I Domingo de Adviento, Ciclo A

Autor: Padre Luis Rubio Remacha OCD  

 

 

Para comprender  todo el significado del Adviento, es conveniente  no olvidar, sino  tener  muy presente  la doble  dimensión del mismo. Quizá  a la hora de hablar del

Adviento, simplificamos  su visión, diciendo  que es tiempo de esperanza y de vigilia.

            Al afirmar esto,  no caemos  en el error; pero no decimos  toda la verdad.

                       

Vamos a ahondar en el mensaje de la lectura primera, pues en ella encontramos una forma muy apta para vivir el adviento. El  texto  pertenece  al período  posterior al exilio. Podemos  decir que más que una profecía-oráculo del Señor- es una súplica  insistente del pueblo  por la presencia salvífica de Dios. Esta súplica, por sus características, resulta paradigmática  de todo deseo, de toda actitud vigilante. Sin necesidad, sin amor, no se da la verdadera esperanza. Se espera lo que se necesita, lo que se ama.

            Es conveniente estudiar los contenidos de la espera y no solamente la actitud de esperanza. “Tú, Señor, eres  nuestro  padre, tu nombre de siempre  es Nuestro  redentor”. Dios es padre de Israel  no porque  ha creado a este pueblo, sino  por haberlo  redimido. La redención  otorga  una participación  en la vida, que abarca el amor   y los planes de Dios. La venida de Jesucristo añade mucho a nuestra relación con Dios. Es poco dirigirnos  a Dios, llamándole creador, sino padre, goel, redentor. El  AT habla poco, y casi siempre en contextos  negativos, de la paternidad  de Dios. Necesitamos decirle: “ No te acuerdes  de quiénes  somos  nosotros, acuérdate de quién eres Tú”

 

Urge tener una experiencia de Dios como la del profeta: “ Jamás  oído  oyó  ni ojo  vio  un Dios, fuera  de ti, que  hiciera  tanto  por el que  espera en él. Sales  al encuentro  del que   practica  la justicia  y se acuerda  de tus caminos”. A un  Dios así el hombre lo necesita. Dios no es superfluo, sino necesario.

            Cuando el ser humano se estudia, se descubre limitado, indigente: “ Todos  éramos   impuros, nuestra  justicia era un paño  manchado ( no olvidar la peculiaridad de esta palabra); todos  nos marchitábamos  como follaje, nuestras culpas  nos arrebatan  como el viento... Nosotros  somos la arcilla  y tú el alfarero; somos  todos obras de tu mano” La condición del hombre como ser limitado no le lleva a la depresión, a la marginación, sino a una liberación, que no está principalmente en él, sino en Dios.

            El profeta, gran literato, ha presentado quién es Dios y quién es el hombre; de aquí surge una petición, un grito, un anhelo por parte del hombre: “ Vuélvete por amor  a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡ Ojalá rasgases el cielo  y bajases... Bajaste  y los  montes se derritieron  con tu presencia...” Esta súplica  para que los  cielos  se rasgasen  y baje  el Señor  se encuentra  realizada en la narración del bautismo de Jesús, según  Marcos. Dios  escuchará   esta súplica  y descenderá  cinco siglos  más  tarde; encarnándose  en el seno de una Virgen. San Juan de la Cruz  magistralmente lo ha expresado en  el Romance  sobre el evangelio “ in principio erat Verbum”. “Otros: ¡acaba, señor;/ al que  has de enviar, envía!/ Otros: ¡  oh  si ya rompieses/ esos   cielos, y vería/ con mis ojos  que bajases,/ y mi llanto  cesaría!”

            Muy acertado el estribillo  del salmo responsorial: “ Oh Dios nuestro, restáuranos, que brille  tu rostro  y nos salve”

 

 “... Vosotros   que aguardáis   la manifestación  de Nuestro Señor  Jesucristo. El os  mantendrá   firmes  hasta el final” es un texto de la primera carta de San Pablo a los Corintios. El Apóstol de los Gentiles   presenta una Comunidad cristiana  en situación de Adviento. La Parusía, la  revelación  de Cristo  en poder  y gloria, era una doctrina  fundamental  en la predicación de Pablo. “ El día  de Yahvé”  anunciado  por los profetas. Realizado  en parte con la primera  venida de Cristo, quedará  consumado  con la vuelta  gloriosa. Todos   somos conscientes  de las dificultades, que experimentamos  en esta actitud  anhelante. Nos cansamos  de esperar e incluso  llegamos  a dudar  de su importancia, de si merece la pena  esperar. Se da en el hombre  una gran  contradicción: vemos  que nos conviene  esperar; pero no queremos  continuar  en esta empresa, ¿ para qué?. También  Pablo  le recordará a la comunidad  de Corinto: “ Dios  os llamó a participar  en la vida de su Hijo Jesucristo, Señor  Nuestro” No estamos llamados solamente a no condenarnos ni solamente a salvarnos, sino a algo más: participar en la vida de Jesucristo. Hemos empobrecido el contenido de la esperanza. Nadie quiere esperar ni estar vigilante. Urge  profundizar  y ahondar por amor y convencimiento en esta llamada a participar en la vida de Dios, de su Hijo.

 

            El Evangelio es de San Marcos, el  evangelista del ciclo B. “ Mirad, vigilad: pues no sabéis  cuándo  es el momento”. La Comunidad  está  llamada  a una vida  de vigilancia  constante, no en el sentido de una inquieta  búsqueda  de “ señales”, sino  en el de una confiada espera  de la llegada de Cristo. Este texto pertenece  al discurso escatológico, capítulo  13,l-37. Es de difícil  interpretación, pues en él  se mezclan  anuncios  hechos  por Jesús ( sus mismísimas palabras)  y experiencias  vividas  por la Iglesia  después  de Pascua. La enseñanza del capítulo 13 de Marcos  es la última  enseñanza  pública  de Jesús en el evangelio de Marcos. Los  capítulos 14-16, que son los últimos, tratan de la Pasión y  Resurrección de Jesús. El capítulo trece es como su testamento y por lo tanto es nuclear  y constitutivo  del ser cristiano: “ cristianos para la esperanza y para la vigilancia, para el Adviento”

 

                        La vigilancia  de verdad brota de la experiencia de lo que se espera. Mucho más que el Evangelio los capítulos 63-64 del Profeta Isaías nos enseñan qué esperamos y por qué.

 

 No queremos dejar de prestar atención  a los textos eucológicos, pues ellos nos hablan muy bien de la actitud vigilante. En el  Prefacio  III  de Adviento  ( uno de los dos que podemos leer en esta primera parte del Adviento)  proclamamos: “ Viene  ahora  a nuestro  encuentro en cada hombre  y en cada  acontecimiento”. El  Ya”, pero “ Todavía no  es una realidad   que nos acompaña siempre. El Señor ha venido, vendrá  y viene. Tres momentos para no olvidar.  Sabemos cuándo  vino; pero no conocemos   su venida  definitiva, por esto mismo   debemos  estar despiertos, en una actitud  vigilante en la cotidianidad.

En la  Oración Colecta le pedimos  a Dios Todopoderoso: “ Aviva  en tus fieles  el deseo de salir al encuentro  de Cristo, que viene” El cristiano  no debe  tener miedo  a la llegada  del Señor, sino  todo lo contrario. Se teme lo que  nos desagrada, lo que no nos  conviene; pero se desea  lo que nos  agrada, lo que nos hace bien, eso que necesitamos. Son los místicos quienes mejor han sabido expresar el gozo de la llegada del Señor: “ Muero porque no muero”, “ Rompe la tela de este dulce encuentro”. En el I Prefacio  de Adviento cantamos: queremos   recibir  los bienes  prometidos, que ahora, en vigilante  espera, confiamos  alcanzar.

            La oración después de la Comunión  puede ser una buena consigna para este tiempo: “...tú nos enseñas, ya en nuestra vida  mortal, a descubrir el valor  de los bienes  eternos  y a poner en ellos  nuestro corazón.”