo que es conveniente  recordar qué es lo que celebramos el día 2 de Noviembre: la Conmemoración de todos los fieles difuntos; es una celebración de la Iglesia, que conmemora  a sus difuntos. Cada uno puede recordar  a sus difuntos, cuando quiera; pero en este día es la Iglesia Universal quien recuerda, no a los difuntos  en general, sino a los fieles difuntos. La Biblia, la Iglesia, iluminan el hecho de la muerte; pero los textos bíblicos, leídos  en la Eucaristía de este día, se dirigen directamente a los fieles  difuntos.

 

            Hoy ponemos  en  “boca” de los fieles difuntos  este evangelio, así podremos comprenderlo mejor.

 

Mateo   ha reunido aquí   tres dichos  de Jesús  que probablemente  tuvieron  un origen independiente. Su intención  al reunir  estas  tres sentencias  se explica  cuando  las  leemos  en el contexto  de la pregunta  acerca  de Jesús: “«¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mt  11, 3)

 Y de las  reacciones  de sus  contemporáneos: “Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores." Y la Sabiduría se ha acreditado por sus obras.» (Mt  11, 19).

 

            Los  fieles difuntos han proclamado  con sus vidas quién es Jesús. Ellos han interpretado  bien las actitudes de Jesús; serán  para ellos inequívocas.

 

            En este contexto  de rechazo  e incredulidad  sólo  los pequeños  son capaces  de acoger  la revelación  del Padre  ( Mt 11, 25), manifestada  en las acciones  y palabras  de Jesús.

 

La primera palabra  (Mt 11, 25-26)En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque  has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.

Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.”

 

Es  una oración  de alabanza. La introducción es breve  y se dirige al Padre como señor  del cielo y de la tierra. El hecho  de que Jesús   llamara  a Dios Padre  (Abba)  refleja   la confianza   y la cercanía  que tenía  con él.

Los sabios  y entendidos  son, en este contexto  de este evangelio, los maestros  de la ley  y los fariseos , que conocen  la ley  de Moisés, pero han rechazado  a Jesús; en cambio  los sencillos   han sabido   recibir   la revelación  de Jesús  y le han  acogido.

 

            Los Fieles difuntos se juntan a Jesús  en esta oración al Padre; ellos se sienten pequeños; pero afortunados. Ellos no temen  la muerte, pues se consideran  favorecidos  en su existencia.

             Así debemos  contemplar la realidad de unos  hermanos nuestros, en la sangre y en la fe, que nos dejan por ahora; pero que llegaremos a verlos  nuevamente; también ellos van a estar junto a nosotros de otro modo más eficaz.

 

            La segunda  palabra  de Jesús (Mt 11, 27) “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie  sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar

 

Está  relacionada con la anterior y trata  de explicar  en qué  consiste  la revelación  a los sencillos. El Padre  conoce al Hijo  en profundidad  y lo manifiesta  en dos momentos  culminantes  de su vida, en los  que a través   de la voz   celeste   revela   su condición de Hijo  único  y amado: el Bautismo  ( Mt 3, 17)  y la Transfiguración  ( Mt  17, 5). Por su  parte, el Hijo  es  el único   que conoce  verdaderamente  al Padre y el único  que puede revelarle a través  de sus gestos  y palabras.

 

            Los Fieles difuntos dan gracias al Hijo por el don maravilloso, por el regalo imponderable  de hables  revelado quién es el Padre. Ante la  experiencia  del conocimiento del Padre, todos los demás conocimientos  son suma ignorancia. También los Fieles difuntos   dan gracias al Padre porque les ha comunicado quién es el Hijo: Jesús de Nazaret, el Hijo del hombre, el Hijo de Dios, el Mesías.

            Los Fieles difuntos  con su vida y en su muerte  proclaman  esta doble realidad, pues ellos han querido morir  dentro de la Iglesia, revestida de la fe, esposa de Jesucristo.

 

La tercera palabra (Mt 11, 28-30) «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso.

Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón;  y hallaréis descanso para vuestras almas.

Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» 

 

La aceptación  y el rechazo  de Jesús  seguían  siendo  un hecho   en  tiempos   del evangelista, el cual, a través  de este párrafo  dirige  una invitación  a los cristianos  de su época.

 El rechazo   de Jesús   estaba  previsto  en el designio   del Padre, el cual    ha querido  revelar  el misterio  de Jesús a los sencillos. El rechazo  de los sabios  y prudentes  revela  que la fe  en Jesús  es un don, y no el  fruto  del esfuerzo  humano. Para  acoger   este don  hay que hacerse  sencillo ; hay  que abandonar  el pesado  fardo   de la ley  y cargar  con el yugo  suave  de la gratuidad.

 

            Los Fieles difuntos, que ya han dejado  esta vida; ven las cosas de otra manera; ellos dan fe de que estas palabras de Jesús  son verdaderas. La vida  puede resultar pesada, podemos cargarnos con una carga, que nos puede aplastar. Estos Fieles difuntos, quizá en vida no se dieron cuenta  de la hondura, de la profundidad de las Palabras del Señor; ahora sí. Ellos han encontrado el descanso; quizá no podemos afirmar “alegremente”  que ya el descanso definitivo; pero sí un descanso, que nadie les puede arrebatar.

 

            Concluyendo,  diremos  que las lecturas elegidas  para  celebrar la Conmemoración de todos los Fieles difuntos,  iluminan  la realidad de la muerte, nos abren a la esperanza  y nos aseguran que nuestros difuntos  están en buenas manos.

 

            En este día  de la Conmemoración de los Fieles difuntos; nosotros, todavía  peregrinos; pero llenos de fe, hacemos una lectura  retrospectiva y proclamamos que la vida tiene sentido; que no es suficiente  con desear una “muerte digna”; miramos el presente   y nos entristecemos, porque nuestros seres queridos no están con nosotros; pero nos alegramos que ellos gozan ya de una  salvación, que nosotros no gozamos; alzando nuestros ojos hacia el futuro, vislumbramos que hay una situación definitiva, donde es posible  una vida perfecta, apetitosa, no solamente a  los sentidos, sino a lo más hondo y peculiar de nuestro ser.

 

                        En cada Eucaristía hace mención de la Iglesia del cielo, de la Iglesia, que todavía necesita purificación y de la Iglesia, que sigue peregrinando. Está bien que dediquemos un día para pensar de una forma especial de nuestros hermanos, que ya nos han dejado; pero nunca su recuerdo debe ser para nosotros motivo de tristeza, sino de esperanza.