La dedicación de la Basílica de Letran

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  

 

 

            Quizá alguien se pregunte el por qué no celebrar la Liturgia del Domingo XXXII en vez de la Liturgia de la Dedicación de la Basílica de Letrán. No es el momento de responder de una forma exhaustiva a tal demanda; pero sí afirmar la importancia de celebrar en todas nuestras comunidades  dos fiestas de dedicación de la iglesia: Una es la Dedicación de la Catedral de nuestra diócesis, que es el centro espiritual  de nuestra iglesia local. Otra es la Dedicación  de la catedral de Roma, a saber, la Dedicación de San Juan de Letrán ( 9 noviembre). Algunos celebrarán una  tercera fiesta, la dedicación de su propia  iglesia  parroquial.  

            Primeramente debemos acentuar la importancia de la Basílica  de San  Juan,   por lo que ella  significa  y por su simbolismo. La basílica  de san Juan de Letrán es la catedral  del Papa como obispo de Roma, fue  durante varios siglos  la residencia  habitual de los Papas. Aún  hoy, aunque reside  en el Vaticano, el día del Jueves Santo, el Papa  preside cada año la Eucaristía  en San Juan de Letrán, con el lavatorio de los pies. Esta basílica  es símbolo de la unidad de todas las comunidades cristianas con Roma: se la llama “la madre de todas las Iglesias”, y por eso  celebramos  esta fiesta en todo el mundo. Es una manera de recordar que todos estamos unidos  por una misma  fe y que la Iglesia  de Roma es un punto de referencia   fundamental  de nuestra fe.

            La basílica  lateranense fue obra del emperador Constantino, y fue dedicada hacia el año  324. A partir del siglo XI, la dedicación  se celebraba  el 9 de noviembre. 

            La Liturgia de la Palabra nos ayuda a profundizar en el contenido teológico del templo eclesial para de este modo valorar más su importancia y la oportunidad de recordar su dedicación. Las lecturas  de hoy nos presentan  un mosaico  de imágenes  de lo que es la Iglesia:

 el  agua que brota  del templo, el edificio que se construye  sobre Cristo, el templo de Dios y morada del Espíritu , el templo  que somos cada uno de nosotros, el templo que hay que defender como casa de oración, el Cuerpo de Cristo, que será  reedificado al tercer día. 

            En el Templo hay vida. Ezequiel  ve el agua  que brota del Templo. En realidad, del que mana  la salvación  es de Dios. Pero  Dios manifiesta sacramentalmente  su presencia por medio del Templo. “Un río de agua de vida que brota del trono de Dios y del Cordero, que da vida a los árboles  y hace  medicinales  sus hojas” ( Ap 22,1-2).

            El simbolismo del agua  es muy rico. Pero en el evangelio, el agua es, sobre todo, Cristo Jesús, como él mismo indica a la samaritana junto al pozo, donde  ambos  habían ido en busca de agua. O también  es su Espíritu, como en otra ocasión afirma el evangelista: “de su  correrán  ríos de agua viva: esto lo decía  refiriéndose  al Espíritu  que iban a recibir  los que creyeran en él”  (Jn 8,38s).

            El agua  que mana del templo sugiere que todas las bendiciones  que recibe  Israel  provienen de Dios. El agua es la fuente de la vida, y a menudo  está asociada a la presencia de Dios. Por ello el agua  que mana  del templo tiene capacidad para fecundar  la tierra desértica de Judá e incluso  es capaz de sanear  las aguas  saladas del Mar Muerto, en el que no podía haber vida. Leemos en la primera lectura: Ezequiel 47,1-2.8-9.12 “ Del zaguán del templo manaba agua hacia levante... Estas aguas fluyen  hacia  la comarca  levantina, bajarán  hasta la estepa, desembocarán  en el mar de las aguas salobres,  y lo sanearán... A la vera del río, en sus  dos riberas, crecerá  toda clase de frutales; no se marchitarán  sus hojas ni sus  frutos  se  acabarán”.  Uno de los fundamentos  de la riqueza de  Babilonia  era el río Eufrates, muy conocido  por Ezequiel. El profeta se sirve de la imagen del agua, y contempla a Sión toda ella recreada  por los brazos  de un río  abundante y ve cómo  del templo  mana  una fuente  de agua  que corre impetuosa  desde los cimientos  de ese lugar en el que  Dios habita  y donde  se celebra su culto.

            Ahondemos en la importancia del templo  como presencia del Señor. El templo  es el lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Por eso ocupa el lugar  central en la visión de Ezequiel. En el evangelio de Juan la actividad de Jesús girará con mucha  frecuencia en torno al templo y lo que él significa. El templo  de Jerusalén  era el lugar central de la vida religiosa del pueblo de Israel. Se consideraba el espacio  privilegiado de la presencia de Dios en la tierra y, por tanto, el lugar adecuado  para el culto y la oración.

            Damos un paso hacia delante: ahora será la comunidad  cristiana el nuevo templo. Las cartas de Pablo utilizan  varias imágenes  para referirse  a la comunidad cristiana. Una de ellas es la de un edificio. Cuando  habla  de la comunidad  cristiana  con este lenguaje, Pablo  suele pensar en un edificio  muy concreto, que no es otro que el templo de Jerusalén. El templo era el lugar de la presencia de Dios, y Pablo asegura  que ahora Dios  está  presente  en la comunidad creyente. Así  como en el templo de la antigua  alianza Dios  residía en el templo, ahora  el Espíritu de Dios  habita en los creyentes, nuevo templo de Dios.  Escuchamos en la segunda lectura ( lCor 3, 9c-11.16-17) “Hermanos: sois  edificio de Dios. Nadie  puede poner  otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. ¿ No sabéis  que sois  templo de Dios  y que el Espíritu  de Dios habita en vosotros?. Si alguno  destruye  el templo de Dios, Dios lo destruirá  a él; porque  el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros”. El verdadero  templo de Dios es la propia comunidad humana. Este despegue  de los lugares fijos de culto fue mantenido  por los cristianos  durante mucho tiempo.  

            Es necesario purificar el Templo a fin de que sirva para lo que fue edificado. El conocido  episodio  que Jesús expulsó  del recinto... está presente en los cuatro evangelios, que de un modo u otro interpretan  el gesto de Jesús en la línea  de la llamada  profética  a un culto   sincero  y auténtico. En el evangelio  de Juan  el relato  se centra pronto, como es habitual, en la persona de Jesús, y se convierte en un texto  de autorrevelación. No  es inútil  recordar que los sinópticos  ponen este hecho al final de la vida de Jesús en Jerusalén; San Juan al principio. Es la primera  vez que Jesús  manifiesta, aquí todavía de forma  indirecta, su identidad divina, cuando habla del templo  como “la casa de mi padre”. Por otro lado, toma la imagen del santuario para aplicarla a su cuerpo; es otra forma de indicar que en él está la verdadera  presencia de Dios en el mundo. Además, sus  palabras sobre la destrucción  y la reconstrucción  del templo  que es su Cuerpo  constituyen  un anuncio  de su futura  muerte y resurrección. “Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”... “Destruid  este templo, y en tres días lo levantaré”... Pero él hablaba  del templo de su cuerpo. Y, cuando  resucitó  de entre los muertos, los discípulos  se acordaron  de que lo había  dicho, y dieron fe a la Escritura  y a la palabra que había dicho Jesús”. ( Jn 2, 13-22).

                        El templo  antiguo, gloria del judaísmo, queda superado  y debe ser reemplazado  por el nuevo templo, el Cuero de Cristo. En este evangelio, en lugar de hablar de la purificación  del templo, sería  más exacto referirse a la “sustitución” del mismo.

            Ahora quizá comprendamos mejor el por qué, siendo domingo, celebramos la memoria de la dedicación de la basílica de San Juan de Letrán.